La tortuga
mofletuda Raúl Dueñas Montes
Ilustrado por Isa Ramírez Herrera
Y LOS HUMANOS MARRANOS
La tortuga mofletuda y los humanos marranos
La charca en la que vivía la tortuga Mofletuda se parecía a esas que salen en esas películas tan chulis, con neblina por la mañana incluida. Todo era maravilloso en aquella charca, reinaba la paz y la tranquilidad. El entorno recobraba en cada estación la magia del lugar, en invierno las tortugas hibernaban un poco, solo unas semanas mientras duraba el frío. 3
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Durante el resto de estaciones todos se lo pasaban muy bien jugando, comiendo y aprendiendo los unos de los otros. En los últimos meses, los seres humanos transitaban cada vez más cerca de la charca. Un camino, creado hace unos años por un rebaño de ovejas que pastaba a diario por la zona, creó un sendero demasiado cerca. La tortuga Mofletuda se acordaba perfectamente de la primera vez que escuchó las voces de los humanos. —¡Conrado, no te alejes mucho! —gritaba una voz femenina —¡No te preocupes, Leovigilda! Pero cada vez los sustos por aquellas voces eran más constantes, sobre todo los domingos y los festivos. —¡He visto un pájaro, Segismundo! 4
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—¡Sácame otra foto, Atanasio, que he salido muy mal! —¡Eooo! Mira, Baldomero, se oye el eco. Ningún animal de la charca se acostumbraba a tal estruendo, pero no querían descubrirse ante los humanos, pues entendían que era su forma de comunicarse y la respetaban. Pasaron apenas unas semanas, y un buen día llegaron unos señores vestidos de verde con unos parches en sus camisetas que advertían que eran protectores del medio ambiente. Clavaron unos letreros con información detallada del lugar, mapas de la zona, sitios bonitos que ver, sitios curiosos como la cueva del oso o como la charca, e incluso salía una fotografía de la tatarabuela de la tortuga Mofletuda. 5
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Eso hizo que mucha más gente pisoteara los alrededores de la charca, algunos humanos salían de ese sendero para adentrarse en las profundidades del bosque. En ocasiones los animales de la charca se aprovechaban de lo cochinos que eran los humanos, y los restos de comida que dejaban por la zona eran comidos por los distintos animales. Restos de fruta, de pan, de embutido, incluso chocolate… Todo vale para deleitarse con pequeños bocados que ni la tortuga Mofletuda ni el resto de amigos habían siquiera imaginado. Pero todo tiene un lado muy negativo, pues no tardaron mucho los animales en poner un apodo apropiado a los seres humanos. Y los llamaron «los humanos marranos», porque sin justificación ninguna repartían todas sus sobras allí donde se les antojaba. 6
La tortuga mofletuda y los humanos marranos
—Lupicino, recoge esa lata de refresco. —Gumersinda. no tires los pañuelos por el camino. —Felixmina, el papelito del caramelo, al bolsillo, ¡por favor! En ocasiones pasaban grupos de personas que respetaban todo su entorno a más no poder, incluso se llevaban porquería que ellos no habían tirado. Pero, por desgracia, los humanos marranos eran más numerosos, y siempre su entorno terminaba lleno de porquerías. Los animales menores de edad, como las tortuguitas de un año, comían esas porquerías pensando que eran flores comestibles o manjares azucarados que los humanos dejaban para ellos. Esto les provocaba molestos dolores de estómago, y muchos otros anima7
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les, como las garzas, terminaban poniéndose malos durante muchos días. Además, los humanos disponían de animales a su servicio, como los perros, que se dejaban dominar al antojo de sus dueños. Eran peligrosos porque, debido a su curiosidad, causaban daños físicos, y otras veces perseguían a modo de juego a alguno de ellos, causando un estrés al que no estaban acostumbrados los animales de la charca.
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Una madrugada la tortuga Mofletuda convocó una reunión de urgencia en la charca, a la que asistieron todos los habitantes del lugar, pues estaban todos de acuerdo en que tenían que echar de su entorno a los humanos. Cuando estaban todos reunidos, los gamusinos hablaron primero. —Llevamos muchas generaciones observando a los humanos sin que nos hayan visto, porque nuestra magia se mermaría si algún humano nos viera una sola vez. Os podemos traducir todo lo que ellos vayan hablando por estos caminos, con la idea de sacar información útil para los planes que tengáis. —¡Es más que suficiente, amigos gamusinos! —les dijo la tortuga Mofletuda—. Nos seréis de gran ayuda, y nos volveremos a 9
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reunir la semana que viene para ver qué habéis escuchado. Efectivamente, a la semana siguiente el gamusino les facilitó información muy importante: —Dentro de diez días asistiremos a una carrera que los humanos han organizado por nuestro entorno. Todos los participantes pasarán por la charca, y además les pondrán una mesa con bebida y comida para que no desfallezcan. Incluso pasarán con motos para reconocer el terreno. Las motos eran aterradoras para los animales, pues en una ocasión atropellaron a una tortuga anciana y la dejaron con la cola y una pata escayolada durante meses, y como no se podía mover, le tenían que llevar la comida a diario. Además, el ruido era tan fuerte que muchos animales, como los conejos, se pasaban temblando de miedo horas y horas. 10
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—Se me ocurren muchas cosas que podemos hacer —se dirigió la tortuga Mofletuda a todos los que escuchaban—. Aprovecharemos nuestras virtudes para que los humanos, si quieren pisotear nuestro hogar, lo hagan respetando todo nuestro entorno. La tortuga Mofletuda, con la ayuda del resto de habitantes, ideó un magnífico plan, y todos se pusieron manos a la obra; además, tenían que estar todos a una para ejecutarlo con precisión.
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Ocho Suricatos
Esta vez la tortuga mofletuda tiene que vérselas con los seres humanos, que sin duda son de los más peligrosos, pero la bondad de un niño y de su padre harán que todo mejore a su alrededor. Esta historia nos demuestra que a los animales, les importa su espacio natural, pues es su hogar y nosotros también deberíamos hacer lo mismo. VALORES IMPLÍCITOS: Necesitamos saber que nuestro esfuerzo trae recompensas, y que si ese esfuerzo se realiza en equipo, se saborea mejor. Si algo sale mal, o nos equivocamos, no pasa nada, hay que conseguir que el amor gane siempre al odio, y saber perdonar es parte de la vida.
ISBN 978-84-17679-39-2
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