VIDA Y MUERTE DE LAS GABARRAS

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20 DÍA DE FIESTA / II

EL DÍA, domingo, 6 de marzo de 1983

£1 danés Lilleborg, uno de los últímos carboneros que descargó en las gabarras

L

AS gabarras carboneras fueron, son y serán noticia en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Negras, macizas, sin apenas gracia marinera, hoy las recordamos fondeadas en largas hileras y, bien festoneadas de defensas, siempre a la espera de partir en la estela del remolcador que largaba por la chimenea negro y espeso penacho de humo. Así las recordamos y, cuando el carbón vuelve a la mar, cuando se vuelve a la vela, si bien ésta muy sofisticada, evocamos las viejas gabarras, verdaderos peones en el puerto siempre afanado, aquel del canto multicolor de las banderas y flameo de velas, el que tenía playas abiertas a la mar alta y libre. Sobre las olas, eran las encargadas de traer a los almacenes el carbón que llegaba desde las minas de Gales —también de otras procedencias— y, al propio tiempo, ellas servían para guardar el humilde tesoro que daba vida a todos los vapores que entonces eran en el mundo. Sencillas, recias —hechas para trabajar en mar abierto— las gabarras carboneras eran un mucho hermanas de las goletas y balandras que, finas y estilizadas, sesteaban cerca, casi a la sombra del cañonero de apostadero —Laya, Lauria, etc.— fondeado cerca de «los platillos», donde ya en 1913 se alzó «la marquesina» que, por

Santa Cruz de ayer y de hoy

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Cuando tenían que reparar —en verdad que eran embarcaciones recias, muy sufridas— lo hacían en los varaderos de sus propietarios, Hamilton, Eider Dempster, Cory o Depósitos de Carbones de Tenerife, o también en los que, cercanos al Muelle Norte, tenía la Junta de Obras del Puerto. En tales vañas que las carboneras, esta- raderos, dando al aire el verde ban destinadas al transporte de de la planchas de cobre que refruta —huacales de plátanos o cubrían los fondos, las gabaatados de tomates— a los bar- rras quedaban envueltas en el sonoro y alegre concierto del cos fondeados. Y, a la vuelta, tomaban la trabajo hasta que, ya listas, carga destinada a tierra que, volvían a la mar, a recibir en posteriormente, se descargaba sus hondas calas las cascadas por el pescante o las dos peque- de carbón que, a golpes de pañas grúas situadas en la prime- la, quedaba bien estibado. ra sección del Muelle Sur, De nuevo en el fondeadero, grúas que, ya inútiles, llegaron de nuevo a la espera —siempre a nuestros años niños. corta— de zarpar en la estela Carboneros, gabarras, alma- del remolcador rumbo al recién cenes y muellitos llenaron todo llegado que, a la gira, se aproaun muy interesante capítulo en ba al tiempo reinante. Carbola historia del puerto santacru- neo, «a la burra», obra de homcero. Fueron presencia cons- bres muy expertos en su dura tante ante las playas de Ruiz profesión en mar abierto, ya —donde compartían fondeo con que normalmente eran los que remolcadores, los aljibes flo- atracaban para descargar o tantes, veleros y el cañonero de cargar los que hacían consumo apostadero—, La Peñita, San en las aguas abrigadas del Antonio y Los Melones. puerto interior. En días de fuertes temporales de Sur —cuando la última Todo se va en la vida —se va zona citada quedaba poco abri- o perece— y, así, de nuestro gada por el muelle— algunas mundo portuario, de nuestro garraban sus anclas e iban a viejo Santa Cruz, se han ido las varar en las playas. Unas se gabarras que, en la imagen, perdían totalmente mientras aparecen abarloadas al carboque, con más suerte, otras po- nero danés «Lilleborg», uno de dían ser reparadas y, posterior- los últimos que con buen Carmente, reflotadas y vueltas al diff nos visitó.— Juan A. Paservicio carbonero. drón Albornoz.

Vida y muerte de las gabarras suerte, aún da gracia al puerto de Santa Cruz. Con la misma sencillez y silencia que vivieron —con la misma humildad que tenían sus estampas marineras— se nos fueron para siempre las viejas gabarras, las panzudas gabarras que hoy reviven en la imagen. Silenciosamente, tal y como sus vidas transcurrieron en los años eufóricos del carbón, desaparecieron del recinto portuario las gabarras que, en mar abierto, suministraban el combustible, el buen gales de antaño —aquel de poco humo y mucha fuerza— a los barcos que, tras largas singladuras, llegaban con las carboneras exhaustas. Nacieron a la mar en las playas y varaderos en ellas situados y, también, desde La Palma —la isla de los buenos, magníficos, constructores y carpinteros de ribera— llegaron algunas que, encargadas por consignatarios santacruceros, aquí, a la sombra de Anaga, muy buenos servicios prestaron. Los viejos remolcadores -Teide, Laguna, Tenerife,

ILTRE. COLEGIO OFICIAL DE GRADUADOS SOCIALES

etc.— eran los encargados del desde el lento carguero —aquetráfico constante de gabarras. llos de apenas 8 nudos que eran Años más tarde, otros —Santa base del comercio marítimo— a Cruz, Britannia, Cory, Elsie, los rápidos trasatlánticos, toSalamanca, etc.— se sumaron masen carboneras en muy poal ir y venir constante de los cas horas y, bien rellenos, pucarboneros a los muellitos o, siesen branque a la mar y rumcon las pesadas gabarras o alji- bo a sus lejanos destinos. Ababes en su estela, hacia los bar- jo, en las entrañas del barco, cos que llegaban y que, previa- zumbaba la presión de las calmente, habían sido señalados deras y resonaba el tiro de las por la atalaya del castillo de cajas de fuego; y es que era San Cristóbal. otro navegar muy diferente Hace unos días, don Miguel —cada vapor llevaba su propio Borges Salas describía cómo huracán prendido— al de los eran las arribadas. En la cruce- veleros de lonas blancas que, ta de la atalaya, un rojo gallar- muy enquiñados y marineros, dete indicaba «barco de arri- disfrutaban del fondeo cerca de ba», «barco de abajo» o «barco las gabarras. de enfrente», según se izase en En aquellas gabarras que ya los extremos o a tope. El repi- no son en el puerto de Santa car de la campana alertaba a Cruz de Tenerife se basaba el los hombres dé la carga blanca jadear incesante de las máquiy a los del carbón y, desde lue- nas alternativas y un enloquego, a la ciudad que bien sabía cer de múltiples ruidos mien—bien sabe y sabrá— que cuan- tras, en lo hondo, la hélice se to es y será le llegará por los agarraba a la mar y la rompía en un hervir de espumas. caminos del Atlántico. En «los platillos» —tan bien Todo esto, todo el movimiento portuario, toda la amplia ac- recordados por don Antonio tividad de la ciudad se basaba Marti— se centraba el movien aquellas embarcaciones sin miento de los hombres del carapenas gracia marinera en sus bón, y, desde luego, el de los líneas. Ellas eran las que ha- del «tren de lanchas». Estas cían que barcos de todo tipo, eran gabarras que, más peque-

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