DE LO
Poética del habitar
Alejandra Zuluaga Betancurth
Poética de lo habitual. Poética del habitar. Alejandra Zuluaga Betancurth Manizales 2021 azul.betancurth@gmail.com
Trocitos de papel para perderse en el paisaje, abismarse en un rostro, entregarse a una sonrisa, encontrarse en una mirada. Escritos que le dan orden a las reflexiones viajeras, ideas vagas, conversaciones sueltas, charlas fugaces, promesas etéreas, palabras no dichas, notas secretas, sucesos cotidianos, experiencias nimias, sueños recónditos, esperanzas súbitas, pensamientos insignificantes, deliberaciones mentales ociosas, cavilaciones intrascendentes, abstracciones impronunciables, anotaciones repentinas, colisiones impensables.
Glosario Acontecimiento - Asombro - Anécdota - Avenida
Geografía - Guía Habitual - Habitar - Hechos - Hogar
Biografías - Bitácora - Botánico Cotidiano - Contingencia - Corriente - Casa - Calles
Inflexión - Inesperado - Infrecuente
Diario - Deambular - Deriva - Descubrir
Jardín - Juntar Key - Killa -Kumanday
Experiencia - Emergencia - Encuentro - Estar Fuga - Familiar- Frecuente
Lugar - Loma Manifestaciones - Memoria - Montañas Manizales - Mapa
Narrativas - Notas - Normal - Nubes
Usual - Ubicación
Ordinario - Ocurrir - Observar Poética - Poblar - Pasaje - Paisaje - Parque Planta
Vida - Vicisitud
Quote - Quehaceres Rutina - Recordar - Rastrear Situarse - Suceso - Sentir Transformación - Texto - Tejido Transitar
Walk - Wander - Way - Watch
E
presar Yourself - Yendo Zona - Zigzag
Llevo las montañas en mis ojos y el frío grabado en la piel.
memoria, sentido,
. mino a, ca huell
fía a r g to r a C
va: i t a narr
ora de c á bit
el c u erp o c omo
Tambor rima con interior
Comparaciones domésticas
MEZCLA DE AZUL CON ROJO Mi abuela solía compararme con una flor de violeta: diminuta y escondida entre las hojas y que para verla y ser abrazada por los rayos directos del sol, había que hacer un gran esfuerzo. Se debía descubrir, desnudar, sacar de su refugio. Un día me dijo que ya no era más esa flor, que ahora me correspondía ser como una rosa roja: impetuosa, expuesta, vehemente, fuerte y ante todo radiante. Creo que ella sigue esperando el momento en que a este violeta se le difumine el azul.
Si mi hermana fuera una fruta con seguridad sería una naranja, porque armoniza bien con las mañanas. Su amarillo sol, contrasta perfecto con el cielo azul repleto de nubes y es tan enérgica, que parece el jugo que se bebe a sorbos, bien temprano y en ayunas.
Si mamá fuera un animal, tal vez sería un oso panda. Cuando llora en las noches de modo involuntario, por el cansancio del día, se le hace una capa espesa de pestañina que bordea el contorno de sus ojos y, su rostro, toma la forma de un animal que desborda amor. El amor de mamá es tan grande que le alcanza y sobra para entregarlo a sus dos semillas. Aunque en esto difiere de las osas, pues ellas se ven obligada a prestarle atención a solo una de sus crías.
Si comparo a papá con un vegetal se me viene la imagen de una cebolla de huevo. Quizá porque es capaz de comérsela como mordiendo una manzana jugosa. Le gusta como acompañante para todo. Incluso la prepara en aguapanela cuando nos cuida de resfriados. Además, así como papá, a las cebollas las recubren unas capas preciosísimas que se descubren solo al irse adentrando poco a poco. Es de una nobleza inigualable, pero a veces cuando se está cocinando, puede hacer llorar. Aunque hay muchas razones, si lo pienso bien, no me gustan tanto las cebollas, apenas si me estoy reconciliando con ellas. Papá es más cálido, divertido y cómplice que una fría cebolla.
Casa, el lugar de la hoguera.
La casa en la que he habitado la mayor parte de mi vida, la compró mi abuelo Rafael hace 50 años por $11.000. Él decía que era un rancho y la abuela Orfi nos cuenta que era tal y como ella la había dibujado: torcida.
La casa está cobijada al norte por Monteleón, un monte que tenía cara de león acostado. En ese entonces reposaba radiante, imponente, verde y tupido; ahora apenas se dibuja un felino tímido, que se resiste a las voraces constructoras y pineras. Recuerdo que crecí mirando la montaña mientras bajaba de la escuela. Aún hoy me maravilla esa especie de gato atiborrado de casas en su lomo.
Al sur se divisa la loma de la Calle de la Reversa, bautizada así porque por muchos años los autos debían reversar dos cuadras para salir de ese callejón que parecía infinito. Al occidente alcanzábamos a ver a Chipre. Actualmente la vista nos la robaron unos apartamentos altos que construyeron en frente de la casa, donde antes era un potrero. Escasamente nos llegan los colores de los atardeceres en un pedacito de cielo que quedó descubierto.
Al oriente está el solar. Hemos sembrado pequeños árboles de guayaba, limón, naranja. Tenemos plantas ornamentales y medicinales, como romero, citronela, menta poleo,
hierbabuena, ruda, lavanda, albahaca, prontoalivio, sábila, cedrón, orégano…
Poética de los lugares
El Padre Mayor esconde un volcán que se sabe fuego El Tamá sin reparo da vida al verde de retazos Kumanday, cuídanos los pasos
Paisaje poético-sonoro nocturno: Hacer de la experiencia en carne un poema. Darle a la calle un sonido en la noche. Colmar de versos andinos la cancha, habituada al golpeteo metálico de balones contra el tablero. Disputar las vibraciones en el aire, con los ensordecedores televisores de los vecinos.
Carta para leer al salir de viaje
Salir de casa supone una fractura con el temor a lo incierto, ha aquello que no se ha visto, olido, degustado, tocado, oído. Salir implica romper con el miedo producto del paisaje no explorado, del camino no conocido, del recorrido no trazado. Salir invita a sortear con los encuentros inesperados y con las conversaciones no planeadas. Partir de los sitios conocidos exige alejarse de los rostros que hacen parte del paisaje e ir en busca de más, hasta que estos se tornen tan familiares que nuevamente tengamos o queramos dejarlos. Evadir la ruta habitual es igual a rastrear lo que hemos perdido por seguir siempre el mismo trayecto a la misma hora. En eso consiste el viaje, en salir para incomodarnos; para sabernos capaces de ir más lejos, más mojados, más cargados, más cansados. Para tomar distancia del rincón confortable y milimétricamente dominado. Para darle un vuelco a las certezas y abrirle camino a lo contingente. Para sentirnos tan solos y vulnerables, pero a la vez tan fuertes y conectadas al todo. Para darle cabida a lo impreciso, a lo desconocido, a eso que nos transforma y no nos deja ser siempre los mismos.
Espacio para escribirle a la montaña, al río, a la cascada, a la mañana, a la calle, a la persona que cruza, al animalito que pasa.