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A golpes de bronce sonoro y restallar de rojo gallardete y banderas de señales, la atalaya del castillo de San Cristóbal cantó y señaló toda una larga serie de avistamientos de barcos que, en la pequeña y gran historia de nuestro puerto, ocupan un muy destacado lugar. La aparición del vapor en las rutas oceánicas atrajo a Santa Cruz a buen número de aquellos primitivos híbridos de blanco velamen y alta chimenea que, por derecho propio, hoy figuran en los capítulos de la historia de la navegación. Con el paso de los años cambió la estampa marinera de aquellos «steamers» que, desnudándose de sus velas y ya casi inútil aparejo, adquirieron propia, indiscutible estampa con su proa recta —que sustituyó a la de violín— y la popa de bovedilla, con reminiscencias ésta de los veleros que fueron, que aún eran en la mar toda. En aquellos vapores era señal distinta y carcaterística la chimenea espigada que, adornada con «mambrús», dejaba escapar el negro, espeso penacho del buen Cardiff, el «best Welsh» de poco humo y mucha tuerza que preferían los capitanes de entonces. Los avances de la propulsión naval pusieron sobre el tapete el tema —entonces utópico— del motor de combustión interna, sistema al que pocas navieras aseguraban porvenir pues, decían, resultaría de difícil y caro mantenimiento y, además, los barcos que con tales motores navegasen resultarían de poco rentable explotación comercial. Rudolf Diesel desarrolló primeramente este tipo de motor para usos puramente industriales pero, a pesar de los prejuicios y razones antes apuntadas, algunos navieros emprendedores —de aquellos no apegados a los sistemas tradicionales— comenzaron a interesarse por las posibilidades que el nuevo sistema ofrecía a la navegación marítima. En Santa Cruz de Tenerife, puerto carbonero bien establecido, no causaba temor el fantasma del petróleo y el motor. Para casi todos los marinos —y también para los navieros— el motor era entonces algo puramente experimental, un verdadero lujo que sólo contadas empresas podían, de momento, permitirse. Y más por afán de notoriedad y publicidad que como fuente de ingresos. Ante un panorama de chime-
medio de mar sobre sus cuadernas cuando arribó a Santa Cruz— ya el «Christian X» acumulaba pequeña e interesante historia, no sólo desde el punto de vista técnico, sino también del anecdótico. La estampa marinera del «Christian X» era un tanto extraña para la época. El casco — branque recto y popa de bovedilla— era de cajas, pero la ciudadela se quebraba en el clásico «split» y formaba así un pozo que aislaba el puente y le daba silueta que recordaba, vagamente, la distribución que la Royal Mail Steam Packet británica había adoptado años antes y que tanto perduró en sus trasatlánticos. La superestructura era baja, puente abierto —que entonces se estilaba— y amplios toldos que sombreaban la cubierta de botes que eran de gran utilidad cuando el barco hacía viajes a puertos malayos. Completaban la estampa marinera de «Christian X» buena siembra de maguerotes de ventilación —las viejas «cachimbas»— y los tres palos de mucha guinda y en caída, los cuales remataban la silueta en la que faltaba —para así completar la simetría y esbeltez— la clásica chimenea que, innecesaria ya, se suplía con un simple tubo de exhaustación adosado al palo mayor.
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El «Chrístian X» y su histórica escala
La historia marinera de este primer «motor ship» que recaló en Santa Cruz de Tenerife — primero también en cruzar el Atlántico Sur— está íntimamente ligado con la A.S. Det Ostasiastiske Kompagnie, naviera de Copenhague que, con su ejemplo decidido, implantó en la mar la era del diesel. Esta es la naviera que, desde 1978, con escala en nuestro puerto cubre su línea africana con los containeros «Fionia» —nombre lleno de recuerdos y evocaciones en la historia de la navegación— y «Boringia», a los que recientemente se unió el «Meonia».
£1 13 de mayo de 1914 arribó el «Chrístian X», primer barco a motor que dio fondo en aguas de Santa Cruz.
neas de mucha guinda y palos erizados de plumas, de trajín constante de carboneros, gabarras y remolcadores, Santa Cruz de Tenerife —como casi todos los puertos de escala— no pensaba, ni remotamente, en las posibilidades que el motor ofrecía y que, en algunos barcos, ya accionaba árboles propulsores que, con sus hélices, rompían la mar y la señalaban con estelas efímeras de espumas blancas sobre el azul. Como siempre, al amanecer del 13 de mayo de 1914 —poco faltaba para que el frágil cristal de la paz se quebrase en el mundo— la mar dio a Santa Cruz un regalo azul pintado de barcos. Frente a la costa, cuatro carboneros —-«Rigi», «Belfast», «Nautilus» y «H.V. Fisker»— dejaban ir por las planchas y hasta las gabarras el negro combustible que abarrotaba sus bodegas. Por sus proas, con espectacula-
en caída— dio fondo para rellenar carboneras y refrescar la aguada y, horas más tarde, viró el ancla y puso proa al Sur. A media mañana, nueva señal de la atalaya señalando «barco del Norte» y, momentos después, otra indicando que por el Sur llegaba un nuevo mercante. El primero, el trasatlántico italiano Tras Punta Anaga apareció el «Bolonga», llegaba de Genova y, «Prah», uno de los «paquetes» de con numerosos pasajeros, se dila Eider Dempster que, con car- rigía a La Guaira y Colón; vega para este puerto y a haeer-eon- nta al mando 4el capitán Poggi sumo y la aguada, venía al man- y, con férreo estruendo de cadedo del capitán Spence. Tras él, nas, dio fondo en la dársena. El que se acercaba procedenel alemán «Steiermark» — capitán Pfeiffer— seguido por el te del Sur era un carguero extra«Marathón», uno de los «verdi- ño que, sin chimenea, remataba nos» de la Abredeen Line que, su estampa marinera con tres paprocedente de Londres, al man- los en ligera caída. En el pico do del capitán Collins, con la cá- cangrejo arbolaba bandera alemara completa se dirigía a Ciu- mana y, a tope del mayor, la condad del Cabo y puertos de Aus- traseña de la naviera Hamburgtralia. Con su elegantísima es- Amerika Linie, propietaria del tampa marinera —casco verde, «Steiermark» ya en puerto, emproa de violín y dos chimeneas presa que en todos los océanos
res cubertadas de huacales de plátanos cruzaron, rumbo al Muelle Sur, los «San Sebastián», «Chasna», «Tenerife», «Carmen» y «Machrie», seguidos por el «Viera y Clavijo» que, desde Las Palmas, llegaba con pasajeros, correspondencia y carga.
AL LÍDER
del mundo reñía pugna comercial con la Norddeutscher Llqyd, de Bremen, su rival de siempre, que dejó de serlo cuando, en 1970, se implantaron servicios mancomunados. Al dar fondo el recién llegado, y al tiempo de batir las hélices para frenar la arrancada, una muy leve voluta de humo surgió, desvaneciéndose rápidamente, de un simple tubo —que no chimenea— al palo mayor. Y así fue como, en aquel 13 de mayo de 1914, arribó a Santa Cruz de Tenerife el «Christian X», primer barco a motor que cruzó nuestras aguas. Venía de Rosario cargado hasta las marcas y, con 26 pasajeros —la tripulación estaba compuesta por 43 hombres, de capitán a paje— se dirigía a Hamburgo, puerto para el que siguió horas más tarde. Pese a su recién comenzada vida marinera —apenas año y
Aquel «Christian X» alemán había nacido a la mar con bandera danesa y contraseña de la Det Ostasiatiske y, cuando por aquí recaló, lo hacía con los colores de la Hamburg Amerika Linie, otra empresa naviera bien ligada al puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Juan A. Padrón Albornoz
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