EL DÍA
Santa Cruz de antaño hace cien años
DIARIO INDEPENDIENTE DE LA MAÑANA
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DÍA
las cLirmas M
ISIÁ Genoveva, hija de un emigrante italiano que naufragó frente al Golfo de Nápoles, casó con el mayordomo de un carguero español que cubría la ruta Tenerife; La Guayra y La Habana.. En Santa Cruz de Te nerife se abastecía de carbón, agua, víveres frescos e izando velas de ayuda desaparecía en el horizonte. En La Guayra descargaba algunos toneles de vino mal v así a de Icod para los ricachones caraqueños. En La Habana tomaba tabaco en rama, azúcar morena sin refinar y barricas de ron (aguardiente de caña). El llamado «papelón»
Las musas es, o era, una especie de rapadura de unos dos palmos de punta a tronco. La vida en Santa Cruz de Tenerife se deslizaba felizmente: invierno tibio y sereno, y verano frescachón. En los montes, sin fieras ni alimañas, eran dueños absolutos los jilgueros, capirotes y canarios de pura cepa. La vida social era un ejemplo digno de admirar. Muchas agrupaciones de músicos, poetas y cantores. Las damas en
sus hogares agujas en mano confeccionando complicados encajes y lucillos después en los bailes de los casinos y fiestas benéficas./'':, , v " ..' :. •' ....' A falta de otros entretenimientos caseros, las damiselas eran grandes lectores y sabían más Mitología que los actuales «dotores» universitarios.1 Ya estoy pasado de moda, pero la memoria en cuanto percibe el más tenue contacto ideológico se aferra a las deidades. Veamos: Cada una de las deidades
que según la fábula habitaban presididas por Apolo en el Parnaso y protegían las Ciencias y las Artes lobremente especialmente la Poesía. Su número es variado en la Mitología, pero más ordinariamente se creyó que era que eran nueve: Euter pe (Poesía amorosa), Caiíope (Epopeya), Clio (Historia), Ter sícore (Danza) y Uriano (Astronomía). * Cuando las Musas se alteran yo soy víctima de ellas. Canturreo por todo lo bajo en tono do mayor y voz de bajo profundo para ahuyentar a las brujas...
Miguel Borges Salas
Temas isleños
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La última escala de la «Presidente
Redondel de los días
Sarmiento»
Gandelaria'83
E
STA tarde, y un año más, Candelaria revivirá el encuentro de la Señora del Mar a los guanches, una ceremonia pia dosa, ingenua y popular, un auto mariano sin palabras y sin concesiones a la ternura lírica de este tipo de celebraciones, un misterio sencillo, porque ocurre al lado del mar, que hace ingenuos a quienes lo contemplan lo mismo que a quienes lo interpretan. Candelaria, en su fiesta de agosto, es una cita obligada de la fe y de la tradición que se visten, casi siempre, de atuendos sencillos, como la misma memoria de las gentes que perpetúan los hechos y los convierten en historia. La incuestionada devoción de Candelaria, que llevó a la construcción de la aparatosa basílica donde recibe culto la Virgen, que decoró los altos testeros con obras excelsas de Aguiar y dos magníficos paisajes de Martín González, que enriquece día a día el patrimonio devocional de este templo, metió al Ayuntamiento en un ambicioso programa de ordenación de la plaza, uno de los rincones menos felices de ese hermoso pueblo marinero. El reto de los técnicos que ganaron el concurso y asumieron el encargo será juzgado en la conclusión y corre el riesgo, como los guanches y la fuente, como la misma basílica, de integrarse en la costumbre visual y de quedar, mal o bien, para los tiempos de los tiempos. Guando decimos a los tinerfeños algo de la Basílica tenemos que medir palabras y tono. No habrá nadie que justifique estéticamente el lujoso y des medido pastiche, pero tampoco nadie lo criticará abiertamente y es que ahí juega, además del sentido piadoso del lugar, la costumbre de haberlo visto crecer y provocar con su insolencia de merengada la recia estampa del litoral tinerfeño. Ante realidades como esas, ahí es tá y estará la Basílica y sólo a niveles interiores y con elementos decorativos pueden aliviarse los despropósitos —ojalá que todo vaya en la línea de las encáusticas del gomero José Aguiar— los técnicos parten con graves inconvenientes de proyección y sólo un tiento exquisito les puede llevar al
acierto relativo, que es, valga la redundancia, la relativa suavización de los despropósitos del entorno. En este año de 1983 los peregrinos a Candelaria soportarán los inconvenientes de una plaza en obras. Quizás en 1984 habrán agradecido estas obras y Candelaria, además de un centro de fe, pueda ser cuando menos un lugar medianamente salvado para la vista y el solaz.
Luis Ortega
N el puerto de Santa Cruz de Tenerife, la f r a g a t a Libertad -buque-escuela de la Marina de Guerra argentina— lanza al aire las flechas agudas de sus tres palos y, engallado, el bauprés que parece desafiar a toda la mar. La fragata Libertad nos trae la evocación, el buen recuerdo que en estas aguas dejó la Presidente Sarmiento. Fueron años y años de ir y venir —siempre con la escala en Santa Cruz, como aún lo hace el Juan Sebastián de Elcano y la Danmark— y, así, pronto prendió en la ciudad marinera el cariño y afecto por la fragata que, siempre blanca de velas abiertas, llegaba para sestear a la sombra del recio macizo de Anaga, donde hoy lo hace la Libertad y, en años idos, lo hizo el crucero La Argentina. Dos fechas —29 de septiem bre de 1904 y 28 de septiembre de 1938— señalan en el puerto
de Santa Cruz de Tenerife la ligazón, la trayectoria de la fragata argentina que, llena de historia y recuerdos, se conserva como museo naval en Tigre, cerca de Buenos Aires. Por Santa Cruz de Tenerife, la Sarmiento recaló en muchas ocasiones. Cuando, el 12 dejunio de 1930 —y al mando del capitán de navio Martín Aranda— entraba en puerto, sobre ella voló un trimotor de la Cías sa que, con pasajeros y correspondencia, venía de Madrid, Larache, Casablanca, Cabo Jubi y Gando. Por Santa Cruz, la Presidente Sarmiento vino en muchas ocasiones —el 23 de octubre de 1935 llegó conduciendo los restos de O'Brien— y, siempre, fue bien recibida y agasajada. No en vano, recién finalizada la guerra hispanoamericana, fue ella la que, nueva y flamante, llegó a España con el mensaje de recuerdo y consuelo de la nación hermana, de la nación que había contribuido a la construcción y regalo del crucero Río de la Plata a la Armada española.
Aquel gesto espiritual de la Marina argentina estuvo a cargo de la Presidente Sarmiento que, en aquel memorable crucero de instrucción, trajo a aguas españolas —a toda una nación dolorida— el mensaje cálido de la hermandad. España supo comprender la misión de la fragata que daba al viento el pabellón hermano. Y fue misión aquella de la Sarmiento que, por su significación, caló —y hondo— en el corazón, en el querer y sentir de toda España. Por entonces, con este mensaje de consuelo que llegó a nuestra Patria, en Buenos Aires —en la Argentina fraterna— el crucero Río de la Plata recibió su bandera de combate ofrecida y bordada por mujeres de la nación que tanto significa para todos los españoles. En la imagen, la Presidente Sarmiento cuando, el 3 de octubre de 1938, se despidió para siempre del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Había llegado el 28 y, entre su oficialidad, venía un teniente de fragata ve-
nezolano, Wolfgang Enrique Larrazábal, que años más tarde fue presidente de la Junta de Gobierno que se formó tras la caída de Pérez Jiménez. En aquella su última escala, la fragata Presidente Sarmiento embarcó en Santa Cruz de Tenerife a dos subditos argentinos —Afelio Marrero Marrero y Daniel de Castro García— que marchaban a su país para cum plir el servicio militar. Luego, blanca de velas abiertas y con los negros y espesos penachos de sus dos chimeneas sobre la estela, se perdió de vista rumbo al Sur, hacia Buenos Aires, último puerto de su vida en la mar alta y libre, que no en la remansada y tranquila de Tigre donde —con legítimo orgullo— la fragata, antigua amiga de Santa Cruz de Tenerife, lanza al aire la gracia de sus palos, al igual que ahora, y a la sombra de Anaga, lo hace la Libertad.
Juan A. Padrón Albornoz
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