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Juan Martínez del Barrio

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José Torrens

José Torrens

desde el punto de vista energético y medio ambiental.

Ningún desafío “es demasiado grande para Construcciones Llull Sastre, damos prioridad al trabajo bien hecho, a la seriedad con eficacia, antes que a los resultados. Siendo prioridad absoluta la satisfacción del cliente”.

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La empresa sin duda ahora tiene por delante un gran e inesperado reto con la pandemia del coronavirus. “Nunca hubiéramos imaginado las terribles consecuencias ocasionadas por el virus Covid-19 y hasta incluso conociendo sus efectos en la lejana China, no creíamos que llegara hasta nuestro entorno y menos pensábamos en una tragedia de esta magnitud”, señala.

“Hemos mantenido nuestra actividad sin aplicar ningún ERTE. Pensamos que la solución a la pandemia será muy lejana y nos estamos preparando para conseguir sobrevivir ante un difícil futuro, costará mucho salir de la situación económica que se está sufriendo y más aún si el rebrote de la epidemia es muy acentuado”, concluye.

Construcciones Llull Sastre participa en diferentes Asociaciones, Fundaciones, tiene convenios de colaboración para la formación de jóvenes universitarios y para la integración de personas con discapacidad intelectual. Bernat Llull asegura que: “Creemos en la construcción de un mundo mejor a partir de la responsabilidad de cada uno”.

Metalúrgicas Martínez e Hijos

“Todo cambio lo podemos afrontar como un problema o una oportunidad. Yo prefiero lo segundo”

Nacido en Albacete, lleva en Mallorca 65 de sus 73 años. A la edad en la que otros niños trasteaban en las aulas, si tenían suerte, Juan Martínez del Barrio desembarcaba en Sa Roqueta. Y aquí ha hecho una vida, ha creado una amplia familia y ha impulsado su empresa a base de horas y trabajo. Mucho trabajo. “Me siento mallorquín”, dice Martínez. Está jubilado, pero se sacude esa etiqueta. Sigue trabajando, acostumbrado a un ritmo infernal, e incluso ha escrito un libro: ‘Una vida laboral’. “Vinimos con las manos en la cabeza”, recuerda que llegó sin nada y ahora puede decir que ha cumplido su objetivo con creces.

“Mi madre era mallorquina y nos fuimos a Establiments. Empecé a trabajar con siete años, guardando cerdos, cogiendo almendras y algarrobas”. Después, empezó a trabajar de pastelero “pero no me gustaba. Siempre hacía lo mismo”. Hasta que la herrería se cruzó en su camino. “Empecé en Son Gotleu con un coronel. Luego este señor ascendió a general y seguí trabajando para él. Desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche. Me gustaba mucho”, dice alguien que todavía sigue tocado por la pasión por su oficio. Para ir del taller a casa se compró una bicicleta con catorce años.

“Casi se puede decir que el oficio lo aprendí en Talleres Borrás, que también era de otro coronel. Antes el que aprendía un oficio bueno iba a los talleres que tenía Franco. Tornero, maestro forjador, herrero... Esas cosas. Porque no había la tecnología de ahora. Lo que se hacía antes con la fragua ahora se hace con láser. La artesanía pura hoy se trabaja poco porque cuesta mucho dinero. Ha de ser un capricho”, reconoce Martínez, que es la memoria viva de un oficio que se resiste a morir.

“Mi pasión es la herrería. De hecho, ahora que me he jubilado y estoy en casa hago cosas de artesanía en miniatura y a escala para mis hijos. Puertas en miniatura, puertas basculantes, escaleras, arados...”, dice con ahínco.

Después de aprender el oficio y madurar como artesano, se fue a Es Pont d’Inca con un socio. “Repartimos los ‘panecillos’ y me vine aquí. Repartimos poco porque yo no me quedé con nada. Sembré las habas en un sitio que no eran mías”, dice con sorna. Y entonces en 1980 dio el salto a Gremi Tintoreros. “Le conté a un amigo, Sebastián Coll, que buscaba otro sitio para establecerme en solitario y él era muy amigo de Juan Tortella, el director de ASIMA. Y así encontré este local y fuimos creciendo y creciendo... Hasta llegar a ahora”, dice mientras mira a su alrededor, un negocio con casi cuarenta años de vida esculpidos a base de jornadas infinitas y buen hacer. “Había mucho trabajo, noche y día como aquel que dice. Infinitas horas, sábados y domingos”, afirma. Para él no había horarios. “Trabajaba en los hoteles desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. Cenaba y hasta las dos de la mañana trabajaba en mi empresa. Si quieres levantar una empresa es a base de mucho trabajo. Creo que hoy en día con ocho horas no se levanta ninguna empresa”, sentencia.

Esa filosofía por el trabajo la ha trasladado a sus cuatro hijos que trabajan con él. “Mis hijos llevan las mismas pautas que llevo yo. Si no es así... Hay horas que no se pueden cobrar: hacer presupuestos, organizar los trabajos de los empleados... Estas horas no las puede cobrar un autónomo. El empleado sí, pero el autónomo debe hacer muchas horas y sino, tienes que cerrar”.

“Si quieres levantar una empresa es a base de mucho trabajo. Creo que hoy en día con ocho horas no se levanta ninguna empresa”

Con esos horarios, la palabra conciliación es un imposible. “Tenía cuatro hijos pequeños que mantener, mi mujer y la casa”, dice, sin cuya esposa no habría podido tener la familia de la que tanto se enorgullece. ¿Es Metalúrgicas Martínez e Hijos su quinto hijo? “Lo quiero tanto que si no pudiera venir, creo que tendría una depresión”, dice emocionado, que reconoce que “me tengo que jubilar porque no tengo otro remedio. He trabajado tanto que la espalda ya no responde. Lo que cuesta es mantener la espalda a base de médicos, que pagamos gracias a nuestro trabajo”.

Además del tesón incansable, Juan Martínez del Barrio siempre ha estado pendiente de la última tecnología y ha invertido en maquinaria para que su trabajo nunca se quedara atrás. La década de los 80 fue muy intensa para este emprendedor. Con hijos pequeños y una empresa recién nacida, “tenía que levantar esto”, y señala la nave que le rodea. “Me dejaron el dinero para comprar esta nave y tuve que vender un solar que tenía. Respondía a la deuda con trabajo. Ahora tengo tres naves y otra es de mis hijos”.

Curtido desde la humildad y el esfuerzo, señala que su lema es no deber nada a nadie “y si te queda algo, para ti”. Pagar a los proveedores y a sus empleados es su prioridad y confiesa que alguna vez, después de pagarles a todos, él se ha quedado sin cobrar. “Hemos pasado lo nuestro”, recuerda.

En sus primeros años predominaban sus labores a mano con la fragua. Los pasamanos de las escaleras de mármol realizados con hierro forjado, con tornillería y machado... “No había electrodos ni soldadura. Llevaba mucho trabajo”, recuerda este artesano. De ahí pasaron a la carpintería de hierro de Mondragón y a partir de ahí, el aluminio. “Y todo esto se superaba apuntándose a una tecnología muy avanzada”, al tiempo que elaboraba enormes lámparas para hoteles, sillas, cuadros e incluso hamacas de playa de tubo galvanizado cuando los encargos flojeaban. Cualquier cosa con tal de no estar parado.

En la oficina donde se realiza esta entrevista, ante la atenta mirada de uno de sus hijos, luce un diploma de maestro artesano de la herrería. “Incluso hacíamos las cerraduras. Todos estos conocimientos se han transmitido a mis hijos, pero hoy por 300 o 500 euros tienes una cerradura de seguridad que antes no existía”. Los robots, el láser y los ordenadores han revolucionado el oficio de un hombre que ha soldado con soplete latón y hierro.

“Mi pasión es la herrería. Ahora que me he jubilado hago cosas de artesanía en miniatura y a escala para mis hijos “

Pero estos cambios tecnológicos no han arredrado a Juan Martínez, cuya empresa ya llevan sus hijos y cuenta con más de cuarenta empleados. “Cuando empecé aquí estaba solo con Manolo, que tenía 14 años. Y que sigue aquí. Manolo tampoco se quiere jubilar. Luego las mujeres nos mandáis mucho trabajo. Que si nos mandan a comprar, que si hay que cuidar de los nietos...”, se ríe y reconoce al instante que “paso gusto. Hago con mis nietos lo que no hice con mis hijos, que no los veía, pero eso sí: los llevaba a la escuela”.

La crisis de la construcción también le pasó factura y se quedó con algún que otro impagado. Reconoce que no ha sido fácil, pero había ocasiones en que prefería no cobrar la deuda. “Gente que había fallecido en un accidente o que se encontraba muy enferma... Pues no lo cobré. Pero aquí las empresas más grandes son las que te han estafado. Los que se creen más listos que luego no te pagaban. Si querías cobrar te daban solo un 30 o un 20 por ciento de la deuda total. La gente con mucho dinero son los que más aprietan. El que tiene un avión o un rólex. Y te crees que te va a pagar y luego...”, deja la frase en el aire. Sin embargo, reconoce que: “La gente más humilde es la que tiene el dinero preparado para pagarte y encima te invitan a comer si trabajas en su casa. Te ofrecen su nevera”. Clientes que le saludan por la calle o le hacen sitio en la mesa del restaurante. Juan Martínez valora esos detalles mientras aboga por trabajar con honestidad, sin deudas y ayudando al que lo necesita. “Lo poco que tenemos ha costado mucho trabajo”, afirma.

Sus hijos han visto cómo ha afrontado las dificultades en la empresa y han adquirido su talante de trabajador, llegando a trabajar dieciséis e incluso veinte horas si era necesario para cumplir con los plazos. Mientras otras empresas se ven obligadas a cerrar por falta de relevo generacional, él tiene a sus cuatro hijos en la empresa. “Yo estoy contentísimo al ir a una obra y ver el trabajo de mis hijos. Cuando hablo con el propietario o el maestro de obras y me dice que mis hijos no son de diez, sino de quince. Me enorgullece mucho ver cómo mis hijos valoran lo que he creado.”. El orgullo no le cabe en el pecho y se emociona. ¿Tan trabajadores como el padre? “Más. Y más inteligentes”, dice entre risas.

La crisis de la construcción afectó a su sector, cómo no. Pero sobrevivió “sin deber nada a nadie. Es lo más importante. No despedimos a nadie. Antes, el

“Cuando hablo con el propietario o el maestro de obras y me dice que mis hijos no son de diez, sino de quince. Me enorgullece mucho ver cómo mis hijos valoran lo que he creado”

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