Vicente Requena
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Mi encuentro con Vicente Parra fue en abril del 68, no recuerdo el día, fui a Madrid y pasé a visitarle por su domicilio en la Plaza Es paña, 11. Me abrió una señora mayor, le dije que quería ver a Vicente. “Espera un momento”, me dijo, y poco después, apareció Vicente que se iba; dijo: “Tú dirás”; “soy Vicente, de Valencia”, le contes té, “y quería hablar con usted”. “Puedes tutearme”, me respondió, “pero hoy no puedo atenderte, si quieres pasar mañana por la ma ñana sobre las doce y hablamos. Hoy tengo un poco de prisa y no puedo llegar tarde”. Bajé con él. Recuerdo que en el ascensor había un espejo y no dejaba de mirarme con mucha atención. El ascensor era más bien pequeño. Me preguntó: “¿así que eres de Valencia?, ¿del mismo Valencia?” “No”, respondí yo, “de un pueblo que está a 6 km que se llama Alaquas”. Cuando llegamos bajó y salimos del ascensor, me dio la mano y me dijo: “entonces hasta mañana”, yo le sonreí y le dije, “ahí estaré”. Cogió un taxi y lo perdí de vista.
Una vez me dijeron, que las ilusiones, eran el eje del mundo, y creo que a mi, era lo que me sobraba. Con lo que no contaba. era con las decepciones, que también hubo todas las que quise
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Volví a subir y llamé a casa de Sara. Cuando me abrieron la puerta, la primera que me recibió fue Cuchi, una perrita negra que no paraba de ladrar, la chica que apareció tras la puerta me pre guntó qué es lo que deseaba, yo le respondí que quería ver a Sara.
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“Lo siento, no está, se fue a Barcelona”, me contestó; yo miré a la chica: “Si está, dígale que Vicente, de Valencia, amigo de Luis Marquina, está aquí”, y ella me responde: “Lo siento, pero es cier to que no está”, “bueno, pues muchas gracias, ¿no sabe cuándo volverá?”, pregunté yo, y ella respondió que no, que estaría unos días fuera, pero no sabía cuándo regresaría. Me dio mucha rabia, le di las gracias y me fui. Me encontraba muy apenado. De la Plaza España, me dirigí a casa de... bueno, me lo reservo. Cuando llegue ese momento ya lo nombraré...
Al día siguiente a las 11,30 estaba en la Plaza España de nuevo, le dije al portero que iba a casa de Vicente Parra. Como el día anterior me vio con él no dijo nada, subí y llamé, tardó un poco en abrir, yo creía que no había nadie, entonces me abrió la puerta él mismo, y me dijo: “¡qué puntual!, pasa, Vicente”. Me llevó a un salón donde había muchas fotos; “siéntate”, me indicó y él se sentó en el brazo del sillón en donde yo me había sentado, iba en batín, un batín gris, con unos dibujos que parecían pirámides. En un mueble había fotos, una de ellas estaba con Sara, yo me levanté del sillón y fui a verla y él me dijo: “Sí, aquí estoy con Sara y en esta con Paquita, ¿te gustan las fotos?” Yo contesté: “mucho, y si son de Sara, mucho más”, abrió un mueble y sacó dos álbumes, me los dio y me dijo: “Toma, ve mirando mientras yo me ducho”. Uno de ellos era de fotos con Paquita y el otro de otras personas y de Carmen Sevilla, pero de Sara no había ninguna. Cuando Vicente salió de la ducha, con un albornoz azul, me preguntó: “¿Has visto las fotos?” Yo contesté que sí, él me dijo: ¿Conoces a todos?”; “las que están contigo sí, a Carmen Sevilla, a Emma Penella, Paquita Rico, Concha Velasco, Rocío Dúrcal, y yo le pregunto, ¿con Sara no tienes?” Él me dijo que sí, fue a un mueble y sacó otro álbum. Cuando se agachó, el albornoz se abrió y al levantarse giró la parte abierta al
lado derecho, dejando toda esa parte al desnudo, yo vi que no le daba importancia, se volvió a poner en el brazo del sillón y me iba explican do las fotos. Cada vez estaba más pegado a mí, me echó una mano por el hombro y se agachaba sobre mí para marcar con el dedo las fotos, la parte desnuda estaba pegada a mí, yo cada vez estaba más nervioso. Ahí me di cuenta de lo que quería, era algo más que enseñarme fotos. Tenía la mano en mi hombro y su cuerpo sobre mí, ya que yo estaba más bajo que él. “Bueno, Vicente, habló entonces, dime a qué quieres dedicarte dentro del mundo del espectáculo”; yo le respondí que mi intención era hacer teatro o cine, aunque prefería más el teatro, él me dijo sonriendo: “has ido a escoger una profesión un tanto complicada. ¿Y qué es lo que haces?” Me preguntó. Yo respondí: “Trabajo en un almacén de metales, pero eso no me gusta”. “¿Tienes más hermanos?” siguió preguntando; “conmigo nueve”, y él sorprendido dijo: “¿Nueve hermanos? ¿Tu padre qué hacía, horas extras?” Fue entonces cuando sin darme cuenta puso su boca sobre la mía, no pude echarme para atrás ya que su brazo seguía sobre mi hombro, intenté incorporarme, pero no pude, me presionó contra él, su boca seguía pegada a la mía, levanté los brazos y pude despegarlo de mí, me puse de pie, estaba rojo como un tomate, era la primera vez que algo así me sucedía. Seis años después me pasó algo parecido, que ya contaré cuando llegue el momento… Lo que sí recordé era lo que había hablado con Juan de Orduña, el día anterior, cuando me fui de casa de Vicente: que en esta profesión había que dar mucho si querías alcanzar tu meta. Vicente se guía hablando y diciendo que era muy joven y que podía llegar si ponía empeño en ello, que era muy guapo y muy tímido, y eso me hacía tener más encanto, puso sus manos en mi cintura y me atrajo hacia él, rozó su cuerpo con el mío, yo estaba inmóvil, puso una mano en mi cintura y la otra en la nuca y volvió a besarme, sentí que quería llorar, un es calofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, todo esto era nuevo para mí, yo creía que era llegar y besar el santo, él me miró y con su mano
derecha acarició mi rostro, se daba cuenta por el trago que estaba pa sando, volvió a darme un beso, que apenas rozó mis labios: “Tu ino cencia me produce una gran excitación, ¿quieres que preparemos algo para comer?”, yo dije al instante que sí, se fue a la cocina y al momento volvió y me dijo: “Hay pollo frío, ¿hacemos una ensalada?”. “Bueno”, contesté, él me dijo: “Ven, ayúdame, aquí tienes todo para la ensalada, ¿quieres que le pongamos cebolla?, si a ti te gusta, claro...” contesté: “por mí no, no me gusta, me molesta el olor, pero si tú quieres, a mí me da igual”; “pues no le pongas”, me dijo. Le puse lechuga, pepino, tomate, aceite y sal. “¿Dónde quieres que comamos? me preguntó, tú eres mi invitado”, yo contesté, “aquí mismo”. Comenzamos a comer. La verdad es que no sabía de qué hablar, él me miraba mientras comía. “Vicente, cuéntame algo”, me dijo al fin; “y qué quieres que te cuente”, contesté yo; “alguna cosa de ti... ¿tienes novia?”, me preguntó. “No, en este momento no, hace un mes que hemos roto, le dije, salíamos de niños y la verdad es que la echo mucho de menos, yo sé que soy muy cabezón y sobre todo cuando creo que tengo razón”. Él me dijo: “Va mos al salón, no quites nada, cuando venga Isabel lo recogerá”. Fuimos de nuevo al salón, yo no sabía qué hacer, si irme o que darme, nos sentamos, él se levantó y saco unos discos. “¿Quieres que ponga este de Sara? dijo, es el de Samba”, yo contesté: “bien, ese disco fuera de la película no lo he escuchado”; empezó a can tar, Vicente vino donde yo estaba. Él continuaba con el albornoz, sé que debajo no llevaba nada. De vez en cuando se le abría y no hacía nada para remediarlo. Se sentó a mi lado y me preguntó que cuándo había visto a Sara, yo me paré a pensar un momen to y dije: “fue en enero, por mediación de Luis Marquina”, a lo cual Vicente dijo que lo conocía de cuando Paquita Rico rodó la Viudita naviera , que fui a verla. Él me preguntó, “¿pero Luis te ha ofrecido algo para trabajar?”. Yo respondí que no, pero que me había dicho que me tendría en cuenta.
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Vicente seguía sentado junto a mí; “y ¿a quién más conoces?”, me preguntó; yo contesté: “bueno, conocer lo que es conocer, a Paquita Rico, a Sara, a Rocío Dúrcal, a Juan de Orduña, a Isabel Garcés, a Rafael Gil, Luis Cesar Amadori, y a Fernando Fernán Gómez, —y esto fue ya con retintín—, y a un señor que es amigo de uno que fuera amigo tuyo y que se llama «X»”. Cuando le dije el nombre se quedó sorprendido, yo le dije: “Tengo unas cartas tuyas y unas fotos”, él seguía mirándome, “pero ¿quién puede haberte dado esas cartas?”. Yo le dije “el ser llamémoslo X, que vivía en el hotel llamémosle X, no me pidas que te dé el nombre, pues no lo voy a hacer”; él me dijo, “bueno, como tú quieras, estuve con ese señor, pero ya hace algunos años que no sé nada de él. Lo que me sabe mal es que esas cartas estén dando vueltas”, yo lo miré y le dije: “no pases cuidado que no van a dar ninguna vuelta”. Fue entonces cuando más insistió, se dio cuenta de que yo sabía mucho sobre él, me miró y acercó sus manos a mi cintura y me atrajo hacia él, me volvió a besar, se quitó el cinturón y dejó caer el albornoz, se quedó totalmente desnudo ante mí, yo empecé a temblar, estaba temblando como un niño cuando tiene frío, me atrajo hacia él y pegó su cuerpo contra el mío, me empezó a levantar el suéter hasta que me lo quitó, dejando mi pecho desnudo; empezó a besarme en el cuello bajando hacia el pecho, besándome y mordisqueándome me fue quitando el cinturón del pantalón, abrió el pantalón y bajó mi cremallera, se fue agachando mientras bajaba el pantalón. Cuan do llegó a mis partes empezó a besarlas y a acariciar mis testículos, él ya tenía una erección; yo, a pesar de que él estuviera acaricián dome, y que su cuerpo estuviera tan cerca del mío, no entraba en situación, no podía quitarme de la mente que eso no era lo que yo buscaba, a pesar de lo que me había dicho de que tenía proyectos de teatro y de cine, y que algo habría para mí... eso no bastaba como para que yo hiciera el amor con él, era la primera vez que un
hombre me tocaba y me sentía muy mal, aunque fuera a cambio de un papel, todos mis sueños estaban por los suelos, llegué cargado de ilusiones y en una semana me había pasado de todo. Allí estaba yo, delante de un hombre que estaba en pelotas igual que yo, un hombre que estaba acariciándome todo mi cuerpo... qué lejos había estado de pensar que podría verme en esa situación, jamás me ha bía parado a pensar que hubiera hombre que pudiera gustarle otro hombre, hasta ese momento, que me previnieron de los peligros que había en ese mundo tanto para hombres como para mujeres. Fue Conchita, a la que visité antes de ir a Madrid, la que me leyó la cartilla. Me dio dos cartas para dos amigos suyos, una para un actor que no llegue a dársela y la otra para una amiga suya que ya hablaremos de ello más adelante.
Yo seguí allí de pie. Por mi mente pasaban mil pensamientos. Vicente intentaba que yo entrara en situación, volvió a acariciar mi cuerpo; cuando ya estuvo frente a mi pene, sentí que un es calofrío recorría mi cuerpo, cogí a Vicente por los hombros y lo incorporé, me quedé mirándole y le dije: “Lo siento, pero no puedo, creo que no es lo mío”. Él se quedó frente a mí sin saber qué decir, yo comencé a vestirme, me puse el pantalón y Vicente seguía frente a mí, había cogido el batín, lo tuvo en sus manos sin llegar a ponérselo, me miraba fijamente, siguiendo cada uno de mis movimientos. De pronto me cogió de la muñeca y me dijo: “¿En qué he fallado?” Yo lo miré y le dije: “No, tú no has fallado, he sido yo, que no estoy preparado para esto, y a lo mejor tienes razón de que es muy bonito hacer el amor con un hombre, pero no creo que ese sea mi camino”. Entonces él se fue de donde yo estaba y al rato volvió vestido con un pantalón vaquero y un sué ter gris, me miró con mucha ternura y me dijo: “¿Quieres beber algo?” “Si tienes coca cola”, contesté, se fue y al momento trajo una para mí y otra para él. Preguntó: “¿Cuándo te vas?” contes
té que aún estaría unos días, pensé, gracias a Encarna Sánchez. Vicente me dijo: “Espero que podamos ser amigos”, yo tardé un poco en responder: “Sí, sí, solo somos amigos…”. Me alargó la mano y me dijo: “Solo amigos, aunque me hubiera gustado estar contigo. Esa ingenuidad que desprendes puede llegar a ser un arma que puedes utilizar. Siempre habrá alguien que quiera estar contigo y más si es tu primera vez, y eso se nota, eso es lo que me ha pasado a mí, solo de pensar que yo era el primero, estaba loco por hacer el amor contigo. Espero que esto desemboque en una buena amistad”; yo respondí: “Así será...”.
Me dio un abrazo y me preguntó: “¿Dónde vas ahora?”. “Pues quería haber visto a Sara, contesté, pero creo que no está”. Vicen te respondió: “No, no está. Está fuera de Madrid, me lo dijo ella misma”. “Qué pena, dije, me hubiera gustado verla”. “La que sí está es su madre”, me indicó Vicente; “¿tú crees que podríamos saludarla?” le pregunté, a lo que él me respondió: “Pues claro que sí, termínate la coca cola y vamos”.
Pasamos a casa de Sara. Fue él quien llamó a la puerta y abrió la chica. Él la llamó por su nombre, pero no lo recuerdo, la chica dijo: “Sara no está, don Vicente”, y este respondió: “Lo sé, venimos a ver a doña María”. Al momento, apareció doña María. “Hola, Vicente, dijo la señora, Sara no está”. “Lo sé, respondió Vicente, venimos a verla a usted, aquí, mi amigo, quería conocerla. Se llama Vicente igual que yo, es de Valencia, y además es un seguidor de Sara, conoce toda su vida, mejor que ella misma, sobre todo cuan do estuvo en Valencia. Puede preguntarle lo que quiera, que él sabe hasta lo que no sabe nadie”.
Vicente, haciendo ademán de marcharse le dijo: “María, ten go que irme, estamos preparando un trabajo, aquí le dejo a mi amigo Vicente para que hable con Ud”. Vino hacia mí, me dio
un abrazo y me dijo: “Espero que todo vaya bien y lleguemos a ser dos buenos amigos”.
Con el tiempo no es que fuéramos los mejores amigos del mundo, pero si podíamos considerarnos amigos, y creo que no lo fuimos más porque no nos veíamos muy a menudo, solo de tarde en tarde. Cada vez que me acercaba por Madrid lo visita ba, bueno, si tengo que ser sincero y lo voy a ser, no todas, si iba tres o cuatro veces al año lo veía una o ninguna, tenía miedo de que quisiera algo más y tuviéramos que romper nuestra amistad, pero la verdad es que desde ese momento de nuestro encuentro nunca jamás intentó nada conmigo. Ni una mala insinuación. Sí es verdad que me daba unos abrazos con mucho cariño. No le llegué a dar la carta que tenía para él de parte de Conchita Mi chó, la rompí, no quise que se pudiera sentir mal, por ser alguien que iba recomendado por una buena amiga suya.
Cuando conocí a doña María, hoy pienso, que fue una gran satisfacción, el haberla conocido, y el haber tenido las conversaciones que tuve con ella. Eso me sirvió, para poder entender un poco a la supernena
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Cuando Vicente salió de casa de Sara me quedé con doña María. Pasé a un salón que tenía dos escalones, y un gran ventanal. María me preguntó que si quería tomar algo, yo conteste que una coca cola, me senté en un sillón y María frente a mí. Me dijo: “Así que eres de la tierra de Vicente, ¿y qué tal por Valencia? Dice Vicente que quieres ser actor”, “sí, esa es mi mayor ilusión, poder trabajar en cine o teatro, respondí, pero sé que lo tengo un poco difícil, por la poca preparación que poseo, ya que tengo pocos estudios. Ac tualmente voy al conservatorio y de noche a la escuela. Pero las dos cosas no puedo compaginarlas por el horario. Me han dicho que tengo que escoger un camino u otro”.
Conchita Michó, fue una de las mujeres más especiales que yo he co nocido. Tenía una forma de mirar, y sobretodo destacaría esa forma de mover las manos, con esa elegancia, que nunca ví en nadie mas.
Para ingresar en el Conservatorio me pedían mucho, pero gracias a Conchita Michó, pude entrar. Ella me lo arregló todo para poder acceder, y la verdad, lo pasó mal, hay quien es abogado o periodista
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y gente con estudios que va para vocalizar, para poder expresarse mejor, o tener una dicción, yo no estoy a su nivel. La directora es una actriz retirada, pero no es buena persona. Aprovecha cualquier situa ción para ponerme en ridículo, creo que es porque ve el cariño que le tengo a Conchita, le tiene mucha envidia. Creo que hay muchas for mas de llamar la atención, sin llegar a humillar a nadie, y menos a mí, que soy el que más lo necesita y el que más se tiene que esforzar para estar a la altura. Pero doña Ana disfruta haciéndolo, no es como Conchita que es todo cariño, no tiene la prepotencia que tiene la di rectora. Todos los que la conocen dicen que no tiene sentimientos, en cambio, de Conchita todo son halagos.
La amistad de Conchita, surgío en 1967, y me duró hasta 1984, que nos dejó. Se fué, pero nunca me dijo adiós, ya que hubo muchos mo mentos de mi vida, que la fuí recordando, y cuando recuerdas a al guien, nunca se va.
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Cambiando de tema y volviendo a Sara le dije: “Vi a su hija en enero. Estuve en Madrid para conocer a Luis Marquina y fui a los estudios para ver si podría también conocer a Sara por mediación de Luis. Y lo conseguí”.
Cuando le hablé a Sara de Conchita, me dijo: “¡No me digas que aún vive!” yo le dije, “sí, tiene sesenta y nueve años y está gua písima”, Sara me dijo: “Sí, la recuerdo. Siempre fue muy guapa y con una gran personalidad”, a lo cual yo dije, “sí, y sigue igual, más mayor, pero muy guapa”.
María me dijo: “¿Pero mi hija conoce a esa señora?” Yo res pondí: “Sí, fue la profesora que le puso Ángel Ezcurra cuando llegó a Valencia en el 42, y según mi amiga Conchita, Antonia era un terremoto, llevaba de cabeza a todos, decía que era una niña de catorce años, pero con una mente muy despierta para su edad, sobre todo para la época, decía Conchita que frente a un espejo que hay en el salón, Antonia se ponía delante y decía: «un día estaré cubierta de joyas y de pieles, y vestiré los mejores trajes, tendré una gran mansión para mí sola», decía Conchi ta que ponía tanto entusiasmo que parecía que lo vivía, quería tener, ser importante, como fuera, dice que traía de cabeza al padre y al hijo. Yo sé muchas cosas, secretos de su hija que no se han contado en ninguna biografía, conozco el motivo”, recuer do que María me miraba con asombro y que me escuchaba con mucha atención. “Mejor que Ud., no lo sabe nadie, María me dijo, pero ¿cómo es posible que tú sepas todo esto?”, yo le con testé, “porque Conchita fue gran amiga de los Ezcurra, y sobre todo de Dña. Pura, con el distinguido, con el gran señor Ángel Ezcurra. Igual que sé que Isidoro, su marido, nunca supo nada de lo que pasó, ¿si no por qué cree que pudiera haber tanto in terés por una joven que solo es bonita? Del 42 al 44 ella genera unos gastos y no produce ningún beneficio. ¿Por qué cree que
¿Cómo sería conocer a tu ídolo? Esta es la historia de un joven que cono ció a su ídolo y poco a poco se intro dujo en su mundo, hasta el punto de conocerla sin el brillo de la fama. Risas, lágrimas, aventuras y des encuentros con grandes como Sara Montiel, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Lola Flores, Encarna Sán chez, Rocío Dúrcal y muchas más.
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