EL PUERTO DE LA CRUZ Y SU PASADO MARINERO

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ARBOLES, PLANTAS Y ARBUSTOS!

Naturaleza y folklore ALGARROBO (Ceratonia siliqua) RBOL grande de copa extendida siempre verde, llamado también en nuestras islas farrobo, garrobo y garrofo. Su tronco es de corteza oscura escabrosa, y algo roñosa; sus ramas torcidas; sus hojas en figura de ala, compuesta cada una de ocho o diez hojuelas opuestas, sobre un péndulo rojizo, las cuales son aovadas, obtusas, correosas, venosas, enteras, de un verde lustroso por encima, y por debajo pálidas, de casi una pulgada de largo, y algo menos de ancho (Viera). Alcanza unos 10 metros de altura, y se cree originario de Oriente. Vive más de 200 años. Se multiplica por semilla. Historia y religión.— El fruto del algarrobo, que en Canarias recibe el nombre de algarroba (vaina o silicua que contiene una pulpa azucarada mucilaginosa muy nutritiva), era el manjar «del cual el hijo pródigo, como dice San Lucas, al verse acosado por el hambre, deseaba comer como los puercos»; y como es árbol que abunda en las inmediaciones de Jerusalén, mu-

Á

chos creen que en él se ahorcó Judas. Por ello se le llamó más tarde árbol de Judas (Viera). Schaeffer cree que el nombre alemán de Johaimisbrothaum, con que se denomina al algarrobo, tiene también una explicación bíblica y religiosa, puesto que el fruto fue ingerido por Juan el Bautista durante el tiempo en que permaneció en el desierto. Medicina popular.-— Próspero Alpino dice que en Egipto hacen una especie de miel de las vainas del algarrobo, con la cual suelen confitar otras frutas, y que la dan a los enfermos como laxante o como remedio para el asma y la tos. También tiene propiedades astringentes («la corteza fresca, en decocción durante 10 minutos a dosis de 50 gramos por litro de agua, corta la diarrea», según Baudilio Juscafresa), mientras que en América Latina cuenta con otras aplicaciones: para curar el maldiojo se deja caer en el ojo enfermo una gota de la savia de un gajo cortado del lado que sale el Sol. También es eficaz contra las recalcaduras y quebraduras de los huesos, usando las hojas, bien

quemadas o machacadas, corno emplasto que se aplica a las partes afectadas (Villafuerte). También se le atribuye al fruto bien maduro propiedades diuréticas, y muy especialmente para disolver los cálculos de la vejiga (Coluccio). Usos industriales.— Viera señala que los pescadores canarios usan las vainas verdes del algarrobo para frotar con ellas las liñas, porque su jugo resinoso las preserva de una pronta corrupción en el agua. También recoge su uso como excelente pasto para engordar el ganado caballar y vacuno. En América se obtiene del fruto la aloja, bebida fermentada de la que gustan extraordinariamente en las zonas rurales de Argentina; la añapa, que se obtiene mezclándolo con agua, y el patay, una especie de harina, De la corteza se saca un colorante que tiñe de color pardusco, mientras que, hervida, tiñe sin mordiente, de color crema. Por su riqueza en tanino se emplea para las labores de curtido. Y la semilla tostada es utilizada como sustitutivo del café. También las semillas fueron los originales pesos karat (quilates) de los orfe-

bres. (G. Kunkel). Música y lírica.— En Canarias se suele emplear la vaina seca del algarroba corrió sonajero, dando un sonido muy similar al de las maracas. En Argentina, donde el algarrobo ha sido el árbol por excelencia, tanto para el criollo como para el indio, numerosas coplas y canciones exaltan el árbol: Ay, vidita, fresca algarroba, sabroso charqui que el alma adora Ritos y magia.— Como escribe Carlos Villafuerte, el algarrobo es el árbol indio que ha dado pan y vino a toda la raza nativa. A su sombra se han cobijado tribus enteras para decidir el futuro o para alejar la suerte adversa. De sus ramas se colgaban las cabezas de las aves arrebatadas al Llastay (dios protector de los animales de la montaña), como ofrenda a Chiqui, la deidad maléfica, la causante de las grandes sequías, de los terremotos, de las plagas y de las pestes. Adán Quiroga señala que tampoco es concebible la fiesta del Chiqui sin el árbol, el tacú que da la algarroba, con que se elabo-

Rama fructífera, inflorescencia y detalle de la flor, según Kunkel ra la chicha de las libaciones a la divinidad funesta. El árbol, con puyo nombre se llama al algarrobo, fue siempre venerado en Calchaquí más que la palmera en el desierto; la cabeza del sacrificio se colgaba de él, y hay

cintas, masas y guaguas sin duda en sustitución de la carne humana; bajo el árbol hácense también las libaciones de la aloja fermentada.

Elfidio Alonso

ANECDOTARIO CHICHARRERO

El Puerto de la Cruz y E su pasado marinero N su «Síntesis histórica del muelle del Puerto de la Cruz o de Orotava», Antonio Ruiz Alvarez bien plasmó el pasado marinero de la ciudad que, como el recuerdo de un recuerdo, ha llegado hasta nuestros días. Ruiz Alvarez fue a los viejos rincones, a escudriñar la historia, la cultura, a ver lo que había vivido y sufrido. Ahí está su dbra, la que bien refleja paz casera y dormida y, al propio tiempo, el trabajo intenso y extenso de los hombres de la ciudad con la pureza rizada de las olas de frescura, con el áspero roción de los temporales.

E

«El día 23 de lebrero de 1588 —escribió Antonio Ruiz Alvarez— el escribano Lucas Rodríguez Sarmiento da fe «de haber acompañado junto con Juan Antonio Lutzardo de Franchy y Antonio Lutzardo de Franchy, hijo del anterior, Regidor de esta Isla y Capitán de Infantería de este lugar, al ingeniero de b.M. el rey don Felipe II, Leonardo Torriani, en su visita al Puerto de la Cruz del dicho Lugar de Orotava y el Puerto Viejo del dicho Lugar y el Caletón de la Pez y Playa de Martiánez y los anduvieron viendo». Desde el fondeadero de Limpiogrande —el de las naves gruesas del siglo XVI— al del Limpio de las Carabelas, Antonio Ruiz desovilla los recuerdos del Puerto de la Cruz, el de las embarcaciones que rompían su estela en la caricia de la ciudad marinera. Ahora, preguntarnos qué se hizo de la gracia y ele-

Iguatito que ahora

N aquel entonces, la sala de billares del Círculo de Amistad XII de Enero se encontraba situada en donde hoy está instalado el bar de la galardonada sociedad santacrucera. Aquel viernes, 13 de marzo de 1931, cuando Lorenzo y yo nos gancia de las arboladuras de y cuyo nombre lleva una calle hallábamos sentados sobre el anlas goletas y la altivez de las de esta capital. tepecho de una de las ventanas chimeneas de los vapores de la Bien recordaba el señor Bru- del referido Círculo, viendo juYeoward que, moliendo espu- netto que, desde la embarca- gar al billar, ocurrió algo que hoy mas y rompiendo mares, al rit- ción del servicio de prácticos, bulle por mi mente. mo cansino de sus alternativas por medio de bengalas se señaFue a esa hora en que la tarde arribaban al Puerto. ló al «Cap Polonio» —que sobre la máquina se mantenía a va- comenzaba a cederle sus domiRuiz Alvarez evoca la escala rias millas de la costa— que se nios a la noche; a esa hora en que del «Cap Polonio» y, también, la aproximase. Luego, ya con don la calle de Ruiz de Padrón se lledel francés «Kakoulima», por Vicente a su bordo, dio avante naba con el escandaloso piar de entonces uno de los más mo- y, posteriormente, fondeó fren- los pájaros que buscaban en las dernos y rápidos fruteros en te al Puerto de la Cruz. Entre ramas de los árboles de la cerservicio. Respecto a la primera los pasajeros desembarcados cana Plaza del Príncipe el lugar de dichas escalas —el 15 de —me contó en cierta ocasión el apropiado para detenerse a pasar enero de 1925— el periódico señor Brunetto— figuraba el la noche. Fue a esa hora en la «La Prensa» recogió el aconteci- violinista Agustín Soler, acommiento, pues realmente lo fue, pañado por su esposa, la pia- que comenzaba la agonía de la tarde, cuando de repente se hizo y así quedó plasmado: «Proce- nista Luisa Stauffer. Aquella escala del «Cap Polo- un silencio casi absoluto en la cadente de Hamburgo y del puerto de esta capital, a las nueve nio» era bien recordada por lle. Los pájaros dejaron de piar de la noche del jueves último don Vicente —el «líner» alemán y hasta nuestros oídos no llegafondeó en este Puerto de la era el mayor fondeado en ba nada más que el ruido que Cruz el hermoso trasatlántico aguas de la ciudad norteña— y, producían las bolas de billar al alemán «Cap Polonio», condu- también, en su evocación, la chocar entre ellas. A lo lejos pociendo a su bordo numerosísi- del trasatlántico noruego «Peer día oírse sí, con insistencia, el mas personas. La entrada de Gynt» que, tres días más tarde, sonar de la pita de un automóvil dicho buque fue presenciada arribó con 200 turistas a su por gran número de personas bordo. que, al irse acercando hacia noque ocupaban por completo sotros, se hacía sentir con más nuestro muelle. El repetido vaCon la evocación de la obra fuerza. El coche pasó delante por dejó en nuestro puerto 29 de Antonio Ruiz Alvarez —con nuestra a cierta velocidad y, hapasajeros y tomó 9. Termina- los recuerdos de don Vicente ciendo chirriar sus ruedas, entró das todas las operaciones pro- Brunetto y Alonso de Armiño— en la calle de José Murphy, pasiguió viaje para los puertos de se hermana, ya en la lejanía, la rándose ante la puerta de la Casa Río de Janeiro, Santos, Monte- gracia sencilla de la balandra de Socorro. Lorenzo y yo llegavideo y Buenos Aires». «Nicolás» que, siempre a vela, desde Fuerteventura llegaba mos a tiempo de ver cómo introcargada de piedra de cal. Fue ducían en el establecimiento saEn aquella memorable oca- el último buen velero cuyas annitario a un hombre con la cabesión, el «Cap Polonio» fue pilo- clas mordieron fondo en la cosza bañada en sangre. tado por don Vicente Brunetto ta donde —al ancla-. los fruteComo siempre he sido muy y Alonso de Armiño, capitán de ros de todo tipo y bandera la Marina Mercante y práctico manchaban las mañanas cla- curioso, empecé a indagar y del Puerto de la Cruz —que fa- ras con sus penachos de humo. pude enterarme de que el accilecció en esta capital en julio de dentado era maestro Juan, un 1976— y venía al mando del ca- • Juan A. Padrón carpintero muy amigo de mi papitán Ernesto Rolin, Hijo Adopdre, que tenía un taller en la cativo de Santa Cruz de Tenerife Albornoz lle Porlier, esquina a Alvarez de Lugo, en el local donde estuvo instalado el Laboratorio Militar.

Toda la gama

PHI Ll PS a su alcance.

Yo sabía que mi padre, a esa hora, estaba en el bar «El Quita Penas», que estaba situado en la calle de San José, en los bajos del actual Casino Principal, ya que había quedado citado allí con unos paisanos. De «El Quita Penas» tengo yo unos recuerdos imborrables. Y es que allí cocinaban unos callos a la andaluza y preparaban unos pimientos rellenos que a mi me gustaban mucho y que hacían las delicias de la numerosa clientela que frecuentaba el establecimiento. Un día, recuerdo, llegó al café el popular «Guajiro» y casi gritando dijo: —¡Don Manuel..., se acabaron las miserias. Un huevo frito para seis!... Lorenzo y yo nos acercamos al bar y al contarle yo a mi padre lo ocurrido a maestro Juan, se excusó ante sus paisanos y en nuestra compañía acudió a la Casa de Socorro, entrevistándose con el médico de guardia señor Sánchez Delgado, y con el practicante, señor González Morín, muy conocidos de él, quienes le informaron que nada había podido hacer por la víctima, ya que había ingresado en estado preagónico. Según contó luego mi padre en casa, maestro Juan había puesto fin a su vida, disparándose un tiro de revólver en la cabeza. El hecho había ocurrido en el taller de carpintería y la causa del triste percance estaba en que el hombre se encontraba bastante apurado por habérsele vencido el plazo para el pago de la contribución y temía el embargo de su industria. Si un hombre, trabajando, no puede hacer frente a los impuestos, eso quiere decir que el país en el que ese hombre habita está mal planificado. Hoy, al que por una deuda procediera de igual forma q como ir»

hizo maestro Juan, es muy posible que lo llamaran idiota. Pero es que antes los cheques, las letras, las deudas, los impuestos. . . eran motivo de preocupación. Igualito que ahora. Sí; igualito que ahora, en que cualquiera, sin temor alguno, expide un cheque sabiendo que no tiene fondos o acepta una letra convencido de que no la va a pagar. Y no hablemos de los «tranques» que tan de moda están, ni de esos empresarios que les descuentan a sus trabajadores las cuotas de la Seguridad Social y luego no las ingresan en el organismo competente. Vivimos, como quien dice, en una época de supercherías, de engaños. Y esto me trae a la memoria el chiste de aquellos dos amigos que se encuentran en la calle y empiezan a conversar sobre la cantidad de fraudes que a diario se producen. Uno de ellos exclama: —¡Qué tiempos, amigo mío! . . . ¡Falsos Goyas... falsos Dalís... falsos Diarios de Hitler!... A lo que el otro replica, tras darse una palmada en la frente: —¡Por cierto... uno de estos días tengo que hacer la declaración de la renta! . . . Hace años leí una novela del genial escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, titulada: «El intruso». De ella saqué un pensamiento sobre la muerte, que siempre asocié a la tragedia de maestro Juan y que hoy no me resisto a dejar constancia de él. Este dice así: «¡La muerte! Se habla de ella muchas veces, pero sin pensar en lo que realmente es, sin pararse a mirarla de cerca.., ¡Qué horrible! Luchar toda la vida para dar gusto a la carne, para preparar el pasto del gusano...».

Diego Samblás

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