Iris trotamundos
La gatita que quería volar como las aves


Capítulo 1 YO SOY IRIS
La casa donde mi hermana Pazi y yo vivimos es la mejor que pueda existir. Es cómo en los cuentos: madera por todos lados, escaleras, vallas, rincones donde esconderse… Y un bonito jardín sembra do de flores y árboles muy grandes, donde a ve ces trepo para ver el mundo desde lo alto de sus enormes copas.
Además de Pazi y yo, y nuestros papis, Domia y Dovi, conviven con nosotros Loby y Rizos, dos canes perfectamente adaptados, a los que podría mos considerar, desde el primer día que llegamos, nuestros hermanos.


Debo aclarar que los animales de compañía atraviesan un dilema al no saber cómo deben di rigirse a las persones que les acogen. Y por su puesto, cuando hablan de ellos. Puesto que Pazi y yo éramos unos recién nacidos cuando Domia y Dovi nos rescataron, nos pareció de lo más natural, llamarles papis. Y con ello se quedaron.
Pazi y yo disponemos de una habitación para nosotras solas. La casa tiene dos plantas, y a ella y a mí nos vuelve locas correr escaleras arriba y aba jo, y afilarnos las uñas allá donde pille... Creo que ese fue el motivo por el cual decidieran regalar nos un montón de utensilios para gatos traviesos. Donde acometer nuestras hazañas. Pero, confie so que nos siguen gustando las camas, los sofás, los barandales de madera y… la aventura. Sobre todo, a mí. Pazi es, como dicen los humanos, más casera. Y cómo su nombre indica, pacífica.
En realidad, acabábamos de nacer cuando Do mia nos rescató del interior de unos contenedores de basura. ¡Hasta teníamos los ojos aun cerrados! Domia, nuestra mami, se quedó muy impacta da según después ella nos contaría. Así que nos metió en una caja de zapatos, llena de algodones,
y nos alimentó con biberón como a cualquier bebé humano. Dovi, nuestro papi, que en un principio no nos prestaba mucha atención, pues según él, Pazi y yo les íbamos a causar solo problemas…, acabó acostumbrándose y aceptando nuestra presencia. Y hoy no resistiría que algo malo nos pasase, como más adelante os voy a demostrar. Son tan jóvenes y decididos y estilo sos, nuestros papis, que bien cabrían en un cuen to moderno de aventuras.
¡Salir de viaje! ¿Y quién nos las cuidará mientras tanto? —protestaba Dovi cuando aún cabíamos en la palma de la mano, y solo tomába mos biberón.
—Pues… nadie —respondía con gran aplomo nuestra mami—. Nos las llevamos con nosotros, y ¡solucionado!
Dovi soltaba una especie de bufido al escu charla. Pero solo eso. Porque Dovi no es mala persona, todo lo contrario: es el tipo más cariño so y amable que conozco. Aunque yo no conozco aún a mucha gente, la verdad. Dovi es amante, tolerante y cuidadoso con la raza animal… Lo que pasa es que, seguramente, nuestra presencia
le ponía nervioso. Tan pequeños, tan poca cosa… Pazi y yo le oíamos lamentarse...
Debo repetir algo que escuché sobre noso tros. Algo así como que las leyes se han puesto de nuestra parte. Y, una en concreto, prohíbe tratar nos a nosotros, los animales domésticos —y a los otros— como a simples cosas. Todo lo contra rio, nos consideran seres vivos no humanos, pero dotados de sensibilidad y capacidad para sentir. Nadie se arrogará el derecho al maltrato y aban dono… sin exponerse a sanciones incluso a pri vación de libertad…
¿Y sabéis lo que yo pienso? ¡Pues que leyes así han tenido que salir de cabezas sanas cómo las de Domia y Dovi! Más tarde comprobé, que de gente cómo ellos, vivimos rodeados. Sin em bargo… con un humano que haya con los ins tintos que exhibe Cruella de Vil… ¡parecerá que todas las personas sean perversas! Con lo cual la convivencia y buen estilo de la mayoría, quedan tristemente anulados.
Pero, permitidme continuar. Nuestra vida ha bía dado un vuelco y, ¡cómo no! la de nuestros papis, a partir de nuestra llegada. Porque cuando
mami, por ejemplo, se tenía que ir temprano al trabajo, era Dovi quién cuidaba de nosotras en tanto íbamos creciendo. Reconozco que el bibe rón se le daba de maravilla dárnoslo.
Y no solo entonces... Pues empezamos a crecer, a correr y a jugar… Dovi se ponía la mar de nervioso, atento todo el tiempo, para que nada malo pudiera pasarnos a Pazi y a mí. Y eso que sus cachorros de preferencia son Loby y Rizos. Es decir, un lobo y un caniche de Agua. Hasta nuestra llegada, ellos habían sido el único objeto de sus preocupaciones, en cuan to a animales domésticos se refiere… ¡Iris, ni se te ocurra molestar a Loby! —Gri taba mi papi, advirtiéndome del riesgo que corría, ante la inesperada reacción del can.
La verdad es que yo no veía el peligro por nin gún lado. Salvo que Loby era muchííísimo más grande que yo, y con un solo lametón, hubiera podido enviarme por los aires, de vuelta al por che. Pero mi idea consistía en molestarlo en cuan to lo veía durmiendo apaciblemente en su rincón preferido del jardín.
Era por la tarde cuando decidí llevar a cabo la prueba que venía ideando, haciendo caso omiso
de los consejos de mi papi. Con el sigilo clásico de los felinos, pues de eso yo sabía bastante, me acerqué al singular perro. Su aspecto físico, en el más amplio sentido, era el del auténtico Canis lupus o lobo de las praderas. Pero a mí me parecía que no había motivo alguno de alarma. Eso y mi desconocimiento del peligro me llevaron hasta la mesa de madera del jardín, bajo cuya sombra Loby dormía plácidamente. Desde encima de la mesa me incliné hasta casi quedar colgada. Hice varios intentos de alargar mi garra, para tocar la oreja de Loby. Inútilmente. Me in cliné un poco más. Todo ello sin éxito. Hasta que… ¡Noooo! Pero… ¿qué pretendes? «¡Cataplum!». El grito de advertencia de Pazi me asustó de tal modo que perdí el equilibrio, y ¡zas! Caí de bruces sobre la hermosa y bien for mada cabeza de Loby. Justo entre sus orejas. El can se estremeció, y de una formidable sacudida, me lanzó por los aires como quien se deshace de un escarabajo pelotero. Aterricé sobre las plan tas de alhelíes, tan mullidas y olorosas. Me supo a poco y allí me quedé un buen rato restregándome y aspirando su perfume.
Cuando me levanté, Loby continuaba en el mismo sitio.
—Así que… ¿quieres jugar? —dije sin medir mis palabras.
Curvando el espinazo fui aproximándome de costado hacia mi compañero de juegos. Loby se había sentado sobre sus patas traseras, y me mira ba con expresión soñolienta. Cuando llegué a su lado, relajé el espinazo, me alcé hasta ponerme de pie y le acaricié la cara. Eso sí, escondí las uñas convirtiendo las manos en dos sedosos muñones. Loby no dio señal alguna de nerviosismo. Conti nuaba con cara de estúpido dormilón, soportan do estoico mis provocaciones.
A los pocos segundos, Loby se tumbó de nue vo quedando estirado por completo. Entonces, salté sobre su lomo y me puse a mordisquearle las orejas. De vez en cuando, el chucho levantaba una pata para frotarse, como quien trata de quitarse un moscón demasiado molesto.
Desde aquel momento, Loby y yo somos ami gos, y no pasa día en que no vaya a despertarle.
Las pupilas de Loby, de un fulgor amarillen to, me hacen sentir ternura cuando lo miro. Y

creo que también en nuestra mami despierta esos sentimientos. Sus orejas cortas y siempre alerta, su hocico afilado y su cabeza bien pro porcionada, inspiran cierto respeto, incluso temor en algunos humanos con los que se cruza, cuando Domia y Dovi lo sacan a pasear por las calles, junto con Rizos.
—Bonito cachorro —dicen, deteniéndose a cierta distancia.
Mi mami, sonríe y les asegura que, a pesar de su raza, no tienen nada que temer.
—Loby es un buen perro… —argumenta, tranquilizando a los curiosos.
Los desconfiados con esta raza de puro lobo quizá se pregunten cómo todavía hoy sigo con vida. Mi respuesta consiste en que mi amigo Loby ha resultado ser un animal amante de los juegos, tanto o más que yo misma. Tumbarse al sol, junto a él, lo considero una verdadera delicia… Rizos, el otro can, va a lo suyo y pasa de mí. Aunque he de confesar que de vez en cuando se acerca y me lanza un lametón en plena cara... Yo grito y me aparto, aunque le agradezco el detalle y le incito a jugar. Pero, aunque sabe lo que le pido,
no tarda en escabullirse y proseguir su tarea de vigilar desde las alturas como un perfecto perro guardián. Yo me encojo de hombros y también paso de él. Si digo la verdad, con quien mejor me entiendo, con diferencia, es con mi amigo Loby.
Íbamos creciendo Pazi y yo, y cada día ampliábamos nuestro territorio a explorar. Por las mañanas nos escapábamos al jardín y, poco a poco, descubríamos una nueva ruta que añadir a nuestro mapa de reconocimiento. Además de nuestra casa, había otras a lo largo y ancho, con sus vallas rodeando sus jardines y sus árboles.
Con lo que poco a poco fuimos, como dice Dovi, ensanchando horizontes. Nuestra curiosi dad no tenía límites. Pero confieso que aún más la mía que la de Pazi. Ella me seguía a regañadientes, y a veces, creo que solo con la intención de vigilar y que no me metiera en líos. En muchos momen tos abandonaba la casa sin Pazi, que se hacía la remolona. Ella prefería los mullidos cojines a co rretear entre las plantas.
Ya libre en nuestro jardín, me subía a las gran des copas de los árboles y observaba lo inmenso que el mundo se veía bajo mis pies. Aprendí a escu
char, con atención, los parloteos de los pájaros que cantaban al viento sus hazañas. Pero también sus angustias. Ciertas aves recorren grandes distancias y se lo cuentan a sus polluelos en cuanto estos salen del cascarón. Les enseñan a comer y no tardan en transmitirles cómo deben mover las alas.
Sin pensarlo mucho, cada mañana me aven turaba más y más fuera de casa, al otro lado de las vallas, descubriendo espacios alrededor de las viviendas colindantes. Explorando desconocidos territorios. Agazapada entre las enredaderas tre padoras y las ramas cercanas a algunas de esas vi viendas, observaba con interés, para hacerme una idea de quiénes eran sus habitantes, los gatos y perros que en ellas vivían. Hasta que…
A Iris le gusta observar desde la gran encina, pero a una gatita aventurera, eso no le basta. Quiere saber mucho más del mundo... Un día, siguiendo el vuelo de las aves, dejará su hogar. Es así como da comienzo su gran aventura. Y entonces Iris conocerá a los gatos callejeros, dormirá sobre los árbo les, pasará miedo y hambre, e incluso una noche tendrá un encuentro con el Gran Gato del Arco Iris. Será secuestrada, y descubrirá los secretos del bosque y la vida vegetal que lo sustenta… Convencida de la imposibilidad de volver a casa, sentirá arrepentimiento y añoranza. Hasta que, por fin, en el Jardín de los Gatos, Iris conocerá el significado de lo que es la verdadera amistad, la tolerancia y la vida en común.
VALORES IMPLÍCITOS:
A través de la aventura que vive la gatita Iris, descubriremos las capacidades que tenemos para sobrevivir cuando llega el momento, por lo que hemos de confiar en nosotros mismos y en aquellos familiares y amigos que de verdad quieren ayudarnos. Por otro lado, nos enseña la importancia de respetar a los animales y a la Naturaleza, pues es nuestro entorno y todos los seres vivos dependemos de ella para poder vivir.
