EL DÍA
las (fHwttas del 7° PÍA
DIARIO INDEPENDIENTE DE LA MAÑANA
Igueste y el inglés
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AmeriCan arias
Nuestras murgas y las uruguayas, primas hermanas OMO lo prometido es deuda, noy seguimos con el tema de las murgas carnavaleras, centrando nuestro análisis en las innegables analogías que guardan con las agrupaciones uruguayas del mismo nombre. Porque en Montevideo, igual que en Tenerife, la influencia gaditana se puede documentar y palpar. Aquí, corno vimos en artículo anterior, con los muchachos andaluces del buque «Laya»f que sirvieron de modelo a los obreros portuarios que luego formaron las murgas del «Flaco» y del «Chucho». En Uruguay, según Bermejo (uno de los más antiguos directores de murgas), sería «La Gaditana», integrada por andaluces, la primera agrupación de este tipo que hizo de modelo y fomentó la afición.
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Esto ocurría en Montevideo en 1909, según las crónicas. «La Gaditana» se presentó ese año en el Teatro San Felipe, situado en la calle Florida, entre San José y Soriano. Un año después, según manifiesta José Ministeri (Pepino), hicieron su aparición las primeras murgas uruguayas, como «Don Bochinche y Cía», que salía del Barrio del Cardón (ojo al nombre), o «Los Patos Cabreros», formada por gentes del barrio de la Aguada. Además del papel importante que jugaron los marinos gaditanos, tanto en Canarias como en Uruguay, digamos que también las compañías de zarzuela contribuyeron a propagar la moda de las murgas. Y no es casual que compañías como las de los Vélaseos, la de Julia Pons, la de Moncayo o Valentín González, actuaran por aquellos años, tanto en Tenerife como en Montevideo, con obras como «La Gran Vía», «Las Musas ladinas» o «El Pobre Balbuena», en las que aparecían conjuntos musicales de carácter cómico-satírico, muy en la línea de las murgas gaditanas. Ya hemos dicho que la murga nuestra se mueve en esa vía satírica y crítica de las chirigotas gaditanas, aunque en éstas no existe esa estructura o formación de banda, con sus filas de instrumentistas perfectamente alineadas, tras la caja o redoblante, bombo y platillos, que encabezan las tres columnas. Exactamente iguales a las uruguayas, no sólo en cuanto a formación,
número de componentes y esa estructura de remedo de banda municipal, sino también respecto de otras características, como las que siguen: a) El nombre.- Tanto en Canarias como en Uruguay se eligen para las murgas nombres disparatados y significativos, como «Los Amantes al Engrudo», «Adoquines Españoles», «Asaltantes con Patente», etc. b) Los integrantes.— Todos masculinos y en número superior a treinta. c) El disfraz.— Los murguistas salen siempre disfrazados de acuerdo con el lema de su espectáculo o tema musical de presentación. Se pintan la cara como los payasos o parodistas, con pinturas especiales que no queman. d) Las canciones.— Se utilizan melodías antiguas o de moda para cantar los textos críticos y humorísticos. El autor de la letra tiene que ser una persona «chispeante». Junto a la murga va el vendedor de los versos (que trabaja a comisión o porcentaje). e) Los ensayos.— Se realizan en los salones de clubs sociales. El director de canto los reúne en forma de semicírculo o herradura, quedando en un extremo la batería, y en la otra los carteles con las letras de los temas que se ensayan. f) Instrumentos.— Antiguamente la murga utilizaba instrumentos de lata: batería de cocina, asadera, palanganas, tapas de calderos para hacer los platillos, etc. Se usan de 24 a 25 instrumentos «ridículos» de hojalata, los cuales llevan una hojilla de papel de fumar que da sonido al «instrumento». Como ven hay muchas similitudes entre un tipo y otro de murga. No olvide-
mos que aún hoy, en Uruguay, se llama canarios a los campesinos. También lo del barrio del Cardón parece una buena pista.
Elfldio Alonso CLÍNICA DENTAL Luis V. Pavillard Caries Médico Estomatólogo PERIODONCIA. Enfermedades de las encías, ExAsistente a la UNIVERSIDAD DE BERNA (SUIZA). Teobaldo Power, 12-2° C Tfno.: 244110
O es que yo sepa mucha filología, a pesar de que ha sido mi especialidad universitaria y a eüa he dedicado buena parte de mi labor de modesta profesora, pero sé la sufi cíente como para no ignorar lo difícil que resulta andar por sus galerías, de no ser un buen cabuquero. Sabemos por el maestro Me~ néndez Pidal lo peliagudo que es andar los predios de la rama de la toponimia, la que, cuanto más luminosa y fácilmente atractiva parezca, más peligro tenemos en ella de equivocarnos. El fenómeno de la semejanza semántica, o la ultracorrección popular juega malas pasadas ai investigador que no pise con pies de plomo.
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El escudo de España, como todos sabemos, lleva uno o dos leones y uno o dos castillos, como emblemas de los antiguos reinos de León y de Castilla, tierra de castillos. Ahora bien, la ciudad de León no deriva su nombre de este animal, que en latín se dice leo y leonem en acusativo, caso del que se derivan la mayoría de nuestras palabras de origen latino, sino de la legión romana que allí acampó: la legio séptima gemina y de legio, cuyo acusativo es legionem, ha salido, por evolución, la voz León. Se trata de una ciudad y de un reino antiguo que deriva su nombre de legión y no de león, animal, pero eso se olvidó y hoy figura la arrogante fiera en el escudo de la ciudad y en el de España, en virtud de la hornonimia. Doy el ejemplo para advertir al paciente lector (suponiendo que me siga y lea, que ya es optimismo), cuan engañoso puede ser el origen de una voz. Al indicar Don Arquímedes Jiménez del Castillo en su f por lo demás, excelente artículo La aventura del agua que Igueste debe de escribirse con H, busqué un trabajo aparecido en este diario el 17 de abril de 1983, página 6, que guardé porque me pareció haber leído una sorprendente etimología del topónimo tinerfeño citado; ahora me lo encuentro firmado por el mismo señor Jiménez, al que no tengo el gusto de conocer, autor, también, según él afirma en otro artículo del 4 de noviembre de 1981, de una novela titulada La Carnada, asimismo desconocida por mí y que procuraré buscar. El artículo referido al topónimo Igueste se titula: ¿Igueste, Highest o Highgate? Parece ser que el profesor de inglés del señor Jiménez le aseguró que para él estaba clarísimo que la voz venia de la palabra inglesa highf que significa alto, con su aumentativo higher, más alto, o highest, el más alto (copio literalmente), lo que, por estar nuestros dos Iguestes, el de Candelaria y el de San Andrés, en altos lugares, convenía muy bien.
Efectivamente, como es sabido, la lengua inglesa, a igual que el latín, admite comparati vos y superlativos orgánicos en los adjetivos, de modo que high, higher, highest, signifi can: alto, más alto, altísimo (o el más alto de todos), voces que, al pronunciarse en inglés, se desvían de la pronunciación de Igueste, por supuesto. Supone entonces el señor Jiménez, en virtud del aval de su profesor, que vendría un pastor de cabras inglés a cuidar de las cabras de los rebaños de los dominicos de Candelaria, pues el valle iguestero fue donado por los Adelantados a los frailes para aprovechamiento de los mismos, así que el buen pastor diría a los frailecitos que los rebaños pastaban en «Highest of Candelaria» (omito lo de la posibilidad de que pudiera ser también en «Highgate of Candelaria» que se refería a «La puerta alta de Candelaria, obviamente, al Llano de las Lagunetas», etc., porque ya es demasiado y quiero ser respetuosa con el articulista y su profesor). Me imagino que el pastor inglés sería hombre andariego y que los frailecitos tenían extensos dominios, y que al ir al otro Igueste, algo lejano, diría que los rebaños pastaban en «Highest of San Andrés» (o Saint Andrew). El señor Jiménez piensa que el pastor tenía que ser un inglés, porque, conforme él escribe: «.ningún castellano de aquella época, caballeros villanos investidos del privilegio de infanzonía, se aviniese a desempeñar tan bajo oficio». Tengo la impresión de que el señor Jiménez cree que, a finales del XV, cuando se verificó la conquista, los castellanos a que él se refiere vivían en villas, puesto que los llama villanos y que tenían el privilegio de infanzones. El infanzón era un hidalgo con señorío limitado de tierras. A Canarias no vinieron muchos castellanos y los infanzones se quedaron en la Edad Media. A las Islas llegaron modestos an daluces y portugueses que, con los indígenas, cavaron la tierra, comenzaron a plantar ca-
ña de azúcar, que los primeros genoveses: Ponte, Riberoles y otros comerciantes navieros traficaban para la Península. Si el señor Jiménez leyera los libros de Repartimientos y Residencia, publicados por el Instituto de Estudios Canarios, vería qué clase de gente vino a la conquista. En la América de habla castellana se tiene una idea semejante del conquistador que allí llegó, pero la creencia de que éste era un hidalgo con casco brillante y lustrosa espada hay que cambiarla por la figura de una gente llena de trabajos, sucia, mal vestida casi siempre, llena de piojos y de algunas cosas peores y aun así todavía se admira uno al ver cómo alzaron aquellas ciudades en los Andes, por ejemplo, en condiciones infrahumanas. En Tenerife los pastores eran los guanches, porque no todos se extinguieron, y algún andaluz o portugués pobre; los ingleses del XVI eran grandes piratas, como Francis Drake, el cual saqueaba barcos y puertos españoles, como el de Las Palmas en 1595, o mercaderes de azúcar, tipo Thomas Mchols. Más tarde llegaron un marino traficante, como George Glas, que vivió en el XVIII, y todos esos ingleses e irlandeses del Puerto de la Cruz, gente ilustrada, alguna de ella, traficantes de nuestro antiguo malvasía, que hispanizaron sus apellidos después. Un pastor de cabras inglés, mientras el señor Jiménez no lo halle documentado,, se nos atraganta diciendo a los pobres frailes, que no debían saber la lengua de Shakespeare: «I am going to highest of Candelaria», un día, y otro: «to highest of San Andrés». Un topónimo para formarse requiere un proceso muy laborioso, mucho más que el de ese hipotético inglés que se inventa, con la natural buena fe de la criatura ajena a las endiabladas cuestiones lingüísticas, el señor Jiménez. La toponimia es parte difícil de la lingüística y, por cierto, muy perdurable; es lo que suele pervivir de los pueblos indígenas en el terreno de la lengua. Lo que a mí me maravilla de] señor Jiménez es que, aparte la hipótesis del inglés, escriba esto: «En otro orden de ideas, soy capaz de afirmar que Higueste no es nombre guanche». ¡Pasmoso, señor Jiménez, pasmoso! ¿Cómo lo sabe? Respecto a la H, dice el señor
Jiménez que con ella está escrito el topónimo en el XIX. No lo dudo. La h se pone por ortografía insegura desde el siglo XVI, en que no se ha fijado todavía. En las datas de Tenerife aparecen palabras como orden, o el imperfecto era, con h y hoy mismo, en un importante diario madrileño, he visto la pala bra ilación con h e incluso a usted mismo se le puede escapar un echo, del verbo echar, escrito con h, por confusión con hecho, del verbo hacer, así que ver escrito en el XIX Igueste con h carece de importancia. Sin h aparece en Viera y Clavijo. Lingüistas como Berthelot y Wblfel'lo escriben sin h. Entre las muchas cosas que ignoro están las lenguas semitas; no conozco, por supuesto, el berebere, de donde parece proceder la problemática lengua guanche. La voz Igueste se parece a Tegueste, que sí es guanche, pero es que Igueste también debe de serlo: en el libro de los Orígenes de Nuestra Señora de Candelaria, del P. Espinosa, quien escribe entre 1585-90 (acaso antes), en la edición de la Imprenta Isleña, 1848, pág. 30, o en la más asequible de Goya Ediciones, 1952, pág. 61, se lee el nombre de Igueste; es decir, se cuenta previamente que la Virgen apareció en 1400 al pueblo guanche del reino de Güímar, que los pastores dan cuenta del hecho a su rey y éste se reúne en el Tagoror con sus vasallos para tratar del acontecimiento, del que da cuenta a los reyes comarcanos; allí reside la Virgen, ofreciéndosele las más hermosas cabras de su rebaño y escribe Espinosa: «Y el rey le señaló término particular, que llaman Igueste, donde se apacentase este ganado, con pena de muerte que ninguno llegase a él». El topónimo Igueste, existe, por tanto, en época guanche, antes de le conquisto de Tenerife por Don Alonso de Lugo y antes de que llegara el posible inglés. Listos son los hijos de la rubia Albión, pero, aunque va a costar mucho echarlos de Gibraltar, si es que lo dejan, no creo que ningún «mister» cabrero se adelantase «to highest of Candelaria» a la mismísima llegada de la milagrosa imagen, de la cual me ocuparé en otro momento, con toda circunspección, por ser materia delicada.
María Rosa Alonso
Temas isleños
La Palma, isla marinera A isla de La Palma siempre ha tenido latir de velas marineras en sus aguas. En su costa, siempre la presencia grata de un aletear de foques y cangrejas —de sencillas velas latinas— como en recuerdo de aquellos bergantines, fragatas y bricbarcas, que en sus playas tomaron forma y nacieron a la mar ancha, alta y libre. Los pinos de La Palma se hicieron quillas audaces, cuadernas firmes, soportes de altas pirámides de velas y, como homenaje a nombres sonoros y bien recordados —«La Fama», «La Verdad», «Bella Palmera», «Ninfa de los Mares», «Orotava», etc.— hace unas semanas por Santa Cruz de La Palma el bricbarca «Sea Cloud», un hermoso y fino cuatro palos que, a la sombra del Risco de la Concepción —allí donde la Caldereta pone sus amplias resonancias marineras— lanzó al aire palos, masteleros y mastelerillos, toda la jarcia velera tan honda y querida en aquella isla del buen y bien hacer marínelo. En la imagen, el «Sea Cloud» en aguas palmeras, en las mismas en que, con los nombres citados, suenan y se recuerdan otros. Desde la «Pamir» —que siempre evocó con los recuerdos que de ella tenía el buen don Guarino— a la «Calatea» española, al siempre nuevo «Juan Sebastián de Elcano», a la «Gorch Fock» alemana, a... ¿para qué seguir? La Palma, con verdadero sentir marinero, vi-
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vió la estadía del «Sea Cloud» y, desde luego, sintió hondo —muy hondo— aquel pasado que tanto significó para su desarrollo económico en todos los órdenes. Una vez más, velas blancas y estampas estilizadas en las aguas de la isla de la Caldera de Taburiente. Allí, con resonar de siglos y de soles volvía un pasado que, nunca olvidado, está en el evocar de todos los que, como buenos isleños/tienen y mantienen que la mar es siempre presente y que por ella —camino sin linderos— le ha llegado, llega y llegará, cuanto significa en el amplio concierto de todo el archipiélago. Con las velas desplegadas del «Sea Cloud», toda una buena tradición en aguas palmeras. En ellas, una vez más, cantó el viento de Canarias; en ellas, una vez más, el recuerdo de tiempos que fueron, de aquellos tiempos de los barcos que, blancos de velas abiertas, iban y venían por toda la mar de las Islas. Las voces ardientes del litoral de La Pahua saludaron al buen velero que, con palos de mucha guinda, puso su estampa gallarda y fina —estampa muy marinera- junto a las gaviotas que, con vuelo de flechas, rayaban el cielo. El «Sea Cloud», que navegaba con facilidad y felicidad, era la evocación, el recuerdo de los que, en los frescos rumores del día, nacieron a la mar palmera- a la mar del mundo todo— para ha-
El bricbarca «Sea Cloud», en aguas de Santa Cruz de La Palma cer la carrera de las Américas. En La Palma, isla que tiene música en los árboles y un aire lleno de sonrisas, la estampa del «Sea Cloud» llegó y zarpó rompiendo la mar —la siempre tierna corteza de la mar— bajo un cielo azul que, tierra adentro, daba a los campos su gracia alborazada de gloria. En la
isla que siempre atesoró tesón, firmeza y voluntad, la fina estampa marinera de uno de los pocos veleros que, en aguas del mundo, hace llegar al alma de los buenos marinos todo un resonar de estrellas, todo un resonar de velas. Juan A. Padrón Albornoz
DOCTOR MARTÍNEZ CALVO COMUNICA A SUS PACIENTES QUE SU CONSULTA A SIDO TRASLADADA A LA URBANIZACIÓN AGÜERE CALLE N° 15 TEÑOS. 258067 - 253432