Abracadabra,
Rubén
Josefa Salgado Pérez
CAPÍTULO 1.
Los que creen en la magia están destinados a encontrarla
Un día normal. Nunca pasa nada medianamente interesante. Mamá llegará de trabajar, me dirá de ir al parque. Papá, como siempre, trabajando hasta horas intempestivas. Ni sé cómo mi madre le aguanta, porque llega agotado, contesta con monosílabos, como si al hacerlo agotará la poca energía que le queda. No siempre es así, los fines de semana mejora, hasta puede sonreír, juega conmigo al fútbol y parece otra persona. Me encantan los fines de semana cuando puedo disfrutar de mis padres, cuando me pueden dedicar
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un poco de tiempo. Cuando la vida es algo más que trabajar, problemas, cansancio… En serio, yo no quiero crecer nunca. Estoy jugando con Mika, mi gato. Me lo regalaron para el día de mi cumpleaños. Acababa de nacer, tiene el pelo gris y ojos marrones… Siempre quiere jugar, claro, es un bebe gato… Le encanta cuando le hago cosquillas en la barriga, se pone boca abajo y me mira como diciendo «Rubén no pases de mí y acaríciame la barrigota», ja, ja, ja… La verdad es que se pone de lo más irresistible… Pero no siempre es así, a veces tiene días muy ariscos, no sé por qué se va de casa y aparece como dos o tres días después, ni idea de lo que hace… Esos días lo extraño, y cuando aparece siempre me da mucha alegría; duerme conmigo todos los días, menos los que desaparece, claro; se acurruca en mis pies, y ese calorcito es muy agradable. Me siento acompañado. Al principio, cuando desaparecía, nos preocupábamos todos bastante. Recorríamos el barrio gritando su nombre Mika, Mika, ven a casa, Mika… él pasaba de nosotros, o no nos oía o no quería oírnos. Acabamos desistiendo de buscarlo, no aparecía por ningún lado. Supongo que todos necesitamos estar a nuestro aire aunque sea de vez en cuando.
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Por ejemplo, a mí me encanta mirar las estrellas. Me relajan. Me hacen sentir como un ser insignificante, y al mismo tiempo como parte de algo grande. No sé, siempre me dicen que pienso demasiado para mí edad, pero esa es la sensación que me produce. Me quedaría mirándolas por horas y no me cansaría nunca. Soy un chico afortunado, mi habitación es una buhardilla, y la ventana que tengo me permite verlas. Mi pueblo ni es muy grande ni muy pequeño. Mola porque tiene un río, y en verano los fines de semana nos vamos a bañar allí, nosotros y casi todo el pueblo; es divertido. Mamá prepara comida para llevar, y nos pasamos todo el día allí. Me gusta porque todos estamos contentos esos días. Como decía, mamá acaba de llegar de trabajar. Mi mamá cocina muy bien. Trabaja en el bar del pueblo y se ocupa de hacer las comidas. A todo el mundo le gusta la comida qué hace. Antes trabajaba más horas, pero desde que nací yo, solo hace las comidas. Su jefe al principio no estaba muy de acuerdo con eso, incluso he oído que intentó prescindir de mi mamá, pero al final tuvo que ceder, porque la chica que contrató en su sustitución no cocinaba tan bien, y todos le preguntaban por mi mamá. Me gusta cómo cocina.
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—Rubén, ya estoy aquí. ¿Te apetece ir al parque? Hace un día estupendo. —Vale. Mientras caminamos hacia el parque, pienso que ojalá tenga suerte y pueda jugar con mi amigo Antonio. Los padres de Antonio están separados. Su padre vive en mi pueblo, y su madre en el pueblo de al lado. El solo viene al parque cuando está con su padre. Me da rabia porque es un chico muy divertido. Casi siempre está en casa de su madre. Qué rollo. Pues no, no he tenido suerte, no veo a Antonio. Qué rabia estar de vacaciones, cuando voy al colegio le veo todos los días, es mi mejor amigo. Nos sentamos juntos y siempre me hace reír. Antonio es un poco más alto que yo. Tiene el pelo moreno y ojos tirando a verdes. Le encantan las gafas de sol, creo que es más feliz cuando se las pone. Le da un aire interesante. Es un chico muy optimista y tiene muchas ocurrencias, ideas de bombero loco. Me cae bien Antonio. Está Andrés, pero él no me cae bien. Es muy alto y corpulento. Se cree el rey de la jungla. Es un poco abusón y todo el mundo le tiene miedo. Es un poco intimidante. Y lo peor es que le gusta la misma chica que a mí.
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Mónica tiene el pelo largo, de un tono caramelo, ojos castaños, y no sé por qué te transmiten paz, calma. Siempre está sonriendo. Y lo mejor es que no le hace ni caso a Andrés. Eso está bien, no harían buena pareja. Es la chica que me gusta. Me encanta verla jugar en el parque, sobre todo cuando no se da cuenta de que la estoy mirando. Mirarla sin que ella se entere. Eso mola. Me gusta especialmente fijarme en sus manos. Me hipnotiza seguir su movimiento. Está jugando a hacer un castillo de arena. Está totalmente concentrada. Está jugando con su amiga Raquel. Raquel tiene el pelo rizado y rojizo. Largo, muy largo y abundante, muy abundante. Sus ojos creo que cambian de color, no sé por qué. No sabría definir el color de sus ojos. Son cambiantes, depende de la luz, de sus emociones, sus ojos son camaleónicos, cambian, se matizan. Parece maja. No me desagrada Raquel. Me encantan los columpios. Qué gran invento. Al que lo inventó deberían darle el mejor premio que hubiera en este mundo, no sé, quizás una chuche gigante, de muchos sabores, fresa con nata, chocolate con avellanas, chocolate blanco, nubes, golosinas, un gran festín de cosas delicio-
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sas, ja, ja… Como me imagino que ya será mayor, supongo que eso no le hará especialmente gracia. No sé qué le puede hacer ilusión a un mayor, un premio que le haga feliz… La verdad, siempre se ven tan ocupados en sus cosas de mayores, siempre preocupados si no es por esto, es por aquello. Yo no quiero crecer nunca… Un gran invento los columpios, no tienen mucho, tres postes, dos horizontales y uno vertical, una silla atada en el centro de ese poste vertical con cuerdas para que no te caigas. Y por un momento, te sientes libre. Sientes el aire en tu cara, concentrado en impulsarte cuanto más alto, mejor. Y disfrutar, disfrutar de esa sensación única. Me encanta sentirme libre. Mi madre me dice que ya es tarde, que me baje del columpio; protesto un poco, pero de nada sirve. Se acabó esta maravillosa sensación. Otro día más. Quizás mañana, si tenemos la suerte de que haga bueno, claro. Mónica terminó su castillo de arena, le quedó muy bonito. Ella también se va a su casa y veo cómo mira triste su castillo de arena. Seguro que mañana no está. Alguien lo destruirá. Siento pena. Llegamos a casa y mi madre me obliga a hacer algunos deberes, mientras ella prepara la cena.
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No me desagrada mucho hacerlo, me gusta leer. Leer libros interesantes, de aventuras, de dragones, de dinosaurios… Llega mi papá, Marcos. Mi papá tiene el pelo negro y ojos de color miel, cálidos. Tiene una mirada entre sensible y traviesa. Yo creo que esa mezcla en su mirada fue lo que hizo que mi madre se enamorase de él. Quién sabe, yo, desde luego, no se lo pienso preguntar. Qué vergüenza, son mis padres, ja, ja, ja… Llega cansado como siempre; cenamos, apenas habla, y si habla, es de su trabajo, cosas de informática, cosas muy aburridas sobre algoritmos, claves, sistemas, programación, antivirus… cosas frías, sin alma. La cena está rica. Me gusta. Me voy a la cama. Y pasa algo realmente interesante. La magia aparece.
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A Rubén le encanta mirar las estrellas, le relajan. Con su gato Mika, acurrucado a sus pies, se pasaría horas mirándolas. Un día, mirando las estrellas, aparece la brujilla Josefa, y con ella, la magia en su vida. La brujilla Josefa vive en Alpha Centaury, y está harta. Harta de la línea media, de la neutralidad, del vacío, de los gremlins mojados, de los duendes que le roban sus calcetines favoritos, de las guerras sin sentido... No sabe muy bien por qué, pero cuando está muy harta de su mundo, aparece en la habitación de Rubén, y poco a poco, se van haciendo amigos, apoyándose y aportándose muchas cosas en el difícil arte que es vivir y disfrutar. En ambos mundos.
Si no lo leo no lo creo
ISBN 978-84-18942-19-8
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