Carlos Alberto Garzón Fortich «Tico»
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Cartagena de Indias, 18 de julio de 2007 «Terminé la campaña por la lepra cuando cumplí mi sueño de humanizar el tratamiento de los enfermos leprosos, al tratar de no recluirlos, al acabar el trato como parias y abolir la represión» Llegué a la hora acordada pues compartimos el respeto por la puntualidad. Me apeé del carro para entrar en la casa donde su hija María Margarita, de belleza radiante, me recibió con la amabilidad propia del caribeño. Rápidamente apareció la figura de ese gran hombre. Sentí una enorme emoción al estar allí frente a él, todo un honor y privilegio. La soleada tarde cartagenera se iluminó aún más con su sonrisa amable de hombre bueno y sabio. ¡Hola mi doctor Garzón qué placer tan grande conocerlo! ¿Tuvo buen almuerzo? Sí, doctor Garzón, gracias, almorcé una gran paella con el doctor Alfonso Navarro César. Nos dirigimos a la sala donde le entregué mi libro Historia de la Dermatología en Colombia , pues el ejemplar que le envié con algún colega nunca llegó a sus manos, y leí la dedicatoria «Para el ilustre doctor Carlos Alberto Garzón Fortich, gloria de la dermatoleprología colombiana, figura médica mundial, ejemplo para generaciones de galenos, un gran honor». Por aquellas cosas de la vida,
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Foto 1. Carlos Alberto Garzón. Tomada de Caring Physicians of the World
cuando el doctor Garzón lo abrió, lo hizo justamente en una de las páginas en donde aparece su fotografía y biografía. Me enseñó con humildad pero con satisfacción, el libro CARING Physicians of the World, donde le rinden homenaje como uno de los sesenta médicos más dedicados del mundo, honor casi inalcanzable para cualquiera, pues
escoger un solo médico de un país es algo muy grande (Foto 1). Es para él tan emocionante y satisfactorio como cuando recibió la Gran Cruz de Esculapio de la Federación Médica Colombiana, noche aquella en la que la alegría no lo dejó dormir, y la Gran Cruz de Damián en Brasil. Llegó su sonriente esposa Hereyda y conversamos sobre lo que casi siempre es tema obligado cuando se está por encima de la quinta década de la vida, sus achaques de salud y, por supuesto, los míos. ¿Dónde, cuándo nació y cuál es su entorno familiar? Llegué con el niño Dios, nací el 16 de diciembre de 1921 en San Marcos cuando era
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Departamento de Bolívar, que después pasó a ser de Córdoba y hoy corresponde al Departamento de Sucre. Es decir, usted es bolivarense, cordobés y sucreño. ¡Claro, mi ciudad ha sido disputada ampliamente, allá han nacido personas muy importantes! En toda esa linda tarde reinó en el ambiente el espíritu alegre de mi entrevistado, que permanentemente es manifiesto con su fino humor. El sobrenombre «Tico» viene de Carlos Alberto, aunque en el registro de bautismo lo hicieron como Alberto Carlos, ya en San Marcos lo corrigieron y quedé legalmente Carlos Alberto. Somos tres ticos en Cartagena, Garzón, Rodríguez y otro amigo. Mis padres fueron Alberto Garzón Beltrán y María América Fortich. La familia Beltrán es de Guatavita. Tengo un pariente que hizo y actualiza el árbol genealógico de la familia, es extraordinario y tan grande que al reducirlo no se logra ver nada de la cantidad que somos. Hay una parte interesante. Tenemos sacerdotes, obispo y arzobispo en la familia ¡increíble que haya tanto cura, parece que los hay por todos lados!, todos los años se reúnen en Chía. La familia de mi mamá es sucreña, de Sinú. Intervengo para contarle que mi primo Edgar Varela, hizo el árbol de nuestra familia y por aquellas curiosidades, cuando visité el Alcázar de Toledo en España me encontré con el óleo
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del primer español Varela, militar, que llegó a tierras colombianas. Somos cinco hermanos, Armando es abogado, trabajó en Paz de Río y vive en Medellín; Alba casada con el médico Fernando Espinosa, y Nancy que es la mamá del Almirante Bell, el Comandante de la Fuerza Naval en San Andrés, que fue también del Buque Gloria y va para Jefe de La Fuerza Naval Colombiana; la segunda de mis hermanas murió. Mi bisabuelo Germán fue médico así como mi abuelo, y mi papá inició estudios de medicina pero no concluyó aunque estuvo muy ligado al sector pues fue inclusive Secretario de Salud Municipal. ¿Dónde transcurrieron su infancia y juventud? Pasé mi infancia en Bogotá, estudié en el Colegio Antonio Nariño de Monseñor Bermúdez, en el mismo que estudió Luis Carlos Galán Sarmiento. Del grupo de ese colegio salieron ministros, vicepresidentes, presidentes y embajadores, un grupo muy selecto y de todo el país. Desde entonces comencé a viajar, soy un viajero tremendo, en cada ciudad encontraba un compañero. Yo recorrí toda Colombia en especial las capitales, pues sostengo que uno debe conocer primero el país para poder comparar y nosotros no tenemos nada que envidiarle a ninguno, los paisajes son fantásticos, se comparan pero no se envidian. Terminé el bachillerato en 1938,
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con una filosofía muy particular que era de no castigar, sino de aprender de los errores. Me enseñaron lo bueno y a evitar lo malo de modo que cuando la persona cometía alguna falta, le decían no debería hacer esto sino aquello, entonces no había miedo al castigo sino la búsqueda de lo bueno. Eso me enriqueció mucho, aprendí sobre la bondad y los sentimientos, muy importante para la profesión médica. Lamentablemente, la medicina actual acabó con todo eso. La linda relación médico-paciente se acabó, y no porque el médico no la quiera, sino que el sistema no se lo permite y el paciente es el perjudicado. El gobierno ha tenido mucho que ver; la salud en manos de particulares inclusive la salud pública, es muy triste. No tenemos ya ni ministerio de la salud, es lamentable desde el punto de vista humano. Hicimos un alto pues su gentil esposa nos ofreció diversos quesos y suculentos jamones, aceitunas frescas y frutas rojas, en cuanto el doctor Garzón sirvió un fino y aromático vino tinto francés de Le Piac D’or aclimatado a los 20º. Brindamos por el placer de conocernos. Le cuento de mi viaje por tierra desde Cali hasta Cartagena por bellísimos parajes. Que en Montería almorzamos con Adolfo Gómez Agámez y exclamó ¡Ah, Adolfo, que hombre tan inquieto,
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él me dedicó la tesis que hizo sobre lepra en México, le tengo gran aprecio, una autoridad! Luego en Sincelejo con Hugo Corrales Medrano ¡Es muy chistoso, un gran hombre, simpatiquísimo! Y con Mufith Salaiman ¡Ah, es muy buen hombre también, de las nuevas generaciones! Y que seguiré mi camino a Bucaramanga ¡Ah, allí vivió un gran amigo y colega el doctor Álvaro Sabogal, qué pesar que murió; con él hice los cursos en Belo Horizonte y después en São Paulo! Al referirse a los colegas cada frase del doctor Garzón es una fuente de cariño. ¿Cómo fueron sus años en la Facultad de Medicina en la Universidad Nacional? Desde niño soñé con ser médico y comencé la facultad en 1939. Recuerdo en anatomía al Profesor Cadena que tenía una serie de huesos inclusive de animales, los barajaba, nos los mostraba y uno tenía que decir el nombre y si era derecho o izquierdo, era tremendo; nosotros andábamos con huesos en los bolsillos para repasarlos con el tacto. Recuerdo también a los profesores el cardiólogo Bejarano, Valencia, al de histología el Profesor Pava y al Profesor Calixto Torres Umaña que enseñaba pediatría. Rememoro anécdotas que ocurrieron con mi compañero Fandiño, un estudioso incansable. Un día el doctor Torres nos dijo: «yo le digo a todos mis alumnos que estudien,
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pero a usted Fandiño, le digo que no estudie tanto pues no le queda tiempo para aprender». Otro día, teníamos un examen de bacteriología, el profesor era el doctor José María Almanza, el aseador pasó y nos dijo las respuestas del examen. Fandiño se enteró y nos dijo que no quería saber nada de esas repuestas y que eso era un muy mal proceder humano; a él lo rajaron y los otros sacamos 4 y 5. Se fue entonces donde el Profesor Jorge Cavelier a decirle que nosotros le habíamos pagado al aseador por las respuestas. Al día siguiente, tres de nosotros nos fuimos tras él y le increpamos el habernos lamboneado y como estábamos cerca de una pila de agua lo empujamos y cayó dentro. Nos arrepentimos mucho pues estaba con su único vestido, y aún así nunca nos delató cuando fue interrogado por el profesor jefe. Después de graduarnos, Fandiño se fue al Amazonas, guardó el título y se dedicó a la medicina naturista siendo denunciado como empírico por un antiguo médico de la región; le tocó desempolvar el diploma de la Universidad Nacional y mostrarlo en el consultorio, y desde ese momento se le acabó la clientela. En aquel entonces íbamos a la facultad con saco y corbata, muy elegantemente vestidos, en especial a las clases de histología, y de farmacología y farmacodinamia donde el viejo Profesor Alfredo
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Luque retiraba de la clase a quien no fuera bien afeitado, él era el revisor y corrector de las fórmulas en el Hospital San Juan de Dios. La experiencia a su lado me sirvió para dedicarme en alguna época a la farmacia y fui profesor de esa cátedra en la Universidad de Cartagena. Él me obligó a aprender ese arte de la formulación magistral, de la droga preparada, la droga blanca. Algo similar me pasó con parasitología donde el profesor me rajó injustamente y me obligó a estudiar mucho ese tema, entonces aprendí bastante y me hice muy fuerte en esa materia, casi obligado. ¿Cómo fue su encuentro con el ejercicio de la medicina? Cuando terminé medicina el 2 de diciembre de 1944, fui a mi natal San Marcos donde ejercía mi tío Rafael Fortich que tenía mucha clientela y quería compartirla conmigo. Nos llamaron para un parto, veinte minutos a caballo, llegamos a una choza sin medios asépticos, sin sábanas, sin agua para lavar las manos, sin guantes, las luces eran velas, fue una cosa tremenda, tuve que amarrar el cordón umbilical con unas tiras de hilo que llevaba. Imagínese viniendo de Bogotá enfrentar ese panorama, agradecí a mi tío y le dije: «lo pensaré para volver por acá». ¿Cómo y cuándo aprendió a «caminar en tubo» y cuál fue su participación en política? En el campamento petrolero número dos de la compañía
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ANDIA de Puerto Wilches en el Magdalena, mi amigo el doctor Naar peleó con el jefe de campo apodado «cow boy» por su costumbre de lanzar monedas al aire y dispararles, era el mandamás allí, de modo que el médico se sentía como un pendejo a su lado, no aguantó eso y renunció, y me llamó para reemplazarlo. Para llegar hasta el campamento cogía el tren hasta el km 3, seguían 6 km en caballo y el último del recorrido por sobre pantanos lo hacía «caminando en tubo», es decir, caminando sobre los tubos del oleoducto, por eso aprendí. Fue una vivencia simpática. Los micos bajaban a comer con uno, en la noche prendíamos candela para alejar a las culebras y hacíamos canales alrededor de las carpas para protegernos de las fieras cuyos rugidos oíamos temerosos. Nos ordenaron desde Cartagena inyectarnos vitamina B y observamos que los insectos nos picaban menos, así aprendí el efecto repelente de ella. Estuve allí poco tiempo. Un tío quería que yo estudiara además abogacía lo que no acepté, pero él era político y pretendió que yo incursionara en ese campo, y aunque no me ha llamado la atención acepté y fui cabeza de lista del doctor Carlos Lleras a la Asamblea Departamental, con la única condición de no hacer campaña fuera de Cartagena para ver cuántos votos ponía Lleras sólo en Cartagena con
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mi nombre. Faltaron tres votos para ser elegido y un tipo me ofreció hacer algo para arreglar los votos lo que no acepté. Eso es corrupción; aquí hay un alcalde que le llamamos el alcalde veinte, pues se quedaba con 20% de todos los contratos. De su inclinación por la dermatología y la leprología Cuando el doctor Garzón hizo el curso de dermatología en la facultad con el gran Gonzalo Reyes García, lo llevaron al Sanatorio de Agua de Dios, llegó como todos, con el temor al contagio, vivió la deprimente situación de los enfermos sumidos en el abandono, y como profetizando le dijo a una monja que permanecía a su lado: «yo volveré aquí para colaborar y ver cómo ayudamos a mejorar esta situación». Era la época del aceite de chalmugra; sintió el estímulo y entusiasmo por tratar de ayudar a esas personas y así, más adelante, se dedicó a hacer el tratamiento de la lepra desde el punto de vista físico, emocional y social. A quitar el miedo que se le tenía a la enfermedad. Como los enfermos no concurrían a los consultorios por el temor a ser enviados al lazareto y muchos eran lepromatosos, la estrecha convivencia empeoraba la situación. Se perdía el contacto inicial, no había estudios de casos y contagios ni campañas efec-
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tivas. Entonces comenzó a hacer estudios de convivientes, a registrar los lepromatosos, a hacer visitas domiciliarias y pruebas de Mitsuda a los convivientes para observar la resistencia e iniciar los tratamientos necesarios en procura de cortar el proceso de contagio. Hicimos otro alto en la charla, pues regresó doña Hereyda con más delicias para degustar ¡Ya me habían advertido que son ustedes anfitriones fantásticos! Hice algunas fotos y filmaciones, no sin antes esperar a que doña Hereyda en su elegancia característica, hiciera un retoque a sus labios. Me enseñó el nicho en el solar con un precioso busto de María Auxiliadora, expresando que uno le dedica mucho tiempo a la gente, al mundo y por eso es bueno también dedicarle tiempo a Dios. Subió a su recámara para rezar el rosario de las tres y media de la tarde, como todos los días por su educación salesiana, «a veces Carlos Alberto me acompaña a rezarlo pero en el primer misterio ya se ha dormido». El doctor Garzón ríe preciosamente y sus ojos irradian el profundo amor por su esposa. Cuénteme doctor Garzón, de su trajinar por los lazaretos ¿qué recuerdos vienen a su mente? Pasaron los años y me palanquié un puesto en un lazareto. Mi pariente Manuel Beltrán muy amigo del ministro me dijo: Tico, te conseguí un
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puesto de cuarto enfermero del dispensario dermatológico de Bucaramanga con funciones en Bogotá, y mi labor sería la de visitar las casas de padres sustitutos donde estaban los niños sanos hijos de padres leprosos a quienes les pagaban, pero muchas veces se quedaban con el dinero y no cuidaban bien de los infantes. Había que denunciarlos. Un mes después pasé del cargo de enfermero al de Médico Auxiliar del Lazareto de Contratación en Santander. Llegaba hasta allí a caballo y en época de lluvias, como se resbalaban, lo hacía a lomo de mulo. Tuve muy buena amistad con todo el mundo; fue una época muy bonita, corría el año 1945. Hacíamos muchas traqueotomías, doce o trece en un enfermo, comprábamos cánulas por millares, pero con el advenimiento de las sulfonas tuvimos que botar muchas cajas con cánulas. Ese fue el primer efecto benéfico de esa droga, que aunque después tuvo el problema de la intolerancia, el mismo fue resuelto con la modificación de sus radicales y la adaptación de los pacientes. Allí, en Contratación, el oculista Pacho Cacerta, que ejerció después en Barranquilla, pidió unos libros y unos equipos pero llegaron cuando ya se había ido. Me puse a revisarlos y como tuve una formación integral en la facultad, le escribí a otro pariente que me consiguió un entrenamiento en las clínicas oftalmológicas en Bogotá,
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de modo que me dediqué un tiempo a los ojos; la vida me ha ido llevando por circunstancias favorables. Cuando me nombraron enfermero del dispensario me pagaban $400 mensuales; el Profesor Cavelier me abrió una plaza en el Hospital La Samaritana con ropa limpia, vestidos, buena comida y me ofreció $300. Con temor le dije que me iba para Agua de Dios. Me gritó, me insultó, me dijo: «Desagradecido. ¡Cómo es posible que le damos aquí todos los derechos y se va por ganarse $100 más!» Le respondí, así es la vida, pero eso es lo que me gusta. Nos peleamos, no entendía cómo por $100 miserables pesos de más me iba para allá. De todas formas hicimos las paces, me había ayudado mucho, le estaba muy agradecido y no volvimos a hablar del asunto. Regresé a Cartagena y de allí a Caño de Loro, íbamos en lancha, vivía en la casa médica separada por una pared de la zona de los enfermos y custodiada por policías. Hice un trabajo con el doctor Muñoz Rivas sobre la posibilidad que la garrapata o el mosquito trasmitieran la lepra. Me llevé unas jaulas, les poníamos los insectos a los enfermos y luego de unos días los observábamos con el microscopio; algunas veces encontramos bacilos ácido alcohol resistentes (baar)
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en las heces; nunca fuimos capaces de hacer picar a personas sanas, no tuvimos el coraje, no sabíamos si eran bacilos de lepra y se pudieran contagiar. Foto 2. Hugo Corrales Lugo
Doctor Garzón ¿es Caño de Loro o Caño del Oro? Siempre encontré
una discusión al respecto, para mí es Caño del Oro, aunque hay anécdotas de que allí había muchos loros, yo nunca los vi en la isla. Había sí muchos terrenos calcáreos de modo que podría haber minas de oro y de allí el nombre, pero sigue la falta de claridad, de cualquier forma cuando se pronuncia rápidamente se oye igual*. Estuve en Caño de Loro un año y medio como director y tuve como asistente y compañero de trabajo a un tipo muy inteligente, Hugo Corrales Lugo (Foto 2), al que nombramos con sueldo de investigador luego de elaborado el presupuesto. Hicimos trabajos de investigación, de autoinoculación de sangre en búsqueda de mejoría, y aunque no vimos resultados positivos, llevé el trabajo a Guadalajara. Pero todo fue pensamiento de Hugo, era sumamente inteligente, acucioso, * Sobre este punto véase: Obregón-Torres D. Batallas contra la lepra: estado, medicina y ciencia en Colombia. pp 76 y ss. Medellín: Banco de la República y Fondo Editorial Universidad EAFIT; 2002. 422 pp. [Nota de Pablo Barreto, MD].
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tenía una facilidad de lectura rápida extraordinaria, y creo que no he conocido otra persona con una capacidad de memorizar lo que leía con tanta rapidez como él, era capaz de repetir con total exactitud largos textos que había leído quince días atrás, era una facultad única. Eso sí, era muy tímido, casi no hablaba y algo retraído. Un día lo invité a Bogotá y nos fuimos con el Profesor Cavelier a Agua de Dios; de regreso Hugo se tomó unos tragos y comenzó a preguntarle al profesor un mundo de cosas sobre botánica y otros temas al punto que Cavelier exclamó: ¡Ah, no es mudo, éste con tragos, sí habla! El traslado de los enfermos desde el Lazareto de Caño de Loro y el posterior bombardeo Como Caño de Loro quedaba en la isla de Tierrabomba frente a la Bahía de Cartagena, el doctor Garzón fue uno de los más activos insinuantes para trasladar el lazareto. No había agua potable, ésta se tenía que llevar en lanchas desde el continente y la conservaban en tanques y albercas. Las condiciones de vida eran lamentables para los enfermos. También pensó que tener un leprosario a la entrada de Cartagena haría que las personas no quisieran ir a la ciudad. El estigma era muy grande. Se puso como meta el traslado de los enfermos y luego de exponer sus puntos de vista logró del
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Gobierno Nacional la aprobación del traslado y fue enviado por el Gobierno a Carville en Louisiana para ver la organización norteamericana de los lazaretos. Se construyó entonces en Agua de Dios el Pabellón Ospina Pérez a semejanza de los de Carville, muy moderno para la época y con el piso en baldosa. Al hablar sobre el traslado con los enfermos nacidos en el litoral atlántico encontró rechazo. Muchos adujeron que extrañarían hasta la comida costeña, pero el doctor Garzón ofreció llevarla. Luego de convencerlos que las condiciones de vida serían mejores, vino el problema de qué medio utilizar para el traslado y se decidió que lo mejor sería la vía aérea. Pero ¿alguien se atrevería a montarse en un avión en el que hubiesen trasladado enfermos de lepra? Por supuesto que no. El doctor Garzón consiguió permiso para camuflar los aviones, borrarles el nombre de la empresa aérea y así salvaguardar el prestigio de la misma. El traslado se hizo de manera estrictamente sincronizada. Los enfermos fueron trasladados en lancha desde el lazareto hasta la cabecera del aeropuerto donde los subían directamente a las naves. Así, luego de acomodados los cuatrocientos cincuenta enfermos, los aviones decolaron hacia Bogotá y desde allí los llevaron a Flandes correspondiéndoles inaugurar con su paso el nuevo Puente de Girardot.
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El doctor Garzón llegó cual guerrero victorioso con sus enfermos a Agua de Dios, y como todos eran católicos les consiguió un sacerdote para darles la bienvenida. Celebraron con un almuerzo con bollo de yuca, butifarra, carimañolas y demás comidas típicas que el doctor Garzón les llevó. Su alegría fue infinita y vibró al contármelo. Lograr sacar los enfermos de unas chozas en tierra para vivir en un lugar limpio, nuevo, impecable, fue algo extraordinario. Pero el ser humano es muy particular; dos meses después no había ningún enfermo de origen costeño de los trasladados. Se escaparon para regresar a sus chozas de tierra, malsanas, malolientes, sucias y sin agua, e inclusive muchos no regresaron a Cartagena sino que se quedaron viviendo en muy malas condiciones fuera del Pabellón Ospina Pérez y vendieron, sin consentimiento oficial, claro está, los derechos a permanecer en él a enfermos antioqueños, caldenses y cundinamarqueses que fueron más vivos y que por iniciativa propia querían estar allí recluidos para hacer sus tratamientos. No sirvió con ese grupo la buena intención, inclusive les habían comprado a buen precio los terrenos en Tierra Bomba, quizás también sea que la idiosincrasia muchas veces predomina sobre la razón y la lógica. Por aquel entonces, años de la segunda postguerra mundial, algunos pensaban que la Base
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Naval de Cartagena debía ser retirada de la ciudad, pues ante un eventual ataque ésta sufriría y concluyeron que una buena opción era ubicarla en Tierra Bomba. Coincidentemente como el Gobierno busFoto 3. Iglesia (anó- caba un lugar donde probar nimo). Cortesía del Arquitecto Jorge la efectividad de la fuerza aérea, decidió que Caño de Loro Sandoval Duque era el sitio ideal y la prueba sería bombardear el lazareto con lo que además se daría la impresión que el bacilo quedaría totalmente destruido, y el terreno libre de enfermedad. La flota fue advertida de no bombardear lo que estuviera marcado con equis rojas en los mapas, que correspondía a la iglesia y a los tanques de almacenamiento de agua. Pero por esas cosas inexplicables, fueron esos justamente puntos de impacto aunque la deficiente puntería permitió que se salvara la iglesia (Foto 3). Los enfermos y familiares regresaron y recuperaron cosas que trasladaron en lanchas y vendieron en la ciudad. Así, muchas de las puertas, ventanas, arcos, ladrillos y otros elementos utilizados para construir algunas casas que se ven actualmente en Cartagena, son la única herencia de aquel lazareto. El doctor Garzón asegura que el arrasamiento de Caño de Loro más que por la fuerza aérea, fue por los propios enfermos en 1951.
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¿Cuál fue su labor como Director en Agua de Dios? El Gobierno Nacional determinó nombrarme Director de Agua de Dios. Los enfermos de lepra recibían del estado un subsidio que llamábamos la ración, pero como muchas veces se demoraba en llegar, observé que unos agiotistas le compraban la ración a los enfermos, es decir, les hacían préstamos con altos intereses. Eran personas sanas que también vivían allí y se aprovecharon del dinero. Eso se convirtió en una renta y comenzó mi dolor de cabeza, pues me propuse retirar del sanatorio a las personas sanas. Fue difícil porque en su mayoría no eran familiares de enfermos sino parientes o particulares que querían sacar ventaja de la situación; eran más que los enfermos. Levanté una estadística, expuse la situación en Bogotá y me autorizaron el retiro de esas personas. Lograrlo parecía utópico, deberíamos usar la fuerza pública. Una mañana me encontraba en la oficina en compañía de la esposa del amigo Ernesto Calvo y se presentó un amotinamiento en contra del Director, pero fui salvado por los propios enfermos incluyendo policías. Durante el año siguiente hasta mi retiro del cargo logré sacar a casi todos los que no tenían porqué estar allí. La ración era entonces un arma de doble filo. Muchos de los enfermos de lepra enseñaron a sus hijos sanos a fingir no sentir dolor en ciertas zonas de la
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piel, y cuando estaban debidamente entrenados les aplicaban su moco contaminado en la nariz, y los llevaban a hacerles el examen que al salir el resultado positivo, significaba una ración más por cada hijo y claro está, el infante se ganaba el tratamiento antileproso. No imaginé que alguien pudiera hacer eso, pero así fue, es un asunto que nunca podré olvidar, finalmente lo descubrimos. He sido enemigo de la ración pues desvirtúa el objeto de su esencia y contribuye a aumentar la enfermedad. Creo que la ración sigue. El ambiente se matizó románticamente al toque de un antiguo y precioso reloj de campanario que marcó las 4 de la tarde. El Profesor Cavelier tuvo la idea de la medicatura rural con el objeto de llevar la medicina a los lugares apartados de las grandes ciudades. En un café en Bogotá me encontré con cuatro médicos cartageneros que no tenían plaza para rural, y le comenté a Cavelier la idea de ofrecerles las plazas en Agua de Dios y con un buen sueldo, $1,600 mensuales. Les hicimos el ofrecimiento, aceptaron y fue una de las mejores épocas del lazareto. Ellos entregaron todo con amor e hicieron una medicina humanitaria. Los fines de semana cuando salíamos a tomarnos algún trago siempre uno quedaba de turno.
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Arnold Puello Benedetti encontró allá un equipo de radiología de un médico que ya se iba y se lo enseñó a manejar, y después de especializarse en Estados Unidos se convirtió en el radiólogo más prestigioso en Cartagena. También estuvieron los doctores Rodríguez y Lucho Herrera. Con ellos, cambiamos el estilo de examen, empezamos a tocar a los enfermos y a hacer correrías a caballo. Un día estábamos jugando boliche en una población cercana y fuimos avisados de un paciente con una obstrucción intestinal; lo operamos, le hicimos un cierre termino-terminal y se salvó, eso nos trajo fama ¡los médicos están salvando gente! y el cariño de la población se despertó. Tuvimos una visión diferente, una orientación distinta entre médico y enfermo pues estábamos convencidos que la lepra necesitaba una predisposición hereditaria para contagiarse, además de un contacto íntimo y prolongado con pacientes bacilíferos. Cuando fui Director de la Campaña de Lepra, ese pensamiento me llevó a hablar en un congreso en Brasil sobre la no contagiosidad de la lepra y a contratar a tres grandes estudiosos de la enfermedad como Souza Lima y Souza Campo, que nos hicieron enseñanza práctica y un aporte formidable. En esa época logré hacer cambiar el nombre de dispensario antileproso por el de dispensario
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dermatológico, con lo que los enfermos comenzaron a llegar sin temor para un diagnóstico temprano y los sanos a no sentir temor al contagio. Los médicos se especializaron en lepra en los propios dispensarios, haciendo de la especialidad algo productivo y los pacientes quedaron contentos porque se les tocó, se les trató bien, como merecían, como gente. Esas son dos cosas que no se me olvidan del beneficio de una campaña. Ese pensamiento lo compartí con el Profesor Fernando Latapí y nos llevó a ser muy amigos. Los niños al nacer de madres leprosas eran retirados inmediatamente de su lado. Éstas podían verlos sólo a través de un vidrio y eran entregados a madres sustitutas sanas y regresaban a vivir en los lazaretos a los diez y siete años de edad. Hicimos un estudio y observamos que esos muchachos se contagiaban más que los que habían permanecido al lado de sus padres enfermos, claro, no desarrollaban inmunidad específica de modo que no se justificaban los asilos, lo mejor era que vivieran con sus padres pero con estrecha vigilancia. Me propuse la labor de acabar con los asilos. Ese estudio, cuando fui Jefe de la Campaña, motivó a los brasileños a venir para mirar cómo era eso.
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Después de ser director pasé a la Subdirección de la Campaña Nacional Antileprosa que figuraba dentro de la Campaña Antimalárica. Aprovechábamos las salidas para combatir el Anopheles de la malaria. Era un equipo multidisciplinario que sirvió mucho. Las visitadoras iban hasta los enfermos, les hacían Mitsuda y se iniciaba tratamiento a los que no tenían resistencia con lo que disminuyó el índice de contagiosidad. Al tener en cuenta que sólo el lepromatoso es contagiante, era al que más se le prestaba atención. Como el Jefe de la Campaña se enfermó, me nombraron en su reemplazo y fui enviado a Brasil, a Belo Horizonte, al Congreso Mundial de Lepra por invitación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), donde presenté el programa «Necesidad de un mayor apoyo a los dispensarios dermatológicos» como base para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades de la piel, tesis compartida por los profesores Latapí de México, Abulafia de Argentina y Azulay de Brasil, y aprobada como una de las conclusiones del Congreso. De modo, doctor Varela, que lo más satisfactorio de la Campaña fue: abolir el aislamiento de los recién nacidos, cambiar el nombre de dispensario antileproso e instituir el de dispensario dermatológico, intensificar la campaña antileprosa en dispensarios para así acabar con los hospita-
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les reclusorios «hospitales de los caídos» que pasaron a ser hospitales generales, donde se hospitalizaban sólo los casos muy graves; así se acabó la reclusión. Di por terminada mi campaña al lograr algo que siempre había soñado cual fue humanizar el tratamiento del enfermo leproso, tratar de no recluirlo y acabar el trato como parias y en consecuencia la represión. Cumplida mi labor regresé a Cartagena. De Agua de Dios a Estados Unidos De nuevo en la Heroica, un pariente radicado en Nueva York le comentó al doctor Garzón que el Hospital for Joint Diseases dedicado a la rehabilitación y fisioterapia, necesitaba suplir una vacante pues el asignado se marchó a Israel. Aceptó y se fue a atender enfermos con poliomielitis. Sus conocimientos de inglés eran los del colegio y aprendió muy bien a la fuerza francés, pues había allá un belga que le decía que si hablaba español le tocaría pagar la carne. En el entrenamiento en rehabilitación había una enfermera francesa, muy seria con quien hizo gran amistad y le sirvió de traductora; estudiaban todas las noches en la biblioteca hasta las dos de la mañana. Cuando comenzó el entrenamiento todos le corregían su regular inglés, hasta que luego de algunos meses le dijeron que ya
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hablaba muy bien y lo invitaron a ver una película «el ladrón» y le pagaron la entrada; en ella el actor hacia papel de mudo y no se pronunció palabra alguna en toda la cinta; al terminar fue objeto de cariñosa burla a la que debió responder que entendió todo pues los gestos eran en español. Permaneció dos años en ese hospital. Por esos días llegó el primer equipo de ultrasonido al hospital y de inmediato decidió que traería uno a Colombia. Se puso al lado del médico alemán que lo manejaba y aunque era muy egoísta, trató de aprenderle al máximo. Un día llegó una señora con diagnóstico de artritis reumática e intenso dolor en el hombro y el alemán le ordenó al doctor Garzón hacerle un ultrasonido. El lunes siguiente el doctor Garzón fue llamado a la dirección del hospital donde estaban los profesores de los diversos servicios y le dijeron ¿usted sabe qué le hizo a esa paciente? Respondió que le había colocado el aparato de ultrasonido. Le dijeron, pues usted quemó a esa señora; está llena de ampollas. Entre los asistentes estaba la doctora Wolf, famosa dermatóloga. El doctor Garzón rápidamente hizo el raciocinio, se rió y les dijo que no era posible haberla quemado, que el error debía estar en el diagnóstico inicial, que no debía ser una artritis sino una varicela zoster que inició con neuritis y en el momento estaba con la erupción vesículo-ampollosa, y que esa
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era entonces la evolución natural. La doctora Wolf quedó sorprendida y le preguntó porque él sabía de dermatología y tuvo que explicarle el carácter integral de los programas de medicina en la Universidad Nacional. Inmediatamente la doctora Wolf le dijo «lo necesito conmigo» y le dieron una beca de $US400 mensuales en el Servicio de Medicina Interna de la Universidad de Columbia, donde era catedrática la doctora Wolf de la que llegó a ser además de residente en el hospital y en su consulta privada, su asistente personal. Regresó entonces en 1953 a ejercer en Cartagena como el primer dermatólogo graduado. Al poco tiempo tuvo la oportunidad de tratar a dos pacientes con esporotricosis y le ofrecieron hacer cursos de dermatología en Puerto Rico y Brasil. Escogió Belo Horizonte pues allá estaban los amigos Souza Campo y Souza Lima. Viajó con otros tres colombianos y recuerda que el profesor jefe los presentó ante los brasileños y residentes de otros países así: «tenemos el agrado de tener a cuatro colombianos entre nosotros, esperamos que sigan la tradición de sacar los primeros puestos entre la promoción», y en efecto, así lo hicieron. En Belo Horizonte vivían en un hotel propiedad del Presidente de Brasil Juscelino Kubitschek
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(1956-1961). Un día se encontraron con él en el comedor, le cayeron en gracia, los invitó a la mesa, les contó el desarrollo de su proyecto de construcción de Brasilia la que se oficializó como capital del país en 1960 y les propuso comprar terrenos allá. Permaneció en Belo Horizonte dos años y medio y fue una de las etapas más interesantes de su vida. Los fines de semana con sus coterráneos disfrutaba del Hotel Olinda, de las playas y de las cariocas en Rio de Janeiro. Regresó nuevamente a Cartagena en 1958. Atrás, en un pasado brillante había quedado la lepra. Iniciaría su ejercicio como dermatólogo y con los conocimientos adquiridos en el Hospital for Joint Diseases, organizó un local en el centro de la ciudad y creó una institución para terapia y rehabilitación física con diez y siete cubículos, a donde llegaron las primeras fisioterapeutas graduadas en Bogotá, y donde contó con la colaboración permanente de su esposa, trabajando desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche como dermatólogo, pediatra y terapeuta. La dermatitis alérgica como fuente de amor ¿Cómo conoció a su esposa? Corría el año 1958; un buen día de trabajo en el consultorio, me llamaron para atender a una jovencita muy consentida por su padre, tratada por muchos médicos pues sufría de una alergia. Hice el domicilio,
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Foto 4. Matrimonio en 1959
me recibió el papá y vi en la sala un cuadro de una hermosa joven, le pregunté al señor ¿quién es ella? Me dijo es mi hija, la paciente, ya se la mando a traer. En efecto, la jovencita tenía una alergia, la atendí, pero por cierto nunca la curé. Esa bella joven cuyo nombre di-
cen que lo soñó su papá es Hereyda González, mi esposa, que me ha acompañado felizmente por ya cerca de cincuenta años. Yo no le gusté, le parecí muy flaco, pero a mí sí me gustó mucho. Ella tenía un pariente, por cierto con alergia al sudor de los caballos, que vivía en Carmen de Bolívar, y pensó que yo podría ser un buen partido, de modo que comenzó a organizar las relaciones amorosas invitándonos a sancochos en su finca. Poco a poco nos enamoramos y nos casamos en 1959 (Foto 4). La noche de bodas la pasamos aquí en Cartagena en el Hotel Caribe y al día siguiente tomamos el avión en Barranquilla que nos llevaría a Europa. Unos amigos nos ofrecieron llevarnos hasta el aeropuerto, pero por lo trasnochados que estaban llegaron tarde. Eran otras épocas, el avión de KLM nos esperó; tendieron una alfombra roja en la escalerilla para el paso de los nuevos esposos y al ingresar al avión nos recibieron con una réplica del pastel del ma-
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trimonio, champaña y aplausos; fue inolvidable y emocionante, parecíamos los dueños del avión. Nuestra luna de miel se inició en Lisboa, donde alquilamos un carro, y recorrimos varios países; recuerdo especialmente Grecia, y en Italia la Gruta Azul y la Isla de Capri. El viaje duró tres meses hasta que Hereyda sintió «papitis» y regresamos ya en embarazo de nuestro primogénito. El día que llegamos a Cartagena, nos recibieron con una gran bandera y un agasajo en la casa del señor Guerrero, de allí a la de mis padres en Manga y luego a la de mi señora. Las cinco décadas de feliz matrimonio y la formación de su familia Interviene Hereyda para hablar de su padre con viva alegría y lo describe como un gran hombre, trabajador, ganadero, jocoso, bailador, muy alegre y respetuoso al punto que siempre llamó a Tico, doctor Garzón. Dice además que a ella siempre la han tratado en toda parte como a una princesa sin serlo. Que los años vividos con el doctor Garzón han sido simplemente bellos, y en verdad, da gusto ver el amoroso trato de esta linda pareja. Recuerda que el primer día que el doctor Garzón se vistió para ir a trabajar, ella no podía entender ni concebirlo de modo que le dijo «si usted se va, yo me voy con usted a traba-
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Foto 5. Hereyda y Carlos Alberto
jar, no me puedo quedar aquí sola», así lo hizo, y durante muchísimos años todos los días. El doctor Garzón acota «cuando uno se va a casar tiene que brindarle a la niña lo mismo o mejor que lo que tiene en su casa» (Foto 5). Las alergias de Hereyda siempre le han preocupado al doctor Garzón. En una ocasión al salir del salón de belleza bebió un vaso con agua y se dirigieron al aeropuerto de Barranquilla para tomar un avión a Estados Unidos; en el trayecto presentó severa reacción alérgica con gran dificultad respiratoria que obligó a ser internada de urgencia. En el vaso en que bebió el agua, habían disuelto una tableta de Alka Seltzer y reaccionó al ácido salicílico. Después ha hecho alergias a diversos analgésicos. Por ello cuando le hicieron una cirugía, el doctor Garzón hizo varios letreros que decían «alérgica a todo analgésico» los puso en la puerta de la habitación, en la cabecera de la cama y en todo lugar visible,
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inclusive le marcó con tinta indeleble las plantas de los pies con el anuncio «alérgica». Como es habitual en el Corralito de Piedra, a pesar del calor y el sol, comienza súbitamente la lluvia, y Hereyda da instrucciones a la empleada doméstica que estaba planchando para no irse a mojar advirtiéndole: «!te puedes torcer!» Doctor Garzón, hablemos de sus hijos y nietos ¿qué hacen? Respondió con alegría y orgullo. Tenemos tres hijos, el mayor es Carlos Alberto, médico, que no es porque sea mi hijo pero es muy bueno, tuvo la suerte de trabajar en el Hospital Militar en Bogotá y estudió Ortopedia también en el Hospital for Joint Diseases. María Margarita que es hermosa se parece con su amiga Susana Caldas la reina nacional de belleza; estudió estética en España y al regresar le adecuamos una clínica con tecnología de punta; está muy bien posicionada en la ciudad, es muy científica, fue la que lo recibió en la puerta. Y el menor es Álvaro Eduardo, que vivió en Estados Unidos y ahora atiende aquí sus negocios (Foto 6). Su rostro se ilumina aún más al hablar de sus nietos. Tenemos cinco nietos, son muy inteligentes, se lo compran a uno a besos. Alberto tiene hombre y mujer, el mayor es un artista,
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Foto 6. María Margarita, Carlos Alberto, Doctor Garzón, Hereyda y Álvaro Eduardo
tiene seis años, ahora mismo hace una propaganda de Frutiño y además toca piano, y la niña toca violín. María Margarita tiene tres hijas, la mayor es Andrea de veintiún años, la segunda es Sara que
está terminando el colegio y tiene diez y siete y la pequeña Marieta de diez. Quiero mucho a mis nietos, disfruto cuando están aquí; mi mujer dice que soy muy alcahueta con ellos, pero los nietos requieren de mucho afecto; yo les mantengo sus dulces y sus frutas. Desde pequeños cuando esto era lleno de triciclos y juguetes, me divertía mucho verlos jugar en la terraza y en las navidades porque llenamos la casa de bombillos de colores y de adornos. Cuando están aquí, esta casa que es muy grande está llena. ¿Le ha dejado tiempo el trabajo para otras actividades? Claro que sí. A parte de la medicina, fui jugador de fútbol cuando estudié en el Colegio Nariño y jugué en el Santa Fe que se organizó en esa época. Después básquetbol y ya mayor jugué golf. Siempre me ha gustado leer y el libro preferido es Don Quijote de la Mancha, pero mi hobby es viajar. He recorrido muchos lugares
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y lo disfruto al máximo. Además, me encuentro siempre con amigos; recuerdo que en el bachillerato hice buena amistad con Eduardo Santos Castillo los dueños de El Tiempo. En una ocasión cogimos el carro y nos fuimos a recorrer Colombia; muchas veces me quedaba a dormir en su casa, fuimos muy de la familia. Resulta que Hernando Santos, tío de Eduardo, tenía una finca a donde íbamos a pasear y uno de los gustos era coger los bombillos a piedra para ver quién tumbaba más. Una vez en un congreso de pediatría en Estados Unidos me fui con un amigo a visitar al doctor Santos que estaba en el Hotel Drake, cuando me vio me dijo «¡con que tú eres el carajito que nos rompía los bombillos!» Doctor Garzón Fortich, su currículo es simplemente extraordinario, además de lo que ya hemos hablado fue usted dermatólogo en el Hospital Naval y en el Seguro Social desde su creación, Profesor de Bioestadística de la Universidad Femenina de Cartagena, Profesor de Farmacología y Farmacodinamia en la Facultad de Farmacia de Cartagena, Jefe de Dermatología en el Hospital Santa Clara, Profesor Asistente en el Programa HOPE, Director de la Campaña UNICEF en Bolívar. Director de la Comisión Primera Sanitaria de Bolívar, Jefe del Servicio Seccional de Salud de Bolívar, Presidente de la Liga Contra El Cáncer en Bolívar, Presidente del
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Club de Leones de Cartagena, Gobernador Leonístico y Consejero Internacional, y Miembro Honorario de la Academia de Medicina de Cartagena y de muchas sociedades científicas. Además tiene el honor de portar las Condecoraciones Gran Cruz de Esculapio de la Federación Médica Colombiana, Gran Cruz de DAMIÁN de Brasil, Gran Cruz «Jorge Bejarano» de Colombia, Cruz Confraternización Leonística Hemisférica y el Escudo de Oro de la Federación Médica. Sin duda, como escribí en el libro Historia de la Dermatología en Colombia su aporte a la dermatología y a la leprología son excepcionales y lo sitúa en el más alto lugar de nuestro devenir histórico nacional médico. Doctor Varela, «lo que pasa es que he sido muy de buenas, he tenido mucha suerte en la vida profesional. Trabajé hasta el año 2006, ya no se justificaba trabajar más; el ejercicio de la medicina cambió mucho con el sistema actual». «Cuando cerré mi consultorio guardé todo en cajas, los diplomas, certificados, muchos libros, recuerdos, en fin… los metí en un cuarto y desde entonces mi mujer me tiene rabia porque lo ocupé por completo, no se puede ni entrar, pero la Gran Cruz de Esculapio y la de Damián sí las tengo a la vista» y orgullosamente las exhibe. Me despido de su queridísima y bella esposa «la princesa Hereyda» y nos confundimos en un caluroso y emotivo
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Foto 8. César Iván Varela y Carlos Alberto Garzón. Cartagena 2007
abrazo con el doctor Garzón Fortich (Foto 8). Al quedar la puerta atrás, tuve la seguridad de ha- ber sido una de las tardes más placenteras de mi vida, una tarde caribeña maravillosa, este hombre es un ser de gran sabiduría que al verlo irradia alegría, bondad, conocimiento enorme de la medicina y de la vida, servicio, entrega a la comunidad y a los enfermos, no en vano quedó inscrito en el Libro CARING Physicians of the World como uno de los sesenta médicos más dedicados del mundo. Sólo me resta dar gracias a Dios por permitirme la maravillosa oportunidad de estar a su lado, sentir su cariño y su amistad.
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