_Magazine Arte Cultura Barcelona_
Editor: Isidro Valderas. Dirección de arte y diseño: Eugenio Martínez Jefa de redacción: Georgina Roo. Coordinación Agenda: Carmen Garcia Almansa. Coorinación Arquitectura: Elena del Pozo, Esther Catalan. Coordinación Arte: Carlota Fraga. Coordinación Cine: Rosana Moreno. Coordinación Fotografía: Nuria Gras. Coordinación Literatura: Oscar Alvarez. Cordinación Cocina: Clara Torne. Fotografía: Tamara Pinco, Serafino Celso. Redacción: Hernán Casciari, Barbara Galán, Manu Vidal. Publicidad: SubCity.
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ARQUITECTURA_Estudio
E2
RECYCLO_Madrid 2016 Recyclo, el proyecto ganador del Concurso de ideas para la construcción del Velódromo Olímpico de la Candidatura para los Juegos Olimpicos de Madrid 2016, es obra de las barcelonesas ESTUDIO E2 en colaboración del estudio francés PLAN 01.
Al mensaje Olímpico MÁS RÁPIDO, MÁS ALTO, MÁS FUERTE, asocian REDUCIR, REUTILIZAR, RECICLAR. Esta asociación de ideas es claramente perceptible en la arquitectura y los medios técnicos utilizados.
El pavimento, de corcho reciclable, proveniente de vehículos y de fácil instalación, resistentes a la intemperie, antideslizantes y buenos aislantes acústicos.
Reducir al máximo todas las intervenciones pesadas; el consumo de energía mediante el uso de una cubierta modulable con captadores fotovoltaicos y la puesta en obra, con una construcción en seco, que permite el desmontaje y re-utilización de los elementos que lo conforman.
Reciclar no es para ellos una mera aproximación material, más allá de los materiales, proponen el reciclaje de la función misma del edificio. Un velódromo formado por apilamiento de módulos, pero que una vez segregados, pueden volver a agruparse dando lugar a unidades que pueden ser utilizadas por ejemplo, como refugios de urgencia enmarcadas dentro de una catástrofe humanitaria.
Reutilizar elementos existentes en el mercado (ready-made) con una lógica de alquiler con el fin de garantizar una futura reutilización directa o posterior venta. Esto es perceptible en la estructura, con camiones grúa. El programa, con containers, cumpliendo una triple función: Embalaje durante el transporte, desarrollar el programa en su interior durante su utilización y soporte de las gradas.
Hay algo que se acerque más al espíritu del proyecto, que la posibilidad de reciclar un equipamiento para el entretenimiento, en un campo de refugiados en el marco de una catástrofe natural? Esta es su propuesta.
La pista del velódromo, donde se re-utilizara la pista desmantelada de Carabanchel. La cubierta, desarrollada mediante una subestructura tridimensional tubular y cubierta textil reciclable pretensada en dos direcciones, completamente modulada y desmontable. Módulos hexagonales que ofrecen innumerables posibilidades de agrupación. Las gradas, que son estructuras completamente desmontables ya existentes en el mercado y apoyadas sobre containers apilados.
FOTOGRAFÍA_Ibai
Azebedo
ILUSTRACIÓN_Nausica
MODA_Jose
Castro
MANO A MANO CON JOSE CASTRO Texto_Bárbara Galan. Fotos_Tamara Pinco.
Detalles como que Sarah Jessica Parker muriera por tener los tejanos de su colección “Dead bird” o el último revuelo causado en su desfile en Cibeles son sólo algunas de las innumerables anécdotas llamativas de su aventura empresarial. Pero eso no es lo más interesante. Estos sólo son detalles, detalles importantes, pero meros detalles. Jose (sin acento, como a él le gusta) es sobre todo una persona interesante. “Érase una vez un niño que siempre se sintió diferente a los demás. “Vestido raro”- como él dice que le vestía su madre, sus máximos placeres se encontraban en sitios inesperados. Creció junto a la muerte y lejos de temerla, aprendió a observarla y a hacerla su cómplice. Ésta, junto con las películas de terror que le llevaba a ver su padre, los cuentos oscuros de Edgar Allan Poe y los paseos por el bosque siempre húmedo, desarrollaron en él un gusto por lo comúnmente establecido como “feo”.
Hacer un simple recorrido por la biografía y trayectoria profesional de Jose Castro no es una tarea sencilla. Una gran mayoría ya conoce al Jose Castro-personaje que se crió en A Cañiza, en el negocio familiar “Funeraria Marchiñas”. También es sabido que tras adentrarse en el mundo de la moda, recibió una beca de el Royal College de Londres y tuvo la oportunidad de trabajar como mano derecha de los mejores diseñadores (Dolce & Gabbana, Alexander Moqueen y Givenchy entre otros). El colofón a este expediente brillante lo pone su ingreso en la Federación Francesa de la Couture, todo un privilegio que, sin duda, puso de relevancia un gran talento que hasta entonces había sido poco valorado en nuestro entorno.
Él, con sus ojos de niño diferente, era capaz de ver una belleza sublime en todo aquel entorno. La aguja y el hilo vinieron después, de mano del contacto de un buen amigo. El niño ya sabía como expresar su mundo interior, cómo hacerlo llegar a los que estábamos fuera. Y no fue coser y cantar, debemos decirlo. La beca en el Royal vino después de mucho trabajo y cuando llegó se la ganó a pulso. Trabajaba mucho y comía poco. Eso sí, poco a poco, comenzaba a brillar. Pasaron los años y de golpe le llegó el reconocimiento mediático. Quizá, demasiado de golpe. Él dio todo y más: no estaba dispuesto a defraudar. Y cosechó aplausos y buenas críticas sin jamás caer en el divismo y cuando las cosas no fueron bien no maquilló laverdad.
Ahora, las cosas van mucho mejor, pero aquel niño raro no ha olvidado quién es y de dónde viene. Por eso, no es extraño verle en un desfile importante o en una gran entrega de premios con la camiseta de propaganda de la funeraria de su familia; como tampoco lo es que sus abuelos, a los que adora, sean imprescindibles en la primera fila de todos sus desfiles. Jose Castro es personaje porque el mundo de la moda así lo exige, pero, mano a mano, Jose Castro es un hombre interesante. Jose no hace diferencias al tratar con los camareros del bar debajo del estudio donde a veces come o el chico deprácticas de su equipo. Tiene sus excentricidades como todo genio y sus momentos de histeria pre-acontecimientos importantes, pero la cercanía que transmite hace que estos intervalos sean bastante llevaderos. Con su gorro, sus grandes gafas de pasta, su creatividad arrolladora y su “savoir faire”, Jose Castro-personaje conquista al público. Con su franqueza, su humanidad y su cercanía Jose Castro-persona se hace con el cariño de todos los que le conocen.
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DISEテ前 INDUSTRIAL_Iluminaciテウn
Buco lamp. Emiliana
Fungui. Jaime Hayテウn
Cubrik. Estudi Arola
Luz de luz. Guillem Ferran
Sister. Cha-cha
Corian render. Estela+Nereo
Eight. Ramos-Bassols
Lucia. Ricard Ferrer
Toc. Jordi Torres
Luminaria Frame. Mario Ruiz
Harry. Porcuatro
Noir. Desingcode
LITERATURA_Hernan
Casciari
Los cinco críticos feroces Ilustración_Rafa Mollar
Esto pasó hace muchos, muchísimos años. Para ser exacto, tres. En las historias de la vida real quizás tres años suenen a poco, pero para una anécdota virtual tres años es la prehistoria. Internet es una sociedad falsa que avanza a cámara rápida: las relaciones personales son veloces y efímeras, los éxitos y los fracasos no tienen la menor importancia, la experiencia se adquiere con facilidad y las buenas moralejas a veces ocurren por una carambola del destino. Lo que voy a contar ocurrió en ese tiempo, en ese mundo. A mediados de 2005 yo había terminado de escribir mi primera historia de ficción en un blog, y había comenzado la segunda. Sin buscarlo, las cosas estaban saliendo bien. En casa empezaba a sonar el teléfono: un par de editoriales europeas ofrecían dinero por mi novelita, algunas productoras de televisión me tanteaban para escribir guiones, etcétera. Impulsos suficientes para dejar de madrugar en la redacción de un diario por un sueldo fijo. Con cautela, y sintiendo en la nuca los ojos asustados de Cristina, dije adiós al mundo real y me acomodé en el otro mundo, uno que se transita en pijama y sin apuros. Fue entonces que empecé a tener demasiado tiempo libre. El tiempo libre y el trabajo online son una mezcla peligrosa: no sólo te deforman la columna vertebral y el culo, sino también la perspectiva de la realidad. De repente, los asuntos virtuales comienzan a parecerte importantes. A mí me ocurrió la desdicha de darle trascendencia a cuestiones insignificantes el día que un grupo de cinco críticos, desde sus blogs, comenzaron a burlarse de mi obra, o de mí, con argumentos crueles y estrafalarios. Más tarde entendería que la exposición (aparecer en la prensa, publicar algún libro, tener lectores) es directamente proporcional al número de intelectuales que te desprecia, pero aquélla fue la primera vez que me pasaba y me costó mucho asimilarlo. Ahora tengo más detractores que entonces —porque mi exposición es mayor—, pero esos primeros cinco consiguieron, más de una vez, empañarme el ánimo y lograron que me hiciera la peor de las preguntas: ¿No tendrán ellos razón?
Ninguno de los cinco críticos portaba un curriculum que los avalara, ni una obra (buena o mala) desde la que posicionarse para agredirme, pero contaban con algo más importante, algo que me dolía. Tenían una edad parecida a la mía, unos gustos semejantes a los míos y una idéntica nacionalidad. Por esas tristes razones me fijé en ellos y leí cada una de las cosas horribles que decían sobre el lugar espantoso que ocupaba yo en sus corazones. Me odiaban, tuve que asumirlo de entrada. Lo que yo escribía les parecía basura, algo todavía más horrible que literatura menor: les parecía puro marketing disfrazado de palabritas. Llegaron a elaborar una teoría increíble sobre lo que ellos llamaban mi éxito: según sus estudios yo no tenía muchos lectores, sino un sistema informático con el que engañaba a los medidores de audiencia de Internet. Luego esos medidores engañaban a la prensa, y la prensa me hacía entrevistas creyendo que alguien me leía. Los comentarios, todos o la gran mayoría, los hacía yo mismo adoptando diferentes apodos. Lo que les preocupaba era ver muchos comentarios en mis textos. Más que mi prosa, les producía resquemor que alguien me leyera. En sus cuadernos virtuales debatían sobre mis miserias y estrategias. Decían que preferían mil veces que nadie los leyera, a que los leyera la clase de gente que me leía a mí. Odiaban a mis lectores, la simpleza, la poca exigencia literaria de mis lectores. Una de las frases más recurrentes que usaban para despreciar mi escritura era ésta: escribe lo que sus lectores esperan leer. Estaban obsesionados conmigo y, esto es lo peor, yo también con ellos, en silencio. Un par de veces les escribí cartas privadas, explicándoles la confusión: les dije que yo era uno más, que me gustaba la misma música que a ellos, que leía los mismos libros; les aconsejé que intentaran generar una obra en línea, una obra literaria o por lo menos creativa, en lugar de hablar mal de otras personas; les señalé que se les iba toda la energía en eso.
(No les confesé que también se iba la mía, mi energía, leyéndolos, porque quizá ese dato los habría alentado a seguir.) Hice lo posible para calmarles la rabia, pero no hubo caso; ellos eran felices de ese modo, poniéndose en una vereda distinta y haciendo puntería conmigo. Uno de los cinco publicó partes de mi correo privado, hizo alarde de remitente, se burló en público de mi fragilidad. Entendí que me había equivocado al escribirles, supe que hay una clase de gente que cree que ha triunfado cuando el objeto de su odio le habla con serenidad. A esas alturas yo ya creía vislumbrar que el odio que me profesaban los cinco críticos no tenía nada que ver con mi obra, sino con otra cosa. Algo más salvaje, más incontrolable. Uno de ellos llegó a escribir, públicamente, que tenía muchas ganas de cagarme a trompadas, y que solamente me salvaba de sus puños el hecho de que viviera lejos. Los otros le rieron la gracia. Una persona normal se habría desentendido más rápido. Yo mismo, ahora, puedo hacerlo, no me cuesta nada. Pero entonces era la primera vez que me ocurría y no había manera de pasarlos por alto. Por la mañana abría el Clarín, leía lo que pasaba en Argentina, y después, como un autómata, revisaba los blogs de mis cinco críticos, a ver qué nueva barbaridad habían dicho sobre mí.
Los otros cuatro amigos leyeron la entrada y también dejaron sus comentarios sobre el texto anónimo. Impresionante, escribió uno de ellos. Los demás lo secundaron con adjetivos similares . Estaban encantados con el descubrimiento, con el arte “popular y espontáneo” que se genera en internet, con “la fina ironía que trasunta el texto” y con la reputísima madre que los parió. Dejé pasar unas horas, para ver si se daban cuenta solos del resbalón, pero como sus blogs no tenían más lectores que ellos mismos, nadie les avisó. Siguieron los cinco conversando sobre el tema, congratulados y felices del hallazgo. Por la noche dejé mi primer y único comentario en uno de sus cuadernos. Les puse: “Cuando descubran al autor se van a querer matar”. No firmé el mensaje. Imagino que habrán buscado en Google la primera frase del texto, y que habrán dado enseguida con su autor. Imagino la vergüenza callada de mis cinco críticos feroces, que se habían convertido sin querer en cinco lectores más, en cinco lectores corrientes que gustan de leer cuentitos simples. Después de aquello no hablaron más de mí. Meses más tarde sus blogs empezaron, de a poco, a mejorar.
Entonces, una tarde, pasó algo increíble. Algo que me salvó para siempre de las críticas ajenas, un hecho involuntario y azaroso que me sirvió para quitarme de encima la obsesión, y que me servirá siempre, siempre, como recordatorio. Lo que pasó es que una tarde, una tarde rocambolesca de hace ahora tres años, en el blog de uno de ellos apareció un texto mío que se llama La verdadera edad de los países. El dueño del blog, uno de mis cinco feroces detractores, había recibido un mail en cadena con un cuentito de autor anónimo. Un cuentito que lo maravilló y que, con grandes alabanzas, publicó completo.
La bitacora de Hernán Casciari ‘Los Bertotti’, fue elegida como la mejor del mundpor la cadena alemana Deutsche Welle
COMIC_Juanjo
Saez
JUANJO SÁEZ, EL ARTISTA NAÏF El arte: conversaciones imaginarias con mi madre
Ha salido a la venta el segundo libro del artista barcelonés ya con más nombre gracias a su anterior libro, Viviendo del cuento, y sus tres ediciones en Random House Mondadori.
Juanjo Sáez saltó a la fama por su ácida crítica en diferentes publicaciones alternativas de Barcelona al movimiento “moderno” de la ciudad y al artista Jordi Labanda en especial, algunas de ellas recogidas en el cómic antes mencionado, y desde entonces no ha parado de crecer: campañas publicitarias para Nike, premios de publicidad en Cannes y San Sebastián… Es un artista que como muchos de los artistas jóvenes de ahora, toca todo lo que puede, polifacético, pero siempre dejando su propia marca allí donde se mete. En este libro el autor se aleja de todo lo que le hizo famoso para preguntarse qué es el arte y para qué sirve y, de paso, preguntarse lo mismo sobre la vida. Porque, al fin y al cabo, el arte es la vida, es una expresión de la misma y la función que pueda tener es igual a la que pueda tener la vida. El arte es arte así como la vida no es sino vida. Durante 263 páginas, Sáez nos habla de qué es para él el arte a través de unas conversaciones imaginarias con su madre, una dialéctica intergeneracional muy habitual en las familias cuando se habla de qué es arte y qué no. A través de su estilo explícitamente naïf e infantil y sencillo, Sáez recorre diferentes momentos del arte, así como artistas contemporáneos y técnicas, y nos los explica de una manera muy sencilla y simple, sin pretensiones académicas de ningún tipo. Habla de todo ello tal y como lo siente, como lo vive, y si no le gusta, no se cortará ni un pelo. Pero en medio de todo esto, el autor también incluye fragmentos de su vida, de su relación con su madre y su familia, que no tienen nada que ver con el objetivo principal, más bien didáctico, del libro pero sí se relacionan con la idea del arte como vida y al inrevés, acercándonos además al autor y su entorno. En esta obra Sáez nos invita a conocerle, a él y a su familia, sus gustos y su visión particular y peculiar sobre el arte y la vida.
Juanjo Sáez es uno de esos autores a los que o se le ama, o se le odia, como su “archienemigo” Jordi Labanda. Su estilo es el de un niño de seis años (un comentario que ha tenido que oír repetidas veces) pero porque él ha querido, no porque no lo sepa hacer mejor. Su opción estética es el reflejo de su posición ética hacia el arte: el arte como un juego y los artistas como niños que juegan incluso con los límites y las reglas del juego establecidas por “nosequién”. Sáez mantiene vivo a ese niño de seis años que todos llevamos dentro aunque a muchos les cueste admitirlo mediante su dibujo infantil, las faltas de ortografía y los textos autógrafos. Por eso es tan difícil no sonreír cuando lees y ves sus ilustraciones, porque apelan a lo más profundo de nosotros. Que nadie espere sacarse Historia del Arte sólo con leer El arte pero estoy convencido que ayudará a más de uno a, por lo menos, empatizar un poquito más con el arte y los artistas.
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