LA ORDEN DE LOS DRAGONES
El camino se perdía en el horizonte. A los lados del camino, los campos de trigo estaban llenos de campesinos que miraban hacia la ciudad horrorizados. Los hombres, gritaban y maldecían; los niños más pequeños se echaban a llorar y algunas mujeres rezaban pidiendo que la ciudad se salvase. Sólo un hombre caminaba en dirección contraria a la ciudad. Vestía de rojo y negro y llevaba una capa con la capucha calada. Pero también él se detuvo, dio media vuelta y se quedó mirando la ciudad; Níval estaba ardiendo. El humo tapaba el sol y las llamas eran tan altas que se podían ver por encima de las murallas. El hombre se quitó la capucha. Un pelo rojo como el fuego cayó sobre sus hombros y sus ojos estaban repletos de lágrimas. Se quedó mirando hasta que Níval quedó consumida por las llamas. Entonces, pronunció unas palabras e hizo un gesto con la mano y el fuego se apagó.
El sol de verano inundaba la habitación. Me levanté y me acerqué a la ventana. Hacía tiempo que había amanecido y las calles de Níval estaban repletas de gente. Ese día yo cumplía dieciséis años y tenía que hacer la prueba que todo hombre y mujer del reino hacía a esa edad. En ese momento me acordé de las historias que me contaba mi madre antes de irme a dormir. Según las leyendas al principio, en el mundo vivían los dragones, grandes, sabios y poderosos. Luego llegaron los hombres y cuando vieron a los dragones envidiaron su poder para crear y controlar el fuego y a su vez, los dragones anhelaban la mortalidad de los hombres. Hombres y dragones decidieron hacer un trato: los dragones les dieron a los hombres el don del fuego y les
enseñaron a utilizarlo. Los hombres a su vez, deberían haberles concedido el don de la mortalidad, pero en vez de eso, cuando tuvieron el poder, exterminaron a todos los dragones. Después, los hombre más poderosos crearon la “Orden de los Dragones” y en su fortaleza enseñaban a utilizar el Don y gobernaban el reino. Pero con el tiempo, empezaron a nacer niños que no podían crear ni controlar el fuego, y cada vez eran menos los que nacían con el don, hasta que un niño lo tuviera se convirtió en algo raro. Parecía que los dragones estuvieran vengándose desde sus tumbas. Me separé de la ventana y empecé a vestirme, con las ropas de gala, para la prueba: unos pantalones negros, una camisa roja y una capa negra y escarlata. Esos eran los colores de la Orden de los Dragones: el rojo por el fuego y el negro por las cenizas. Mis padres estaban en el comedor. Yo me parecía mucho a mi padre y era pelirrojo como él. ¡Buena suerte!- me dijo mi padre. -No te preocupes, es una prueba muy sencilla. – trató de calmarme mi madre- Tus amigos están fuera esperándote – dijo al instante. -¡Gracias! Adiós padre, adiós madre – les abracé y me marché. Mis amigos estaban en la puerta y me acompañaron hasta el templo del Dios del Fuego, que había en cada ciudad desde que la Orden de los Dragones gobernaba. El templo estaba construido con piedra negra y tenía llamas pintadas en rojo. Entré en el templo. Allí me estaba esperando uno de los sacerdotes. -Sígueme. – empezó a andar- La prueba es muy simple. Consiste en meter la mano en un fuego creado con la magia. Si te quemas significa que no posees el don. Si pasas la prueba, te enviaremos a la fortaleza de la orden. Llegamos al sótano. Era una habitación circular con un gran fuego en el centro.
-Adelante, mete la mano en el fuego. Me acerqué al fuego y metí la mano dentro. Sentí su calor, pero no sentí dolor. El sacerdote pronunció unas palabras y el fuego se apagó. -En una hora vuelve al templo. Marcharemos hacia la fortaleza. Volví a casa a recoger mis cosas, me despedí de mis padres y mis amigos y regresé al templo. Poca gente sabía dónde se encontraba la fortaleza y pasamos varios meses viajando. Cuando llegamos, era invierno. El suelo estaba cubierto por una gruesa capa de nieve. Según nos acercábamos, vi la muralla exterior. Estaba construida con piedras negras como el carbón y por encima de ella sobresalían las torres que formaban un gran círculo. La capa de nieve que cubría el suelo iba desapareciendo a medida que nos aproximábamos a la fortaleza y al llegar al pie de la misma, se derretía nada más llegar al suelo. Me di cuenta de que las rocas no eran negras, estaban veteadas de rojo y parecía que la muralla estaba ardiendo. Cuando me bajé del caballo descubrí porqué la nieve se derretía. El suelo alrededor de la muralla estaba caliente, muy muy caliente. Nadie que no tuviera el don podría caminar durante mucho tiempo por ese suelo. El sacerdote que me acompañaba se bajó del caballo. -Aquí te enseñarán a utilizar tu don. Tendrás un maestro y unos pocos compañeros de tu edad. El sacerdote entró en la fortaleza y yo le seguí. -Tendrás que jurar lealtad a la orden. Delante de mí había un patio circular enorme y a su alrededor se alzaban las torres construidas con la misma piedra negra y roja de la muralla. Las torres, estaban adornadas con las calaveras y esqueletos de los antiguos dragones. En el patio se entrenaban algunos de los aprendices y en el medio del patio estaba el maestro.
- Buenos días señor. – El sacerdote hizo una reverencia – Este chico será tu nuevo alumno. Y con esas palabras empezó mi vida en la fortaleza. El maestro me guió hasta la torre más grande sin decir ni una palabra. En la habitación había dos camas. Sentado en una de ellas estaba un chico de mi edad y pelirrojo como yo. -¡Hola! – el chico se levantó de la cama y sonrió cálidamente – Tu serás el nuevo. Me llamo Erik y ya llevo unas semana aquí. – se acercó a mi y me estrechó la mano¿Cómo te llamas tú? - Yo soy Edren. - Me han ordenado que te explique cómo va esto, así que siéntate y escucha. En la orden hay tres niveles. Nosotros estamos en el primer nivel que son las personas que tienen el don. En el segundo nivel están los sacerdotes y arriba del todo están los hombres más poderosos de la orden, a ellos les llaman los Dragones. - Eso ya lo sabía, todos los niños del reino lo saben – Me enfadé, me estaba hablando como si fuera tonto. - Entonces ¿que quieres saber?. - Cómo funcionan los estudios aquí. - Eso es fácil. Para pasar de un nivel a otro tienes que pasar un examen delante de los Dragones. Para presentarte al examen puedes pasar estudiando el tiempo que quieras. -Y ¿cuántos somos? - Sólo somos cuatro contándote a ti. Tres chicos y una chica – me sonrió otra vez y me dijo- pero a ella ni te acerques, se llama Sara y es para mí – me dio un codazo.
Pasaron los años y me hice muy amigo de Eric. En un año ya habíamos pasado el examen de sacerdote y en tres años yo ya sabía crear, apagar, controlar y lanzar el fuego. Al cuarto año Eric y yo hicimos el examen para ser un Dragón y los dos lo pasamos. En cinco años los dos éramos unos de los mejores Dragones que había en la fortaleza. Pero no todo eran buenas noticias. Mientras estudiaba, había empezado una guerra. La gente normal se había cansado de que les gobernara la Orden y se habían revelado. Una de las ciudades que se había revelado era Níval y no sabía que les había pasado a mi familia y a mis amigos. Unos meses después llamaron a la puerta de mi habitación. Era de noche pero el amanecer no estaría lejos .Me levanté de la cama y abrí la puerta. Delante de mi estaba uno de los aprendices, me dio una carta, hizo una reverencia y se marchó. Cerré la puerta, leí la carta y la quemé pronunciando unas palabras. Me mandaban a acabar con la rebelión y para ello tenía que quemar Níval. En la carta también me recordaban que había jurado lealtad a la Orden. Cogí un papel y una pluma y escribí una nota. Escribí que desertaba y que nunca permitiría que quemaran Níval. La dejé sobre mi cama y me marché de la fortaleza. El primer grupo de rebeldes que me encontré me detuvo y me interrogaron. Vieron los colores de mi ropa y desconfiaron de mi, les dije que me había unido a ellos y les indique donde estaba la fortaleza de la Orden. Después de eso cada vez que pasaba por un campamento rebelde me vitoreaban y no tuve ninguna dificultad para llegar a Níval. Cuando llegué me dirigí a casa de mis padres. Mi padre había muerto, pero mi madre seguía viviendo allí. Me quedé a vivir con ella y me dediqué a vigilar cualquier intento de los Dragones de quemar Níval. A las dos semanas de llegar, Erik llamó a mi puerta. -¿Qué haces tú aquí? – le invité a pasar con un gesto- ¿Cómo has llegado?
- Cuando me enteré de que te habías ido me escapé en cuanto pude. – Se sentó en una silla. – Están muy enfadados contigo.- Se volvió a levantar y se puso detrás de mí – Amigo, no sabes lo que quieren hacer – acercó la boca a mi oreja, se notaba la tristeza en su voz- Tengo que contarte algo, tienen a Sara. Noté cómo el metal de un cuchillo se clavaba en mi espalda. Me alejé de él y caí al suelo. La sangre corría por mi espalda y sentía tanto dolor que me costaba pensar. Miré a mi amigo a los ojos. Estaba llorando. -¡Lo siento! Ellos tienen a Sara. No podía hacer nada. – consiguió decir entre sollozos. Empecé a ver borroso, en ese momento mi madre salió de su habitación. Comenzó a gritar y corrió hacia mi. Eric consiguió calmarse. Levantó los brazos y pronunció las palabras y en un segundo Níval se convirtió en un infierno. Eric se acercó a mí , mi madre estaba ardiendo y yo luchaba por mantenerme consciente. - Me vengaré de ellos por esto. Te lo prometo.- dijo mientras salía de la casa andando entre las llamas.
IBAN LLAMAS