01 sumer y akkad

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HISTORIA 'wWMDQ A n ig v o

SUMER Y AKKAD


HISTORIA

■^MVNDO

A ntïgvo ORIENTE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

8. 9. 10. 11.

12. 13.

A. Caballos-J. M. Serrano, Sumer y A kkad. J. Urruela, Egipto: Epoca Tinita e Im perio Antiguo. C. G. Wagner, Babilonia. J . Urruelaj Egipto durante el Im perio Medio. P. Sáez, Los hititas. F. Presedo, Egipto durante el Im perio N uevo. J. Alvar, Los Pueblos d el Mar y otros m ovimientos de pueblos a fin es d el I I milenio. C. G. Wagner, Asiría y su imperio. C. G. Wagner, Los fenicios. J. M. Blázquez, Los hebreos. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe­ ríodo Interm edio y Epoca Saita. F. Presedo, J . M. Serrano, La religión egipcia. J. Alvar, Los persas.

GRECIA 14. 15. 16. 17. 18.

19. 20. 21.

22. 23. 24.

J. C. Bermejo, El mundo del Egeo en el I I milenio. A. Lozano, L a E dad Oscura. J . C. Bermejo, El mito griego y sus interpretaciones. A. Lozano, L a colonización griega. J. J . Sayas, Las ciudades de J o nia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R. López Melero, El estado es­ partano hasta la época clásica. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se , I. El estado aristocrático. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D. Plácido, Cultura y religión en la Grecia arcaica. M. Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D. Plácido, L a Pente conte da.

Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto. 25.

J. Fernández Nieto, L a guerra del Peloponeso. 26. J. Fernández Nieto, Grecia en la prim era m itad del s. IV. 27. D. Plácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. Fernández Nieto, V. Alon­ so, Las condidones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J . Fernández Nieto, El mun­ do griego y Filipo de Mace­ donia. 30. M. A. Rabanal, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I : El Egipto de los Lágidas. 32. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I I : Los Seleúcidas. 33. A. Lozano, Asia Menor h e­ lenística. 34. M. A. Rabanal, Las m onar­ quías helenísticas. I I I : Grecia y Macedonia. 35. A. Piñero, L a civilizadón h e­ lenística.

ROMA 36. 37. 38. 39. 40. 41.

42.

43.

J. Martínez-Pinna, El pueblo etrusco. J. Martínez-Pinna, L a Roma primitiva. S. Montero, J. Martínez-Pin­ na, E l dualismo patricio-ple­ beyo. S. Montero, J . Martínez-Pinna, L a conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, El período de las pri­ meras guerras púnicas. F. Marco, L a expansión de Rom a p or el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J . F. Rodríguez Neila, Los Gracos y el com ienzo de las guerras aviles. M.a L. Sánchez León, Revuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

44.

45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

53.

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55.

56. 57. 58. 59.

60. 61. 62.

63. 64.

65.

C. González Román, La R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. Roldán, Institudones p o ­ líticas de la República romana. S. Montero, L a religión rom a­ na antigua. J . Mangas, Augusto. J . Mangas, F. J. Lomas, Los Julio-C laudios y la crisis del 68. F. J . Lomas, Los Flavios. G. Chic, L a dinastía de los Antoninos. U. Espinosa, Los Severos. J . Fernández Ubiña, El Im pe­ rio Rom ano bajo la anarquía militar. J . Muñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Agricultura y m inería rom anas durante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Artesanado y comercio durante el Alto Im ­ perio. J. Mangas-R. Cid, El paganis­ mo durante el Alto Im peño. J. M. Santero, F. Gaseó, El cristianismo primitivo. G. Bravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del Im ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. L a conversión d el Im ­ perio. R . Sanz, El paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, L a época de los Va­ lentiniano s y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evoludón del Im perio Rom ano de Orien­ te hasta Justiniano. G. Bravo, El colonato bajoim perial. G. Bravo, Revueltas internas y penetraciones bárbaras en el Imperio. A. Giménez de Garnica, L a desintegración del Im perio Ro­ mano de O cddente.


HISTORIA

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ANTiGVO

ORIENTE


Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

E d ic io n e s A k a l, S . A ., 1 9 88 Los B e rro ca le s del Jaram a Apdo. 4 0 0 - T orrejón de Ardoz M adrid - España Tels.: 6 5 6 56 1 1 - 6 5 6 49 11 D e pósito legal: M. 3 7 .7 6 3 -1 9 8 8 ISBN: 8 4 -7 6 0 0 -2 7 4 -2 (O bra com pleta) ISBN: 8 4 -7 6 0 0 -3 3 7 -4 (Tomo I) Im preso en G REFO L, S. A. Pol. II - La Fuensanta M ósto le s (M adrid) Pinted in Spain ©


Sumer y Akkad A. Caballos-J.M. Serrano


Indice

Págs. I. Los condicionantes geográficos (A. Caballos Rufino) ...................................

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1. 2. 3. 4. 5. 6.

El Próxim o O rie n te ............................................................................................ M esopotam ia ....................................................................................................... Orígenes e interpretación del nom bre «M esopotam ia» ........................... Los ríos Tigris y Eufrates ................................................................................. C aracterísticas clim áticas ................................................................................. Las grandes unidades fisiográficas de laBaja M esopotam ia .................. 6.1. El estuario .................................................................................................... 6.2. La zona de m arism as ................................................................................ 6.3. El delta .......................................................................................................... 6.4. La llan u ra fluvial ....................................................................................... 6.5. Las m esetas desérticas y las terrazas fluviales .................................... 7. Evolución del proceso de los a se n ta m ie n to s..............................................

7 7 8 10 11 12 12 14 14 14 14 14

Π. La época predinástica (A. Caballos Rufino) ................................................

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1. Los inicios de la civilización en el Próxim o O riente .............................. 2. La evolución histórica de la Baja M esopotam ia durante la época predinástica .......................................................................................................... 2.1. La cultura de El-Obeid ............................................................................. 2.2. La época de U ruk ...................................................................................... 2.3. La etapa de D je m d e t-N a sr...................................................................... 3. La revolución u r b a n a ........................................................................................ 4. Las actividades de intercam bio y la difusión de la civilización sum eria .. 5. El origen de la e s c ritu r a ...................................................................................

16 18 19 22 23 24 27 28

III.

El protodinástico en Mesopotamia (A. Caballos R u fin o )................

31

Introducción .......................................................................................................... Fuentes y periodificación ................................................................................. Los períodos P rotodinástico I y I I ................................................................. El Protodinástico I I I ..........................................................................................

31 32 32 35

1. 2. 3. 4.


IV. Akkad (2330-2150 a.C.) (J.M . Serrano Delgado) .......................................

39

1. 2. 3. 4. 5.

S a rg ó n ..................................................................................................................... La dinastía acadia .............................................................................................. Valoración del Im perio de A k k a d .................................................................. La organización del estado a c a d io ................................................................ La aportación cultural de A kkad ...................................................................

39 42 44 46 48

V. El período intermedio de los guti y la IIIa dinastía de Ur (2100-2000 a.C.) (J.M . Serrano) .....................................................................................................

50

1. El período interm edio de los guti .................................................................. 2. La revitalización del sur m esopotam io: Lagash ....................................... 3. La III.8 dinastía de U r (2100-2000 a.C. aproxim adam ente) .................... 3.1. La expulsion de los guti ........................................................................... 3.2. U r-N am m u: los orígenes de la III.8dinastía de U r ........................... 3.3. La dinastía de U r III ................................................................................. 3.4. La organización estatal de U r I I I .......................................................... 3.5. La vida económ ica en U r III .................................................................. 3.6. La cultura sum eria en la época de U r I I I ..........................................

50 50 52 52 53 55 59 66 68

B ibliografía..................................................................................................................

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Sumer y Akkad

I. Los condicionantes geográficos

1. El Próximo Oriente El desarrollo de las culturas sum eria y acadia y de todas las que se sucedie­ ron en M esopotam ia es incom prensi­ ble sin un profundo conocim iento de los condicionantes del m edio físico en el que estos pueblos se asentaron. Resulta ineludible, y en este caso más que en ningún otro, partir del análisis de la naturaleza del terreno para conocer en qué m edida la pre­ sión del m edio intervino en la estruc­ tura, actividad, com posición y com ­ portam iento de los prim itivos asenta­ m ientos h um anos y en su evolución hacia form as de organización consi­ deradas com o superiores. El Próxim o Oriente, com o unidad histórica, es el m arco donde surgie­ ron y se desarrollaron las prim eras altas culturas de la hum anidad. Se halla lim itado p or N ubia, A rabia y el Golfo Pérsico al sur, el M ar Negro y el C áucaso al norte, al este, la meseta irania y, por últim o, el M ar M edite­ rráneo y el desierto líbico, que for­ m an su frontera occidental. Sin em ­ bargo, estos am p lio s territorios no constituyen una u n id ad geográfica e incluso se distribuyen en dos conti­ nentes diferentes. Son cinco las regio­ nes que, a m odo de unidades am bien­ tales y con u n a fuerte personalidad, podem os diferenciar claram ente: Irán

al este, M esopotam ia al sureste, Siria y C an aá n en las costas orientales del M editerráneo, Asia M enor al noroes­ te form ando la Península A natólica y, por últim o, Egipto.

2. Mesopotamia A pesar de su difícil individualiza­ ción geográfica, M esopotam ia es una de las regiones que m ás destaca de entre las citadas. Tradicionalm ente se define con este nom bre a la región que com prende la m ayor parte de las cuencas fluviales de los ríos Tigris y Eufrates, y que constituye el núcleo central de la extensísim a zona que, por su forma, ha recibido el nom bre de «Creciente Fértil». Si Egipto, citando com o ejem plo otra de las regiones próxim o-orientales m ás típicas, tiene unas fronteras naturales bien m arcadas, que lo defi­ nen geográficam ente y lo im pulsan a la unidad, M esopotam ia a este res­ pecto es notoriam ente diferente. Se trata de una región sin límites n atu ra­ les bien definidos, ya que únicam ente el desierto arábigo al sur constituye una frontera clara. Al este y norte se encuentran el Elam , los m ontes Z a­ gros y A rm enia, no tan hostiles e in ­ franqueables com o los desiertos que rodean Egipto; la frontera por el oeste la form a una región de estepas más


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A kai Historia del M undo Antiguo

que de verdaderos desiertos, por d o n ­ de nunca se perdieron los contactos con Siria y, a través de ella, con Pales­ tina y la cuenca del M editerráneo. La prim era resultante de estas fron­ teras tan poco definidas es la falta de inclinación a la unidad y la existen­ cia de aspectos regionales muy acusa­ dos, presentando M esopotam ia una gran perm eabilidad y una escasa re­ sistencia a la penetración de culturas alóctonas. Frente a esta falta de hom ogenei­ dad geográfica, la historia, que hunde sus raíces en el glorioso pasado sum e­ rjo, es la que nos perm ite entender a Mesopotamia como una unidad, defi­ nida a lo largo de los tiempos como foco de irradiación cultural y polo de atracción de todo el Próxim o Oriente asiático.

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DJEBEL BISHRI MEDITERRANEO

3. Orígenes e interpretación del nombre «Mesopotamia» Aunque genéricamente se use el nom ­ bre Mesopotamia, considerando su sentido etimológico, para definir el área, entre los ríos Tigris y Eufrates, y sea éste el sentido que, para evitar confusiones, aquí utilicemos, sin em ­ bargo resulta muy ilustrador hacer un análisis de la significación originaria y extensión del término. La primera referencia conocida del nombre concreto de M esopotam ia se encuentra en la «Anábasis de A lejan­ dro» (VII, vii, 3) de Arriano, que vivió en el siglo II d.C., aunque este autor expresamente indica que se basó en obras muy anteriores, de la época del mismo Alejandro Magno. En el texto se dice que este nombre geográfico fue dado por los propios habitantes para designar la parte de Siria situa­ da entre los ríos Tigris y Eufrates. Esta interpretación del nombre, vi­ gente ya al menos desde la época he­ lenística no es, sin embargo, la origi­ naria. El profesor J.J. Finkelstein, de

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El Próximo Oriente Asiático


Sumer y Akkad

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GOLFO PERSICO


10 la U niversidad de C alifornia en Ber­ keley, concluye que los nom bres para «M esopotam ia» en las lenguas anti­ guas, tales com o el aram eo Naharayim y sus variantes, y los más anti­ guos Blrltim y sim ilares, se asocian con un río —el Eufrates— y no con los dos. Los nom bres antiguos consi­ derados equivalentes al de Mesopota­ m ia, en su sentido original y estricto, se refieren precisam ente al territorio rodeado p or tres lados por la gran curva del Eufrates al norte del parale­ lo 35°, sin hacer m ención a ningún otro río. En los térm inos (mât) blrltim y blñt narim tenem os el equivalente acadio para «península», o m ás con­ cretam ente p ara designar una «pe­ nínsula ñuvial». Com o prueba de lo anterior las ciu­ dades de las que explícitam ente se decía que estaban incluidas en esta región eran las m ás occidentales, y sólo con el paso del tiem po el térm ino M esopotam ia se fue extendiendo pro­ gresivamente hacia el Oriente, englo­ b an d o finalm ente el área del Tigris en la concepción popular, tal com o lo observam os en fuentes sirias. Así tam ­ bién fue usado para describir sola­ m ente la parte norte de las tierras b a­ jas entre los dos ríos, m ientras que la parte sur se llam ó Babilonia. Plinio fue el prim er autor conocido que ex­ tendió sus lím ites hasta el Golfo Pér­ sico, haciéndolo el equivalente apro­ xim ado del actual Irak y, por tanto, confiriéndole el sentido al que se re­ fieren los m odernos historiadores. La disparidad entre el norte y el sur del área que conocem os com o M eso­ potam ia, y que ha quedado patente a través del análisis del nom bre, ya era claram ente sentida p or sus antiguos habitantes, y se justificaba por las di­ ferentes características del m edio físi­ co, que co n dicionaban en estos m o­ m entos de u n a m anera determ inante las pautas de conducta de sus h a b i­ tantes. Si hem os de establecer una frontera entre am bas regiones la de­ beríam os situar aproxim adam ente en

AkaI Historia d el M undo Antiguo

u n a línea que iría de S am arra junto al Tigris a la localidad de Tutul en el Eúfrates, pues en esa zona concluye la lla n u ra fluvial. E sta lla n u ra de in undación que se extiende al sur es­ tá com puesta por una com binación de zo n as llan as y áreas rib ereñ as afectadas por las inundaciones perió­ dicas, ju n to con los terraplenes n atu ­ rales del río, muy bien definidos. H a­ cia el norte la m eseta caliza que cons­ tituye el desierto de Al-Yazira («la isla», naturalm ente fluvial, com o vi­ mos m ás arriba) separa las cuencas de am bos ríos. M ientras que en esa zona el Tigris, por sus m uchos afluen­ tes orientales, da lugar a una fértil lla­ nura elevada denom inada en época su m ero -acad ia Subaru, la posterior Asiría, el Eufrates se encallejona en un estrecho valle form ando el país de Amurru.

4 . Los ríos Tigris y Eufrates La presencia de los dos ríos Tigris y Eufrates, que nacen en la meseta de A rm enia, realizan un recorrido p ara­ lelo en dirección NO-SE y desem bo­ can en el Golfo Pérsico, es uno de los pocos rasgos geográficos que caracte­ rizan a la totalidad de M esopotam ia. El río Tigris, el m ás oriental, es el de m ayor caudal de los dos, situán­ d o se en u n o s v a lo re s m e d io s de 1.240 m 3/Sg., com o resultado de p o ­ seer u n a extensísim a cuenca y de re­ cibir num erosos afluentes a lo largo de todo su recorrido. Por su parte el E úfrates tiene u n a cuenca fluvial más reducida, recibiendo sus aguas de las altiplanicies del Asia M enor. Su cau­ dal m edio es tam bién m ucho m enor —unos 710 m 3/Sg.—, tanto por la ele­ vada evaporación, com o por la falta de afluentes en su curso m edio y bajo, no recibiendo m ás aportes a partir de S iria q u e los p ro c e d e n te s del río K habur. El caudal de los dos ríos presenta


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Sum er y Akkad

un carácter irregular e im predecible, inseguridad que tuvo que reflejarse sin lugar a dudas en los m odos de co m p o rtam ien to de sus habitantes, contrastando con los del país del N i­ lo, acostum brados al régim en inalte­ rable de su río. D urante los meses de M ayo y Junio coinciden la m áxim a pluviosidad prim averal de las tierras de A natolia con las aguas proceden­ tes de la fundición de las nieves de Arm enia, y es en esa época cuando pueden tener lugar im portantes in u n ­ daciones en el valle. Este peligro se une a otro, menos aparatoso pero no m enos grave, pues­ to que fue precisam ente el que llevó a la desertización de am plias zonas de M esopotam ia dan d o lugar al paisaje actual. Nos estam os refiriendo a las sales del subsuelo y llevadas en sus­ pensión por los ríos, que afloran y se depositan con la evaporación, trans­ form ando los cam pos, otrora fértiles, en agrícolam ente im productivos. Uno de los mayores problem as que plantea el análisis de la paleogeogra­ fía de M esopotam ia es el estudio de la desem bocadura de los dos ríos, T i­ gris y Eufrates. Según los propios textos sum erios se consideraba a la ciudad de Eridú la más antigua del m undo, afirm án­ dose explícitam ente que se encontra­ ba a la orilla del m ar; por otra parte, a Ur, ciudad situada m uy próxim a y al norte de la anterior, arribaban barcos dedicados al com ercio m arítim o. C o­ m o am bas ciudades, bien identifica­ das, se en cuentran a unos 150 Kms. de la línea de costa actual, la deduc­ ción lógica y generalm ente adm itida fue suponer que el estuario de los dos ríos se ad en trab a m ucho más al inte­ rior del continente en época sum eria, estando una gran parte de la actual llanura aluvial bajo el mar, y desa­ guando los dos ríos por bocas dife­ rentes. Sin em bargo, y en contra de este lu­ gar com ún, los geólogos Falcon y Lees d em o straro n in d u b itab lem en te que

la línea de costa en la época sum eria había sido aproxim adam ente sim ilar a la actual. C om probaron que el pro­ ceso de deposición aluvional en la costa era contrarrestado por u n a co­ rrespondiente y opuesta subsidencia continental de la corteza del área del estuario de los dos ríos, lo que ha m antenido una situación de práctico equilibrio. Seton Lloyd aporta un dato que ob­ via la aparente contradicción entre esta teoría y las afirm aciones de los textos antiguos: entre los restos de las ofrendas que se hicieron en la ciudad de Eridú al dios Enki se han detecta­ do espinas de una especie de percas que sólo pueden vivir en las aguas sa­ lobres de los estuarios m arinos. Se puede deducir de ello que en época sum eria Eridú había estado conecta­ da con el estuario a través de una se­ rie de canales que unirían el paisaje lacustre de las desem bocaduras flu­ viales y que, de la m ism a m anera tam bién la ciudad de U r habría esta­ do en contacto con un antiguo curso del m ism o Eufrates.

5. Características climáticas A ctualm ente la clim atología del área que analizam os se caracteriza por la existencia de dos estaciones bien m ar­ cadas, con breves etapas de transi­ ción entre una y otra: Por una parte el invierno, entre los meses de diciem ­ bre a m arzo, que se caracteriza tanto por ser relativam ente muy frío si lo com param os con el caluroso verano, lo que es resultado del desplazam ien­ to hacia el sur del anticiclón conti­ nental siberiano, com o por una m e­ dia de p lu v io sid ad en torno a los 120 1/m2, hum edad que se observa so­ bre todo en las áreas del norte por la llegada de m asas de aire húm edo pro­ cedentes del M editerráneo. El verano dura de m ayo a octubre y se caracteri­ za por ser una estación seca y muy


12 calurosa, con periódicas oleadas de fortísim o calo r favorecidas p o r los vientos desecantes, que son resultado de la intensa insolación. Tom ando en consideración todo el área del C reciente Fértil durante pe­ ríodos am plios de tiem po, y excep­ tuando las transform aciones resulta­ do de la acción antrópica, esta situa­ ción clim ática que hem os descrito se h abría m antenido a grandes rasgos prácticam ente casi invariable. Excep­ tu an d o las n o rm ales fluctuaciones entre unos años y otros, y teniendo en cuenta sólo la situación clim ática m e­ dia para m ayores períodos de tiempo, las tem peraturas h ab rían sido sim ila­ res a las actuales al m enos desde hace unos 10.000 años, y la hum edad, salvo breves coyunturas, h abría sido desde hace unos quince o veinte m ilenios com o la del presente. Sólo algunas m odificaciones, com o la dcsertización de la Baja M esopotam ia produc­ to de la s a lin iz a c ió n de los s u e ­ los, h an variad o p arcialm en te este panoram a. La vegetación natural correspon­ diente a los factores bióticos, edafológicos, clim áticos y geom orfológicos de este área pertenece a la biócora de pradera. Por su trascendencia para el desarrollo histórico nos interesa des­ tacar que las especies arbóreas endé­ micas serían los tam ariscos, álam os, adelfas y acacias, m ientras que hoy predom inan los palm erales. Faltarían los árboles m aderables, y esta caren­ cia de materiales de construcción (por su estru ctu ra g eom orfológica ta m ­ bién escasea la piedra) sería uno de los incentivos que obligaron a los h a­ bitantes de la Baja M esopotam ia a organizar expediciones com erciales, e incluso a in ten tar extender su dom i­ nio político al norte y noroeste, para controlar las áreas de producción de estas materias primas. Las zonas in u n ­ dadas estacionalm ente se secan en verano y en ellas se desarrollan am ­ p liam en te los estrato s h erb áce o y arbustivo. F inalm ente, en las m ese­

Akal Historia del M undo Antiguo

tas desérticas y en las terrazas flu­ viales sólo es posible, en estado n atu ­ ral, u n a vegetación desértica o semidesértica.

6. Las grandes unidades físiográfícas de la Baja Mesopotamia Si bien las tierras de la Baja M esopo­ tam ia poseen una serie de caracterís­ ticas físicas uniform es que le confie­ ren u n a cierta u n id ad am biental y u n a peculiar identidad entre las re­ giones que co m p o n en el C reciente Fértil, que la evolución histórica se encargó de afianzar, un estudio más detallado nos perm ite distinguir una serie de unidades físiográfícas. El an á­ lisis de estas unidades nos hará cono­ cer de una m anera más directa e in ­ m ediata las m otivaciones y las suce­ sivas etapas de poblam iento del área y, consecuentem ente, com prender el proceso que llevó al surgim iento de form as superiores de civilización, por la transform ación y aprovecham iento de las condiciones del medio. Buringh, al que seguimos, analizó m a g istra lm e n te el p ro b lem a , d iv i­ diendo el territorio de la Baja M eso­ potam ia en cinco regiones:

6.1. El estuario El perfil longitudinal de la cuenca en este sector es casi horizontal, por h a ­ ber llegado los ríos prácticam ente a su nivel de base. D ebido a ello las va­ riaciones de caudal por los aportes lluviales quedan elim inados o al m e­ nos enm ascarados por las m areas del G olfo Pérsico, que provocan una su­ bida y bajada m áxim as de las aguas en torno al m etro y m edio un p ar de veces diarias. La m orfología del área nos m uestra u n a alternancia de zo­ nas ribereñas bajas, terraplenes flu­ viales y p equeños cauces irrigados p or el ritm o diario de crecida de las aguas.


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Sumer y Akkad

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ESTUARIO

GOLFO PERSICO

Geomorfología y asentamientos Moderna llanura de inundación de los ríos Tigris y Eufrates.

Terrazas fluviales, mesetas y montañas.

Principales áreas cultivadas con anterioridad al 3000 a.C.

@

Poblados y ciudades fundados antes del 3000 a.C.


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6.2. La zona de marismas El área donde se aproxim an y conflu­ yen los ríos Tigris y Eufrates presenta un nivel de las aguas freáticas muy elevado y en ella predom inan los p a n ­ tanos. Ya hem os h ab lado con anterio­ ridad del doble proceso p o r el que la continua colm atación de los p a n ta ­ nos se ve contrarrestada p o r fenóm e­ nos opuestos de subsidencia.

6.3. El delta N os referim os con este térm in o al am plio lecho de in u n dación que for­ m an los dos ríos aproxim adam ente entre el paralelo de U q air y la ciudad de Ur, y cuya superficie se halla reco­ rrida por infinidad de canales n atu ra­ les com unicados entre sí y cuyos cur­ sos no son fijos. Las riadas anuales, im predecibles en el tiem po y en el caudal, h ab rían originado periódicas catástrofes, de no ser por el hecho de que sus consecuencias se vieron dis­ m inuidas p o r la am plitud de la cuen­ ca y el escaso desnivel de la superfi­ cie, que contribuyen a dism inuir la velocidad de las aguas.

6.4. La llanura fluvial En esta región las aguas aportadas por el Eufrates, el Tigris y el Diyala, ju n to con un elevado gradiente del perfil contribuyen a form ar riberas altas que, u na vez desbordadas por las crecidas, dan lugar a in u n d acio ­ nes catastróficas. Frente a esta situa­ ción invernal gran parte de los res­ tantes cursos fluviales son estaciona­ les, secándose en verano.

6.5. Las mesetas desérticas y las terrazas fluviales Estas áreas se caracterizan por la difi­ cultad del aprovecham iento del agua para el riego, p o r estar la superficie de los terrenos m uy elevada sobre el ni­ vel de la cuenca, así com o por discu­ rrir el nivel freático a relativa p ro ­ fundidad.

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7. Evolución del proceso de los asentamientos Buringh cree que los asentam ientos se fueron desarrollando en la Baja M e­ sopotam ia, regiones de Sum er y Ak­ kad, de sur a norte, com o consecuen­ cia de las progresivam ente mayores posibilidades de adaptación y apro­ vecham iento del m edio que suponen los avances tecnológicos. A este p ro ­ ceso de traslado de la población de sur a norte tam bién contribuyó una progresiva salinización de los suelos en época ya plenam ente histórica, que com enzó en las zonas de m ás tem ­ p ra n a irrigación y fue progresando hacia el norte. Posiblemente los más antiguos asen­ tam ientos en la Baja M esopotam ia se establecieron en el área del estuario, ya que las condiciones naturales per­ m itirían allí u n relativam ente fácil aprovecham iento agrícola a las u n i­ dades de producción familiares. Esta teoría, no obstante, carece de la debi­ da com probación arqueológica por la rápida sedim entación y los fenóm e­ nos de subsidencia, que perm iten su­ poner que cualquier hipotético resto se hallaría a gran profundidad. Estos fenóm enos se observan tam bién y en m ayor m edida en la zona de m aris­ mas, donde a la arqueología le resulta im p ra c tic a b le estab le cer c u a lq u ie r hipótesis en relación a los ase n ta­ m ientos. En u n a segunda etapa se ocuparía el delta. A quí la existencia de peque­ ños e innum erables cauces facilitó la irrig a c ió n de los cam pos. P ara su aprovecham iento agrícola debió h a ­ berse alcanzado previam ente un n i­ vel suficiente de organización social, así com o conocim ientos técnicos su­ periores a los requeridos para la ex­ plotación del estuario. Se debía abrir brechas en los terraplenes ribereños que se h ab ían ido form ando n atu ra l­ m ente para que, a través de ellas y con u n a m ínim a labor de canaliza­


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Sumer y Akkad

«Estandarte de Ur». La guerra y la paz (hacia 2685 a.C.) M useo U niversidad de Pennsylvania

ción, las aguas p udieran in u n d ar los cam pos. El asentam iento m ás anti­ guo conocido, ya que habría sido fun­ dado con anterioridad al período de El-O beid (c. 4300-3500 a.C.), es el de Eridú, que está situado precisam ente en el extrem o sur del delta, lo que p a­ rece confirm ar la teoría de que el p ro ­ ceso del p o b lam iento se realizó de sur a norte. Por sus facilidades para el cultivo esta zona del delta fue el cen­ tro de la actividad agrícola, y por tan ­ to de la vida u rbana, hasta el segundo m ilenio a.C. La llan u ra fluvial perm ite el desa­ rrollo de am plios pastizales, pero las avenidas tum ultuosas e imprevisibles exigen un m ayor esfuerzo y dom inio técnico p ara lograr un pleno aprove­ cham iento agrícola. Por tanto este área

sólo pudo ser explotada y colonizada en u n a tercera etapa, cuando hacia el 2600 a.C. las tribus sem íticas semisedentarias de estirpe acadia se asenta­ ron aquí. Pero sólo se lograría su ple­ no rendim iento cuando el grueso de la población se fue trasladando p au ­ latinam ente a esta zona hacia el siglo XIX a.C. La explotación de las mesetas de­ sérticas y de las terrazas fluviales exi­ ge el conocim iento de técnicas depu­ radas de elevación del agua, para sal­ var el escalón de casi diez metros con respecto al nivel de los ríos. Esta tec­ nología no se logró hasta plena época asiría, y así la com pleta ocupación y aprovecham iento del área de las te­ rrazas no tuvo lugar hasta aproxim a­ dam ente el 1100 a.C.


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A kal Historia del M undo Antiguo

II. La época predinástica

1. Los inicios de la civilización en el Próximo Oriente Dos grandes ideas extraerem os com o resum en del análisis de las condicio­ nes m edioam bientales de M esopota­ mia que resultan m uy ilustradoras a la hora de entender el proceso del poblam iento de este área. E n prim er lu ­ gar, el p an o ram a de B abilonia no era tan idílico com o tradicionalm ente se nos ha querido hacer ver, ya que las condiciones naturales eran muy du­ ras y, para su aprovecham iento, exi­ gieron un gran esfuerzo de organiza­ ción y adaptación. E n segundo lugar, y sin que ello suponga una contradic­ ción con lo anterior, u n a vez lograda la adaptación al m edio, y su transfor­ m ación por el trabajo y los avances técnicos, este territorio perm itía unos elevados rendim ientos y la constitu­ ción de excedentes, que están en la base del crecim iento poblacional y de la constitución de civilizaciones so­ cialm ente diferenciadas y tecnológi­ c a m e n te d e s a rro lla d a s , d e fin itiv a ­ m ente superiores. Las transform aciones que tuvieron lugar en M esopotam ia son de tal al­ cance, suponen unos cam bios tan ra­ dicales con respecto a la situación an ­

terior y tuvieron unas consecuencias tan trascen d en tales en la p osterior trayectoria histórica que seguiría la h u m an id ad que, para su descripción, ju stific an la ado p ció n del térm ino «revolución» usado p o r V. G ordon Childe. Sin em bargo, y a pesar de teo­ rías excesivam ente sim plistas, esto no debe llevam os a suponer que los cam ­ bios fueron instantáneos; antes al con­ trario, fue necesario un largo proceso evolutivo para que, paulatinam ente, surgieran esta serie de innovaciones y avances. Adem ás, este largo proceso no se produjo de form a continua, ni afectó de igual m anera a todas las re­ giones próxim o-orientalcs. Podem os retrotraer el inicio de es­ tos cam bios a fines del Paleolítico. La últim a glaciación cuaternaria conclu­ yó h ac ia el 8000 a.C. ap ro x im a d a­ m ente; com o consecuencia de ello la fauna fría, base de la econom ía y la cultura m agdaleniense, se desplaza­ ron hacia el norte. A partir de enton­ ces divergen de m anera clara las tra­ yectorias históricas de las diferentes regiones que constituyen Eurasia, y que hasta entonces habían sido prác­ ticam ente uniform es. E n E uropa el M esolítico supone u n a civilización económ icam ente en regresión, lo que tiene su reflejo en u n a clara dism inu­ ción de la población y en un empo-


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Sumer y Akkad

brecim iento de la cultura m aterial. En el Próxim o O riente, por el con­ trario, com ienza en unas fechas en torno al 7000 a.C. ese largo y gradual proceso de sustitución de la econo­ m ía de recolección por la econom ía productora, definido por G ordon Childe com o la «revolución neolítica». A partir de ahora el hom bre no se verá totalm ente condicionado por los avatares de la naturaleza y las posibilida­ des de subsistencia del medio, sino que podrá influir de m anera más de­ cisiva en su propio destino. De reco­ lector y cazador, actividades que no se ab an d o n aro n p o r com pleto en la nueva etapa, el hom bre se transform ó en agricultor y ganadero. Pero el p ro ­ ceso no concluyó ahí; el paulatino afianzam iento de la econom ía de pro­ ducción, frente a la de mero consu­ mo, trajo com o consecuencia una se­ rie de nuevos avances y d esc u b ri­ m ientos en cadena. El proceso de neolitización no tuvo su origen, sin em bargo, en la Baja M esopotam ia, ya que este área no reunía unas condiciones naturales lo suficientem ente idóneas com o para perm itir una agricultura rudim enta­ ria, propia de un neolítico incipiente. Los prim eros yacim ientos detectados de esta etapa se situán en las zonas de alturas m edias de las fronteras del Próxim o Oriente, donde se localizan los yacim ientos de Jericó en Palesti­ na, Ugarit en la costa siria, Catal Hüyiik y, p o sterio rm e n te , H a c ila r en A n ato lia y Jarm o en el K urdistán. Las innovaciones se fueron p ro p a­ gando desde estas zonas, donde exis­ ten las condiciones más idóneas para el desarrollo natural de los cereales, a las áreas bajas p or donde discurren los ríos Tigris y Eufrates, y de allí al resto del m undo conocido. En el 6000 a.C. o poco después ya encontram os los prim eros asentam ientos neolíticos establecidos de m anera perm anente en el valle. H assuna, en Asiría, es el yacim iento prototípico m ás antiguo conocido en esta zona.

Diosa arcaica


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El «templo blanco» sobre un Zigurat (Hacia 3500-3000 a.C.) U ruk

2. La evolución histórica de la Baja Mesopotamia durante la época predinástica U na realidad previa de la que debe­ mos partir, y que no debe apartarse de nuestra vista, consiste en el hecho de que en tre los m uchos in co n v e­ nientes con que debe enfrentarse el historiador a la h o ra de in ten tar re­ construir el pasado m ás rem oto de la antigua M esopotam ia, el prim ero y básico de entre ellos se refiere a la p arq u ed ad de fuentes y a que éstas, p ara estos prim eros m om entos, son de carácter estrictam ente arqueológi­ co. Ello condicionará substancialm en­ te los resultados que podríam os con­

seguir y tam b ién im p o sib ilitará en gran m edida el h allar la respuesta a m uchas, tal vez las m ás significativas, de entre las cuestiones que se p la n ­ tean. Pese a ello estam os ahora en condiciones de diseñar, aunque sólo sea a grandes rasgos, el proceso histó­ rico seguido por las poblaciones asen­ tadas en la Baja M esopotam ia. Esta región fue poblada en una eta­ p a relativam ente tardía en relación con el resto del Creciente Fértil, no h ab ién d o se detectado ningún yaci­ m iento paleolítico. El nivel freático p lantea serios problem as a la investi­ gación arqueológica, siendo el asen­ tam ien to m ás antiguo conocido en este área el del Tell de Abu Shah rein, donde se han excavado templos y otros edificios públicos. Este sería el em-


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Sum er y Akkad

plazam iento de la ciudad de Eridú, que los sum erios muy significativa­ m ente estim ab an com o la prim era del m undo. Tras las cam pañas desa­ rrolladas p or F. Safar y S. Lloyd se pudo deducir u na datación para este y ac im ien to que p u ed e re m o n ta rse hasta el sexto m ilenio, así com o su adscripción al círculo de Tell Halaf, cultura que alcanzaría su apogeo h a­ cia el 4500 a.C. Desde entonces y hasta la época protodinástica, en que las fuentes lite­ rarias nos perm iten salir del an o n i­ m ato de la Prehistoria, conocer con m ay o r d etalle la evolución de los acontecim ientos históricos, y con ello la sucesión de dinastías reales, se de­ sarrolla la den o m in ada época predinástica. Esta etapa concluiría hacia el 2900 a.C. y ha sido dividida por los arqueólogos en tres períodos, que re­ ciben su nom bre de los yacim ientos donde prim ero o de una forma más nítida fueron individualizados: — Período de El-Obeid: 4400-3700 a.C. — Período de Uruk: 3700-3000 a.C. — Período de D jem detN asr: 31002900 a.C.

2.1. Cultura de El-Obeid Esta etapa recibió el nom bre de un pequeño yacim iento situado a 7 kms. al occidente de la ciudad de Ur, exca­ vado p o r H.R. H all y luego por L. Woolley; pero se docum enta cultural­ m ente tam bién en otros m uchos en ­ claves de la Baja M esopotam ia, ya que prácticam ente todas las grandes ciudades rem ontan sus orígenes a es­ tos momentos. Cronológicamente abar­ caría aproxim adam ente del 4400 al 3700 a.C., siendo u n a de sus caracte­ rísticas más llam ativas el que ahora, a diferencia de etapas anteriores, es el sur m esopotám ico el que tom a cultu­ ralm ente la iniciativa. Esta prim acía del sur se correspon­ de con un aum ento de la producción, debido a que ya se h ab ían iniciado las labores de drenaje de los terrenos

Planta del «templo blanco» sobre su Zigurat (Según H. Frankfort)

pantanosos, con lo que creció enor­ m em ente la superficie de las áreas cultivables. Las explotaciones agrícolas se b a ­ saban en el trabajo de núcleos fam i­ liares organizados en pequeños po­ blados autosuficientes, repartidos por el territorio y cuyas funciones y for­ m as de organización eran similares en todos ellos. Los escasos excedentes de la producción de estos pequeños núcleos fam iliares se intercam biaban norm alm ente en el interior de los pro­ pios p o b lad o s, sin so b re p a sa r sus límites. A rqueológicam ente, com o la ante­ rior etapa de Eridú, se caracteriza es­ ta época por su cerám ica, ahora de color m arrón o m ás raram ente rojizo. Las decoraciones son fundam ental­ m ente de carácter geométrico, au n ­ que tam bién existen representaciones naturalistas, de form as más com ple­ jas que las de la anterior fase de Eri­ dú. El escaso control técnico sobre los hornos cerám icos hace que los reci­ pientes se sobrecalienten, con lo que la arcilla llega al punto de vitrifica­ ción, adquiriendo una tonalidad ver-


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Aka! Historia d el M undo Antiguo

El Próximo Oriente desde el 10000 al 2000 a.C. (I) Fechas a.C.

Egipto

Mesopotamia

Elam

Levante

9000

Hacia 10000-9000: Paleolítico

Natufiense

8000

Hacia 8000: comienzo del Neolítico

Hacia 8500-7000: Mureybet

Anatolia

Hacia 7500: Jericó (Neolítico A precerámíco) Hacia 7000: Jericó (Neolítico B precerámíco)

7000

Catal Hüyük

Hacia 6300: Jarmo 6000

5000

Hacia 6000: adopción de la cerámica Hacia 5700-5400: Epoca de Hassuna en el Norte Tasiense

Badariense

4000

Hacia 4000-3500: Nagada I época amratiense Hacia 3500-3100: Nagada II época gerzeense Ka Den Narmer Hacia 3100: aparición de la escritura

3000

Hacia 3100-2700: Epoca Tinita 1.a Dinastía: Aha-Ménes Djer Hacia 3100-2900 El rey Serpiente (Uadji) Den Adjib Semerkhet Oa

Tahuniense Hacilar

Hacia 5500-5000: Epoca de Samarra en el Sur Epoca de Tell Halaf Apogeo hacia 4500

Yacimientos de Susiane (Djaffarabad...)

Hacia 4400-3700: Epoca de El-Obeid Hacia 3700-3000: Epoca de Uruk civilización protourbana

Fin V milenio: fundación de Susa cerámica llamada de Susa I Susa, época protourbana

Yarmukiense en Jericó

Hacia 3300: Uruk, nivel IV b aparición de la escritura Hacia 3100-2900: Epoca de Djemdet-Nasr civilización protourbana reciente

3100-2800: Susa época protoelamita


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Sum er y Akkad

El Próximo Oriente desde el 10000 al 2000 a.C. (II) Fechas a.C.

Egipto

Mesopotamia

II Dinastía: Peribsen hacia 2900-2700 Khasekhemuy hacia 2700-2200: Antiguo Imperio

Epoca de las Dinastías Arcaicas I hacia 2900-2750 II hacia 2750-2600

Elam

Levante

Anatolia

Byblos: presencia de egipcios templo de la «señora de Byblos»

III Dinastía: Djeser 2700-2650

2500

IV Dinastía: hacia 2620-2500: Snéfru Keops Didufri Kefrén Micerino

III a hacia 2600-2500 Mesalim

V Dinastía: hacia 2500-2350: Userkaf Neferirkaré Niuserre Djedkaré-lsesi Unas

III b hacia 2500-2330 Epoca de las tumbas reales de Ur Lagash: Ur-Nanshe Eanatum Entemena Urukagina Umma: Lugaslzagessi

VI Dinastía: hacia 2350-2200: Pépi I Pépi II

Hacia 2330-2150: Epoca de Akkad Sargón Rimush Manishtusu Naram-Sin Sharkalisharri

Primer período intermedio hacia 2200-2060 VII, VIII, IX, X, comienzo XI Dinastías: Khéti hacia 2100

Invasión de los guti: Anarquía Hacia 2150-2000: Epoca neo-sumeria Lagash: Ur-Bau Gudea Ur: III Dinastía Ur-Nammu, fundador

Hacia 2060-1786: Shulgi Imperio Medio Amar-Sin Fin XI D in a s tía : Shu-Sin Hacia 2060-1991 Ibbi-Sin NebhépetréMentuhotep Invasiones amorritas SéankhkaréMentuhotep

Hacia 2400: Dinastía d'Awan

Hacia 2200: Puzur-inShushinak

Dominio de Ur Dinastías locales

Reino de Ebla en Siria del Norte (según G. Pettinato)

Hacia 2300: destrucción de las ciudades de Troya II Palestina por Hacia 2200: amorritas Tumbas reales de Alaga Huyuk


22 de oscura e incluso, por el excesivo calor, llegando a veces a deform arse el recipiente. N o podem os p asar por alto entre las innovaciones técnicas el inicio de una incipiente m etalurgia, basada en el trabajo del cobre con el cual se rea­ lizaban los más diversos objetos, de carácter fu n d am en talm ente su n tu a ­ rio, p o r el procedim iento del m arti­ llado. La arqueología nos docum enta la existencia de creencias religiosas p ro ­ fundam ente arraigadas, tanto p o r la abu n d an cia de figurillas de terracota rep resen tan d o a la «diosa m adre», com o por la existencia de tem plos, los edificios arquitectónicos m ás signifi­ cativos y m ejor diferenciados dentro de los poblados que, com o precurso­ res de los posteriores zigurats o tem ­ plos escalonados, se construyeron so­ bre una terraza artificial. Si bien en un principio eran m uy sencillos, for­ m ados p or un a hab itación no supe­ rior a los 3 m. de lado, la p lan ta se iría co m p lican d o p a u la tin a m e n e y a u ­ m e n tan d o el n ú m ero de estancias. Com o m aterial constructivo se utilizó el ladrillo ya desde u n a etapa m uy tem prana.

2.2. La época de üruk La siguiente fase en la evolución his­ tórica de la Baja M esopotam ia recibe el nom bre de la ciudad sum eria de Uruk, la m oderna Warka. Allí los ar­ queólogos alem anes N. N ôldcke, J. Jordan y, posteriorm ente, H.J. Leuzen identificaron dieciocho niveles arcai­ cos, hab ien d o proporcionado los cin­ co m ás antiguos (XV1IÏ al XIII) cerá­ m icas correspondientes a las culturas de Eridú y El-Obeid. Tras u n a etapa de transición, muy breve y correspondiendo a los niveles XIV al XII com ienza la que, desde el punto de vista cultural, se ha definido más específicam ente com o etapa de Uruk. A rqueológicam ente se la iden­ tifica p or la aparición de u n a cerám i­ ca totalm ente diferente a la de etapas

A kal Historia del M undo Antiguo

La Lista Real Sumeria «En-me-barage-si, el que trajo como botín las armas de la tierra de Elam, fue rey y rei­ nó 900 años; Aka, el hijo de En-me-barage-si, reinó 625 años. 23 reyes reinaron sus 24.510 años, tres meses y tres días y medio. Kish fue herida por las armas; la realeza fue elevada a Eanna. Mes-kiag-gasher, hijo de Utu, fue sumo sacerdote y rey, y reinó 324 años. Meskiag-gasher fue al mar, y salió (de él) hacia las montañas. En-mer-kar, el hijo de Meskiag-gasher, rey de Uruk, el que construyó Uruk, fue rey y reinó 420 años; el divino Lugal-banda, un pastor, reinó 1.200 años; el divino Dumuzi, un... — su ciudad (era) Ku’a(ra)— , reinó 100 años; el divino Gilgamesh — su padre era un genio lillú— , un alto sacerdote de Kullab, reinó 126 años...» (Col. II, 35 - III, 20)

anteriores. A hora los recipientes se elaboran con ayuda del torno rápido y n o rm alm en te carecen de decora­ ción, au n q u e tam bién se constatan cerám icas pintadas de color rojo, gris o negro con la superficie b ruñida. O tro rasgo arqueológico típico es la desaparición de las figurillas de terra­ cota y otros pequeños objetos, tan abundantes en épocas anteriores. Podem os considerar que en estos m om entos la cultura sum eria se halla plenam ente form ada y ha adquirido sus rasgos definitivos, culm inando con dos innovaciones trascendentales en la historia de la hum anidad: el surgi­ m iento de la ciudad y la aparición de la escritura, tem as de gran im portan­ cia y a los que, de m anera porm enori­ zada, dedicarem os los próxim os ca­ pítulos. T radicionalm ente se había supues­ to (K. W ittfogel) la existencia de unas relaciones causa-efecto en la necesi­ dad de las canalizaciones y el surgi­ m iento de las ciudades. Sin em bargo hoy estam os en condiciones de afir­ m ar que estas labores de drenaje fue­ ron haciéndose más complejas y abar­ cando zonas m ás am plias, hasta co n ­ cluir con la construcción de grandes


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Sumer y Akkad

canales, a la p ar y no antes de que au ­ m entasen las dim ensiones de los p o ­ blados y cam biase su funcionalidad. E n cualquier caso, y aunque con un alcance todavía local, cobraron ahora un m ayor im pulso las labores de dre­ naje de las áreas pantanosas, con las consecuencias co n catenadas que se venían observando ya en etapas ante­ riores: aum ento de la producción y del núm ero de habitantes, que se fue­ ron co n cen tran d o en los poblados, co n lo q u e ésto s a u m e n ta ro n de tam año. Precisamente la m ayor de estas con­ centraciones era la ciudad de Uruk, m uy superior en extensión a lo nor­ m al en los antiguos poblados, ya que se ha calculado que ocuparía una su­ perficie de unas 80 Ha., de las cuales un gran porcentaje, aproxim adam en­ te un tercio del total, estaría constitui­ da p or edificios públicos, fundam en­ talm ente templos. La m isión alem ana pudo identificar gran parte de estos edificios, entre los que destacan el Templo Blanco, p o r estar sus m uros pintados externam ente de este color, el tem plo del E an n a y el zigurat de la diosa In an n a, que la tradición atribu­ ye al héroe mítico G ilgam esh. El nivel V del gran tem plo del E an ­ na se ha considerado com o la etapa en la que se inició la construcción de los prim eros grandes edificios públi­ cos, así com o es precisam ente en el nivel IV, con una cronología de hacia el 3300 a.C., donde se h an encontrado los m ás antiguos testim onios escritos de la h um anidad.

2.3. La etapa de Djemdet-Nasr Esta etapa es una continuación es­ tricta de los últim os m om entos de la cultura de U ruk, de la que puede con­ siderarse u n a fase m ás, correspon­ diente al nivel III del E an n a de Uruk. Se la define tam bién com o etapa protoliteraria p o r corresponder a ella los prim eros estadios del sistem a de es­ critura sum erio, de carácter aún pic­ tográfico.

Vaso esculpido de Uruk (3500-3000 a.C.) M useo de Iraq, Bagdad


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Akal Historia del M undo Antiguo

A esta m ism a fase de D jem det N asr o protoliteraria corresponden los se­ llos m ás antiguos encontrados, p ri­ mero de form a p lan a y luego cilindri­ cos, que servían p ara que, im presos sobre los recipientes una vez cerra­ dos, g arantizasen la in alterab ilid ad de su contenido, siendo por tanto su finalidad la de facilitar el funciona­ m iento del sistem a productivo agili­ zando los intercam bios comerciales.

Cabeza femenina de Uruk (3500-3000 a.C.) M useo de Iraq, Bagdad

3. La revolución urbana El térm ino acuñado por V. G ordon C hilde para designar el segundo gran salto cualitativo en la historia cultu­ ral del Próxim o O riente nos sirve p a ­ ra titular este parágrafo en el que tra­ tarem os del surgim iento de las ciuda­ des en la Baja M esopotam ia. D urante las crecidas de los ríos las aguas se d esbordaban y depositaban los sedim entos sobre am bas orillas, form ándose un as elevaciones o d i­ ques paralelos al cauce con una altu­ ra de uno a dos m etros sobre el nivel

de la llanura y con una anchura de u n o a dos Km. Los m ás antiguos asentam ientos hum anos se solían si­ tu ar precisam ente en estos diques n a­ turales form ados por el proceso de se­ dim en tació n fluvial típico de estas zonas. G racias a su situación, próxim a a los cursos de agua y protegida de las inundaciones, la m ayoría de los asen­ tam ientos situados sobre los diques fueron ad q u irien d o una progresiva m ayor im portancia, según un proceso paulatino que enunciam os con ante­ rioridad, convirtiéndose en las locali­ dades p rincipales de los diferentes asentam ientos que definíam os como poblados. Esta dualidad dentro de un mismo territorio entre la ciudad y los pobla­ dos no se refiere solam ente a las dife­ rentes dim ensiones de estos núcleos, sino que supone tam bién una dife­ renciación cualitativa entre am bos, b asada en su respectiva funcionali­ dad y en una subordinación de los poblados a las ciudades. En esta d u a­ lidad ciudad-poblado se fundam enta la trascendental revolución urbana, que supone en esencia y esquem áti­ cam ente las siguientes tran sfo rm a­ ciones: — D iversificación y esp ecializa­ ción de la producción, centrándose las actividades de transform ación en la ciudad, donde a la par aparecen nuevas técnicas, entre las que debe­ mos citar la de la m etalurgia, com o una de las de mayores consecuencias para el futuro. — Com o resultado de los avances tecnológicos aum entaron los rendi­ m ientos de los cultivos hasta consti­ tuir excedentes. — El superavit de productos agrí­ colas perm itió que existiesen perso­ nas liberadas de las labores agrícolas y dedicadas a las ya citadas activida­ des artesanales de transform ación, lo que supuso una paulatina y progresi­ va división social del trabajo. — P aralelam ente los trabajos del


Sumer y Akkad

Plano de Nippur (1500 a.C.)

sector prim ario vieron com o su acti­ vidad era valorada socio-económ ica­ m ente por debajo de la de las perso­ nas dedicadas a las actividades de transform ación. Esta incipiente jerarquización económica se agudizó cuan­ do, p o r el desarrollo de los asenta­ mientos, se fueron haciendo más com­ plejas las actividades dirigidas a la organización y adm inistración de la colectividad. El personal dedicado a las actividades burocráticas («funcio­ narios»), de defensa (policías y m ili­ tares) y de control ideológico de la po b lació n (sacerdotes) ocuparían a partir de entonces los escalones más elevados de la sociedad. — El resultado fue la configura­ ción de una organización política bien

definida de la com unidad, con una jerarquización en el acceso al poder y la tom a de decisiones. — Este poder político, por supues­ to concentrado en las ciudades, radi­ caba en el tem plo, cuya actividad no era únicam ente cultural, puesto que en ellos se centraban tam bién el m a­ yor porcentaje de las actividades eco­ nóm icas de transform ación, alm ace­ nam iento y comercialización, así como la adm inistración de la com unidad, surgiendo de allí las decisiones que afectaban a la totalidad del cuerpo social. — El proceso de concentración del poder político no concluyó en el seno de la m ism a ciudad, puesto que de­ sem bocó en la form ación de organi-


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zaciones políticas superiores a la ciu­ dad, que llevarían a la constitución de las prim eras organizaciones de ti­ po estatal. Este proceso, que de una m anera esquem ática hem os intentado descri­ bir, y que fue el resultado de una lar­ guísim a evolución, llevó aparejada la asunción p o r parte de la ciudad de un núm ero cada vez m ás elevado y di­ versificado de funciones, que no se d eten ían en las m eram ente econó­ micas. En prim er lugar un o de los elem en­ tos m ateriales que caracterizan a la ciu d ad es su c in tu ró n am urallado, que en el caso de U ruk llegaba a los

9,5 Km. de longitud con más de 900 torres de defensa sem icirculares, que servían de refugio y protección a la com unidad. Las m urallas aseguran la eternidad de la ciudad a la p a r que sim bolizan la frontera entre el orden y la organización internos y el caos exterior. La ciudad es un rem anso de paz y seguridad, donde todo está or­ ganizado, frente a los peligros de los territorios sin cultivar de las estepas y m ontañas, donde reina la inseguri­ dad y de donde proceden las am en a­ zas de destrucción. La ciudad es un don divino y fue considerada siem pre com o obra de los dioses, incluso aunque éstos inter­

Tablilla de contabilidad de la época arcaica (3000-2500 a.C.)


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Sumer y Akkad

viniesen por interm edio de los reyes, sus representantes en la tierra. Los sum erios asignaban a la divinidad un papel clave en las actividades p ro ­ ductivas, com o protectora de la co­ m u n id ad y la única capaz de hacer funcionar o rdenadam ente a la colec­ tividad. La benevolencia de los dioses se consideraba estrictam ente necesa­ ria, de form a consciente o no, para que los cam pos fructificaran, con lo que era tan im portante para la pro­ ductividad de la tierra el realizar ple­ garias a la divinidad com o sem brar, el edificar un tem plo com o construir un canal de drenaje. El tem plo es, p o r consiguiente, el segundo elem ento arquitectónico que sim boliza y caracteriza a la ciudad y, en m uchos casos, fue el núcleo agluti­ nante a p artir del cual éstas se fueron desarrollando. Es la residencia de la divinidad y a la p ar sede de la reale­ za. Ello resulta de la concepción por la cual las ciudades sum erias pertene­ cen a la vez al m undo de los dioses y al de los hum anos, sin que aparezca ninguna incom patibilidad o disconti­ n uidad entre am bos planos, prueba, com o dice F. Brüschweiler, que para los sum erios prevalecía la im agen de un universo que englobaba todos los aspectos de lo perceptible en una rea­ lidad única y sin ruptura. Pero ju n to a la d ivinidad se en ­ cuentra el rey, representante en la tie­ rra de la potestad divina y sin cuya existencia no tiene sentido la ciudad. Las m isiones del rey, com o rector y guía de la com unidad, son las de con­ trolar la producción y adm inistrar los recursos económ icos, encargándose para ello de las grandes obras públi­ cas y de los intercam bios, edificar y engrandecer los edificios religiosos, que, como sedes de la divinidad, son el corazón de la ciudad y la razón de ser de su existencia, cu idar de la adm i­ nistración de la justicia y del m ante­ nim iento del orden establecido en el interior, así como de la seguridad fren­ te a las am enazas externas.

4. Las actividades de intercambio y la difusión de la civilización sumeria A la p ar del surgim iento de las ciuda­ des las actividades de intercam bio se vieron profundam ente m odificadas, no solam ente en lo que se refiere al ti­ po y volum en de los productos, sino tam bién a la form a en que se estable­ cen estos intercam bios y a la exten­ sión de los circuitos comerciales. Tras la definitiva configuración de la civi­ lización sum eria com o una civiliza­ ción de base u rb an a se estableció un prim er nivel de intercam bios que su­ ponía el com ercio de los productos agrícolas de los poblados y de las m a­ terias elaboradas o m anufacturas que la ciudad, único lugar que contaba con la tecnología y la capacidad de organización requeridas, producía. U n segundo nivel supuso el esta­ blecim iento de un com ercio de m ayor radio de acción en busca fundam en­ talm ente de los m inerales y m ateria­ les de construcción y ornam entales de que Sum er carecía, lo que obliga­ ba a la organización de grandes ex­ pediciones. La inclusión del sur m esopotám ico en una vasta red com ercial ejerció una influencia decisiva sobre toda su econom ía, y que si bien supuso unos niveles de prosperidad hasta enton­ ces no alcanzados, a la p ar introdujo un factor de inestabilidad en el m o­ mento en que ese intercam bio de mer­ cancías, base de la potencia de las ciudades sum erias, dejase de funcio­ n a r norm alm ente. Este correcto funcionam iento se de­ bía b asar en gran m edida en el con­ trol sobre todas las regiones incluidas en los circuitos com erciales sumerios, para lo cual las ciudades no contaban con recursos suficientes. Por ello el nivel de progreso y relativo bienestar alcanzado por la civilización sumeria se hizo vulnerable, no sólo a las crisis internas, sino tam bién a toda distor-


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AkaI Historia dei M undo Antiguo

Lista de las principales ciudades de la Baja Mesopotamia según las inscripciones y listas reales Babilonia meridional

Babilonia central

Babilonia septentrional

Uruk Ur Lagash Umma Eridú Larsa Badtibira

Surrupak Adab Nippur Larak

Kish Akshak Sippar

sión en los centros de aprovisiona­ m iento del extranjero, así com o en las ru tas com erciales. E sta su b o rd in a ­ ción económ ica con respecto a los asuntos exteriores se hizo aún m ayor cuando las ciudades se engrandecie­ ron hasta tal punto que los recursos de las regiones vecinas no podían ase­ g u rar su ap ro v isio n am iento, y éste dependía entonces del establecim ien­ to de u na inestable y extensísim a red com ercial sobre ám bitos no controla­ dos políticam ente. U n resultado secundario de estas actividades de intercam bio, que fue de trascendental im portancia para la historia futura del Próxim o Oriente, es la difusión, ya desde la época de Uruk, de la cultura sum eria por todos los ám bitos vecinos a M esopotam ia, desde el interior de A natolia y la cos­ ta sirio-palestina hasta el Irán, sin que ni siquiera Egipto escapase a este im pacto cultural. Entre otros m uchos ejem plos que podríam os citar, la ciu­ dad de Ebla, de tanta actualidad por sus sorprendentes archivos y su pecu­ liar cultura, es uno de los resultados m ás espléndidos de la fructificación de la civilización sum eria en ám bitos m uy alejados de los que le vio nacer.

5. El origen de la escritura La lengua sum eria es una lengua aglu­ tinante que, al no ser flexional, se di­ ferencia de las lenguas de raíz in ­ doeuropea o sem ítica, y a la que no se le ha encontrado ningún parentesco

conocido, problem a que se com plica al existir varios dialectos no bien iden­ tificados. Siguiendo la descripción de Kram er, esta lengua consta de seis vo­ cales, tres abiertas (a, e, o) y las tres cerrad as correspondientes (à, é, u), que se iban m o dificando según la norm a de la arm onía vocálica y que a m enudo podían elidirse. Las conso­ nantes por su parte eran quince (b, d, g, p, t, k, z, s, sh, ch, r, 1, m, n, ñ). La frase se com pone norm alm ente de las siguientes partes: 1. U na serie de sustantivos com ­ plejos que pueden estar form ados o bien sólo por un nom bre, o bien por u n nom bre con todos sus m odifican­ tes com o genitivos, adjetivos, cláusu­ las de relativo y pronom bres posesi­ vos. Estos sustantivos pueden consti­ tuir, en relación con el predicado, un sujeto, objeto directo, objeto dim en ­ sional u objeto indirecto. 2. Las partículas gram aticales que expresan las relaciones entre sustan­ tivo y predicado, colocadas siem pre al final y 3. El predicado que consiste en la ra íz verbal p re ced id a de u n a p a r­ tícula tem ática y u n a serie de infijos que indican las relaciones entre la raíz y los sustantivos. Frente a la lengua, que acabam os de describir sum ariam ente, la escritu­ ra, inventada, desarrollada y genera­ lizada por los sum erios no es un he­ cho natural, sino la consecuencia de la adquisición de un grado elevado de desarrollo cultural.


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Sumer y Akkad

El desarrollo de la escritura cunei­ forme sum eria, con su triple peculia­ ridad de ser sem iideográfica, semifonética y polifónica, y su aceptación general com o m edio de co m u n ica­ ción p o r todos los pueblos civilizados del Creciente Fértil no fue debido úni­ cam ente a u n a intuición genial, sino a un proceso de gestación largo y com ­ plicado. C om plicación que los súm e­ n o s sim bolizaron en la atribución de esta invención a los dioses. En Sumer, en la segunda m itad del IV m ilenio, la adm inistración había llegado a un nivel de com plejidad tal que sobrepasaba las posibilidades de un control memorístico. Los poderes del estado d eb ían conocer en todo m om ento el registro de entradas y sa­

lidas de bienes, su descripción, desti­ no, y vías y form as de intercam bio. Para solucionar estas cuestiones sur­ gieron los precedentes de lo que po­ dem os considerar el p rim er sistema genuino de escritura. La escritura su­ meria com enzó siendo un sistema pic­ tográfico. Esta fue la prim era tentati­ va con la que, de una m anera siste­ m ática, se intentó fijar el lenguaje. C ada signo o pictografía consistía en el dibujo de un objeto fácilmente identificable, que representaba una pala­ bra cuyo significado era el del objeto d ib u jad o o algo m uy directam ente relacionado con él. Este sistema no resulta descifrable para nosotros en la totalidad de los casos, ya que los signos no poseen un significado uní-

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Tablilla arcaica (3000-2800 a.C.)

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30 voco y sólo tenían el valor de auxiliar de la capacidad finita de la m em oria para personas que de antem ano esta­ b an al corriente de lo que los signos representaban. U n sistem a de este tipo adolecía de una serie de defectos para un uso ge­ neral y universalm ente aceptado: los signos m uchas veces eran m uy com ­ plicados, podían ser interpretados en ocasiones de m últiples m aneras, eran incapaces de representar cuestiones abstractas y su gran núm ero dificulta­ ba el aprendizaje de tal sistem a de re­ presentación escrita. En la solución de estos problem as p o r u n a parte los escribas fueron sim plificando los sig­ nos y haciéndolos m ás convenciona­ les, con lo que acab aron p o r m odifi­ car su antigua apariencia sin perder su aceptación general. A ello contri­ buyó el hecho de que el m aterial más generalm ente utilizado com o soporte de la escritura fuera la tablilla de ar­ cilla, que se prestaba m al a la repro­ ducción rápida de dibujos de contor­ nos sinuosos. Así surgieron los signos que, desde com ienzos del siglo XVIII, y por su apariencia se denom inaron cuneiform es. Por otra parte se supri­ m ieron los dos tercios de un total de unos 20.000 signos, que se ha supues­ to que existiría originalm ente. Esta drástica reducción se llevó a cabo por varios procedim ientos, com o el de uti­ lizar un solo signo para nociones pró­ xim as e incluso para todos los hom ó­ nim os o, en un proceso de im portan­ tísim as co n se cu en c ia s, su stitu ir el valor ideográfico de los signos p o r su valor fonético, lo que se vio favoreci­ do por la estructura aglutinante de la lengua sum eria. A p artir del m om en­ to en que el signo escrito se refiera no ya a un objeto, sino a u n sonido, será posible fijar p or escrito la lengua si­ guiendo su propio sistem a lingüísti­ co. Lo que necesitó de un largo proce­ so, que podem os considerar com o ple­ nam ente concluido a m ediados del tercer milenio. Las consecuencias de la aparición

A kal Historia del M undo Antiguo

Tablilla de arcilla que recoge recetas médicas

de la escritura pueden calificarse co­ mo de revolucionarias en cuanto que im pulsó hacia adelante la adm inis­ tración y facilitó sobrem anera la o r­ ganización de la sociedad y de la pro­ ducción. Pasar de la tradición oral a la tradición escrita no suponía sola­ m ente cam b iar el m odo de com uni­ cación entre los hom bres, sino tam ­ bién transform ar fundam entalm ente la propia cualidad de sus mensajes, la m anera de verlos y recibirlos y, en re­ sum idas cuentas, la propia m anera de pensar. Todo m ensaje escrito que­ daba fijado y, por ese m ism o hecho, se h acía in d ep en d ie n te del que lo em itió y estaba a la disposición de cualquiera que pudiera leerlo. Y no únicam ente esto, ya que la invención de la escritura contribuyó a la p ar a un excepcional desarrollo del pensa­ m iento especulativo.


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Sumer y Akkad

HI. El protodinástico en Mesopotamia

1. Introducción A partir del surgim iento de la escritu­ ra podem os considerar iniciada una nueva etapa en la evolución histórica de la civilización m esopotám ica. Las fuentes arqueológicas siguen siendo im prescindibles, pero ju n to a ellas la d o cu m en tació n escrita nos perm ite describir a grandes rasgos la sucesión de los acontecim ientos históricos y conocer m ás directam ente sus p ro ta­ gonistas y su organización socio-eco­ nóm ica y política. Esta nueva etapa, que concluirá con la fundación del reino de A kkad por p a rte de S argón, fue d e n o m in a d a «época protodinástica» p o r la infor­ m ación que poseem os acerca de las prim eras dinastías reales que se fue­ ron sucediendo en el gobierno de las ciudades m esopotám icas. Uno de los aspectos que caracteri­ zan históricam ente esta etapa consis­ te en que la p au latin a inm igración desde el noroeste de gentes de origen sem ita, los acadios, cuyo asentam ien­ to en el sur m esopotám ico dio lugar a la consolidación en esta época de una civilización mixta, donde la coexis­ tencia de sum erios y semitas, aunque con un neto predom inio de los rasgos culturales sum erios, es el aspecto más destacable. En lo político se afirm a la m o n ar­

quía com o el sistema típico de gobier­ no, siendo el rey el representante y agente del dios en ía tierra, aún sin al­ canzar los rasgos de divinización pro­ pios de la época acadia. P aralelam en­ te se observa el paulatino aum ento del papel desem peñado por el p ala­ cio, com o institución diferenciada del tem plo. Al respecto los edificios más antiguos que pueden identificarse co­ mo tales corresponden a las etapas del Protodinástico II/III en Eridú y al Protodinástico TI en Kish. La hom ogeneidad cultural, la pro­ gresiva consolidación del sistema de ciudad-estado, las tendencias expansionistas propias de este tipo de orga­ nización y la existencia de u n territo­ rio m uy restringido y con lim itados recursos trajeron como inevitable con­ secuencia el enfrentam iento entre las ciu d ad es su m erias y u n estado de g uerra endém ico. Por el m om ento ninguna ciudad podía aspirar a con­ vertirse en la capital de toda Babilo­ nia, aunque tres de entre ellas se h u ­ bieran revestido de un cierto prestigio sobre las dem ás: Uruk, cuya fam a se rem ontaba a u n a época muy antigua, Kish, cuyo título real era m uy presti­ gioso y, por últim o, N ippur que como sede del culto a Eulil era el principal centro religioso de M esopotam ia. El enfrentam iento entre las dife­ rentes ciudades sum erias y la hege­


32 m o n ía que alg u n as de en tre ellas fueron consiguiendo tem poralm ente p u sie ro n los fu n d a m e n to s p a ra la creación de unidades políticas supe­ riores. Este proceso concluiría en épo­ ca acadia y había sido ya preparado de antem ano p o r la identidad cultu­ ral de la Baja M esopotam ia que, en el ám bito religioso, hab ía dado lugar a la constitución de un sistem a teológi­ co suprarregional al m enos desde co­ m ienzos del Protodinástico III.

2. Fuentes y periodificación A partir de la docum entación arqueo­ lógica, aún insustituible para el cono­ cim iento histórico, se ha dividido la época protodinástica según u n esque­ ma tripartito originariam ente elabo­ rado a p artir de los resultados de las excavaciones de P. Delougaz y S. Lloyd en la r.egión del D iyala, al este de Bagdad. Este sistem a se m antiene vi­ gente p or la com probación de la vali­ dez de este m ism o esquem a cronoló­ gico para otros yacim ientos m esopotámicos. — Protodinástico I (2900-2750 a.C.): El final de esta etapa queda fijado por la aparición de las tablillas arcai­ cas de Ur. — Protodinástico II (2750-2600 a.C.): A m urallam iento de las ciudades mesopotám icas. Epoca de M ebaragessi de Kish. — Protodinástico III a (2600-2500 a.C.): Epoca de M esilim de Kish. — P rotodinástico III b (2500-2330 a.C.): Epoca de las tum bas reales de U r y de la dinastía de U r-N anshe de Lagsh. La fuente literaria más valiosa para reconstruir la historia de la época pro­ todinástica es la den om inada «lista real sum eria», m agistralm ente edita­ da p o r T horkild Jacobsen y de la cual se h a n conservado diferentes versio­ nes con variantes, com puestas con m ucha posterioridad a los hechos que narran. Los sum erios n o m braban los años por los acontecim ientos de im ­

Akal Historia del M undo Antiguo

portancia que en ellos tuvieron lugar, y a partir de estos criterios confeccio­ naron listas de nom bres de años, que muy posiblem ente h ab rían sido las fuentes utilizadas para la elaboración de esta «lista real sum eria». El pensam iento sum erio no había alcanzado el grado de generalización, definición y abstracción intelectual que caracteriza a la historia tal com o la entendem os hoy en día. Así se ex­ plican, por ejemplo, las largas d u ra­ ciones atribuidas a los reinados de los prim eros m onarcas o la conside­ ración com o sucesivas de dinastías que se h a com probado que fueron coetáneas. Estas distorsiones, propias de la peculiar m entalidad sum eria, h ab ían llevado a considerar la lista real com o totalm ente im aginaria; sin em bargo otros testim onios literarios se h a n encargado paulatinam ente de confirm ar la existencia de m uchos de los personajes y acontecimientos m en­ cionados en ella. Y así, a p artir del hallazgo por Sir Leonard Woolley en 1919 de u n a tablilla de fundación en El-Obeid con la m ención de los reyes M esanepadda y A anepadda de Ia I dinastía de U r se han disipado las du­ das acerca de la validez histórica de m uchos de los datos contenidos en este excepcional docum ento.

3. Los períodos Protodinásticos I y II La prim era parte de la Lista Real se de­ dica a m encionar los reyes sum erios hasta el diluvio, inform ando escueta­ m ente de los años de reinado y las cinco ciudades que sucesivamente fue­ ron detentando la hegem onía: Eridú, B ad-tibira, Larak, Sippar y Shuruppak. A nte la falta de constatación ar­ queológica y la inverosím il duración de los reinados podem os considerar por ahora a esta etapa, a la que deno­ m inam os Protodinástico I, y a los ocho m o n arcas no m b rad o s com o p le n a ­ m ente legendarios y, por tanto, sin significado histórico.


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Sumer y Akkad

Macho cabrio y รกrbol de Ur (Hacia 2600 a.C.) M useo U niversidad de Pennsylvania


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Tras el diluvio se iniciaría una eta­ pa a la que hem os dado en describir com o P ro to d in ástico II. E n ella la m o n a rq u ía fue de nuevo im p u e s­ ta p o r los dioses, fu n d án d o se la I d in a stía de K ish. El p rim e r so b e­ rano del que la lista real m en cio ­ na acontecim ientos concretos es del rey E ta n a , el d ec im o tercero de la dinastía: «E tana, un pastor, el que al cielo subió, el que consolidó todas las tierras, fue rey y reinó 1560 (¿1500?) años» Existe tam bién una leyenda acadia m uy p o pular que lo m uestra com o un rey piadoso y cuyo gobierno dejó una huella im borrable en el recuerdo del pueblo sum erio. Se sucedieron una serie de reyes, ocho concretam ente, de los que algunos tenían nom bre se­ mita. Tras ellos: «En-m e-barage-si, el que tom ó com o botín las arm as del país de Elam, fue rey y reinó 900 años»

Incrustaciones en la caja de resonancia de un arpa, p ro ce d e n te de Ur (Hacia 2600 a.C.)

Este rey está plenam ente certifica­ do com o un personaje histórico a p ar­ tir de otros testim onios literarios. Le sucedió su hijo Agga y, tras éste, el poder pasó a la ciudad de Uruk, de la que la lista real m enciona varios m o­ narcas. De ellos Enm erkar, construc­ tor de la ciu d ad de Uruk, se halla ta m b ié n d o c u m e n ta d o h is tó r ic a ­ m ente y es el sujeto de u n a epope­ ya su m eria m uy an tig u a. A c o n ti­ n u ació n L u g alb an d a, que llegó a ser d iv in iz a d o m u c h o d esp u és, com o recu erd o del im p o rta n te p ap el j u ­ gado en la h isto ria de U ruk. C on su sucesor G ilgam esh, que desem ­ peñó el rol de héroe civilizador por a n to n o m a s ia en la lite r a tu r a de p r á c tic a m e n te to d a s las c iv iliz a ­ c io n e s p ró x im o -o rie n ta le s , p o d e ­ m os c o n s id e ra r in iciad o el P ro to ­ dinástico III.


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Sumer y Akkad

4. El Protodinástico III A partir de ahora contam os definiti­ vam ente con un a docum entación re­ lativam ente ab u n d an te com o para re­ construir de form a suficiente la civi­ lización sum eria y la sucesión de los acontecim ientos históricos. Desde el punto de vista arqueológi­ co uno de los yacim ientos de m ayor interés para conocer esta época es el de la ciudad de Ur, la actual M uqayyar, situada a orillas de un antiguo cauce del Eufrates. Al sureste del zigurat del dios lu n ar N a n n a y bajo los cim ientos de la m uralla construida

para nosotros incom prensible de unas creencias religiosas m uy p ro fu n d a­ m ente sentidas. Son famosas las tum bas de la reina Pu-abi (cuyo nom bre fue leído con anterioridad com o Shubad), de Akalam dug, M eskalam dug y la m ayor de ellas, que Woolley describió con el n.° 1.237, dedicada a un personaje cuyo nom bre desconocem os y cuyo recinto incluía los cadáveres de 74 personas. Se accedía por u n a ram pa, en el fon­ do de la cual se encontraron los res­ tos de los servidores ju n to a la cám a­ ra de enterram iento principal, entre los cuales se incluyen incluso carros

Zigurat de Ur (Hacia 2100 a.C.)

por N abucodonosor encontró L. Woo­ lley los restos de u n a gran necrópolis con unas 1.850 tum bas pertenecientes a la época de la I dinastía de Ur, que cronológicam ente se debe incluir en el Protodinástico III b (2500-2330 a.C.). D estaca un grupo de dieciséis tum ­ bas form adas por u n a o varias cám a­ ras y con un extraordinario y riquísi­ mo ajuar, que dem uestran la existen­ cia de un com plicado ritual funera­ rio, que sim boliza el m ito de D um uzi de la m uerte y la posterior resurrec­ ción. Las m uertes rituales y la inexis­ tencia de señales de violencia en los cadáveres nos testim onia la fuerza

con los esqueletos de los anim ales de tiro aún uncidos form ando parte del cortejo funerario, que estaba dispues­ to ordenadam ente y form ado por per­ sonajes de diferente rango y posición social revestidos de sus mejores galas. Por su parte las fuentes literarias del P rotodinástico III, aunque se de­ tengan casi exclusivamente en la m en­ ción de los acontecim ientos militares, nos inform an de la existencia de una federación de ciudades-estado, de las cuales en un m om ento dado sólo una ostentaba la hegem onía sobre todas las demás. Si anteriorm ente las fuentes men-


36 d o n a b a n exclusivam ente cam pañas m ilitares realizadas en el extranjero, ahora, por prim era vez, se relatan lu ­ chas p or la hegem onía entre los p ro ­ pios reyes babilónicos. Com o resulta­ do m aterial de este estado de hostili­ dad latente surgen ahora los prim eros recintos am u rallad o s desarrollados. La m ás antigua de estas m urallas es la de Uruk, obra precisam ente de G ilgam esh, personaje considerado com o legendario pero del que un núm ero suficiente de testim onios confirm an irrefutablem ente su existencia histó­ rica. De estos docum entos tal vez el más interesante sea el encontrado en diferentes versiones tanto en U r com o en N ip p u r y que m enciona los n om ­ bres de los reyes que reconstruyeron el santuario de Tum m al dedicado a la diosa N inlil en la ciudad de N ippur. Las guerras de G ilgam esh de U ruk contra los reyes de Kish, M ebaragessi y su hijo Agga, son los testim onios m ás antiguos que d o cu m en tan los conflictos m ilitares por el control de la Baja M esopotam ia. Estas luchas y las que le sucedieron ocasionaron un grave debilitam iento de la fuerza m i­ litar y el potencial económ ico de las ciudades sum erias, lo que fue aprove­ chado por los elam itas para hacerse con el poder. Se inicia así un a etapa en la que la hegem onía fue recayendo sucesiva­ m ente en ciudades sum erias y extran­ jeras. Prim ero le tocó el turno a la ciudad elam ita de Awan; de allí el p o ­ der pasó a ser detentado por los reyes de la II dinastía de Kish. Se siguió de nuevo otra dinastía elam ita centrada en la ciudad de H am azi y, tras ella, la II dinastía de Uruk. De U ruk el control pasó a Ur, a partir de lo cual nos sigue inform an­ do la lista real sum eria cóm o el po­ der, p or la fuerza de las arm as, pasó a Adab en la época del rey Lugal-Annem undu, quien llegó a controlar un ex­ tenso territorio desde Irán a Siria. En el conocim iento histórico de la etapa que abarca desde este reinado

A k a l Historia del M undo Antiguo

hasta la llegada al poder de Sargón de A kkad la ciudad de Lagash se ve particularm ente favorecida debido al azar de que un alto porcentaje de do­ cum entos referentes a ella han llega­ do hasta nosotros. Por inscripciones dedicatorias de Lagash sabem os que hacia m ediados del tercer m ilenio un rey que llevaba el nom bre, probablem ente semita, de M essilim controlaba toda M esopota­ mia. A unque no aparece m encionado en la lista real sum eria, son num ero­ sas las fuentes por las que sabem os que este m onarca, tal vez originario de alguna ciudad del norte del país, ostentó el prestigioso título de «rey de Kish». Es conocida su actuación en el conflicto que, p o r una cuestión de de­ lim itación de territorios, enfrentaba a las ciudades de Lagash y U m m a, so­ m etidas am bas al poder de M essilim, siendo la decisión del rey parcial en favor de la prim era. No m ucho después de esta época un personaje llam ado U r-N anshe lle­ gó al poder en Lagash, fundando una nueva dinastía y poniendo los cim ien­ tos sobre los que se basó el poderío de Lagash durante los próxim os de­ cenios. Si atendem os a su nom bre nos en contraríam os aquí de nuevo con u n sem ita procedente po sib le­ m ente de la localidad occidental de T idnum . Su hijo Akurgal, de breve reinado, vio renacer los problem as con la ciu­ dad de Um m a. Sin em bargo E annalum, su nieto, llevó a Lagash a uno de sus m om entos de m ayor esplendor y poderío. La prim era etapa de su go­ bierno la dedicó a reconstruir y refor­ zar el país, debilitado por las derrotas de Akurgal frente a Um m a. Tras ello inició una etapa de sistem áticas cam ­ pañas m ilitares: contra las ciudades sum erias de U ruk y U r al occidente, c o n tra el E lam y contra la propia U m m a, su rival p o r el norte. Las vic­ torias de E annatum , una de cuyas re­ presentaciones es la m agistral Estela de los Buitres, y el reconocim iento de


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Sumer y Akkad

Estela de los «buitres» erigida por el rey Eannatum de Lagash (Fragm ento) (Hacia el 2560 a.C.) Museo de Louvre

sil poder p or el resto de las potencias sum erias le perm itió utilizar el título de «rey de Kish». En la etapa de tran quilidad que si­ guió, sustentada por la fuerza de las arm as, pudo iniciar E annatum obras de drenaje de gran envergadura. Sin em bargo la paz fue efímera, estallan­ do de nuevo la guerra en todos los frentes. Los elam itas fueron los p ri­ meros en tom ar la iniciativa atacan­ do el territorio de Lagash; y, aunque fueron rechazados p o r E annatum , es­ ta vez no tuvieron que sufrir la inva­ sión de su propio territorio. Las tro­ pas de Lagash se vieron obligadas a luchar contra Kish, A kshak y de nue­ vo los elam itas, a los que se alió el rei­

no occidental de M ari. A unque logró una im portante victoria sobre sus ene­ migos, pudiendo reincorporarse a sus tareas constructoras, E annatum h a ­ bría de m orir pronto y posiblem ente de form a violenta, si consideram os que no fue su c e d id o p o r su hijo, co m o h u b ie ra sid o n a tu ra l, sin o por su propio herm ano, de nom bre E nannatum . El nuevo m onarca tuvo que dedi­ carse inm ediatam ente a luchar con­ tra u n a revuelta de sus eternos rivales los um m aitas. Puesto que Enannatum debía ser un anciano por estas fechas, es su hijo E ntem ena el que acaudilló los ejércitos de Lagash, que lograron u n a gran victoria, au n q u e efímera.


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Akal Historia del M undo Antiguo

E ntem ena logró u n statu quo en la antigua y espinosa cuestión de los lí­ m ites com unes con U m m a, p o r lo que podem os considerarlo el últim o gran caudillo de Lagash. Su hijo Enannatum II rein aría sólo brevem ente. Ni Enetarzi, ni L ugalanda, ensis de Lagash, h ab rían pertenecido a la lí­ nea de sucesión legítima. U rukagina, m ediante u n golpe de estado, detentó a continuación el po­ der en Lagash. Este personaje ha p a­ sado a la historia no por sus acciones militares sino, fundam entalm ente, por sus reform as sociales. Al llegar al po­ der la ciudad se h allaba m uy debilita­ da por una larga etapa de continuas guerras, que, aun q u e victoriosas en su m ayoría, h ab ían resultado estériles, puesto que los territorios controlados p o r Lagash se h ab ían visto reducidos a sus lím ites iniciales. La etapa de

Enetarzi y L ugalanda fue una época de convulsiones sociales y abusos de poder que debilitaron aún m ás la ca­ pacidad de salida de la crisis. Urukagi­ na se jacta de haber puesto fin a aquel estado caótico, de haber devuelto la libertad a la población y restablecido la justicia. Acabó con los abusos im ­ positivos por parte del Estado y con los privilegios de la casta sacerdotal. Su reinado, sin em bargo, sólo duró ocho años. Lugalzagesi, m onarca de U m m a, logró apoderarse por las ar­ m as de U ruk, Ur, Kish y el resto de las ciudades de Sumer. La propia L a­ gash fue destruida. Por prim era vez en la historia los dom inios de una ciudad sum eria, en este caso Um m a, incluyeron todo el C reciente Fértil hasta el M editerráneo: «desde el M ar Inferior, a lo largo del Tigris y el E u­ frates, hasta el M ar Superior».

Estela del rey Eannatum — Estela de los Buitres— de Lagash (Hacia 2560 a.C.) (Fragm ento)


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Sumer y Akkad

IV. Akkad (2330-2150 a.C.)

1. Sargón El cxito del intento sin precedentes de Lugalzagesi para m antener unifica­ dos los am plios territorios que llegó a controlar había de resultar efímero. La Lista Real Sum eria le asigna un reinado de 25 años, período tras el cual se vio superado por la aparición de uno de los protagonistas m ás ex­ traordinarios de toda la historia de M esopotam ia, cuya actividad y per­ sonalidad supusieron destacadas in ­ novaciones y dejaron un recuerdo per­ durable en los pueblos que habitaron entre el Tigris y el Eufrates: Sargón de Akkad. Aparece frecuentem ente co­ mo el personaje central en oráculos y augurios, inscripciones y textos litera­ rios que, copiados u n a y otra vez, configuran una tradición mítico-legendaria que hay que estudiar con aten­ ción y cautela a la hora de valorarla y utilizarla para la reconstrucción his­ tórica. Su padre pudo ser un tal Laipum , semita sin duda a ju zg ar por el n om ­ bre. M ás extendida estaba otra tradi­ ción según la cual no lo conoció. Su m adre, quizás una sacerdotisa culpa­ ble de haberlo engendrado, lo a b a n ­ donó en una cesta em betunada en el Eufrates, de lo que se salvó m ilagro­ sam ente (ya em pieza a m anifestarse el favor divino), siendo recogido por

Akki, un personaje hum ilde como evi­ dencia su oficio de jard in ero o agua­ dor, con el que creció. Este arm azón im preciso y m isterioso en torno a su origen, no exento de contradicciones, puede reflejar una extracción no no­ ble, incluso quizás exterior a las zo­ nas de antigua tradición sedentaria de la Baja M esopotam ia. En efecto, los textos inform an que «Sargón cre­ ció entre el ganado», que su lugar de origen fue A zupiranu (¿«ciudad del azafrán»?), probablem ente un m erca­ do caravanero m ás que una auténtica ciudad, y que su familia provenía de la m ontaña. Se puede proponer que su procedencia últim a estaría en gru­ pos sem itas en vías de sedentarización que se m overían en torno al va­ lle m edio del Eufrates y cuenca del Khabur. En la vertiginosa carrera que reali­ za es auspiciado por los dioses Ishtar, su am ante y protectora en guerra y en paz, y M arduk, lo que es sin duda un anacronism o de las fuentes pues sólo m ucho m ás tarde se hará popular es­ ta deidad babilonia. Lo que nos inte­ resa en cualquier caso destacar es el significado de la intervención divina, pues en M esopotam ia en general la realeza se legitim aba p o r la elección de los dioses m ás que por el origen; incluso se convirtió en un recurso co­ m ún para evidenciar el respaldo ce­


40 lestial el co n trap o n er u n a extracción hum ilde a los éxitos alcanzados. Este será el caso de Sargón: personaje in ­ fluyente (copero o m ayordom o) en la corte de U r-Z ababa de Kish, uno de los grandes núcleos de sem itización de la Baja M esopotam ia y cuyos p rín ­ cipes ostentan antropónim os sem itas desde m uy an tiguo, no ta rd a rá en independizarse. Inicia u n a costum ­ bre de gran éxito en la posterior histo­ ria del Próxim o O riente con la fu n d a­ ción de su propia residencia o ciudad capital, cuyo em plazam iento exacto aú n no ha sido localizado pero que con toda seguridad se h allaría en la región de Kish y B abilonia. La llam a Akkad, y él m ism o adopta el nom bre real de Sharrukin, que quiere decir «rey justo», «rey legítim o» o «verda­ dero», del que deriva Sargón. La expansión m ilitar y territorial que supuso a la postre la creación del gran im perio de A kkad hay que en ­ tenderla en principio com o u n a reac­ ción ante la presión de Lugalzagesi, que se había anexionado Kish y aspira­ ba a som eter toda la región al norte de N ippur. U n relato nos presenta a Sargón rehusando aceptar las intim i­ daciones de Lugalzagesi. Si nuestra reconstrucción de los acontecim ien­ tos es correcta, el acadio dem ostró ser un audaz e inteligente estratega: con un m ovim iento envolvente de so r­ prendente rapidez, aprovechando sin duda la red de canales para sus des­ plazam ientos, se presenta de im pro­ viso en el sur, tom ando la iniciativa; ataca la capital de su rival, U ruk, y fi­ nalm ente lo derrota en com bate, h a ­ ciéndolo prisionero. La caída de Lu­ galzagesi no significó la sum isión de un país trad icionalm ente com partim entado en un a serie de entidades autónom as; p o r el contrario Sargón debe co n tin u ar la lucha con Ur, L a­ gash, U m m a, etc., ciudades que van cayendo u na tras otra y cuyas m u ra­ llas son sistem áticam ente destruidas. Al alcan zar el Golfo Pérsico consigue el som etim iento de todo Sumer; se­

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gún los textos Sargón «lavó sus arm as en el m ar», quizás com o un sacrificio a los dioses, consciente de las h a z a ­ ñas realizadas, o com o un acto expia­ torio. Incluso reivindicará su autori­ dad sobre tierras allende el m ar (Tilm un, actual isla de Bahrein). La brillantez de la victoria le per­ mite lanzarse a u n a actividad auténti­ cam ente im perialista fuera de los tra­ dicionales límites de la Baja M esopo­ tam ia. S argón se nos p re sen ta así realm ente com o un pionero que se­ ñala las directrices a seguir por los posteriores soberanos babilonios con am biciones expansionistas. R em on­ tando el Eufrates alcanza M ari, Iarm uti (que se ha querido identificar con u n puerto de la costa fenicia) y Ebla, que se m antiene evidentem ente com o un a entidad im portante a u n ­ que su época m ás brillante coincidió con el período anterior, el P rotodi­ nástico (Petinatto). Llega hasta los «Bosques de C edro», que m ás que con el L íbano hay que relacionar con los m ontes A m anus, al norte de Siria, y las «M ontañas de la Plata», en la zona del Taurus. H asta se habla de que atravesó el m ar para someter otras tierras, C hipre o C reta, o tal vez aún m ás lejos, aunque quizás sea m ás real suponer que se trataría de una nave­ gación hacia la costa m eridional anatolia a través del G olfo de lssos. La m em oria de estas cam pañas sin pre­ cedentes en tan lejanos horizontes otorga a Sargón un halo épico a tra­ vés del cual es difícil extraer la reali­ dad de los acontecim ientos históri­ cos; hay un relato conocido com o «El Rey de la B atalla» en el que aparece el soberano acadio aventurándose en Asia M enor para socorrer a un grupo de m ercaderes; al m argen de la exac­ titud de los datos que ofrece es in d u ­ dablem ente un texto que bebe de la tradición de Sargón com o arquetipo del conquistador y que apunta muy sig n ificativ am en te h acia la fundam en tac ió n económ ica com o factor dom inante del estado acadio. Sargón


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Estela del rey Naram Sin, de Susa (Hacia 2300-2200 a.C.) M useo del Louvre


42 Tradiciones en torno a Sargón A) El origen: «Sargón el poderoso rey, el rey de A k­ kad, soy yo. Mi madre fue una «cambia­ da», a mi padre no lo conocí. Los herma­ nos de mi padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, que está situada en las riberas del Eufrates. Mi «cambiada» madre me concibió y me dio a luz secreta­ mente. Me colocó en una cesta de juncos, y selló con pez mi tapadera. Me echó al río, que no se alzó (sobre) mí. El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador. Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su pozal. Akki, el aguador, me hizo hijo su­ yo y me crió. Akki, el aguador, me hizo su jardinero. Mientras yo era jardinero Ishtar me otorgó su amor...». B) Sus hazañas: «Sargón, el rey de Kish, ganó 34 bata­ llas; destruyó las murallas hasta el borde del mar. Amarró al muelle de Akkad los navios de Meluhha, los navios de Makkan y los navios de Tilmun. Sargón, el rey, se postró en adoración ante Dagan en Tuttul. Dagan le dio el país superior: Mari, larmuti y Ebla, hasta el Bos­ que de Cedros y las Montañas de Plata. Sargón, el rey a quien Enlil no dio rival: 5.400 hombres comen cada día ante él. El que destruya esta inscripción ¡qué An destruya su nombre! ¡qué Enlil acabe con su estirpe! ¡qué Inanna.J».

com pleta su expansión en el este al someter, o al m enos h um illar m ilitar­ mente, al Elam y, rem ontando el Ti­ gris, al incorporar el país de Subaru, que incluye el territorio que luego se llam ará Asiría, con el que aparecen vinculados algunos de los sucesores de Sargón (M anishtushu y N aram Sin) y en una de cuyas ciudades p rin ­ cipales, Nínive, apareció un retrato del fundador de Akkad. La am plitud del estado y la nueva concepción m onárquica que se está gestando im ponen una significativa evolución de la titulatura real de Sar­ gón: al principio se hace llam ar sen­ cillam ente «rey de A kkad», título al que añade el de «rey de Kish», con to­ do el antiguo prestigio y preem inen­

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cia que im plicaba, y tras vencer a Lugalzagesi, «rey del País (de Sumer)». A p artir de ese m om ento aparece un conjunto de expresiones que consa­ gran la visión universal de su poder: Sargón será «El Rey del País, a quien Enlil no opuso rival, a quien Enlil dio el M ar Superior (M editerráneo) y el M ar Inferior (Golfo Pérsico)», «el que ha recorrido las cuatro zonas» (en que se divide el universo según la concepción m ítica sum eria), «el que gobierna las cuatro zonas» o incluso el «rey de las cuatro zonas». Pese a ello, la extensión y heteroge­ neidad de los territorios conquistados hicieron m uy difícil su control, sucediéndose las insurrecciones que dela­ tab an u n a in estab ilid ad endém ica. H acia el final de su vida, Sargón tuvo que reprim ir una sublevación general que incluso llegó a am enazar su m is­ m a capital.

2. La dinastía acadia Los sucesores de Sargón tienen que asu m ir esta h e ren cia precaria. Rim ush debe enfrentarse a una nueva insurrección de las ciudades sum e­ rias, lideradas quizás por Ur, así co­ mo contra el Elam. Es el prim er cau­ dillo m eso p o tám ico que según las fuentes aplicó u n a sistem ática políti­ ca de represión violenta: destrucción de m urallas e incluso de alguna de las principales ciudades sublevadas, m asacres de enemigos, y parece que tam b ién d ep o rta cio n es m asivas, si entendem os así textos que inform an que «hizo salir 5.700 hom bres de las ciudades de Sum er y los estableció después en un cam pam ento». R im ush m uere en una intriga p ala­ ciega, a la que quizás no fuera ajeno su herm ano y sucesor M anishtushu, que adem ás, según la Lista Real Su­ m eria, era el mayor. E n cualquier ca­ so tam bién lucha por conservar la in ­ tegridad del im perio en el sur y en el este, conflicto en el cual hay que ins­ cribir una cam paña que realizó «más


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allá del M ar Inferior (Golfo Pérsico)», al país de Sherihum o M eluhha. So­ bre su localización se ha discutido m ucho; algunos autores la llevan has­ ta la costa oriental africana (Etiopía), pero parece m ás probable que se re­ fiera a zonas ribereñas del Golfo Pér­ sico, quizás en g lo b an d o incluso el valle del Indo, con cuya civilización están probados los contactos en épo­ ca de Akkad. Este soberano realiza notables es­ fuerzos p or dotar al estado de una or­ g an izació n in tern a que le otorgará cohesión y que resultará m ás eficaz que la dureza con que se condujo su predecesor. Al m enos es lo que se puede deducir de docum entos tales com o el obelisco que lleva su nom bre y que contiene disposiciones sobre distribución y explotación de tierras. El buen gobierno de las provincias es tam bién objeto de su atención: en Su­ sa le dedican una estatua los gober­ nantes locales; en S ubaru encontra­ mos inscripciones suyas en A ssur y Nínive, ciudad ésta últim a en la que se le atribuía en época asiría la fun­ dación del célebre tem plo de Ishtar. M erece la pena m en cio n ar que en época de M anishtushu se constatan a través de la arqueología y la antroponim ia los prim eros datos de la pre­ sencia en el norte de M esopotam ia del elem ento hurrita, llam ado a jugar tan gran papel en la historia del P ró­ ximo Oriente. C on N aram -S in, el sucesor de M a­ n ishtushu, encontram os otra perso­ n alidad fuerte que m arca profunda­ m ente la historia del estado acadio y cuyo recuerdo puede com pararse al de Sargón. Com o sus predecesores, se vio obligado a m an tener una activa política m ilitar para conservar el im ­ perio. Sin duda el episodio m ás con­ flictivo fue u na insurrección general de ciudades de la Baja M esopotam ia en cabezadas p o r Kish, desatendida p or los soberanos acadios (el título de «rey de Kish» h ab ía dejado de utili­ zarse). La gravedad de la crítica situa­

ción es reconocida por el propio N a­ ram -Sin, que com ienza el texto en el que describe su triunfo final con la expresión: «C uando las cuatro regio­ nes unidas se rebelaron contra mí...». Se le atribuyen cam pañas, rem ontan­ do los dos ríos, contra M ari, Ebla, el norte de Siria y localidades de Asia M enor oriental, todo lo cual es sospe­ chosam ente sim ilar a las hazañ as de Sargón, con el que se puede estar bus­ cando la asim ilación. M ás interesan­ te es la bien constatada victoria sobre el país de M akkan y su rey M anium , pues se ha pretendido u n a identifica­ ción con Egipto e incluso, ignorando el evidente anacronism o en que se in­ curre, con el prim er faraón, Menes. En realidad es m uy difícil aceptar al­ gún tipo de contacto directo m ilitar entre Akkad y Egipto, aunque existie­ ran intercam bios pacíficos; por otra parte últim am ente se apuesta por la localización de M akkan en la costa sur del Golfo Pérsico y del M ar de A rabia, zonas ricas en canteras de piedra dura y en m ineral de cobre que exportaban a Sumer. La docum entación de N aram -Sin pone el acento en el fortalecim iento de la concepción m onárquica: el so­ berano se vanagloria de haber hecho lo que ninguno de sus predecesores, de h ab er conquistado m ás ciudades y alcanzado las fronteras m ás lejanas. Utiliza sistem áticam ente el título de «Rey de las cuatro partes» e incluso se aprecian francam ente los prim eros rasgos de divinización real. N aram Sin se hace llam ar «dios de Akkad», lo que se plasm a gráficam ente en la célebre estela que lleva su nom bre: el m onarca aparece por encim a de sus soldados, de m ayor tam año, dando una sensación de om nipotencia, tute­ lado por los sím bolos divinos y lu­ ciendo él m ism o la tiara con cuernos de los dioses. Sin em bargo, tras toda esta brillan­ tez hay signos preocupantes. La m is­ m a estela que acabam os de m encio­ n a r c o n m em o ra la victoria co n tra


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unos pueblos bárbaros y faltos de uni­ dad política de las m ontañas del n o r­ te de M esopotam ia (Zagros, zona del Zab) y que, alojados en un terreno d i­ fícil y proclives a hacer razzias en las tierras fértiles de los valles, eran de sum isión dudosa e insegura. De h e­ cho será u n o de estos pueblos, los guti, el causante últim o del colapso de Akkad. F rente al E lam N aram -S in va a optar —significativam ente— por los pactos, considerándolos preferi­ bles al riesgo de in tentar som eterlo por las arm as. Parece que la situación económ ica está tam bién deteriorán­ dose. H ay u n a obrita de considerable extensión, que se puede incluir en el género de los «lam entos» tan típicos de la literatura sum eria, que se cono­ ce com o la «M aldición de Akkad»; en ella se hace un canto doloroso a la decadencia de esta ciudad, atribuyén­ dola a una sacrilega acción de N aram Sin, al que se le im puta la destrucción del santuario de Enlil en N ippur, p ro ­ vocando la venganza divina e incluso el ab an d o n o de la diosa-patrona de Akkad, In an n a-Ish tar. El desastre se presenta así inevitable, pero al m ar­ gen de los elem entos míticos, el deta­ lle m ás llam ativo históricam ente h a ­ blan d o es la m ención a dificultades p or las que atraviesa el país: baja de la productividad agrícola, alza de los precios, con la consiguiente crisis de subsistencias, etc. Este declive se hace m anifiesto con S harkalisharri, quien pese a su nom ­ bre (que significa «rey de todos los re­ yes») ab a n d o n a la titulatura am pulo­ sa de su predecesor; tan sólo en algu­ na inscripción aislada se le denom ina a ú n « d io s d e l p a ís d e A k k a d » , apareciendo norm alm ente con el sen­ cillo título de «rey de Akkad». Su te­ rritorio se ha reducido de form a con­ siderable: el Elam se ha independiza­ do definitivam ente (incluso alguno de sus príncipes u su rpa el título im ­ perial de «rey de las cuatro zonas»), al igual que p arte de las ciudades de Sum er (se conm em oran cam pañas

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contra Uruk). Adem ás, la presión de los pueblos m arginales es insosteni­ ble. S harkalisharri derrota a los guti y se enfrenta a los m artu o am orreos que aparecen bien docum entados por vez prim era y que parece estaban pro­ duciendo la inseguridad y ruina de la cam piña. La dinastía term inará en la anarquía; S harkalisharri m uere ase­ sinado y se producirá un vacío de po­ der que aparece bien expresado en la Lista Real Sum eria cuando hace su­ ceder cuatro reyes en tres años y ex­ clam a finalm ente «¿quién era rey?, ¿quién no era rey?». El golpe de gra­ cia lo d arán los guti que destruyen A kkad y arrasaran la Baja M esopota­ m ia y el Elam.

3. Valoración del Imperio de Akkad El período acadio supone una nota­ ble dinam ización del proceso históri­ co así com o unos aportes civilizado­ res en general tan im portantes que no es ex trañ o c o n stata r que los h a b i­ tantes de la Baja M esopotam ia eran conscientes de ello, guardando un rico recuerdo que se refleja en m últiples tradiciones. Sin embargo cometeríamos u n error de apreciación histórica si insistim os en el contraste con la etapa precedente. A caballo entre el Protodinástico y el esplendor neosum erio de U r III, el Im perio de Akkad parti­ cip a de la civ iliz ació n su m eria, a la que enriquece con contribuciones propias. Etnica y lingüísticam ente h ab la n ­ do los acadios son semitas. Las repre­ sentaciones artísticas tipifican adm i­ rab le m en te su diferente fisonom ía racial, m ás esbelta, lu ciendo larga b arb a y am plia cabellera, en contras­ te con los tipos sum erios. Es preciso, por otra parte, rechazar cualquier idea de oposición entre lo sem ita y lo sum erio en A kkad, por lo pronto p o r­ que el establecim iento del im perio no se produjo com o consecuencia de una


Sumer y Akkad

Cabeza acadia de bronce, Ninive (Hacia 2300-2200 a.C.) M useo de Iraq, Bagdad

irru p ció n violenta y m asiva de un nuevo pueblo (com o ocurre en otros m om entos de la historia babilonia: penetración de los guti, am orreos, kasitas, etc.). La coexistencia de sum e­ rios y sem itas en la Baja M esopota­ m ia está perfectam ente co n statad a desde los tiem pos m ás remotos. La interrelació n n ó m ad a-sed en tario es m ucho m ás estrecha de lo que co­ m únm ente se dice. La faja de tierra esteparia o de vegetación arbustiva que separaba los valles fluviales de las zonas desérticas eran los ám bitos p or excelencia en los que se desarro­ llaba el nom adism o o sem inom adismo de pueblos en general sem itas que se infiltran pacíficam ente en las ciu­ dades de Sum er y se irán integrando. La procedencia de Sargón podría h a ­ ber sido sencillam ente ésta. Al norte

de lo que es estrictam ente el país de Sum er (zona de M ari, desem bocadu­ ra del Diyala, etc.) el proceso de semitización es m ás fuerte, pero tam bién las ciudades sum erias experim entan el enriquecimiento racial: así por ejem­ plo Kish, la ciudad prim era de Sar­ gón, U m m a u otras localidades en las que las prácticas com erciales, los pro­ ductos, la antroponim ia denotan la presencia sem ita. Por poner un ejem ­ plo el m ism o padre de Lugalzagesi, a ju zg ar por su nom bre, tendrá sangre semita. U na vez dicho esto, el ascenso de Akkad debe encuadrarse en las conti­ nuas luchas que las ciudades de Su­ m er están protagonizando en la fase final del P rotodinástico en disputa por la hegem onía. La única novedad, en principio, es que la ciudad que


46 ahora la consigue es em inentem ente sem ita en cuanto a su origen e inclu­ so ya francam ente en la figura de sus g o b ern an tes. Pero la c u ltu ra es la m ism a; no hay que insistir en distin­ ciones. C om o dice F rankfort: «Los intentos de relacionar ciertos elem en­ tos de la cultura m esopotam ia con los elem entos del hab la sum eria o con los de la lengua sem ítica de la p o b la­ ción no han tenido m ucho éxito, p o r­ que am b o s esta b a n c o m p re n d id o s d en tro de u n a resistente estructura cultural». Los propios soberanos de A kkad tuvieron m ucho cuidado em peñados en aparecer com o continuadores, res­ petuosos con las tradiciones m ás p u ­ ram ente sum erjas, sobre todo en m a­ teria religiosa (que, no lo olvidemos, fundam entaba el poder terreno de los reyes); así, por ejem plo, u n a hija de Sargón será sacerdotisa de N a n n a en Ur. La devoción preferente y las m a­ yores atenciones regias se las llevará por supuesto el dios suprem o del p an ­ teón sumerio, Enlil, así com o su ciu­ dad-santuario, N ippur: fam iliares de los soberanos ocupan puestos sacer­ dotales (como es el caso de u n a hija de N aram -S in) e incluso el cargo de gobernador de esta ciudad será ocu­ pado frecuentem ente por el heredero al trono. Los soberanos tendrán la costum bre de dedicar estatuas o este­ las que conm em oren sus hazañas en el tem plo, al que colm arán de d o n a­ ciones y que ag ran d arán co n tin u a­ mente. Enlil será, en com pensación, el garante de la legitim idad de la n u e­ va m o narquía en la m ás pura tradi­ ción sum eria, el rey acadio será acla­ m ado como «vicario de Enlil», «aquél a quien Enlil dio la realeza», «aquél a quien Enlil otorgó su am istad». Así, aunque por supuesto se es cons­ ciente de que coexisten dos tradicio­ nes culturales diferentes, la sum eria y la acadia, con su propia lengua, con­ cepciones religiosas, etc. (que h arán entender la Baja M esopotam ia com o una dualidad: Sumer, al sur, y Akkad,

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al norte), no se puede h ab lar de un antagonism o étnico o conflicto de ra­ zas. Los pocos indicios de ello son m uy débiles y discutibles: así se alude a la dureza de R im ush contra las ciu­ dades sum erias, pero al m ism o tiem ­ po este so b eran o dota e sp lé n d id a ­ m ente a N ip p u r. R especto a la ya m encionada historia de la «M aldi­ ción de Akkad», hay que explicarla m ás bien com o u n intento de N aram Sin de reconstruir, engrandeciéndolo, el santuario de Enlil, lo cual fue mal entendido por la población sum eria. Si no, no se com prenderían las m ues­ tras de devoción de este soberano que m encionábam os un poco antes. En una m atriz de ladrillos encontramos la leyenda «N aram -Sin, constructor del tem plo de Enlil»; adem ás, Sharkalisharri, siguiendo con seguridad la obra paterna aparece com o «el hijo bien am ado de Enlil, el fuerte, el rey de Akkad y de los súbditos de Enlil, el co n stru cto r del Ekur, el tem plo de Enlil en N ippur».

4. La organización del estado acadio El estado de A kkad reposaba en una concepción fortalecida de la m onar­ quía. C ontinuando con el proceso de concentración del poder que se apre­ ció claram ente a m edida que avanza­ ba el período Protodinástico, se afian­ za la autoridad y dignidad del sobe­ rano. Se ha tratado incluso de ver en el período acadio la prim era apari­ ción de lo que tradicionalm ente se llam a el sistema del despotism o orien­ tal. E n realidad un estado que preten­ día englobar el com plejo m undo de las ciu d ad es-estad o s sum erias, tan hab itu ad as a la autonom ía, así com o pueblos de varias etnias y en diferen­ tes etapas del desarrollo cultural, ade­ m ás en un m arco com o el de M eso­ potam ia que carecía de la clara u n i­ d a d g e o g rá fic a q u e p o r e je m p lo m uestra el valle del Nilo, sólo podía


Sum er y Akkad

salir adelante con u na férrea direc­ ción. A kkad supone el prim er intento serio de su p eració n de las form as político-económicas de la ciudad-tem ­ plo sum eria hacia lo que podríam os llam ar un «estado universal». M uchos detalles ap u n tan hacia ese fortalecim iento m onárquico, entre los cuales no es despreciable el principio dinástico que aparece b ie n afirm ado por vez prim era, pero quizás el más llam ativo sea la supuesta div in iza­ ción de los soberanos: algunos reyes acadios recibieron culto en épocas posteriores; el m ism o título de «rey de las cuatro zonas» sólo lo habían recibido anteriorm ente algunas divi­ nidades principales. La figura del rey acadio aparece caracterizada con ras­ gos sobrehum anos o heroicos, tan bien expresados en la leyenda de Sargón o en las tradiciones en torno a N aram Sin, a quien, p or ejem plo, se exalta en u n a inscripción p or h ab er derribado personalm ente un auroch. Se les vincu­ la estrecham ente con los dioses: Sar­ gón disfruta de los favores (y am ores) de Ishtar, N aram -S in es llam ado «es­ poso de Ishtar», etc. Este últim o sobe­ rano llegará a an tep o ner el determ i­ nativo divino a su nom bre, se presen­ tará en los relieves con la tiara de cuernos, e incluso, com o vimos, ap a­ recerá h o n rad o en algunas dedicacio­ nes com o «dios de Akkad». Pero es poco probable que fueran considera­ dos efectivam ente com o dioses, al m enos en vida. M ás bien habría que p en sar en u n a expresión o recurso para justificar el necesario increm en­ to del poder real y su intención orga­ nizadora de la vida de los hom bres —sus súbditos— entrando así en lo que trad icio n alm en te se considera­ b a n las fu n cio n es de la d iv in id ad (J. Bottero). Este nuevo proyecto estatal preci­ saba de eficaces apoyos, tanto en lo civil com o en lo m ilitar. Surge un nuevo ejército, m ás num eroso y dife­ renciado en cuanto a su arm am ento, con u n núcleo perm anente que con

47 Sargón pudo ser ya de más de cinco mil hom bres. D esaparece el viejo y pesado sistem a de com bate sumerio, el carro de guerra, de dudosa eficacia (en buena m edida p o r el uso de o n a­ gros en lugar de caballos), la form a­ ción com pacta de infantería (la «fa­ lange sum eria»). E n su lugar entran en acción tropas de vestim enta más ligera, agrupadas en unidades m óvi­ les, organizadas por portaestandartes que dan u n a notable flexibilidad y capacidad de m aniobra; se busca el cuerpo a cuerpo con escudos peque­ ños, hachas de com bate y m azas, o bien el ataque a distancia por m edio de arcos y jabalinas. La figura semidesnuda de N aram -Sin en la estela, abrazado a un arco, un hacha de m a­ no y una jabalina, es todo un símbolo. Respecto a la adm inistración civil del im perio, realm ente son pocos los docum entos que tenem os com o para intentar una reconstrucción com ple­ ta. Es evidente que fue preciso crear un am plio cuerpo de funcionarios de­ pendientes directam ente del sobera­ no y pagados por él, bien en especie o incluso concediéndoles tierras en usu­ fructo (como se aprecia en las ins­ cripciones del obelisco de M anishtushu). Sabem os con certeza que algu­ nos de los funcionarios de U r III exis­ tían ya en época acadia. De todas for­ mas en cuanto a la adm inistración de los territorios conquistados, los reyes acadios prefirieron m antener las tra­ diciones g u b ern ativ as locales (por ejemplo, los ensi de las ciudades-es­ tado sum erias) lim itándose sencilla­ m ente a colocar acadios en los pues­ tos de poder y a m antener destaca­ m entos m ilitares y fortalezas en los p u n to s estratégicos. U no de estos puestos fuertes en los que parece que se fundam entaba el m antenim iento de la unidad de Akkad fue excavado por M allowan en Tell-Brak, en la Alta M esopotam ia, situado en las rutas ca­ ravaneras que conectaban Sum er y Elam con A natolia oriental; su aspec­ to sólido y bien defendido, su sistema


48 de am plios patios rodeados de alm a­ cenes y depósitos revela bien a las claras la fu n cio n alidad del m ism o. Otro «palacio» de época acadia ha si­ do localizado en Tell-Ashm ar (Eshnunna), tal vez un a residencia real, a ju zg ar por las salas de recepción, h a ­ rén, etc., que se identifican fácilmente. Q uizás sea el punto de vista econó­ mico el más adecuado para com pren­ der la justificación histórica del im ­ perio de A kkad y calibrar sus objeti­ vos. A bandonando, com o dijim os, la concepción de la ciudad-tem plo (que de todas form as seguirá gozando de b uena salud en el territorio sum erio estricto), los acadios se ab riero n a m ás am plios horizontes. No preten­ dieron tanto anexar sistem áticam ente tierras cuanto que asegurar la tran ­ quilidad de las rutas caravaneras y las vías de com unicación de las que dependía el bienestar económ ico de la Baja M esopotam ia. El estado acadio, am bicioso, intentó asegurarse el abastecim iento de m aterias prim as que faltaban en el valle de los dos ríos (m adera, piedra, metal) ora contro­ lando directam ente las zonas de p ro ­ ducción, ora m anteniendo contactos fu n d am en talm en te com erciales. E n el prim er caso estarían las cam pañas que llevan a Sargón y N aram -Sin has­ ta Siria y Asia M enor oriental («Las M ontañas de la Plata» y los «Bos­ ques de Cedro») y en el segundo, la apertura y regularización de las rela­ ciones con regiones m ás distantes en las que era im pensable un control p o ­ lítico: Tilm un, M akkan, M eluhha, etc. A unque las form as de creación y distribución de riqueza de períodos anteriores siguen existiendo, h an sur­ gido novedades: ju n to al tem plo co­ mo trad icio n al p ro p ietario y nego­ ciante aparecen otros anim adores de la vida económ ica, em pezando por el m ism o soberano que va acum ulando riquezas y propiedades, fu n d am en ­ talm ente tierras, necesarias para m an­ tener el ejército y a los funcionarios. Es evidente que los sim ples particula­

A k a l Historia del M undo Antiguo

res participan de form a autónom a en el m undo de la producción y de los intercam bios lo cual se ha relaciona­ do, al igual que una posible expan­ sión de la propiedad privada de la tie­ rra, con la tradición sem ita acadia. En cualquier caso el período acadio es un m om ento de buena coyuntura económ ica, al m enos en su prim era mitad.

5. La aportación cultural de Akkad Si innovador es el período acadio des­ de el punto de vista de la organiza­ ción política y la concepción del esta­ do, no lo es m enos desde el artístico o de otras parcelas de la cultura. Las ar­ tes figurativas acadias aportan un n a ­ turalism o y expresividad que no pue­ den p o r m enos ser com parados con el esquem atism o y la relativa rigidez del período sum erio primitivo. Y son los relieves, las estelas triunfales, su m a­ nifestación más espectacular; en frag­ m entos atribuidos a Sargón y Rim ush aún se conserva la clásica división en registros heredada del período P roto­ dinástico y sin em bargo el cam bio es ya patente: aunque los tem as sigan siendo en buena m edida iguales (por ejem plo, el tópico de los enemigos cogidos en u n a red) los personajes están tratados con m ás agilidad, el m odela­ do gana en riqueza, el diálogo de las figuras es m ás vivo. En la estela de N aram -Sin, sin duda una de las obras m ás im portantes del arte m esopotamio, se supera ya la división en fran­ jas y se nos ofrece una escena única y total que p o r otra parte está ricam en­ te articulada en una gran variedad te­ m ática: el rey-héroe vencedor, el ejér­ cito acadio en m archa, el pánico y la calam idad del enem igo derrotado, el fondo paisajístico, que juega su p ro ­ pio papel, etc. Esta creatividad com ­ positiva encuentra quizás su cam po m ás idóneo en la glíptica: los perso­ najes, anim ales, m onstruos u hom -


Sumer y Akkad

bres, form an un cuadro agrupado fre­ cuentem ente en torno a una inscrip­ ción ce n tral. Los tem as m íticos y religiosos, de gran fuerza narrativa, parecen sugerir que se ha producido un avance en la elaboración del p a n ­ teón y la fijación de los ciclos m itoló­ gicos. Tam bién la estatuaria presenta esa frescura; los acadios incorporan u n perfecto dom inio del trabajo de las piedras duras, y sen tarán los pre­ cedentes de la célebre estatuaria de G udea (cuyo pu n to de p artida formal son las estatuas de M anishtushu). El m ejor exponente, esta vez en metal, es la espléndida cabeza de bronce en ­ co n trad a en N ínive que representa supuestam ente a Sargón. Se podría decir que esta evolución artística se reflejó en la plasm ación de la escritu­ ra. Los textos cuneiform es de época acadia ofrecen una nueva claridad y arm onía en la ordenación de los sig­ nos. Ya de entrada fue un gran logro la adaptación del sistem a cuneiform e sum erio para p lasm ar el acadio (la prim era lengua sem ita que se escribe, com o se ha hecho notar). El acadio es la lengua p or excelencia de la zona septentrional (Akkad, Kish), así como de las provincias m arginales (Elam). E n cam bio en las ciudades sum erias la lengua nativa es la que predom ina au n q u e en los docum entos escritos oficiales el bilingüism o se im pone: en U m m a por ejemplo se ha podido cons­ tatar que el sum erio aparece en los docum entos relativos a los asuntos que podríam os llam ar internos de la com u n id ad (contratos, juicios, etc.), m ientras que aquéllos que reflejaban las obligaciones y contrapartidas res­ pecto al poder central de A kkad se re­ dactan en la lengua semita. La religión m uestra, com o era de esperar, la introducción, junto a las deidades tradicionales sum erias, de dioses sem itas, cósm icos, brillantes, de una personalidad m ás desarrolla­ da que se refleja en el enriquecim ien­ to del universo mitológico. A parecen D agan, Z ababa (uno de los dioses tu­

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Estatua de Gudea, de Lagash (Hacia 2150 a.C.)

telares de Akkad), El (la típica divini­ dad semita), etc. Tam poco aquí ten­ d re m o s c o n flic to sin o q u e se irá avanzando progresivam ente hacia un sincretismo: la In an n a sum eria se aso­ cia con Ishtar, la protectora de Sar­ gón, N a n n a se asim ila al dios lu n ar acadio Sin. Se aprecia no obstante la sem itización de la religión: la belico­ sidad de Ish tar-In an n a se superpone al carácter de deidad de la fertilidad (diosa-m adre) que había tenido en el panteón sum erio, se produce un as­ censo del dios solar U tu-Sham ash, en contraste con el discreto papel que h a b ía ten id o en el p erío d o p rece­ dente, etc.


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«4fca/ Historia del M undo Antiguo

V. El período intermedio de los guti y la III dinastía de ür (2100-2000 a.C.)

1. El período intermedio de los guti La desaparición del estado acadio se deberá a los guti, un pueblo bárbaro, inferior culturalm ente y que, estable­ cidos en las tierras altas al norte de M esopotam ia, constituían una am e­ n aza latente desde la época de N a ­ ram -Sin, m om ento a p artir del cual se inicia un proceso de influencia cultu­ ral acadia (utilización de su lengua y sistem a de escritura, an tro p o n im ia, etc.). La natural inestabilidad de A k­ kad, así com o los tiem pos difíciles que se abren a p artir de N aram -S in van a im pulsarles a intentar el asalto a las ricas tierras de los valles siguien­ do u n a m ecánica que se repetirá una y otra vez en la historia de M esopota­ mia. La m aduración de este objetivo aparece m anifiesta en algunos deta­ lles: antes incluso de la derrota defi­ nitiva de Akkad, u n rey guti ostenta el título im perial de «rey de las cuatro zonas», y p o r o tra parte, entre los cuatro príncipes que se disputan el trono acadio a la m uerte de S harka­ lisharri, uno al m enos tiene nom bre claram ente guti (Nanum). Esta presión term in ará por tener éxito: u n a irrupción violenta destrui­ ría la ciudad de A kkad y afectaría al m enos a toda la zona septentrional

de la Baja M esopotam ia y a Elam . La franja m eridional, el país de Sumer, parece que resultó m enos afectada, aunque algunas localidades, com o Ur, p u d ie ro n ser d estru id as. Los c o n ­ quistadores, que carecían de la sensi­ bilidad y civilización de los acadios (aunque tom en algunos elem entos de la civilización superior a la que han ido a parar) inauguran un dom inio irregular que pasa por ser uno de los períodos m ás oscuros de la historia de B abilonia. Q uizá sólo ocuparían algunas plazas fuertes de form a per­ m anente, m an ten ien d o la am enaza m ilita r sobre el resto del país. En cualquier caso las fuentes sum erioacadias apenas m encionan a los guti si no es para recalcar el carácter rudo y salvaje de este pueblo y la desastrosidad de su dom inio, o bien ju s ta ­ m ente para celebrar su expulsión, que fue saludada com o u n a liberación y el despertar de un triste interm edio.

2. La revitalización del sur mesopotamio: Lagash El hecho de que Sum er saliera relati­ vam ente indem ne de la invasión guti, así com o la extinción del poder de A kkad tuvo por consecuencia la reac­ tivación de los antiguos centros su-


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Sumer y Akkad

merios, que volvieron a poner en prác­ tica el sistem a económ ico, religioso y político de la ciudad-tem plo, más o menos autónom a. Q uizás U ruk fue la ciu d ad en la que prim ero se pudo apreciar este aliento renovador, pero en cualquier caso será Lagash, con su II dinastía, la que por la cantidad y calidad de la docum entación que ha aportado merece ser objeto preferencial de n u estra aten ció n . Sus ensi ofrecen u na renovada im agen m ás próxim a a los príncipes del P rotodi­ nástico, adm inistradores terrenales de los dom inios del dios de la ciudad, que de la m onarquía universal acadia de tendencia despótica. Así por ejem ­ plo G udea, el m ás célebre sin duda de los personajes de esta dinastía, apa­ rece com o designado para el puesto p o r el dios de Lagash de entre todos los habitantes de esta ciudad; un tex­ to describe cóm o fue presentado a los dioses de la siguiente forma: «el día en que N ingirsu echó u n a m irada be­ nevolente sobre la ciudad y escogió en el país (de Sumer) para pastor p ia­ doso a G udea, donde, de en m edio de la m asa de los hom bres, su m ano le tomó». El m ism o nom bre de G udea quiere decir «el llam ado». Se apre­ cian, no obstante, algunos elementos de la tradición acadia: los súbditos de G udea le llam an en alguna rara oca­ sión «dios de Lagash». La po lítica in tern a cio n al de L a­ gash aparece m al docum entada. Pa­ rece que p o nen en práctica un inteli­ gente y ventajoso pacifismo. Tan sólo se celebra un a victoria de G udea so­ bre el Elam , que quizás más bien de­ ba entenderse com o u n a escaram uza defensiva ante un intento de agresión elam ita. Es posible que con esto se re­ lacione la dedicación por parte de es­ te príncipe de u n a serie de m azas de com bate votivas. En cualquier caso parece que Lagash ocupa una situa­ ción preem inente ejerciendo una he­ gem onía o tutelaje sobre buena parte del país de Sumer: la hija de uno de los prim eros príncipes de la dinastía

La expulsión de los guti «Enlil: Gutium, la serpiente, el escorpión de las montañas, que había violentado a los dioses, que había llevado al extranjero la realeza de Sumer, que había colmado Sumer de iniquidad, que había arrebatado su mujer a aquél que tenía una mujer, que había arrebatado su hijo a aquél que tenía un hijo, que había instalado la iniquidad y la violencia en el país; Enlil, el rey de todas las tierras, encargó a Utuhegal, el hombre fuerte, el rey de Uruk, el rey de las cuatro zonas, el rey que no falta a su palabra, la misión de aniquilar el nombre de Gutium. Utuhegal se acercó a Inanna, su señora, y le hizo esta súplica: ¡Oh, mi señora, leo­ na de los combates, tú que embistes a los países enemigos!, Enlil me ha encargado restaurar la realeza en Sumer. ¡Sé mi apo­ yo! ¡Qué las hordas de Gutium sean extir­ padas! Tirigan, el rey de Gutium, ha habla­ do: nadie ha marchado contra él. Se ha establecido en las dos orillas del Tigris. Hacia abajo, ha saqueado los campos de Sumer; hacia arriba ha atacado las carava­ nas. Sobre las rutas del país ha dejado que la hierba crezca alta. El rey que Enlil dotó de fuerza, que Inan­ na escogió en su corazón Utuhegal, el hombre fuerte de Uruk avanzó contra Tiri­ gan. En el templo de Iskur ofreció un sacri­ ficio. Arengó a los habitantes de su ciudad: «Enlil me ha entregado Gutium. Mi señora Inanna es mi apoyo. Dumuzi, que es Amaushumgal-ana, ha pronunciado mi desti­ no. El me ha dado por protector a Gilgamesh, el hijo de Nin-suna». Llenó de ale­ gría el corazón de los habitantes de Uruk, de los ciudadanos de Kullab. Su ciudad le si­ guió como un solo hombre. Hizo honor a sus obligaciones... Tirigan se tendió a los pies de Utuhegal, el rey. Este le puso el pie en la nuca... Restableció la realeza en Sumer».

aparece com o sacerdotisa de N an n a en Ur; el m ism o G udea conm em ora viajes a las distintas ciudades sum e­ rias, am pliando o restaurando san ­ tuarios y realizando generosas d o n a­ ciones. Esta capacidad de movimientos puede resultar un tanto sorprendente dada la presencia de los guti com o ár­ bitros en la Baja M esopotam ia; hay que suponer que Lagash debió m an ­ ten er relaciones con ellos, incluso


52 quizás una actitud de franco colabo­ racionism o que en contrapartida su­ p ondría la perm isividad de los guti y u n a libertad de acción en buena parte de Sumer. O tra posibilidad que se b a­ raja, aunque es m uy difícil de asentar cronológicam ente, es que G udea y el esplendor de Lagash fueran posterio­ res a la derrota y expulsión de los gu­ ti, lo cual h ab ría supuesto una real y com pleta autonom ía. Sea cual sea su posición política, Lagash es ante todo un centro que se ha relanzado económ icam ente de for­ ma brillante. La actividad com ercial y bancaria, artesanal y de construc­ ción, agrícola, etc., producen una abun­ d ante docum entación que suponen el m ás claro precedente de lo que será el estado de U r III. La capital, situada en G irsu, un núcleo adyacente de L a­ gash, se engrandece con el aflujo de riqueza. G udea reconstruye el tem plo de su dios protector N ingirsu; los m a­ teriales que se em plearon y sus procedeiTcias son u n a b u en a m uestra de la am plitud del com ercio lagashita: m a­ deras preciosas de roble, plátano, ci­ prés y cedro que llegan de Ebla y el A m anus (los célebres «B osques de Cedros») b ajan d o p o r el Eufrates, o a través de Tilm un. Tam bién hay pie­ dra de calid ad (incluido m árm ol y diorita) de las m o n tañas del norte, del Alto Tigris y de M akkan; cobre, polvo de oro y plom o de M eluhha com pletan esta lista de m ateriales. El desarrollo de la producción ar­ tística y cultural en general no es m e­ nor. Lagash enm arca u n m ovim iento de reelaboración de los elem entos tra­ dicionales sum erios que alcanzará su culm inación con U r III, y que se co­ noce convencionalm ente com o el R e­ nacim iento Sumerio. Se em piezan a e n c o n trar textos largos en sum erio sobre tem as religiosos o exaltando la figura del príncipe (por ejem plo, los que cubren m uchas de las estatuas de Gudea). Las artes plásticas, em pezan­ do p o r la estatuaria, producen algu­ nas de las obras m ás bellas del arte

Aka! Historia del M undo Antiguo

sum erio, com o la célebre serie ya cita­ da que representa al m ism o Gudea.

3. La III dinastía de Clr (2100-2000 a.C. aproximadamente) 3.1. La expulsión de los guti La liberación plena de la Baja M eso­ potam ia provino de la vieja y presti­ giosa ciudad de U ruk que, al igual que Lagash, había gozado de una no­ table autonom ía bajo los guti, y qui­ zás aún en los últim os m om entos de Akkad, con una dinastía propia. C o­ nocem os bastante bien los episodios concretos de la expulsión del opresor gracias a una espléndida inscripción histórica que probablem ente estaría destinada en su form a original a or­ n am en tar la estatua triunfal del cau­ dillo que realizó la hazaña, U tuhegal de Uruk. El texto no ahorra los califi­ cativos duros a la hora de calibrar el dom inio de los guti, que son «la ser­ piente, el escorpión de las m ontañas que hab ía violentado a los dioses, que había elevado al extranjero la realeza de Sumer, que había llenado Sum er de iniquidad, que había arrebatado su m ujer a aquél que tenía una mujer, que h a b ía a rreb a ta d o a su niño a aquél que tenía un niño, que había extendido la violencia y la iniquidad en el país...». Se hace alusión expresa a las dificultades económ icas que es­ tab an provocando, cortando las co­ m unicaciones: «Abajo, ha saqueado los cam pos de Sumer; arriba, ha sa­ queado las caravanas. Sobre los ca­ m inos del país h a dejado que la hier­ ba crezca alta». Pero esto va a term i­ nar; la desgracia de los guti se expresa en u n eclipse de luna que significa el ab an d o n o de uno de los dioses p rin ­ cipales de los invasores, Sin (la luna). La victoria de U tuhegal se entenderá com o u n triunfo del pueblo y de la ci­ vilización sum eria; es significativo el apoyo que tiene de los grandes dioses


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Sum er y Akkad

Cabeza de Gudea, de Lagash (Hacia 2150 a.C.)

del pan teó n tradicional sum erio: Enlil (que le h a encargado expresam en­ te la m isión de «restituir la realeza en Sumer»), In a n n a (que le apoya en la lu ch a com o «leona en los co m b a­ tes»), D um uzi, o G ilgam esh, el héroe sum erio que tam bién es patrono de Uruk. Es m uy probable que un poe­ m a o him no que celebra la victoria de la diosa In a n n a (cuyo santuario p rin ­ cipal, no olvidem os, está en Uruk) so­ bre u n a divinidad de los Zagros (la tierra de los guti), que aparece signifi­ cativam ente con forma de dragón, sea una trasposición al p lano mítico de la victoria de U tuhegal (Schmóckel). En cualquier caso éste cuenta con el apo­

yo del sacerdocio de N ippur, que le otorga legitim idad y le perm ite titu­ larse, ju n to a «rey de Uruk», «rey de las cuatro regiones». La expulsión de los guti produjo u n a reacción y exal­ tación «nacional» que alim entará de vigor al últim o período de protago­ nism o histórico del pueblo sumerio.

3.2. Ür-Nammu: los orígenes de la 111 dinastía de ür El fundador de U r III, U r-N am m u, parece que en principio era el gober­ nad o r de U r dependiente de U tuhe­ gal. N o sabem os cóm o se produjo el cam bio de poder, pero posiblem ente


54 el origen de las diferencias entre am ­ bos estuviera en un arbitraje de U ruk en un conflicto de tierras limítrofes entre U r y Lagash, que benefició a es­ ta última. U na inscripción nos infor­ ma que «Utuhegal, el rey de las cua­ tro regiones, ha restituido la frontera de Lagash que el hom bre de U r (sin duda U r-N am m u) h ab ía reclam ado». Sea com o fuere, U r-N am m u se con­ vierte en el nuevo hom bre fuerte de Sumer. Probablem ente él m ism o se­ ría originario de U ruk, incluso p a ­ riente de U tuhegal (herm ano o hijo, según las diferentes propuestas). Ello explica que, en la pro paganda real, la dinastía se considere em parentada con el gran héroe de Uruk, G ilgam esh, y que esa ciudad fuera tratada siem pre con notable respeto, hasta el punto de que funcionó com o una segunda ca­ pital: así el prim ogénito ocupaba con frecuencia el puesto de gobernador de Uruk, y algunas reinas tuvieron allí su residencia, quizás por deferen­ cia a In an n a, que contó entre los sa­ cerdotes destinados a su culto a algu­ nos m iem bros de la fam ilia real, in ­ cluido el m ismo U r-N am m u. Tiene que realizar una intensa acti­ vidad m ilitar para afianzarse, aunque la escasez general de datos históricopolíticos en la docum entación de este período im pide conocer los detalles. Algunas inform aciones sugieren que el m arco de sus h azañ as se dilató des­ de el Golfo Pérsico (el M ar Inferior), al M editerráneo (el M ar Superior), pero posiblem ente se trate de una im a­ gen que la literatura de propaganda real repite siste m átic am en te desde Lugalzagesi y a la que no hay que dar dem asiado crédito. M ás real es, por el contrario, el enfrentam iento con L a­ gash, la única gran rival que le que­ d ab a en Sum er, u n a vez som etida Uruk. También aparece luchando con­ tra los guti, lo cual puede interpretar­ se de dos m aneras: o bien es una ter­ giversación p ara arreb atar la gloria del triunfo a U tuhegal, o bien la vic­ toria de éste no fue tan com pleta co­

Akal Historia del M undo Antiguo

mo se pretende en algunos docum en­ tos y la expulsión de los guti fue p a u ­ la tin a y d ific u lto s a e x ig ie n d o el esfuerzo de varios caudillos sumerios. Incluso pudo ser que U r-N am m u pe­ reciera en esta lucha, a ju zg ar por una tradición p osterior que nos lo presenta m uerto en el com bate (¿fren­ te a los guti?). Visto esto, no es de extrañar que haya notables dudas respecto al terri­ torio que llegó a controlar. Se h an en­ contrado débiles indicios de su pre­ sencia en Tell-Brak, co n statán d o se b u e n a s y p acíficas relacio n es con Mari. Pero lo cierto es que la activi­ dad de U r-N am m u se desarrolla en las principales ciudades de Sumer, y que no aparecen docum entos suyos más allá de lo que es la frontera con el territorio acadio, entre N ip p u r y Kish. La extensión de su estado ap a­ rece bien caracterizada tam bién en la prudente lim itación de la titulatura real que utiliza: renuncia al am bicio­ so y excesivo título de «rey de las cua­ tro regiones» que había ostentado Utu­ hegal y se conform a con «rey de Ur» y «rey de Sum er y Akkad», título nue­ vo que aparece p o r vez prim era y que m uestra un im portante cam bio con­ ceptual en cuanto a la unidad esen­ cial de la Baja M esopotam ia: signifi­ ca el reconocim iento oficial de la dua­ lidad de un país que gozaría de una única civilización y que integraría esas dos partes en que se dividía desde Sargón el bajo valle del Tigris y del Eufrates. El antiguo «país de Sumer» ha am pliado definitivamente sus fron­ teras. P or otra p arte U r-N am m u se ve obligado a dedicarse a una intensa la ­ bor de reconstrucción y reorganiza­ ción interna de un país afectado por el dom inio guti y por los conflictos del final de ese período, lo que in d u ­ dablem ente hacía im pensable cual­ quier veleidad im perialista. Fiel ex­ ponente del «Renacim iento Sumerio», hará patente una voluntad de devol­ ver a Sum er su grandeza; las inscrip-


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Sum er y Akkad

ciones lo exaltan com o «el que ha restablecido el antiguo orden de co­ sas» y realm ente eso fue el resultado de u n a actividad extraordinaria: reacondiciona el sistem a de drenaje de los cam pos y la red de canales, re­ co n stru y e o am p lía casi todos los grandes santuarios: Uruk, N ippur, Eridu y p o r supuesto Ur, donde com ien­ za la c o n s tru c c ió n del z ig u ra t de N an n a. E n la preocupación por la es­ tabilización de la realeza se encuadra la co nstru cció n de u n palacio real (G iparu) en la capital. Esta obra dio buenos resultados; así, por ejemplo, se reabren las vías com erciales esen­ ciales para la subsistencia del país (se m enciona la vuelta de los navios de M ak k an ). U r-N am m u dejó u n re­ cuerdo de buen gobierno que dio pie a la recreación de su figura en him ­ nos religiosos, narraciones, etc., p a­ sando a integrarse en la galería de personajes históricos heroizados que guardaba la m em oria colectiva de los pueblos del Tigris y Eufrates.

3.3. La dinastía de CJr 111 C o n trastan d o n o tab lem en te con lo que hab ía sido la dinastía de Akkad, la sucesión en el trono en la época de la III dinastía de U r no se veía nor­ m alm ente aco m p añ ada de la necesi­ dad de sofocar sublevaciones de pue­ blos sometidos. El estado de U r III era m ucho m ás hom ogéneo (y más pequeño) y adem ás se dotó de un ex­ celente aparato adm inistrativo; a ello hay que u n ir la solidez que ofrece ya el principio dinástico, paralelo a una co n sag ració n de la dignidad de la m onarquía. Por ello Shulgi, el hijo de U r-N am m u, p u d o acceder al trono sin que hay an quedado testim onios de dificultades. La prim era parte de su larguísim o reinado (46 ó 48 años, según la Lista Real Sum eria) está m uy poco docu­ m entada; parece que se dedicó a con­ tin u ar y com pletar la obra de reorga­ nización interna que había sido em-

Código de Ur-Nammu (selección) «Si la mujer de un hombre, empleando sus encantos, sigue a otro hombre y duerme con él, ellos (las autoridades) matarán a la mujer, pero ese hombre quedará libre... Si un hombre se divorcia de su primera esposa, deberá pagar una mina de plata... Si la mujer de la que se divorcia era an­ teriormente una viuda, deberá pagar me­ dia mina de plata... Si un hombre acusa a (otro) hombre de brujería (?) y el (acusador) lo llevó al dios río, y el dios río lo declaró puro, entonces el hombre que lo llevó (es decir, el acusa­ dor) deberá pagarle tres sidos de plata... Si un hombre corta la nariz de otro con un cuchillo de cobre, pagará dos tercios de una mina de plata... Si un hombre actúa como un testigo (en un proceso) y se prueba que ha sido per­ juro, deberá pagar 15 sidos de plata... Si un hombre inundó el campo de otro hombre con agua, deberá medir para él tres kor de cebada por iku de tierra...».

prendida por su predecesor: aparte de la ya habitual práctica de restaura­ ción y engrandecim iento de los tem ­ plos, se puede apreciar una reform a de los sistem as de pesos y m edidas, que consistían básicam ente en u n a regularización: nos h an quedado bue­ nas pruebas de ello en algunos pesos de piedra con inscripciones como és­ ta: «Para N anna, su señor, Shulgi, el hom bre fuerte, el rey de Ur, el rey de Sum er y A kkad, ha certificado este peso de m edia m ina». H ay un curio­ so him no en el que se exalta a este so­ berano com o preocupado por el siste­ m a de com unicaciones, y, a ju zg ar p o r las expresiones que se em plean, su obra debió ser im portante en este ám bito; Shulgi es «el que ha am plia­ do las sendas y enderezado los cam i­ nos del país»; ha restablecido la segu­ ridad y edificado un sistem a de posa­ das que perm ite que «aquél que viene de abajo, aquél que viene de arriba pueda refrescarse en la som bra, que el viajero que m arche por un cam ino de noche pueda encontrar refugio en ellas como en una ciudad bien amurallada».


56 Los pocos datos de este período ini­ cial concernientes a la política exte­ rior expresan un pacifism o (alianzas m atrim oniales con el Elam). Sin em ­ bargo ya en el año 5 se data la reedifi­ cación de las m urallas de Der, puerto fronterizo con el territorio elam ita, y el año siguiente se refuerza Kazallu, tam bién en la m ism a zona. H acia la m itad de su reinado parece que se precisa u na reform a m ilitar al m ismo tiem po que un a actitud m ás agresiva que sugiere que Shulgi consideraba el m om ento ya m ad u ro p ara u n a ex­ p an sión territorial: en el año 19 se m encionan levas de arqueros o lance­ ros; se va a in co rp o rar a la titulatura real la fórm ula de «rey de las cuatro zonas» que sin duda expresa la nueva concepción im perial o despótica de la m o n arq u ía de U r III y finalm ente Shulgi com ienza u na serie de cam p a­ ñas al norte y noreste. Llegará a con­ trolar A ssur y au n q u e algunos textos poco fiables quieran extender su do­ m inio hasta Ebla o Biblos, en la costa fenicia, es difícil aceptar que U r III llegara alguna vez a poseer un territo­ rio parecido al de Akkad. Es m ejor p en sar que disfrutaría de u n dom inio directo de la Baja y M edia M esopota­ m ia y una influencia política fuerte en algunas zonas m arginales, como el Elam , que du ran te u n cierto tiempo fue prácticam ente u na provincia más. Com o sucede en Akkad, a Shulgi le preocupa m ás la pacificación de las rutas p or las que afluyen los produc­ tos deficitarios en M esopotam ia, que dedicar su esfuerzo a una continua am pliación de fronteras, de dudoso futuro. Además, hab ía que estar co n ­ tinuam ente alerta frente a los pueblos de las m ontañas septentrionales, tra­ dicionalm ente inquietos, a los que se une cada vez m ayor penetración de hurritas y de sem itas am orreos. S hul­ gi se veía obligado a m an ten er un fuerte aparato defensivo frente a estos p u eb lo s, que recib e el n o m b re de «M uro de la Tierra» y que será el p re­ cedente de obras posteriores.

AkaI Historia del M undo Antiguo

Los dos sucesores inmediatos, AmarSin y Shu-Sin, gozan aún de u n a si­ tuación estable. Es curioso com o la progresiva sem itización étnica y cul­ tural que afecta a todo lo sum erio se ap recia hasta en la m ism a fam ilia real: tanto Shu-Sin com o el últim o rey de la d inastía (Ibbi-Sin) llevan nom bres semitas, al igual que la es­ posa principal de Shulgi. La activi­ dad de Shu-Sin se caracterizará signi­ ficativam ente por u n a creciente preo­ cupación fronteriza; la presión exte­ rior obliga a increm entar el poder de los generales y funcionarios destaca­ dos en zonas lim ítrofes p a rtic u la r­ m ente am enazadas, lo que, a la larga, repercutió en el deterioro de la autori­ dad real. En el año 4 de su reinado se co n m em o ra u n a victoria sobre los am orreos y tras ello se edifica el «M u­ ro del Oeste» llamado «el que mantiene alejados a T idnun» (térm ino éste que se u tilizaba para designar a los am o­ rreos). Se ha discutido m ucho sobre el carácter de esta construcción; es di­ fícil pensar en una m uralla continua de varios cientos de kilómetros, com o pretenden algunos autores (por lo m e­ nos algún resto se h ab ría localizado en ese caso). Otros historiadores se decantan por un canal o fosa in u n d a ­ da, lo cual es m ás factible y conecta m ejor con las tradiciones sum erias. Q uizás el «M uro de Shi-Sin» fuera sencillam ente una fortaleza o, mejor, u n a cadena de fortines y puntos ar­ m ados que sería m ás eficaz para pre­ venir las incursiones nóm adas. En todo caso no funcionó, y el sucesor de Shu-Sin, Ibbi-Sin, será el últim o rey de Ur III y de la historia de Sum er en ­ tendida com o entidad política. El colapso final tuvo su m anifesta­ ción m ás espectacular, tal y com o nos lo describen las fuentes, en la irru p ­ ción de varios pueblos extranjeros que aunque h a n sido anteriorm ente m en­ cionados, convendría quizás tipificar con m ás detalle, no solo por el episo­ dio concreto al que nos estam os refi­ riendo sino por su frecuente apari-


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Sumer y Akkad

Escultura sumeria (2500 a.C.)


58 c ió n a lo larg o de la h is to ria de Babilonia. Por un lado están los am orreos (en sum erio martu, térm ino que significa «oeste» según unos, y según otros sencillamente «obreros» o «peo­ nes», tanto en sentido civil com o m i­ litar). Este pueblo, cuya lengua perte­ nece al grupo sem ita-occidental, se conoce de m uy antiguo, siendo citado en los relatos m íticos del ciclo de Gilgam esh, en la « M ald ició n de A k­ kad», etc. A parecen descritos con los clásicos caracteres del pueblo n ó m a­ da cuya form a de vida resultaba into­ lerable y b árb ara para los habitantes de Sum er y Akkad: son la gente «que no conocen el grano», que no tienen casa, esencialmente ganaderos. La pri­ m era m ención histórica fiable es de época de S harkalisharri, quien tiene que organizar u n a expedición p u n iti­ va p ara im pedir sus incursiones. D es­ de el final de Akkad y a lo largo de todo el período de U r III se van intro­ duciendo en las tierras de los seden­ tarios, norm alm ente de form a pacífi­ ca, integrándose m uchos de ellos en las estructuras socioeconóm icas del estado neosum erio en los m ás diver­ sos puestos y oficios. T ra d ic io n a l­ m ente se ha venido aceptando que la zona nuclear de los am orreos estaría en Siria, y que las b an d as que ataca­ rían U r III debieron p artir de la zona m ontañosa del Djebel-Bishri que se ha pretendido identificar con el KurM artu (las «tierras altas de los am o­ rreos») donde los textos neosum erios colocan la am enaza. Parece que el problem a es m ás com plejo y que los pueblos denom inados genéricam ente am orreos no tenían una localización única y fija; en concreto los que co­ laboran a provocar la caída de U r III posiblem ente arran caro n de la zona noroeste (D jebel-H am rin), donde es­ taría localizada otra «M ontaña de los m artu» (M ichalowsky). La argum en­ tación tiene b uena lógica, puesto que es en esa zona donde se desarrollarán los mayores esfuerzos defensivos, co­ mo el M uro de Shu-Sin (que pudo

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u n ir el Tigris y el Diyala). Por esa re­ gión fronteriza p asarían adem ás las principales rutas de abastecim iento de m aterias prim as a la Baja M eso­ potam ia. Por otra parte el golpe definitivo vi­ no de la parte del Elam. Los elam itas eran un pueblo que pudieron crear una civilización avanzada basándose en la yuxtaposición de la agricultura de la altiplanicie del sur iranio y de las riquezas m ineras y forestales de las m ontañas que la rodean. Desde el Protodinástico aparecen com o el tra­ dicional enem igo del país de Sumer, por cuya superior cultura, no obstan­ te, se dejan influir: form as artísticas, concepción m onárquica, escritura cu­ neiform e, que ad a p ta n a su propia lengua, el elam ita, m uy difícil de rela­ cio n ar con el resto de las conocidas. Estructurados en varias entidades po­ líticas relativam ente inestables, la que tiene m ás relación con la Baja M eso­ potam ia es la zona de Susa, que sufri­ rá la condición de vasalla en época de A kkad, aunque con el declive de ésta va recobrando su independencia. Afectada tam bién por la invasión de los guti, Shulgi la convierte en una es­ pecie de protectorado dependiente de U r III, produciéndose entonces una fuerte asim ilación a Sumer. Este so­ berano practicará una inteligente po­ lítica integradora: engrandece Susa, colm ando de favores el tem plo de la divinidad principal, In-Shushinak, y perm ite que los elam itas se integren, com o m ercenarios, en las tropas del estado neosum erio. Los reyes poste­ riores se m ostrarán en cam bio m enos hábiles y diplom áticos. La secesión definitiva del Elam respecto a U r III se produce en el com ienzo del reina­ do de Ibbi-Sin; a p artir del año tres de este soberano desaparecen los docu­ m entos sum erios en Elam , que se pre­ p arará para colaborar en la ruina fi­ nal de su anterior dom inador. Los episodios concretos de la caída de U r III son relativam ente bien co­ nocidos gracias a la correspondencia


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Sumer y Akkad

real de Ur, integrada fu n d am en tal­ m ente p or cartas de los soberanos de la segunda m itad de la dinastía (so­ bre todo de Ibbi-Sin) y de algunos al­ tos funcionarios y gobernadores pro­ vinciales. Estas piezas se convirtieron en obras clásicas que fueron copiadas una y otra vez, com o m odelo de escri­ tura y estilo, en las escuelas de escri­ bas, y la inform ación histórica que ofrecen, m uy valiosa, pudo así salvar­ se en lo esencial. A ello se unen ins­ cripciones reales y otros docum entos de m enor entidad. G racias a ello sabem os que, tras los prim eros años de reinado, Ibbi-Sin, consciente del peligro, se preparará reparando las m urallas de U r y N ip ­ p u r y m ostrando un a m ayor agresivi­ dad de cara al Elam . Sin em bargo, el desbordam iento se produce en la zo­ na septentrional, donde los am orreos superan fácilm ente las defensas fron­ terizas y penetran en el país. Las m i­ sivas en dem anda de inform es o de ayuda, a veces dram áticas, se suceden entre el soberano y sus generales o gobernadores. Entre éstos destaca el «H om bre (o gobernador) de Mari», un sem ita llam ad o Ishbi-E rra, que actuará hábilm ente en su propio be­ neficio en este turbulento período fi­ nal: aunque, a diferencia de otros que defeccionan rápidam ente, m antiene en principio la fidelidad a Ur, se apo­ derará de Isin, desde donde responde a las peticiones de ayuda y abasteci­ m ientos que le hace Ibbi-Sin con re­ clam aciones exorbitadas. F inalm ente consigue el dom inio sobre N ippur, la ciudad santa, y con ello obtendrá el soporte ideológico-religioso necesa­ rio para p roclam ar su independencia. M ientras tanto en Sum er la situa­ ción es confusa. Los am orreos vagan librem ente creando una inseguridad crítica. Ibbi-Sin se m antiene aún al­ gún tiem po controlando a duras pe­ nas U r y sus alrededores, pero en m e­ dio de u na trem enda crisis económ i­ ca que se m anifiesta en una carestía general y u n a notable alza de los pre­

La diosa Lilith (Hacia 2025-1763 a.C.) Colección C oronel N. C olville, Gran Bretaña

cios. En estas circunstancias parece que incluso llega a pedir auxilio al Elam , pero fue inútil. Será precisa­ m ente un golpe de m ano de los ela­ mitas, apoyados por un pueblo de los Zagros, los su, el que destruya final­ m ente Ur, y prorrogue el final de la dinastía.

3.4. La organización estatal de ür III La III d in astía de U r es sin duda uno de los períodos de la historia de M esopotam ia que ha proporcionado el m ayor núm ero de docum entos. Las excavaciones h a n sacado a la luz m i­ les de tablillas relacionadas con la adm inistración, el trabajo, las activi­ dades bancarias, el comercio, do n a­ ciones, pleitos, etc. De todas formas


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A ka l Historia del M undo Antiguo

Estela de Ur-Nina

la m ayoría está aú n sin publicar, y el carácter sucinto de la inform ación que ofrecen ha dificultado n o to ria­ m ente su utilización para la recons­ trucción histórica. C on todo, es posi­ ble presentar un esbozo de las líneas generales de la organización estatal. La m ism a profusión docum ental es reflejo de un reforzam iento del poder central y de las oficinas y funciona­ rios que de él dependen, de la adm i­ nistración en definitiva, que supone un control tan m inucioso y atento del trabajo y la riqueza que algún autor lo ha asim ilado con un auténtico des­ potism o estatal (Diakonoff). El vérti­ ce lo ocupa, com o era de esperar, la in s titu c ió n m o n á rq u ic a , p ero u n a m o n arq u ía que ha increm entado su protagonism o político y su capacidad de acción. N o es extraño, por tanto, que reaparezcan los elem entos que

nos h ab lan de la divinización del so­ berano. El resultado no se obtuvo de inm ediato, sino que fue consecuencia de u n proceso. E n los docum entos del m ism o U tuhegal se anteponía a su nom bre el determ inativo divino, pero se explica p o r el nom bre del dios Utu contenido en el antropónim o. Este signo de divinización no aparece en las inscripciones de U r-N am m u (a excepción de algunas dedicaciones postum as) quien tam poco se hace re­ presentar en los relieves con los atri­ butos celestiales, com o había sido el caso de N aram -S in, sino que, por el contrario, nos ofrece una im agen m u­ cho m ás próxim a a la del tradicional ensi de la ciudad-tem plo sumeria. Elay que esperar hasta bien entrado el rei­ nado de Shulgi para apreciar un cam ­ bio: es calificado com o «dios de su país»; título que conservará hasta el


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Sumer y Akkad

últim o príncipe de Ur III. A partir de ahora se utilizará librem ente el deter­ m inativo divino p ara nom bres de re­ yes, y, com o a los grandes dioses, se les dedicarán him nos, se les construi­ rán capillas, se utilizarán sus nom ­ bres para antropónim os teóforos, etc. E n los relieves (fu n d am en talm en te en la glíptica) aparecen representa­ dos como dioses recibiendo a sus súb­ ditos, que son introducidos respetuo­ sam ente por otra divinidad. P odríam os h acer sin em bargo al­ gunas puntualizaciones: parece que la m ayoría de los testim onios del cul­ to real proviene de fuera del territorio n u clea r sum erio (q uizás porque la tradición política y religiosa de Su­ m er se resistía a aceptar algo que le era tan ajeno) y, adem ás, puede tra­ tarse sencillam ente de u n a venera­ ción (o adulación) p o pular que qui­ zás no contara con el reconocim iento del sacerdocio y de la religión oficial. H ay que ser cautelosos a la hora de h ab lar de divinización de los sobera­ nos en U r III y en general en toda la historia de M esopotam ia. N unca se alcanzó el carácter formal, la justifi­ cación teológica, la fuerza en definiti­ va que tenía el dogm a de la divinidad del faraón en el valle del Nilo. Parece que los rasgos que los reyes tom an de los dioses en U r III y en períodos pos­ teriores no son esenciales a la condi­ ción m onárquica, sino que arran can de unas funciones m uy concretas que debe cu m p lim en tar el soberano. Se trata del antiguo ritual de las N upcias Sagradas, festival de la fertilidad en el que In a n n a (en su papel de diosa m a­ dre) se une a su pareja divina, D um uzi, que era personificado por el rey, contribuyendo así a la regeneración m ágica del año y de la vida. Siguien­ do la interpretación de Frankfort, es probable que la base justificativa de la asunción de rasgos divinos por los reyes estuviera en la función que rea­ lizan en las N upcias Sagradas. Esa aproxim ación relativa del rey a lo di­ vino le perm ite, en todo caso, justifi-

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Estatua de Gudea, de Lagash (Hacia 2150 a.C.)

car su m ayor intervencionism o en la vida política y social de sus súbditos (como había pasado en Akkad), arro­ gándose prerrogativas que anterior­ m ente se consideraban exclusivas de los dioses: nom bram iento de sacer­ dotes y ensi, edición de norm as de convivencia (los célebres códigos y recopilaciones de leyes, que encuen­ tran aquí su fundam ento), etc.


62 Esta realeza precisaba un num ero­ so cuerpo de auxiliares, funcionarios en definitiva, que asegurarán la fun­ cionalidad del sistema. Los adivina­ mos a través de las miles de tablillas que producen o que les están destina­ das, y que, pese a su núm ero, presen­ tan num erosas dificultades para la ti­ pificación de la jerarq uía burocrática de U r III. Los docum entos están re­ pletos de térm inos que reflejan sin duda cargos, de los que apenas pode­ mos saber algo m ás que el ám bito de sus funciones o el servicio al que se h allan asignados. En condiciones así, incluso es com prom etido d ar u n a tra­ ducción a n u estra lengua, m áxim e porque la concepción del servicio al estado era muy diferente de la actual. Así, por ejem plo, hay u n a confusión, o m ejor dicho, indiferenciación, de lo que son las com petencias civiles y militares, que se yuxtaponen con toda naturalidad en un m ism o cargo. Por otra parte la coexistencia de la adm i­ nistración de los tem plos y la estatal hace difícil en ocasiones concretar de cuál de ellas depende un determ ina­ do oficial o funcionario (Garelli). Sabem os que los soberanos de U r III se ocuparon activam ente de la or­ denación del territorio (buena m ues­ tra de ello es el «texto catastral» de U r-N am m u) fijando los límites y de­ finiendo claram ente las provincias. C ada un a de ellas estaba regida por u n ensi, ahora reducido a la categoría de funcionario suprem o del gobierno provincial. C on frecuencia se encuen­ tra a su lado el shagin, una especie de jefe m ilitar que tiene el m ando del ejército pero que tam bién se ocupa de aspectos civiles de la adm inistración (obras públicas, sobre todo apertura y m an ten im ien to de canales, grandes em presas agrarias, etc.). Este sim ple esquem a no es fijo: hay circunscrip­ ciones donde sólo existe la figura del ensi (a veces incluso dos al m ismo tiempo), y otras están dirigidas única­ m ente p o r un shagin. Este caso es el que se da en las provincias fronteri­

Akal Historia del M undo Antiguo

zas, donde hacía falta un poder con­ centrado y fuerte para hacer frente a situaciones com prom etidas. Estos je ­ fes fronterizos constituían una espe­ cie de grupo cerrado, una élite con notable capacidad de autonom ía que incluso m ostró en ocasiones su desa­ cuerdo con el poder central. Así, por ejem plo, la C orrespondencia Real los m uestra partidarios de una m ayor fir­ m eza y ofensiva frente a los pueblos que presionaban a U r III, lo que con­ trasta con la política francam ente de­ fensiva de los últim os reyes de la di­ nastía, que se m anifestó claram ente ineficaz (M uro de Shu-Sin). Por debajo, en los niveles medio e inferior se encuentra una m ultitud de oficiales, capataces, policías, etc., p a­ ra cuya caracterización hay que espe­ rar que se realicen estudios sectoria­ les. U no de los mayores problem as que se nos plantea es saber cóm o se im bricaban y se interrelacionaban to­ dos estos elem entos de la adm inistra­ ción de U r III. Q uizás en esto juga­ rían un gran papel los sukkal, especie de correos o em isarios que actuaban adem ás com o vigilantes o inspecto­ res; a su frente estaba uno de los per­ sonajes m ás poderosos y prestigiosos del estado neosumerio, el sukkal-makh. Todo lo que acabam os de exponer justifica la im agen que podem os dar de la estructura social: en el vértice estaría el rey y su familia, seguido por lo que ha sido definido en ocasiones com o u n a « a risto cracia fu n c io n a rial». En la base se encuentra el pue­ blo llano, las fuerzas productivas (ar­ tesanos, agricultores, pastores, m ari­ nos o pescadores, etc.). A unque se puede aplicar en princi­ pio el tradicional criterio de diferen­ ciación libre-esclavo, la realidad es m ás com pleja. D entro de los hom ­ bres libres existen varias categorías: los mushkenum tienen un status ju rí­ dico inferior a los individuos ricos o con una posición desahogada. Los eren son un grupo relativam ente im ­ portante num éricam ente; en Lagash


Sumer y Akkad

se calcula que h ab ría unos 6.000 (un tem plo de esta ciudad —y no de los principales— disponía de varios cien­ tos de ellos). Su definición es difícil; en principio el térm ino puede signifi­ car tanto «obreros» o «trabajadores» com o «soldados» o «tropa»; podría­ mos entenderlos com o peones que lo m ism o se utilizan para actividades ci­ viles que com o soldados. A parecen encuadrados en unidades o destaca­ m entos, según un sistem a decim al, bajo el m ando, en efecto, de oficiales civiles o m ilitares. En fin, se puede decir que los eren son una población dependiente, asignada bien al tem plo o a la corona, som etida a una servi­ dum bre que le im pone notables lim i­ taciones (no pueden viajar sin perm i­ so, p o r ejem plo) y dedicada a u n a serie de actividades agrarias (siem bra y cosecha) y obras públicas en gene­ ral (lim pieza y m antenim iento de ca­ nales sobre todo), au nque si se consi­ dera necesario se constituyen en u n i­ dades militares. D entro de este grupo encontram os tanto hom bres libres co­ mo esclavos, lo que apunta a una equi­ paración en estos niveles sociales infe­ riores más por la situación económica o laboral que p or el status jurídico. La esclavitud en la época de la III dinastía de Ur, com o se ha repetido continuam ente, tiene m uy poco que ver con su hom ologa grecorrom ana. P ropiedad de un individuo o una ins­ titución (un tem plo, p or ejemplo), los esclavos son gente en general cuyo status se h a visto rebajado, bien por deudas o cualquier otra circunstan­ cia; incluso un p adre puede vender a su hijo u otros m iem bros de su fam i­ lia (pero com o m áxim o por un tiem ­ po de tres años). La esclavitud ali­ m entada p o r los prisioneros de gue­ rra debía ser la m ás penosa, pero se puede afirm ar que la situación de los esclavos en U r III no era en general m ala; tienen p erso n alid ad jurídica, pueden poseer, em prender negocios y com prar su libertad (el precio oscila­ ba, pero se puede eq uiparar al de un

63 anim al de carga). Les está perm itido contraer m atrim onio con libres, con­ dición que tendrán igualm ente los h i­ jos de estas uniones mixtas. Incluso tien en d efensas legales c o n tra sus amos: pueden provocar u n a investi­ gación judicial referente a la legitim i­ dad de su condición servil, pueden cam biar de propietario en determ ina­ das circunstancias, etc. La fam ilia que aparece en la docu­ m entación de U r III es claram ente patriarcal: el padre, com o hem os vis­ to, puede vender al resto del grupo fa­ m iliar, repudiar a la esposa con facili­ dad, etc. Se presta m ucha atención a la continuidad de la fam ilia (buscan­ do, fundam entalm ente, evitar la ex­ tinción del culto dom éstico y de los antepasados); por ello es frecuente la práctica de la adopción y se reconoce al m arido el derecho de tom ar una se­ gunda esposa si la prim era resulta es­ téril. Pese a todo lo dicho, la situación de la m ujer es bastante buena en rela­ ción con el resto de las culturas del m undo antiguo: tiene derecho a sus propiedades, a actuar com o em presaria, a intervenir en la vida social (co­ mo testigo en los pleitos, por ejemplo) o fam iliar, sobre todo en ausencia del m arido. La capacidad y buen sentido orga­ nizativo de U r III alcanza quizás su más original expresión en la prim era codificación de leyes conservada. Es­ ta pieza excepcional, el C ódigo de U r-N am m u, se encuentra, por desgra­ cia en m uy m al estado, en una tabli­ lla que fue exhum ada por las excava­ ciones norteam ericanas en N ippur, y cuyo prim er estudio y valoración se debe al gran sum erólogo S.N. K ra­ mer. A unque m arca el inicio de la ri­ ca trayectoria legislativa de los pue­ blos del Próxim o O riente, hay que suponer que depende de una tradi­ ción jurídica sum eria preexistente. Es razonable p ensar que el desarrollo de la civilización y la cada vez m ás com ­ pleja articulación de las relaciones socio-económ icas que son patentes


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A ka l Historia d el M undo Antiguo

«La mies» Impresión de un sello (2500 a.C.)

en el P rotodinástico evidenciaron la necesidad de su p erar las prácticas consuetudinarias y de dotar a la ciu­ dad-tem plo de unas norm ativas váli­ das para todos, que garantizasen el buen funcionam iento de la com uni­ dad. Ciertas alusiones respecto a la actividad de algunos ensi de ese pe­ ríodo pueden ap u n tar en esta direc­ ción: así, U r-E ngur de Ur, o, en La­ gash, E ntem ena y sobre todo U rukagina, cuyas célebres reform as fueron acom pañadas con seguridad de la edi­ ción de unas norm as o leyes. Algunos textos de G udea declaran que ha bo­ rrado la iniquidad del estado, prote­ giendo a los débiles, y son quizás el precedente m ás inm ediato.

Los avances hacia la divinización del soberano, como vimos, con la obli­ gación de asegurar un orden justo y arm onía entre los ciudadanos, facili­ tarán la justificación necesaria para esta nueva facultad de los reyes: la prom ulgación de leyes será una fun­ ción real, pero p o r delegación de los dioses. N ada lo ejem plifica m ejor que el m ism o prólogo del código, en el que se declara que U r-N am m u «ha establecido la equidad en el país, y ha extirpado el desorden y la injusticia» con la asistencia y por encargo del dios N anna. La función de com isio­ nado del dios es evidente. H asta se ha interpretado un fragm ento de la este­ la de U r-N am m u que presenta al so­


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berano delante de ese dios com o una representación del m andam iento di­ vino para la edición del código (qui­ zás se trate de u na sim ple escena de adoración). Por otra parte hay una inscripción en la que se inform a que U r-N am m u «hizo resplandecer el de­ recho equitativo de Utu e hizo estable las decisiones (de la justicia)», lo que ha sido entendido por algunos como un a referencia al código; si es así, es interesante la vinculación con la divi­ n id ad solar (Utu, el p osterior Sham ash) que será la que estará ligada generalm ente a la obra legisladora de los soberanos. S h am ash es el dios que figura en el relieve que corona el C ódigo de H am m u ra b i entregando las leyes al soberano. La obra en sí, aunque breve, alcan­ za en algunos parajes una notable al­

tura. Tras darnos algunas preciosas inform aciones de valor histórico (en­ frentam iento con Lagash, reform as adm inistrativas, etc.) U r-N am m u de­ clara que «el huérfano no fue som eti­ do al poderoso, la viuda al rico, ni el hom bre de un siclo al hom bre de una m ina». Respecto a las leyes en con­ creto, lo poco que nos ha quedado perm ite ap reciar que consistían en disposiciones relativas a la familia y esclavos, a la vida agrícola, a penas por haber inflingido lesiones físicas a otro, etc. Es de destacar la aplicación de m ultas y com pensaciones en m etá­ lico en lugar de castigos físicos, a di­ ferencia de las codificaciones poste­ riores, así com o la utilización de la ordalía fluvial para acusaciones de brujería, lo que se convertirá en una constante en el derecho m esopotá-

Fragmento de la estela de Ur-Nam m u El rey ante el dios


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m ico, igual que p a ra el ad u lterio . Es difícil hacernos una idea del al­ cance efectivo del código, pero sospe­ cham os que no debió ser m uy am ­ plio, pues el estado de U r III (como los que le sucedieron) carecían de la infraestructura necesaria. O tro p ro ­ blem a interesante surge de la datación de la copia, de época de H am ­ m urabi y m uy posterior por lo tanto a la edición original; es difícil acep­ tar que en ese m om ento estuviera aún en rigor en Sum er (o para la pobla­ ción sum eria) la codificación de UrN am m u, m áxim e porque la obra de H am m urabi iba orientada ju stam en ­ te hacia la unificación jurídica de sus súbditos. Es preferible p o r lo tanto pensar que, puesto que se convirtió en una obra clásica, era uno de los textos norm alm ente copiados en las escuelas de escribas, y que gracias a ello ha llegado hasta nosotros. Se conocen otros fragm entos de le­ yes en sum erio que se atribuyen a la época de U r III o inm ediatam ente después, así com o m ultitud de docu­ m entos conteniendo actas de pleitos, procesos, etc., que pueden d ar una id e a b a s ta n te a p r o x im a d a d e la p ráctica ju ríd ic a n eosum eria, cuya lengua se convertirá, hasta H am m u ­ rabi, en la clásica para este tipo de textos.

3.5. La vida económica en (Jr 111 Quizás sea el económ ico el sector p a­ ra el que m ayor cantidad de datos po­ dem os obtener de la docum entación de este período. C asi todas las tabli­ llas se refieren a él de form a más o m enos directa, y nuevam ente será nuestra m ayor dificultad el esquem a­ tismo y la escasa expresividad de los textos. De entrada podem os decir que ya no estam os en la vieja entidad ce­ lular de la ciudad estado (o ciudadtem plo) sum eria. En U r III se p ro d u ­ ce la co ex isten cia del tem plo que continúa com o centro económ ico im ­ portante y el nuevo aparato organiza­

tivo estatal, dependiente del palacio, y que en definitiva tiene el m ayor protagonism o. A m bos van a estar es­ trecham ente relacionados. Los m o­ narcas continúan siendo fieles a una tradición que les obliga a m antener el esplendor de los santuarios, m ultipli­ can d o las donaciones de anim ales para los sacrificios, alim entos, m eta­ les (en bruto o com o objetos m anu­ facturados), etc., lo cual no im pide que en un m om ento de apuro echen m ano de los bienes así acum ulados, com o si de una últim a reserva se tra­ tara; el caso de Ibbi-Sin apoderándo­ se de las riquezas de los templos para p aliar la desesperada situación eco­ nóm ica del final de su reinado es el m ejor ejemplo. La tierra fértil aparece esen cial­ m ente com o propiedades del tem plo o el palacio, que explotan una parte directam ente, m ientras que el resto lo arriendan a particulares o bien se asig­ n an a servidores y dependientes para que la hagan producir y dispongan del usufructo. Se han encontrado muy pocos docum entos que se refieran a la propiedad privada de la tierra, lo que h a sido utilizado para argum en­ tar su práctica inexistencia. Algunos autores (D iakonoff, Kram er) no com ­ parten esta opinión, y suponen que el estado y el tem plo no m onopolizan el derecho de propiedad, sino que aris­ tócratas, fam ilias o clanes y particula­ res de todo tipo disfrutan de la plena posesión de tierras. Es probable que el hecho de que la inm ensa m ayoría de nuestra docum entación provenga de los archivos oficiales, estatales o de los santuarios, distorsione la im a­ gen de una realidad que debe ser más com pleja y articulada. Por otra p a r­ te, la gran difusión que tiene la pro­ p ie d a d p riv a d a de la tie rra en el período inm ediatam ente posterior a U r III, con a b u n d a n te s d o c u m e n ­ tos que m uestran un form ulario muy d e s a rro lla d o (y que ev id e n te m e n ­ te im p lic a u n o s p re c e d e n te s ), es un b u e n in d ic io de su ex isten c ia


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p u ja n te en el p e río d o de U r III. Sería un tan to tedioso en u m erar los productos agropecuarios que lle­ nan los documentos; bastará con m en­ cionar los que aparecen más frecuen­ temente en las «tablillas de alimentos», que indican las raciones destinadas a los trab ajad o res y que nos pueden d ar u n a idea de la dieta alim enticia: h arin a de cebada, aceite, dátiles, ce­ bollas y legum bres en general, pesca­ do, cerveza (la hay de varios tipos), carne de ovino en ocasiones, etc. A par­ te de la cebada se produce tam bién el trigo y la espelta; com o edulcorante se consum e una especie de miel que se extrae de la palm era datilera, cuyo cultivo racionalizado está muy exten­ dido. En cuanto a la ganadería desta­ can el asno y el buey com o anim ales de carga, cabras y ovejas para la car­ ne y la lana. Buena prueba de la atención esta­ tal hacia la ganadería y su buen apro­ vecham iento es la existencia de un gran centro en P u zrish -D ag an (ac­ tual Drehem ), cerca de N ippur. Fue establecido p o r Shulgi en el año 39 de su reinado, y se consideró un aconte­ cim iento tan im portante que se utili­ zó oficialmente para identificar el año. Se trataba de u na inm ensa estación ganadera cuya m isión era proporcio­ n ar provisiones de carne para la cor­ te, pagar a soldados y vasallos y sobre todo abastecer con anim ales para los sacrificios al gran santuario de N ip ­ p ur y, en m ucha m enor m edida, a los de U r y Uruk. N o sólo era el palacio el que contribuía a m antenerlo; tam ­ bién había entradas provenientes de particulares y principalm ente de las distintas ciudades sum erias, que te­ nían obligación, por tu m o m ensual, de m an ten er el centro nacional de Enlil en N ippur. De esta form a P u z­ rish-D agan actuaba com o una espe­ cie de alm acén que centralizaba im ­ puestos y contribuciones de muy va­ riadas procedencias. La actividad artesanal estaba bas­ tante diversificada. U no de los secto­

67 res más notable y m ejor estudiado es el del metal, que alcanzó un avanza­ do desarrollo: se sabe batir y tem plar el metal, se utiliza el m olde com pues­ to, el procedim iento de la cera perdi­ da, se conocen bien las técnicas de incrustar m etal sobre metal, filigra­ nas, etc. Los m etales em pleados son el oro y la plata, preferentem ente en trabajos de orfebrería, el plom o que se em plea com o fundiente, algo de es­ taño y sobre todo el cobre, que incluso se utiliza ju n to con la plata, com o va­ lor de cambio. Hay muy poco bronce, y de baja calidad (justam ente por la es­ casez de estaño). Se ha discutido bas­ tante acerca de la procedencia del m etal, que no existe en la Baja M eso­ potam ia. El cobre proviene de A nato­ lia O riental, las m ontañas del norte m esopotam io y A rabia (a través de B ahrein, que fu n cio n ab a com o un ce n tro re e x p o rtad o r); tam b ién del Golfo Pérsico llegaba el oro. La plata procede del Elam y en cuanto al esta­ ño el poco que hay es difícil determ i­ n ar su origen; se propuso una posible procedencia m editerránea (incluso de Europa occidental) pero es preferible pensar en el Caúcaso o Irán. Los gran­ des centros m etalúrgicos son Ur, La­ gash y U m m a, donde proliferan talle­ res, oficinas perfectam ente organiza­ das, que controlan escrupulosam ente el metal que se entrega a los técnicos y los productos que se obtienen, p a­ gan a los trabajadores y rinden cuen­ tas al estado o al templo. Otra activi­ dad m anufacturera im portante es la textil, que em plea gran cantidad de m ano de obra, la m ayor parte m uje­ res. Sólo en Lagash los talleres texti­ les y telares ocupan casi 7.000 trab a­ jadores. Toda la actividad económ ica de U r III se en cu en tra a n im ad a por una apertura internacional que ve florecer los intercam bios. E sencialm ente se exportan m anufacturas y algunos pro­ ductos agropecuarios com o co n tra­ partida de las im prescindibles m ate­ rias p rim as. E n re la ció n con esto


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progresan notablem ente la actividad bancaria (préstam os, com pras a cré­ dito), los sistem as de contabilidad, etc., dependientes no sólo del estado o los tem plos sino tam bién de com ­ p añías privadas. A parecen los prim e­ ros atisbos del uso del dinero, prácti­ ca que alcanzará su plena m adurez en el período siguiente.

3.6. La cultura sumeria en la época de CJr III

Texto de un himno sumerio (1900 a.C.)

En general la cultura de U r III consti­ tuye la continuación del florecim ien­ to de las ciudades sum erias (en p ar­ ticular Lagash) que ya se m anifestó durante la dom inación de los guti, y que hem os llam ado el R enacim iento Sumerio. Desde el punto de vista de las artes plásticas hay, efectivamente, una vuelta a las formas tradicionales sum erias, u n a voluntad de fidelidad a esa herencia artística que bien es ver­ dad que produce un estilo algo academ icista, pero refinado inevitablem en­ te por la aportación acadia. Buena m uestra de ello son los relieves: en la estela de U r-N am m u se encuentra la clásica división en registros horizon­ tales, que ya se había reutilizado en obras de la época de G udea y sin em ­ bargo el tratam iento de las figuras y la com posición tienen una frescura que faltan en el arte del Protodinástico. Respecto a la arquitectura destaca la plasm ación definitiva de la torretem plo o zigurat, que alcanza su for­ m a m ás clásica en el que U r-N am m u erige en honor de N anna; aparte de ello, la im portancia cada vez m ayor de la m onarquía, tan próxim a a los dioses, alcanza su expresión m onu­ m e n tal en la ed ific ació n de p a la ­ cios y m ausoleos para los reyes, co­ mo el que se hace construir Shulgi en Ur. El estado de U r III es naturalm ente bilingüe. El proceso de sem itización avanzó m ucho y no sólo en la zona septentrional (el país de Akkad); en lo que es Sum er propiam ente dicho


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debía ser tam bién el acadio la lengua m ás com únm ente em pleada. Sin em ­ bargo la lengua oficial de la adm inis­ tración es el sum erio. Justam ente en este período se produce la gran flora­ ción de la literatura sum eria; ahora se ponen p o r escrito o adquieren su for­ m a definitiva poem as, narraciones, textos sapienciales y religiosos, etc., m uchos de ellos de un valor histórico in dudable (La M aldición de Akkad, la inscripción que detalla las hazañas de U tuhegal, etc.). U na innovación será la dedicación de him nos a los re­ yes en relación con la divinización de los soberanos (antes sólo se destina­ ban a los dioses). E n el cam po de la religión aparece

igualm ente la brillante síntesis de los elem entos acadios o sem itas que se su p erp o n en cad a vez m ás al viejo substrato sum erio; sin em bargo aún estam os en u n a cultura sum eria y así, en un docum ento procedente de M ari en el que aparece un panteón que yuxtapone deidades sem itas y sum e­ rias, son éstas las que o c u p a n las posiciones m ás honorables, que tan sólo parecen com partir con la gran diosa sem ita ïs h ta r (asim ilad a por otra parte, com o dijim os, a Inanna). Serán la síntesis y concretización de la religión que se elabora en U r III las que actúen com o base para toda la p o sterio r evolución religiosa en M esopotam ia.

Placa del sacerdote Dudu (2500 a.C.)


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