AL MANDO DE ANTEQUERA Y BOBADILLA LA NUMANCIA ARRIBO EL 16 DE SEPTIEMBRE DE 1867

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El muelle de Santa Cruz de Tenerife, cuando en la segunda mitad del siglo pasado, la «Numancia» recaló por estas aguas al mando de Antequera N esta capital y La Laguna se ha celebrado en estos días el centenario del fallecimiento del almirante don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, el ilustre marino tinerfeño que para siempre bien dejó su nombre, amplia y muy buena historiaf en los anales de la Armada española. Ya Santiago Milans del Bosch ha escrito, mucho y magistralmente, de la vida y obra de don Juan Bautista Antequera pero, en este punto de la Historia —así, con mayúscula— nos referimos sólo a cuando, a su mando experto, la fragata acorazada «Numancia» recaló por Santa Cruz de Tenerife tras haber dado la vuelta al mundo, primera realizada por un buque blindado. Finalizada la campaña del Pacífico, don Casto Méndez Núñez —comandante de la fuerza naval española destacada en América del Sur— envió a don Juan Bautista Antequera la siguiente carta: «Comandancia General de la Escuadra: Al llegar V.S. a Cádiz con ese buque habrá terminado una campaña, que refleja tanta honra sobre los que han tomado parte en ella, que el sólo recuerdo de haberla verificado es una compensación más que suficiente de las privaciones, peligros y sufrimientos de toda es-

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pecie por los que ha tenido que pasar la valiente, subordinada e inteligente dotación de la «Numancia». Yo espero además que la Reina, el Gobierno y el país entero, dando a la campaña todo el mérito que en sí tiene, sabrán premiar de una manera expresiva tan distinguidos servicios. Nadie mejor que V.S. con quien me unen, además de los estrechos lazos de amistad y compañerismo, los del reconocimiento que debo al que siempre y en los momentos más críticos he visto a mi lado, para darme con lealtad y verdadero espíritu militar su franca opinión y decidida cooperación; nadie mejor que V.S., repito, podrá expresar a la dotación de la «Numancia» los sentimientos que hacia ella me animan. No es sólo el General el que a ella se dirige, es el antiguo Comandante, es su antiguo compañero, título coirel cual me honro, porque no podré nunca olvidar la decisión, la buena voluntad, el valor y sufrimientos que todos sus individuos han mantenido durante nuestra pasada campaña, y el respetuoso afecto con que siempre me han distinguido. Quieran ellos también conservar grabado en su corazón el recuerdo de su antiguo jefe, quien cualquiera que sea la ocupación que ocupe, siem-

pre considerará como un sagrado deber y tendrá una verdadera satisfacción en hacer cuanto le sea posible en favor de los que han pertenecido a la «Numancia». Pero hoy me limitará a desear a ese buque un próspero y rápido viaje y que, terminado éste, puedan todos los individuos en su dotación encontrar en el seno de sus familias y en el reconocimiento y respeto de sus ciudadanos, la envidiable recompensa que tan me~ recida tienen por sus verdaderamente distinguidos servicios. Sírvase V.S. hacerlo así presente a todos, oficiales, marineros y soldados; y admitir también la expresión de mis sentimientos de cariñoso afecto y de la más distinguida consideración. Dios guarde a V.S. muchos años. Río de Janeiro, 15 de agosto de 1867. Casto Méndez Núñez, en la fragata «Almansa». El señor Brigadier don Juan Bautista Antequera, comandante de la «Numancia». Esta fue la carta expresiva en la que, de su puño y letra, Méndez Núñez plasmó su admiración —franca, decidida y plena admiración— por el marino tinerfeño que, con los hombres de su «Numancia», había logrado vencer en una campaña y, también, escribir una página nueva en la historia de la navegación mundial, pues, sobre todos los océanos, la fragata acorazada de Antequera trazó estelas que, por entonces efímeras, por paradoja resultaron eternas.

cia» pasó a unas 25 millas de las islas del Fuego y Brava —en el archipiélago de Cabo Verde— y, dos días más tarde, fondeó en San Vicente. Allí, faenas de relleno de carboneras durante tres días y, de nuevo en la mar alta y libre, la «Numancia» puso proa a la primera tierra española que, con su esplendor, llenaría de alegría y lágrimas a los marinos que —a las cinco de la tarde del 4 de febrero de 1865— habrían zarpado de Cádiz rumbo al Pacífico para, tras una campaña victoriosa, dar la vuelta al mundo. En la descubierta del amanecer del día 15, el Teide asomó su puño de piedra en el horizonte lejano y, poco a poco, la isla de Tenerife fue mostrándose con todo su esplendor ante los ojos de aquellos que, desde Manila, no habían visto tierra española. Santa Cruz de Tenerife —nuestra antigua y buena ciudad marinera— había vivido durante 1867 una etapa de constante presencia de buques de guerra de todas las naciones en su puerto. Entonces destacaban los españoles —«Antonio de Ulloa», «Colón», «Edetana», «Consuelo», etc.— y, con ellos, otras unidades pertenecientes a las Marinas de Francia, Inglaterra y Holanda. Por sus características causó sensación en

Hace unos años, el periódico «EL DÍA» sufragó el busto del almir se alzó en los jardines de la Avenida de Ana;

Al mando de Bobadilla, la «JV el 16 de septh Tenerife, primera tierra española en aguas de nuestro puerto el monitor «Miantonomoh» que, escoltado por el vapor «Augusta», cruzaba el Atlántico desde los astilleros europeos en los que había sido construido a su base estadounidense. Pero por su significación, fueron dos fragatas extranjeras las que, con sus gallardas estampas marineras, dieron animación al mundillo marinero de Santa Cruz de Tenerife. Una fue la rusa «Alexander Newky» que, al mando del comandante Kremmer —arbolaba

LA «NUMANCIA» EN SANTA CRUZ

Don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, en los primeros años de

Un día después de recibir la carta de Méndez Núñez, Antequera y Bobadilla ordenó que la «Numancia» quedase arranchada a son de mar y, ya en franquía, arrumbó a la bahía de Todos los Santos y, el día 20, allí dio fondo con férreo estrépito de cadenas que escapaban por los escobenes. Durante tres días se llevaron a cabo faenas de rascado y limpieza del casco; para ello fue preciso dar la banda y, posteriormente, los fondos se pintaron hasta donde la escora permitía sobresaliese de las aguas la obra viva de la fragata. Se eliminaron las incrustaciones del casco y, el día 23, la «Numancia» viró las anclas y, ya con ellas a pique, dio avante y puso proa a Santa Cruz de Tenerife, a la isla del Teide, donde había nacido su comandante. Fueron singladuras a vela y vapor y, siempre ante la proa, la sublime soledad absoluta del horizonte que, de vez en cuando, era rota por una pirámide de blancas velas que asomaba sobre la raya lejana.

la insignia del contraalmirante Possiet— llevaba a su bordo y en viaje de prácticas al gran duque Alejandro, hijo del emmperador Alejandro II de Rusia y de la princesa María de Hesse Darmstadt. Cuatro años después, aquel ilustre huésped de Santa Cruz de Tenerife subió al trono de Rusia con el nombre de Alejandro III. Otra escala notable en el puerto de la capital tinerfeña fue la de la fragata austríaca «Novara» que, al mando del capitán de navio Dufva, llevaba a su bordo al célebre almirante Tegetthoft —el luego vencedor de la batalla naval de Lissa— que se dirigía a Veracruz para, allí, recoger los restos mortales del emperador Maximiliano que, en Querétaro, había sido fusilado según órdenes de los generales Miramón y Mejías. Santa Cruz estaba al día de las nuevas técnicas y tácticas de la guerra naval y, también, de los nuevos buques que se iban incorporando a las Marinas en aquella etapa de transición. Pero tales escalas —tales visitas de marinos con fama y prestigio en el mundo de todo— se eclipsaron ante la escala de la «Numancia», primer buque acorazado que había dado la vuelta al mundo al mando de un marino tinerfeño, Juan Bautista Antequera y Bobadilla. UN DÍA EN SANTA CRUZ

Don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, el marino tiner

En las primeras horas de la mañana del 16 de septiembre de 1867 viraron anclas y aparejaron los ve leros ingleses «Nunnie Knap» ) «Carlotta». El primero era una go leta de velacho que, tras descargai carbón, se hacía de nuevo a la velí con rumbo a Nassau; el segunde era una fragata de tres palos que, con carga general de tránsito, había llegado el día anterior procedente de Nueva York y, tras refrescar la aguada y embarcar víveres, seguía viaje a Vigo. a~s se alejaban en alas de


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ante Antequera que —obra del escultor Cejas Zaldivar— E»a y, ahora, frente a la Comandancia de Marina

primero

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Antequera y umanda» arribó tmbre de 1867

ia que fondeó tras la escala en Manila

—banda a banda con los pailebots del cabotaje y la pesca «en el moro»— quedaron los veleros norteamericanos «J. Mclntire» y «Tritón». El primero de ellos era un bergantín goleta que descarga madera para la firma Dabney y, el segundo, un típico bricbarca ballenero que, desde New Belford y Fayal, había llegado para hacer la aguada y embarcar víveres frescos antes de arrumbar al Pacífico Sur. Serían las tres y media de la tarde cuando la campana de la atalaya, instalada en el castillo de San

Cristóbal, señaló con su sonar y rojo gallardete la presencia de «barco del Sur» y, una hora más tarde, la fragata «Numancia», comunicó con el bote del práctico. Allí, frente a Santa Cruz de Tenerife estaba la fragata acorazada que, primera de su tipo, había dado la vuelta al mundo. Allí estaba el buque que, al mando del tinerfeño Juan Bautista Antequera y Bobadilla, había realizado con éxito lo que hasta entonces se tenía por imposible.

Don Juan Bautista Antequera y Angosto, conde de Santa Pola, ante el retrato de su padre, el ilustre marino tinerfeño que mandó la «Numancia» en aquel periplo lleno de Historia.

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La fragata «Numancia», primer buque acorazado que, al mando del tinerfeño Antequera, dio la vuelta al mundo Á las cuatro y media de la tarde del día 16 las anclas de la «Numancia» mordieron el fondo de la bahía tinerfeña; mientras, los santacruceros se agolpaban en el corto muelle y la costa y, al mismo tiempo, las baterías disparaban las salvas de ordenanza y saludo al buque de nuestro Antequera. En una embarcación del puerto, las autoridades militares y civiles embarcaron por «los platillos», desde donde, a boga arrancada y con buen número de remeros, el bote puso proa a la «Numancia» que, por traer «patente sucia» —venía del puerto con epidemia— no podía comunicar con tierra. Desde la borda de la fragata, Antequera cambió impresiones con las autoridades de Santa Cruz de Tenerife y, más tarde, la fragata comenzó a virar las anclas. Ya con ellas a la pendura, se aguantó sobre la máquina para dar tiempo a que la dotación se empapara de tierra española y, mientras, «los fuertes de la costa santacrucera saludaban, el buque se hizo mar afuera». Se largó de nuevo el aparejo y, mientras un espeso y negro penacho de humo comenzaba a quedar tendido por la popa y sobre la estela, la «Numancia» arrumbó a doblar Anaga, tras cuya esquina rocosa —verdadera proa de la Isla— quedaría pronto oculta. Ante su proa, la mar libre y alta. Ante ella las singladuras anteriores a su llegada a Cádiz. Al mediodía del 20 se reconoció el faro de San Sebastián, la catedral y el blanco caserío de la ciudad marinera que, poco más de dos años antes, había dado a la fragata su despedida cordial. Navegó entonces arrumbada a la bocana del puerto y, a las 3 y 15, dio fondo en la bahía. Ocurrió lo mismo que en Santa Cruz de Tenerife; el buque traía «patente sucia» y, durante quince días, quedó en cuarentena. A los dos años y trece meses volvió la «Numancia» a su base —al año y tres meses del combate de El Callao— y, en su estela, dejaba en todos los océanos la huella duradera de los 12.720 leguas bien navegadas. Isabel II acudió a Cádiz para recibir a la «Numancia» —la cuarentena, como antes se indicó, quedó reducida a quince días, ya que la dotación sólo padecía escorbuto— y, tras la lógica felicitación regia al marino tinerfeño y a sus hombres, «acto continuo se concedió la licencia a los individuos todos de su dotación para dirigirse a sus casas». Así finalizó la larga y buena historia marinera de la «Numancia» durante su vuelta al mundo. El viaje de ida lo recogió don Benito Pérez Galdós: «En cuanto se zafó del puerto puso rumbo a Canarias con cuatro calderas encendidas. Por la

tarde se aprovechó la mayor frescura del viento, largando las gavias y algunas velas de cuchillo, con lo que se ayudó al andar de la hélice. A la cuarta singladura vieron

los navegantes el grandioso Teide, que desde las brumas del horizonte les daba el quién vive. Hacia él maniobraron y a media tarde dejáronlo por estribor, pasando en-

tre las islas de Gran Canaria y Tenerife». También don Eduardo Iriondo —capitán de fragata de Ingenieros— bien cita la vista del

La «Numancia» cuando, en 1910, estaba clasiñcada como acorazado-guardacostas Teide en la obra que, en 1867, y sobre el viaje de la «Numancia», fue editada en la imprenta madrileña de los señores Gasset, Loma y Compañía, en el número 3 de la calle de Oriente y a cargo de Diego Valero. La historia posterior de don Juan Bautista Antequera y Bobabilla —el ministro de Marina que logró para la Armada española el «Pelayo», su primer acorazado—, ha sido hace sólo unos días minuciosamente comentada por Santiago Milans del Bosch. Ahora sólo nos queda pedir a las autoridades provinciales que apoyen que, en su momento, un buque de la Armada lleve el nombre de almirante Antequera. Ya lo lució uno de los dieciocho destructores de la clase «Churruca» —algún día escribiremos su historia— y, en aguas de Santa Cruz de Tenerife, un pequeño remolcador que, de la Junta de Obras del Puerto, fue desguazado en los años 4O. En la Isla del Teide —en todas las Canarias tan ligadas a la Armada española— todos anhélanos ver, una vez más, un buque que, en las amuras, lleve el buen nombre del comandante de la «Numancia», del marino tinerfeño que, como ministro de Marina, dejó su nombre en los anales de la historia de las Islas y de España, del mundo entero. £1 acorazado «Pelayo», cuya construcción se contrató siendo ministro de Marina el almirante Antequera

Juan A. Albornooz


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