DÍA N 1908, la Compañía Trasatlántica Española editó un libro —que no un folleto— sobre las líneas regulares y servicios que servían los trasatlánticos y cargueros de la antes A. López y Compañía. Este «Libro de Información para pasajeros» fue impreso por «El Siglo XX», tipografía instalada en la calle del Retiro, 12 a 18, Sans, teléfono 3218, de Barcelona. Cargado de años e historia, el viejo libro —más de ochenta años sobre sus páginas— me llega cargado de historia sencilla y profunda y, en una de sus páginas, la vieja imagen que ilustra esta página. Arriba, en la suave ladera que con canto de agua por las atarjeas era —es— fondo de Santa Cruz, la estampa elegante del hotel Quisisana que, en años idos y siempre bien recordados, construyó don Enrique Wolfson, el ruso que, naturalizado británico, tanto y tan bien luchó por la agricultura isleña, por la expansión del turismo, las relaciones bancarias con el Reino Unido y el tráfico marítino interinsular. El hotel Quisisana fue un hito en el desarrollo turístico de Santa Cruz y, con él, el Batenberg, que se alzaba en la Rambla —el viejo Camino de los Coches— y que, en un pasado reciente, desapareció para siempre. En «Nueve horas en Santa Cruz de Tenerife», de Benito Pérez Galdós, Alejandro Cioranescu escribió sobre aquellos años anteriores al turismo en Santa Cruz, años antes del establecimiento de hoteles especialmente diseñados para atender debidamente: «La fonda a la que se dirigía el grupo de amigos supone, al regreso, la travesía de la plaza y un doblar la esquina que los deja en la calle de La Marina. Esto significa que habían comido en la fonda del inglés, situada en la calle de los Balcones, que formaba la parte alta de la plaza y llevaba el número 11 de la calle de San Francisco. La regentaba un inglés, Robertson, a quien le sucedió más tarde el portugués Camacho, casado con una irlandesa. Era por aquel entonces el hotel más caro que había en Santa Cruz; la pensión completa costaba dos duros, y tres duros si la habitación tenía balcón a la calle. El almuerzo se servía a partir de las diez de la mañana y comprendía un plato de huevos, pescado, carne, fruta, con vino y café incluidos en el precio». En el libro citado —el buen libro editado por la Compañía Trasatlántica Española, tan ligada al puerto de Santa Cruz— las fotos de los Quisisana y Batenberg, el paseo de ronda, o de los Coches, una panorámica del puerto y, desde luego, otra de la calle de La Marina. Con ellas, la plaza de la Constitución — antes de la Pila y Real— y panorámicas de Santa Cruz desde la torre de la Concepción y la montaña de La Altura. «A las Islas Canarias —dice el texto— puede llegarse por cualquiera de las líneas de la Compañía de Buenos Aires, Canarias, Cuba y Méjico y Fernando Póo, pero se recomienda especialmente al viajero utilice la línea de Canarias, porque dedicada especialmente a este trayecto, el viajero tendrá mejores condiciones para realizar el viaje, ya que en las otras líneas es más frecuente la aglomeración de pasajes por embarcar éste en la Península para otros destinos también». Luego, con fotos del Teide y el del hotel Humboldt, continúa el antiguo e interesante libro de la Trasatlántica Española: «Conocidas son las excelentes condiciones de clima y naturaleza de estas islas, escala hoy día de la mayor parte de los buques que atraviesan el Atlántico, donde el viajero encontrará uno de los países más bellos y privilegiados
del domingo
era la tierra que, muchos, muchos años antes, los hombres rompieron con sus manos; así era la tierra en la que, en la alta y pina ladera, se alzó el hotel Quisisana que, con sed de esperanzas, mucho y bien significó en el desarrollo turístico de Santa Cruz, de la Isla toda. El hotel Quisisana estaba envuelto por el aroma sereno de la tierra mojada. Los cerros de piedra, el agua quieta y por paradoja cantarina eran cortejo de aquella soledad, casi pura, en la que apenas cantaba el susurro verde de la primavera. Por la ladera, siempre la sangre morada de las buganvillas, luz intacta —casi sonora, fresca y pura— dorada en el tiempo que envejece, Abajo, en las playas que ya no son, destellos de sal violenta y, todos los días, nuevas nubes en el cielo.
E
En la ladera, el hotel Quisisana alzaba su elegante estampa sobre y ante las huertas que bordeaban la Rambla, o Camino de los Coches, si se prefiere.
El hotel Quisisana, un hito en el turismo isleño del mundo con todo el confort moderno en hoteles, y facilidades para realizar excursiones por el interior de las mismas». En la imagen —reproducida del citado libro de la Trasatlántica Española— el hotel Quisisana, alto en la ladera que, con cantar de agua, era fondo de Santa Cruz. Frente, surcos de tierra luciente y las palmeras que con sus penachos verdes —todos valseantes de alegría— bordeaban el antiguo Camino de los Coches. LA ANTIGUA ESTAMPA En su obra «Los argonautas», Vicente Blasco Ibáñez bien supo recoger —y mantener para siempre— la estampa del hotel Quisisana, hermano del que en Capri, y volvemos al doctor sueco Axel Munthe en su «Historia de St. Michele», se alzaba como buena señal de salud plena y segura. En su obra magistral «Tenerife visto por los grandes escritores», don Leoncio Rodríguez bien recogió para siempre todo lo que sobre nuestra Isla escribieron por los que por estas aguas pasaron. El autor de «Los argonautas» —el de «Arroz y tartana», «En busca del gran Kan», «La barraca», «A los pies de Venus», «El militarismo mejicano», etc.—, bien supo plasmar en su prosa la visión de la ciudad, nuestra ciudad, vista desde la mar. «Alzaba la isla —escribió Blasco Ibáñez— su escalonamiento de montañas volcánicas, con cuadriláteros de tierra cultivada moteados de blancas casitas. En la parte inferior, junto a la masa azul del mar, extendían las fortificaciones españolas sus viejos baluartes, rematados en los ángulos por garitas salientes de piedra. La ciudad era de color rosa y sobre ella se erguían los cornpanarios de varias iglesias con cúpulas de azulejos. Cuatro torres radiográficas marcaban en el espacio las líneas de su cuerpo casi inmaterial, dejando ver el cielo a través del férreo tramaje». Mientras Blasco Ibáñez estuvo en Santa Cruz de Tenerife, se le ofreció una cena en los salones del hotel Quisisana. Don Francisco Martínez Viera —años
más tarde buen alcalde de la ciudad— me contó que, a la mitad del homenaje que se ofrecía, el señor Blasco Ibáñez se levantó de la mesa y, tras disculparse, fue al balcón del Quisisana para, durante bastante tiempo, disfrutar del espectáculo que Santa Cruz de Tenerife ofrecía bañado por la luz de la Luna. Siempre vista desde la mar, luego escribió Blasco Ibáñez sobre nuestra vieja y muy querida ciudad: «Más arriba de la ciudad, en una arruga de las móntalas, ondeaba la bandera de un castillo moderno: de un hotel elegante al que venían a respirar los tísicos septentrionales. Y entre el muelle y el trasatlántico un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el transporte del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad». Y arriba, siempre arriba —en la pina ladera— la estampa sencilla del moderno hotel que don Enrique Wolfson, el ruso naturalizado inglés, construyó para Santa Cruz de Tenerife para la Isla toda. El señor Wolfson fue, además, naviero, exportador de fruta —uno de los que introdujo en Canarias el cultivo del tomate— y banquero con oficinas en la calle de la Marina. Su nombre lo dio la Corporación Municipal de Santa Cruz a la calle que, desde la de Horacio Nelson, llega a la del 25 de Julio. Calle tranquila en la ciudad tranquila que bien recuerda Blasco Ibáñez, paralela a la Rambla creció y se extendió y, en la antigua imagen —de muchos años anteriores a su planificación— parece adivinamos su actual realidad. Así era Santa Cruz cuando, como escribía Vicente Blasco Ibáñez en la obra recopilada por don Leoncio Rodríguez, en aguas de Santa Cruz estaban «los vapores de diversas banderas en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormiguero de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; rugidos de sirena anunciando una partida próxima, y otros rugidos avisando desde el fondo del horizonte
Ahora, cuando el corazón no tiene risas ni sonrisas, el antiguo hotel —el colegio de los Escolapios de nuestros años de juventud— nos llama con voz muda y fuerte. Allí tocamos la realidad de la vida con toda el alma y, una y otra vez, siempre, recordamos y recordaremos a los Padres —Turiel, Rufino, Julián, Antonio, Desiderio, Jesús, Suárez, etc.— tanto y tan bien nos guiaron por la vida. Y, con ellos, el bueno de don Salvador Quintero, el buen garachiquense cuyo nombre aún está en una de las calles de la Villa y Puerto en que nació. Así era la ciudad cantada por Luis de Zulueta, José María de Sagarra, Rusiñol, Ortega Munilla, Zamacois —el eterno andariego que, en los años 20, quiso vivir aquí para siempre— Sassone, Viílaespesa, Julio Camba, Romanones, González Díaz y tantos y tantos otros cuyos escritos bien supo seleccionar don Leoncio Rodríguez en su «Tenerife visto por los grandes escritores» .
la inmediata llegada; banderas a los dos hoteles, la tímida pribelgas en lo alto de un mástil mavera siempre apuntaba flores iban a la desembocadura del leves, de moderados tonos; tenía Congo; proas inglesas que ve- muros de piedra con las esquinían del Cabo o torcían el rum- nas muertas para el viento pero, bo hacia las antillas y el golfo de eso sí, por la pina ladera caía Méjico; buques de todas las na- todo el ruido fresco y blanco del cionalidades que marchaban en agua bendita de la siembra. línea recta hacia el Sur en busca Entonces parecía que con el de la costas del Brasil y las re- agua, con el verde intenso y exSanta Cruz ha crecido, crece públicas del Plata; cascos de cin- tenso, Santa Cruz de Tenerife y crecerá. Pero, corno en años co palos descansando en espera idos, desde la ladera el antiguo dialogaba con la aurora que romde órdenes, de vuelta de la ChiQuisisana —que siempre nos repía la línea lejana del horizonte. na, el Indostán o Australia; vaAhí está la imagen que tiene olor cuerda a don Enrique Wolfson— pores de pabellón tricolor en ruta a edad —la que ha tocado el mira hacia las aguas en siesta, hacia los puertos africanos de la hacia la ciudad tendida y despleTiempo que roe, pule y mata— Francia colonial; goletas españoy, sin embargo, siempre nos pa- gada como un vuelo de gaviotas. las dedicadas al cabotaje del ar- rece nueva. En el pasaje desnudo y violechipiélago canario y las escalas ta —región áspera— se alzó el de Marruecos». Esta es la ciudad —nuestra antiguo Quisisana. En la ladera, En la ladera de tierra tibia y vieja y muy querida ciudad— de alto y orgulloso, estaba abierto riente, la gracia del hotel Quisi- toda la mar y el comercio y que, al sol y la mar con toda su husana que, por la Rambla, casi se al mismo tiempo, por esta zona mana calma. Ahora lo evocamos hermanaba con el Batenberg. tenía hombres de corazón senci- en aquellas tardes de cristales, Ambos señalaron un hito impor- llo, campos expertos en dar ma- tardes con un silencio de oro y tante en el desarrollo del turis- duros trigos amarillos, rojez de en las que todo era claro y callamo que, a lomos de vapores de tomateras y la gracia verde de las do en la casi soledad de unas annavieras bien conocidas plataneras. tiguas calles. Y en los patios, que —Forwood, Yeoward, Thoresen, En aquellos años, todo reía de eran verdaderos corazones de sol etc.— y, también, en los de es- luz e ilusión. En el silencio cre- y verdor. cala regular, trasatlánticos de las cía todo el viento de la mar y, tieUnión y Castle Line, Mala Real, • rra adentro, las amapolas Juan A. Padrón Hamburg-Sudamerikanische, La —sangre de la tierra— ponían Albornoz Veloce, Hapag, Trasatlántica Es- todo su encanto y sencillez. Así pañola, Pinillos, Cosulich, etc., que con toda regularidad llegabab al puerto de la isla del Teide. En la antigua imagen, todo nuestro sentir y todo nuestro soñar. Campo —verdadero campo— abierto a todos los soles y todos los vientos y, también, visiones, evocaciones que sacan la niñez y pequenez —toda una juventud— a flor de alma. Por donde luego se construyó la Rambla XI de Febrero, el alma blanca y fresca de la infancia entre los hoteles Quisisana y BatenSituación: Km. 12 Autovía Las Palmas-Aeropuerío. berg. Estaban —se alzaban— en la zona en la que de todas partes Superficie mínima por nave: 2.300 m . afluía paz de vida, el aire lavado de las altura y el espíritu respiMódulo oficinas en cada nave: 460 m ? . raba la paz de aquella soledad. Portón acceso para contenedores: Basculante. Así era la ciudad de paz casera y dormida, ciudad que en su Fecha de entrega: Diciembre 1989. litoral tenía y bien mantenía la pureza rizada de las olas de fresFinanciación: 12 años. cura. Entre los dos azules del cielo y de la mar, rocas choPROMUEVE rreantes, manchadas por la nieSOLINCA, S.L ve blanca de la sal. Q Aícaíde Feo. Hdez. Glez., 4 En la imagen del Quisisana, 35001-Las Palmas de G. C. toda la alegre claridad de los Teléf. (928) 31 18 22 campos santacruceros. En la montaña, que casi daba sombra
VENTA DE NAVES INDUSTRIALES POLÍGONO INDUSTRIAL EL GORO • GRAN CANARIA