Mi familia es especial y un caso de mediación

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Miguel Manuel Ilustrado por Olga Alaimo

Un cuento

Ellos nos presentaron y nos dijeron que se querían. Papá nos dijo a Luis y a mí que teníamos que tratarte bien, supongo que tu madre también te lo diría. Y nos llevaron a un camping, en tienda familiar. Por la mañana, como nos habían dejado la única cama de la tienda, se levantaron con frío y se fueron al bar a tomar un café y cogernos alguna sorpresa.

Entonces te despertaste y dijiste:

—¿Dónde está mami?

«¡Qué cursi!», pensé. Y vi tus ojos grandes y sinceros, y entonces te dije:

—Viene enseguida. ¿Te leo un cuento?

Y ese cuento fue el principio de una historia sin final. Yo tenía 9 años y tú no llegabas a 4. Llegaron enseguida, con churros y Cola Cao calentito. Y pensé que iba a dejar de hacerte pruebas y tratarte mal. Que si tú la querías, yo también podría quererla. Han pasado casi 30 años, ambos tenemos hijos, y cuando mi niña empezó a escribir su apellido, te pregunté:

—¿Qué les contamos a nuestros hijos de nuestra familia?

Tú me dijiste:

—La verdad: que somos hermanos.

Papá y apa

Es una historia complicada en la que, al final, hemos entendido que nadie sobra. Mamá y yo nos queremos desde siempre. Teníamos 15 años cuando nos dimos la mano por primera vez.

Pasó el tiempo, nos casamos y esperábamos impacientes tu llegada. Como pasaban los días, ella decidió hacerme un regalo y sembró en su vientre una semilla que no era mía, sin contármelo.

Cuando tenías 4 años, el dueño de esa semilla apareció, pidiendo ser tu papá. Una prueba médica confirmó que lo era, y un juez también lo reconoció. Tres largos años

después, en una mesa de mediación, se sentaron mamá y tu nuevo papá para hablar de ti.

«¿Cómo te vería? ¿Cuándo? ¿Cómo te lo contarían?»

¿Y yo? ¿Acaso nadie me escuchaba? La verdad es que me dijeron que no tenía nada que aportar.

Yo, que había sentido tus primeros latidos, tus pataditas. Que te cogí en brazos nada más nacer, que había vivido cada momento tuyo, cada noche en vela. Que había sentido tus primeras lágrimas y te había dado la mano en tus primeros pasitos... ¡supuestamente no tenía nada que aportar!

¿Sabes qué quería yo? Quería entender que mamá me había dado el mejor regalo que podía, cargando con el peso de un secreto. Quería entender que ese otro papá te podía amar infinitamente y que se había perdido tantos momentos bonitos. Quería que tú tuvieras todo: el cielo, las estrellas, el amor de mamá, de papá y del nuevo y flamante papá que te buscó y luchó por tus abrazos.

Y en un momento, mientras te tenía de la mano, me dijiste:

—Papá, ¿tengo que quererlo a él?

Yo te contesté:

—Mi amor, nadie sobra. Te querrá, lo querrás, nos querremos siempre. ¿Quieres que vayamos al parque los tres juntos?

—¡Sí! —me respondiste.

Han pasado dos años, y aún quedamos para tomar la cervecita juntos mientras tú estás en el parque con tus amigos. Somos papá y Apá.

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