LOS ANTIGUOS ALMACENES DE RUIZ Y ARTEAGA

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EZCLA de veleros y vapores en el corto Muelle Sur y fondeo. Gabarras carboneras y remolcadores y, en el centro de la imagen, la estampa gallardísima de un mixto de vela y vapor que, por la finura de sus líneas marineras —proa de violín, popa de espejo, tres palos con aparejo de bricbarca y chimenea en caída entre el trinquete y el mayor-— parece se trataba de un gran yate de recreo. Fuera de puntas y en fondeo, la silueta fácilmente reconocible del «Galeka» —o uno de sus gemelos— de la UnionCastle Line, todos ellos en el «Mail service» a puertos de África del Sur. El cielo de muchos años se apoya en la antigua imagen de la buena ciudad marinera de siempre. Ahí, en primer término, los almacenes de don José Ruiz y Arteaga bajo un azul plácido y blando y, a la derecha, a la sombra leve de la farola, el desembarcadero de «los platillos», el pescante de hierro y las cargas humildes, tesoros sencillos que llegaban a tierra a través del «tren de lanchas». En la antigua imagen de Santa Cruz parece se escucha un si- En la construcción de los almacenes de don José Ruiz de Arteaga —proyectados por don José Tkrquis Soria— por vez primera se utilizó en esta capital el hierro en la estructura de un edificio lencio de altura, de las cumbres solitarias de Anaga que daban su buena y fresca sombra a los vapores en fondeo y que, siempre proa al tiempo reinante, hacían consumo, refrescaban la aguada y embarcaban víveres frescos. Estas mismas cumbres solitarias eran las que, por La Altura y La Jurada, dieron piedra —siempre buena piedra de primera— para hacer la escollera del Muelle del pasado, buscamos el recuer- macenes construidos para abas- daban a vapor, los que llegaban Los ya viejos almacenes fueSur; años más tarde, nueva can- do del basto bregar y el basto ga- tecer a los veleros y vapores que moliendo espumas y rompiendo ron testigos del crecimiento de la tera —o pedrera en nuestro isle- nar, los del carbón que pesaba en a Santa Cruz llegaban, cabe pre- mares al ritmo cansino de sus al- ciudad y el puerto. Vieron desaño decir— rompió los flancos de las hondas calas de las gabarras, guntarnos qué se hizo de la gra- ternativas de triple expansión; parecer la pétrea estampa del las montañas allá por Jagua y, los de los hombres de párpados cia de las arboladuras y la alti- eran, en fin, los que, con férreo castillo de San Cristóbal, la con la piedra que allí brotó, bien inflamados por el polvillo de las vez de las chimeneas de antaño. escapar de cadenas por los esco- construcción de la Avenida Mase cimentó la Dársena Pesquera. faenas de relleno de carboneras Volvemos a los cascos finos y bones, daban fondo, se aproaban rítima, el derribo de la antigua Soledad y calma, silencio y en mar abierta. Y, con estos re- elegantes —cascos escualos y al tiempo reinante y, pronto, que- Aduana, allá por la calle de la grandeza sencilla entre el bulli- cuerdos, aquellos de cuando en cuchillos— que nacieron en las daban envueltos en nube de ne- Caleta. Vieron cómo al desemcio de la ciudad que, frente a la Santa Cruz aún había campo li- playas santacruceras para, blan- gro polvillo de carbón gales. barcadero de «los platillos» lo mar, tenía —y tiene— el valle de bre, verde y vivo; eran los cam- cos de velas abiertas, unirse a la adornaron, por 1913, con la graLos almacenes de don José verdor y plata de la centenaria pos en los que se heríala tierra noria del ir y venir del salpreso cia metálica de la marquesina. Ruiz de Arteaga suministraban Alameda del Muelle. Así, tran- con el arado y la semilla caía en- y el vivero o, también, arrumbar Vieron cómo desaparecieron los quila y por paradoja llena de bu- tre los surcos acompañada de al Caribe ardiente y huracanado de todo a los barcos con necesiantiguos cañoneros de apostadedad de ello. No sólo eran los víllicio, era la entrada de Santa una oración sencilla y profunda- de Arciniegas. ro —«Marqués de Molins», Cruz, la ciudad que, hacia arri- mente sentida. Fue don José Tarquis Soria — veres de todo tipo y calidad lo «Infanta Eulalia», etc.— y, tras que se embarcaban, eran tamba, tenía plazas sencillas —de la Cuando se construyeron los al- aparejador y técnico de Obras Iglesia, de San Francisco y de la macenes de Ruiz y Arteaga, la Públicas— el autor del proyecto bién efectos navales, cabullería, la etapa larga en años del «InfanConstitución— mientras que en isla de Tenerife —como todas las de los almacenes que, en la par- aparejos, pinturas, minio, velas, ta Isabel», llegaron las estampas las del Príncipe y Weyler, con el del Archipiélago— aún vivía la te baja, albergaban una casa de etc., lo que de allí salía para los graciosas y aún bien recordadas verde acompasado de los laure- euforia del cultivo y exportación baños. «La construcción consta- barcos que los necesitaban y, de los «Lauria», «Laya» y «Recalde». les de Indias bien cantaba el cris- de la cochinilla, producto que, ya ba de dos plantas -—dice María también, para los que reparaban Los almacenes de don José tal de plata y oro del agua. a flote o varados en los pequeHernández en la década de los años 80 del Candelaria Hace sólo cinco años, María pasado siglo, inició el declive, la Rodríguez—; la alta, a ras del ños varaderos —Hamilton y Ei- Ruiz de Arteaga se hermanaron Candelaria Hernández Rodrí- crisis que llevaría a su desapari- muelle, estaba destinada a la der Dempster— que se abrían en con los barcos de una marina guez presentó en la Universidad ción de entre los productos que venta de efectos navales y otras las playas de San Antonio y Los casi romántica, con los que — de La Laguna su memoria de Li- la isla exportaba. dando al aire la obra viva de sus mercancías, prestando un buen Melones. cenciatura. Con el título de «La Pero, por entonces, ya la in- servicio a la navegación por Arquitectura del hierro en Tene- dustria de la pesca —tanto la de cuanto allí podía encontrarse J rife», es obra que bien merece su bajura como la de altura— había todo lo necesario para la reparaedición por alguna entidad insu- vuelto a tomar incremento e im- ción de buques. En la parte baja lar pues, en sus páginas, la auto- portancia en la economía isleña. se establecía una casa de baños ra anota y bien refleja el comien- En su «Historia de Santa Cruz», denominada «Las Delicias». Con zo de una etapa en la construc- Alejandro Cioranescu escribió: un total de 27 cuartos podían toción isleña y, en especial, la sig«En 1838 se había fundado en marse no sólo baños del mar sino nificación de este edificio de don Santa Cruz una Sociedad de Te- también de tina, dotados éstos de José Ruiz de Arteaga. í ¿i: nerife para la Pesca del Salado, una tina de mármol con llaves de «En la temprana fecha de 1868 sociedad anónima por acciones, agua fría y caliente». —escribe María Candelaria con un capital inicial de 10.000 En la calle adoquinada, antiHernández-— aparece en esta ca- pesos, que aumentó rápidamen- guos faroles y, con los carros de pital el hierro en la estructura de te hasta 406.500 reales vellón, muías, la vía de las primeras loSELECCIONARA un edificio. Se trata de los alma- suscritos por 68 socios. Fabricó comotoras —la «Añaza» y sus secenes de efectos navales que don dos navios, el «Teide» y el «Tin- guidoras, todas empenachadas y A través de su Departamento de José Ruiz Arteaga construye en guaro», que faenaron en las traqueteantes— que, con sus piel puerto, situados en la parte iz- aguas africanas». tazos más alegres y profundos, Recursos Humanos, para importante quierda de entrada del mismo. La ciudad de Santa Cruz cre- como un pequeño terremoto lleHolding de Distribución de productos Nos encontramos ante una cons- cía, se transformaba —en julio gaban desde la cantera de La Jude alimentación y bebidas trucción cimentada sobre colum- de 1853 el francés Deloffre puso rada y, tras dejar atrás la antigua nas de hierro que se hunden en en marcha la primera máquina carretera de San Andrés, cruzael mar. La documentación que de vapor traída a Canarias— y, ban frente a los almacenes de SUPERVISOR DE VENTAS sobre esta edificación ha llega- con lentitud, el muelle aumenta- Ruiz y Arteaga. Con las vagonedo hasta nuestros días es escasa, ba su línea de atraque. Iba tam- tas bien cargadas de piedra de (para Santa Cruz de Tenerife) sin que podamos saber si dicho bién a más el número de vapo- primera, seguían Muelle Sur El puesto está pensado para un profesional intromaterial se extendía a otras par- res que recalaban para, fondea- abajo y, al llegar a la vieja* «Tiducido en el sector, dispuesto a conducir un equipo estes del edificio. Es probable que dos, hacer relleno de carboneras tán», ésta se encargaba de izar y pecializado en ventas, promoción y merchandising. el uso del hierro sólo se limitara y refrescar la aguada con el buen verter, una a una, las vagonetas, La empresa en plena expansión, brinda reales poa las columnas si tenemos en agua de los nacientes de Agui- cuyas cargas cimentaban la línea sibilidades de progreso salarial y profesional, semana cuenta la fecha. No obstante, es rre. Tal era la fama del agua de de atraque que crecía y crecía. laboral de lunes a viernes, agradable ambiente de traun dato importante que podría dichos nacientes —fama de que Así, tal y como la muestra el bajo y un importante nivel de remuneración. explicarnos la posterior expan- no se corrompía en los tanques antiguo documento gráfico, era sión del hierro en la isla, a la que ni pipería— que, anualmente, y Santa Cruz de Tenerife, la bueSE GARANTIZA ABSOLUTA CONFIDENCIALIDAD coopera la representación, por siempre en flotillas, por Santa na ciudad marinera. Era ciudad parte de su propietario, de una Cruz recalaban los balleneros de con estrépito de ruedas y cascos Interesados enviar curriculum, dos fotografías reimportante casa fundidora sevi- New Bedford, Vineyard y Nan- herrados, ciudad con caserones cientes tamaño carnet y teléfono de contacto, citanllana, la de los señores Pérez tucket, para embarcarla antes de entibiados por el sol, ciudad de do la ref.: SVT.09.87. Hermanos». seguir a los océanos Indico y Pa- corazón abierto e inquieto, de Cierre de recepción de correspondencia: 21-09-87. Aquí, en la antigua y buena es- cífico. bondad activa e inagotable. A tampa, buscamos cada memoria A la vista de los antiguos al- ella llegaban los barcos que an-

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Los antiguos almacenes de Ruiz y Arteaga

lastradas— trillaron con monótona constancia la línea de Santa Cruz, siempre puerto de cabecera, punto de partida o llegada, o de simple y sencilla escala para hacer consumo y la aguada. Y, desde luego, hacer provisiones en los almacenes que se alzaban a la vera de la mar, en el mismo filo de la ola. Un año antes de la Primera Guerra Mundial, los hijos de don José Ruiz de Arteaga realizaron una importante ampliación de los almaqenes. Fueron unos cuarenta los metros ganados hacia el mar, lo que permitió toda una serie de mejoras que, al mismo tiempo, significaron un también mucho mejor servicio a los clientes. Y, hasta el final de sus días bien lució y destacó la obra que, por don José Ruiz de Arteaga, fue encargada a don José Tarquis Soria. Tras el derribo, ganó en amplitud aquella zona de entrada al Muelle Sur y, por la antigua playa, se construyó una zona ajardinada que, un día del Carmen —creo fue en 1939— ardió al incendiarse unos residuos de petróleo que flotaban en el agua. La entrada al Muelle de Ribera y la Avenida de Anaga terminaron con lo poco que recordaba los antiguos almacenes y, también, la rambla de Sol y Ortega. Con los rellenos se fue para siempre el «muellito del carbón» y la «playa de la frescura» que, a la sombra del antiguo castillo de San Pedro —luego cuartel del Grupo de Ingenieros— se abrían a la mar remansada al redoso del Muelle Sur. En la antigua y entrañable imagen de los almacenes y la zona portuaria donde la ciudad se hermana con la mar, Santa Cruz nos llega con toda la dulzura de la melancolía infinita e indefinida. En ella hay recuerdos que se grabaron proftindamente en muchos corazones, recuerdos que llegan como dilatadas serenidades, como el agua mansa de la lluvia. Por estas aguas cruzaron los que buscaban islas nuevas, tierras nuevas de nuevos continentes, todos los que mudaron la figura e imagen de la Tierra. Luego llegaron los vapores empenachados, los que andaban a carbón y dejaban estelas de espumas rotas; aumentaron las gabarras carboneras y, en tierra, a la misma vera de la mar se alzaron los almacenes de Ruiz de Arteaga, todo un hito en el desarrollo de la ciudad y su puerto.

Juan A. Padrón Albornoz

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