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GUAYMAS Y SAN CARLOS Sonora, en su costa, ofrece atardeceres inolvidables y perlas tornasol.
GUAYMAS Y SAN CARLOS Sonora, en su costa, ofrece atardeceres inolvidables y perlas tornasol.
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Perlas, paisajes y gastronomía
Sonora no deja de sorprender con su imponente naturaleza, deliciosa cocina, e inigualables atardeceres.
Texto y foto por Azucena Pacheco @La_Shuu_viajosa_Mexico L a primera parada es en Guaymas, el puerto pesquero más importante de Sonora, y además ciudad heroica, pues ahí se libró una importante batalla contra la invasión francesa. También es la cuna del beisbol en México, y de donde provienen muchos de los mariscos que disfrutas.
Lo que poca gente conoce es que aquí está la única granja en América que produce perlas, además, que son tornasol, las más exclusivas del mundo, y que ostentan esos colores porque se cultivan en conchas de nácar.
Fuimos a conocer el proceso para elaborar estas piedras preciosas bajo los más estrictos estándares internacionales de color, forma, tamaño, lustre y limpieza de superficie, por lo que son solicitadas por los joyeros más destacados. No crean que no estuve tentada a comprar alguna pieza de joyería, hay para para bolsillos varios: desde 1,200 pesos por un anillo, hasta 91 mil por un collar. Esta vez me fui sin ‘suvenir’.
REMANSO DE BELLEZA NATURAL A medio camino entre Guaymas y San Carlos se esconde una área natural protegida. Es el Estero del soldado, donde el agua dulce de los ríos se mezcla con el agua salada del mar formando una mezcla salobre llena de nutrientes, hogar de 425 especies animales, entre peces de valor comercial y ecológico, mamíferos, reptiles, y aves migratorias que lo utilizan para anidar en sus viajes desde Canadá, Chile o Perú.
Este humedal de 322 hectáreas es uno de los últimos oasis de manglar en el noreste de México y posee tres de los cuatro tipos de mangle (rojo, negro y blanco) que existen. Pasamos el día rodeados de naturaleza, y nos invitaron a hacer trekking, kayak y bicicleta; elegimos la caminata. También nos dieron un poco de educación ambiental y cultural a través de talleres, pláticas y exposiciones; este fue un asentamiento de los indígenas seris en tiempos prehispánicos.
San Carlos y Guaymas
LOS MEJORES ATARDECERES Declarado Pueblo Escénico –desde casi cualquier punto las vistas son magníficas–, San Carlos y su bahía ostentan el puerto natural más grande del país. Tiene una marina preciosa que es el alma de la zona: ofrece servicios para los yates y además es un centro de entretenimiento con restaurantes, bares, hoteles y proveedores especializados en pesca deportiva y buceo. En lo alto, al fondo, sobresale el majestuoso Cerro de Tetakawi, con las mejores postales del Mar de Cortés y de la ciudad.
Si no te animas a subir, está el Mirador Panorámico, desde donde se ve el que fue catalogado como el mejor atardecer del mundo por National Geographic, en 2017, con el Tetakawi y múltiples formaciones rocosas de marco.
También bajamos a las playas de blanca y fina arena, y nos metimos al mar con su oleaje tranquilo; es alucinante vernos rodeados de paisajes desérticos coronados por sahuaros y cardones de hasta ocho metros de alto y 500 años de antigüedad, ahí en la orilla del mar.
Otro sitio ideal para vivir coloridos ocasos es la playa Los Algodones, que tiene hoteles, restaurantes y bares (algunos de ellos con música en vivo), perfecto para relajarse, bucear, pescar, andar en jetski, practicar windsurf, montar a caballo, o rentar una lancha y dar una vuelta por la costa. Otro día aprovechamos para conocer nuevos lugares de San Carlos, como los paseos para descubrir islotes y arcos en el Mar de Cortés, el Cañón de las Barajitas, un área virgen con mil metros de playa donde convergen tres ecosistemas, o el Cañón de Nacapule, un paraíso tropical en medio del desierto con ojos de agua cristalina, o la Isla de San Pedro Nolasco, en la que habitan lobos marinos y miles de aves. ESTÁ CAÑÓN El espíritu aventurero nos atacó, así que nos fuimos al cañón La Herradura, también conocido como El cajón del diablo, un área natural protegida con una enorme poza y varios cañones en donde nos lanzamos a hacer senderismo, y disfrutamos de los paisajes. Entre cerros y grandes rocas, se levantan orgullosas verdes palmeras que nos recuerdan que estamos en la costa sonorense.
Para cerrar el viaje, pasamos al Cañón de Nacapule, un paraíso tropical en medio del desierto, una especia de isla de la biodiversidad, que es propiedad privada, pero que está abierta al público como un proyecto ecoturístico y de aventura.
La variedad de fauna que habita en ese espacio es increíble, desde pelícano blanco, pequeños reptiles, hasta colibríes cabeza roja y cabeza violeta. Es una maravilla.
Solo fuimos de pasada, ya lo tengo en la lista para volver pronto con más calma. “En el Estero del soldado, el agua dulce se mezcla con el agua del mar”.