L a c a b r i t a M a nú
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Abeja Reina Ilustrado por María Octavia Russo
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Érase una vez en un pueblito llamado Arroyo Salado, existió una cabrita muy especial y su nombre era Manú. Esta cabrita tenía un aspecto muy diferente a cualquier otra. En todo su cuerpo se podían ver rayas negras y blancas, igual que las de una cebra, pero sus cuernos contaban su verdadera historia. Todas las mañanas Manú salía corriendo de la granja antes que sus compañeras, para ser la primera en comer la yerba fresca que regalaba la primavera en la cima de la Montaña del Jabalí, y ese día no era la excepción. Esa hermosa mañana, Manú, casi sin aliento, seguía subiendo la montaña que hoy le parecía mucho más empinada que de costumbre. —¡Por fin en la cima! —exclamó jadeando.
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Estaba cansada, pero, aun así, rápidamente comenzó a comer toda la yerba que encontraba a su paso. Apenas respiraba entre bocado y bocado, pues todo lo quería hacer a gran velocidad. Era como si el tiempo nunca le fuera suficiente. Mientras comía, le pasaron por la mente las imágenes de sus compañeras buscándola por todos lados. Le causaba mucha risa lo despistadas que eran y, para su suerte, no podrían alcanzarla porque eran muy lentas. ¡De repente!, paró de comer. Manú recordó que esas cabras tontas la molestaban burlándose de sus marcas de nacimiento. Siempre le decían: «¡cebra Manú!, ¡cebra Manú!».
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—¿Acaso puedo yo hacer algo al respecto? —se preguntó en voz alta—. Así vine al mundo, y ya no tengo quien pueda aclararme esta incógnita.
Sabía que todos chismorreaban de lo extraño de sus rayas negras en su pelo blanco, o quizás eran rayas blancas en su pelo negro. Nunca estaba segura. Al final era lo mismo. Manú tenía claro que ser diferente era solo eso. Ni bueno ni malo. Movió su cabeza como queriendo espantar sus pensamientos. Al volver a la realidad, notó que el cielo estaba cubierto de nubes. Habían tenido una temporada muy lluviosa en la región y, de seguro, caería otro chubasco como el de la noche anterior. Mientras bajaba la verde montaña, miraba a su alrededor como águila en busca de presa, no quería ser sorprendida por las cabras burlonas. Al llegar al valle echó a correr rauda y veloz. La vida no era fácil en aquel pastizal, pero Manú también sabía que la actitud lo era todo.
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El amor contenido en el corazón de la cabrita Manú superaba cualquier obstáculo. Nadie la intimidaba ni la hacía flaquear. Siempre estaba presta para ir por lo que quería. La clave siempre fue la aceptación absoluta de su diferencia. No había quejas ni lamentos. Más bien, se sentía orgullosa de serlo. A partir de esta actitud y como si fuera algo mágico, todo se le iba acomodando para vivir una vida plena y feliz.
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