Dr. Gonzalo Botero Zuluaga. En el Hospital La Samaritana de Bogotá

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1915-2016

Gonzalo Botero Zuluaga «Compa»

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Desnudo 1 Colecciรณn desnudos 2006 Melba Labrada

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Manizales, 5 de julio de 2007 «¡No me casé, me cazaron!». «Mis tres hijas son la gran satisfacción de mi vida». «La salud pública actual en Colombia es una mentira, ya no tenemos ni Ministerio de Salud, es increíble». Manizales del alma, la ciudad de las puertas abiertas, la de profundas raíces españolas, donde los primeros días de cada año se desarrolla al decir de muchos la mejor feria taurina de América, y tiene como fondo la nieve de nuevo perpetua del Nevado Cumanday, vocablo indígena que significa montaña blanca, hoy, Nevado del Ruiz, fue la primera estación con mi familia en el periplo del verano del año 2007, adonde llegué al encuentro del más veterano de los dermatólogos en Colombia, el doctor Gonzalo Botero Zuluaga. Es una bellísima ciudad y su gente, devota y con amabilidad incomparable heredada de los primeros colonos paisas que hicieron esta región cafetera a golpe de tiple y hacha. Desde la acera divisé en la segunda planta de una confortable casa a un hombre elegante, perfectamente erguido, de cabeza plateada por la sabiduría de nueve décadas, finamente ataviado con una chaqueta en paño estilo Prínci-

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pe de Gales resaltada con garbo y armonía por su corbata a rayas. El donaire de hombre culto, feliz, su sonrisa amable y su lucidez me llenaron de emoción al saludarnos. Apenas había entrado en su casa cuando hizo presencia su queridísima esposa la doctora Ligia Marín Maya para ofrecernos yogures y frutas frescas. El doctor Botero, nació en la natividad del año 1915, en suelo caldense en la población de Aranzazu. Fundada en 1853 por el Sargento Buenaventura Escobar del ejército del General José María Córdoba, de allí que el primer nombre que recibió la población fue El Sargento, y se conoce como «La Ciudad Levítica» pues ha dado a la iglesia más de 270 sacerdotes y monjas. De suerte el doctor Botero no es un venerable obispo. Vino al mundo de don Lino Botero y doña Herminia Zuluaga, que como buenos paisas fructificaron su familia con nueve mujeres y tres hombres y se preocuparon siempre por brindarles educación. Su hermano mayor era Juan Pablo, muchas de sus hermanas son bachilleres, una de ellas muy vinculada con lo social y lo político, fue diputada. Otro hermano estudió economía en la universidad en Bogotá y curiosamente no le dieron el título pues no tenía el diploma de bachiller pero se desempeñó muy bien en la Caja Agraria. En la actualidad hay vivas tres mujeres, una de 96 años y otra soltera

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que viven en Manizales, y la menor residente en Medellín casada con el Profesor Juan C. Ledes. El doctor Botero vivió hasta los doce años de edad en la finca que tenía su padre en Aranzazu. Cuando inició los estudios vivía un año en la casa del pueblo y el siguiente en la finca. Hizo kinder en la Escuela La Infantil a la que llegaba a pie y otras veces a caballo, pues desde los cuatro años era ya un experto jinete, habilidad que aprendió de su padre comerciante de equinos. Una mañana cuando tenía sólo seis años y se dirigía en una yegua a la escuela tuvo que cruzar una «puerta de golpe», y como no alcanzaba a abrirla desde el animal, se apeó pero dado su corta talla no logró montarse de nuevo en la potranca y tuvo que llevarla de cabestro hasta el pueblo distante 6 km. Recuerda con cariño a Sor Isabel, la madre vicentina de la escuela que lo introdujo en el mundo letrado, y conserva amistad con los compañeros de esa época como el doctor Mejía Ocampo, abogado muy distinguido y por muchos años Jefe de la Oficina de Registro de Manizales. En 1927 la familia se trasladó a Salamina llamada por su tradición cultural e intelectual «La Ciudad Luz de Caldas», donde estudió cinco años de bachillerato y el último como tenía que hacerse en Manizales, lo hizo en el Universitario

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de Caldas. La mayoría de los colegios eran oficiales. Doctor Botero ¿De dónde viene lo de «compa»? Mis sobrinos y algunas de mis hermanas me dicen «Compa», «compañero de mi corazón», porque uno de los sobrinos mayores que vivió en mi casa y con el que salía mucho y éramos como compañeros, me comenzó a decir así y así me dejaron. ¿Qué recuerdos vienen a su mente de la época de estudiante de medicina? En la década de 1940 viajé a Bogotá e ingresé en el curso de medicina en la Universidad Nacional de Colombia, donde me gradué de médico en 1948. Tuve que hacer un año que llamaban «menos uno» en el que se asistía a clases de inglés, francés y fisiología como introducción a la carrera de medicina; de ese tiempo recuerdo de especial manera al Profesor Julio Manrique, un viejo de estilo londinense, sabio de gran presencia y fino humor, del que nunca olvidaré sus cuatro magistrales e impactantes conferencias. Las materias básicas en los primeros tres años se recibían en el edificio de la Facultad en el Parque de los Mártires, eran torreones para recibir las conferencias y se hacían prácticas en los bien dotados laboratorios, en especial el de fisiología que bajo la dirección del destacado doctor Alfonso Esguerra, era mo-

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delo para el país. Recuerdo que algún compañero antioqueño resultó con baja calificación en un examen de experimentación y dio como excusa al profesor que «la ranas estaban amaestradas para reaccionar en forma contraria a su opinión». El Profesor Pava dictaba la cátedra de histología a las siete de la mañana, algún compañero llegaba reiteradamente tarde y se originó el siguiente diálogo: «Profesor: ¿Por qué no madruga como yo lo hago, pues mi hija me despierta a las cinco de la mañana? Alumno: ¿Por qué no me presta su despertador?» De cuarto año en adelante las clases se recibían en el Hospital de La Hortúa con profesores especializados en el exterior y que al mismo tiempo ocupaban destacados cargos como ministros o parlamentarios. Conservo inolvidable recuerdo del Profesor José Vicente Huertas en la cátedra de semiología, él, que era un mago para introducirnos en el examen físico, en la evaluación de los signos y síntomas, nos enseñó que el médico además de ser un caballero y de sentir profundo afecto por la profesión, debía guardar la más estricta ética. Era Director del Instituto de Cancerología y Ministro de Higiene. El Profesor Julio Manrique hacia apólogos muy simpáticos; me acuerdo de los de las hormonas, decía que no hay diferencia entre el ciudadano común y corriente y un sacerdote, entre una niña co-

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mún y corriente y una monja, pero entre monja y monje pared de calicanto. También tengo gratos recuerdos de las cátedras amenas y llenas de sabiduría de Alfonso Uribe Uribe en medicina interna, de ginecología y obstetricia de José del Carmen Acosta, y la de medicina interna y psiquiatría de Edmundo Rico, un encanto de gente que tenía geniales apuntes y decía que cada uno moría de su profesión y con gran admiración y consideración por el doctor Acosta, decía que moriría de parto. El Profesor Pedro José Sarmiento dictaba la cátedra de medicina tropical; en ese año se presentaron varios pacientes con abscesos hepáticos, los que diagnosticaba y trataba con precisión pasmosa, pues inmediatamente pedía el trocar y durante la clase drenaba el absceso. Especial mención me merecen los Profesores Gonzalo Reyes García, Miguel Serrano Camargo y Manuel José Silva, pues sus enseñanzas fueron determinantes en la orientación del ejercicio profesional hacia la dermatología; con ellos concurrí posteriormente a todos los congresos de la especialidad. El Hospital La Samaritana de Bogotá seguía los parámetros de la medicina americana gracias a la importante y moderna gestión del ilustre académico doctor Jorge Cavelier, y allí en el Servicio de Sifilografía bajo tutela del doctor José David Arévalo realicé el internado médico; su orien-

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tación fue decisiva para dedicarme a la dermatología; en aquellos tiempos la dermatología y la sifilografía eran una misma especialidad. Hice durante dos años largos y trabajando tiempo completo el internado en dermatología aun sin haberme graduado de médico, con profesores dermatólogos formados en Europa. La sifilografía era conexa con la dermatología y teníamos en el hospital unas camas asignadas a la especialidad. En aquel entonces, con excepción de la abogacía, en ninguna área del saber se sentía la necesidad de las especializaciones; en ingenierías como eran muy pocos no se graduaban al terminar los estudios sino que empezaban a trabajar y luego se juntaban varios para recibir el título, pues sin él no podían hacer contratos. En medicina cuando el médico se graduaba y tenía méritos académicos, influencias políticas o dinero, viajaba a Europa a especializarse durante un año o máximo año y medio. En Bogotá y Medellín, donde la universidad hacía esfuerzos por mejorar la parte académica, los médicos hacían carrera como preparador, jefe de clínica, profesor agregado, profesor titular, y así se iban haciendo poco a poco los especialistas. Profesor Botero ¿Cuál fue su relación con Jorge Eliécer Gaitán? Al terminar mis estudios en 1948 y aún sin graduarme, regresé a Manizales y fui invitado a trabajar en un centro médico, pero

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como los médicos hemos sido unos caníbales me comenzaron a hacer la guerra porque todavía no me habían dado el título. No me hubiera graduado de no haber sido por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948*. Yo ya estaba metido en política y era gaitanista. Ese infausto día casi todo el mundo salió a las calles, durante la revuelta la gente llevaba machetes en las manos y cuando regresé a la casa para cambiarme mi mamá me dijo: «¡Usted se gradúa para que me quede aquí aunque sea el cartón porque a usted lo van a matar!» Le dije: «Tranquila mamá, eso no pasará». Al mes siguiente, el 10 de mayo, regresé a Bogotá al Hospital La Samaritana, donde tenía el archivo de historias de los dos años que estuve allí; ya se llevaba estadísticas y de dos mil historias clínicas escogí quinientas para hacer la tesis de grado. A Alicia, la secretaria que sabía tanto como yo, le dije: «Bueno mija, me busca mis historias, las que tienen mi sello, y si es capaz me las organiza por fecha y por diagnóstico» y le dije a mis amigos, me voy a graduar rápido. * Gaitán, abogado, político, alcalde, congresista, ministro, candidato de corte popular del partido liberal a la Presidencia de la República, de pensamiento revolucionario que plasmó frases como «yo no soy un hombre, soy un pueblo» y «el pueblo unido jamás será vencido»; murió a manos al parecer de Juan Roa Sierra lo que desencadenó el tristemente recordado «bogotazo» y una posterior ola de violencia lamentable a lo largo y ancho de la nación. Nota del autor.

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Bogotá estaba desbarajustada, en guerra, regía el toque de queda. Me fui entonces a la Facultad de Medicina, estaba allí la misma secretaria amiga, Teresita, a quien le dije, vengo a presentar mis preparatorios. Y respondió ¿Si ha estudiado mijito? Claro que he estudiado. Dijo, últimamente no se ha graduado nadie y le pregunté ¿Y después del 9 de abril? Usted es el primero. Bien, ya verá que ahora comienzan a graduarse. A la semana ya tenía los calificadores de ciencias básicas y como fui muy buen estudiante a pesar de lo disperso, aprobé los exámenes y una semana después presenté otros cuatro preparatorios. En la consulta sifilográfica en el Hospital La Samaritana se llevaba una rigurosa historia clínica en la que se hacía constar el diagnóstico ya fuera por campo oscuro, serológico o simplemente clínico. Al regresar al hospital, Alicia me tenía un cerro de historias clínicas pero cuando le dije que las llevaría a casa para hacer la tesis me hizo saber que estaba prohibido retirarlas del hospital «Tiene que encerrarse aquí con ellas, yo le dejo la llave del archivo», le dije, «Mijita no me puedo encerrar aquí con las historias». Busqué a José David el papá de Eduardo el Jefe del Hospital y le pedí permiso pero me dijo: «No se las puede llevar, véngase para acá, ésta es su casa, aquí duerme, esto no es de nosotros, no pode-

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mos hacer excepciones». Bien, miré las historias y me dije ¿Ahora que hago yo con todo esto? Recordé las publicaciones del Instituto Carlos Finlay sobre la vacuna para la fiebre amarilla donde presentaban campanas de Gauss y estadísticas y regresé al hospital a buscar la persona encargada de la estadística. Encontré al fulano y le dije «Tiene que ayudarme a buscar una persona que lea esto, yo tengo muchas cosas que hacer y compromisos serios porque mi papá esta muy enfermo, si me ayuda, yo sé que me gradúo rápido». Hablando de política y del gobierno resultamos copartidarios e hicimos muy buenas migas, de modo que designó a un empleado para hacer la estadística de mis datos e hice la tesis rápidamente. La tesis fue aceptada en dos días y me gradué el 21 de junio de 1948, un verdadero record. La tesis fue considerada tan original que la editaron y publicaron. ¿En que consistió su Tesis de Grado? Mi tesis, «Sífilis -Tratamiento del Ejército Americano-» tuvo como base 390 historias clínicas elaboradas en el año 1947. Inicialmente el tratamiento de la sífilis consistía en la aplicación de arsenóxido y sal de bismuto en forma «continuo mixto alterno», es decir en series sucesivas y alternas de dos inyecciones de arsenóxido y ocho de una sal de bismuto. Se aplicaban dos inyecciones por semana con una duración que oscilaba entre año

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y medio y dos años y medio. Pero el tratamiento era abandonado por los pacientes al ver desaparecer las lesiones mucocutáneas, con recurrencia de la enfermedad. Fue entonces sustituido por el de la Armada Americana en el que se aplicaba cuarenta inyecciones de arsenóxido y diez y seis de salicilato de bismuto durante veintiséis semanas. Las conclusiones del estudio mostraron buena tolerancia para la medicación arsenobismútica. La sífilis adquirida reciente con lesiones abiertas, alcanzó 38.5% de negativización serológica inmediatamente después del tratamiento. Por último, para la sífilis tardía con manifestaciones psiquiátricas, parálisis cerebral y tabes dorsal, se estableció la aplicación intracisternal de una inyección diaria de mafarside durante treinta y un días, con magnífico resultado y buena tolerancia. Posteriormente vino la penicilina y ya sabemos de su eficacia. Mi tesis de grado de médico fue aceptada el 17 de junio de 1948 y tuvo a los doctores Néstor Santacoloma como Presidente, Marco Tulio Aguilera Camacho y Eduardo Cubides Pardo como Jueces, y a Miguel Serrano Camargo como el Profesor de la Materia. ¿Como fue el comienzo de su ejercicio como dermatólogo? Me vine entonces a ejercer la dermatología en Manizales en 1948 y me dediqué de lleno a ello en el ya afamado Centro Médico de

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Especialistas, conformado por los doctores Alfonso Naranjo López y Tulio Jaramillo Rivera en medicina interna y cardiología, Rafael Henao Toro y Gonzalo Ríos Naranjo en ortopedia y traumatología, Gerardo Saffón en otorrinolaringología, Bernardo Botero Peláez en ginecología y obstetricia, Jorge Gómez Jaramillo en laboratorio clínico, y E. Medina en radiología. El doctor Henao Toro, fue el primer director de un pequeño servicio dermatológico en el antiguo Hospital de Manizales. Instalado en el consultorio mandé a timbrar los formularios médicos con el flamante título «Gonzalo Botero Zuluaga. Sifilografía y Dermatología». Así, inicié mi vida profesional pero como no había la visión del especialista, los colegas no largaban los pacientes aunque algunos sugerían «soltémoselo a Gonzalo», pero no, no los mandaban, lo que hacían era llamarme y preguntarme «¿Qué le hacemos a este pacientico que mirá que tiene esto y aquello?» o «¿Gonzalo, qué le hacemos a un pacientico que presenta una erupción pápulo-escamosa, o qué le hacemos a otro que no negativiza las reacciones serológicas?» Finalmente se aclimató la especialidad y los médicos aprendieron a remitir los casos con lo que se vieron favorecidos los enfermos y logré una nutrida clientela, pues además todavía había auge de la sífilis y otras enfermedades de trans-

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misión sexual. Trabajé y fui director en el Instituto Profiláctico donde se hacía la consulta gratuita y el control a las trabajadoras sexuales. Tuve también a mi cargo el Servicio de Dermatología en el antiguo Hospital y más adelante en el Hospital Universitario de Caldas. En la parte académica inicié la cátedra de Dermatología en la Universidad de Caldas que se fundó en 1950, la que dicté en cuarto año de medicina y dirigí el servicio en el que teníamos seis camas; a pesar de la dispersión por la política me gustaba la enseñanza y la hacía con agrado. Más adelante en el Consejo de la Universidad convinimos que se encargara del servicio el doctor Heriberto Gómez Sierra que falleció hace un par de años, el segundo dermatólogo graduado por la Universidad de Antioquia en 1963 con estudios en inmunofluorescencia en Michigan, que llegó muy bien preparado y con excelente recomendación de Alonso Cortés. Él creó el verdadero Servicio de Dermatología en 1965 con la colaboración de Bernardo Giraldo y más adelante con su primer discípulo Jairo Mesa Cock, formó una escuela de dermatología que ha graduado a muchos buenos especialistas. Jairo es muy buen dermatólogo, con una gran capacidad de relación con el paciente, inmensa, además es un estudioso empedernido. Fuimos muy amigos con el gran Gonzalo Reyes García,

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a pesar del respeto que le tenía salimos varias veces de vacaciones con las familias, era muy querido, sabía mucho, se especializó en París y en Londres. Asistía a todos los congresos internacionales, viajaba a Argentina y Brasil donde la dermatología era muy buena, estuve allá con mi buen amigo Alonso Cortés que es una figura internacional, muy inteligente, tiene una facilidad de compresión impresionante así como para captar las ideas y aprender los idiomas, su memoria es sorprendente, además de su afabilidad y gran sencillez. El 27 de junio de 1959 en Bogotá, contribuí con ilustres colegas del país a la creación de la segunda etapa de la Sociedad Colombiana de Dermatología y Sifilografía, cuando se dio a ésta verdadero carácter nacional y de la que recibí en 2002 el Escudo de la Asociación en la Categoría Oro como Socio Fundador. En 1960 la Sociedad certificó como especialistas a quienes hubiesen desempeñado la cátedra, o a quienes llevasen más de cinco años de ejercicio en la especialidad, así pues, quedé certificado para ejercer como dermatólogo. Periódicamente se realizaban congresos en las diferentes ciudades a los que se asistía con las esposas y en un agradable ambiente de camaradería, se disfrutaba del encuentro fraterno y del refuerzo de

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los conocimientos con los trabajos científicos de investigación y observación que se presentaban y discutían en las sesiones de trabajo; la financiación de los certámenes se hacía con pequeños aportes de los asistentes y con la generosa ayuda de algunos labo- Foto 1. Gonzalo Botero. Alcalde ratorios farmacéuticos. de Manizales.

El doctor Botero, su vida pública, el Concejo Municipal y la Alcaldía de Manizales El viejo Caldas tenía una pujante dirigencia política en Manizales, Armenia y Pereira que logró el desarrollo de las regiones de importante manera al punto que en 1966 se dividió y dio origen a los Departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío. El doctor Gonzalo Botero como en todo gran hombre, su sabiduría y tenacidad no podían quedar sólo en la medicina; es un ser polifacético, por ello, en algún momento de su vida incursionó en la política de Manizales, donde fue Concejal durante varios períodos y Representante del Honorable Concejo a las distintas Juntas de la Administración Municipal. En 1968, fue nombrado Alcalde de la ciudad de Manizales (Foto 1), honor que le permitió realizar adelantos en educación, vivienda y preven-

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ción de desastres por deslizamientos. Desempeñó el cargo durante los años 1969 y 1970 por nombramiento del Presidente Carlos Lleras Restrepo, de quien era amigo y alababa la buena gestión que estaba realizando; no obstante, conformó una disidencia del partido liberal. Lleras lo llamó para ofrecerle la alcaldía pues sabía de su capacidad y fuerza política en Caldas por lo que le ordenó al gobernador el nombramiento. La preocupación por el pueblo lo llevó a desarrollar importante actividad cívica durante las varias oportunidades en que fue concejal de Manizales. Loable labor, pues en aquel entonces aquellos cargos no eran remunerados, o los sueldos tan bajos que a los funcionarios no les alcanzaban para vivir y el presupuesto del municipio era pequeño; los patrimonios se debilitaban en el ejercicio de los cargos. En un importante contrato con la Universidad Nacional y con el apoyo del Gobierno Central, desarrolló en 1969 un Plan de Desarrollo para la ciudad, trabajo de mérito inconmensurable, el que desgraciadamente no fue aprovechado de manera adecuada más adelante. Aunque el doctor Botero en su modestia considera que «mi incursión en la política fue transitoria y de poca fortuna», realmente quienes recuerdan su obra política lo hacen con alegría y guardan la referencia de gran líder volcado al servicio de la comunidad. Considera sí, un honor haber servido a Manizales y

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decidió dar por terminada su vida política en tiempos de la candidatura presidencial de Alberto Santofimio Botero. «Yo estuve en todas la juntas directivas de la ciudad, pregúnte- Foto 2. Embajador alemán y Gonzalo Botero. Entrega de me cualquiera donde no llaves de Manizales 1969 pagaran y allí estuve yo» (Foto 2). Doctor Botero ¿Cómo se desarrolló la actividad gremial médica en Caldas y cuál fue su contribución? Mire usted. Hablemos del sindicalismo médico. He sido un demócrata y con sensibilidad por la gente. Existía alguna tradición de sindicalismo pero era tratada con desprecio y con mucho rigor, pues los gobiernos en su mayoría capitalistas tenían la idea que los sindicatos iban siempre en contra del capital y quizás hasta fuera cierto por su origen en el comunismo. Pero en realidad yo lo veía más con un origen social, que las empresas prosperen pero que la disfruten quienes en ella trabajan. En esa época el sindicato en Colombia luchaba contra todo y llegó hasta la profesión médica, de modo que algunos de quienes se decía éramos destacados médicos nos convertimos en adalides del sindicalismo médico. Pocos saben cuánto le deben los

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médicos por ejemplo a Eduardo Arévalo, que fue un apóstol, un hombre sumamente inteligente, capaz y de gran sensibilidad social; participó en todas las juntas médicas de la época, además de concejal, parlamentario y jefe político; fue el eje de las reivindicaciones del cuerpo médico desde la presidencia de la Asociación Médica Sindical -Asmedas- y su memoria deberá perdurar; siempre lo acompañé en las actividades. Tuvimos intensa actividad gremial en las décadas de 1960, 1970 y 1980. Fui fundador de Asmedas en Manizales y durante muchos períodos el Presidente de la Junta Directiva y repetidas veces fui miembro del Consejo Directivo Nacional. Realicé incontables reuniones en todas las capitales del país invitando a los médicos a la reflexión y a luchar por el ejercicio digno. A finales de la década de 1980 y después de gran actividad gremial en la región y en el país, consideré cumplida mi misión y cesé mi vida de gremialista. Recibí con mucha alegría la condecoración Escudo de Oro de ASMEDAS «Eduardo Arévalo Burgos». Me satisface que fueron muchas las décadas que dediqué a la actividad gremial siempre buscando el beneficio de los médicos, propendiendo por el ejercicio ético, por el respeto al libre ejercicio y a honorarios justos, así como a planes de salud pública que redundaran en comunidades más sanas.

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El final del ejercicio profesional El doctor Botero Zuluaga se jubiló en 1980 como dermatólogo de planta del Instituto de Seguros Sociales y dejó de ejercer la medicina privada en 1990. Cree «que se ha perdido gran parte de la relación médico paciente esencial para un buen diagnóstico, y la esperanza para los enfermos que ven limitado su acceso a los métodos modernos de diagnóstico y tratamiento, por la intermediación lucrativa de las entidades prestadoras de servicios de salud que se originaron con la Ley 100, y cuyos desastrosos resultados todos conocemos». Al cerrar el consultorio donó casi todos sus libros a la Universidad de Caldas. Guardó unos pocos que conserva en su biblioteca donde realizamos esta entrevista, como el de Sutton que es una joya de 1949 con fotografías excelentes, y recuerda que muchas veces encontró en el Year Book «cosas novedosas» que Sutton ya había descrito en su libro. Conserva también el Fitzpatrick, el Demis, el Diccionario Larousse y el de la Academia de la Lengua que no pueden faltar en ninguna biblioteca que se respete. Otros los tiene en su finca. No obstante haber dejado por completo la medicina, aún le colabora a su hija Lina Paola en sus estudios, bien con sus recuerdos e inclusive con búsquedas en la Internet. Ahora enfoca la lectu-

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ra hacia otros temas. Conserva también la escalerilla que durante muchos años los pacientes usaron para subirse a la camilla y que por cierto cogí para poner allí mis equipos de fotografía, y anecdóticamente cuando su esposa Ligia vio esto corrió apenada para quitarla y tuvimos que insistirle en la utilidad que nos estaba prestando, era la precisa para ello. Doctor Botero ¿Qué concepto le merece el ejercicio actual de la medicina en el país? Es un padecimiento la profesión médica en este momento en el país y quizás este calificativo sea poco. No hay derecho a que una profesión como la médica de la más alta responsabilidad y reconocimiento por su misión misma, que casi se equiparaba sólo a la de los curas, que llevó los estandartes sociales, que tuvo trascendencia básica en el desarrollo social, político, cultural, científico y comercial en el país, ejercida por verdaderas personalidades, prohombres, sea lo que hoy es, y el médico se haya convertido en un trabajador común y corriente, con un estipendio ridículo, de salarios irrisorios y con un agobio laboral tremendo. Quizás los mismos médicos tenemos en gran parte la culpa pues dejamos que ello ocurriera. Permitimos que el Estado con sus nuevas políticas de salud le entregara a las Empresas Prestadoras de Servicios de Salud (EPS) la potestad para explotar al médico.

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El Estado mismo lo explota. Creo que en el futuro la gente no querrá estudiar medicina, escogerá otras áreas del conocimiento de modo que si no se retoma la vocación de antes no habrá quien ejerza la profesión. La salud pública se está acabando así como la medicina privada, sólo algunos especialistas conservan algo de consulta digna. La situación se hizo más crítica desde que la profesión de médico empezó a ser explotada por unos grupos con capacidad económica y política pero sin el menor interés por la comunidad, aprovechando la sobreoferta de médicos por la creación no planificada de facultades de medicina privadas. Los dineros que el gobierno entrega a las entidades privadas no son invertidos en la comunidad, no llegan al pueblo, se quedan en sus manos; las estadísticas de cobertura en salud no son el reflejo de la realidad y en consecuencia, el pueblo y los médicos son los más perjudicados (me reservo el derecho a transcribir otros comentarios pues el disgusto y tristeza que le causan la situación actual del médico y las políticas de salud actuales lo llevan a expresiones ciertas y categóricas, pero no publicables). La salud pública actual en Colombia es una mentira, ya no tenemos ni Ministerio de Salud, es increíble.

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Foto 3. Gonzalo Botero y su esposa Ligia Marín

Hablemos de la familia Doctor Botero ¿Cuándo se casó y como está compuesta su familia? ¡No me casé, me cazaron! Yo me casé tarde, he sido muy feliz y mis tres hijas son la gran satisfacción de mi vida. En 1976 me casé con la doctora Ligia Marín Maya (Foto 3), bacterióloga, Magister en bioquímica, cursó estudios en la Universidad Pontificia Bolivariana y en la Universidad Católica de Manizales, y se ha desempeñado como Profesora Asociada en la Universidad de Caldas. De esta unión nacieron nuestras tres hijas: Valentina (Foto 4), políglota e ingeniera industrial de la Universidad Nacional de Manizales con estudios de postgrado en negocios internacionales en la Universidad Externado de Colombia, vivió en Alemania y Polonia y ahora en Bogotá. Natalia (Foto 5), abogada de la Universidad de Caldas con estudios de postgrado en derecho de

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los negocios realizados en la Universidad Externado de Colombia en Bogotá, y Lina Paola (Foto 6), médica y cirujana de la Universidad de Caldas hizo el internado en Cali y se prepara para iniciar especialización en dermatología, de no ser posible aquí, quizás lo haga en España. Le ha tocado padecer la situación médica actual. Mi querida esposa Ligia, es una mujer de todos los méritos, al tiempo que atendía la casa y las hijas hizo una maestría, la admiro mucho, es una mujer de grandes afectos venerada por las hijas, y que además me ha tolerado, pues nuestra diferencia de edades es muy amplia porque yo me casé ya grande y prácticamente me superprotege.

Foto 4. Valentina

Foto 5. Natalia

Foto 6. Lina Paola

La historia del matrimonio «de repente» Nadie pensaba que el doctor Botero se fuera a casar. Su notable éxito con las damas lo llevó a ser muy mujeriego y a los sesenta años de edad no tenía la menor intención de matrimonio. Corría el mes de septiembre 1976 y tenía que via-

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jar a Ecuador, ya conocía a Ligia y sucumbió a sus encantos «de repente». Se fue a la población de Villa María de donde es oriunda, le sacó la partida de bautismo y le dijo que se casaran por lo civil pero con la condición de no decirle a nadie y que lo acompañara en su viaje a Ecuador. Esa misma noche Ligia fue sorprendida por sus padres en la casa cuando a hurtadillas hacía la maleta para escaparse al matrimonio con su amado Gonzalo. Lo llamó por teléfono y le expresó su preocupación por el descubrimiento del secreto, él con su experiencia y diplomacia la tranquilizó y a la una de la madrugada la llamó nuevamente para contarle que había convencido a un curita para que los casara a las ocho de la mañana. Así fue, se casaron y se marcharon al sur. Estaban en Pasto cuando se levantó la famosa huelga de los médicos del Seguro Social, él era del Comité Ejecutivo Nacional de Asmedas y habían acordado estar en las ciudades respectivas para esa fecha. Pero pudo más el amor, el matrimonio estaba consumado. Durante mucho tiempo lo molestaron por eso, imagínense un gremialista radical ¡que rompió los acuerdos por el matrimonio! Pero era lógico, como bien dice el doctor Botero en cuanto su rostro brilla y la sonrisa inunda el ambiente «imagínese si uno en luna de miel se iba acordar de una bendita huelga». Continuaron el viaje y regresaron felices a la Ciudad de las Puertas Abiertas donde edifica-

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ron y dio frutos su castillo de amor, su ejemplar hogar. En ese momento regresó su esposa «ya lo cansé con ese jugo les traigo unas deliciosas fresas con yogur dietético, es que yo cuido mucho a Gonzalo», es hermoso ver en cada detalle, en cada expresión, la armonía de esta pareja. Profesor Botero ¿Cuál es su secreto para llegar así de bien a la novena década de la vida? Mi secreto para tener noventa y un años es haber sido un buen trabajador, nunca falté al trabajo aunque no conseguí plata. He sido un gocetas de la vida. No me he acosado demasiado y fui un buen tomador de licor, me gustaba tomarme mis guarilaques aunque pocos; en realidad tomaba socialmente y sólo me he pasado de tragos dos veces en la vida, la primera vez y otra en mi finca. He tenido muchos amigos y buenas relaciones con todo el mundo. Tengo amigos de la infancia aunque quedan pocos. Esa es una tragedia de la vejez, se va quedando uno solo, sin amigos, sin nadie, todos se van muriendo. Recuerdo a un amigo que me decía «uno se debe morir automáticamente». En 1996 cuando cumplimos cincuenta años de graduados de médicos nos reunimos en Bogotá ciento doce de los doscientos que empezamos el curso de medicina, pero en esa misma época de la reunión en un mes se murieron cuatro.

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Fue una celebración en grande con múltiples atenciones en las casas de los amigos, por ejemplo de Eduardo Arévalo mucho menor que yo pero terminó conmigo; Alfonso Jaramillo el loco, tremendamente bueno, muy buen amigo; Salomón Hakim, que inclusive vino aquí a ponerle una válvula de las suyas a mi hermana, es un verdadero científico, debe tener cerca de 80 años. Parte del secreto es también que he sido un gran lector. Lamentablemente aquí los escritores se van perdiendo porque no encuentran quién les publique, aunque en una época aquí en Caldas logramos publicar las obras de todos los que quisieran escribir. Me acostumbré desde joven a leer dos libros al mismo tiempo y a nunca marcar las hojas por donde voy para así ejercitar la memoria, aún lo hago y caigo en la página exacta. ¿Qué satisfacciones le ha dejado la dermatología, doctor? Inicialmente yo era el mejor dermatólogo de Manizales ¡Claro porque yo era el único! Tengo la satisfacción de muchos diagnósticos importantes, de padecer la enfermedad con el paciente, de haber aclimatado un poco aquello de enseñar a derivar los pacientes al especialista. El ejercicio profesional me dejó la satisfacción de haber trabajado en una de las especialidades mas importantes de la extensa patología humana; como casi todas las lesiones son visibles para su correcto diagnóstico y tratamiento

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debe profundizarse y emplear todas las ayudas de la ciencia moderna. Me siento feliz con tantos amigos que hice en la profesión, aprecio mucho la amistad. Me satisface también el haber sido médico legista y haber dictado la cátedra durante diez y seis años en la Facultad de Derecho en la Universidad de Caldas. Finalmente, una gran satisfacción fueron las luchas que durante tantos años adelanté en beneficio de los médicos. Doctor Botero ¿cómo se define y a qué dedica actualmente su tiempo? Me defino como un buen miembro de familia, como un ciudadano que ha procurado servirle a la comunidad y con muchos y muy buenos amigos. Ahora me dedico al regocijo de gozar de la solícita compañía de mi esposa y mis hijas, y al recreo en una parcela en tierra templada en la vereda Gambia del municipio de Anserma, donde además del silencio disfruto de un hermoso paisaje que deleita mis horas de lectura. Ahora leo clásicos, poesía y libros de historia. Por cierto doctor Varela, aquí tengo el que usted escribió y me envió con Jairo Mesa. Yo tenía muy buena memoria, la conservo, aunque cuando estaba más joven grababa en la mente muchas poesías con sólo leerlas una vez. Fui muy amigo del letrado Víctor Mallarino padre del actual actor, entonces cuando me tomaba unos tragos me gustaba declamar. Siem-

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pre a mis amigos les llamó la atención que sabiendo tantas poesías nunca escribiera una, pero no tengo habilidad para eso. En la finca tengo caballitos y monto en ellos. Me da dificultad subirme porque las articulaciones de la cadera no me permiten dar el vuelo, pero una vez montado manejo bien los animales. Es que desde los cuatro años salíamos a caballo para todas partes y es un grato recuerdo de mi crianza en el campo. Disfruto mucho de la finca, de la soledad, del silencio, de la música clásica y todo lo que tenga piano y violín. También departo con los amigos, en este momento tengo tres o cuatro barras de amigos con los que nos reunimos periódicamente y nos tomamos unos traguitos. Recuerdo al dramaturgo noruego Henrik Johan Ibsen que escribió al respecto del diálogo entre dos amigos hablando de lo grato de la vida «¿Cuándo se encuentra uno consigo mismo? Pues cuando está en el baño, cuando camina solo, allí silba, canta, cantar es ser sí mismo». Por eso cuando estoy en la finca me pongo a recitar, a cantar, a silbar, claro que no lo hago muy alto para que no crean que desperté loco. Es hora de partir. Ligia nos ofrece más delikatesen que aceptamos. Doctor Varela: ha sido muy grata la compañía suya aquí, ojalá pueda sacar algo de lo que hablamos y de las tonterías que le con-

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Foto 7. Gonzalo Botero y César Iván Varela. Manizales 2007

té. Por supuesto doctor Botero, ha sido un placer muy grande para mí. Agradecí la hospitalidad. Insistieron en quererme llevar hasta el hotel y de paso mostrarme algo de la ciudad, lo que acepté. Bajamos, llegamos a la calle y al subirnos al jeep de dos puertas y para mi sorpresa, el doctor Botero se subió en la parte trasera para dejarme el asiento de adelante. Es sorprendente su agilidad a los noventa y un años. Nuestra despedida luego del tour por la ciudad fue emocionante y expresamos la voluntad sincera de reencontrarnos (Foto 7). Fue lindísimo sentir, ver, palpar, vivenciar, cómo esta pareja con treinta y un años de casados

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DOCTOR GONZALO BOTERO ZULUAGA

conserva el romance de aquellos primeros años de enamoramiento, eso es excepcional en estos tiempos. La elegancia, la simpatía, la amabilidad, la gentileza, la lucidez, la claridad mental del doctor Gonzalo Botero son tan sólo comparables con la limpidez impoluta del nevado del Ruiz que justamente esa tarde se divisaba desde toda la ciudad de Manizales con majestuoso esplendor. Estoy convencido que hacer cada cosa con pasión, es importante para vivir más y feliz. En la noche, no podía dejar de visitar a Jairo Mesa Cock y a su esposa María del Pilar, allí, con mi familia, disfrutamos de una linda velada.

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