MV-19

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ISSN: 2027-9094

MÁRTIRES VIVE - 19.05.2019

número 0 - abril de 2011



ISSN: 2027-9094

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Argumento y textos Luis Fernando Medina, aka Luscus www.alta-densidad.net - luscus9@gmail.com Edición y corrección de textos Sofía Parra sofiaparrag@gmail.com Diseño gráfico e ilustraciones Zokos www.zokoslab.com - zokoslab@gmail.com Un proyecto de Bajo Control - Agencia Cultural David A. “scaryclock” Barón López Camilo Andrés Rodríguez bajocontrolagencia@gmail.com

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Agradecimientos: Leonel Rodríguez, Ana Ospino. A la localidad de Los Mártires por acogernos en este proyecto, por ser la fuente de inspiración del mismo. Esta publicación muestra una historia que aspiramos no ocurra (aunque puede ser parte de ese futuro incierto). Pretendemos que los jóvenes cambien su realidad y que sueñen un futuro diferente para su localidad. “Los Mártires VIVE, Los Mártires sueña, Los Mártires está presente en toda la historia de Bogotá." Este material puede ser distribuido, copiado y exhibido por terceros si se muestra en los créditos. No se puede obtener ningún beneficio comercial y las obras derivadas tienen que estar bajo los mismos términos de licencia que el trabajo original.


Bajo el cambio climático, entre el smog de la industria y la neblina perpetua de los andes, se levanta Bogotrópolis: mutación de acero y miseria de la antigua capital de un país contradictorio, en un subcontinente rico y maldito. No conozco más lugar que este desde que nací.

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En la periferia, los cubículos de acero oxidado insertados en las fábricas son el hogar de la mano de obra barata que duerme bajo las mismas crueles chimeneas que los someten. Aquí, las noches al calor de los realitis y la realidad virtual postpago son el único sosiego. Yo era un habitante más de los cubículos hasta que la tragedia me negó incluso esa mísera existencia. Mi madre, mi única familia cercana, murió en un accidente en la fábrica de textiles.

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Me desaloja de inmediato la policía al servicio del Banco Metropolitano, dueño de la fábrica y creo que de todo. Mi precario salario no es suficiente en el balance de los desdichados. Recojo todas mis pertenencias en un pequeño morral. De mi vieja solo me queda una antigua fotografía de su padre arrancada por la mitad y un mapa marcado en tinta roja con la inscripción MV19.

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Sin hogar, con mi morral a la espalda y un pobre casco antirayos ultravioleta, salgo a la derruida estaci贸n, residuo del proyecto de Metro que nunca ser谩, a buscar el transporte que se dirige a esa zona misteriosa y lejana donde al parecer siempre ha vivido el abuelo.

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¡Ya agarraremos a estos hijueputas!

El asfalto se desenvuelve novedoso ante mi aventura hacia el centro inexplorado de Bogotrópolis. ¿Cómo será Mártires? ¿Qué habrá allí además de un abuelo desconocido? Estas preguntas asaltan mi mente mientras trato de no recordar a mi madre, enlatado a presión entre decenas de trabajadores zombis tras una cortina de gafas de realidad virtual.

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Un edificio derruido bajo el letrero oxidado de “Estación de la Sabana” me recibe lleno de luces rojas y sirenas que demarcan la puerta de acceso a la zona industrial: un complejo de acero y chimeneas que se retuercen entre la piedra vieja que ya tiene los días contados. Varios arcos llenos de torniquetes me reciben custodiados por policías del Banco Metropolitano, los mismos que me expulsaron de mi hogar. El temor crece ante su cercanía.

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¿Hacia dónde se dirige? Voy a buscar a un familiar ¡Aquí no hay familiares, solo obreros! Cuando me dispongo a sacar la fotografía y el mapa una mujer me toma firme por el brazo. ¡Cariño llevo horas esperándote! No se preocupen es otro cliente perdido.

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En un cuartucho improvisado, me siento al lado de Kara con ganas de besarla, con ganas de explicarle, con ganas de que me explique. Saco el mapa y ella rompe el silencio que mantuvo mientras me llevaba por las grises calles de Mártires como un ángel anónimo a punto de explotar: ¿Que no sabes qué es eso?

Saco instintivamente la fotografía que he traído conmigo.

¡Aquitofel!

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MV19, Mártires Vive. ¿cómo no notarlo antes? Siempre me salté el canal de noticias en el servicio de realidad virtual, paraíso artificial de la clase trabajadora. Surgió en el 2019 para luchar por la recuperación de todo este territorio de caos e industria que apenas descubro. Sus integrantes son perseguidos y cazados por los agentes del Banco Metropolitano, principal impulsor de la renovación urbana.

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“Cuando vi el MV19 en tu mapa supe que traerías problemas. Pero cualquier cosa antes que dejarte con los perros de la Policía Metropolitana, que no han traído sino penas desde que tengo recuerdo. Aquitofel es el líder del movimiento MV19. Aunque todos lo conocemos en la localidad, nadie sabe a ciencia cierta cuál es su paradero. Se rumora que cambia su centro de operaciones cada semana. Uno queda en el mercado negro del cementerio; otro, en las fábricas que sabotea oculto como conserje. Se dice que su rostro es tan antiguo como el obelisco que alguna vez existió en Mártires.” 15


Entonces, es Aquitofel a quien busco... es mi abuelo.

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Kara relata con desinterés fingido una historia fragmentada de la localidad, mientras recorremos las calles abarrotadas del humo de ventas de comida y de obreros que, en todas partes, consumen aquella precaria comida en toldos improvisados. En cada rostro buscamos la figura de la fotografía. Por los callejones solitarios Kara comenta en voz baja que el MV19 luchaba por el Mártires que ella nunca conoció.

Pasamos por los mercados negros llenos de baratijas y montados sobre antiguas tumbas del cementerio central. Cascos antirradiación de primera generación y gafas de realidad virtual usadas: las baratijas más buscadas por los parias de rostro quemado por el sol. Kara hace gala de sus encantos y pregunta por Aquitofel. Yo muestro esperanzado su fotografía solo para ganarme un regaño de ella: “¡Cuidado! Todo en Mártires se sabe. Hay agentes de la policía del Banco Metropolitano por todos lados.” 17


Al caer la tarde, las radiaciones ceden y el cielo se oscurece junto con las miradas y las almas. Nos dirigimos al Obelisco, que en otro tiempo llevó los nombres de los próceres de nuestro país cubierto ahora de expresiones de lamento, convertido en una enorme torre de comunicaciones. Esperamos encontrar entre los piratas tecnológicos algún contacto que nos lleve a Aquitofel. Las sirenas de las fábricas suenan... también las que anuncian el toque de queda. Toda comunicación es inútil. 18


El ambiente se densifica. Los cuerpos cansados se dirigen de manera automática a los pequeños cubículos donde los espera la vigilante imagen en LCD de un divino niño mecanizado que guarda la miseria. En contracorriente, Kara y yo corremos acosados por las sirenas y las pantallas panorámicas que exhiben nuestros rostros. Ya violé mi pase de doce horas para permanecer en Mártires.

Arrinconados contra muros ardientes de metal y ácido, esperando el rugido de la bestia de la opresión y sus esbirros del Banco Metropolitano, Kara y yo nos tomamos de la mano. Pienso en el abuelo y su recuerdo se esfuma por las chimeneas industriales como un pálido sueño que ahora se vuelve pesadilla. Los vehículos se acercan. Oigo perros también. De repente, entre la herrumbre y los tornillos agonizantes, una portezuela se abre lentamente. Una voz nos llama y solo alcanzo a ver un MV19 entre moho y heces. 19


Segundos que parecen una eternidad preceden al clímax de nuestro encuentro. Las arrugas de su rostro expresan el satisfactorio cansancio de quien resiste a pesar de todo. Aquitofel esboza una ligera sonrisa y extiende sus brazos hacia mí. Afortunadamente el abuelo intervenía las redes de apoyo de la Policía en Mártires. No estaba seguro de que la foto pixelada que transmitía la antigua terminal, todavía en servicio, correspondiera con la vaga imagen que tenía de su nieto. Saco con timidez la vieja foto que me condujo hasta aquí. El abuelo la toma, acaricia la rasgadura y pregunta por mi madre. Yo respondo con una lágrima y un silencio que grita lo acontecido. “Arranqué a tu madre de la foto y la envié lejos de Mártires. No quería que a ninguno de ustedes los vincularan conmigo.” —me dice sin mirarme a los ojos—.

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El abuelo explica cómo la localidad, que en el pasado fue centro de desarrollo y orgullo por su tradición independentista, cayó en desgracia y se fue convirtiendo en un gueto de drogas y violencia. Sus lágrimas se contienen por la rabia mientras recuerda que en el 2019 la reforma urbana del Banco Metropolitano convirtió a Mártires en una zona de exclusión, hogar de parias, lleno de industrias y sin intercambio con el exterior.

“Estás aquí porque es lo que debe suceder” —me dice firmemente al mostrarme una plantilla del MV19 y una lata de aerosol, su primera arma contrainformativa desde los tiempos más oscuros—. 21


El abuelo me entrega una caja que ha guardado arriesgando su vida. En ella se encuentra el archivo fotográfico y audiovisual que muestra cómo era la localidad hace muchos años. “Esta es una memoria ya olvidada que he conservado para difundirla algún día masivamente. Muchos te perseguirán por tener esta información ya que la ignorancia del pueblo es el alimento de los poderosos. Pero ahora que estás aquí, veo que has crecido y que ha llegado el momento para que estas manos viejas dejen de cuidar tesoros dignos de otros bríos que ya no están conmigo.”

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Kara al fin me regala un beso sabiendo que su condición no le permitirá cruzar los muros de la opresión. La lujuria se diluye entre la sensación de un desconocido pero firme deber. Aquitofel articula un tímido abrazo con la aspereza del guerrero desacostumbrado a otro afecto que no sea la causa.

El abuelo me conduce hasta mi única salida. Oculto entre una de las cápsulas que llevan el ozono al sector norte, debo escabullirme de los guardias del primer desembarcadero de la zona chapinero antes de que los camiones contenedores lleguen a la planta distribuidora. Ahora los recuerdos se agolpan en mi mente. Una corta despedida se confunde con los estertores de metal tambaleándose en el camión que esquiva los conocidos agujeros del asfalto bogotano. Una primera parada seguida de unas voces ininteligibles, luego, el silencio que cubre mi escapatoria del camión para buscar la morada que cambio noche tras noche acosado por las patrullas del Banco Metropolitano.

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Hace frío y tomo mis nuevos elementos de trabajo: la terminal portátil de realidad virtual y los códigos de intervención en la red. Hoy el MV19 aparecerá en todos los canales. Continuaré la obra que el abuelo empezó hace años con una simple plantilla. Mis calles son las redes y mi intervención es electrónica. La lucha se expande a través de la transmisión que preparo con parte del material que he heredado. Ya casi es hora… Mártires Vive y en ella el ejemplo de todas las comunidades oprimidas de este mundo injusto y maquinal. Tomo un aliento y, antes de presionar la última tecla, observo el horizonte de chimeneas humeantes y metal lejano donde una pequeña luz roja intermitente me indica que al otro lado del muro Kara y Aquitofel esperan la transmisión.

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