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Un mundo sin juguetes
Era una noche calurosa y despejada de julio en casa de los abuelos. Lía y Asier estaban muy emocionados porque desde hacía tiempo esperaban ansiosos este día, los abuelos les prometieron una noche especial de acampada: dormir en el jardín, comer palomitas, chucherías, cantar, reír, contar historias... Todo eso bajo la luna llena y un cielo lleno de estrellas.
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Cuando Lía y Asier llegaron a casa de los abuelos, ya estaba todo preparado; salieron al jardín y vieron la tienda de acampada justo en medio, al lado de una hoguera, y colgados del árbol había unos farolillos con luz tenue y un poco de música para acompañar. Todos en este momento estaban llenos de alegría e ilusión.
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Además, por si fuera poco, la abuela salió al jardín con un baúl especial, y los más pequeños, sin esperar un solo segundo, preguntaron con mucha curiosidad:
—¿Qué hay ahí dentro, abuela?
—Esto que hay dentro del baúl es algo mágico para esta noche —les explicó mientras abría las hebillas, y continuó—: cuando yo era una niña como vosotros, me encantaba salir al campo con mi padre hasta las tantas de la madrugada y escucharlo explicarme dónde se encontraban todo tipo de constelaciones, planetas y esos mundos que él mismo se inventaba. Nos pasábamos las horas imaginando que podíamos volar alto y visitar esos lugares que solamente podemos ver con el telescopio.
Los niños se quedaron boquiabiertos y le pidieron a la abuela que les enseñara todas aquellas cosas que aprendió de pequeña, pero ese momento tenía que esperar un poquito más, porque antes de nada era hora de cenar, cantar y bailar. Así que fueron a buscar al abuelo.
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