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Monográfico 11
POLI TICS
M AG A Z IN E Otra revista de política que nadie había pedido
Fútbol y política Coordinado por Martín Szulman, Xavier Peytibi y Àlex Comes
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La ilustración de portada es obra de Roberto Losada, profesor de teoría política en la Universidad Carlos III.
bPolitics magazine en este monográfico...
MONOGRÁFICO 11 FÚTBOL Y POLÍTICA coordinado por MARTÍN SZULMAN, XAVIER PEYTIBI Y ÀLEX COMES 06 12 16 22 28 32 36 42 46 50 56 62 68 74 80 84
La extraña dupla Ronaldinho - Jair Bolsonaro. KIKO BENÍTEZ Celtic vs. Rangers: la guerra escocesa. ÀLEX COMES Una historia del calcio: Livorno vs. Lazio. EDUARDO G. VEGA Delije y Grobari, ultras por Serbia más allá de la anécdota. CELIA CASTELLANO Pinochet, ¿hincha de Colo Colo o del poder? CRISTIAN LEPORATI Futbol y Balcanes: de la patada de Boban al águila de Shaquiri. ENRIC CARBONELL La relación intrínseca del Barça y el catalanismo político. JAUME RÍOS El grito de guerra: los ultras y sus canciones. LEYRE ORDOYO Tabaré Vázquez. Un presidente gaucho. MARCEL LHERMITTE El fútbol del G8: Alemania, líder indiscutible. GABRIELA ORTEGA Fútbol premeditado: Qatar y Arabia Saudí. JAUME TARRAGÓ Victoria, evasión o cómo marcarle un gol a la muerte. IRENE SÁNCHEZ Recordando la tregua de Navidad en la primera Guerra Mundial. MIRIAM MEMBRILLA Futbolizar la politica o politizar el fútbol: historia y consecuencias. ÁNGEL ARMIJOS Clapton CFC: La República Española en la 9a división inglesa. JORGE RIBES Superfinal River-Boca 2018: la verdadera grieta argentina. MARTÍN SZULMAN
Este es el undécimo monográfico de bPolitics Magazine que, junto a la revista bPolitics, forma parte de la plataforma Beers&Politics. Nuestra web intenta unir en una sola todo lo que hemos ido realizando durante estos años, que incluyen los más de 320 encuentros B&P en 44 ciudades del mundo, y añadiendo recomendaciones de 18.000 items: libros, películas, series, revistas, webs recomendadas, másters de comunicación política, documentales, juegos, podcasts, eventos, vídeos, asociaciones de comunicación política, regalos para freaks de la política, entrevistas personales a consultores, spots electorales, discursos… y muchas cosas más, así como centenares de artículos de interés sobre el tema. El objetivo de esta web, con unas 30.000 visitas mensuales, es que cualquier freak de la política o de la comunicación política pueda encontrar rápidamente, y en un solo espacio, todo lo que necesite para saciar su curiosidad, para aprender o para mejorar en su trabajo. Queremos agradecer a Jacobo Requena por sus correcciones, a Roberto Losada por su portada y, cómo no, a los autores.
Equipo editorial de los Beers&Politics Consejo editorial
Directores
Mireia Castelló Enric Carbonell Àlex Comes Itziar García Marina Isun Sonia Lloret Sergio Pérez Diáñez Ana Polo Gary Pulla Jacobo Requena Alexandra Vallugera
Xavier Peytibi Juan Víctor Izquierdo
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MONOGRÁFICO 11: FÚTBOL Y POLÍTICA MARZO DE 2019
Coordinadores: Martín szulman es sociólogo (UBA), máster en comunicación política (ICPS-UAB) y consultor en comunicación política en Ideograma. (@martinszulman) Xavier Peytibi es Politólogo. Consultor de comunicación política en Idoegrama. Profesor en diferentes masters. (@xpeytibi) Àlex Comes es politólogo y periodista. Director de Estudio LaBase . (@alejandrocomes)
otra revista de política que nadie había pedido
Es así. En el patio del colegio nadie salía a
LA EXTRAÑA DUPLA RONALDINHO - JAIR BOLSONARO
regalar la pelota al rival. Sólo ataque. Pura diversión. Sin reglas. O sólo una, con el timbre que señalaba el final del recreo: “Quien marque, gana”. Y así era, es y será. Indiscutible. Hernán Casciari definió una vez la entrada en un estadio de fútbol como “ese momento que tanto nos recuerda a la infancia”. Esa sensación de las primeras veces. O el lujo de invertir el tiempo en algo tan atrevido como puede ser divertirse.
KIKO BENÍTEZ Kiko Benítez Martín es periodista deportivo, posgrado en comunicación y liderazgo político. Master ICPS. (@KikoBentez)
En diferentes etapas, si alguien quería disfrutar de un fútbol diferente, tenía que consultar en qué fecha jugaba Brasil. Pelé. Zico. Romario. Rivaldo. Ronaldo. Los cromos más buscados. A veces en tu equipo. Otras, en el del máximo
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rival. Pero sólo uno ha personificado la alegría. Sólo uno ha sabido alargar la hora del recreo: Ronaldo de Assis Moreira. Ronaldinho Gaúcho. La elástica. La cola de vaca. La espaldinha. El shaka en plena Rambla de Barcelona. El legado de Ronaldinho es inagotable. Buscar su nombre en YouTube cualquier día de lluvia es similar a lo que sientes cada vez que has vuelto a empezar Friends. Quien disfrutó a Ronaldinho en su esplendor le sigue buscando. A menudo de reojo. En otros rostros. Otros nombres. Antes de recibir un golpe de realidad: La vida no es el Padrino II. O, como se suele decir, allá donde fuiste feliz, no se debe volver. La historia de Ronnie es la de incontables niños que persiguen un sueño en las canchas de las favelas. Terrenos que hoy tratan de escaparse de la especulación inmobiliaria y la proliferación de iglesias evangélicas en el país más católico del mundo. Nació un 21 de marzo de 1980 en Porto Alegre. De familia humilde. Fútbol. Samba. Religión. Nada excepcional en Brasil. Pero las epopeyas se alimentan de escenas cotidianas. Un camino que escogió para convertirse en un mago. Para muchos, el Rey. Para otros, el ídolo más humano: alcanzada la gloria en Barcelona y con Brasil, sucumbió a los encantos que, se supone, debe esquivar todo deportista de élite. En Brasil, religión y fútbol comparten cancha. Neymar no sale a jugar sin firmar un “Que Deus nos abençoe e nos proteja”. Kaká, que gritó a los cuatro vientos su “I belong to Jesus” la noche que levantó su Champions League, donó su Fifa World Player 2007 al principal templo de la evangélica Iglesia Renacer en Cristo, en Sao Paulo. La Canarinha, en 2009 y en plena Copa Confederaciones, formó un círculo para rezar. La advertencia de la FIFA, que prohíbe expresar mensajes políticos o religiosos en los terrenos de juego, no se hizo esperar. Ha sido habitual ver a Ronaldinho santiguarse, rezar, señalar al cielo, con la camiseta del Gremio, PSG, FC Barcelona, AC Milan, el mexicano Querétaro FC o en su retiro en Brasil. Colgó las botas en 2018, tras caminar dos años sin equipo. Antes, el FC Barcelona volvió a ficharle, esta vez como nuevo embajador del club.
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El Gaúcho nunca deja indiferente. El 21 de marzo de 2004, el día de su cumpleaños, regaló un golazo al Camp Nou en el minuto 88 contra la Real Sociedad para seguir luchando por la Liga. 14 años después, en la víspera de su 38 cumpleaños, se hizo oficial su afiliación al Partido Republicano Brasileño, una formación vinculada a la iglesia evangélica. La prensa brasileña puso sobre la mesa la posibilidad de que el astro presentara candidatura a legislador en las elecciones generales de octubre de 2018. Se llegó a hablar de negociaciones para que Ronaldinho ocupara una plaza en la Cámara de Diputados, o en el Senado. Ronnie aseguró estar “contento” e ilusionado porque el PRB traiga “modernidad, alegría y salud para toda la población”. En el calendario, una fecha: La del 7 de octubre de 2018. El dato: 147 millones de brasileños estaban llamados a votar en las elecciones presidenciales. Una jornada para elegir a un nuevo presidente, a los gobernadores de los 27 estados, dos tercios del Senado, 513 diputados federales, y renovar los legislativos regionales. Como en la mejor serie de Netflix, los giros de guion marcaron los comicios. A 36 días de las urnas, el Tribunal Electoral decidió que el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, expresidente (2003-2010), y favorito en las encuestas incluso estando en prisión, no podría presentarse como candidato al estar condenado, desde abril, a 12 años de cárcel por corrupción. Esta vez no había un as en la manga. Tras años de lucha entre leyes y retos a los jueces, Lula debía buscar un sustituto. Y lo encontró en su candidato a vicepresidente y exalcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad. Al otro lado del ring, el otro peso pesado para presidir el quinto país más grande del mundo era el ultraderechista Jair Messias Bolsonaro. De 63 años. Diputado desde 1991 por diferentes partidos. En 2018 se presentaba como candidato por el Partido Socialista Liberal. Su lema: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Excapitán del Ejército. Nostálgico de la dictadura. Entre sus propuestas, enseñar “la verdad” sobre el régimen militar que vivió el país de 1964 a 1985. “Armas para todos” contra la delincuencia. Partidario de retirar al país del Acuerdo de París contra el Cambio Climático. “Brasil no puede
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ser un país de fronteras abiertas”. Llegó a sufrir un apuñalamiento en un mitin de campaña electoral el 7 de septiembre. El autor aseguró que lo había hecho por “motivos personales” y por “orden de Dios”, según el informe de la Policía Militar. Bolsonaro centró la atención mediática durante la campaña. Para la prensa internacional se había convertido en el Trump brasileño. Sin Lula en escena, pasó a liderar las encuestas en intención de voto. Pero también era el candidato que despertaba un mayor rechazo en las encuestas. Especialmente entre las mujeres. Anunciaba “el fin de lo políticamente correcto”. “Por mi cabeza no pasa que mi hijo sea gay porque fui un padre presente”. Provocó indignación por sus comentarios, a menudo calificados de racistas y homofóbicos. El 29 de septiembre tuvo lugar en Brasil la mayor movilización de mujeres de la historia del país. Con un lema: “Ele Não” (Él no). Sobre la Diputada Maria do Rosário Nunes, del Partido de los Trabajadores, Bolsonaro llegó a afirmar en 2003, y a reiterar en 2014, que “no merece ser violada, porque es muy mala, muy fea”. El candidato recibió el apoyo público de grandes personalidades en Brasil. El cantante Gusttavo Lima. Las actrices Antônia Fontenelle y Regina Duarte. El actor Alexandre Frota, escogido diputado por el PSL. El músico Amado Batista, quien estuvo preso y fue torturado durante la dictadura militar: “Prefiero una dictadura, que esa anarquía que está hoy”. El expiloto de Fórmula 1, Emerson Fittipaldi. Y, para sorpresa de muchos, él. Ronaldinho Gaúcho. Fue de los primeros en expresar su simpatía por la opción Jair Bolsonaro. Su evolución futbolística le llevó de jugar pegado a la izquierda a tener libertad para moverse por todo el campo. Apagada la luz y colgadas las botas, hoy trota por la extrema derecha el recuerdo de una sonrisa que había sido sinónimo de progreso. Tan desequilibrante que había conseguido zafarse hasta de los árbitros, esta vez recurrió a uno de ellos, ya retirado: Gutemberg Fonseca. A finales de 2017, se fotografió con un libro de Bolsonaro al lado de Fonseca, vicepresidente del partido Patriota, fuerza política que encumbraba al candidato de extrema derecha.
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Con el mismo descaro que encaraba la defensa rival, el día de las elecciones del 7 de octubre se sacó otro truco de la chistera. Publicó en sus redes sociales una imagen en la que se le veía de espaldas, con la camiseta de Brasil, su nombre, y un dorsal: El 17. El dígito que representa a Bolsonaro y a su lista en las urnas. Acompañando la publicación, un mensaje que emitía a sus millones de seguidores: “Para un mejor Brasil, quiero paz, seguridad y alguien que nos dé alegría de nuevo. Elegí vivir en Brasil, y quiero un Brasil mejor para todos”. El virtuoso Ronaldinho quería encajar con la disciplina militar de extrema derecha. El 7 de octubre, Jair Bolsonaro arrasó con un 46,03% de los votos. Seguido de lejos por Fernando Haddad, que obtuvo un 29,28%. Al no haber superado ninguno la barrera del 50%, se medirían en una segunda vuelta. Como si de una eliminatoria de Champions League o una final de Copa Libertadores se tratara. La fecha: El domingo 28 de octubre. A Bolsonaro no le faltaron valedores en el mundo del fútbol. La constelación de estrellas que le apoyaron estaba formada por Cafú, Kaká, Felipe Melo, Lucas Moura. Algunos de forma más explícita, como Rivaldo, que afirmó que su voto “va a elegir un presidente, no un padre. Necesitamos que resuelva los problemas de nuestro país y no que nos enseñe valores, eso lo tenemos que aprender en casa y en la escuela. Si tuviésemos que aprender valores con el presidente, hoy estaríamos presos en Curitiba”, en referencia a la ciudad donde permanece preso Lula da Silva. Otros, como Neymar, han dado un apoyo más sutil: Con un 'like' en Instagram a la foto de Alan Patrick, futbolista del Shakhtar Donetsk, en la que apoyaba a Bolsonaro. No llegaron buenas noticias para Ronaldinho. En su condición de embajador del FC Barcelona, el club azulgrana realizó una declaración institucional, a través de su portavoz, Josep Vives, el 17 de octubre. “Desde el Barcelona defendemos valores civiles y democráticos que no concuerdan en absoluto con los ideales de este candidato a la presidencia de Brasil. Ronaldinho es un jugador que cambió la historia del Club, y ahora defiende unas ideas que no compartimos, pero respetamos democráticamente la libertad de expresión. Observaremos a partir de ahora cómo evoluciona todo y el club reaccionará en consecuencia”. El tirón de orejas llegó también de compañeros de profesión. Otro brasileño tocado por una varita: Juninho Pernambucano. De forma directa
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o indirecta, como cada una de las faltas que puso en la escuadra de Lyon, tiró: “Me revuelvo cuando veo a un jugador o exjugador apoyando a la derecha. Venimos de abajo, somos el pueblo. ¿Cómo vamos a ponernos de ese lado? ¿Cómo vas a apoyar a Bolsonaro, hermano?”. También declaró su apoyo a Haddad el exfutbolista Raí Souza Vieira de Oliveira, hermano del mítico Sócrates, conocido por su afiliación a las causas sociales y precursor del movimiento Democracia Coirithiana. No hubo sorpresa en las urnas y el domingo 28 de octubre Jair Bolsonaro se proclamaba nuevo presidente de Brasil con el 55% de los votos. Haddad, que soñaba la remontada, se quedó en el 44%. De esta forma, el país ponía fin a 13 años de políticas de izquierda del Partido de los Trabajadores. Ese mismo día, muy lejos de Brasil, el Barça endosaba un 5-1 al Real Madrid en el Camp Nou. El estadio que rindió pleitesía a Ronaldinho por traer luz en los peores años. Y que supo darle una segunda oportunidad cuando el Rey del fútbol abdicó. Una realidad hoy lejana para Ronaldinho. Su Brasil natal vive desde el 1 de enero con la presidencia de un Bolsonaro que ratificó cada una de sus propuestas de campaña 24 horas antes de tomar posesión. Firme en sus compromisos, inalterable en sus principios. La sonrisa de Ronaldinho sigue intacta. Imborrable. Pero aquellos que más le disfrutaron cuando el balón era lo más importante, le observan hoy con una mezcla de sorpresa e incredulidad, como mínimo, por el camino que ha tomado. Con la osadía de pensar que, por qué no, algún día vuelva a hacer de su realidad un patio de colegio. Ronaldinho Gaúcho. Larga vida al Rey.
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El fútbol es lo menos importante de lo verdaderamente importante de todo lo que
CELTIC VS. RANGERS: LA GUERRA ESCOCESA
engloba The Old Firm, el gran clásico escocés. Una rivalidad que refleja a la sociedad escocesa, o más bien británica, en general en temas políticos, religiosos y sociales creando una atmósfera en cada partido que bien podría hacernos creer que hemos cogido la máquina del tiempo para viajar un par de décadas atrás a la conflictiva Belfast, donde la tensión y el conflicto entre católicos y protestantes, soberanistas y unionistas, pro-irlandeses y pro-
ÀLEX COMES Àlex Comes es politólogo y periodista. Director de Estudio LaBase (@alejandrocomes)
británicos era diaria. Una rivalidad que podemos trasladar a la realidad de las aficiones del Celtic y del Rangers, un acontecimiento que, tras 4 años de parón tras el descenso administrativo del Glasgow
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Rangers, ha devuelto uno de los grandes encuentros a nivel europeo a la parroquia británica. Vomitorio 203, Fila 8, Asiento 50, pinta de Tennents y steak and ale pie. Welcome to the Old Firm. Aquellos que pensáis que el fútbol es solo un deporte donde la política, la cultura o la sociedad no tiene, o no debe de tener, ninguna influencia sobre él, quizás es mejor que dejéis de leer este artículo. Probablemente no os vaya a gustar lo que aquí escribo ya que en Escocia, ni en la mayor parte del universo futbolero, el fútbol no es un ente alejado de quienes somos. Y es que como dijo Bill Shankly, mítico futbolista y entrenador escocés “Hay gente que piensa que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, no me gusta esa postura. Es mucho más que eso" Viajamos a The Paradise, la casa de los “celts”, donde las camisetas con franjas horizontales blanquiverdes y las banderas irlandesas son sagradas. Si tienes el privilegio de asistir a un encuentro en Celtic Park, no te asustes cuando las Green Brigade, los ultras del equipo, empiecen a corear el “Uh Ah Up the Ira” o a ondear diferentes banderas relacionadas con causas independentistas de todo el globo terráqueo. Más allá de este sector de la afición, los seguidores del Celtic de Glasgow son conocidos, más allá de su afición por el bebercio cuando visitan diferentes campos de Europa, por ser católicos irlandeses. De hecho, cada partido que juega el Celtic en su campo un gran número de seguidores viajan desde Irlanda e Irlanda del Norte a Glasgow a ver a jugar a su equipo. Un acontecimiento quincenal que muy pocos equipos del mundo pueden contar. Y es que no se puede entender la realidad de un club histórico, dejando atrás esas nuevas escuadras millonarias sin corazón ni alma, sin conocer sus inicios. Un club fundado por el Hermano Walfrid, un religioso irlandés, en la Iglesia de Saint Mary, en Calton, un suburbio de Glasgow, el 6 de noviembre de 1887. Un acto fundacional que ha marcado el futuro desarrollo del club y que fue el germen, junto a la gran inmigración irlandesa a tierras escocesas del S.XIX, de la gran diáspora que tiene actualmente el club.
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Cogemos el tram y viajamos hacia al oeste y llegamos a Ibrox Park, la cuna de los “bluenoses” o puritanos de Glasgow, donde la Reina Isabel es la persona más venerada para sus aficionados y los colores de la Unión Jack están en todo aquello que se relaciona al Glasgow Rangers, el equipo protestante y unionista de la ciudad más poblada de Escocia. El club, fundado en 1872 por los hermanos Moses McNeil y Peter McNeil, Peter Campbell, y William McBeath y fue nombrado como un conjunto de rugby inglés. ¿Casualidad? No lo creo, Fue, a principios del S.XX, y en consecuencia a la inmigración masiva de irlandeses a Escocia, se empezó a gestar un sentimiento anti-católico y anti-irlandés en la mayoría de la sociedad. Este hecho, unido al enorme éxito y aceptación que tuvo el Celtic dentro de la comunidad irlandesa y católica, fue uniendo a todos aquellos que rechazaban estos nuevos vecinos dentro de la comunidad del Rangers. Un hecho que durante muchos años se extrapoló a las plantillas de ambos equipos ya que los jugadores protestantes no tenían cabida en los blanquiverdes y los católicos en los azules. Fue, en 1989, cuando el Rangers fichó a Mo Johnston, primer futbolista católico de cierta relevancia desde la Primera Guerra Mundial, y así romper esta regla no escrita dentro de ambos equipos. Aunque podríamos decir que más que una regla era una imposición de los sectores más radicales de las aficiones, las que, para algunos sectores de la sociedad británica y escocesa, por su sectarismo y su intolerancia no permitía avanzar en términos de integración y normalidad política y social. Pese a los múltiples intentos por parte de la clase política y religiosa escocesa, en conjunto con las directivas de ambos clubes, en tratar de armonizar la situación y poder revertir este clima de tensión permanente dentro del panorama futbolero del país, los objetivos planteados no fueron, ni por asomo, cumplidos. Esta rivalidad histórica, tuvo un punto de inflexión el 2 de enero de 1971, en el estadio de Ibrox Park, casa de los “Gers” con una tragedia que marcó el futuro del fútbol británico. Ese día, en un Old Firm, en el minuto 90, el Celtic se adelantaba en el marcador, que provocó que un gran
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CELTIC VS. RANGERS: LA GUERRA ESCOCESA
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número de seguidores del Rangers empezarán a abandonar el estadio antes del pitido final, pero, el destino tenía una carta cruel guardada para este momento, en los últimos segundos del tiempo de descuento, el Rangers empata lo que provoca que las miles de persona que estaban abandonando el estadio en ese momento volviesen al campo, bloqueándose un pasillo y creando un tapón humano que causó la muerte a 66 personas. Otro de los grandes “hitos” de ambas aficiones sucedió en la final de la Copa de Escocia de 1980, en el estadio de Hampden Park, cuando ambas aficiones invadieron el terreno de juego e iniciaron una batalla campal que llegó a todas las partes del mundo. Algunos datos significativos de este derby es que para ninguna de las dos aficiones la bandera de Escocia es representativa para ellos, dejando evidente las posiciones políticas de cada afición. Además, casualmente, las salas de urgencia de los hospitales glasgüenses suelen multiplicar por nueve sus visitas los días de Old Firm, teniendo como una época negra del 96 al 2003 en que se registraron ocho muertes y cientos de agresiones. Y es que como señaló el escocés más importante del planeta fútbol, Sir Alex Ferguson “ "Hay gente que insiste en que otras rivalidades futbolísticas pueden generar tanta intensidad como los choques entre Rangers y Celtic. Bien, he estado en San Siro, en el derbi de Milán, en Barcelona cuando fue el Real Madrid, he visto el Benfica-Oporto y me he visto envuelto con el Manchester United en partidos contra el City, el Liverpool o el Leeds. Créeme, no hay nada comparable con la atmósfera de un Celtic-Rangers”
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¿Qué amante del fútbol no ha soñado con levantar la Copa del Mundo o con ganar la
UNA HISTORIA DEL CALCIO: LAZIO VS. LIVORNO
Champions como capitán de su equipo? ¿Quién no se ha imaginado siendo un jugador decisivo en un triunfo importante en el campo del rival? En estos sueños siempre me veía a mi mismo subiendo la banda, bien pegado a la línea, regateando adversarios con suma facilidad. Después me acercaba al área para dar “el pase de la muerte” al delantero centro, que remataría al primer toque y marcaría el gol de la victoria. Sí, soy un iluso que quería ser un extremo. Pero
EDUARDO G. VEGA Periodista, profesor en la UCJC, consultor en el CIGMAP y director de La Revista de ACOP (@eduardoglezvega)
de los de antes, porque ahora escasean esos jugadores rápidos, habilidosos en el regate, precisos en los centros y con capacidad goleadora que volvían locas a las defensas desde su banda, abriendo el campo. Ahora la
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UNA HISTORIA DEL CALCIO: LAZIO VS. LIVORNO
moda está en jugar desde la banda pero hacia el centro, con diestros en la izquierda y viceversa, negando aquel mítico fútbol explosivo de jugadores como Francisco Gento, George Best, Garrincha o tantos otros. Sin entrar a discutir tácticas de entrenadores, lo cierto es que mientras en el deporte rey desaparecen los extremos, en la vida política se produce lo contrario y están creciendo. La política y el fútbol tienen muchos vínculos de unión, que para algunos son inseparables, como la de los extremos ideológicos que se vive en el fútbol italiano. Es una historia más del Calcio, la que se vive con el Livorno y la Lazio de Roma. “El fútbol es el ballet de las masas”. Dmitri Shostakovich. Livorno es el lugar de origen del Partido Comunista Italiano, fundado en 1921. Es una ciudad situada en la Toscana, a orillas del Mediterráneo, con un notable puerto industrial e identidad obrera. Desde allí, el comunismo italiano sobrevivió a la prohibición durante el régimen de Benito Mussolini, llegaría a participar en el gobierno nacional con varios ministros tras la guerra, y a ser el segundo partido más votado de la república en algunas zonas del país. En la década de los 70 se posicionaría en el eurocomunismo y conseguiría ser la fuerza mayoritaria en las elecciones europeas de 1984, para acabar disolviéndose dos años después de la caída del bloque del este en el continente. Donde no ha desaparecido ha sido en el fútbol, a través del equipo de la ciudad, la Associazione Sportiva Livorno Calcio. El Livorno, fundado en 1915, es un club que ha militado en torno a treinta años en cada una de las tres divisiones principales del fútbol italiano, siendo sus mayores éxitos los dos subcampeonatos de liga en la Serie A, en las temporadas 1919/1920 y 1942/1943 tras el Inter de Milán y el Torino respectivamente. El amaranto, como se le conoce popularmente, juega hoy en la Serie B, y está muy vinculado a la política al ser considerado un icono del comunismo en Italia gracias a sus tifosi. Del lado opuesto, Roma. Hay poco que decir que no se sepa sobre la capital italiana, salvo añadir que en 1927 la ciudad unía a todos sus clubes de fútbol para crear la AS Roma, con una sola excepción que se quedaría fuera de esa alianza, la Società Sportiva Lazio (fundada en 1900). Así nacía una rivalidad eterna. La Lazio es un club histórico de la
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EDUARDO G. VEGA
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Serie A, con dos campeonatos, que también ha ganado seis Coppas y cuatro Supercopas a nivel nacional, además de dos títulos intercontinentales: una Supercopa de Europa y una Recopa. Pero hablar de la Lazio es hacerlo de Giorgio Chinaglia, Alessandro Nesta, la época dorada de Sergio Cragnotti en la presidencia, y también de política: posee en su escudo el emblema del águila en homenaje a la Roma imperial, el club tuvo como socio ilustre y seguidor a Il Duce, Benito Mussolini, y sus ultras son de corte fascista: los Irriducibili. “El fútbol es como una guerra sin disparos”. George Orwell. Como ocurre siempre en estos casos, ambos grupos tienen cosas en común y aspectos sobre los que se distancian. Sorprende ver las similitudes que pueden llegar a tener cuando las diferencias suelen depender sólo de la distinta óptica ideológica que utilizan. Los hinchas del Livorno se colocan en la Curva Nord del estadio Armando Picchi, al igual que los Irriducibili en el Olímpico de Roma, donde coinciden en el uso de la simbología con mosaicos y banderas. Los tifosi del amaranto sacan con orgullo la hoz y el martillo e imágenes del Che Guevara, mientras que los laziales mostraban esvásticas (ahora está prohibido) o levantan el brazo para hacer el saludo romano característico de la Italia fascista. Ambos grupos ultras también utilizan pancartas, con textos en Livorno como “Hasta siempre, Chávez” (en homenaje al dirigente venezolano Hugo Chávez), o “Silvio pedófilo” (atacando al expresidente Silvio Berlusconi), mientras que en Roma se ha visto “Auschwitz es vuestra patria; los hornos, vuestras casas”, o un ataque a los hinchas de la Roma: “Equipo de negros, grada de hebreos”. Los Irriducibili son famosos por haber generado sanciones a su club por actos de racismo, llegando a mostrarlos incluso con sus propios jugadores (rechazaron la camiseta brindada por Aaron Winter, holandés judío y de raza negra), y hasta se mofaron de Ana Frank, la niña fallecida en un campo de exterminio nazi en 1945 al aparecer una imagen suya con la camiseta de la Roma. Del otro lado, los hinchas livorneses cantan en el campo Bella Ciao, una canción popular contra el fascismo del movimiento partisano italiano, o también la Bandiera rossa, un himno del comunismo transalpino. A ambos grupos les une poseer aliados y enemigos entre clubes del país y también en el extranjero, además de una característica
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icónica de los extremos políticos: la figura del héroe mitificado. Y en el fútbol no podía ser menos, representada por Cristiano Lucarelli en el Livorno y por Paolo Di Canio en la Lazio. “En el fútbol, el estado de héroe y leyenda se dan con demasiada facilidad”. Steven Gerrard. Los dos futbolistas son opuestos ideológicamente para representar lo mismo en el corazón de las aficiones radicales del Livorno y la Lazio. Su trayectoria futbolística es diferente, de nivel alto sin llegar a ser grandes figuras, pero con brillantes momentos deportivos en sus carreras. Lucarelli, hijo de un trabajador portuario de Livorno, llamaba la atención por celebrar los goles con el puño en alto, y llegaría a completar un palmarés con dos títulos: la Copa del Rey ganada con el Valencia en España y la Coppa italiana lograda con el Napoli. Pero no fue hasta los 28 años de edad cuando jugó en el Livorno de sus amores, donde se convirtió una temporada en el capocannoniere (máximo goleador) de la Serie A. Por otra parte, Di Canio, del barrio romano periférico del Quarticciolo, debutaba en la Lazio y acabaría jugando en clubes del nivel de la Juventus de Turín (donde ganó la Champions y la UEFA) o el AC Milan (con quien ganó la Supercopa de Europa) para triunfar después en Escocia e Inglaterra. En algunos aspectos han llevado vidas paralelas. De jugadores han pasado a entrenadores, y ambos son famosos por su ideología política y los símbolos con que la representan. Todo el mundo conoce los tatuajes de Di Canio (el águila imperial o las palabras DVX recordando a Il Duce) o el homenaje de Lucarelli al grupo ultra Brigate Autonome Livornesi llevando el año de su fundación como número en la camiseta (el 99). Además, los dos llegaron a ser iconos de los extremos ideológicos por dos actos de romanticismo, ya que descartaron ganar más dinero por jugar en el club que aman, y por la celebración puntual de un gol con tinte político. Lucarelli se convirtió en el ídolo comunista al mostrar una camiseta del Che Guevara tras marcar con la selección italiana sub-21 (que le costaría estar un tiempo alejado de la azzurra), y Di Canio se elevó a ídolo del fascismo haciendo el saludo romano a los Irriducibili al marcar en un derby capitalino. Aunque después, ángel y demonio,
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ganaría el FIFA Fair Play Award 2001 al no marcar a portería vacía con el guardameta rival lesionado en el último minuto de un partido que iba 1-1 en el marcador. “Algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es mucho más importante que eso”. Bill Shankly. Livorno y Lazio, Lucarelli y Di Canio, una historia más del Calcio que une política y fútbol por los extremos. Personalmente los sigo echando mucho de menos en el césped. Confío en que vuelvan pronto. En que sean más importantes en el fútbol que en la política. Y que Dios me perdone por llevarle la contraria en esto al maestro Shankly.
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XAVIER PEYTIBI
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“La pelota siempre ha estado ahí. En tierra de nadie, en casa de todos. Nunca protagonista del todo, aunque siempre presente”, relata el periodista Toni Padilla en su Atlas de una pasión esférica. Porque la pelota, el fútbol, en su inmersión en la vida, te seduce, te mueve, te arrasa desde las entrañas. Sí, siempre está ahí, en Belgrado, en el lapso de los doce minutos a pie que separan los dos principales estadios del país, en el suburbio de Autokomanda, hogar de una rivalidad eterna y una afición entregada. Aunque en los Balcanes, frecuentemente, la
CELIA CASTELLANO Periodista y máster en Historia Contemporánea y miembro de la Asociación SomAtents de Reporterismo (@17Mn).
pelota es una excusa de consenso que moviliza otras pasiones. Y en ese movimiento constante, esa confusión pactada de endorfina, cánticos, sudor, humo y
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embestidas, está la crisis, el cambio. La deriva. Como pasar de ser el FK Crvena Zvezda (Estrella Roja) que creó La Liga Juvenil Antifascista de Serbia Unida en 1945 a ser más conocidos por el etnonacionalismo pegajoso, de un ambiente viciado, que latía en los años 70, creció en los campos de fútbol en los 80, se consolidó en los 90 y que llega hasta nuestros días junto con insultos, palizas y altercados, dentro y fuera de Serbia. Juego precario de un club que volvió en 2018 a la Liga de Campeones tras 26 años de un quiero y no puedo, siempre con el recuerdo de aquella victoria de rápida absorción contra el Olympique de Marsella en Bari, en mayo de 1991, antes de que la guerra quebrara el fútbol balcánico. Pero tremendo espectáculo de sus ultras. Un buen amigo serbio, ilustrado analista de bar y casa de apuestas, diría que son los “guardianes, soldados, hijos y padres”, que forman los Delije (valientes), apalancados en el fondo norte del Marakana desde los años 70, cuando el estadio se convirtió en un refugio para disidentes del régimen comunista. Vehiculando un hooliganismo que se nutre de la tradición italiana y británica, ahora dejan claro en su web que “¡Kosovo es Serbia!” y que “los únicos amigos son los hooligans del Olympiakos, Gate 7, y los del Spartak de Moscú”, la gran alianza ortodoxa. Tienen unas magníficas amistades y levantan los tres primeros dedos (Santísima Trinidad), símbolo muy utilizado por los chetniks, ultranacionalistas pro monárquicos serbios, de gran relevancia durante la II Guerra Mundial. Por la Gran Serbia, en torno a la cual deberían pivotar el resto de pueblos balcánicos, según ellos. Delije son testosterona en vena, no por ello poco compleja, que se enfrenta desde 1947 en el derbi más violento de Europa contra la primera línea de defensa del FK Partizan, los Grobari (sepultureros), nombre que le pusieron sus propios rivales y que engloba varios subgrupos. Estos no se quedan atrás, si de marcar línea dura se trata. Así lo reflejan en su carta de presentación: “Mi smo Grobari, Najjaci smo, najjaci!” (Somos los Grobari, los más duros), famosos por el secuestro de hinchas croatas del Split en 1981 en el Hotel Palaz, entre otras “hazañas”.
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Creado en octubre de 1945 dentro de las fuerzas armadas yugoslavas, podría decirse que el Partizan fue el club más yugoslavista. No obstante, ese patriotismo del sistema de equilibrios étnicos de la SFR Yugoslavia de Josip Broz Tito (aunque no con poco control gubernamental), en una región de seis repúblicas y cinco nacionalidades, con cuatro idiomas, tres religiones y dos alfabetos, duró poco. En 2007, la UEFA descalificó al equipo porque una parte de la hinchada exhibió camisetas con el rostro del comandante Radovan Karadžić y el exgeneral Ratko Mladić, ambos actualmente condenados por crímenes de guerra y por el genocidio de Srebrenica durante la guerra de Bosnia (1992-1995) por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. En 2014, de nuevo la UEFA sancionó al Partizan porque la grada exhibió una pancarta que rezaba “sólo judíos y cobardes” en un partido contra el Tottenham. Las diferencias ideológicas entre los ultras del Partizan y del Estrella Roja actualmente son mínimas, a excepción de algún subgrupo antifascista dentro del abanico de los Grobari, tristemente residual. Hoy en día, se estima que alrededor de un 48% de los serbios son seguidores del Estrella Roja y un 45% del Partizan, mientras que un 5% sigue a otros equipos. En su historia yugoslava, el Estrella Roja ganó 19 campeonatos, y es el único club de la ex Yugoslavia en ganar la Copa Intercontinental, mientras que el Partizan ganó 11. Pero el currículum poco importa días antes de un enfrentamiento local. El buen juego no abre los titulares sobre un derbi eterno en el que nadie gana. Así fue en 1999 cuando un ultra del Estrella Roja murió a causa de un cohete lanzado por hinchas del Partizan. En septiembre de 2007, un radical del Estrella Roja fue sentenciado a ocho años de cárcel por matar de una puñalada a un aficionado del Partizan en una pelea. En 2013, los altercados llegaron a tal nivel que detuvieron a 104 hooligans, entre ellos, 4 rusos y 20 ciudadanos de Bosnia y Herzegovina, donde el Estrella Roja despierta algunas simpatías, especialmente en Republika Srpska, la entidad serbia de las dos que componen el país desde los acuerdos de
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Dayton de 1995. Dos años más tarde, se suspendió un partido durante 45 minutos porque los ultras lanzaron banquetas y bengalas a los antidisturbios. Las dos tribunas mantienen un enfrentamiento visceral e histórico, no compartido por toda la hinchada, pero no siempre se mataron entre ellos. Todo es negociable. Paréntesis en la rivalidad interna Decía Ramón Lobo que “el fútbol es una teatralización de la guerra”, pero esa frase dejó de tener sentido el 13 de mayo de 1990. “¡Zagreb es Serbia!” vitoreaban casi 4.000 Delije en el tren camino de Zagreb hacia un partido contra el Dinamo, en el estadio de Maksimir. Una semana antes, la Unión Democrática Croata (HDZ), encabezada por Franjo Tudjman, ex general del Ejército Popular Yugoslavo (JNA), conseguía la victoria con un 40,8% de los votos y se acercaba a la independencia de una de las repúblicas más ricas de la región, en pleno proceso de desmembramiento. Comenzó la tangana con enfrentamientos directos entre los Delije y los Bad Blue Boys, radicales del Dinamo de Zagreb, principales representantes del nacionalismo croata, con los que la policía serbia estaba siendo francamente dura, y acabó con la famosa patada del jugador croata Zvonimir Boban que derribó a un policía serbio. Lanzamiento de piedras, ácido para quemar vallas, una odisea de golpes y cuchilladas en los costados. Más de una hora se tardó en desalojar el campo. Meses más tarde se iniciaban las guerras de secesión yugoslavas. Fútbol contra el enemigo, de Simon Kuper, podría haber comenzado esa noche. Durante ese partido, Željko Ražnatović, más conocido como Arkan, exagente en los 70 de la Policía Secreta Yugoslava, exconvicto en Bélgica y un amancebado del crimen organizado, era el encargado de la seguridad de los jugadores del Estrella Roja, contratado por la Seguridad del Estado. En septiembre de 1990, Arkan dominaba la grada de los Delije, por indicación del jefe del Servicio de Seguridad del Estado,
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Jovica Stanišić, con tal de que la violencia de los mismos no se volviera en contra de las autoridades serbias en los albores del conflicto. Con el inicio de la guerra de los Balcanes, los estadios de Yugoslavia se vaciaron para integrar a sus hooligans en el ejército y las milicias paramilitares que luchaban por sus respectivas causas nacionales, en ese reparto de fronteras, dibujado con escuadra y cartabón. Entre ellos, ultras del Estrella Roja, Partizan, Dinamo de Zagreb y Hajduk Split. El 11 de octubre de 1991, Arkan fundaba en el monasterio de Pokajnica la Guardia Voluntaria Serbia, posteriormente conocida como los Tigres de Arkan, de férrea disciplina y cabeza rapada, controlada por la “vojna linija” (línea militar), hombres de confianza del entonces presidente Slobodan Milošević. Arkan sería juzgado en 1999 por crímenes de guerra y asesinado en un hotel de Belgrado, el 15 de enero de 2000. Uno de los autores del crimen, había pertenecido a sus Tigres. Este grupo paramilitar llegó a aglutinar más de 9.000 miembros, entre ultras del Estrella Roja y criminales varios, para luchar por “la Gran Serbia”. Entre sus integrantes, aunque los menos, se contaban algunos radicales del Partizan, que también lucharon en unidades del Ejército regular y otras milicias. Los Tigres de Arkan, protagonizaron la matanza de la ciudad croata de Vukovar, la masacre contra la población bosnia de Bijeljina y el ataque de Zvornik, entre otros. El 22 de marzo de 1992, durante un derbi eterno, un grupo de paramilitares de los Tigres de Arkan bajaron al campo con señales de tráfico como “Bienvenidos a Vukovar” y otros indicadores de ciudades caídas, vociferando Srbija do Tokija (Serbia a Tokio), una de las consignas de la tradición futbolística serbia tras ganar la Copa Intercontinental, cántico que sería utilizado recurrentemente durante la guerra. Ambas gradas aplaudieron. Pero tampoco es necesario remontarse al ya manido recurso de la guerra para la colaboración entre dos enemigos naturales. En 2001, grupos radicales ultranacionalistas unieron sus fuerzas para boicotear el Gay Pride, la primera marcha gay autorizada en Serbia, país
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profundamente ortodoxo. Así, tanto hinchas del Estrella Roja, como del Partizan, junto con grupos como el Movimiento Nacional Serbio 1389, protagonizaron numerosos actos de violencia. Al grito de “muerte a los maricones”, las escenas se repetirían años más tarde, destacando la suspensión del desfile del Orgullo Gay por amenazas contra asociaciones de homosexuales en 2009, y la celebración del año 2010, cuando los disturbios acabaron con 207 personas detenidas y 17 manifestantes heridos. Estarían orgullosos. El jefe de prensa del Estrella Roja coje el teléfono mientras conduce por Belgrado. Entre que fuma y conduce apenas se le entiende, pero tampoco se necesitan muchas palabras para la burocracia balcánica. Que sí, que ha recibido el email, que cuando queramos vayamos a por las acreditaciones para el partido del 2 de marzo entre el Estrella Roja y el Partizan, en el Estadio Marakana. Y que ojo con los alborotadores, de cualquiera de las dos tribunas. Porque aquí hay normas, y la norma inquebrantable es que, la noche del partido, Belgrado es suya, y la pelota esa excusa por la que dar la vida. Al menos hasta que encuentren una causa mayor por la que aliarse.
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Fuente: chvnoticias
PINOCHET, ¿HINCHA DE COLO COLO O DEL PODER?
El fútbol en Chile trasciende las marcadas divisiones de clase y ha sido un articulador histórico de identidad nacional tanto en el plano local como internacional. En el país hay sólo dos espectáculos que superan los 40 puntos de rating en televisión abierta, el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar y la selección nacional de fútbol; y esta última, es capaz de paralizar el país por la pasión chauvinista que los chilenos instalan en cada partido internacional; dimensión identitaria que se ha fortalecido los últimos años con las olas migratorias.
CRISTIAN LEPORATI Director de la escuela de publicidad y académico de la Universidad Diego Portales. (@cleporati)
De alguna forma, Colo Colo, el equipo del pueblo, posee un sentir y un impacto similar al de la selección nacional. No hay en Chile un solo equipo que sea capaz de llenar un estadio
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solo equipo que sea capaz de llenar un estadio de Arica (límite norte de Chile) a Punta Arenas, la ciudad austral de mayor población. La dictadura militar y Pinochet lo sabían, como también que fútbol y política han ido de la mano siempre. A modo de ejemplo, recuerdo que el presidente Piñera, dos meses después de perder en segunda vuelta ( 2006 ), procede a comprar un paquete accionario importante del club Colo Colo. Intuía que para ser presidente del país debía ser hincha del club, estrategia política que siguió hasta fines del 2010, una vez que accedió a su primer mandato. Procediendo a vender las acciones una vez logrado el objetivo. Como toda actividad humana, el fútbol, es un acto político en su esencia. Pierre Bordieu, el sociólogo francés, argumentaba que el fútbol (como deporte de masas) es un deporte inherentemente popular, tanto en su práctica como en su consumo, lo que ha llevado a diferentes líderes políticos a lo largo de la historia a utilizarlo como un arma a su favor. Pinochet siguió al pie de la letra esta lógica durante los 17 años de dictadura. Una de los proyectos del régimen militar fue descentralizar el país, por lo que se estableció entre 1974 y 1976 un nuevo plan de organización territorial que modificó la administración geopolítica del país; y de esta forma, “…el proyecto fue vinculado al fútbol, puesto que el régimen propuso un plan para masificar este deporte por todo el país, ya que tenían en cuenta el valor propagandístico y de control social que se le podía asignar a este deporte…” (Udp). El primer club fundado en la dictadura fue Malleco Unido, en marzo de 1974. Seguido por Cobreloa de Calama, fundado en enero de 1977; club financiado por Codelco (minera estatal del cobre) y por los trabajadores de la División Chuquicamata. Este club llegó dos veces a la final de la copa Libertadores de América, con lo que el régimen militar distrajo a los mineros chilenos, el cual era un grupo de presión política de gran importancia en el movimiento popular. Seis años más tarde, influirían directamente en las primeras protestas populares en medio de un escenario de crisis económica y descontento social.
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A su vez, Colo Colo, dada su gran popularidad e impacto social, fueutilizado por la dictadura en reiteradas ocasiones, cuando la contingencia amenazaba los intereses del régimen. Siguiendo así el mismo derrotero de Cobreloa como eficaz distractor comunicacional. Tal como señala el diario La Tercera al afirmar que esto lo hacían a través de Televisión Nacional (canal estatal, TVN): “Había una buena relación de Colo Colo con TVN y había vínculos con Dragicevic y Menichetti. Se trajo a Elías Figueroa, quien después estuvo en el Área Deportiva comentando...”, explica Carlos Ramírez, exproductor de TVN. También el canal nacional, dice Ramírez, “tenía la orden de organizar torneos exprés para que coincidieran con alguna protesta importante”. Agrega, “los cuadrangulares se hacían fuera de Santiago, y eran cuando se anunciaba alguna protesta. Siempre se contaba con Colo Colo. Así, la gente estaba en sus casas y no salía. Era bueno transmitir a Colo Colo, porque daba rating y nos permitía competir con Sábados Gigantes y Don Francisco”. ¿Pinochet hincha de Colo Colo? El mito se sustenta esencialmente en que el club de fútbol no tenía los fondos para terminar el tan ansiado estadio propio, lo que ocurre finalmente en 1989, un año después del plebiscito. A lo dicho, el primero de octubre de 1988 La Tercera titulaba: “¡300 millones para Estadio Colo Colo!” ofrece el gobierno; y continúa, “Pinochet ordenó fondos para terminar la segunda fase del complejo deportivo”. Recuerdo que todo esto se produce sospechosamente días antes del plebiscito que decidía la suerte de la dictadura, lo que ocurrió un 5 de octubre de 1988. Para continuar alimentando el mito popular, el día anterior, Peter Dragicevic (presidente) le comunicaba a los medios que ya contaba con el presupuesto para terminar el estadio Monumental, y que la Colotón, especie de Teletón para levantar recursos de seguidores y empresarios, había sido un éxito. Existe claridad que, a esas alturas del “partido”, lo único que le interesaba a la dictadura y por lo tanto a Pinochet, era permanecer en el poder. Y para lograrlo, qué mejor que conquistar el corazón de los adeptos al club más popular del país.
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Como se puede percibir, el general Pinochet no cumplía con la más mínima definición de lo que debe ser un hincha de fútbol, al decir de Eduardo Galeano: “El hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado”. Pero de acuerdo al periodista Jeser Lara, de la radio Bío Bío, el dictador sí sentía cierto aprecio por un club de fútbol. Después del fracaso de Chile en el Mundial de España (1982), su entrenador Luis Santibáñez renuncia y va a firmar su nuevo contrato con el segundo club más popular del país, Universidad de Chile, al mismísimo palacio de gobierno, La Moneda. Ahí trabajaba Ambrosio Rodríguez, procurador general de la República (1982-1984) y fanático presidente del club deportivo en cuestión. La firma no duró más de dos minutos, pero cuando se retira Santibáñez de La Moneda, está repleta de periodistas cubriendo la noticia. El asunto no pasó a mayores ese día, pero al día siguiente cuando Rodríguez vuelve a su trabajo, en uno de los patios del palacio de gobierno caminaba Pinochet, ve al procurador y lo llama... le dice: “¡Cómo trajo a ese guatón a firmar aquí por la Chile, sabiendo que yo soy wanderino!” Efectivamente, Pinochet no era fanático del fútbol, pero seguía los resultados de Santiago Wanderers. El general nació y vivió en Valparaíso, puerto emblemático del país. El dictador siempre tuvo el deseo de tener un mayor poder sobre Colo Colo por distintas contingencias políticas, pero su corazón era “caturro” (wanderino).
Bibliografía - El mostrador. Fútbol chileno y dictadura: mucho más que el “estadio de Pinochet”. - Udp. Los militares, la Dictadura y el fútbol profesional: El complejo control del deporte más popular (Chile 1975-1981) - La Tercera. El origen del Monumental y el rol de Pinochet. - Radio Bío Bío. ¿Era realmente hincha de Colo Colo?: La verdad tras el equipo preferido de Augusto Pinochet.
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FUTBOL Y BALCANES: DE LA PATADA DE BOBAN AL ÁGUILA DE SHAQUIRI ENRIC CARBONELL Politólogo y asesor de comunicación política. (@enriccarbonell)
El 8 de mayo de 1980, Josip Broz, más conocido como el mariscal Tito, fue enterrado en Belgrado. Ese mismo día, después del funeral, el albano Mahmet Bekalli escribió: “No sabía que también estábamos enterrando a Yugoslavia”. A finales de los 80 la fragmentación política e identitaria de Yugoslavia era un hecho cada vez más explícito. En los campos de fútbol el futuro conflicto bélico llevaba años gestándose hasta que, en el Maksimir de Zagreb, una patada dió el pistoletazo de salida a la guerra. No cabe duda que el fútbol es un motor de pasiones y se convierte con demasiada facilidad en el vehículo perfecto para reclutar y
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moldear a determinados públicos hacia postulados ideológicos con formas de expresión agresivas y violentas. La adscripción ideológica de los ultras, que en otras partes de Europa se centraba en el eje izquierdaderecha, en los Balcanes tomó un cariz identitario. Muchos de los ultras que frecuentaban las gradas de los estadios balcánicos tomarían parte en el posterior conflicto bélico enrolados en los grupos paramilitares. Los Horde Zla, grupo ultra del FK Sarajevo, se alistaron masivamente en las milicias bosnias musulmanas, así como los del Hajduk Split harían lo propio con el ejército croata una vez declarada la independencia en 1991. No fueron los únicos. Mientras, en el césped, empezaba a despuntar una generación de jugadores que posiblemente, y con el permiso de la actual, haya sido la más destacada del fútbol yugoslavo. Muestra de ello es el título de campeona del mundo que la selección sub 20 de Yugoslavia cosechó en 1987 con un centro del campo y una delantera de ensueño bien conocida por los aficionados españoles: Robert Prosinecki, Davor Suker, Predrag Mijatovic y Zvonimir Boban. Todos ellos acabarían recalando en algún momento de su carrera deportiva en la liga española. El fútbol no fue una excepción. La década de los 80 fue un rosario de éxitos en distintos deportes para la selección yugoslava, que en 1986 se proclamaría campeona del mundo de balonmano y en 1988 se colgaría la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos. En baloncesto maravillaba al mundo la generación de Petrovic, Divac, Radja, Kukoc, Danilovic... que también se proclamó campeona del mundo en 1990 venciendo en la final a la todopoderosa URSS y que se colgaría la medalla de plata de en los Juegos Olímpicos de 1988. Slobodan Milošević en ningún momento pudo controlar las reivindicaciones identitarias que desde la muerte de Tito iban tomando más importancia. Más bien al contrario, muchas de sus acciones se entendieron desde el resto de identidades nacionales como una provocación o un intento recentralizador y autoritario. De hecho, en enero de 1990, Croacia y Eslovenia abandonaron el Congreso
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Extraordinario de la Liga de Comunistas de Yugoslavia y propusieron crear una federación de seis repúblicas. En un principio, Milošević lo rechazó, pero tras semanas de negociaciones se acordó convocar, por primera vez desde la reunificación, elecciones regionales en cada una de las repúblicas. Y ocurrió lo previsible: en Serbia y en Montenegro ganaron los líderes partidarios de la unión yugoslava con centro de operaciones en Belgrado y en Eslovenia y Croacia vencieron los partidarios de la independencia. El 13 de mayo de 1990, siete días después de las elecciones, 3.000 Delije –ultras del Estrella Roja– llegaron en tren a Zagreb para la disputa de la penúltima jornada de un campeonato de liga que el equipo serbio había ganado ya matemáticamente unas semanas antes. Un partido de trámite en lo futbolístico, pero decisivo en lo político. “¡Zagreb es Serbia!” y “¡Mataremos a Tudjman!” eran los cánticos con los que los Delije bajaron del tren para dirigirse al Maksimir, el estadio del Dinamo de Zagreb. Franjo Tudjman, un historiador croata que con 23 años se convirtió en el general más joven del ejército popular de Tito, era el objetivo de los hinchas del Estrella Roja. El líder de la Unión Demócrata Croata se había impuesto recientemente en la segunda vuelta de las elecciones y se había convertido en la punta de lanza del movimiento independentista croata. La hinchada del Estrella Roja estaba dirigida por Zeljko Raznatovic, más conocido como Arkan, quien posteriormente sería un destacado líder militar serbio acusado de numerosos crímenes de guerra. De hecho, Arkan, junto a otros veinte Delije, creó la Guardia Serbia Voluntaria, más conocida como los Tigres de Arkan. Por otro lado, en las calles cercanas al estadio les esperaban quemando banderas yugoslavas y ataviados con banderas croatas los Bad Blue Boys, ultras del Dinamo de Zagreb y defensores de la independencia de Croacia. Después de la previa en la calle, en el Maksimir la situación no se relajó. En el gol norte, los Bad Blue Boys y en el gol sur, los Delije. Cánticos
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chetniks contra cánticos ustachas. Todos los ingredientes para encender la mecha de la guerra. Tanto es así, que el partido no llegó ni a empezar. El equipo local sale a calentar con Zvonimir Boban a la cabeza. Enfrente, la mejor plantilla de la historia del Estrella Roja, que se proclamaría campeona de Europa por primera y única vez la siguiente temporada. La guerra abierta entre ultras pronto se trasladó al terreno de juego. Mientras la mayoría de jugadores trataron de esconderse en los vestuarios, Boban decidió tomar partido. De qué forma ya es de sobra conocido. Tanto como las consecuencias: su patada a un policía serbio pronto se convirtió en símbolo del orgullo croata. La guerra de los balcanes, el conflicto bélico más trágico que haya visto Europa desde la Segunda Guerra Mundial, continúa dando coletazos sobre todo en el mundo del deporte. De hecho, el conflicto volvió a aparecer en el pasado mundial de Rusia de 2018. El partido de la segunda jornada de la fase de grupos entre Serbia y Suiza enfrentó con su pasado a varios jugadores que se vieron obligados a dejar sus casas por la guerra. Y es que la selección Suiza contaba en este Mundial con el entrenador y siete jugadores de origen balcánico. Desde Pristina, capital de Kosovo, se animó en aquel encuentro a la selección Suiza como si fueran albaneses. 28 años después de la patada de Boban, Xhaka y Shaqiri, hijos de albaneses, celebraron sus goles para la selección de Suiza contra Serbia con las manos juntas haciendo la forma de un ave en clara alusión al águila bicéfala de la bandera albanesa.
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LA RELACIÓN INTRÍNSECA DEL BARÇA Y EL CATALANISMO POLÍTICO JAUME RÍOS Politólogo. Consultor de comunicación en Ideograma (@riosjaume)
Aquellas naciones que carecen de estructuras estatales sobreviven, en gran parte, gracias a los símbolos. La simbología, el relato histórico, la lengua y las tradiciones son fundamentales para cualquier construcción nacional que quiera permanecer en un contexto sociopolítico. El caso catalán no es distinto: la tradición política catalanista se ha nutrido de símbolos que han construido un imaginario colectivo necesario para su propia existencia y éxito electoral. Desde el nacimiento del catalanismo político, en el siglo XIX, los diferentes movimientos sociales que requerían más autogobierno para Cataluña adoptaron un discurso que reivindicaba el nacionalismo cultural: defensa de la identidad nacional, basado en una cultura propia; que se diferencia de forma estructural con las demás
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regiones de la comunidad estatal. Su principio político básico era el reclamo de una mayor autonomía y la promoción del autogobierno para Cataluña. Al mismo tiempo, buscaban fórmulas que blindaran la lengua y cultura propia, rechazando que estas fueran adulteradas o minimizadas por la nación dominante. En esta corriente política y a la vez cultural, encontramos diferentes actores con roles e influencias diversas: empresarios, asociaciones culturales, sindicatos, partidos políticos, sectores de la iglesia católica y también entidades deportivas. El Barça forma parte de este tejido histórico desde su fundación. En sus 120 años de historia, se ha posicionado en múltiples ocasiones al lado del catalanismo político, evolucionando y mutando al mismo tiempo que el propio movimiento. Historia del vínculo No se puede entender la identidad del Fútbol Club Barcelona sin repasar su vínculo histórico con el movimiento catalanista. Desde su fundación en 1899, liderada por Joan Gàmper, el club tomó una serie de decisiones que lo posicionaron políticamente: en 1916 el Barça adoptó el catalán como lengua oficial del club y dos años más tarde, se añadió a una larga lista de entidades que pedían un Estatuto de Autonomía. En el contexto de la Mancomunitat Catalana, se hizo un frente para presentar la propuesta a las Cortes Generales, donde fue rechazada. El episodio más icónico del Barça en esa época, dentro de su importante rol en el catalanismo político, fue en 1925. En un partido amistoso en el antiguo Estadio de Les Corts, los aficionados culés pitaron la Marcha Real al inicio del encuentro. En un contexto de dictadura, encabezada por Primo de Rivera, la actitud de la grada supuso el cierre durante 6 meses del estadio y una multa para el club. La represión llegó hasta la presidencia, ya que forzaron al propio Joan Gàmper a irse al exilio. En la etapa republicana el Barça también tuvo un papel relevante con un protagonista destacado: Josep Suñol. El nuevo presidente del club, que
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JAUME RÍOS
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asumió sus funciones el julio de 1935, era diputado en las Cortes Republicanas por Esquerra Republicana de Cataluña. Durante su mandato se vinculó como nunca antes el club con los valores catalanistas mediante iniciativas de los propios socios. Suñol fue asesinado por las tropas franquistas el 6 de agosto de 1936, cuando cruzó accidentalmente el frente por la sierra de Guadarrama. Fue fusilado sin juicio previo. Durante la Dictadura franquista el club, como todas las entidades que habían simpatizado con el ideario catalanista, tuvo que sumarse al silencio de la oposición hasta que no llegó la Transición. En los años 70 tenemos los siguientes episodios destacados que nos ayudan a entender la relación entre el club y los valores políticos del catalanismo: en 1972 el histórico speaker del Camp Nou, Manel Vich, anunció en catalán que un niño se había perdido en el estadio. Este hecho, que a primera vista parece anecdótico, provocó airadas reacciones de los miembros del Gobierno presentes ese día en el palco. Con la recuperación de la democracia, el Camp Nou y el barcelonismo volvieron a ser un espacio para la expresión del catalanismo: desde la normalización lingüística en el propio estadio, en el 74, recuperando el “Cant del Barça” como himno oficial, la recuperación de la Senyera en el escudo en el 77, la adhesión del club a la campaña a favor de la escuela en catalán en el 72, hasta el histórico concierto de Lluís Llach en el 85. Del catalanismo al independentismo: el “Procés” y la institución azulgrana Durante los 25 años de presidencia de Núñez y Gaspart (1978-2003) el Barça no se desvincula del movimiento catalanista pero todo cambia cuando, en 2003, llega a la presidencia Joan Laporta. El nuevo presidente tenía antecedentes políticos, habiendo militado en el Partit per la Independència (PI) en los años 90. Durante su presidencia, que coincidió con fechas clave del proceso soberanista, Laporta dobló la apuesta del club para vincularse a la causa catalanista.
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Fue el presidente que, al mismo tiempo, obtuvo los mayores éxitos deportivos de la historia del club de la mano del entrenador Josep Guardiola, con el que se ganó el primer triplete de la historia del club (Liga, Copa del Rey y Champions League). En 2009 además, el club ganó todos los títulos que jugó, sumando 9 en una sola temporada. El propio entrenador del que se considera el mejor Barça de la historia se significó repetidas veces políticamente, participando en movilizaciones a favor de la realización de un referéndum de autodeterminación en Cataluña y en las grandes manifestaciones de la Diada del 11 de setiembre. Aunque Guardiola no participó directamente en las movilizaciones durante su cargo de entrenador del primer equipo de fútbol, sí que lo hizo en reiteradas ocasiones cuando dejó de serlo. Su figura fue aprovechada por los partidos independentistas en 2015, en las elecciones del 27 de septiembre, cuando se incorporó como miembro de la lista de Junts pel Sí, coalición independentista que ganó las elecciones. Entonces, Guardiola era entrenador del Bayern de Munich.
Josep Guardiola en una manifestación que organizaron las principales entidades soberanistas en 2017, dentro de la campaña del Referéndum del 1-O de ese mismo año. Foto: Albert Garcia / El país
A nivel institucional, también se posicionó en diferentes ocasiones más allá de la etapa Laporta: en las juntas posteriores Sandro Rosell y Josep
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Maria Bartomeu (2010-actualidad) el club se adhirió al Pacto Nacional para el Derecho a Decidir en 2014 y en 2017 al Pacto Nacional para el Referéndum. Estos dos pactos reunían centenares de entidades, entre ellos los principales sindicatos, entidades culturales y partidos, que solicitaban al Estado español un referéndum pactado para decidir el futuro político de Cataluña. El Barça también ha jugado un papel fundamental durante los últimos años del procés dentro de los movimientos de la sociedad civil: la Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural organizaron en 2013 dos importantes eventos dentro del propio Camp Nou. En primer lugar el Concierto para la Libertad, que reunió a diferentes artistas con el lema “Freedom for Catalonia” y en setiembre de ese mismo año, la gran movilización de la “Via Catalana para la Independencia” tuvo uno de sus tramos dentro del estadio culé. Más allá de los movimientos institucionales o la utilización del estadio por parte de entidades independentistas, la propia afición del Barça ha jugado un papel protagonista durante los últimos años del Procés: desde 2012 hay la tradición de empezar a corear “Independència” en el minuto 17 con 14 segundos, haciendo referencia al año 1714, cuando tuvo lugar la Guerra de Sucesión Española y se publicó el Decreto de Nueva Planta que anulaba las instituciones catalanas. Además, la afición ha utilizado el estadio como escenario internacional para poder exponer sus reivindicaciones en distintos momentos del proceso independentista. Es habitual ver un gran número de banderas independentistas, hecho que le valió la penalización de la propia UEFA en múltiples ocasiones. El 1 de octubre de 2017 fue una fecha donde el Barça tampoco se quedó al margen del debate soberanista catalán. Coincidiendo con el Referéndum convocado por el Gobierno de Carles Puigdemont, el primer equipo de fútbol tenía programado una jornada de liga que le enfrentaba al Unión Deportiva Las Palmas. Durante toda la jornada, y viendo las imágenes de violencia en muchos centros de votación, el club debatió
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LA RELACIÓN INTRÍNSECA DEL BARÇA Y EL CATALANISMO POLÍTICO
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internamente si se debería jugar el partido en esas circunstancias. La decisión de la Junta Directiva, que fue motivo de crítica por parte del independentismo, fue jugar el partido a puerta cerrada. Por parte del UD Las Palmas, salieron al campo con una equipación especial, con una bandera española en el pecho y la fecha del partido. Ese gesto hizo que se cancelara la tradicional comida entre las dos juntas directivas previas al partido. Es necesario recordar que el club no se ha posicionado en el debate independentista. El club, que ha mostrado su voluntad a trabajar para la ejecución de un referéndum en Cataluña, siempre se ha mantenido al margen de campañas a favor o en contra de la independencia. Su actual presidente, Josep Maria Bartomeu, y su equipo han dicho en reiteradas ocasiones que el club estaría al lado de la decisión que tomara la sociedad catalana. La simbiosis entre club y país Más allá de las tensiones que pueden surgir entre un club global con valores regionales, no se puede entender el Barça sin el catalanismo político ni este movimiento político sin una institución universal como el FC Barcelona. Se han nutrido el uno del otro de forma simbiótica: por su parte el club ha fidelizado a una masa social más allá del deporte, de ahí su lema “Més que un club”. Su vínculo con el movimiento catalanista le ha valido para posicionarse como una institución de peso en la sociedad y representar, más allá de la ciudad condal, un sentimiento de pertenencia. Del mismo modo, el catalanismo político, incluso el movimiento independentista, ha encontrado en el Barça una simbología importante para su imaginario colectivo, un estadio global que ha ejercido de templo para sus reivindicaciones y demostraciones de fuerza y por último, todo ha girado entorno al ritual más reconocido a nivel global: un partido de fútbol.
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EL GRITO DE GUERRA: LOS ULTRAS Y SUS CANCIONES LEIRE ORDOYO Doble Grado en Ciencia Política y Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos (en curso). (@lordoyo)
Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial sirvieron de caldo de cultivo para todo tipo de consecuencias: eran los años de la ONU, los juicios de Núremberg y de la Guerra Fría pero también, la belle èpoque del fútbol. Los grupos ultras nacen en los sesenta en Italia. Los del Granata del Torino FC y los Ultras Tito Cucchiaroni de la UC Sampdoria fueron los abuelos de quienes hoy se sitúan en la parte baja de las gradas de muchos estadios de fútbol. Es entonces cuando grupos de jóvenes italianos revolucionan la forma de ver los encuentros; cargados con bufandas y trompetas, haciendo del deporte estrella todo un fenómeno sensorial. El nombre que se les atribuyó a estos grupos italianos no fue al azar: “ultra” proviene del latín y significa “más allá”.
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EL GRITO DE GUERRA: LOS ULTRAS Y SUS CANCIONES
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La dicotomía izquierda-derecha acaba por manifestarse en uno de los lugares menos esperados: el fútbol. El conflicto entre grupos ultra no pudo ser sino una consecuencia (más que esperada) del fenómeno. El primer enfrentamiento fue registrado en Italia durante el derbi de Roma de 1974. La política se convertiría ya en los años ochenta, en el motor de rivalidad entre ultras. Sin embargo, no todos los hinchas se consideraban a sí mismos “ultras” por su connotación tan a la derecha del término y optaron por seguir la estela británica adoptando el término hooligan (relativo a los ciudadanos de clase obrera pertenecientes a las zonas industriales de Inglaterra). Ya en los noventa nacieron las primeras voces discordantes dentro del fútbol que proclamaban un partido sin política, algo que a día de hoy, es impensable. El ritual de estos grupos era casi sacro: los desplazamientos en bus hasta el estadio rival, noventa minutos de pie en las gradas de cemento, bajo cualquier condición meteorológica. Las revistas, las pancartas y pegatinas que pagaban los kilométricos desplazamientos, las bufandas (al más puro estilo italiano) y su atuendo. Así nacen los casuals, auténticos maestros del estilo futbolero. Jóvenes de ultraderecha vestidos con bombers y Adidas Samba que se convertían en los caballos de Troya de los hooligans, dispuestos a dar la cara por su equipo en cualquier bar de Liverpool (por aquel entonces, la meca de cualquier hincha del balompié). Como un partido de fútbol no es el mejor momento para debatir moderadamente sobre política, las ideas contrapuestas debían ser expresadas de otra forma. Por tanto no es de extrañar que muchos grupos ultras de nuestro país y del resto del mundo empleen canciones para reafirmar su condición en la res publica. La más coreada seguramente sea la archiconocida Bella Ciao. Este cuasi himno nace durante la Segunda Guerra Mundial como grito de protesta de los partisanos contra la ocupación nazi en Italia. A comienzos del siglo XX sólo era un cántico popular entre los asistentes italianos a los Festivales mundiales de las Juventudes Comunistas pero durante las manifestaciones de 1968 alcanza su máxima difusión, hasta tal punto
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que a comienzos de los setenta, al otro lado del mundo, se convierte en todo un himno del gobierno de Salvador Allende. Durante el Mundial de Fútbol del pasado año el himno partisano pasó a cantarse allí donde jugase la selección argentina con su toque particular: “Y Chile chau, Chile chau, Chile chau chau chau / Che brasilero, vos no te asustés”. Su letra original tiene el suficiente jugo para ser exprimido con sentido político: “una mañana, me he despertado / y he descubierto al invasor”. Por eso, el Sindicato Bancario Argentino empleó el canto partisano para reclamar una subida de salario durante una huelga en abril del pasado año. Cómo se iba a imaginar esa mujer de Guantánamo, la Guantanamera a la que cantaba su autor Joseíto Fernández, que un laureado club de fútbol corearía su canción. Y a pesar de que los orígenes de esta popular melodía son bastante controvertidos, es un hecho que la Guantanamera es tan antigua como popular. En 1940 el pianista y compositor Julián Orbón cambió la letra de Joseíto Fernández por versos de José Martí, llevándola a la música de habla no hispana a través de las grabaciones de músicos estadounidenses en los años 60. La Guantanamera de The Sandpipers (1966) llegó al ranking de las canciones más populares de 1966, el mismo año que Inglaterra ganó su (hasta el momento) único Mundial. Como homenaje a esa copa, en las gradas del Arsenal todavía se pueden escuchar los acordes de Joseíto Fernández. La Guantanamera ya no es una canción dedicada a una mujer “guajira” (trabajadora del campo cubano) que debió robar el corazón a Joseíto Fernández sino todo un homenaje a un año dulce en el fútbol inglés. Y lo que para Cuba es un símbolo de identidad nacional, para Inglaterra es la melodía de descontento hacia un entrenador: “Sacked in the morning, you’re getting sacked in the morning” (Despedido por la mañana, serás despedido por la mañana). Las canciones populares tienen orígenes remotos, no muy exactos y entorno a ellas se construyen auténticas teorías difíciles de corroborar. Es el caso de la canción “Soy capitán de un barco inglés”. Quizás su nacimiento se remonte casi a la época de Julio César cuando éste luchaba por mantener las aguas del Mediterráneo. Los piratas, lejos de lo que la cultura popular nos ha hecho llegar eran expresidiarios,
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vagabundos y delincuentes que se veían forzados a atacar barcos para poder sobrevivir. La pobreza en la que estaba sumida la Europa de comienzos de la Edad Moderna era la principal causa de la proliferación de estos saqueadores, que a diferencia de los corsarios, atracaban barcos para sobrevivir. Quizás este modo de vida tan poco atractivo en la actualidad haya servido de inspiración para los Bukaneros. Las movilizaciones vecinales de los años cincuenta del siglo pasado de un barrio marcadamente izquierdista y organizado contra la lucha franquista se tradujeron en cánticos en el fútbol. Uno de los más famosos es “Soy capitán de un barco inglés” que cuenta con innumerables finales alternativos y que el propio Rayo Vallecano ha empleado para hacerse eco de su idiosincrasia como barrio obrero: “La vida pirata es la vida mejor (La vida pirata es la vida mejor)/ sin trabajar (sin trabajar)/ sin estudiar (sin estudiar)/ coooooooon la botella de ron (coooooooon la botella de ron)”. Sea como fuere, la política y el fútbol comparten la misma esencia: la pugna de A contra B y B contra A en un duelo que puede adquirir distintos carices. En las urnas, los atriles, en los estadios o en los bares la labor de cualquier defensor de una idea ya sea un candidato o un aficionado es hacer oír al receptor su mensaje (tampoco es necesario que lo escuchen).
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TABARÉ: EL PRESIDENTE DE LOS GAUCHOS MARCEL LHERMITTE Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación, magíster y consultor en comunicación política y campañas electorales (@MLhermitte)
La Teja no es un barrio más de Montevideo, es de esos lugares en donde los vecinos siempre están dispuestos a ayudarte. Es un barrio obrero, no sólo porque muchas fábricas decidieron instalarse en esa populosa zona, sino porque está poblado mayoritariamente por trabajadores que día a día entran a la cancha de la vida buscando una oportunidad que los ayude a mejorar. La familia Vázquez no era la excepción. Héctor estaba casado con Elena. Él era el sostén económico de la familia, trabajaba en el barrio, más precisamente en Ancap, la petrolera uruguaya, y su sueldo alcanzaba justo para mantener a sus cinco hijos.
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De Tabaré, el cuarto nacimiento de la pareja Vázquez Rosas, dicen que cuando se armaban los “picaditos” de fútbol en los campitos de La Teja, en su niñez, era un buen arquero, aunque otros aseguran que no era tan así; por eso celebraron cuando junto a un grupo de amigos fundaron el Club Arbolito a finales de 1958 y el avanzado estudiante de medicina bregó para instalar una policlínica para atender gratuitamente a los vecinos que llegaran a la novel institución. El fútbol es parte del ADN de los uruguayos, el país se pone en pausa cuando juega la Celeste y la gente palpita a rabiar cuando cada fin de semana entra a la cancha el club de sus amores. Cada barrio tiene su sentimiento puesto en una camiseta, y en La Teja es Progreso el que manda en el corazón de la gente. Los “Gauchos del Pantanoso”, como se los conoce popularmente, es un equipo que durante años ha oscilado entre la primera y la segunda división profesional; es un cuadro cuyo objetivo habitual es salvarse del descenso. Pero el año 1989 fue diferente y vivirá en la memoria de toda esa barriada eternamente. Fue el 14 de diciembre, en cancha de Central Español, cuando Pedro Pedrucci, de penal, empató el partido. Uno a uno, pero el resultado alcanzaba para salir campeón. La Teja festejaba, por primera vez los Gauchos del Pantanoso eran campeones del Torneo Uruguayo de Primera División, que era presidido además por uno de los hijos del barrio, el doctor Tabaré Ramón Vázquez Rosas. El relato y la identidad Actualmente el Río de la Plata tiene dos presidentes que tienen como característica que antes de ejercer cargos políticos a nivel gubernamental fueron presidentes de clubes de fútbol: Mauricio Macri en Boca Juniors y Tabaré Vázquez en Progreso. En el caso del oriental –que es el caso que analizamos aquí– el fútbol le sirvió como carta de presentación para su primera campaña electoral, ya que en ese mismo año de 1989 se celebraron elecciones nacionales y
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departamentales en Uruguay. No había definición sobre quién podría ser el candidato a intendente de Montevideo por el Frente Amplio, ya que las chances de la coalición de izquierda parecían un tanto exiguas y para gran parte de la dirigencia no era atractivo competir ante una gran posibilidad de derrota. La responsabilidad entonces recayó sobre Vázquez, a quien no se le conocía una militancia destacada dentro del Partido Socialista, incluso puede decirse que era prácticamente desconocido para la mayoría de la ciudadanía capitalina. El único cargo político que había ejercido hasta ese entonces fue el de presidente de la Comisión de Finanzas de la Comisión Nacional Pro Referéndum que buscaba revocar la ley de Caducidad (la normativa impedía juzgar a los violadores de derechos humanos de la dictadura), en 1987. Su visibilidad pública era nula. Tenía el agravante además de ser un doctor en medicina, especialista en oncología, cuando la mayoría de los dirigentes políticos provenían del Derecho, su carrera en la dirigencia del fútbol no estaba vinculada a Nacional ni a Peñarol, sino a un equipo pequeño, de raíces barriales, y además provenía de cuna de obreros de clase media. “A diferencia del establishment de los partidos tradicionales, Tabaré no era hijo de ningún expresidente o caudillo político. Él era Tabaré, el médico exitoso, joven y que hablaba como un pastor evangélico. Tenía una historia de vida para contar, una novedad, una trama cuyo desenlace fue largamente esperado por su público: su llegada al gobierno”, dice Martín Ponce en el libro Caudillismo, E-política y Teledemocracia. El fútbol ha formado parte de la identidad de muchos políticos de Uruguay y del Río de la Plata, pero en el caso de Tabaré Vázquez forma parte importante de la concreción de un “sueño uruguayo” si generamos un paralelismo con el american dream estadounidense, pero con particularidades criollas. La construcción de ese “sueño uruguayo”, que ha sido parte sustancial
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del relato presidencial de Tabaré Vázquez, está vinculado al hijo de obreros, nacido en un barrio popular, formado por la educación pública y graduado como doctor. Un integrante de la clase media uruguaya que se supera y es capaz de llegar a ser intendente de Montevideo y presidente de la República en dos oportunidades, gracias a su esfuerzo. El fútbol forma parte fundamental de la identidad, y de la reputación, de Tabaré Vázquez, pero no es simple y llanamente el fútbol, sino la identificación con su equipo, Progreso, un equipo de barrio, popular y con carencias económicas. La cercanía de Vázquez con la gente a la hora de hacer campañas, su facilidad para comunicarse naturalmente con ciudadanos de nivel socioeconómico bajo, la empatía que logra con ellos y el conocer los códigos de comunicación de los sectores populares son parte de la fortaleza que tienen su génesis en La Teja. Y esa identidad del actual jefe de Estado a través del fútbol se sigue alimentando, pues año a año, siempre encuentra algún tiempo para ir a la tribuna del Abraham Paladino, en su barrio, para acompañar al club de sus amores y gritar los goles –cuando los hay– abrazado a sus vecinos, como un hincha más.
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EL FÚTBOL DEL G8: ALEMANIA, LÍDER INDISCUTIBLE GABRIELA ORTEGA Coordinadora del departamento de consultoría del CIGMAP de la UCJC y portera de la selección ecuatoriana de fútbol (2003-2008). (@gabrielaortegaj)
Se estigmatiza al fútbol como el “opio del pueblo”, sin embargo, como bien dijo Jorge Valdano, el fútbol es “lo más importante de las cosas menos importantes”, más si hacemos una relación entre la política y el “deporte rey”. No hace falta buscar estadísticas, los ocho países industrializados con una potente influencia en los sectores político, económico y militar se han agrupado en un grupo informal llamado G8. Los mandatarios de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia (inhabilitada desde 2014, por su conflicto con Crimea), se reúnen para analizar el estado de la política y la economía mundial, e intentar unificar posiciones y decisiones que seguramente afectarán al resto
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de los países del mundo. Pero, ¿qué tiene que ver el G8 con el fútbol? Veamos si existe relación entre los ocho países autodenominados más influyentes y los resultados de sus selecciones de fútbol, femenina y masculina.
Alemania es una de las diez economías más importantes del mundo por volumen de PIB y es uno de los países con menos porcentaje de personas desempleadas del mundo. Pero no solamente puede presumir de su innegable potencia económica, las selecciones de fútbol de Alemania son las que más Mundiales han ganado a lo largo de la historia; con seis victorias, cuatro del equipo masculino (1954, 1974, 1990 y 2014) y dos del femenino (2003, 2007) es el único país del G8 que puede presumir de ser campeón mundial de fútbol tanto de hombres, como de mujeres. Además de tener al máximo goleador de los Mundiales, Miroslav Klose (16 goles), y el segundo lugar de las goleadoras que lo ocupa Birgit Prinz con 14 tantos. Cuando el ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, en 2005, amplió la reunión del G8 a los cinco países con economías líderes emergentes (Brasil, China, India, México y Sudáfrica), para construir un “nuevo paradigma en la cooperación internacional”, además de incluir al ícono del fútbol, Brasil, dentro de las potencias mundiales, también estaría
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incorporando a las siguientes sedes de las Copas Mundiales, Sudáfrica (2010) y México (2016). Brasil, este emblemático caso futbolístico se distingue por ser cinco veces campeón mundial, más dos medallas de plata, dos de bronce y dos cuartos lugares, sin bajar del décimo cuarto lugar de las selecciones de fútbol a nivel mundial. Es historia del fútbol y la selección femenina no se queda atrás. Se ha clasificado para los siete Mundiales y aunque no ha conseguido ser campeón, en China, 2007, quedó vicecampeón y en 1999 obtuvo la medalla de bronce en Estados Unidos. Cabe destacar que la mayor goleadora de la historia del fútbol es Marta Vieira da Silva, la delantera brasileña que se mantiene en el liderato de mejores marcas femeninas, con 15 goles; comparte marca con su compatriota Ronaldo y solamente son superados por el alemán, Miroslav Klose que suma 16 en sus participaciones mundialistas. Es la primera economía del mundo por volumen de PIB, pero a la vez, Estados Unidos es uno de los países más endeudados. Ese antagonismo también se evidencia en sus selecciones de fútbol. El palmarés del balompié estadounidense tiene rostro de mujer, todas las victorias en campeonatos mundiales pertenecen a su selección femenina consiguiendo coronarse campeonas en tres ocasiones y sin bajarse del podio de los primeros lugares en todos y cada uno de los siete mundiales femeninos que han existido. Estados Unidos es el líder indiscutible del fútbol femenino, pero no sucede lo mismo con sus homólogos varones quienes, a pesar de haber participado en once de los veintiún campeonatos mundiales, su mejor posición fue el tercer puesto en 1930 (primer mundial de fútbol). Cabe mencionar que Estados Unidos ha sido sede de tres mundiales de fútbol, dos femeninos y uno masculino, y en 2026, albergará el 75% de los partidos del Mundial masculino, cuya sede la comparte con Canadá y México. Similar a Estados Unidos es el caso de Japón. Las japonesas son líderes del fútbol, han participado en todos los mundiales, se coronaron campeonas en 2011 y obtuvieron el vicecampeonato en 2015. Sin embargo, su selección masculina ha clasificado a seis mundiales, pero
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no ha conseguido superar la novena posición. En una ocasión se pudo escuchar a una asesora de la Federación de Fútbol de Japón decir que siempre han pensado que “había más opciones de ganar títulos con las selecciones femeninas que con las masculinas y, por eso, han invertido dinero y recursos en ellas”, a lo mejor es una opción que deberían valorar varios países. Continuando con el G8, aunque Reino Unido abarque más selecciones que la inglesa, nos permitimos la licencia de considerar solamente a ésta dentro del análisis ya que Irlanda del Norte, Escocia y Gales no han conseguido ganar ningún campeonato mundial hasta ahora, mientras que el combinado inglés fue campeón masculino cuando fue sede en 1966. Inglaterra es un caso que vale la pena destacar ya que, al igual que Alemania, se encuentra presente en las tres columnas: como país miembro del G8, como campeón masculino y como medalla de bronce con el equipo femenino en Estados Unidos (2015). Cabe recordar que el combinado inglés es considerado la primera selección nacional del mundo, distinción que intentó defender al no participar en los tres primeros Mundiales masculinos de fútbol, por no haber sido electa como sede de estos. A Italia y Francia les sucede algo similar, son países influyentes económica y políticamente en el G8; sus equipos de fútbol masculinos ocupan el tercero y quinto puesto en el palmarés de los campeones mundiales de fútbol. Sin embargo, sus equipos femeninos no han tenido grandes victorias, el mejor resultado de las francesas fue el cuarto lugar al perder contra Suecia en 2001; y las italianas que han clasificado a dos mundiales de fútbol con resultados poco reseñables. De los tres países antes mencionados, cabe señalar que, a pesar de que Inglaterra es la selección nacional más antigua, si hablamos de fútbol Italia es un país de los que primero se vienen a la mente, tal vez porque fue lugar de la segunda sede del mundial masculino después de la gran “insistencia” de Mussolini a Suecia (la otra candidata a albergar la competición) que acabó cediendo a las presiones; o porque ha sido cuatro veces campeón mundial (1934, 1938, 1982, 2006); o quizás
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porque su primer trofeo del mundo se le atribuye a la famosa conversación entre Mussolini y Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol y miembro del Comité Olímpico Italiano, cuando le mencionaba: — No sé cómo hará, pero Italia debe ganar este campeonato. — Haremos todo lo posible… (fue la respuesta de Vaccaro). — No me ha comprendido bien, general… Italia debe ganar este Mundial. Es una orden. Y así, en 1934, la azzurra quedó campeona del mundo por primera vez en su historia. Del grupo de los G8, nos queda pendiente Canadá y Rusia (suspendida del G8) y en ambos casos, el fútbol no es un deporte que figure en sus palmarés. Ni sus representaciones masculinas, ni femeninas, han conseguido mayores logros en este deporte. Canadá puede presumir de haber clasificado a seis de los siete campeonatos del mundo femeninos, pero sin mayores resultados que una medalla al cuarto lugar en el mundial de Estados Unidos, 2003. Algo similar sucede con Rusia cuyo mayor logro es el cuarto lugar alcanzado por la selección masculina en el mundial de Inglaterra 1966. Estos son los lugares que ocupan las ocho grandes potencias mundiales en el fútbol. Sin embargo, nos quedan pendientes selecciones tanto femeninas como masculinas que se van abriendo paso o que ya tienen un lugar consolidado como referentes futbolísticos. En las mujeres, Noruega, Suecia y China merece la pena mencionarlas como iconos futbolísticos. Noruega alzó la copa del mundo en 1995 y ha obtenido medallas de plata y bronce al igual que las selecciones femeninas de Suecia y China. Sin embargo, sus homólogos masculinos han tenido logros poco reseñables. En el lado contrario, al destacar países relevantes en el historial del fútbol masculino se encuentran Argentina, Uruguay y España. Son las tres selecciones campeonas del mundo que sus compatriotas femeninas no han podido alcanzar en títulos; Argentina ha clasificado a todos los mundiales, pero no ha pasado de la fase de grupos, España solamente ha clasificado en una ocasión (2015) y Uruguay todavía no ha vivido un Mundial de fútbol femenino.
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Para terminar, si hablamos de fútbol y política no hay que perder de vista a la sigilosa y silenciosa China que, al igual que Brasil, entró en la lista de los países potentes G8+5. La selección femenina china cuenta con seis participaciones en los siete campeonatos mundiales y destaca su medalla de plata en 1999, final que perdió contra la local Estados Unidos, mismo rival que le arrebató el tercer puesto en 1995. ¿Rivalidad política que se traduce al fútbol o viceversa? Por otra parte, la selección masculina clasificó por primera vez a un mundial en Corea-Japón, 2002. Cabe señalar que el presidente chino, Xi Jinping, es un ávido fanático de este deporte y ya ha dejado claro que el desarrollo del fútbol es una prioridad de su gobierno, porque quiere que China participe, organice y gane un Mundial. Está claro que no es un condicionante que los países más desarrollados sean líderes futbolísticos. Sin embargo, Alemania sí ocupa el liderato mundial política, económica y futbolísticamente. Lo hace aunando esfuerzos entre ambas selecciones femenina y masculina, que en total suman los seis campeonatos mundiales que ningún país ha alcanzado. Este logro conjunto merece que se recuerde con especial ahínco las situaciones que tuvieron que vencer las mujeres alemanas para jugar al fútbol y conseguir este logro: (1) La prohibición de la Federación Alemana de Fútbol (DFB) en 1955 por considerar la combatividad del deporte como contraria a la naturaleza de las mujeres. (2) Las dudas del primer entrenador de la selección femenina en 1982, Gero Bisanz, quien declaró que temía por su reputación ya que sus colegas se reían de él. (3) En 1983, las alemanas ganaron la Eurocopa Femenina y recibieron como premio una vajilla de servicio de café de Villeroy & Boch, pintada con flores de colores. A lo mejor, solamente como conjetura, lo más importante de este cruce de datos está en ese esfuerzo realizado por cientos de mujeres que abrieron el paso para que todo un país sea potencia, y no solo económica o políticamente. Por eso, considero que el fútbol es algo más que “lo más importante de las cosas menos importantes” y mucho más que el “opio del pueblo”.
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FÚTBOL PREMEDITADO: QATAR Y ARABIA SAUDÍ JAUME TARRAGÓ Periodista especializado en la dimensión política del deporte (@Tarrago_)
Piensa en el nombre de un futbolista qatarí. Ahora, en el nombre de uno saudí. El esfuerzo es innegable: el aficionado occidental medio raramente conoce jugadores del mercado asiático. Mucho menos de países donde el fútbol acaba de aterrizar y cuyos éxitos deportivos y ventas de figuras a mercados europeos son escasos o inexistentes. Sin embargo, que en el imaginario colectivo del mundo-fútbol europeo no se encuentren referencias no quiere decir que no las haya. La reciente victoria de Qatar en la Copa de Asia es el caso más claro: del ostracismo competitivo a la gloria continental sin hacer ruido y con un plan bien ejecutado.
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Visión de juego La irrupción del fútbol en estados como Arabia Saudí o Qatar es relativamente nueva. A partir de la década de los 70, el nacimiento de las primeras federaciones impulsó la creación de estructuras deportivas a nivel estado. Durante años, nuestro deporte rey fue minoritario allí donde las referencias eran el cricket o las competiciones ecuestres, todavía con fuerza a día de hoy. Según las estadísticas oficiales de los principales organismos y federaciones, el cambio se ha gestado lentamente: las nuevas generaciones han ampliado el rango de deportes practicados y el creciente número de federados y aficionados indican que el fútbol es el que genera más interés. Para entender una transformación pausada, pero radical, hay que entender su motivación y planificación. Los dos países del Golfo comparten el privilegio maldito de los recursos naturales y dependen por completo de sus exportaciones: Qatar de gas líquido y gas natural – posee la tercera mayor reserva del planeta– y Arabia Saudí de petróleo, que representa el 44,3% del PIB. Aunque los líderes políticos y sus estamentos relacionados se hayan bañado en la opulencia, las limitaciones físicas del mercado han motivado un replanteamiento de la estrategia general. La voluntad de cambio se ha materializado en los planes nacionales de modernización y renovación económica, pero también social. Las hojas de ruta incorporan un carácter político con medidas aparentemente aperturistas: mayores derechos para las mujeres, mecanismos de participación en la vida política… Qatar y Arabia Saudí han incorporado el fútbol en la Qatar National Vision 2030 y la Saudi Vision 2020. Ni más ni menos que en el esquema nacional de supervivencia. Es tan simbólico como significativo: en los esfuerzos de renovación, el fútbol es una pieza relevante y encierra la esencia de la visión de futuro de ambos países. Sostenibilidad económica y deportiva El caso de Qatar es el más mediático, ya que desde un buen inicio
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JAUME TARRAGÓ
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apostó por tener mucha presencia en el exterior. En los objetivos fundacionales de sus principales proyectos ya apuntan a querer ser “una referencia deportiva a nivel mundial” y el patrocinio en las camisetas del FC Barcelona fue su particular expositor global. Desde entonces, otros clubes como la Roma o Boca Juniors han incorporado el nombre del país en sus elásticas, y su –más que– polémica elección como sede del mundial del 2022 puso al pequeño estado en boca de todos. Pero detrás de los focos, las corruptelas y los sponsors es donde se encuentra la joya de la corona del proyecto qatarí. O más bien dicho, la auténtica razón de ser del proyecto en lo estrictamente futbolístico. En paralelo a la proyección exterior, Qatar ha confeccionado un modernísimo complejo deportivo exclusivamente dedicado a la formación de jóvenes talentos nacionales y regionales: la Aspire Zone. Nacida como Aspire Academy en 2004, la iniciativa pública pone la última tecnología y los mejores profesionales a la disposición de la élite deportiva del país –¿o pone a la élite deportiva del país a la disposición de los objetivos políticos?–. Así, Qatar explota los pocos recursos futbolísticos internos que tiene en una población de poco más de 2,5 millones de personas. Además, cabe recordar que el fútbol es un fenómeno reciente, con lo que no hay tradición de clubes, ligas ni transmisión de la práctica a pequeña escala, que es la fuente del tejido futbolístico profesional. Por su parte Arabia Saudí ha tardado más en adoptar su propia estrategia y lo ha hecho desde la óptica empresarial. Como si se tratase de un producto, el crecimiento del fútbol saudí está vinculado a la venta del mismo. En este sentido, lo que tradicionalmente ha ido de la mano de la intervención y la inversión estatal busca abrir sus puertas a inversores locales e internacionales. Para ello la máxima autoridad deportiva del país aprobó una serie de paquetes de ayuda económica y condonó parcialmente la deuda de los clubes en 2018. Los potenciales compradores encontrarán unas buenas estructuras base, que cuentan con estadios de más de 33.000 espectadores de capacidad media, y la creciente popularidad del deporte –clasificación para el mundial de 2018 incluida–, pero también un liderazgo inteligente desde las esferas
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políticas. El gobierno saudí ha impulsado la creación de un comité de supervisión de la privatización del sector para fomentar un mercado sostenible a largo plazo. No se puede dudar de que lo público seguirá teniendo un gran peso en cualquier entramado de relevancia para la nación, aunque sea desde la presencia tácita. Lejos de la sobreprotección que caracteriza el estado saudí, parece razonable imponer medidas de control para un plan de ataque. Plan de ataque Es obvio que el mercado futbolístico no puede cambiar por sí toda una economía, y la intención final tampoco es la de iniciar el camino hacia la democratización o la apertura política. De acuerdo con el investigador del CIDOB, Eduard Soler i Lecha, las recientes planificaciones, específicamente en Arabia Saudí, tienen como finalidad la supervivencia del régimen. Es decir, mantener o ganar estabilidad para que los gobernantes sigan en el poder. El impacto obvio es en clave nacional, ya que una crisis del modelo económico cuestionaría el papel de los líderes políticos; si el mercado de exportaciones cayera, el malestar social crecería y tanto ciudadanía como élites alternativas se verían legitimadas para reclamar un cambio. Del mismo modo, introducir pequeñas reformas llenas de simbolismo ayuda a relajar a los sectores más críticos que de seguro contribuirían a caldear el ambiente social. No obstante, la dimensión internacional es igualmente importante. El caso de Arabia Saudí es seguramente el más indicativo, ya que existe la voluntad de querer ser un líder regional y mantener un estatus a nivel internacional. Perder tracción como líder económico en la zona, retroceder en sus iniciativas o aceptar un fracaso como, podría ser, su intervención en Yemen supondría un desgaste para su autoridad. En definitiva, ambos países se encuentran inmersos en un plan de choque, un paquete de medidas económicas ineludibles y gestos
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JAUME TARRAGÓ
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menores en lo sociopolítico –permitir que las mujeres conduzcan es una nimiedad si tenemos en cuenta que su voluntad está subordinada a la de su tutor varón– para asegurar la posición de los mandatarios. Entendiendo que las reformas son un acto de pura supervivencia, hay que relocalizar el fútbol en el análisis político. ¿Qué papel desempeña? El argumentario del catedrático especializado en el mercado futbolístico, Josep Trillas (Pan y fútbol, 2018) apunta que el fútbol es una oportunidad para la política. Con un gran público detrás, aparecer vinculado a la estrella de turno puede reportar un aumento de popularidad; que la selección nacional obtenga éxitos suele alentar el espíritu nacional, por lo que los gobernantes suelen salir reforzados después de las victorias en competiciones internacionales. Atraídos por el juego de la atracción La reciente victoria de Qatar en la Copa de Asia refuerza la imagen de la monarquía ante su ciudadanía y da cierta fama al país, pero el fenómeno subyacente va mucho más allá. Primeramente, aparecer en eventos internacionales o tener ligas nacionales potentes refuerza la imagen internacional del país. En las competiciones deportivas, todos los participantes juegan bajo las mismas reglas y se rigen por el criterio de la igualdad. Estar delante del combinado de Arabia Saudí implica reconocerlo como tu igual; ver al monarca Mohammed bin Salman sentado al lado de otros jefes de Estado, ocupando un lugar en el que habitualmente se sientan líderes políticos de democracias, le legitima; es una asociación inconsciente de ideas. Lo que en teoría política se llama soft power, o el poder de la atracción, da explicación al fenómeno. El soft power se basa en proyectar unos valores para que tu figura, basada en esos valores, sea aceptada o se vea con mejores ojos por la comunidad que comparte las mismas pautas socioculturales. Ser una potencia futbolística a cierta escala puede colaborar a que las marcas “Arabia Saudí” o “Qatar” se recuerden en el imaginario global como un igual y no como estados con un historial de violaciones de los Derechos Humanos escandaloso y, por lo tanto, como un actor que está fuera del sistema de valores. A efectos
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prácticos, esto puede traducirse en relaciones económicas o diplomáticas internacionales. Ya lo vimos con la crisis Khashoggi. Gobiernos como el alemán, con la presión de la ciudadanía a la que se deben, se apartaron de Arabia Saudí por no respetar una serie de valores compartidos. En cambio, si el fútbol les puede ayudar a proyectar una imagen diferente, los gobiernos pueden tener tendencia a acercarse más por entender una mayor similitud con Arabia Saudí o Qatar, por ejemplo. Jugar para sobrevivir La única manera de entender el fútbol en Qatar y Arabia Saudí es como parte de una estrategia de mantenimiento de un régimen político basado en la desigualdad y en los privilegios. No se da un pase sin levantar la cabeza y no se toma una decisión sin un objetivo; es un flujo constante de la política nacional y la internacional. Lo que se construye en el fútbol nacional sirve para proyectarse al exterior y, por contra, lo cosechado en una escala global legitima las figuras internas. El solo hecho de irrumpir en el mundo del fútbol les hace ser parte de un imaginario colectivo. Por una parte porque se les reconoce como un competidor igual; por otra porque el fútbol se basa en la igualdad y el respeto. Querer ser futbolísticamente relevante, en el caso de Arabia Saudí y Qatar, responde a la voluntad de abrazar esos valores. ¿Dónde quedan las atrocidades cometidas en Yemen o las continuas violaciones de los derechos civiles y políticos cuando puedes promocionarte en el universo del Fair Play?
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VICTORIA, EVASIÓN O CÓMO MARCARLE UN GOL A LA MUERTE
Valga la pena iniciar este reportaje declarándome una completa, absoluta e irremediable desconocedora del mundo del fútbol. Durante unos años, en mi etapa de estudiante en prácticas de periodismo me vi en la vicisitud de aceptar un contrato, no remunerado por supuesto, en una cadena de radio local para ostentar el cargo de locutora de partidos de regional B. Creo, al menos, que eso fue lo que locuté.
IRENE J. SÁNCHEZ Periodista, escritora y responsable de comunicación e imagen en Gabinete de prensa, especializada en política. (IG: @jezabelbedman).
Incluido un momento que hoy en día podría haber sido uno de esos horribles documentos virales para humillación y persecución de por vida del protagonista, cuando anuncié por radio el final del partido y resultado, al tiempo que
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que descubría al sentarse la muchedumbre presente, que lo ocurrido no era otra cosa que el pitido que anunciaba un penalti. “Me anuncian – dije– que no se ha acabado el partido” como si por un pinganillo me hablasen… “Es más –añadí– me informan que han marcado penalti y el resultado es...” Con esta presentación, debe ser comprensible que me parezca absolutamente increíble, ilógico y desconcertante que un grupo de hombres prefiera la muerte a perder un partido. O quizás… quizás tenga un punto de heroico. Desarrollemos. Esos hombres son prisioneros de guerra ucranianos. Año 1942, que nos sitúa en plena II Guerra Mundial. Es decir, que Ucrania se encuentra ocupada por el III Reich. Los nazis, vaya. Os pongo un poco en contexto, en los años 30 el fútbol lo peta en la Unión Soviética, y sobre todo en Ucrania. Y por aquel entonces el mejor equipo era el Dinamo de Kiev, que formaba parte de la sociedad deportiva Dinamo, fundada de la unión entre la policía y el Ejército Rojo. En 1938 quedan cuartos en la clasificación, pero en 1939 y 1940 sacan unos resultados pésimos. Entonces llega 1941 y no les da tiempo a completar la temporada porque Alemania invade la Unión Soviética en junio. Muchos de los jugadores son reclutados y enviados a luchar en el frente, otros se quedan en la defensa civil de Kiev pero cuando la ciudad cae, los que sobreviven, son hechos prisioneros y en Kiev se ubican varios campos de concentración. En la panadería estatal número 3 de Kiev, de la ocupada Kiev, se reunían los jugadores buscando trabajo. Mykola Truseyych, portero del Dinamo de Kiev vuelve a la ciudad y Iosif Kordik, un fanático del fútbol le da trabajo en la panadería como barrendero. Es el mismo Kordik, que al ser de origen alemán tenía cierto margen de movimiento, quien tiene la idea de formar el equipo de fútbol de la panadería. Y así el portero, Truseyych, se dedica a buscar a sus antiguos compañeros. Reúne a ocho del Dinamo y a tres del Lokomotiv Kiev. Se llaman el Futbol Club Start. El 7 de julio de 1942 juegan su primer partido en la liga local y ganan contra el equipo alemán Rukh, el favorito de Shtetsov 7 a 2. El FC Start
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era un grupo de hombres mal alimentados y mal equipados, pero aún así, ganaron. Flakelf un equipo al que el FC Start ya le había ganado 5 por 1 le pidió la revancha. Se conoce como “el partido de la muerte”. Este punto de partida de la historia real es el que atrapa al director John Huston que decide juntar en el mismo celuloide a Pelé, Ardiles, Bobby Moore y Deyna, y a los actores del momento: Michael Caine y Sylvester Stallone. La película tiene por título Victory que en España que somos dados a no quedarnos convencidos con la propuesta de guionistas y directores, le añadimos al título lo de “o evasión” para que el espectador pudiese escoger entre dos opciones que a los jugadores reales venían a suponerle lo mismo: un final no muy alentador. La película es una exaltación constante de la épica de este deporte. Y para épica la escena final, cuando un tipo que se parece mucho a Rafa Nadal –ved la peli y lo discutimos– se mira cara a cara, ojo con ojo al portero, en la película de nombre George (muy ucraniano), o sea el personaje protagonista que interpreta Silvester Stallone. El alemán titubea mientras Stallone mantiene fija la vista. Entendedme, el alemán está desafiando a Rocky, a Rambo... no tiene las de ganar. Toda la tensión del mundo está acumulada entre esas dos miradas. Entonces el tipo se va hacia atrás dispuesto a tirar el penalti de su vida, y George se sitúa entre los palos de la portería. Plano decisivo a Michael Caine, que solo con salir ya lo dice todo. En ese momento, sin que George deje de mantener contacto visual con el alemán que va a chutar, otro de los jugadres del FC Start le dice: “Párala, George”. Sentenciando en esa frase, por cierto, la vida de casi todo el equipo. ¿Pero qué dice con esa frase? Pues es un “no nos vamos a dejar vencer George. No vamos a dejar que estos alemanes nos metan un gol. Nos vaya o no la vida en ello”. El alemán chuta y George salta con toda su fuerza, al tiempo que la banda sonora de la peli se pone en acción, para coger entre las dos manos la pelota de cuero marrón. Cae al suelo. ¡Todos gritan! ¡George salta! Pelé con su diez a la espalda dando brincos por el campo. Los jugadores se abrazan. El estadio, llenito de alemanes que sucumben a la
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épica ucraniana, se levanta y aplaude. Abrazos, lágrimas, vítores (en alemán, no sé). El público salta al campo ante la mirada insegura de los oficiales del III Reich presentes, que se dan por vencidos, qué narices han jugado un partidazo por muy enemigos que sean, y permiten que la turba les saque en volandas del campo logrando así la ansiada libertad. Bueno, aquí es donde el director Jon Huston decide no ser fiel a la historia, claro. Es una peli y nos gusta que acaben bien, vale. Pero la realidad fue sustancialmente diferente. Como era de esperar el árbitro favoreció constantemente a los jugadores alemanes, permitiendo incluso una patada al portero que le dejó aturdido el tiempo para que el Flakelf anotase un gol. Pegaron, pusieron la zancadilla, tiraron de la camiseta… pero al pitar medio tiempo el FC Start ganaba 3 a 1. En la segunda parte marcan dos goles cada uno y en ese momento el delantero Klimenko sortea a los defensas y cuando está delante de la portería, en lugar de buscar gol, lanza el balón al público. El árbitro pita final de partido antes de los 90 minutos. Los jugadores del FC Start aunque habían sido advertidos de las consecuencias, aunque sabían que el arbitraje iba en su contra, aunque tenían todas las de perder, decidieron que lo que les gustaba era ganar. Y no solo jugaron igual o mejor que siempre, sino que incluso se negaron a dar el saludo nazi a sus oponentes antes del partido. Y el 16 de agosto, fueron enviados a centros donde fueron torturados y varios de ellos asesinados. Durante los primeros años de la posguerra se les acusó de colaborar con los nazis, pero luego la propaganda soviética recuperó la historia real para usarla a su favor, convirtiendo al equipo en totales héroes del régimen con películas exaltantes, llenas de política y sentimentalismo. La versión americana no está menos edulcorada y retocada. En 2005 un tribunal de Hamburgo declaró que no se podía probar la relación entre la tortura y muerte de algunos futbolistas. Detalle curioso es que a las personas que demuestran tener una entrada del partido de agosto de 1942, el Dinamo les ofrece libre acceso a sus
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partidos. En la puerta del Start Stadium una escultura rememora al FC Start. ¿Valió la pena? Elegir ganar. Elegir la emoción, el orgullo, la lucha, el saber que no tienes ya nada más que perder y darlo todo. Pelear hasta el final y vencer. Ver a la muerte franqueando la portería y marcarle un gol. Si ese es el espíritu del fútbol, ellos supieron llevarlo hasta el límite y sólo por eso vale la pena recordar sus nombres como héroes de este deporte, al que como decía al principio de este reportaje miro muchas veces desde la incomprensión y el escepticismo. Hoy, tras conocer esta historia, también un poco desde la admiración. El FC START: Georgy Timofeyev Mykola Trusevych Ivan Kuzmenko Pavel Komarov Alexei Klimenko Nikolai Korotkykh Vasily Sukharev Feodor Tyutchev Makar Goncharenko Milkhail Mielnizhuk
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YA TIENES DISPONIBLE EL NÚMERO 2 DE LA REVISTA BPOLITICS Nuevo número en abril de 2019 Otra revista de política que nadie había pedido
RECORDANDO LA TREGUA DE NAVIDAD EN LA 1ª GUERRA MUNDIAL MIRIAM MEMBRILLA Graduada en Publicidad y Relaciones Públicas. Máster en Diseño Gráfico y Web. Dibuja realidades (IG: @mmembri_design).
No es un cuento. No es una fábula. Y mucho menos narra estas líneas un balón en prosopopeya. Es una historia real, que ocurrió de verdad, y por cien años que hayan pasado, es conveniente recordarla. Para reflexionar sobre el poder del deporte. Y de cómo el fútbol puede abrirse paso en el contexto más oscuro. El de una guerra. La Primera Guerra Mundial. Todo avanzaba con indeseada normalidad. Desde aquel 28 de julio de 1914. Cuando Austria-Hungría acusó a Serbia de magnicidio por el asesinato del archiduque Francisco Fernando, de Habsburgo. Y se declaró la guerra. Historia. Rusia apoyando a Serbia. Alemania con el imperio austro-húngaro. Francia apoyando a
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Rusia. Reclutamiento. Artillería. Trincheras. Líneas enemigas. La Gran Guerra ha quedado en los libros como uno de los conflictos bélicos con crueles de la historia. Casi diez millones de muertos. Más de veinte millones de heridos. Casi ocho millones de desapariciones. Sin humanidad. La vida en blanco y negro. Y, de repente, se encendió la luz en Ypres, Flandes. “Un alemán gritó que pedía una tregua de un día y que saldría si uno de los nuestros lo hacía. Lentamente uno de los nuestros salió de la trinchera y vio como un soldado alemán hacía lo mismo. Ambos salieron y les siguieron más. Han estado caminando juntos todo el día, intercambiando cigarros y cantando canciones”. “Uno de mis informantes me dijo que había fumado un fino cigarro con el mejor soldado de la armada alemana. Dicen que él solo, ha matado más de los nuestros que el resto de sus compañeros juntos”. Y, en medio de aquel sueño: La pelota hacía acto de presencia en los campos de batalla. “Al día después de estar jugando al fútbol, ya se disparaban unos a otros”. El fútbol fue un punto de encuentro entre desconocidos. Como ocurre cada tarde en cualquier calle, parque o plaza. Sólo que aquella vez el balón fue el lugar donde se encontraron dos bandos enfrentados a muerte. El teniente alemán Kurt Zehmsich, también relató el acontecimiento en una carta. “Los ingleses sacaron un balón de fútbol de sus trincheras y de inmediato nos pusimos a jugar un partido. Qué maravilloso fue aquello, a la vez que extraño”. En aquellas fechas ya existía el Football Battalion (Batallón del Fútbol). Una parte del ejército británico que reclutaba para el frente a jugadores, árbitros, aficionados. Unos seiscientos saltaron al campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Menos de cien volvieron a casa. Fueron 122 los futbolistas que disparaban en la guerra durante la semana, y los sábados se vestían de corto para jugar con sus equipos. Entre ellos, el primero en anotarse fue el jugador del Bradford City y de la selección inglesa, Frank Buckley. También Walter Tull, goleador de
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Totthenham y Norhtampton, y primer hombre de raza negra en convertirse en oficial de la infantería en el ejército británico. Los ingleses inventaron el juego más divertido del mundo. Y claro, según cuenta el teniente alemán Johaness Niemman, fueron los primeros en construir su portería con unos cascos. El mítico Gary Lineker, que brilló como delantero centro en los años 80, dijo una vez que “el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11, y siempre gana Alemania”. No se sabe con exactitud cuántos jugadores había en cada equipo durante aquella tregua de Navidad. Pero cuenta el rumor que, sí, ganó Alemania. Y por 3-2. Firma un miembro de la brigada galesa, Bertie Felstead, que “podía haber cincuenta jugadores a cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuánto duró. Probablemente, media hora. Nadie contaba los goles”. En algunos puntos, la tregua de Navidad duró una noche. En otros lugares, con más suerte, se alargó hasta el mes de febrero. Existen relatos que cuentan que en otros puntos también se jugó a fútbol. Muchos entre soldados del mismo bando. Otros, con el enemigo. En cualquier caso, fútbol en el contexto más oscuro. El deporte fue capaz de hermanar a los bandos británico y alemán en un terreno de juego improvisado. Pero como se acabó el descanso. Unas horas o unos días después, volvieron las balas. No hubo más Navidades como la de 1914 en las trincheras. El odio se impuso y las muertes, en ambos bandos, se contabilizaron por millones. Han pasado años, incluso un siglo, y pasará otro más, y se seguirá hablando de aquella tregua. En 2014, en pleno centenario de aquel partido de fútbol heroico, la UEFA de Michel Platini organizó un homenaje con personalidades de la política y del fútbol. Platini recordó que “hoy el fútbol es un lenguaje universal que abre sus corazones y nos permite conocer culturas y unir personas a través de todos los lugares y fronteras. Hace todos estos años, el fútbol construyó un puente vital en una espontánea expresión de humanidad. De esta forma, es perfectamente normal que el fútbol europeo rinda ahora un caluroso
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homenaje a todos aquellos que decidieron aquella noche pensar en algo positivo y jugar al deporte que amaban”. El lugar escogido para dicho homenaje es un punto a medio camino entre las localidades belgas de Ypres y Comines-Warneton. Hoy, una escultura con forma de balón honra a los protagonistas de aquel acontecimiento. Otra escultura, pero en la iglesia de St. Luke, en Liverpool, también les rinde homenaje. También en 2014, la cadena de supermercados Sainsbury rodó un anuncio publicitario que recreaba la mítica tregua. Varios autores se han atrevido a imaginar la situación. El primero, el autor británico Robert Graves. Un cuento: Tregua de Navidad, de Robert Graves. El mismo Paul McCartney, en el videoclip de Pipes of Peace, en el año 1983. “All Together Now”, de The Farm, en el 90. También se pudo ver en la gran pantalla, con el Joyeux Noel en 2005, nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa. ¡Oh, qué guerra tan bonita!, en 1969. Después llegaron otras guerras. Con otras treguas. Con más fútbol. España también tuvo la suya: La Guerra Civil. Las dos Españas. Hace poco más de 80 años que tuvo lugar lo que se conoce como la Tregua del Manzanares. Un 1 de junio de 1937. A orillas del Manzanares. A las 14 horas. En la explanada entre la Colonia del Manzanares, zona guarnecida por los defensores republicanos de Madrid, y la tapia de la Casa de Campo, donde se situaba el bando franquista. El puente de los Franceses. El lugar donde seis meses antes nació la leyenda del “¡No pasarán!”. Aquel 1 de junio, serían cuatrocientos combatientes, de ambos lados, que se encontraron en un campo de fútbol para conversar, beber. En las trincheras se conocía esa clase de tregua como “hacer una paella”. No hay confirmación de que, en aquel caso, se llegara a disputar un partido de fútbol. A pesar de que la confraternización tuviera lugar en un campo de juego. Pero los episodios de treguas se repitieron en más frentes de la Guerra
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Civil. Algunos sí, con fútbol. Otros sólo con abrazos e intercambios de bebida, tabaco. Una guerra con dos bandos obligados a ser enemigos. Hoy, el escenario de aquel hermanamiento es zona de paso de runners. De jubilados. De paseo. De pachangas entre amigos y desconocidos, unidos, como en los peores momentos, por el deporte. Ajenos a cuánta historia les rodea en ese mismo lugar. Como en Ypres. Historias que no se deben olvidar. En mitad de tanta oscuridad, el fútbol encendió la luz. El poder del deporte. El poder del balón. Bendita locura.
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FUTBOLIZAR LA POLÍTICA O POLITIZAR EL FÚTBOL: HISTORIA Y CONSECUENCIAS ÁNGEL ARMIJOS Consultor político en construcción, asesor parlamentario en gobiernos locales y nietzscheano por convicción. (@angenietzsche)
El deporte más practicado en el mundo, no es el fútbol –lo es la natación–, pero si es el más popular. No solo por las múltiples heroicas historias con goles a escasos segundos del pitazo final, sino por ser un deporte que acarrea masas. Seguidos por un color, una ciudad, una historia con la que se identifican, los logros obtenidos y por obtener, de los cuales te sientes parte y factores emocionales extremos que llevan a una persona cada domingo a un estadio elementos que siguen brindando un factor primordial en épocas de posmodernidad: identidad. Elementos similares existen en la relación hincha-equipo y militante-partido político. También, los jugadores cambian de equipo
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Estos elementos han generado que el fútbol sea usado en la esfera política, ya sea como una distracción o como una plataforma para entrar en ella. En ambos casos existen varios casos positivos y negativos. Abordaremos ambas perspectivas. El geopolitólogo Joseph Nye enmarca al fútbol como un mecanismo para ejercer el soft power, entendiéndose por éste como aquel que usan los estados para ejercer presión sobre otros valiéndose de elementos culturales e ideológicos, sin necesidad de recurrir a la coerción. La fama, la gloria y la moda en el fútbol y su uso en la política es evidente. Maradona lo dijo “A los políticos les saco una ventaja. Ellos son públicos, yo soy popular”. Y no estaba equivocado. O lo expresado por el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, al conocer a Pelé: “Mucho gusto, soy el presidente de los Estados Unidos. Usted no necesita presentarse”. Adoración y popularidad. las fórmulas del show que se pueden llevar a la política. El uso político del fútbol Mussolini y Videla están a la cabeza de este apartado. Mussolini, con el afán de demostrar la superioridad del fascismo, se encargó de organizar el mundial de Italia 1934. No sólo se encargó de la organización, sino del financiamiento a los países que acudirían a esta cita. Bajo el mensaje “vencer o morir” enviado por Mussolini al capitán de la selección italiana, entre partidos con decisiones cuestionables y un juego agresivo por parte de los italianos, lograron alcanzar el título y así satisfacer el deseo del dictador. Jorge Videla, el presidente de facto designado por la Junta Militar Argentina, buscando contrarrestar campañas de organizaciones de derechos humanos contra las desapariciones, torturas y los asesinatos durante su gobierno organizó la Copa del Mundo Argentina 1978, en la que Argentina obtuvo el campeonato mundial. Determinar sus efectos en el momento, sin duda sirvieron como un catalizador y un acto para inspirar los sentimientos nacionalistas en su momento. Sin embargo, lo atractivo del fútbol es que nunca se sabe
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cómo terminará el partido. Mussolini acabó colgado por la multitud. En el caso de Videla, el Mundial visibilizó a sus víctimas. En el siglo actual, Putin y Rousseff han pretendido usar el mundial como mecanismo para calmar la tensión social interna (en el caso de Brasil) y la imagen exterior del gobierno (en el caso de Rusia). Ambos con efectos diferentes. En caso de Brasil, a pesar de ser anfitriones del mundial, los ciudadanos estaban más preocupados por la crisis política, el aumento del desempleo, la situación económica y los sonados casos de corrupción en todos los poderes del Estado. De hecho, una encuesta publicada por Dataflha decía que el 53% de los brasileños no tenían ningún interés en el mundial. Curiosamente, el uso de la camiseta verde amarela se encontró más asociada a la política que el fútbol, debido a las marchas y protestas contra el gobierno de Rousseff, definidos como “un golpe blando”. Es decir, el mundial profundizó los problemas internos. Por otro lado, Putin pretendió reorientar la imagen de su país y de su gobierno con el Mundial Rusia 2018, tal como lo expresó en su discurso de inauguración: “Rusia es un país abierto, hospitalario y amigable”. En medio de varias tensiones en sus relaciones de política exterior, un presunto boicot a su organización –que no se produjo–, restricciones a la libertad de expresión y problemas internos, se vieron opacados con la organización de la cita mundialista. Steve Rosenberg, corresponsal de la BBC, en el primer día del mundial reportó: “Es el primer día, pero ya puedo revelar el ganador de este mundial de fútbol: Vladimir Putin”. Quizá los efectos del mundial fueron transitorios, pero queda claro que esto no afectó a su imagen, ni a su gobierno. Del fútbol a la política Desde el otro lado de la cancha –analogía perfecta en esta ocasión– veremos los casos y personajes que dieron el salto del fútbol a la política. No sólo me refiero a jugadores, sino también a dirigentes. En el caso de dirigentes, dos casos más llamativos como lo son los de
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Macri, quien se mantuvo cuatro períodos consecutivos (1995-2008) como presidente del Club Atlético Boca Juniors, obteniendo 17 títulos durante su gestión, lo que catapultó su carrera política hacia el Congreso Nacional, el Gobierno de la Provincia de la Ciudad de Buenos Aires y la Presidencia de Argentina. Por otro lado, Berlusconi, quien estuvo a cargo de una de las mejores épocas del AC Milan, constituyéndose no solo como el salvador del equipo, sino también ampliando su emporio en medios de comunicación. La fórmula perfecta: fútbol + campeonatos + medios de comunicación y política. En 21 años obtuvo 29 títulos. Berlusconi ejerció la Presidencia del Consejo de Ministros, fue Ministro de Relaciones Exteriores y primer ministro de Italia. El uso de los jugadores en la política ha servido no solo como un catalizador para generar impacto en el electorado para aprovechar su popularidad, sino también como un elemento para promover causas o reformas. También ha servido como un mecanismo para apoyar causas justas y sociales, así como para luchar contra la xenofobia y en su momento contra el apartheid. Pelé fue ministro de Deportes en 1995 y apoyando a la lucha de varios antecesores a su cargo, contribuyó con la redacción y apoyo de la ley que acababa con la situación contractual que ataba a los jugadores a los equipos de por vida. A la ley se la bautizó como “La Ley Pelé”. El mismo camino le siguió Zico, quien en 1990 fue ministro de Deportes y su gestión quedó ligada con la aprobación de la Ley Zico, que regulaba los contratos entre jugadores y clubs. En otra historia, durante el partido del Liverpool contra el SK Brann por la Copa UEFA, en 1997, el jugador Robbie Fowler al marcar un gol, en su festejo mostró una camiseta con el mensaje “Apoyen a los estibadores de Liverpool despedidos”. Tras este acto con un efecto político, la UEFA decidió multarlo con 900 libras. Una de varias multas que culminaron con la prohibición de emitir mensajes con criterios políticos en partidos de fútbol.
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En Bulgaria, Yordan Letchkov fue alcalde de Silven arrasando en las urnas. Sin embargo, en 2011 fue condenado a tres años de prisión por malversación de fondos. Bebeto y Romario han enrumbado su carrera política como diputados en el parlamento brasileño. Este último buscó la gobernación de Río de Janeiro, llegando a estar primero en las encuestas, pero no logró pasar a segunda ronda. En el Ecuador, futbolistas que llevaron al país al Mundial Corea-Japón 2002 incurrieron en política obteniendo escaños en la Asamblea Nacional, sin una influencia trascendente. Otras, han llegado a obtener alcaldía y prefecturas, con el apoyo popular, cobijados por sus éxitos deportivos y la poca credibilidad en los políticos tradicionales. Del amor al odio hay un solo paso, así como del fútbol a la política. A manera de conclusión Varios aspectos pueden ser considerados en el fútbol y su relación con la política. Los elementos similares de las estructuras partidarias y de los clubes de fútbol marcan un camino. No solo por sus jugadores, sino por lo que representan. Tan claro como la encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en 2014, en el que se demostraba que el 100% de los aficionados que votaron por el partido nacionalista catalán, eran simpatizantes del FC Barcelona.. Además, estudios han revelado que países con mayores niveles de descentralización política, han generado mayor fortaleza en sus clubs locales, generando mayores procesos de identificación con sus territorios y que además son más propensos a obtener títulos internacionales. El fútbol no solo refleja el uso de la popularidad como un elemento para captar electores, también refleja la crisis de partidos y de representatividad. Los electores ya no buscan elites que les gobiernen, buscan héroes, luchadores, alguien que les brinde esperanza e ilusión, la misma que obtuvieron cuando ganaron un torneo o a su rival de turno.
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Sin duda el uso del fútbol en la política tiene sus matices y como pudimos observar pueden ser positivos o negativo. El fútbol y la política es un arma de doble filo, por un lado, puede servir como mecanismo de manipulación y por otro, como una de lucha por causas sociales aprovechadas por una coyuntura de aceptación y popularidad. Ya lo decía Roberto Perfumo, gloria del fútbol argentino: “Quien quiera entender cómo funciona el mundo deberá entender el fútbol”. Algunos lo hacen bien y otro mal.
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CLAPTON CFC: LA REPÚBLICA ESPAÑOLA EN LA 9ª DIVISIÓN INGLESA JORGE RIBES Licenciado en Derecho en la UJI / University of Oklahoma. (@jorgeribes)
“Los fans del Clapton CFC nunca serán tratados como clientes. Nunca estaremos cegados por las decisiones de un propietario con malas intenciones. Y no tenemos por qué ponernos una camiseta que cuesta más de 80 libras cuando los trabajadores que la hicieron reciben salarios esclavistas”. Esta declaración de intenciones que podemos leer en su página web deja entrever que el Clapton no es un club corriente. Y realmente no lo es, pero en más de un sentido. El Clapton nace en 1878, en un barrio del este de Londres. A pesar de contar con más de 140 años de historia –más que cualquier club español en activo–, actualmente milita en la novena división inglesa. Sin embargo, desde principios de 2018, una gran parte del Clapton decidió separarse del mismo rebautizando el nuevo club como Clapton
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n Community Football Club, haciendo clara referencia a su nueva forma de organización interna. Supporters’ trust y el fútbol popular El oligopolio en el que se ha convertido el mundo del fútbol profesional provoca que la gran mayoría de focos mediáticos se sitúen sobre unos pocos clubes entre los que se reparten los jugadores estrella, los grandes beneficios económicos e incluso los títulos, alejando la atención del fútbol semiprofesional o amateur. Este mundo, de forma paralela a la sociedad, está atravesando un claro proceso transformador: cada vez se busca con más insistencia la apertura a nuevos mercados, la venta de merchandising y, en general, la maximización de beneficios económicos. Es decir, la mercantilización del fútbol. Es en este contexto donde más llaman la atención aquellos clubes que intentan una forma diferente de hacer las cosas. En España, por ejemplo, destacan equipos como el Unionistas de Salamanca Club de Fútbol o la UD Ourense, en 2ª B y 3ª división, respectivamente, que han buscado a través del accionariado popular una forma diferente de entender el fútbol. Mientras, en el Reino Unido, aumenta la popularidad – especialmente entre clubes humildes en riesgo de extinción– de los supporters’ trust, que consisten en la transferencia de la toma de decisiones de un club o incluso la dirección del mismo a los propios aficionados, dotando a estos, por tanto, de un papel capital en el devenir del club. Este es el caso del Clapton CFC, el cual supedita todas las decisiones importantes a la votación de los socios siguiendo la fórmula de un socio, un voto. Esta estructura abierta, democrática y transparente se cristaliza a través de una reunión semanal en la que se expone la actividad del club, en votaciones online para las decisiones más importantes o incluso en la publicación mensual de los presupuestos del club ampliamente desgranados.
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Buscando nuevas fórmulas Uno de los principales motivos de la proliferación del fútbol popular ha sido la crisis económica. La creación de un club de accionariado popular es generalmente producto de la separación de un conjunto de aficionados del equipo al que animan, para la posterior creación de uno nuevo. Pero este fenómeno suele darse, o bien a causa de desavenencias con la dirección del club de origen, de la desconexión con la afición del equipo, o bien debido a temas económicos relacionados con deudas inasumibles, posible desaparición de un club histórico, etc. No obstante, la creación de un club de estas características no se ciñe exclusivamente al aperturismo en lo que a toma de decisiones se refiere, sino que va mucho más allá: existe toda una filosofía tras el movimiento del fútbol popular. Estos equipos apelan, necesariamente por su forma de organización interna, a una serie de principios básicos como la democracia, la transparencia o la igualdad entre socios. Además, desde una perspectiva económico-deportiva, suelen estar enormemente comprometidos con los fundamentos más primigenios del deporte en abstracto y del fútbol en específico. Esto es, entender el fútbol como un deporte y modo de entretenimiento y no como un negocio que produce grandes cantidades de dinero. Paralelamente, hay que destacar el compromiso social y político existente entre los socios de la mayoría de clubes de accionariado popular. Si bien no es un denominador común en todos ellos, destaca el gran número de clubes en cuyos estatutos se incluyen premisas que impulsan la acción local, el comercio justo, el antirracismo, el apoyo a colectivos LGTBI o incluso al anticapitalismo en algún caso. La II República española, presente En esta línea, muchos miembros del Clapton CFC participan activamente en numerosas actividades de carácter social y político. Además de cooperar con la comunidad local, colaboran con diferentes movimientos políticos, predominantemente feministas y antifascistas, entre los que destaca la International Brigade Memorial Trust, a la que aportan un porcentaje de las ganancias que se obtienen de la venta de las
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camisetas del club. Casi 20 monumentos conmemorativos recuerdan por toda la ciudad de Londres una causa que para muchos colectivos aún a día de hoy está muy viva: las Brigadas Internacionales. Uno de estos monumentos lo encontramos en las inmediaciones del campo de fútbol más antiguo de Inglaterra, The Old Spotted Dog Ground, en el que, de no ser por unas cuestiones legales pendientes de resolución, el Clapton CFC jugaría sus partidos como equipo local. La relación del Clapton con las Brigadas Internacionales, no obstante, va más allá. Los propios aficionados del club, tras una votación, decidieron rendir un homenaje más directo y personal a los casi 3.000 voluntarios que durante la guerra civil española partieron desde el Reino Unido para combatir el fascismo. De esta forma, se aprobó por una amplia mayoría que la camiseta como visitante del Clapton CFC durante la temporada 2018/19 conmemorase el 80 aniversario del fin de la guerra civil española y reflejase así los colores de la bandera de la II República española, además de contar con las estrellas de tres puntas características de las Brigadas Internacionales. La sorpresa para los directivos del humilde Clapton llegó cuando esperando vender apenas un par de cientos de camisetas, antes incluso de que diese comienzo la temporada, ya tenían casi 3.000 pedidos, cientos de ellos provenientes de España. Es la historia de cómo la camiseta de visitante de un humilde y renovado club de 12ª división inglesa se ha convertido en todo un símbolo del republicanismo español. Decía Thomas Mann en La montaña mágica una de las máximas más sencillas, pero a la vez acertadas que conozco: “No hay no política, todo es política”. Y el fútbol, evidentemente, no es una excepción.
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SUPERFINAL RIVER-BOCA 2018: LA VERDADERA GRIETA ARGENTINA MARTÍN SZULMAN Sociólogo (UBA), máster en comunicación política (ICPS-UAB) y consultor en comunicación política en Ideograma (@martinszulman)
Era 31 de octubre de 2018. Boca, que había ganado 2-0 en la ida, en su cancha, al poderoso Palmeiras de Brasil, sólo tenía que –como mínimo– aguantar el resultado para depositarse en la final de la Copa Libertadores de América 2018. Lo esperaba River, que había logrado la hazaña un día antes, en Porto Alegre y frente al temible campeón vigente, Gremio. Perdíamos –muy injustamente– 1-0 hasta el minuto 82, cuando un cabezazo del corajudo colombiano Santos Borré puso de cabeza el empate parcial y el “Pity” Martínez, de penal –gracias a la justicia moderna y cuasi divina del VAR– nos mandó derecho a esperar la final soñada. Esa que siempre imaginamos con una mix de miedo,
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18 minutos bastaron para saber que lo que tanto deseábamos-temíamos se concretaría. Ramón “Wanchope” Ábila ponía el 1-0 y la ansiedad ya se podía palpar. Palmeiras y Boca empataron 2-2 y lo que –valga la redundancia– deseábamos-temíamos sucedía. Un detalle que, tal vez, el lector pasó por alto, o si lo vio, –quizás– le sorprendió: apenas iniciado el segundo párrafo de este artículo abandoné, por primera vez desde que escribo en Beers & Politics y contra toda regla, el impersonal; y me paré en la primera persona del plural tres veces. En las dos primeras veces me ubico en la primera persona del plural y el colectivo de, incluso, la victoria. En muchos lados eso será extraño, pero en la cultura futbolera argentina, no existe referirse al propio equipo –y a la contra– en tercera persona, de forma ajena. “Ganamos”. “Perdimos”. “Jugamos”. Es que el fútbol en la Argentina excede todo, alcanza a propios y extraños, paraliza y modifica absolutamente todo. Propio de una pasión desbocada, de un país donde lo inexplicable debe estar escrito en algún lado de nuestra Constitución o en el ADN. Lo colectivo es colectivo en serio. En estos casos hay un “ellos” y un “nosotros”, nada más en el medio. Tan extraña e incomprensible (e incomprendida, muchas veces) es la Argentina, que hasta alcanza el campo político: allí las categorías izquierda y derecha son obsoletas, y existe algo llamado peronismo, un fenómeno que poco entienden los extranjeros –y quizás menos los propios argentinos– que sirve para posicionarse a favor o en contra. Envuelta en esa tradición de unos u otros, la Argentina se avecinaba a vivir y transitar un fenómeno jamás antes vivido, pero que todos podíamos imaginar. Sin embargo, por su imprevisibilidad, la imaginación resulta un sinsentido. La Argentina binaria, esa que escribió sus más de 200 años de vida de forma antagónica, en blanco o negro; unitarios o federales, liberales o
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conservadores, peronistas o radicales, azules o colorados, Soda o Los Redondos, El Interior o La Capital, estaba por vivir la máxima expresión de ello. Tras confirmarse lo que desde hace más dos meses era, precisamente, una mera posibilidad, la fatalidad y la gloria se prepararon para convivir por mucho tiempo, ya no sólo en la misma ciudad, de donde son River y Boca, sino en todo el país. Porque son los dos equipos con más hinchas, y por más que uno se proclame “la mitad más uno” y el otro “el país, menos algunos”, lo cierto es que 3 de cada 4 argentinos son de uno u otro. Dos marcos narrativos, dos relatos, en pugna Más allá de la historia de ambos clubes, el presente, y el pasado reciente también estaba en juego. River ponía en juego las dos eliminaciones directas por Copa Sudamericana y Copa Libertadores en 2014 y 2015 respectivamente – esta última con la famosa suspensión por la agresión de un hincha de Boca a los jugadores de River con gas pimienta cuando salían a disputar el segundo tiempo en la Bombonera que derivó en “el que no salta, abandonó”– y la final de la Supercopa (la primera final entre ambos desde 1976), en marzo, ocho meses antes. Y Boca, con la oportunidad de tomarse revancha de esos tres duelos y con el fresco recuerdo del descenso de River a la segunda división en el 2011. En ese sentido, ambos ponían todo ello a jugar. El relato victorioso de Napoleón, como se lo conoce al entrenador de River, Marcelo Gallardo, a partir del memorable triunfo contra el eterno rival por la Copa Sudamericana en 2014 y “el que no salta, abandonó” se enfrentaban al “el que no salta, se fue a la B” (segunda división del fútbol argentino). La victoria de uno u otro equipo sentenciaría la derrota del marco narrativo del otro. La atiquifobia, el miedo al fracaso, protagonista como
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nunca. Se juega el primero Ese primero de noviembre la Argentina amaneció sabiendo que debía afrontar la realidad. River y Boca se enfrentarían en la final más increíble de todos los tiempos. En lo que, en la opinión de quien escribe –y que se hace totalmente cargo de lo que dirá a continuación–, sería el evento deportivo más importante en la historia del deporte mundial. La final que dirimiría quién es el mejor equipo de la historia del fútbol argentino arrancaba a vivir su mes más largo. Hasta entonces, la agenda pública, mediática y política tenía la mirada puesta en una sola cosa prevista para el final de mes: entre el 30 de noviembre y el primero de diciembre se desarrollaría la Cumbre del G-20 en Buenos Aires. Sin embargo, la presencia de Donald Trump, Xi Jinping, Emmanuel Macron, Angela Merkel, Vladimir Putin y otro puñado de líderes mundiales quedó en un lejano segundo plano por la organización de la final. El gobierno de Macri venía desde hace casi tres años preparando esta cumbre, pero claro, en el país donde, como decíamos, lo imprevisible es norma escrita en algún sitio de nuestra Constitución, el River-Boca más espectacular de todos los tiempos no estaba en el menú. La ida, en cancha de Boca, debía jugarse el miércoles 7 de noviembre; la vuelta, en cancha de River, el 28 del mismo mes. No obstante, el G-20 obligó a la primera –de muchas– modificaciones del calendario. Finalmente se sentenció: el sábado 10, en la Boca; el 24, en River. El primer partido, en casi un augurio de lo que se vendría, debió suspenderse porque el terreno de juego de Boca no soportó las intensas lluvias que cayeron sobre Buenos Aires entre el viernes y ese sábado. Por lo tanto, el partido se pasó para el día siguiente. Ahora sí, llegó el día.
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Boca se puso arriba en la primera parte con un fortuito gol de Wanchope. Pero, tras sacar del medio, como en los potreros del Conurbano bonaerense o en las canchitas de 5 de la Capital, River se puso en ventaja tras un gol de, justo, un ex Boca: Lucas Pratto. El reemplazo del juvenil y mundialista Pavón por el goleador de Boca, Darío Benedetto, le permitió colocarse 2-1 en el final de la primera etapa. Sin embargo, promediando la segunda parte, tras un centro del Pity Martínez y el involuntario cabezazo del central boquense Izquierdoz, River volvió a empatar el partido. Sobre el final, en lo que parecía que Benedetto le daba el triunfo seguro a Boca, apareció el siempre invencible arquero millonario Franco Armani para taparle eso que todos vimos como gol. Final. 2-2. Con sabor a poco o a amargo para los locales y con algo de dulzura para los visitantes, que tendrían que definir, con toda su gente, 13 días después en su casa. Pasó la primera. Uf. Seguimos todos vivos. Demasiado frenéticos “Los argentinos somos demasiado frenéticos como para corregir errores, demasiado impacientes como para empezar de cero, demasiado egoístas como para pensar que tal vez nos convendría cumplir la ley” escribió Eduardo Sacheri, el 8 de diciembre en El País, un día antes de la final en Madrid. ¿¡En Madrid!? Sí, en Madrid… El 24 de noviembre debía ser recordado como lo que se suponía que debía ser: el día en que se jugó la final más espectacular jamás antes vivida por dos archirrivales que conviven en una misma ciudad, en el norte y en el sur, pero que representan a la inmensa mayoría de los habitantes del territorio nacional. Sin embargo, esa maldita obstinación argentina por que las cosas no sucedan, no sigan su curso normal, hizo que unos inadaptados conviertan lo que debió ser una fiesta en la suspensión de ella arrojando piedras al autobús que traslada a los jugadores de Boca, cuando estaban a pocas calles del estadio de River, donde se debía desarrollar
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la final. A los pocos días, luego miles de interpretaciones del reglamento, rumores, y propuestas delirantes de sedes para que el evento, finalmente, se jugase, el presidente de la CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol), Alejandro Domínguez sentenció, cinco días después: “Este partido se va a disputar en la ciudad de Madrid, en el estadio Santiago Bernabéu, el domingo 9 a las 20:30 h”. El partido de nuestras vidas “A los argentinos nos pasan cosas inexplicables. ¿Qué posibilidades hay de tener a los dos mejores jugadores de la historia del fútbol? Y los dos zurdos. De ver humo blanco, y que el Papa sea argentino. Inexplicable. ¿Qué posibilidades hay de tener cinco presidentes en una semana? Y sobrevivir a todo. De dar un abrazo sin brazos. Y de gritar un gol como lo gritamos. Juez, no me explique nada. Lo inexplicable somos nosotros. ¿Qué posibilidades hay de que una final continental sea un clásico de barrio? Y que nos mire el mundo, de ida y de vuelta, por última vez. A todo o nada. Sólo en Argentina. Date cuenta que es inexplicable, como nuestra pasión. ¿Y vos? ¿Qué posibilidades hay de que te pierdas esta final? Vívila, discutila, festejala, compartila. Superfinal de América. No trates de entenderla. Disfrutala”. El guion, perteneciente a un spot de la Superfinal realizado por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), presagiaba casi con exactitud lo que los argentinos –y el mundo– vivirían alrededor de esta final, la Superfinal. Durante la semana previa comenzaron a llegar miles y miles de argentinos, como podían; en vuelos directos o con combinaciones desde Latinoamérica, otros puntos de Europa o Estados Unidos. Otros desde España misma u otros sitios de Europa. Nadie se lo quería perder. El día anterior, un clásico de la cultura futbolera argentina: los banderazos. Algún que otro madrileño o madrileña seguirá atónito o atónita con lo que se vivió en Sol aquel sábado 8.
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Al día siguiente, otro banderazo. Esta vez, sobre el Paseo de la Castellana. Pareciera casi adrede, intencionalmente, o simplemente una casualidad del destino que la calle que dividiese a los hinchas de ambos clubes sea la Avenida Teniente General Juan Domingo Perón, próxima al Bernabéu. Pero, de vuelta, lo inexplicable criollo se apodera de la escena. Ahora sí, de nuevo, volvemos a sufrir. El trofeo se posa. Salen los equipos a la cancha y, valga la redundancia, volvemos a sufrir. En un marco increíble, no el deseado, como correspondía y se tenía que dar, la gente tiñó las tribunas con los colores de cada uno de los equipos, de cada uno de los barrios. Boca se fue al descanso arriba en el marcador, por tercera vez en la serie, con un gol, otra vez, de su goleador, Benedetto. Sin embargo, ya en la segunda parte, River presionó, fue intenso, e hizo gala de esa frase del Cholo Simeone: insistir, insistir e insistir. Marcó Boca, se fue al descanso arriba, pero eso no le liberó la presión ni la atiquifobia. Liberó a River, que fue por más. Y lo consiguió. Cuando promediaba el segundo tiempo, una jugada digna del Bernabéu entre Palacios y Nacho Fernández terminó con un gol, otra vez, de Lucas Pratto. 1 a 1. Final. Al alargue. Ignacio de los Reyes, excorresponsal de la BBC en Buenos Aires, dijo muy acertadamente antes de irse tras tres años en la ciudad porteña que “En Argentina, el fin del mundo siempre parece a la vuelta de la esquina, pero rara vez suele llegar”. Yo creo que lo que vivimos esa eterna media hora del alargue, en medio de esos eternos 39 días desde que se volvió efectivo el hecho, fue lo más parecido a encontrarse en esa esquina. El minuto 109 de la Superfinal de América quedará marcado por ese zapatazo que sólo puede resolver un genio, como el colombiano Juanfer Quintero. 2-1. Estalla la alegría en Madrid, en Buenos Aires y en todo el mundo. River lo daba vuelta y se quedaba con la final soñada. En la
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capital argentina, mientras tanto, se desataba una tormenta torrencial. Pero había para lugar para algo más. En el cierre del final, en un desesperado intento por empatar el partido, el arquero de Boca, Andrada, fue a buscar el cabezazo milagroso y salvador que lo lleve a los penales. No pudo. Armani despejó. Juanfer pasó a un rival bajando la pelota con un taco y se la entregó al Pity Martínez, que, en una corrida memorable, corrió en el minuto 121 hasta el arco contrario y sentenció el partido. C’est fini. Se terminó. River Plate se coronaba campeón de América. Se proclamaba el mejor de la historia, como dice la leyenda que eligió para festejarlo. Inexplicablemente –el gran protagonista de la historia argentina–, tras el gol del Pity cesó la lluvia, salió el sol y dos arcoíris se posaron sobre el estadio Monumental de River. Increíble, pero real. Julio Llamazares escribía en El País, un día antes de la final: “Pero, a lo que se ve, en el fútbol todo es posible y más si los argentinos andan por el medio. Decir fútbol y Argentina es nombrar la gasolina y la pólvora como bien han sabido contarnos Osvaldo Soriano y otros escritores de aquella nación cuyos colores lleva la selección en sus camisetas. Entre los cuentos de fútbol que seleccionó Valdano [en un libro de cuentos de fútbol] recuerdo otro de Fontanarrosa en el que unos hinchas rosarinos llegaban a secuestrar a un aficionado con fama de dar buena suerte a su equipo, pero al que el médico había prohibido acudir al estadio por sus problemas con el corazón. Su equipo ganó, pero al secuestrado le dio un infarto y murió, pero eso ¿a quién le podía importar?”. La Argentina cuenta con altos niveles de pobreza, deuda pública, desempleo y la economía decrece. Pero los hinchas venden sus autos, motos, renuncian a empleos y resignan vacaciones o incluso los regalos de navidad para sus hijos por cruzar el Atlántico –como sea– e irse a ver un partido como el que se jugó en Madrid. Su equipo ganó, pero se quedó sin trabajo, pero eso “¿a quién le podría?”.
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