Graciela y el jardín de los sueños

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Graciela y el jardín de los sueños

Ilustrado por Lina Ibáñez Coronado

Cuando Graciela era pequeña, su madre solía contarle historias maravillosas. Su historia favorita era la de unos hermosos girasoles que vivían en un planeta mágico.

Los girasoles, como su madre le contaba, eran hermosas flores amarillas que crecían muy alto, muy cerca del cielo para encontrar el sol. El sol les daba luz, calor y amor para que siguieran creciendo felices.

Los girasoles siempre acompañaban al sol, desde que se levantaba por el oriente hasta que se escondía en el occidente.

Desde entonces, Graciela soñaba despierta. Soñaba que caminaba por un sendero cerca de un lago de agua cristalina que la conducía a un hermoso jardín de girasoles, un jardín que era de ella.

Y ella estaba lista. Lista para ayudarlos a crecer; lista para regarlos todos los días; lista para darles luz, calor y amor.

Graciela le pidió al universo mágico que algún día su sueño se hiciera realidad. Ella sabía que, cuando se anhela algo con todo el corazón, el universo mágico siempre conspira para que esos sueños se hagan realidad.

Graciela vivía en un hermoso pueblo rodeado de altas montañas, por donde pasaba un caudaloso río de aguas cristalinas que reflejaba el más lindo arcoíris después de cada lluvia. En la cima de una de las montañas había un castillo que a ella le encantaba recorrer en su tiempo libre.

Una mañana de abril, Graciela caminaba por el castillo. Era un día nublado, tan bello como cualquier otro, pero el olor de la lluvia se podía sentir en el ambiente, y la niña decidió apresurarse para llegar a su casita antes de que comenzara a llover.

Las gotas empezaron a caer. La lluvia era inminente, por lo que Graciela empezó a correr.

Cuando nos apresuramos, ciertas cosas se vuelven invisibles. La pequeña no prestó atención y no vio una gran piedra que estaba en la mitad del sendero. Tropezó y cayó fuertemente al suelo.

Sintió tristeza y dolor. Al igual que la lluvia, sus sentimientos se intensificaban cada segundo. Miró a su alrededor, se vio sola y quiso llorar.

Sabía que muchas veces caemos y pensamos que no es fácil levantarnos nuevamente. Muchas veces, realmente no lo es. Pero la vida, en su sabiduría, siempre nos da pruebas que podemos soportar.

Pensando en esto, con coraje, se levantó.

De repente, vio algo inusual al lado del sendero y se acercó a ver de qué se trataba. Era una pequeña bolsita de tela. La tomó con mucho cuidado y la abrió con curiosidad.

Dentro, encontró las más hermosas semillas que hubiera visto. Sabía que la vida le regalaba esas semillas en ese día lluvioso, en el momento perfecto y en el lugar indicado.

Entonces lo comprendió. Eran las semillas de girasol que su corazón anhelaba.

Jamás las habría encontrado si no se hubiera caído y, con esfuerzo, decidido levantarse. Su sueño se estaba haciendo realidad.

Tomó la bolsita de semillas y, emocionada, siguió su camino a casa para sembrarlas de inmediato. Ya no le importaba la lluvia ni haber caído al suelo. Sentía agradecimiento y felicidad, porque quien pide, recibe.

Había pedido al universo mágico que su sueño se hiciera realidad, y cuando uno anhela algo con todo el corazón, éste siempre conspira para que los deseos se cumplan.

En su jardín, ese lluvioso día de abril, Graciela plantó las semillas de girasol.

Graciela descubre la magia de aceptar y amar lo inesperado al transformar su jardín de girasoles en un hermoso jardín de sueños.

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