Ángeles de Navidad

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Ángeles de Navidad

Luis Real Ilustrado
por Ana
Lucas

Corría el final del año 1919 en Madrid, eran las cuatro de la tarde de Nochebuena, oscuridad de tiempo desapacible, viento presagiando nieve, Palomita, con abriguito azul, chal y guantes que dejaban ver las yemas de sus dedos, cerraba el portón de esa gran casona de la plaza del Progreso. La niña tenía doce años, una muchacha delgada y muy espigada para su edad, el pelo rubio rizado y siempre recogido en una graciosa cola con lazo, muy estirado en la frente, que la señora Benita le peinaba cada mañana con sus arrugadas manos, aromadas de almizcle y azafrán.

En una entreplanta vivía la señora Benita, en una gran casa en la que su padre fue chófer en otro tiempo, y a la que siempre la llevaba cuando era una pizpireta y pequeñita del humilde barrio de la Latina. Los señores y los hijos —a los que ahora servía— la querían mucho, tanto o más que a cualquiera que llevaran su sangre, porque Benita tenía en su mirada esa bondad cada vez más difícil de hallar en los seres humanos.

Benita era una señora de unos sesenta años, de los cuales siempre se quitaba alguno, era modesta pero elegante; su vestir siempre oscuro, pues así se lo enseñaron desde que empezó a servir, y lo asumió como propio desde que, años más tarde, su hermano menor muriera en un trágico accidente de ferrocarril, que se grabó para siempre en la melancolía de sus ojos almendrados y bonachones. Su pelo plateado, siempre limpio y aromado, arremolinado en un discreto moño que en la calle siempre cubría con su pañuelo o velo, metida en sí misma, pero repartiendo sonrisas a quien se le cruzara en su camino.

Pues, como decíamos, Palomita era su sobrina, o eso decía para callar los rumores… Nuestra simpática protagonista ni abría los ojos cuando, una lejana noche lluviosa del mes de marzo, llegó en una cesta de mimbre, y doña Benita la acogió para siempre al calor de sus fogones, cuando aún soñaba con aquel galán que la paseaba por el Retiro en los atardeceres eternos de agosto, y que un día sus padres se llevaron de Madrid para nunca más volver... Tenía una espinita de aquel amor quinceañero con el que soñó algún día poder formar un hogar, hasta que se esfumó como las flores a la llegada del crudo otoño. Aunque no hablaba de ello, su mirada esperanzada recreaba cada tarde en la ventana, la llegada de su Francisco con pulcra camisa blanca y tirantes, como en aquellas tardes de agosto, hasta que surcaban por sus mejillas leves ríos de verdades nunca sabidas, y ella se cortaba a sí misma diciendo: «Ea, Benita, ¡¡déjate de cuentos!!».

El caso es que Paloma, Palomita, llegó casi volando en un carro que se perdió con ligereza en la niebla, y vino a caer en las mejores manos que pudo. —Paloma te llamarás, como la Virgen —le dijo Benita, y en sus manos quedó desde entonces sin querer saber nunca cómo llegó hasta allí.

ISBN 978-84-19454-59-1 9 788419 454591 Ceu n tospara ALARGAR-LAV ADI I N S PIR I N GSOIRUC I T Y El regalar amor incondicional nos da sorpresas inimaginables.

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