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Rocío Mirón Candela
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Runa despierta a Reshinjabe en plena oscuridad de la Selva Amazónica, momento en el que ningún invertebrado se camufla para visitar el mágico y extenso universo de plantas medicinales desconocidas todavía hoy al ser humano. Reshinjabe mira a su abuela y dirige otra mirada a su hermana, envuelta en su cuna de algodón. Antes de ir a bañarse y recibir la energía positiva, observa por última vez la casa dormir y respirar al unísono.
—Ya son las tres, ¡despiértate! —dice Runa.
Reshinjabe ya está lista para subir al monte con su abuela.
Su tatarabuelo le ha enseñado a flechar, y ya es capaz de pescar. La niña shipiba está a punto de cumplir ocho años y ya pinta con su palito algunos diseños en la tierra de su patio. Es por eso que su tatarabuelo enseguida comprende que tiene la visión y le concede un gran regalo.
El tatarabuelo debe enseñar a su nieta que el regalo solo podrán verlo ambos hasta su muerte, fecha a partir de la cual entonces solo ella lo verá. Armado de paciencia y llegada la hora propicia, salen a pescar al río, donde explicará a su querida nieta una lección para toda su vida.
—Reshinjabe, has comenzado a representar con tu palito los caminos... ¿Qué dibuja tanto una niña de tu edad si todavía no se te ha enseñado el arte kené , milenario de nuestro pueblo?
—Abuelito, yo no sé, soy solo una niña. A veces, los veo, ¡están en mi mente!
—Querida nieta, ¡están en tu mente! Con las mujeres, poco a poco, aprenderás cómo salen de los ríos, de los troncos de los árboles y las plantas, de los animales y de muchos más lugares. Pero para eso debes saber cómo llegamos a ver cosas que están cercanas a nosotros, visionarlas y representarlas en patrones y bonitos diseños.
Cuando sea mayor, quiero hacer telas, como las que hacen las mujeres y como las que hace mamá y la abuela Runa.
Serás como el más pequeño de los hijos del sol, que llegó al mundo con habilidades que no poseían sus otros hermanos...
¿Y qué hizo?
interrumpe Reshinjabe.
Para escaparse de las persecuciones de la tierra, disparaba cantidades de flechas al aire, construyendo así una escalera por la que regresarían hasta el infinito. Por esa escalera endeble, y convertidos en hormigas, los siete hermanos subieron en busca de sus padres portando el mensaje de la selva.
—Abuelo, ¡más!