¿t li)ren*d. del domingo
DÍA
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Los antiguos miradores, todo un vidrio de ilusión ble. Era aquel un mirador al que siempre imaginé especialmente hecho para el descanso en aquellas tardes de domingo —tristes y plenas de nostalgias— mientras, mar afuera, un velero, blanco de velas abiertas, rompía la sublime rectitud del horizonte. El amplio caserón tenía rojez y elegancia de tejas canarias. En el alto mirador, y sobre ellas, uno se asomaba a una soledad alta, a todo un amplio silencio humano. Bajo la nube de las tejas —aquellas humildes tejas con gracia y elegancia— había un amontonamiento de antiguo barrio que, para nuestros pocos años, tenía dos aspectos: cortada sobre el cielo de oro del ocaso, la torre de piedra de la vieja torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción con ese su aire de todos los tiempos. Eran aires idos para siempre, aires entonces actuales y que, desde luego, ya anunciaban los que hoy sentimos, los que sentirán las generaciones que sigan nuestro camino por los amplios senderos para la vida. Frente, azul y blanca de olas, la mar de la mañana pintada de barcos, el diario regalo del Atlántico al puerto que crecía y crecía, puerto que, en la actualidad, bien se extiende desde casi San Andrés al fondeadero de La Hondura. , ' **l viejo mirador —que desde hace años }-^^s--^ra toHn 11T1 aislamiento voluntario. en-
contrar una libertad aún no perdida, libertad de niño para quien lo irreal era real, niño para el que lo conocido era desconocido. El mirador, a la sombra de la antigua y siempre presente torre, de la Concepción, era como un vidrio de ilusión. ¿Quiénes vivían en aquellas casas vistas desde lo alto? No lo sabía y nunca lo supe. Allí estaban, con sus patios que eran verdaderos corazones de sol y verde, patios un tanto húmedos que reflejaban —ahora así me lo parece— los tiempos en los que aquellas casas resonaban de vida y novedad. Si ahora recuerdo aquel mi viejo mirador —también a las casonas con gárgolas que parecían gatos petrificados— es a la vista de algunos de los muy pocos que, ciego ya, alza su anacrónica estampa en la ciudad de ayer, de hoy y de siempre. Los miradores eran, en años idos, alegría mañanera, soledad en las tardes de cristales rotos y, a todas horas, silencio humano. Hoy son, en fin, parte de la antigua y buena ciudad en la que nacimos, somos y seguimos, ilu- Por la plaza de la Iglesia —a la sombra de la torre de la Concepción— los miradores miraban sión eterna que dura un soplo en a la mar alta y libre la imaginación mortal e indiviLo que queda de la antigua y dual, que no en la de las generaDesde allí se buscaba —bien ros en ver romper en la playa las ciones ejemplares —siempre lo sé— soledad y calma, grande- olas con luz de aurora. Más tar- buena plaza ya no se llena, como presentes— que nos predeceaie- za y silencio. Algo que apenas de, en el sopor de la siesta, los antaño, con la algazara de voces una plaza que, pewS^^j, JJ miradores dormían al sol; la mar nuevas que, apagadas, llegaban ron y de las que nos seguirán. existe en las ciudades de hoy. años, aún guarda recuerdos y En los miradores el alma se Desde los antiguos miradores mecía entonces diamantería de al viejo mirador que aún estaba ecos de un pasado que, por paiba, en las tardes tranquilas asistíamos a cuando por el hori- olas soleadas y, al llegar la tarde y permanecía —casi altivo— a la radoja, es presente vivo, palpa—en aquellas en las que el aire zonte comenzaba la iluminación tranquila, abría sus frescos aba- sombra de la centenaria torre de se dormía encantado— y en su de las pupilas azules. Horas más nicos de plata mientras, en el si- la iglesia de Nuestra Señora de barco de paz y silencio cruzaba tarde, los patios parecían aumen- lencio solitario del lejano hori- la Concepción. Aquel era el moel horizonte. Se iba en busca de tar sus rojos y verdes —todos sus zonte, surgía poco a poco una mento, sublime, en el que la plasueños lejanos, a un vivir en tie- oros— en la vuelta al silencio, al fragata que —con todo el trapo za casi quedaba en sombra, el rras bellas —desconocida&4Lpi]e= -retiro leate^-y^bien mantenían, largo— se dejaba llevar por la li- momento en el que los caserones sentidas— las más atrevidas fan- callaos con color y calor de las mosna de la brisa. —que ya no son— daban piadotasías. Hoy los miradores están cie- sa muerte al sol de la tarde. playas que fueron. En la actualidad, de nada sir- gos. Hoy no tienen donde posar Y era entonces cuando, lleno EL ALTO MIRADOR ven los antiguos miradores que sus antes atentas miradas. Los de inexplicables nostalgias, pe—muy pocos ya— con pena in- pocos que quedan están solos en saba y dolía el corazón, como Vistas desde lo alto, las ven- finita se alzan a la sombra de ver- el viento y la lluvia, solos bajo duele y pesa hoy cuando —al patanas y las puertas ponían sus no- ticales paredes de muerto y frío el sol y la brisa, solos en la anti- sar de los años— miramos hacia tas de color en las fachadas ba- cemento y cristal. gua ciudad que fue y que, por atrás y, como entonces, contemñadas —acariciadas— por la plamos el cristal de llamas de la En años idos para siempre, paradoja, es y siempre será. sombra verdinegra de palmeras, bajo la arboleda gris y cobre Aquellos miradores fueron so- gloria del ocaso. laureles de Indias y la lanza ve- —la perennidad de la hoja que no Hoy, como ayer, se abren soledad alta, silencio humano, el getal de la hermosa y esbelta se seca, que no se muere— los bre la tierra amarga los parterres araucaria, hermana gemela de la callaos con rumor de playa y co- mismo que ahora, con muy di- en flor que, en suénelo, acogen ferente sentir y soñar, en ellos se que se alzaba y adornaba a la del lor de agua. A lo largo de todo el busto del inolvidable Padre Príncipe, justo frente a la senci- el redondo horizonte del mira- vive y respira. Ya no ofrecen Luis que, desde hace pocos años, —como antaño hacían— la fronlla espadaña de la capilla fran- dor, las nubes encrespadas que da de paz y en paz del corazón duerme para siempre a la somciscana. bien lucían sus cimas informes, de la ciudad, el espectáculo de bra grata y fresca de la antigua Así vi la antigua plaza desde cimas en las que el sol reflejaba parroquia que, con su alta torre, el alto y también antiguo mira- su maravillosa sucesión crepues- la mar en siesta al redoso del es —con la de San FranciscoMuelle Sur y la siesta amplia de dor. Así la vieron todos los que, cular de ópalos. verdadero símbolo de nuestra anlos barcos en fondeo. antes que yo, por allí pasaron. tigua y muy querida ciudad. Todos los miradores de Santa Con la fuerza nueva de lo vieEntonces se buscaba toda una Cruz de Tenerife se abrían a las Sobre los grandes y copudos canción de colores en la tarde azules e infinitas huertas de la jo volvemos a la antigua plaza, laureles de Indias, ya no se tranquila e indolente. Buscaban mar alta y libre. Aquellos mira- aquella en la que se alzó el mi- amontona, como antaño, la som—buscaba también yo— la últi- dores eran el palco, magnífico, rador de años de pequenez. Ya bra espesa y fresca. Pero, sobre La antigua calle de San Francisco, cuya trasera —hacia la de la ma y suspiradora brisa de la tar- que las casas de entonces dispo- no llega allí el antes rumoroso la centenaria cruz que se alzó en Marina— se adornaba con altos miradores sobre las playas y de, la que desde siempre endul- nían para el espectáculo maravi- cantar de la mar en los callaos la plaza de la Pila —o Real, si por la trasera de la calle de la Capuertos za la puesta de sol. lloso del puerto en movimiento leta y los antiguos almacenes se prefiere— siguen cayendo, constante. Allí, los vapores em- carboneros de Cory. Tampoco lentas, las lágrimas sonoras de penachados de humo; los carbo- está la piedra y el verde vivo del las viejas campanas. neros tiznados y retiznados, los viejo jardín que —como recorCrece la paz en la plaza en trasatlánticos siempre apresura- tado de una lámina antigua— sombras y, sobre donde se alzó dos —«verdinos», «mamarias», crecía a la sombra de los edifi- la casa del antiguo mirador «mamarias de cruceta», «cas- cios que albergaban a las tres fá- —aquel que daba sus frentes al tros», «franceses blancos», «ale- bricas de tabacos que allí crea- naciente y al poniente— la noche manes de la tropa», etc.— y, con ron don Manuel Herrera, don enciende un lucero en las ascuas los fruteros del cabotaje, los que Fernando Franquet y don Juan de un crepúsculo morado. Pérez de Rozas, 19 hacían líneas regulares con puerJuan A. Padrón Albornoz T]ho.:280860 tos europeos, los inolvidables Padrón Anceaume. Importador directo Santa Cruz de Tenerife «tres palos» de la Yeoward Brotde alfombras. hers, los de las navieras For¿Te preocupa tu futuro? wood, Ótto Thoresen y Oldemburguesa. Oposiciones 1989-90 A los altos miradores llegaba j uu j Iniciamos el 18 de Septiembre la preparación de las siguientes oposiciones: el constante sonar de la campana de la atalaya del castillo de SIN TITULO NIVEL BUP San Cristóbal. Los vapores y ve• Agentes Judiciales • Administrativos Estado y Seguridad Social leros —unos «de abajo» y otros • Oficiales Justicia NIVEL GRADUADO ESCOLAR «de arriba»— eran señalados por • Administrativos Ayuntamiento Madrid • Auxiliares Estado y Seguridad Social HASTA FINALES DE SEPTIEMBRE SEGUIMOS CON EL • Administrativos Comunidad Madrid el canto de bronce y, al propio • Auxiliares justicia tiempo, por el restallar al viento • Auxiliares Ayuntamiento Madrid NIVEL DIPLOMADO UNIVERSITARIO • Auxiliares Comunidad Madrid • Gestión Estado, Seguridad Social e INEM de rojo gallardete en el peñol de • Auxiliares Clasificación y Reparto • Controladores Laborales la cruceta del palo que se alzaba sobre la centenaria fortaleza que, Pídenos información gratuita y sin compromiso de la/s convocapor su amplia y buena historia, toria/s que te interese. mereció ser conservada para la Facilidades de pago sin recargo historia de Santa Cruz de TeneCENTRO DE ESTUDIOS ADAMS rife, de la Isla toda, de todas las Sagasta, 23 - 28004 Madrid tt 445 93 35. Canarias. Hacemos listas de boda. Velázquez, 24 - 28001 Madrid ® 275 34 02. Los miradores eran los prime-
ANTA Cruz bien guarda rincones —muy pocos ya— en los que las viejas edificaciones mueren y, con rapidez, pasan al recuerdo, a la larga y buena historia de la ciudad que nació al filo de la ola, al olor y calor de toda la mar. Sobre las antiguas casas —todas tocadas por el Tiempo que roe, pule y mata— los viejos y añorados miradores, ciegos ya, ven limitados sus antes amplios horizontes sobre la mar alta y libre. En la ciudad que mucho ha crecido —que lo hace y aún más lo hará— muros de cemento, cristal y acero han apagado el rebrillar de soles de antaño y, empequeñecidos, rodeados de ciudad y silencio, los miradores ya no se abren, como antes lo hacían, hacia un levante y hacia un ocaso. Los antiguos miradores —los muy pocos que aún quedan— no miran ya hacia aquella que fue su mar, su razón en la ciudad que, poco a poco, ha ido dejando de ser, que ya casi no es la misma que en otros años fue. Recuerdo un mirador de mis años niños, de plena niñez y pequenez; era un mirador que ya
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Alfoiiíibras Pems, Patislaníes, Abanas y Turcas,
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