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BOOK EDITION
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illustrated by @roledesma
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Ansiedad
Saltó de la cama y empezó a buscar por la habitación como quien cree que se dejó el móvil en el taxi. Se duchó espasmódicamente. A qué venía esa ansiedad. Su pareja había salido temprano. Recordaba la despedida dulce como cada mañana. Respecto a su propia jornada laboral, no podía ser más tranquila. ¿A qué venía ese nervio de día de entrega de proyecto? Revisaba el mail. Seguro que llegaría la peor noticia en cualquier momento, pero pasó la mañana y nada. A la hora de comer los nervios eran insostenibles. Salió a la calle y cada coche que pasaba le tensaba los músculos. Sería mejor comer cuanto antes cualquier cosa. Se metió en la hamburguesería y eligió al tuntún. Pero bastó que le pusieran delante esa hamburguesa humeante y apetitosa para descubrir la causa de los nervios. Hostia, qué ganas tenía ya de zamparse una.
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Auto-flesh consumed
Descubrí una fotografía de mi persona en un banner de la web de Pocholo Meat. Una foto robada. Mi persona comiendo hamburguesa. Sin permiso. Llamé y dije "Dadme royalties o quitadme". "Tu cara es ideal para banners de anuncios de hamburguesas", dijeron. Oh, vaya. Semanas después, vi mi cara en un banner de Manoleitor Burger. Y luego por la televisión mi cara en unos anuncios de América. Mi cara en Times Square masticando una patata frita. Cierta fama creciente. Gente parándome por la calle. Autógrafos. Un psiquiatra frenólogo dijo: "Él es el estándar hamburguesero". Poco después, me descubrí en un banner de dentaduras postizas. ¿Cómo? La misma foto mordiendo hamburguesa, pero ahora dentadura. Llamé y me dijeron que había algo en la forma de mi boca en el morder hamburguesa, que podía ser utilizado para dentaduras. "¡Estándar de dentaduras postizas!", me dicen ahora por la calle. Yo los miro fijamente y enseño un poco los dientes. A veces hago el gesto de morder hamburguesa y evoco mi fama pasada, si me lo piden. Nadie me pregunta quién fui antes de todo eso.
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Buen miércoles
Mi madre, con to su malafollá –que es la flema granaína–, cuando me veía mordisqueando de mala gana el bocadillo de carne, me decía: “Es que en la calle todo está más bueno”. Purita verdad, madre santa. “Pero esto en la calle vale tres veces más”. Por eso está más bueno, madre querida. Precisamente por eso. Lo que nos gusta es poder pagar, no aquello por lo que pagamos. “Y encima de ser más caro, está más malo”. Toda la razón, mamasita. Pero qué asco más bueno. “A saber los miércoles que le echan”. ¡Buah, mami!, unos miércoles buenos, buenos, no como este miércoles, que es un miércoles de mierda. “Haz el favor de comerte ya la hamburguesa, que me estás poniendo nerviosa”, decía fumando apoyada en el fregadero, embutidos sus 50 kilos de peso en los brillantes pantalones de napa, regalándole el humo a la ventana que daba al ojo-patio.
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Food blogging is a lonely place
Cuando empezaste a contarlo, yo ya sabía todo sobre tu blog de hamburguesas. Tu bio era perfecta: “Burger Enthusiast. You miss 100% of the hamburgers you don’t eat“. Llegar a la primera cita completamente enamorada de ti solo por leer tu blog era tan vergonzoso como real. No hay motivos más o menos válidos para enamorarse. Estaba viviendo en directo tus consejos para disfrutar al máximo de una hamburguesa: esparcías con el cuchillo la mayonesa en el pan, y mientras te concentrabas en lo que estabas contando, introducías las patatas fritas encima de la carne antes de volver a unir las dos rebanadas y cogerlas con las manos. Esa imagen me fascinaba tanto que me costaba seguir el hilo de lo que estabas contando. Te vi tomar una foto a la hamburguesa. Sabía que siempre ponías una nota y que siempre etiquetabas a las personas con las que estabas. Nada podía ir mejor. Menos cuando subiste la foto, y mi móvil no se iluminó, solo el de la chica con la que estabas cenando.
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Justo ahí
La Bacoa Japonesa estaba en un extremo de la mesa y la Bacoa Clásica en un lado. Eran muy distintas las salsas. Mayonesa y salsa Terayaki. Pero la lechuga y el tomate tenían mucho que contarse. De ganas y sabor estaban bastante parejas. Se hacían ojitos mientras todas las salsas caseras observaban. Y ahí estaban las dos, Belén y Nuria, en el mismo sitio a la misma hora. Misma mesa, sin darse cuenta. Y el mismo destino hizo que una cerveza se derramara y se miraran a los ojos. Tan diferentes, tan plenas de todo. -¿Qué lleva la tuya? Mañana la pruebo. -Suelo venir los jueves, seguro nos vemos. Las Bacoas se miraron y sonrieron. Un guiño cómplice para guardar el secreto para siempre. Ellas tiraron el vaso.
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Minotauro
Una tarde de invierno, encuentro un laberinto grabado en la carne de la hamburguesa que acaban de servirme. Mi novia está enfadada. No me he tomado las pastillas, y tengo que tomarme las pastillas. Siempre usa la misma broma cuando me encierro en el baño: "Lo que pasó a continuación te sorprenderá". El laberinto es cuadrado –eso me incomoda–, minucioso, como si lo hubiera tallado un pinche de ojos nerviosos al que no le queda tiempo. Cientos de pequeñas galerías concentradas en este trozo enano de ternera. Otras cuestiones son irrelevantes, como haberla pedido muy hecha –he insistido: muy hecha; muy hecha, por favor–; o ver las líneas negras que salen de las cosas, su matriz. Hay otro en la frente sudorosa de la mujer que tengo al lado. Me pregunto qué pasará cuando termine de seguir el laberinto con el dedo, cuando lo resuelva. Tengo mucho tiempo, y nadie me espera en casa.
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Nuestra primera hamburguesa
Por aquel entonces todavía no comíamos auténticas hamburguesas. Hamburguesas eran las que veíamos en las películas -redondas, inmensas, perfectas-; no esos bocadillos de pan y filetes rusos que nuestra abuela nos preparaba con devoción casi infantil, eso no son hamburguesas, abuela, decíamos, pero igual las comíamos. Después -para entonces eran ya los noventa- veríamos abrir en nuestra ciudad de provincias la primera hamburguesería y aún más tarde viajaríamos mucho, demasiado, y comeríamos hamburguesas de pollo y hamburguesas de atún y puede que incluso hamburguesas veganas, para satisfacer a cierta novia vegetariana. Y en todos esos lugares descubriríamos, en fin, que no existe la hamburguesa auténtica, que la hamburguesa no fue nunca otra cosa más que la simple idea de una hamburguesa, aun faltando la carne o el queso o la cebolla; aun faltando nuestra abuela y esas primeras hamburguesas que preparaba para nosotros sus últimos años de enferma.
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Una vez al año
Lo mejor del rito es el disfraz; no vaya a sorprenderla un conocido con las fauces en la carne. Este año viste una peluca morena y prendas del armario de su hermana: leggins y sudadera de pelito rosa. Tobillos descubiertos. De lejos, parece una imitadora de Rosalía. De cerca, la loca de los gatos. Demasiado mayor para la estética urban. Demasiado mayor para hacer algo tan trivial a escondidas. No se tomaría tantas molestias ni para robar en el Bershka. Pero es que los principios son los principios. “Tres hamburguesas completas, por favor”, le susurra al camarero. “¿Normales o veganas?” Le arden las mejillas. “Veganas, no”. Hoy no. Hoy es el día del pecado. La fiesta de la contradicción humana. El banquete de los traidores. Lo que más añora es el olor de la grasa en la parrilla.
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Nunca olvidaré aquella noche. Estaba haciendo cola en Bacoa cuando alguien me tocó el hombro [...]
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Cuando me di la vuelta, el de delante me sujetó del otro hombro. Me empezó a agarrar todo el que estaba ahí hasta que no pude moverme. Era una performance de una compañía de teatro.
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Su toque resonó en mi esqueleto a ritmo de bossa nova, mis pies marcharon solos hacia mi espalda, y en un giro audaz me encontré de nuevo con su cara. Al bajar la mía pude ver su mano extendida y una invitación implícita al baile de la vida. "O pasas tú, o pido yo" .
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Me giré y era un ser con dos piernas y dos brazos y cinco dedos en cadamano. ¿De dónde salía? ¿Cómo había llegado allí? Todos lo miramos atónitos, no era de este mundo. Él solo dijo:"Hamburguesa".
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Joder, qué nervios. ¿Sería la última primera cita? Porque pintar, pintababien. Pero cuando me giré, mi Tindercita había aterrizado en forma de mancha blanca en mi chaqueta. Mierda, mi favorita. Cuando me dijo que le llamaban Piolín no pensaba en algo literal. "Pues nada, de aquí al cielo", pensé.
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No me di la vuelta porque esa noche no estaba para nadie. Era una noche de mierda y no me apetecía contestar a cualquier pregunta absurda. Volvieron a tocarme y antes de darme la vuelta resoplé, justo en el momento en el que iba a mirar atrás, alguien por delante de mí dijo: “Ni el pasado volverá ni el futuro te dirá qué hacer, así que depende de ti, estás solo”. Cuando quise darme cuenta ya no había cola, me tocaba a mí, por fin me tocaba a mí.
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Y me dijo: "Cuando pidas tu hamburguesa, apaga el móvil y lee un buen libro. Invierte tiempo en aquello que realmente te alimente". Esperamos que disfrutéis de este pequeño regalo. ¡Feliz Día del Libro!
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