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Andrés Morell

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José Torrens

José Torrens

que no valía se iba a la calle y el que sí se quedaba. Aquí hay gente que lleva muchos años”, afirma. Recuerda que había menos trabajo, pero no fue una caída dramática. Esta experiencia les permite afrontar los desafíos de estos últimos tiempos: “En la empresa nos preocupa la situación provocada por la pandemia de la Covid-19. Es un escenario nuevo que afecta a todo el mundo. Hemos adoptado todas las medidas necesarias para adaptarnos, para trabajar con la garantía de seguridad para nuestros empleados y clientes”, cuenta. Y asume el desafío al que se ha enfrentado el mundo en 2020: “Todo cambio lo podemos afrontar como un problema o una oportunidad. Yo prefiero lo segundo. Espero que esta pandemia tenga las menos repercusiones posibles tanto sociales como económicas”.

Juan Martínez confiesa que el trabajo no solo le ha quitado el sueño, es que “estuve siete años sin dormir. Es tan malo que no quiero ni contarlo. Si no hubiese sido por mis hijos, no estaría aquí. La noche para mí era como una cárcel. Pero no dejé de trabajar aunque lo hacía sonámbulo. Gracias a Dios lo he superado”. Sufre secuelas de su intensa vida laboral y padece de acúfenos, ruidos que se incrustaron en su oído y que no le dejan descansar.

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Cuando echa la vista hacia atrás, reconoce que ha habido momentos difíciles pero el trabajo ha sido su pasión. Se siente artesano e incluso aprovechaba sus vacaciones para seguir trabajando. “Manolo y yo pasamos las vacaciones haciendo una escalera de incendios en miniatura. Mi mujer me regañaba y me decía que solo pienso en trabajar. Pero es que el resto del año no podía hacerlo”, confiesa entre carcajadas.

Martínez advierte que la fragua es la base de su empresa y que cuando visita alguna ciudad admira el trabajo de las puertas hechas con remache. “Es ir al Valle de los Caídos y ves esas puertas... Son vidas de trabajo”, reconoce. Juan Martínez dice que no ha creado ningún imperio, pero sí muchos puestos de trabajo. “Todos mis hijos servían para estudiar una carrera, pero escogieron esto. Y aquí están, sufriendo”, dice. Siempre riendo. Siempre orgulloso de su trabajo y su familia. “He trabajado tanto que la espalda ya no responde. Lo que cuesta es mantener la espalda a base de médicos, que pagamos gracias a nuestro trabajo”

Andrés Morell Brotad

Conagua

“Los empresarios están poco valorados en España, a pesar de ser los creadores de puestos de trabajo”

Creada de una manera casi espontánea, Conagua es una empresa que puso los primeros cimientos en el año 86, y su dueño y fundador está al frente desde entonces. Conversamos con Andrés Morell (1941, Palma) en su despacho, al cual viene a diario a sus 79 años.

Lee los periódicos y recorta las noticias que le interesan. ¡Tiene un gran archivo! “En toda mi vida, no he visto un anuncio, en Palma, solicitando un químico”, gesticula.

Este empresario iba para aparejador, “éramos terratenientes, teníamos fincas agrícolas, pero llegó un momento que las fincas se fueron repartiendo, quedó una generación y tuvimos que ponernos manos a la obra”. Recuerda cuando le dijo a su madre que se iba a estudiar a Barcelona la carrera de aparejador, y le dijo: “Por qué no estudias de químico, que a tu hermano le va tan bien, y le hice caso. Aunque creo que de aparejador me hubiera ido bien”, sonríe.

Andrés estudió Químico de Sarriá en la Universidad de Barcelona, “un título muy reconocido en esa época”, dice.

Estuvo un año y medio en Melilla haciendo el servicio militar y un año en la Escuela Superior de Tenería de Igualada. Después estuvo buscando trabajo de químico en Barcelona, tuvo una oferta para ir a trabajar a Valladolid a una central de recogida de leche, pero uno de sus hermanos (son seis) le encontró trabajó en Danone. Tenía 24 años y transcurridos seis años la fábrica cerró. “Como había cogido experiencia en todo lo que es limpieza de tuberías (sin desmontarlas), desengrasantes, desinfectantes… me sirvió para juntarme con el socio que tuve y montamos la empresa de productos de limpieza, de mantenimiento y piscinas”.

Se llamaba Deterquímica S.A., era el año 72 y en el año 86 Andrés y su socio vendieron todos los productos de tratamiento de agua a una multinacional americana. Al cabo de un tiempo, la multinacional le devolvió a Andrés todos los productos químicos de tratamiento de agua, polifofatos, inhibidores de incrustación… “debido a que la multinacional no comercializaba estos productos en ninguna parte del mundo”.

En esa época, Andrés Morell se dedicaba a construir naves para él. “Recuperé los clientes, sobre todo de la cadena Sol Meliá, poco a poco los técnicos que me conocían me iban pidiendo productos y sin saber a dónde iba, fue creciendo la empresa”. “Somos una empresa atípica porque nunca hemos tenido comerciales, nos conocían por el boca a boca”, expresa, “para nosotros ha sido una ventaja. Somos pequeños pero seguros”.

A fecha de hoy son cuatro trabajadores, entre los que se encuentra su hijo, ahora a cargo de la empresa. “Mi hijo es de mis ideas, no quiere asumir demasiados riesgos”, afirma.

“Mi hijo es de mis ideas, no quiere asumir demasiados riesgos”

En Can Valero lleva desde el año 75. “Antes teníamos toda la manzana, pero mi socio me robaba y tuvimos que vender la empresa. Él se quedó con la parte que hace esquina, actualmente propiedad de Distribuciones Sillero, que mi exsocio la hipotecó a la Banca March acabando en manos del banco”.

Deterquímica S.A. empezó con pocos trabajadores (tres o cuatro), pero crecieron mucho y vendían mucho, sobre todo detergentes para la hostelería. Todo se fabricaba en la empresa: desengrasantes, desinfectantes, productos para la piscina… En esa época, comenta Andrés, “no había competencia nacional, la que había era básicamente americana y vendían carísimo”. A día de hoy “ha bajado de tal manera que no hay márgenes”, dice.

¡Menos mal que no hemos crecido!, exclama, ¡menos mal que hemos diversificado en el sector de turismo! Para Andrés, así como en el sector inmobiliario la gente va a vender más caro que el de al lado, “aquí todo lo contrario”. “Aquí para hacer un cliente hay que ofrecer algo más barato”. Durante cincuenta años de abaratar, opina, “hay empresarios locos que ya no están porque se han arruinado. Y ahora los márgenes están ínfimos. Hay que ir con pies de plomo luchando con numerosas empresas”.

“Al final, no hemos pasado pena. Nunca hemos pedido un crédito y bueno, vamos despacito, pero tranquilos”, destaca.

Andrés nos cuenta que hace dieciocho años tuvo una embolia, se quedó sin poder escribir ni hablar, “tuve que volver a aprender”. En ese momento, su hijo, empezó a trabajar en la empresa.

No se define como empresario, porque opina que “es una palabra que merece mucho

“No había competencia nacional, la que había era básicamente americana y vendían carísimo”

respeto porque hay empresarios que lo han dado todo por la empresa como Gabriel Escarrer, Antonio Fontanet, Miquel Fluxá, Pablo Piñero, Gabriel Barceló… “A Gabriel Escarrer le conocí con cuatro hoteles y ahora tiene, ¿400?”.

Andrés tiene muy claro que ha creado un negocio “para vivir, no para hacer empresa”. “Los negocios son difíciles y en este país el empresario no está valorado como se merece ni se le apoya. Aquí empresario es sinónimo de explotador, defraudador y millonario”.

Uno de sus hermanos, hace 65 años ya quería montar un hotel y el resto de los hermanos “nos asustamos”. “Muchos hoteleros han llegado muy alto, pero por el camino se han quedado muchos.

Andrés es de los que piensa que lo importante es diversificar y “no tenir tots es ous dins els meteix paner”.

Con su exsocio, nos cuenta, compraron un solar en Valencia, “cuando nos separamos le compré la mitad del solar y a partir de aquí hice seis naves para alquilar”. Con la crisis de 2008 le quedaron las seis vacías y 30.000 euros de gastos anuales entre IBI, patrimonio, gastos de polígono, contadores de agua y electricidad. “No me quedó más remedio que reorientar dicho negocio reconvirtiendo tres naves en trasteros de 30 y 45 metros cuadrados para autónomos y pequeñas empresas”, explica.

A este químico que ha ejercido desde los 25 años como tal, le gusta leer, escuchar música clásica y hacer deporte. Empezó con el tenis, después hizo windsurf, después lo dejó porque los participantes dejaron de venir a las regatas. “Mi hijo hacía bicicleta y me dijo un día, Papá ven a las carreras de mountain bike que allí somos

“Somos una empresa atípica porque nunca hemos tenido comerciales, nos conocían por el boca a boca”, expresa, “para nosotros ha sido una ventaja. Somos pequeños pero seguros”

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