CICLO I Bloque II
Fundamentando la Fe
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5. Miedos al cambio “Lejos de la orilla, de noche, la barca sacudida por las olas porque el viento era contrario…Se pusieron a gritar llenos de miedo” (Mt.14, 24). El miedo es una emoción intensa y primaria. Cuando sentimos una amenaza nos atrapa, se dispara la respuesta del miedo. Y su expresión más clara es el grito. No es malo tener miedo, porque el miedo nos previene de peligros y nos mueve a reaccionar, nos recuerda que no podemos con todo, nos hace más humanos. Es malo que el miedo nos tenga, que dentro de nosotros tenga tal poder que sea él el que tome las riendas de nuestra vida. Sobre todo los miedos que tienen que ver con todo aquello que no controlamos y que amenaza con hundirnos la vida, la felicidad, la salud… el símbolo es esa barca zarandeada por las olas y a punto de hundirse. Uno de los cambios más profundos en la vida de una persona es el paso del miedo a la confianza. No es la superación de todos los miedos. Porque los miedos tienen raíces muy profundas, sino la presencia de una confianza mayor capaz de acallar nuestros miedos. “Ánimo, soy yo, no temáis”. Palabras dirigidas al corazón de nuestros miedos. Nos recuerda a ese niño asustado que escucha la voz de su padre o madre: “soy yo, estoy aquí”. Una voz que le devuelve toda la paz perdida, que coloca serenidad en el corazón. Nuestros miedos no se espantan con razones, se acallan con presen-
cias que sustentan nuestro ánimo. Ocurre en lo humano, ocurre en la fe. Hay tantos miedos como situaciones y personas: el miedo al dolor, al descontrol, al fracaso, a la muerte, al conflicto, a equivocarse en la vida… Es importante conocer nuestros miedos, ponerles nombre, dialogar con ellos y sobre todo escuchar y pronunciar sobre éstos palabras más fuertes: “A ti te lo digo: sal de este hombre, de esta mujer”. Puede suceder que, venciendo nuestros primeros miedos al cambio, llenos de confianza nos hayamos atrevido a “saltar de nuestra barca” y nos hayamos puesto a “caminar sobre las aguas” de lo desconocido, animados por esa voz de aliento que hemos escuchado, como Pedro. Nos pasa cuando nos atrevemos a cambios importantes en nuestra vida y cuando nos tomamos en serio el seguimiento de Jesús. Cambios que nacen de la generosidad, de la buena voluntad, de las ganas y del sentimiento de que queremos y podemos hacerlo. Suele suceder que, tras esta primera decisión valiente, retornan con más fuerza los miedos que creíamos vencidos. Y, entonces la sensación de zozobra es mayor. Hay un miedo antes del cambio y hay un miedo después del cambio. “Pedro saltó de la barca (se atrevió al cambio, venciendo los miedos) y andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó”.
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Hay un segundo miedo que nos pregunta: ¿en qué sostenemos nuestros cambios más profundos? ¿Qué o quién sustenta nuestras trasformaciones? Pedro descubre que un cambio de este tipo que se apoye sólo en el voluntarismo, en la generosidad, o en el entusiasmo, más tarde o más temprano a acabará siendo golpeado por la fuerza tremenda del realismo, de la propia fragilidad, del poder de la adversidad. Y volverá Francisco de Asís tuvo que hacer este mismo camino. Su testamento recoge el final de este proceso. En él recuerda que “le parecía extremadamente amargo ver a los leprosos”. El leproso representa todo lo que suscita nuestros miedos: el miedo al otro, al diferente, a la enfermedad, a una vida malograda, al rechazo, al sufrimiento, a la soledad, a la falta de futuro, de felicidad, de placer. Muchas veces se encontró Francisco con leprosos a las afueras de Asís antes del momento que describe en su testamento. Sus palabras nos revelan todo el rechazo, miedo y amargor que experimentaba al verles. “Pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia”. Con esta breve des-
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el miedo y el grito. Hay cambios que podemos hacer por nosotros mismos, que dependen de nuestras capacidades y de vencer nuestras resistencias y miedos. Pero hay cambios que solo los podemos dar sostenidos por la Gracia. Es decir, porque Dios nos ha llevado ahí, nos sostiene ahí. Para los primeros cambios se requiere generosidad y valentía. Para los segundos, mucha humildad y confianza. cripción Francisco da cuenta de qué -de quién- fue el que le hizo vencer sus miedos, sus resistencias iniciales; quién condujo y sustentó su cambio. La hondura y el fundamento de nuestros cambios la conocemos por los frutos que dejan en nosotros: “lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después de un poco de tiempo salí del mundo”. Francisco experimentó dentro de él un cambio que no podía venir de él. Algo que le hizo vencer sus miedos y repugnancias y llevarle a experimentar lo contrario. A partir de ese momentos su vida comenzó a regirse por un continuo dejarse hacer por este Dios “que el condujo” siempre.
Para el trabajo personal y en grupo ·¿Qué miedos has tenido que vencer para realizar cambios importantes en tu vida? ¿Cuáles son los miedos que identificas con más fuerza en este momento de tu vida? ¿Cómo te relacionas con ellos? ·¿Qué experiencias tienes de que la confianza venció tus miedos? Señala alguna experiencia concreta. ·¿Conoces alguno de estos cambios que solo puedes hacer sostenido por la Gracia? Lee y comenta Mt 14, 24-33 y el Testamento de Francisco.
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