¡Aleja los monstruos de ti!

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Ángela

Miguel Pellón

Ilustrado por: NOra

de

¡Aleja los monstruos ti!

g

AHORA

¡YA SÉ QUÉ ES UN MONSTRUO!

Me llamo Martina, tengo 6 años, y este año he empezado primero de primaria. Se nota que ya somos mayores, porque nuestra profe Paula nos encarga ir a hacer fotocopias, y eso en infantil no pasaba. Siempre me ha gustado ir al cole porque es un lugar donde aprendo muchas cosas, hay juguetes, columpios y tengo un montón de amigos con los que jugar y divertirme; además, este año ha entrado un niño nuevo que se llama Darío, y como dice

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la profe, hemos congeniado muy bien. Los fines de semana, me gusta montar en bicicleta con mis padres. Solemos ir por un sendero al lado de un río, y cada cierto tiempo paramos a ver qué bichos nuevos encontramos. Cuando llegamos al final del camino nos damos un baño, comemos unos bocadillos y ¡vuelta a casa! Otra de mis aficiones es saltar encima del sofá, es divertido hacer la rana de un cojín a otro. Mis padres suelen reñirme cuando me ven haciéndolo, pero creo que no les importa mucho, porque pronto dejan de insistir y veo una pequeña sonrisita en sus caras. Por cierto, ¡no os he hablado de mis padres! Si en el colegio aprendo cosas, con mis padres ya ni os cuento… Ambos son científicos y saben casi todo acerca de los animales. Mamá es una experta en animales marinos, y por eso su móvil está lleno de fotos de ballenas, delfines, tiburones, algas, medusas y una infinidad de peces que solo ella conoce. Papá prefiere los animales terrestres, y sus favoritos

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son los leones, los elefantes, los rinocerontes y los hipopótamos. Trabajan en el mismo laboratorio, pero hacen cosas diferentes, y me encanta que me cuenten cómo se alimentan las ballenas, cómo portean los canguros a sus crías, o cómo cazan los leones en la sabana. Yo de mayor quiero ser científica como ellos, pero quiero ser científica de monstruos. Mis padres siempre dicen que los monstruos no existen, pero creo que están equivocados porque mi amigo Darío dice que en su casa vive un monstruo. Uno gigante, gris, que grita y le asusta mucho; y debe ser cierto, porque últimamente encuentro a Darío muy triste y preocupado, casi no quiere jugar y parece estar en las nubes, como dice la profe Paula. Pero lo que más me preocupa es que Darío ya no se ríe cuando me tropiezo con alguno de los cordones sin atar de mis zapatos, y eso a él siempre le ha hecho mucha gracia. Darío no sabe que casi siempre lo hago a posta, porque me gusta el

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sonido de su risa, parece un ratoncito, y al reírse él, termino riendo yo también.

Me gustaría poder ayudar a Darío a que volviera a ser el mismo de siempre, alegre, divertido y a veces un poco gruñón. ¡Sí, Darío gruñe! Gruñe como un perro sabueso cuando en una carrera llego yo primera a la meta, entonces le digo: «Darío, no gruñas, que pareces el perro de la vecina de mi abuela, que gruñe sin parar, enseñando sus dientes cada vez que alguien desconocido se acerca», y entonces los dos estallamos en carcajadas hasta que nos duele la barriga.

Hoy estoy muy contenta porque, al levantarme, papá me ha dicho que en dos semanas es mi cumpleaños, voy a celebrarlo en mi casa y vendrán mis mejores amigos y amigas, pondremos globos de colores y habrá tarta de queso y arándanos, mi favorita. Creo que lo que más me gusta de esa tarta no es comérmela…, lo que más me gusta es prepararla con mamá. Mamá y papá están pre -

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parando algunos juegos, y sospecho que ese bulto grande que hay en el garaje, tapado con una manta, es mi regalo, y creo que es ¡una bici nueva! Espero que sea de color naranja porque de todos los colores, el naranja es el que más me gusta, y ¡mirad que hay colores!...

—Darío, acuérdate de que dentro de dos semanas es mi cumpleaños.

—¿Eh? —Darío está en las nubes, ya lo dice la profe Paula.

—¡Mi cumpleaños! Vendrás, ¿no?

—Ah, sí, claro, iré…

¡Jolín! Darío no muestra ni una pizca de ilusión… No sé en qué estará pensando, pero desde luego que en mi fiesta no.

—Oye, Darío, a mí me apetece mucho que vengas, eres mi mejor amigo… ¿No te apetece venir?

—Sí, claro que sí —me responde mirando hacia el suelo. ¿Estará buscando algo?

Justo entonces ha sonado la campana que anunciaba el final del recreo, y hemos vuelto

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a clase. Nos tocaba clase de Matemáticas, y aunque al principio del curso me parecían aburridas, con mi profe he descubierto que son divertidísimas; con ellas puedo ayudar a mis padres a hacer la compra o jugar al bingo con mis primos, porque ya conozco todos los números hasta el 100. Estas Navidades pude jugar con todos los mayores, y canté «¡bingo!» dos veces. Cuando cantas bingo te llevas todas las monedas que se hayan ido acumulando en un vasito que pone mi tía en el centro de la mesa, pero en realidad a mí las monedas me dan igual, a mí lo que me gusta es gritar con todas mis fuerzas y que nadie pueda regañarme.

Hoy la profe Paula nos ha enseñado que lo que pasa en la nevera cuando tenemos cuatro manzanas y te comes una se llama «restar». Cuando Paula ha dicho que podíamos recoger e irnos a casa, me ha tocado esperar a Darío, como todos los días. Siempre recoge sus cosas muy despacito, parece que

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no quiere irse a casa… Yo, sin embargo, estoy deseando ver a mis papás y salir pitando a jugar… Cuando salimos al patio, a Darío le está esperando su hermano mayor, que tampoco tiene muchas ganas de irse, por la cara que tiene… Debe ser que se lo pasan muy bien en el cole. Ambos se cogen de la mano y caminan como tortugas hasta la puerta del colegio, donde nos esperan nuestros padres. Solo hay un momento en que parece que sí tienen ganas de salir del cole, y es cuando ven que ha venido su mamá a buscarlos; entonces sí, se les abre la boca en una gran sonrisa y corren a abrazarla. Su mamá es muy simpática, siempre me dice que vaya suerte tiene Darío de tener una amiga como yo. Tras despedirnos, mamá me ha llevado a mi clase de rugby, y después hemos ido andando hasta casa, donde nos esperaba papá preparando la cena que, por cierto, he devorado, ya que los días que voy a rugby llego con tanta hambre que me comería un trasat -

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lántico. Parece ser que cuando haces ejercicio, todos tus músculos, y algunos órganos como el corazón, el cerebro o los pulmones, consumen mucha energía, y claro, luego necesitas reponerla, y eso se hace a través de los alimentos y el descanso. Esto me lo ha enseñado mi profe Paula, que además de Matemáticas, nos enseña Ciencias también. Paula no es científica, pero también sabe muchas cosas. Aunque estaba muy cansada, he hecho un último esfuerzo para lavarme los dientes antes de caer en la cama de un plumazo, sin cuento de buenas noches ni nada. Esta mañana ha amanecido muy nublado, y mientras estábamos en clase de Lengua, las nubes han decidido descargar toda el agua que tenían en su interior, así que, con todo encharcado, no hemos podido salir al patio. Los profes nos han dejado jugar por las clases y por los pasillos. y en medio de todo ese alboroto, me he encontrado a Darío en una esquina, apartado de todos. Estaba sentado en el suelo,

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con la cabeza escondida entre sus rodillas, y he decidido acercarme a él, no fuera que le doliera algo, y resulta que estaba llorando.

—Darío, ¿te duele la tripa?

Darío no contestaba y yo me estaba comenzando a asustar.

—¿Qué te pasa? ¿Llamo a la profe Paula? —he seguido insistiendo—. Siempre estás triste y tan distraído que no sé si andas en las nubes o más bien en el espacio exterior.

Muy despacio, Darío ha asomado un poco su cara y, en voz bajita, me ha dicho que no le dolía nada, que lo que le pasaba era que tenía un problema mucho más grave que un dolor de barriga. Me he quedado espantada, ya que pensaba que lo peor que podía pasarte en la vida era que te doliera la tripa, así que a pesar de no estar segura de si quería saber qué había peor a que te doliera la tripa, le he preguntado sobre su problema, y él, casi en un susurro, me ha contado que en su casa vive un monstruo. Dice que da golpes, grita, insulta y no les

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deja jugar porque siempre anda de mal humor. Tras escucharle atentamente, me he quedado mucho más tranquila; y claro está, le he explicado que no tiene de qué preocuparse porque los monstruos no existen, salvo en los cuentos o las películas, ahí sí, pero esos son de mentira.

—A lo mejor en tu casa no hay monstruos, pero en la mía sí, Martina…

—¿Y por qué no se lo dices a tus papás y que lo echen? —le he propuesto.

—A mi mamá le da mucho miedo también… Cuando el monstruo aparece, mi mamá nos lleva a la cama a mi hermano y a mí, y nos dice que cerremos fuerte los ojos hasta que nos durmamos, pero no podemos dormir cuando el monstruo empieza a gritar y a dar golpes… Grita tan fuerte que mi hermano y yo nos asustamos muchísimo y oímos llorar a mi mamá….

—¡Vaya! Pues sí que da miedo ese monstruo, sí…. ¿Y si cogéis unos palos y salís a ayudar a vuestra mamá? —No se me ocurría nada me-

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Martina está convencida de que los monstruos no existen, o al menos, eso cree ella, hasta que comprueba que en casa de su amigo Darío vive uno. Un monstruo que grita, da golpes, rompe cosas y tiene aterrorizados a Darío, a su hermano y a su mamá. Martina idea un plan para que Darío no tenga que continuar viviendo con el monstruo, pero las cosas no son siempre tan sencillas.

Valores implícitos

A través de este cuento, se pretende acercar a los más pequeños al problema de la violencia de género. A lo largo de la historia aparecerán valores como la empatía, la solidaridad o las relaciones de ayuda.

I N S PIR I N G UC R SOI I T Y gp
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ISBN: 978-84-19602-64-0
788419 602640

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