¡Ay, no me ensucies que me haces pupa!

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Fabiola Latorre Ilustrado por Paula Esteban

Capítulo 1

Hacía dos días que había llegado al lugar que sería su nuevo hogar, su centro de operaciones, como recor daba escuchar a su padre en esos momentos que le contaba la historia de su infancia y juventud. Pablo estaba ansioso por empezar a descubrir los alrededores; Polki era el nombre que le gustaba utilizar cuando estaba con sus amigos, porque era de ellos de quien provenía el apodo. Eran las iniciales de sus pri meros y por siempre mejores amigos. Amigos de los cuales se había tenido que separar sin haberlo decidi do él. Y ya que ahora no estaban, había pedido a sus padres que lo llamaran así.

Durante estos siete días no había hecho otra cosa que pensar en ellos: Óscar, Laura, Kentia e Ismael. Pensaba qué estarían haciendo en ese momento.

Polki no había vivido nunca en un lugar tan peque ño. Había nacido en una gran ciudad, y en su corta vida, pues solo tenía nueve años, había cambiado de domicilio tres veces; claro está que él solamente re cordaba esta, pues las anteriores era muy pequeño. En su memoria estaban los cines, restaurantes para comer los domingos y muchas, muuuchas tiendas donde se gastaba lo que le daban los abuelos.

Ahora se encontraba en un sitio donde nada de eso existía, pero se había propuesto sacarle el lado bueno. Polki todavía no sabía lo importante que iba a ser para él este pequeño pueblo.

Su madre, aunque era muy joven, era maestra desde hacía muchos años. Ella siempre le decía que la maestra estaba dentro de ella cuando nació. Tra bajaba en un colegio que tuvieron que demoler por algo que Polki no entendió, y que estaba relaciona do con unos bichos.

La trasladaron a este pequeño lugar donde nunca había estado, pero afortunadamente tenía el verano para preparar su nuevo hogar y familiarizarse con su nuevo entorno.

Su padre era pintor de cuadros, y como Polki decía, también era «arreglatodo». Aunque él no sabía en qué escuela se estudiaba eso, pensaba que su padre había sacado muy buena nota, pues todo lo arreglaba pero que muy bien.

Polki se levantó con muchas ganas de empezar una aventura, y mientras sus padres estaban con la mudanza, se dispuso a hacer su primera investiga ción del terreno.

—Lo primeros que tengo que hacer es preparar mi equipo de abastecimiento: agua, bocata, plátano, na ranja, papel, lápiz, silbato…

Su casa estaba separada del pueblo, situada cerca de donde empezaba un pequeño bosque.

Empezó a adentrarse en el bosque, era una expe riencia que le gustaba, y además era la primera vez que hacía una excursión a solas. Al poco tiempo de cami nar, sintió hambre y sacó un plátano, y justo cuando estaba mordiendo el primer bocado escuchó: «¡Ay!».

Polki pensó que lo había imaginado, pero según co mía el plátano, otro «¡Ay!».

Entonces empezó a mirar a su alrededor, pero no vio a nadie.

«Estoy seguro de que se ha escondido tras un árbol la persona que me está siguiendo», pensó.

Cuando el plátano llegaba a su final, tiró la última piel y otra vez «¡Ay!». Como continuó sin ver a nadie, Polki preguntó:

—¿Quién hay ahí? —Somos nosotros.

—¿Quiénes sois vosotros? No os veo.

Polki abrió los ojos como esos espías que han visto una pista, y observó algo extraño. Era la primera vez que veía un bosque tan limpio, solamente estaban las vainas de su plátano.

Se sentó en el suelo esperando que la persona que le hablaba saliera, y continuó comiendo la naranja. Otra vez «¡Ay!», al mismo tiempo que tiraba un tro cito de piel, lanzándola contra un árbol.

—¡Ay, ay ! No me ensucies que me haces pupa. —¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Estoy soñando?

Polki no podía creer lo que estaba pasando.¡ Un árbol hablando!

Volvió a hacer la prueba para convencerse, y otra vez, al lanzar la piel, «¡Ay!».

Inmediatamente se levantó y, tocando el árbol que había tras él, le preguntó: —¿Qué te pasa?

—Que me haces daño cuando ensucias el bosque. Enseguida todos los árboles empezaron a hablar.

—Pero esto es increíble, un bosque que habla, no puede ser verdad.

—Somos el bosque mágico. Todo lo que ocurre aquí es mágico, pero necesitamos que no nos ensu cien. Si lo hacen, nos hacen daño y enfermamos.

Las personas son nuestros únicos enemigos. Los animales nos ayudan cuando nos hacen pupa. Si al guien tira un alimento, ellos se lo comen; si la basu ra es ligera, los pájaros la cogen con su pico y la sa can fuera, pero si es pesada, ¡ay, qué pupa! Algunos buenos amigos ya se secaron, otros se han quedado sin alguna rama.

Polki estaba entusiasmado. No se lo podía creer, estaba ansioso por llegar a casa y contarlo a sus padres.

El árbol que estaba a su derecha, alto y con un tronco muy grueso, le dijo en un tono muy bajo, que esta magia del bosque desaparecería si la contaba a los demás.

«¿Cómo podría consentir que eso ocurriera? No podía hacerlo», pensó Polki.

Como pensó que ya era tarde, decidió volver a casa y repetir la salida al día siguiente. Quizás todo había sido una ilusión.

De vuelta a casa fue recogiendo flores silvestres por el camino, y al llegar se las regaló a su madre.

Como de costumbre, ella le contestó con una son risa de esas que parecen un trocito de cielo.

Pablo, o bueno, Polki estaba muy unido a su madre. Le gustaba decir que se había quedado un trocito de él en su barriga cuando nació, y por eso ella casi siempre sabía lo que Polki pensaba y sentía.

Capítulo 2

Se despertó pronto, aunque había dormido como nunca.

Bajó las escaleras que llevaban a la pequeña terra za y se sentó junto a su padre, que estaba preparando un delicioso almuerzo. A Polki le gustaba como coci naba el «arreglatodo», como a veces le llamaba.

—Prepara dos bocatas extras, papá, pues voy a inspeccionar el terreno.

Al igual que había hecho el día anterior, metió en su pequeña mochila comida, agua y fruta.

Caminando hacia el bosque, pensó que era como una isla, pero en vez de agua, estaba rodeado de campos de cereales y viñedos. El paisaje era increí

ble. Cómo se alegraba de estar aquí. Bueno, sola mente le faltaba una cosa, sus amigos: Óscar, Laura, Kentia e Ismael.

Ya había llegado y estaba decidido a comprobar que lo del día anterior no había sido un sueño, y que realmente era verdad. Se apoyó en un tronco seco, lanzó un trozo de piel de naranja y a continuación escuchó:

—¡Ay, qué pupa!

—¿Qué pasa, quién habla?

—Somos nosotros, los árboles del bosque mági co. Ya te lo contamos ayer.

Somos un bosque muy pequeño, pero muy espe cial. Aquí suceden cosas maravillosas que solamente se pueden experimentar, no se pueden contar.

Afortunadamente recibimos pocas visitas, pero a veces nos tratan muy mal. Donde estás apoya do era nuestro amigo Chusmi. Ahora está muerto. Era muy viejo cuando murió, pero terriblemente gracioso. Una mañana amaneció lleno de una pin tura negra, aunque los pájaros trabajaron durante horas y el viento y la lluvia nos ayudaron, final mente no se pudo hacer nada por él. Sus hojas empezaron a ponerse marrones y a caerse unas tras otras. El tronco se abrió, dejando salir parte de la terrible pintura que se había convertido en

un potente veneno. Chusmi nos alegraba mucho los días. Cuando venía un visitante, justo cuando pasaba a su lado, él decía «achís». El visitante se giraba esperando encontrar a alguien, pero al com probar que no era así, se alejaba pensando que había creído escuchar un estornudo.

—Yo seré vuestro amigo y os ayudaré. Vendré to dos los días y os haré compañía. Os lo prometo.

De vuelta a casa, su cerebro estaba revolucionado, tenía muchas ideas y tareas que hacer. A cada paso que daba iba pensando algo.

—Tengo que establecer en el bosque mi centro de operaciones, y para ello necesito aprovisionarme de ciertas cosas. Un cubo de basura, una carretilla, un rastrillo, un cuaderno de notas…

Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no vio a su madre que se acercaba a él con cara de enfado. No se había dado cuenta y era muy tarde. Estaban preocupados, pues la hora de comer ha bía pasado y Pablo no aparecía. «Un niño de nueve años no debe andar tanto tiempo solo», se decía la madre.

Polki la tranquilizó. Quería contarle tantas cosas que no sabía por dónde empezar.

Llegaron a casa dispuestos a comer y contarles lo feliz que era de estar en ese pueblo, aunque de mo mento no tuviera amigos.

Lo primero que le dijo es que le dieran permiso para hacerse una cabaña en el bosque, que no había peligro y estaba muy cerca de la casa. Que con un silbato, si tenía problemas, lo escucharían.

Sus padres, que habían disfrutado de una infancia en contacto con la naturaleza, le dieron el visto bueno.

La tarde la dedicó a ayudar a sus padres, colo cando muebles, abriendo cajas, colgando cortinas y pensando en lo atareado que iba a estar cuando se acostara, para organizar el día siguiente.

Tumbado en la cama pensó en sus amigos. Sería estupendo que estuvieran aquí y compartir con ellos lo que le estaba sucediendo.

Ocupado en sus pensamientos, se quedó dormido y seguramente continuando en sueños con la fabulo sa aventura que estaba viviendo.

Pablo, un niño de ciudad de 9 años, llega junto a su familia a un pequeño pueblo, donde crearán su nuevo hogar. Allí des cubrirá un mundo diferente en el que disfrutar de las cosas que le proporciona el entorno. Recibirá la visita de sus mejores amigos, con los que pasará unos días y compartirá todas las aventuras y momentos mágicos que él ha vivido desde que llegó al lugar.

Conocerá las ventajas de vivir en el mundo rural donde experi mentará la libertad, la importancia del cuidado del medio am biente, la amistad y el respeto por lo que nos rodea.

Valores Implícitos:

A través de esta historia, se pretende transmitir la importan cia del cuidado y el respeto del medio ambiente y del entor no que nos rodea. Por otro lado, se destacan valores como la amistad, el esfuerzo y el compartir, pues son importantes complementos para una receta cuyo principal ingrediente es la familia. Además, nos recuerda que la magia y la felici dad de la infancia nos acompañarán toda la vida.

I N S PIR I N G UC R SOI I T Y ISBN 978-84-19602-01-5 9 788419 602015
ELPLANETA IMAGINARIO

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