Revista bPolitics número 01

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La ilustración de portada es obra de Roberto Losada, profesor de teoría política en la Universidad Carlos III.


bPolitics magazine

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otra revista de política que nadie había pedido

EN CAMPAÑA PERMANENTE / COMPOL Fast voters, fast politics: individualismo, immediatez y yogures. ORIOL BARTOMEUS ¿Enemigos o adversarios? ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ Hacer campaña electoral durante una crisis económica. ROBERTO BACMAN Sobre quiénes son –o quieren ser- consultores políticos, y quiénes no. RALPH MURPHINE Funciones y retos de un jefe de gabinete. VERÓNICA FUMANAL ¿Cuáles son las claves de un buen discurso político? JORGE GONZÁLEZ ORÉ Karl Rove: el caso de los consultores odiados. IMMA AGUILAR Artivismo como arma electoral. MARINA ISUN De Gramsci a Laclau, claves del discurso político y la fractura social. PABLO CAPEL DORADO INTERNACIONAL Midterms 2018. La tragedia que nunca tuvo lugar. ANA POLO Desmontando a Salvini: los mitos sobre la inmigración en Italia FRANCESCO PASETTI La gobernanza del post: el creciente presente de la diplomacia digital. RICARDO GÓMEZ LAORGA Haití: un Estado fallido. MADELYN FERNÁNDEZ RESEÑAS Reseña de "Nueva ilustración radical" (Marina Garcés) BERNARDO ÁLVAREZ-VILLAR Política en tiempos de Fariña. ÓSCAR BERNÁRDEZ PÉREZ El caso Sloane: “Hacer lobby requiere previsión”. SERGIO PÉREZ DIÁÑEZ Discursos: Clara Campoamor. JUAN VIZUETE El bar: Válgame Dios (Madrid) Te presentamos a B&P Guayaquil


Este es el primer número de bPolitics Magazine, que forma parte de la web Beers&Politics. Nuestra web intenta unir en una sola todo lo que hemos ido realizando durante estos años, que incluyen los más de 220 encuentros B&P en 40 ciudades del mundo, y añadiendo recomendaciones de 17.500 items: libros, películas, series, revistas, webs recomendadas, másters de comunicación política, documentales, juegos, podcasts, eventos, vídeos, asociaciones de comunicación política, spots electorales, regalos para freaks de la política, entrevistas personales a consultores y académicos… y muchas cosas más, así como centenares de artículos de interés sobre el tema. El objetivo de esta web es que cualquier freak de la política o de la comunicación política pueda encontrar rápidamente, y en un solo espacio, todo lo que necesite para saciar su curiosidad, para aprender o para mejorar en su trabajo. En este primer número de bPolitics, queremos agradecer a Jacobo Requena por sus correcciones, a Roberto Losada por su portada y, cómo no, a los autores. También a los nuevos miembros freaks que se han unido al equipo para llevar a cabo esta revista: Ángel Armijos, Manu Rodríguez, Cris Serrano y Martín Szulman. Un placer tenerlos junto a nosotros. Ah, y no haremos editoriales en la revista, porque sabemos que casi nadie se las lee (sólo tú).

Equipo editorial de la revista bPolitics (Beers&Politics) Consejo editorial

Director

Ángel Armijos Mireia Castelló Àlex Comes Itziar García Sonia Lloret Sergio Pérez Diáñez Jacobo Requena Manu Rodríguez Cris Serrano Martín Szulman

Xavier Peytibi

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¿Conoces nuestra editorial? empezamos con 30 libros clásicos gratuitos, y vamos añadiendo libros de interés y buscando nuevos autores. https://beersandpolitics.com/categoria/libreria/ediciones-bp/


FAST VOTERS, FAST POLITICS: INDIVIDUALISMO, IMMEDIATEZ Y YOGURES

Cuando nos levantamos cada día en nuestra vida adulta nos enfrentamos a diversas elecciones. Elegimos la ropa que nos pondremos, elegimos lo que desayunamos, incluso podemos elegir cómo iremos al trabajo, a la universidad, e incluso algunos pueden elegir si van o no. Desde primera hora de la mañana nos

ORIOL BARTOMEUS Doctor en ciencia política. Profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (@obartomeus)

enfrentamos a toda una serie de elecciones, la mayoría banales. Y precisamente porque son banales no hacemos mención. Nuestro cerebro está acostumbrado, educado a elegir, a seleccionar, a discernir. Pero no siempre ha sido así. Nuestros abuelos, cuando se levantaban por las mañanas, no

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elegían la ropa que se ponían ni lo que iban a desayunar. Tenían la ropa de diario y la de mudar, la de los domingos. Y desayunaban lo que tocaba, que posiblemente era siempre lo mismo. La elección, a pesar de que posiblemente es consustancial al género humano, nunca ha sido igual. Nunca antes en la historia humana habíamos tenido un abanico tan amplio de cosas y de acciones para elegir. Hasta el punto que, en el mundo de hoy, la elección es lo que nos define, lo que nos distingue de los otros, lo que creemos que nos hace únicos. Somos nuestras elecciones, las decenas de elecciones que hacemos cada día, pequeñas o grandes, y que nos van conformando como sujetos individuales. 1. Individualismo Nuestra sociedad actual nace del triunvirato que conforman Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que suben al poder entre 1978 y 1981, perfilando las ideas fundamentales que definirán el mundo desde entonces. Nuestra realidad se basa en dos fundamentos: el de la sociedad de clases y su correlato político, el Estado del bienestar, y el de las grandes verdades inamovibles que comporta la posmodernidad. El mundo de antes del nuestro es el de la estandarización, el de la producción en cadena y el consumo masivo. Es el mundo de la televisión, que homogeneiza las costumbres y da forma a la clase media, a las familias con lavadora, vacaciones y coche. Todos iguales, todos felices, viendo la misma televisión. Un mundo ordenado de sueños delimitados. Esta sociedad antigua se regía por un único patrón dominante que definía y limitaba las vidas de sus miembros. Obviamente, había desviaciones del patrón dominante, pero se entendían como esto, como desviaciones de la vida pautada: niñez, formación, trabajo, matrimonio (heterosexual), descendencia, madurez y muerte. Etapas vitales definidas en algunos casos por ritos de paso muy establecidos y visibles por parte de toda la comunidad (con la comunión, los niños pasaban de

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los pantalones cortos a los largos, con la viudez las mujeres se vestían de negro). Un mundo ordenado. Este único patrón se resquebraja en 1968 y lo resquebraja la generación nacida después de la guerra mundial, que llega entera a la edad adulta, cosa que no habían hecho sus padres ni sus abuelos. En Europa, de hecho, la del babyboom posterior a 1945 es la primera generación (masculina) que no es diezmada en un conflicto armado en más de un siglo. Nuestra sociedad actual, hija del individualismo y la posmodernidad, es una sociedad sin patrón dominante y aparentemente sin límites a las aspiraciones vitales de sus miembros. La nuestra es la sociedad de la elección prácticamente infinita. Se puede escoger casi todo: la orientación sexual, los gustos, el itinerario vital (casarse o no, tener hijos o no)… En esta sociedad sin patrón todo es legítimo, todo es válido, no hay pauta general. 2. Inmediatez En general, los cambios tecnológicos a lo largo de los siglos han servido para ahorrar tiempo en las tareas más variadas, de forma que podríamos hacer más trabajo en un tiempo menor, o con un esfuerzo menor. La imprenta de Gutenberg ahorraba miles de horas de copia de biblias, y lo mismo se puede decir de los tractores respecto de la manera de sembrar y recolectar que sustituyó. El progreso tecnológico entendido así es una lucha de la ciencia contra el tiempo. En el último siglo hemos conseguido acortarlo todo: los trayectos, las horas de trabajo, las comunicaciones. El último cambio tecnológico nos ha acercado al límite, que no es otro que la inmediatez, la capacidad de pulsar un botón y que aquello que queremos se haga. El tiempo muerto, la espera, se ha acortado hasta prácticamente desaparecer en muchos ámbitos de la vida profesional o cotidiana. Esta mutación afecta a los individuos de forma evidente. Nos

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convierte en seres impacientes, nos educa en la impaciencia al mismo tiempo que nuestro ritmo vital se ha acelerado en muchos aspectos. Toleramos mal las esperas, los procesos lentos. Mandamos un mensaje y queremos una respuesta casi instantánea. Nos inquieta el vacío de la espera, el nada entre un estímulo y otro. Llenamos nuestros tiempos muertos de actividades. Consultamos el móvil mientras esperamos que el semáforo se ponga verde, a la cola del pescado, mientras esperamos el autobús, mientras viajamos con el metro... Podríamos encontrar miles de momentos en que llenamos el vacío mirando pantallas. 3. Yogures Todos hemos ido alguna vez al supermercado a comprar y allí nos hemos acercado a la nevera de los productos lácteos. Acostumbra a ser una nevera enorme, que va de pared a pared. Allí podemos encontrar todo tipo de productos derivados de la leche, lo que comúnmente denominamos yogures. Hay de todas las variedades y sabores posibles. Azucarados o no azucarados, de frutas o naturales, con bífidus, griegos, más grandes o más pequeños. Esta exuberancia en la cantidad de yogures diferentes es nueva. No ha sido siempre así, ni mucho menos. La variedad de los yogures ha ido aumentando de manera exponencial en las últimas cuatro décadas. En los años cincuenta sólo había una clase de yogur, el que ahora llamamos clásico o de vidrio. En los sesenta y setenta se incorporaron las variedades de fruta, de fresa y de limón. A partir de los ochenta la gama de yogures creció con la incorporación de más frutas, de los azucarados y los yogures desnatados. A partir de los noventa se añaden los yogures con bífidus, los griegos, los que luchan contra el colesterol, hasta provocar lo que tenemos hoy en los supermercados: unas inmensas neveras llenas de los productos más variados. La evolución de los yogures se puede tomar como ejemplo de la evolución de nuestra sociedad de consumo. Ha habido un crecimiento exponencial de las posibilidades de compra, de los

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productos a disposición del consumidor. Y esto nos ha educado, nos ha hecho ser lo que somos. Es posible trazar la evolución del comportamiento humano a través de la ampliación continuada del abanico de productos a su disposición. Así, los individuos socializados en un mundo donde este abanico era más reducido habrían desarrollado un patrón de consumo de tipo fiel, más estable, de ritmo lento. En cambio, los individuos crecidos en nuestra sociedad de hoy mostrarían unas pautas de consumo más volátiles, de ritmos más rápidos, casi trepidantes, sin mostrar preferencias estables por un producto determinado, sino más bien mostrando una gran capacidad de cambio entre diferentes productos. 4. Fast voters Partimos de la idea que el comportamiento electoral no es un comportamiento extraño en los individuos. Forma parte del repertorio, como cualquiera de sus comportamientos. Y como estos, es fruto de la educación de los individuos, de su socialización. Es decir, es fruto del momento histórico en el que cada individuo ha nacido y se ha formado. De este modo, y recordando los yogures y su impacto en sus consumidores, el comportamiento electoral ha cambiado a caballo de los cambios sociales, y entre estos y muy especialmente, de los cambios en el patrón de consumo de las diferentes generaciones, es decir de los grupos de individuos definidos por haber nacido en un momento histórico concreto. El comportamiento electoral ha cambiado al ritmo que cambiaba el mundo que nos rodea, de forma que hemos pasado de unos electores fieles de cadencia lenta, a unos volátiles y acelerados. Son la expresión de dos mundos, de dos tiempos. O de un tiempo que ha ido cambiando en los últimos cien años. En el electorado actual es posible ver una evolución en el

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comportamiento en función de la pertenencia generacional de los electores. Desde los votantes “antiguos”, que mantienen un voto fiel a un partido y les cuesta mucho modificarlo, a las nuevas generaciones, que deciden su voto de forma errática entre muchas opciones y al último minuto. Exactamente como consumen, unos y otros. Estos dos tipos ideales de electores conviven en el censo, pero sus magnitudes cambian de manera continuada. Mientras el elector “antiguo”, fiel y lento, va desapareciendo, el “nuevo” cada vez es más numeroso. De tal manera que, cada vez más, nuestros censos van mostrando la manera de votar de los “nuevos”. Es decir, cada vez más el electorado se muestra volátil, infiel, errático y acelerado. El nuevo elector, acelerado y volátil, haciendo honor a estos adjetivos, se muestra como un individuo profundamente contradictorio: - ¿Es un individuo realmente emancipado de los constreñimientos que le impone la sociedad (emancipado de las clases sociales) o sólo se lo cree? - Es individualista, pero al mismo tiempo muestra una gran necesidad de pertenecer, de sentirse parte de algo. - Es escéptico, como marcan los cánones de la posmodernidad, pero a la vez se muestra fanático. - Es un descreído, pero confía ciegamente en lo que se dice en las redes sociales y tiende a creer en teorías de la conspiración. - Es indeciso, pero a la vez es un comprador compulsivo. - Se tiene por auténtico, pero sigue los dictados de las modas. - Tiene un nivel académico alto, pero es muy influenciable. 5. Fast politics Este nuevo elector impacta de lleno en la manera cómo se comunica la política, que tiene que atender a este consumidor nuevo, descreído y creyente, acelerado y volátil, que se cree empoderado, pero que es voluble, que hoy te ama y mañana te odia, sin término medio.

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ORIOL BARTOMEUS

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Para entender la importancia de este nuevo elector, en las elecciones al Parlament de Catalunya de diciembre de 2017, el 33% de los nacidos después de 1975 afirman que decidieron su voto el día antes o el mismo día de la elección. Representan unos cien mil votos, el diez por ciento de todo el voto. Y la tendencia es creciente, de forma que en cada convocatoria habrá más votantes decididos en el último momento. Este nuevo votante es el votante de hoy y será todavía más el de mañana. Un votante que cambia su voto con extraordinaria facilidad; que conecta y desconecta con la misma facilidad; que se decide en el último momento y en base a criterios inmediatos y coyunturales; y además, que se desdice de su voto a la misma velocidad que lo ha decidido, es decir, el lunes después de las elecciones. Esto implica que la comunicación política tiene que ser permanente; llamativa, para llamar la atención de este votante permanentemente bombardeado con estímulos de todo tipo; personalizada, de tal manera que deje que sea el votante quien crea que elige; y que no dé ningún voto por ganado, ni siquiera cuando lo ha obtenido. Una comunicación política para una política evanescente, de elecciones declarativas, emotivas y polarizadas, de mayorías que sólo duran un día y de gobiernos débiles, continuamente en la cuerda floja.

El origen de este texto es una charla que hice el 29 de junio de 2018 en el bar Schultz organizada por Beers & Politics. El tono y la estructura del texto se deben, en gran medida, a su origen oral, que se ha intentado preservar.

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La política tribal y caníbal no tiene futuro, aunque sí tiene –lamentablemente– mucho de presente. Este tipo de política puede ganar

¿ENEMIGOS O ADVERSARIOS?

elecciones, pero destroza el campo de lo público para convertir el interés general en un campo de minas intransitable desde las trincheras propias. Así, la sociedad, la política y el espacio institucional queda secuestrado – asfixiado– por la rivalidad cainita, el adanismo

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

arrogante, y la lógica destructiva del adversario

Consultor de comunicación política y pública. Fundador y director de Ideograma (@antonigr)

enemigos, no hay democracia; con adversarios,

reducido a enemigo irreconciliable. Con sí. Estés en el poder o en la oposición. El entierro de John McCain, con la presencia y parlamentos de los expresidentes Barack

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¿ENEMIGOS O ADVERSARIOS?

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Obama y George Bush que elogiaron la figura del senador y héroe de guerra, se ha convertido en una gran lección democrática sobre cómo tratar a los rivales y adversarios en una democracia. Obama señaló que, “a pesar de pertenecer a diferentes generaciones y sostener posiciones políticas antagónicas, ambos compartían su fidelidad a algo superior, los ideales por los que generaciones de americanos e inmigrantes han luchado, desfilado y se han sacrificado”. El propio McCain, en su última carta a los estadounidenses, publicada por la familia tras la muerte, llamaba a no confundir el “patriotismo” con las “rivalidades tribales”. Alimentar y construir la victoria política sobre la base de la destrucción de tu rival y adversario tiene cinco graves inconvenientes: 1. La destrucción del enemigo nunca es completa Los rivales políticos no se eliminan, no desaparecen como en un videojuego. No es una tecla supr ni una función delete. Este tipo de estrategias no desvanecen a los adversarios, al contrario. Su resistencia defensiva, a veces agónica, se convierte en una poderosa fuerza de resiliencia. Y las alternancias, cuando llegan, se convierten en venganzas políticas que destruyen capital público, consensos, acuerdos y espacios de colaboración. 2. No hay victorias sin costes La agresividad de la destrucción conlleva un enorme esfuerzo que desangra a cada contendiente. Las victorias, cuando las hay, son pírricas. Y los vencedores quedan exhaustos, agotados y sin capacidad de convertir su victoria en hegemonía. Las victorias, así, son sólo un voto más. Por eso se llaman simples. Las hegemonías son mayorías cualificadas, profundas, amplias, transversales. Duraderas. La guerra al enemigo político no permite este tipo de liderazgos. El combate al adversario, sí. 3. No hay paz, no hay estabilidad La política caníbal es frágil. Las victorias no son completas, ni sin costes. Estos escenarios dejan el campo público con grandes inestabilidades. La política se atrinchera. No es posible el acuerdo, el pacto, el acuerdo. Los rivales dedican más tiempo a sobrevivir que a

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ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

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vivir. Más tiempo para defenderse que a proponer. La política se vuelve imprevisible, inestable, agónica. Pura táctica. No hay acuerdos de país porque los partidos temen por su integridad amenazada por un rival mutado en enemigo con ambiciones ilimitadas. La sociedad queda atrapada por la pugna permanente y aumenta la desconfianza hacia la política, los líderes, los partidos y hasta la misma democracia. 4. El verdadero enemigo está fuera Los adversarios saben contener su fuerza, se autolimitan, conscientes que las verdaderas batallas son más importantes que las cruentas guerras entre contendientes políticos. Se trata de temas de país, estratégicos, de larga duración y de gran profundidad. Estos temas no se pueden abordar con la mitad de una sociedad o una dirigencia política o institucional fracturada en dos. Se necesitan acuerdos estratégicos sobre escenarios supra partidarios. Al final, tus adversarios pueden ser aliados, cómplices o socios en casos excepcionales. Los enemigos nunca. La beligerancia extrema es soledad garantizada. Es decir: debilidad. Nunca se tiene tanto poder como para gobernar ignorando o despreciando a tus oposiciones. 5. La guerra no es inteligente La agresividad destructiva utiliza la fuerza (siempre escasa, siempre insuficiente), alejándose de la racionalidad y del cálculo. La arrogancia substituye al pensamiento: convierte a los líderes en hooligans. La testosterona política desplaza a la neurona política. Esa es la gran diferencia entre considerar a los rivales enemigos o adversarios. Cuando son enemigos, dejas de pensar. La tentación por reducir el problema a su disolución o eliminación impide ver otras alternativas más ganadoras. Y más sostenibles. Más que nunca hay que leer a Michael Ignatieff: “Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando”. ¿Enemigos o adversarios?

Artículo publicado inicialmente en Infobae

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CAMPAÑAS EN TIEMPOS DE CRISIS: NÉSTOR KIRCHNER PRESIDENTE DE LOS ARGENTINOS

Tras las elecciones de medio término para renovar ambas cámaras del parlamento, llevadas a cabo en octubre de 2001, la crisis económica de la Argentina se agudizó. El modelo de la convertibilidad (1 peso = 1 dólar) comenzó a evidenciar signos de desgaste. Varios indicadores lo dejaban a descubierto: mal humor social; marcado descenso de la credibilidad en la política y en los políticos; poca confianza en las promesas de campaña; la recesión agobiaba y hasta los deprimía;

ROBERTO BACMAN

pesimistas con respecto al futuro económico. Sin embargo, seguían defendiendo la

Sociólogo, consultor en opinión pública, analista político y director de CEOP (Centro de Estudios de Opinión Pública) (@ceoplatam)

convertibilidad, en un contexto de pobres percepciones de síntomas de reactivación. Hacia fines de octubre de 2001, la situación

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post electoral desnudaba una realidad sumamente compleja: el concepto fundante de la Alianza se había convertido en una virtual trituradora de ilusiones. Lo que a fines de 1999 fue una esperanza, casi dos años después se había tornado en una ilusión quebrada, una promesa incumplida, una asignatura pendiente. El voto bronca o el principio del fin de la ilusión de la Alianza Para colmo de males el gobierno tomó una decisión extrema y el 1 de diciembre de 2001 generó un corralito en el sistema financiero. Había trascendido públicamente que no se podían cumplir las metas fijadas por el FMI, que el Tesoro no tenía reserva líquida en dólares. Era necesario evitar una masiva salida del dinero del sistema bancario y por sobre todas las cosas impedir corridas bancarias y hasta un eventual colapso. Convivir con el corralito empeoró las cosas: el humor social de los argentinos fue de mal en peor. Hacia mediados de diciembre el estallido social tan temido no tardó en llegar: en la tercera semana de diciembre la situación política de nuestro país se tornó definitivamente turbulenta. Primero fueron los saqueos: los marginados por la convertibilidad, los desocupados, los más perjudicados por la falta de dinero en efectivo, protagonizaron saqueos que nacieron de la pura espontaneidad y que pronto agregaron ciertos toques de marginalidad. El 19 de diciembre la clase media también salió a las calles, cansada del corralito. Se pudieron ver movilizaciones espontáneas y la gente hizo sonar sus cacerolas de manera estrepitosa y contundente. El 20 de diciembre se agregó la militancia política y social y allí sí, la situación se tornó violenta. Se desató una sangrienta represión que remató en 25 muertos. Algo inédito en la Argentina post dictadura. Las imágenes que los medios transmitían recordaban a escenas dignas de los tiempos de la última dictadura militar. Fernando De la Rúa, arrinconado y sin sostén político, renunció. Minutos después despegó el helicóptero desde la propia terraza de la Casa de Gobierno. La imagen –triste, impactante, desoladora– quedó

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impregnada como uno de los hechos más indeseados de la política en el imaginario de los argentinos. Argentina vivió tiempos de terremoto. Los cimientos de un contrato social que los contuvo durante más de una decada había dejado de existir. Todo temblaba bajo sus pies. No creían en nada ni en nadie. Fueron tiempos del “que se vayan todos”, de confusión, anarquía, angustia y más depresión. Entre el 20 de diciembre y el 1 de enero se sucedieron cuatro presidentes provisionales, todos elegidos por la Asamblea Legislativa. Sin embargo, nada garantizaba, ni tan siquiera una tenue luz de esperanza al final del túnel. El terremoto estaba en su peor momento, el de mayor virulencia económica y social. Eduardo Duhalde presidente provisional Finalmente, la Asamblea Legislativa logró los acuerdos necesarios para que asumiera la presidencia Eduardo Duhalde. El derrotado de 1999 llegaba finalmente a cumplir con su objetivo. Asumía la presidencia en uno de los momentos más difíciles de nuestro país. Las características más distintorias de su gestión se pueden resumir en dos líneas identificatorias: transición y socorrismo. En definitiva, una adecuada estrategia de descomprensión, que permitió a Duhalde cerrar su gestión provisional con la asunción de un gobierno elegido por la voluntad popular. Instaló en el epicentro de un terremoto perceptual tres mecanismos de socorrismo: en primer lugar económico, luego social y por último político. Desde lo económico demostró que era posible otro modelo económico sin la convertibilidad y sin caer en la tan temida hiperinflación. La llegada del economista Roberto Lavagna al ministerio de Economía significó un proceso de desdolarización de la economía y un Estado que asumió un rol mucho más presente y activo.

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Pero lo más importante fue que la economía comenzó a recuperarse. Desde el punto de vista simbólico, Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna lograron instalar en el imaginario colectivo que era posible repensar el país sin la convertibilidad; era viable una transición de un capitalismo financiero de fuerte anclaje neoliberal a un capitalismo humanista. La segunda línea de socorrismo se produjo en la esfera social. Eduardo Duhalde tomó conciencia desde el primer día de su asunción, del alto voltaje de tensión social que imperaba en la Argentina del terremoto. Desde dicho ámbito, su gestión impulsó decretos y leyes muy importantes para la transición, especialmente la aplicación de un plan universal, denominado Jefes y Jefas de Hogar, una especie de seguro de desempleo que descompromió de manera notable la protesta social. El tercer mecanismo de descompresión fue el político. Duhalde, apenas asumió, prometió dos cosas: adelantar seis meses las elecciones presidenciales y autoexcluirse de ser candidato. Esta tercera línea de descompresión terminó siendo la más efectiva. Las campañas presidenciales de 2003 En este contexto, se insertaron las elecciones presidenciales de 2003 y en un momento muy particular y complejo: la crisis no estaba superada en forma categórica, aún se vivía un escenario de transición y nadie estaba seguro de nada. Frente a tal trama, los argentinos esperaban que algún dirigente (ya no se podía hablar de partidos políticos) tuviese la suficiente capacidad de estructurar un discurso con la capacidad de demostrar un nuevo punto de partida a fin de superar el círculo vicioso. Construir e instalar la consigna de referencia dominante en este contexto era una tarea difícil de llevar a cabo. El desafío era transitar un sinuoso y escarpado camino en el que la vieja ecuación que potenciaba imagen con promesas ya no alcanzaba. A esta altura, el sistema de partidos políticos había colapsado. El

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peronismo resistía en base a su fortaleza territorial y cuasi feudal: sus principales precandidatos eran gobernadores provinciales. El radicalismo, sin poder recuperarse del golpe recibicido por el fin de la convertibilidad, no tuvo la capacidad de responder orgánicamente. Ricardo López Murphy, funcionario del gobierno de la Alianza, se convirtió en candidato, con apoyo empresario, más que como representante de un espacio político. Lilita Carrió era la representante de la Coalición Cívica, una dirigente de extracción radical, aunque alejada y enfrentada con la conducción de dicho partido. Ante tal cuadro de situación, las consignas de referencia en pugna se sustentaron en cuatro líneas de campaña. Carlos Menem, proponía resignar la esperanza, planteando que era mejor pensar que el tiempo pasado, especialmente el de los días felices de la convertibilidad fue mejor. Menem representaba el pasado. El regreso de una nueva convertibilidad era su promesa. Por el contrario, los estrategas de Adolfo Rodríguez Saá, pugnaban por plantear lo práctico versus las promesas. Evitaban a toda costa hablar de un proyecto de país concreto, a partir de discursos cargados de demagogia, que sólo pregonaban el cambio, aunque en definitiva más que plantear un proyecto en concreto eran simples arengas, vacías de contenidos. Este dirigente, varias veces gobernador de la provincia de San Luis, centró la estructura de campaña tratando de instalar las transformaciones positivas producidas allí. Le jugaban en contra los pocos días que fue presidente: no pudo superar el principal escollo que era terminar con la convertibilidad. La consigna del equipo de Lilita Carrió se sostuvo en la necesidad de un nuevo Contrato Moral para nuestro país. Esta idea fue perdiendo fuerza en la medida que el gobierno de Duhalde iba solucionando los problemas más acuciantes. Todo parecía indicar que los argentinos

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estaban a la espera de proyectos concretos, económicos y sociales; no morales. Quedaba entonces un espacio por llenar, que se focalizaba en la oportunidad de construir el porvenir de la esperanza. Implicaba asumir el único camino que permitiría arribar al objetivo propuesto. Y este último desafío radicaba en plantear una propuesta que sintetice un futuro partiendo de los logros de la gestión de Duhalde, aunque al mismo tiempo transmitir la sensación de discontinuidad con relación al pasado de la convertibilidad; que la gente concluya que con su voto aseguraba que ya no más de lo mismo; que se hable con la verdad, por más dura y dolorosa que sea. Y en esa línea se posicionó Néstor Kirchner, recién en los albores de 2003, cuando Eduardo Duhalde lo eligió como candidato del peronismo oficial. En el entorno íntimo de Kirchner siempre fueron concientes de la necesidad de instalar una nueva metáfora, con reglas que permitiesen pensar en un inédito contrato social. Y en dicha dirección sólo existía una única manera de atravesar los meses de campaña: establecer la esperanza y, desde allí, pensar en el futuro. En tal universo de consignas en pugna, lo irrefutable fue que ninguna línea de campaña logró instalar de manera contundente la consigna de referencia dominante de las presidenciales de 2003. Cuando faltaban pocos días para los comicios, el escenario se presentaba cambiante e inestable; incluso la definición se percibía como muy lejana y la hipótesis de un seguro ballotage era irremediable. Lograr el segundo lugar siempre fue el objetivo principal de la campaña de Kirchner. En menos de cuatro meses era un objetivo lógico y posible de cumplir. A cuatro días de las elecciones, las encuestas de opinión eran una demostración más que lapidaria al respecto: en una delgada línea roja de cinco puntos porcentuales, se ubicaban cinco candidatos. Lo más probable: habría segunda vuelta y el nuevo presidente argentino iba a

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surgir de un ballotage entre Menem y Kirchner. El posicionamiento de cada candidato de cara a los comicios inminentes podría sintetizarse del siguiente modo:

- Carlos Menem: su caudal electoral provenía de los clásicos votantes del justicialismo. Su elector típico: gente de bajo nivel socioeconómico, residente en el segundo cordón del Gran Buenos Aires y en el interior profundo de nuestro país. Su sustento actitudinal: el pensamiento mágico, que crecía a medida que más bajo era el nivel socioeconómico del elector. Su gran debilidad: su techo de crecimiento, dada su alta imagen negativa. - Néstor Kirchner: sus votos provenían –en partes casi iguales– del justicialismo y la Alianza. Su fuerza sociodemográfica: el conurbano bonaerense, las grandes ciudades del interior del país y los votantes de mayor edad. Representaba la continuidad del gobierno de transición de Eduardo Duhalde. Gozaba de una marcada tendencia favorable entre los indecisos. Excelente posicionamiento frente a los posibles escenarios de segunda vuelta. Enfrentando a Carlos Menem, prácticamente lo duplicaba. - Ricardo López Murphy: su cosecha de votantes fue muy particular. Más de la mitad provenían de la Alianza, dos de cada diez de Acción por La República (un partido de centro derecha), uno de cada diez del justicialismo. El resto de una pequeña y variada ganancia. En el perfil del votante dominaban los electores de mayor edad y alto nivel socioeconómico. Su posicionamiento: construido en base a una campaña de publicidad y marketing político que logró instalar una imagen de capacidad y transparencia. Supo explotar su nicho de oportunidad: opción de centro-derecha neoliberal y antiperonista. - Adolfo Rodríguez Saá: a diferencia de Carlos Menem sus votantes superaban el marco del peronismo: 4 de cada 10 se originaban en clásicos electores peronistas del 99; además 2 de cada 10, habían

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optado por la Alianza. Su sustento sociodemográfico era muy similar al de Carlos Menem: bajo nivel, segundo cordón del Gran Buenos Aires e interior profundo. Desde esta circunstancia, se habían convertidos en competidores en forma directa. - Elisa Carrió: la mayor parte de sus votantes provenían de la explosión de la Alianza: un 60% de su potencial caudal se centraba en gente que votó a Fernando De la Rúa. El resto de su caudal electoral derivó de partidos de izquierda y de nuevos votantes. Su fortaleza sociodemográfica: la clase media típica, gente joven, residente en los grandes núcleos urbanos del país. Simbolizaba la posibilidad de cambio garantizando honestidad y “manos limpias”. Sus principales debilidades podían encontrarse en tres factores: más que un proyecto concreto encarnaba una utopía; no garantizaba una opción económica. Las elecciones presidenciales de 2003: el estallido de las lealtades tradicionales del voto El 27 de abril de 2003, los resultados remataron en un escenario de incertidumbre: ningún candidato logró superar la barrera del ballotage. Los principales candidatos se aglutinaron entre los 14 y los 25 puntos porcentuales: Menem-Romero, 24,45%; Kirchner-Scioli, 22,24%; López Murphy-Gómez Díez, 16,37%; Rodríguez Saá-Posse, 14,11%, CarrióGutiérrez, 14,05%; otros, 8,79%. Desde el punto de vista político se distinguen tres factores: la profunda crisis del sistema de partidos políticos; la desaparición de las lealtades tradicionales del voto; y la ausencia de una clara y contundente Consigna de Referencia Dominante. En síntesis, el estallido de las lealtades tradicionales del voto representó el fin del bipartidismo que tenía al justicialismo y a los radicales como principales protagonistas, partidos, que de modo concluyente funcionaban como un efectivo sistema de contención de las lealtades tradicionales del voto. Cuando el bipartidismo de nuestro país estaba en plena vigencia, el

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segmento de los fieles estaba representado por los que se inclinaban a votar al mismo partido, motivados por la tradición y hasta por la costumbre. Los políticos lo denominaban “el voto atado”. Era el capital electoral de cada partido político antes de la crisis y el estallido de las lealtades tradicionales del voto. Pero en cada elección también existía una especie de fiel de la balanza: los denominados “votantes en transición”, los indecisos. En tal contexto, las claves para ganar una elección eran sencillas, pero contundentes: retener la mayor cantidad posible de votos “propios o fieles” (lograr el mayor índice de fidelidad posible) y al mismo tiempo captar la mayor ganancia de independientes. No había otro secreto. Sin embargo, en los comicios presidenciales de 2003 este principio se rompió. Nadie tuvo la capacidad de recuperar la fidelidad estructurante del voto; por el contrario todo fue dispersión. Ningún candidato logró construir una estructura de marcada fidelidad. El resultado de esta elección evidenciaba de modo indubitable que el sistema de partidos políticos atravesaba una profunda crisis de identidad y la consecuencia empírica más evidente fue la explosión de las fidelidades tradicionales del voto. Ninguna fórmula presidencial logró superar las barreras del ballotage. Según la reforma constitucional de 1994, para ganar en primera vuelta, alguno de los candidatos presidenciales debería haber obtenido el 45 por ciento de los votos o bien el 40 por ciento y 10 puntos porcentuales de diferencia sobre el segundo. Como esto no se cumplió, el nuevo presidente debería ser electo en una segunda vuelta a llevarse a cabo el 18 de mayo de 2003, entre Carlos Menem y Néstor Kirchner, dos candidatos de aparente extracción peronista, aunque con una matriz ideológica muy diferente. Cada uno representaba un modelo antitético de país. Sin embargo, no hubo ballotage: Carlos Menem, probablemente abrumado por los resultados de las primeras encuestas que le

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auguraban a Kirchner un cómodo triunfo, decidió no presentarse. La Argentina aún vivía tiempos de transición. En este complejo escenario, y luego que Carlos Menem desistiera presentarse a la segunda vuelta, Néstor Kirchner fue ungido presidente de los argentinos. Néstor Kirchner asumió conformando un gabinete compuesto por gente de su propio riñón y otros que expresaban continuidad con el gobierno de transición de Eduardo Duhalde. Asumía en una situación de crisis aún no resulta de manera definitiva y si bien durante los años de gestión de Duhalde la situación económica del país había experimentado ciertos síntomas de alivio como producto del default, la reducción del gasto público, la leve recuperación de la tasa de cambio del peso frente al dólar y un moderado crecimiento del PBI, las consecuencias sociales de la crisis fueron realmente desbastadoras: el 54% de los argentinos se encontraban por debajo de la línea de la pobreza, con un agregado más que alarmante, ya que la mitad de ellos estaba bajo la línea de la indigencia. Aunque se convirtió en presidente con poca cantidad de votos y la legitimidad en tela de juicio, Kirchner construyó poder en base a su propia imagen y a demostrar que no era “más de lo mismo”. Hacia finales del año 2003, su imagen había crecido geométricamente; los indicadores económicos eran más que positivos; las expectativas de la gente sumamente alentadoras. En síntesis, el porvenir de la esperanza, se había instalado. El primer indicador del establecimiento del porvenir de la esperanza puede verse en el crecimiento exponencial de la imagen positiva de Néstor Kirchner. Aunque asumió con 30% de popularidad, al cumplirse un año de gestión su imagen positiva tendió a estabilizarse en el eje del 80%. La figura presidencial, tan vapuleada tras el fracaso del gobierno de la Alianza y que remató con la renuncia de Fernando De la Rúa, se había recuperado. Los argentinos comenzaron a percibir que Argentina volvía a tener un presidente fuerte para enfrentar una nueva etapa y construir los basamentos de un nuevo contrato social.

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SOBRE QUIÉNES SON –O QUIEREN SER– CONSULTORES POLÍTICOS, Y QUIÉNES NO

Los consultores políticos han existido desde el comienzo de la humanidad. En una definición simple, dar un consejo político es una forma de ayuda, aviso o consulta con individuos o grupos que desean lograr, mantener o usar el poder político (cívico, gubernamental, de asuntos públicos) sobre otros individuos o grupos en la sociedad. Esta definición cubre una larga gama de subtipos. En el sentido más amplio posible,

RALPH MURPHINE Consultor en comunicación política y comunicación de gobiernos, con 48 años de experiencia en campañas de todo el mundo.

Platón, Cicerón, Maquiavelo, Robespierre, Locke, Jefferson, Elías Calles y Guevara fueron consultores políticos, junto con miles de otros en la historia de la humanidad. Con el advenimiento del poderoso medio

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SOBRE QUIÉNES SON –O QUIEREN SER– CONSULTORES POLÍTICOS, Y QUIÉNES NO

masivo de la televisión a mediados del siglo XX y los avances concomitantes en las ciencias sociales, se desarrolló una forma nueva y específica de la consulta política. Ello implicó estrategias para la adquisición, el mantenimiento y el uso del poder desarrolladas en torno a la creación y aplicación de una gran variedad de nuevas tecnologías para la recopilación y la distribución de información, tecnologías que no estaban disponibles en los siglos anteriores. En la última parte del siglo pasado aparecieron las encuestas de la opinión pública, los comerciales de la televisión, el uso político del teléfono, etc. En este siglo, los blogs de Internet, los mapas mentales, las redes sociales y muchas otras metodologías han llegado para influir en las decisiones políticas de los líderes para una población determinada. En resumen, toda esta tecnología ha entrado en el juego político de los últimos cincuenta años y ha llegado a dominar mucho del discurso político en el mundo. Para aquellos que creen que el poder político es, o debería ser, invertido en los ciudadanos promedios, estos avances tecnológicos han sido buenas noticias, haciendo que el proceso de toma de decisiones políticas tenga una base más amplia. Para aquellos que piensan que el poder político pertenece, o debería pertenecer, a una “clase” dominante de personas (académicas, militares, económicas, raciales, religiosas u otras), esto también es una buena noticia, al menos en la medida en que ellos pueden mantener el control sobre el uso de la tecnología y sus resultados. El debate entre las dos escuelas de pensamiento es permanente e infinito. En cualquier caso, han surgido expertos en el uso de cada nuevo avance sistémico y en la invención de herramientas aún más nuevas y más efectivas para el ejercicio de la influencia política. En el sentido más completo posible, estos expertos se llaman “consultores políticos”. Desafortunadamente, desde el comienzo de este género moderno a mediados del siglo XX, nadie ha producido una definición específica de los talentos, el conocimiento y la experiencia que se requiera de una persona legítimamente denominada “consultor político”. Como

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resultado, probablemente haya miles de “consultores políticos” autodesignados en el mundo: • Algunos de los cuales realmente tienen talento, conocimiento y experiencia en el campo. • Algunos de los cuales tienen talento y conocimiento, pero tienen poca o ninguna experiencia. • Algunos de los cuales tienen talento y experiencia, pero no mucho conocimiento. • Algunos de los cuales tienen conocimiento y experiencia, pero no mucho talento. • Algunos de los cuales tienen sólo una de estas características. • Algunos de los cuales no tienen ninguno de estos atributos, pero que tienen un gran deseo (y no mucho más) de tener los tres elementos. Dada esta circunstancia, se puede decir que la designación de “consultor político” puede ser más un asunto de deseo que de hechos. Por lo tanto, algunos de los clientes de los practicantes de esta artesanía podrían tener un gran éxito político, resultando en la identificación de su consultor como un gurú. Sin embargo, otros clientes de otros auto llamados expertos en el campo podrían pagar cientos de miles de dólares para perder una elección, un gobierno, o una carrera. En cualquier caso, el consultor simplemente se mueve al próximo cliente. Algo rentable es la venta del servicio de un consultor político, con o sin calificación en la práctica; algo riesgoso es la compra del servicio de un auto designado consultor político por un cliente. No hay estándares establecidos para distinguir entre los dos tipos de consultores: ganadores y perdedores. Aunque en verdad, como dijo Daniel Eskibel, “los consultores políticos no ganan elecciones”. Se puede decir además “ni pierden.” A pesar del ego enorme que permite el uso de la frase “Yo gané”, parece que no hay mucha inclinación a decir “Yo perdí”. El sentido común debe indicar que un consultor político puede ayudar (ganando o perdiendo el poder para los clientes), pero el proceso político siempre es multidimensional y multipersonal. Además, en gran parte, las listas de los clientes de los consultores políticos –reales o imaginarias–, y los

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resultados producidos con la ayuda de estos consultores, no están ni pública ni privadamente disponibles. Dado el crecimiento natural de la industria de consultores políticos durante las últimas seis décadas, han aparecido ciertas líneas de argumentación en un intento de validar la autenticidad de un consultor político autoproclamado: - Académico. Un número de escuelas, institutos, universidades y más instituciones de educación (algunos de autenticidad cuestionable en sí mismos) han comenzado a ofrecer clases, cursos, diplomas, maestrías, doctorados y estudios posdoctorales en este campo. Este bienvenido auge académico se ha producido a pesar de que el tema carece de las características de una disciplina académica clara y bien definida. En gran parte, estos estudios y las certificaciones que producen son útiles, pero no son determinantes, en la definición de un consultor político. Claramente, la industria necesita un enfoque académico más vigoroso, no menos. - Calle. En el otro extremo de la polaridad intelectual, muchos consultores políticos han estudiado en “la escuela de los golpes duros”, “la escuela de la realidad” o “en la calle”. Estas personas a menudo están, o han estado, trabajando en el nivel más bajo y más local de acción política, casa por casa, de manzana en manzana, de habitación a habitación, moviéndose lentamente por la escalera, aprendiendo en cada paso. Barack Obama, con su título de Harvard, comenzó su carrera política en este formato callejero en Chicago. La pregunta de estándares para la consultoría política no es una cuestión de calificación “académico” o “de la calle”. Ambas formas de capacitación tienen valor. - Tecnología. Las formas modernas del análisis psicológico, los nuevos usos de los medios directos, los algoritmos de los datos electrónicos, la georreferenciación de las redes sociales y muchas más herramientas de hoy mismo tienen la pátina de la magia para muchos políticos que fueron originalmente iniciados en la escuela de “jingle, slogan, foto, logotipo” del siglo pasado. La tendencia todavía existe y de vez en

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cuando parece como los lemmings corriendo al mar, guiados por el más nuevo milagro del día. Sin duda, muchas, tal vez la mayoría, de estas nuevas formas del pensamiento tecnológico sobre la interacción política son de gran valor, a veces deslumbrantes. Ignorarlas es repetir el error polaco de pensar que la caballería podría vencer a los tanques en la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, las tradiciones culturales, la intuición, el instinto y otros elementos informales y no técnicos del pensamiento político forman un contexto importante e invisible para el uso de estas artesanías modernas. Se espera que los consultores políticos sean expertos tanto en la tecnología como en la tradición. - Premios. En la última década ha crecido enormemente una industria que concede premios por parte de algunos consultores a otros consultores. Esta forma de autocertificación mutua alimenta los egos de muchos consultores (pese a que normalmente no muere por la falta de este elemento). Los premios sirven como una herramienta de ventas, en páginas web, en currículos, en propuestas vistas por clientes políticos, potenciales o actuales. En términos de marketing, una buena idea. En la práctica, sin embargo, existe un gran pensamiento capitalista detrás del negocio de los premios: los participantes (y hay cientos o miles de personas deseosas de jugar el juego) a menudo tienen que pagar al grupo que otorga los premios, dando una tarifa de “registro”. Además, los “competidores” pueden pagar una tarifa de entrada para asistir al evento de presentación. Adicionalmente, se puede pagar para alojarse en un hotel con un precio negociado (comisión para el grupo que otorga el premio). En muchos casos, el trabajo presentado y el consultor que hizo la obra realmente merecen reconocimiento público por la calidad del producto o servicio. En el lado negativo, los clientes políticos – potenciales o actuales– generalmente no tienen idea de quién otorgó el premio, de quién lo juzgó, ni la esencia del trabajo otorgado. En verdad, los premios presentan una práctica potencialmente peligrosa, o incluso fraudulenta. Al carecer de estándares formales y creíbles en la “profesión” para la definición de un consultor político, los premios ayudan a promoverse a autodenominados consultores para venderse a clientes desprevenidos, a menudo generando buenos ingresos para el autollamado consultor político, pero malos resultados para el cliente

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ignorante. Por supuesto, como en muchas áreas de carrera, se aplica caveat emptor; pero eso no ha impedido que médicos, contables, bomberos, abogados, taxistas, vendedores de seguros, sacerdotes y miembros de muchos otros grupos ocupacionales establezcan estándares mínimos para el ingreso en sus campos y la práctica durante su carrera. Muchos de estos oficios o profesionales permiten y fomentan premios, pero la elegibilidad definida para la práctica de la ciencia o el arte viene antes del reconocimiento. - Asociaciones. Como una consecuencia natural y rentable de la industria de premios, ha comenzado una nueva línea de negocios en la formación de “asociaciones” de asesores políticos. La buena noticia es que muchas de estas asociaciones son regionales o locales y representan mejor las ideas de los asesores políticos legítimos en las áreas cubiertas por cada nueva asociación. Tenga en cuenta, sin embargo, que no existen reglas sobre quién es un consultor político legítimo, por lo que cada asociación, nueva o antigua, contiene una variedad de expertos y una variedad de “aspirantes”. La mala noticia es que algunos consultores, o consultores autodesignados, incapaces por su falta de capacitación o experiencia, no han tenido éxito en obtener el poder en las asociaciones establecidas. Ellos frecuentemente han resuelto su problema simplemente generando una nueva asociación de consultores políticos con miembros reales o aspirantes. Sorprendentemente, aquellos que forman estas nuevas asociaciones a menudo se convierten en los presidentes de las nuevas asociaciones, permitiendo una nueva ronda de “premios”. Nuevamente, esta es una herramienta útil basada en el ego para mercadear con clientes ignorantes. Sin embargo, en el medio o largo plazo, es potencialmente peligroso, tanto para los fundadores de las asociaciones instantáneos como para los consultores políticos en su conjunto. Eventualmente, los clientes descubrirán que ser presidente o miembro de la Asociación de Consultores Políticos de la Baja Siberia (APCLC) podría elevar los costos del cliente y reducir sus oportunidades del éxito.

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- Conferencias. Si los consultores políticos son tan originales y contundentes en la presentación de sus clientes al público como los son en la presentación de ellos mismos como consultores políticos, pronto será imposible que un cliente político respire sin tener su propio consultor político personal. El siguiente ítem en esta creciente lista de actividades de la consultoría política rentable, con un enfoque fuera de la consultoría política real, es la industria de “conferencias” de consultores políticos. A pesar del hecho que las conferencias se han multiplicado como conejos, algunos de estos descendientes son débiles o enfermos en la calidad de sus presentaciones. Casi a diario, recibo aviso de una “XXIV Conferencia Definitiva Internacional y Mundial sobre la Estrategia Política Superior” o la “Primera Cumbre Global Anual de la Comunicación Política en Tlaxcala, México”. Por el lado bueno, esta es una noticia maravillosa. Las ideas y los principios de la comunicación política moderna, por fin, están llegando a los niveles de la comunidad local. Si tengo una reacción personal y profesional a estos eventos, es “cuanto más, mejor”. Cantidad hay. La calidad es otra cuestión. Los exponentes en algunos de estos eventos, obviamente, están bien calificados. En el excelente ejemplo de Daniel Ivoskus en sus “Cumbres”, hay espacio para exposiciones por un rango de los consultores calificados: los veteranos, los recién llegados, los jóvenes, las mujeres, y los miembros consultores de grupos minoritarios, entre otros. En el otro lado de la moneda, hay un número creciente de conferencias con los mismos títulos interplanetarios y universales, pero las agendas de las conferencias muestran que las listas de oradores están dominadas por aquellos que no tienen currículos visibles. El marketing inteligente de estos mini eventos a menudo exige la invitación de uno o dos veteranos consultores bien conocidos para “presentaciones magistrales”, algo hecho con la intención de proporcionar un tipo de legitimidad para el resto. La operación de estos eventos es como la industria de los premios: voy

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a invitarte a mi conferencia y tú tienes que invitarme a la tuya. Los asistentes de la audiencia en estos eventos, incluidos los clientes potenciales y actuales, que no tienen conocimiento del campo de la consultoría política, y no tienen acceso a algunas normas profesionales comúnmente aceptadas para guiarlos, podrían pagan dinero para ver y escuchar a oradores familiarizados con la jerga moderna de la consultoría política, pero ignorantes de su uso en la práctica. Recientemente, recibí de parte de ALACOP una excelente serie de “reglas” o “normas” o “puntos de referencia” aprobados pero aún no publicados para el uso en la organización de conferencias de asesores políticos y aplicables a los grupos que solicitan el uso del logotipo o sello de ALACOP en su publicidad. Mi más sincero agradecimiento por este primer paso en el establecimiento de un nivel de estándares profesionales. ¿Se requiere la autoridad de ALACOP para celebrar una conferencia de consultores políticos? Por supuesto que no, ni debería ser. No obstante, un aviso fuerte y efectivo de estas normas mínimas, por ALACOP y sus miembros, enviado a las bases de datos de los líderes políticos y gubernamentales dentro de los países en que los miembros practican, ayudaría a frenar esta práctica de utilizar “conferencias” como una forma de autenticación engañosa de consultores políticos autodesignados. ¿Hay problemas con la formación de asociaciones? De ninguna manera. Bienvenidos. Formar asociaciones de personas que son o quieren ser consultores políticos es un derecho en la mayoría de las constituciones nacionales de todas de las democracias: libertad de asociación. ¿Hay problemas con la presentación de conferencias? Por supuesto que no. Repito, lo más, lo mejor. Realizar conferencias por personas que son o quieren ser consultores políticos es una oportunidad para ayudar a los líderes políticos y al público a aprender de los detalles de cómo se puede ganar, mantener y utilizar el poder político en una democracia.

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¿Hay problemas con la adjudicación de premios por personas que son o quieren ser reconocidos por la calidad de su trabajo y servicio? Absolutamente no. Es una actividad común en muchas profesiones y ocupaciones. La motivación y el esfuerzo de los miembros de una comunidad para mejorar su producto y servicio es loable. La dificultad en los tres casos es que no existe una definición de la diferencia entre las personas que son consultores políticos y las personas que quieren ser consultores políticos. En términos de membresía en la profesión, no hay problema; todos son bienvenidos. Conozco algunas taxistas con talento en la estrategia política. En el caso de los clientes, sin embargo, el pago de honorarios sustanciales a personas sin calificaciones determinadas, sean miembros de asociaciones, expositores en conferencias, o ganadores de premios, es una estupidez por parte del cliente, una deshonestidad por parte del consultor y un peligro para la democracia. Consultores políticos talentosos, capacitados y con experiencia continuarán con o sin los disfraces de asociaciones, conferencias y premios. Los que pagan el precio son los candidatos, partidos, gobiernos y grupos de interés que son víctimas de este tipo de actividad intencionalmente engañosa. En Estados Unidos, en el siglo XIX, existían vendedores de lo que se llamaba “medicamentos patentados” (una gama limitada de productos farmacéuticos elaborados a partir de hierbas no peligrosas y, en gran parte, alcohol bebible). Estos “curanderos” generalmente tenían un carro tirado por caballos lleno de “medicinas”, pintado a cada lado con publicidad. Pasaban de una ciudad rural a otra ciudad rural, llamándose a sí mismos “médicos” y vendiendo estas curas milagrosas en la calle principal de la comunidad. Se tardó un poco menos de un siglo para que los médicos serios y legítimos, académicamente calificados y entrenados con experiencia en el cuidado de la salud, establecieran las calificaciones para obtener una

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licencia de práctica pública como doctor en Medicina, terminando (o al menos limitando) el negocio falso de los “hombres-medicamento”. Tenga en cuenta que la comunidad médica, consciente de los profesionales fraudulentos en sus filas, generalmente aceptaba bien estos estándares de licencia. Tenga en cuenta también que fue el gobierno quien, finalmente, impuso estos estándares de licencia en el campo de la medicina. Obviamente, las artes y las ciencias de la consultoría política continúan su migración de varios milenios hacia el futuro. Lo que es necesario es la cooperación de los que son consultores políticos y los que quieren ser consultores políticos, no sólo sobre la cuestión de las asociaciones, ni sólo sobre la cuestión de las conferencias, ni sólo sobre la cuestión de los premios, sino sobre la cuestión más fundamental de quién califica (a través del talento, la capacitación, la experiencia, el éxito u otras características) para la designación de “consultor político”. Podemos esperar hasta que algún gobierno en algún lugar decida actuar (el caso del consultor político Manafort en los Estados Unidos y Ucrania es instructivo). O el liderazgo de la AAPC, el IAPC, el ALACOP y otras asociaciones de consultores políticos puede mantener una “cumbre” cerrada de liderazgo para comenzar a formalizar la producción de estándares profesionales genuinos aplicables a la membresía de la profesión, a las asociaciones de los miembros, a las conferencias de los miembros, y a los premios entre los miembros. No viviré lo suficiente para ver los resultados de esta “cumbre” –si es que ocurre–, pero una reunión y discusión en 2018 sería un gran primero paso.

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Las series políticas han aportado luz y han popularizado unas figuras que se mueven en la

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penumbra rodeando a los líderes políticos. Gracias a El Ala Oeste de la Casa Blanca, una serie que versaba principalmente sobre el trabajo del personal asesor del presidente Barlet, de Estados Unidos, se dieron a conocer profesiones como el jefe de gabinete o dircab, el director de comunicación o dircom, el escritor de discursos o speechwritter, el

VERÓNICA FUMANAL Consultora de comunicación política, con una dilatada experiencia en la dirección de gabinetes de comunicación (@veronicafumanal)

especialista en encuestas o pollster, amén de otros perfiles más vinculados a sectores como el de las relaciones internacionales, la economía, las infraestructuras… Todos ellos/as asesores/as que trabajan en la sombra para que el líder brille.

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Dircab y President@, dos caras de la misma moneda En este artículo vamos a centrarnos en la figura del jefe de gabinete o dircab, un perfil técnico-político que en Estados Unidos también se le denomina Jefe de Personal, porque es el responsable de los nombramientos de gran parte del staff de la Casa Blanca. Este cargo recae directamente en la Presidencia del Gobierno y depende únicamente del jefe del ejecutivo, siendo uno de los perfiles de más confianza y cercanía con el líder. Para realizar este artículo, he podido hablar con algunos de los ahora ex jefes de gabinete de algunos expresidentes de España, que prefieren aparecer en fuentes por su tradicional voluntad de discreción, pero a quienes les agradezco encarecidamente que quieran compartir sus vivencias y conocimiento con la audiencia de Beers&Polítics. Si tuviéramos que definir qué es un jefe de gabinete podríamos decir que es un consejero general y un secretario de oficina; la persona que gestiona lo más preciado de un político, su agenda; pero también un asesor primus inter pares que debe proveer al líder de toda la información necesaria para tener un criterio propio sobre cualquier cuestión. Cuándo, dónde, con quién, para qué y por qué son las preguntas que piensa, elabora y propone un jefe de gabinete a la hora de diseñar el día a día de un líder político y de su equipo, puesto que entre sus quehaceres también se encuentra la coordinación del resto de áreas técnicas del gabinete. Según los ex dircabs entrevistados, existen tantos prototipos de jefe de gabinete como Presidentes del Gobierno, porque cada uno de ellos requiere de unas funciones determinadas y elige al perfil en función de sus cometidos. El perfil de un dircab es altamente cualificado. Debe poseer un gran conocimiento de cultura general orientada al mundo político: economía, derecho, historia nacional, estadística, marketing… de modo que sepa asignar y coordinar a todos los expertos que trabajan en el gabinete del Presidente. Así mismo, los ex jefes de gabinete entrevistados inciden en la necesidad de experiencia política previa para poder ejecutar el cargo con diligencia. La política es el terreno de lo desconocido. Ningún día es igual a otro y saber gestionar una incertidumbre a la que están

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VERÓNICA FUMANAL

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acostumbrados les otorga las herramientas necesarias para saber lidiar con el día a día. Por ello, la capacidad de respuesta y carácter templado parecen condiciones indispensables para afrontar las incertezas que componen la cotidianidad de un líder político. La función normativa de un jefe de gabinete es la de diseñar, gestionar y ejecutar la agenda del líder político, así como la de proveer cuanta información sea necesaria sobre la actividad de todo el gobierno. Pero las funciones reales son innumerables y tan diversas como el oficio de la política. Es el oído que todo lo oye, la mente que todo lo sabe (o sabe a quién preguntar), los ojos que todo lo ven, pero además, es la persona que impide que se produzca el llamado “efecto Moncloa”. El efecto Moncloa se refiere al aislamiento que puede producirse cuando el Presidente del Gobierno se recluye en su residencia oficial en el Palacio de la Moncloa, que se sitúa a las afueras de Madrid, en un complejo absolutamente cercado y preservado por las fuerzas de seguridad. El complejo de la Moncloa tiene 16 edificios, donde trabajan alrededor de unas 2.000 personas (1). Es como una ciudad de poder que puede tener la cualidad de ensimismar al líder, alejándolo de la calle. Así pues, en palabras de uno de los entrevistados, una función básica del dircab es “frenar la tendencia al aislamiento” del presidente. Como jefe de personal del gabinete del Ejecutivo, el dircab es un captador de talento, un reclutante de perfiles para asesorar al presidente sobre cualquier materia de índole nacional o internacional por random o periférico que éste pueda ser. Así pues, el jefe de gabinete debe tener una gran capacidad de aprendizaje, de concatenación de temas y de análisis, de modo que pueda sintetizar la información de los diversos especialistas de su equipo para realizar una composición de lugar lo más completa posible para el Presidente. Del éxito o fracaso del equipo del gabinete dependerá en gran medida el contenido técnico y político del relato del líder, así como su capacidad de análisis y visión política. El gabinete reproduce, de forma más modesta, las mismas áreas ministeriales de las que se compone el Consejo de Gobierno. Los asesores del líder son los responsables de realizar las notas técnicas

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FUNCIONES Y RETOS DE UN/A JEFE/A DE GABINETE

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que permitirán al político conocer los límites y posibilidades de cada una de las áreas, juntamente con los equipos ministeriales, así como preparar el Consejo de Ministros semanal. Según uno de los entrevistados para este artículo, en Moncloa persiste la tradición de que cada informe tenga trazabilidad, es decir, lleve la firma del técnico que lo ha realizado, del departamento al que pertenece y la firma de validación del jefe de gabinete. De este modo, cada uno de los especialistas se responsabiliza de su trabajo y el Presidente puede consultarle personalmente en caso de necesitar más información, pero siempre con la validación y el visto bueno del jefe de gabinete. En materia comunicativa, no hay discurso pronunciado o mensaje lanzado que no sea revisado por el jefe de gabinete, hasta aquellos que se realizan bajo las siglas del partido político, como los mítines. Bajo su responsabilidad están todas y cada una de las comparecencias del líder político, así como las diversas comunicaciones que se realicen, de forma oficial o en fuentes, desde la Moncloa. Así pues, a propuesta de los diversos técnicos en comunicación, es el dircab quien valida y filtra los mensajes para luego ser aprobados por el líder político. Finalmente, si tuviéramos que definir con un concepto la relación entre Presidente y dircab, hablaríamos sin duda de la confianza mutua, y sería la pérdida de ésta la que debería interrumpir, mediante cese o dimisión, la relación profesional. Según uno de los entrevistados, la complicidad entre ambos llega a ser tal que se produce una relación simbiótica en la que es difícil determinar dónde empieza y acaba la influencia del uno sobre el otro. Así que, president@ y jef@ de gabinete son dos caras de la misma moneda del poder ejecutivo.

(1) Los secretos de la Moncloa, el gran centro de poder en España https://elpais.com/elpais/2018/04/04/eps /1522843534_186726.html

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Los discursos políticos tienen como objetivo la difusión de mensajes con fines persuasivos, pues buscan provocar en los receptores los efectos previamente concebidos por el emisor.

CLAVES DEL DISCURSO POLÍTICO

Por eso, su elaboración, así como su puesta en escena, necesitan de una mayor participación por parte de los que nos dedicamos a la comunicación política como una actividad profesional. Más aun, cuando podemos afirmar que en nuestra civilización occidental las estructuras de poder están construidas bajo los

JORGE GONZALEZ ORÉ Consultor en comunicación política. Experto en elaboración de discursos y mensaje político. (@jgonzalesore)

cimientos del lenguaje. Pero ¿cuáles son esas claves del discurso político? Aquí les presento las diez claves que – en mi opinión– debemos tener muy en cuenta para la elaboración profesional de un discurso

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CLAVES DEL DISCURSO POLÍTICO

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político: • Escribir para el oído no es lo mismo que escribir para los ojos: estamos acostumbrados a escribir para ser leídos (sea una tarea del colegio, un ensayo en la universidad o un informe en el trabajo). De alguna manera hemos codificado nuestra escritura para que sea leída, no escuchada. Y es que una escritura para los oídos debe respetar otro tipo de formato. De hecho, hay profesionales que se dedican a eso, los llamados logógrafos (aunque la RAE aún no acepte formalmente esta palabra), speechwriter o ghost writer. Ahora bien, ¿qué implica escribir para los oídos? • Palabras cortas: si en tu discurso la mayoría de palabras tiene cuatro o más sílabas, es muy probable que el traslado de tu mensaje se dificulte. Rememora algunos discursos célebres y verás que sus frases más fuertes e impactantes estuvieron compuestas por palabras con pocas sílabas “Yes, we can”, “I have a dream”. • Oraciones cortas: más de dos o tres comas en una oración denotan una estructura más bien compleja que dificulta la trasmisión del mensaje a nivel auditivo. • Sé específico: evita en la medida de lo posible el uso de palabras a las que se les pueda atribuir fácilmente más de un significado. No dejes abierta la posibilidad para más de una interpretación a tu mensaje. • Usa palabras elocuentes: que apelen a los sentidos de tu audiencia. • Evita las conjugaciones del verbo “ser” y “estar”: su uso le resta fuerza a la enunciación por la pasividad sonora en las conjugaciones. Esto se explica mejor con un ejemplo: “Es un hecho que Rajoy es candidato” / “Rajoy anunció su candidatura”. • El “qué” y el “para qué”: es obligatorio hacerte estas dos preguntas antes del discurso. Es necesario saber específicamente sobre qué tema

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JORGE GONZALEZ ORÉ

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se abordará el discurso y con qué finalidad. De no tener claras las respuestas a estas preguntas previas, es mejor no exponerse de manera innecesaria a los medios, además de no faltarle el respeto a tus electores o ciudadanos. En un discurso se deberá tener claro cuál es el mensaje a trasladar y, asu vez, priorizar que no sean muchos (preferiblemente no más de tres, pues si no entramos al campo de la distorsión o confusión) pero que tampoco sea hablar al aire sin trasladar efectivamente ningún mensaje. • Doble auditorio (directo-indirecto): un discurso se escribe tanto para los que están en tu auditorio directo (presentes en el lugar y momento en que se da el discurso), como también con una lógica cercana a la de los medios de comunicación, para que sean estos los que recojan tus mensajes y logren masificar su traslado. Es decir, un buen discurso deberá atender tanto a su auditorio directo como indirecto. • Es un trabajo manual: los discursos no son como los productos en serie que produce una fábrica. Todo lo contrario, pertenecen a un momento exacto y representan los valores, aspiraciones y temores de un auditorio y contexto concreto en el que se da. • Es un traje a medida: así como efectivamente pertenece a un contexto exacto, también debe estar completamente ligado al emisor que lo expresará. Al escribir un discurso, el logógrafo tiene muy en cuenta al político que lo dirá. De hecho, los speechwriter suelen desarrollar una relación muy cercana con el político para quien escriben los discursos, esto con el ánimo de poder entender tanto sus razones, como emociones y así poder ayudarlos de manera eficiente a trasladar sus mensajes. En resumen, un discurso escrito para Barack Obama no puede ser utilizado por Donald Trump, pues ellos representan valores, posiciones y proyectos políticos distintos. • Tomar en cuenta la organización que se representa: los discursos deberán apoyarse y tomar como sustento los valores que representa el partido en el que milita el político o la institución de la que es responsable. En este punto, de lo que se trata es de no abrir fisuras con

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CLAVES DEL DISCURSO POLÍTICO

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relación al proyecto político del que se es parte. • Escenificación del discurso: la puesta en escena es lo que le da veracidad y credibilidad al discurso. Tenemos que tomar en cuenta no sólo lo escrito, sino preocuparnos porque el lenguaje no verbal y paraverbal sirvan de sustento para la alocución. • Uso de figuras retóricas: los elementos retóricos son muy necesarios en los discursos y aunque usamos muchos de ellos sin saberlo, es necesario entrenarse en su uso. Las figuras más usadas son la metáfora, así como la anáfora que implica la repetición de la misma palabra o frase al comienzo de cada oración (como el “puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez) y su versión al final de la oración es la epífora. Otra de las figuras discursivas de mayor impacto son las llamadas triadas que son frases con tres elementos o ideas que dan un ritmo agradable al discurso. También hay las menos conocidas como las conduplicaciones, aliteraciones, etc. En todo caso, de lo que se trata es de conocer las múltiples opciones que te da la retórica e intensificar su utilización. • Requiere investigación: elaborar un discurso demanda una rigurosa pesquisa de información sobre el tema que se va a tratar, el trabajo del logógrafo implica una constante búsqueda de fuentes sobre las cuales construir los argumentos que resguardan a nuestros mensajes. • Practicar, practicar y practicar: el éxito final de un discurso tiene mucho que ver con la constante práctica y repaso que se haga por parte del orador, pues es él o ella quien dará vida al discurso escrito.

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Los consultores políticos no somos los protagonistas de nada. Ninguno debemos

KARL ROVE Y EL CASO DE LOS CONSULTORES ODIADOS

serlo. En todo caso, somos responsables de lo que hacemos. Y lo que hacemos es guiar las decisiones políticas con el objetivo de que el resultado genere una percepción positiva en los destinatarios de las decisiones: los electores. Nos podrán echar la culpa de los desastres o ponernos la medalla de los éxitos, pero no será cierto.

IMMA AGUILAR Asesora en campañas electorales y asesoría de gobierno en Perfil Público (@immaaguilar)

En muchas ocasiones, los consultores arrastran la fama de sus asesorados e incluso cargan con la mala fama para limpiar la imagen del líder. Es el caso de Karl Rove a quien admiro y odio a partes iguales. Como él, otros

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KARL ROVE Y EL CASO DE LOS CONSULTORES ODIADOS

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consultores que han acabado imputados en delitos de corrupción, arrastrados por las mentiras que ellos mismos construyeron para sus clientes, o simplemente que pasan a la historia cargando con la mochila negra para que el político pueda tener su escultura homenaje. A Karl, con su aspecto tan blanco, sus ojos azules, su fina piel y el pelo rubio, nunca le gustaron los negros y tuvo que ser Obama quien condecorase a soldados muertos latinos y afroamericanos que habían quedado olvidados de la historia. Pero una cosa es la realidad y otra el manejo de la realidad que Karl Rove tuvo entre manos en el mandato de George W. Bush. Una de sus acciones publicitarias más famosas es el recorrido presencial y personal que le hizo hacer al presidente, casa por casa, para recordar a los soldados negros muertos, cuando visitó el estado con mayor número de afroamericanos. Les entregó un diploma conmemorativo. Rove tiene una biografía poco conocida, más allá de que en su tierna infancia descubriera que no era hijo del que creía su padre y de que su madre terminó ella misma con su vida. Su primera esposa le duró poco y a partir de la segunda, poco más se sabe de su vida familiar. Cabe pensar que, como a la mayoría, no es la vida privada el eje central de su relato personal. Nació en 1950 en Denver, Colorado, y desde muy temprano mostró su necesidad de estar en los núcleos de poder, pero en los de poder republicano. Con 10 años hizo campaña por Nixon contra Kennedy. Fue presidente del consejo de estudiantes del Olympus High School y estudió Ciencias Políticas con una beca de mil dólares en la Universidad de Utah, mientras hacía prácticas en el Partido Republicano. Pronto pasó a ocupar cargos en el Colegio Nacional Republicano, en el que impartía formaciones donde explicaba cómo hacer campaña sucia a los líderes republicanos más jóvenes. De ahí en adelante ocupó cargos, podríamos decir, orgánicos del partido. Con George Bush empezó haciendo tareas menores y un buen día de 1973 tuvo que llevarle las llaves del coche a su hijo, que estaba de vacaciones de estudios en la Harvard Business School. Y allí se encontró al muchacho Bush con sus botas de cowboy al que habría de llevar a la

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presidencia de los Estados Unidos. Primero tuvieron que pasar por la fracasada campaña en la que se impuso Ronald Reagan. Karl Rove fue despedido y asediado con las filtraciones a la prensa. El mismo año en que su madre se suicidó fundó su propia empresa, Karl Rove and Co., con la que hizo innumerables campañas enfocado a la especialidad de la recaudación de fondos, cosa que hacía usando de manera magistral el correo ordinario. Enviaba cartas muy largas y aparentemente poco convincentes, pero la segmentación de públicos y el sobre incluido para el envío del donativo de vuelta, le hizo alcanzar el éxito con su técnica de marketing de targeting. Su primer éxito fue llevar a Bill Clements a la Gobernatura de Texas por dos veces. A él le escribió: “El arte de la guerra consiste en una motivada y perspicaz defensa, seguida por un ataque rápido y audaz (Napoleón)”. Esta cita usada en ese preciso momento de su carrera marcó la reputación de uno de los consultores que nos ha enseñado lo más sucio de las campañas. Karl Rove vendió sus empresas para dedicarse en cuerpo y alma a la candidatura presidencial de Bush. Su filosofía se basaba en rodearse de los mejores, de un mailing directo perfectamente segmentado y de su estrategia por conseguir muchos votos en los tres últimos días. Como asesor principal del presidente de los Estados Unidos se convirtió en decisivo en la estrategia de la Casa Blanca. Lo que podemos aprender de Karl Rove es su obsesión por la precisión y el desdén absoluto por el azar y la intuición. La eficiencia para Rove era tener control de todas las magnitudes, tanto de financiación, como de voto, hasta en el más pequeño de los rincones. Admirado es también por su gran habilidad para controlar todos los procesos y aspectos de las campañas. Nunca dejaba nada a otras cabezas que no fuera la suya. La visión global y general hace de él un estratega imbatible. Otro de sus grandes valores es fijarse en episodios de la historia para tomar decisiones, cosa poco habitual en la consultoría política. Es por ello que Rove aporta enfoques decisivos en las decisiones de estrategia. Karl Rove sabía crear marcos lingüísticos para llevar los debates al

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rincón del ring más favorable a su púgil y presentar los temas en forma de propuesta positiva, así que los ataques quedaban para otros que no fuera el candidato. Fue también uno de los primeros consultores que testó y apreció el valor de las tecnologías. Es uno de los spindoctors que pasará a la historia por sus zonas de penumbra, cuando no de oscuridad extrema. Maneja como nadie la contracampaña y la usa de manera descarnada sobre todo en las primarias, como esa pregunta que hizo incluir en una encuesta a votantes en la que les planteaba si estarían dispuestos a votar a un candidato que había tenido relaciones con lesbianas, o cuando acusó a McCain de tener un hijo negro ilegítimo, cuando lo que había era una adopción por parte del matrimonio. Incluso llegó a entrar con nombre falso a la sede demócrata para robar papel con el logotipo con el fin de repartir panfletos con ofertas electorales falsas en refugios de personas sintecho. Manejaba como nadie argumentos racistas, clasistas y homófobos para inquietar a sus votantes. Su moralidad deja bastante que desear. Nuestro protagonista nos ha enseñado muchas cosas y también lo podemos odiar con ganas y con razón por su falta de ética. Sus asesorados siempre le querrán porque no sólo les hizo ganar elecciones, sino porque cargó con la suciedad que todo candidato autoriza a mover si tiene posibilidad de ganar con ese método. Ahora Karl Rove hace análisis políticos en Fox, The Washington Post y Newsweek.

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El artivismo ha aterrizado en estos años como uno de los nuevos conceptos de moda, un neologismo comunicativo que parece estar ya

ARTIVISMO COMO ARMA ELECTORAL

implícito en gran parte de las campañas actuales. El artivismo conecta el arte y el activismo y usa la creatividad para generar conciencia, inspirar, denunciar y movilizar al espectador. El artivismo transforma la acción y la intervención política, explora nuevas formas de ejecución y

MARINA ISUN Consultora en comunicación. Trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona y para una ONG. (@marinaisun)

va más allá de los paradigmas tradicionales del activismo. A la vez, el arte de las galerías y lo traslada al espacio público, al alcance de todos. En una época de saturación comunicativa,

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ARTIVISMO COMO ARMA ELECTORAL

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llamar la atención no es fácil. El artivismo ha impulsado la denuncia social y ha conectado la acción política con la retina de los ciudadanos. Ha sabido llamar su atención, generar conciencia y reconectar, en muchos casos, el arte con el público. El arte como herramienta de transformación social tampoco es nuevo. De hecho, a lo largo de la historia, el arte ha sido usado como un canal de denuncia social. Lo vimos en las reivindicaciones del Mayo del 68, en la obra de Joseph Beuys y sus 7000 robles, como una reivindicación medioambiental, o incluso en el Guernica de Pablo Picasso, que denunciaba las atrocidades de la Guerra Civil, por poner sólo algunos ejemplos. El artivismo ha acompañado a varias campañas políticas recientes, superando en impacto comunicativo a la comunicación política tradicional. Dos ejemplos claros serían la campaña de Bernie Sanders, #FeelTheBern, y la de Manuela Carmena #MadridConManuela. En ambos casos, nacieron plataformas ciudadanas donde artistas, a través de sus especialidades, tales como la ilustración, el diseño gráfico o la música, aportaban creatividades de apoyo a sus candidatos. Acciones que nacían de una lógica individual de activismo político, se articulaban en una campaña comunicativa impulsada por las redes sociales y llegaban más lejos que las propias acciones articuladas desde los comités de campaña. La socialización de la creatividad de los artistas convertía dichas campañas en verdaderas galerías de arte. Ahora bien, me pregunto qué futuro tiene el artivismo en una sociedad de consumo como es la actual. La transición que está viviendo este tipo de arte, con voluntad activista y de denuncia social, a ser una nueva tendencia en la estética comunicativa urbanita. Los murales, diseños, carteles y grafitis que llenaban las calles están pasando a ser la nueva tendencia de moda. A ser ese complemento ideal en un look en forma de gorra, bolso o carpeta, o la última exposición en el museo de tu ciudad o el fondo ideal para influencers en Instagram. Este nuevo arte político no viene de la mano de artistas, sino de consultores, publicistas, diseñadores, etc. que superan el clásico arte de agitación y propaganda, agitprop, para llegar a campañas publicitarias con nuevo lenguaje estético más fresco y moderno.

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Uno de los mayores representantes del artivismo, o de los más conocidos, ha sido Shepard Fairey. Su figura y su evolución es un buen ejemplo de la transformación que está viviendo el artivismo. Shepard Fairey, conocido como Obey, empezó como un artista callejero clandestino, con una estética muy concreta que podría recordar a los viejos carteles soviéticos. Sus carteles, murales y otras expresiones artísticas han cultivado el Street Art americano, pero sin duda su fama se vio impulsada con el famoso retrato de Barack Obama para la campaña presidencial y su ya conocidísimo Hope. Este cartel, que también tuvo sus versiones con Change y Progress, empezó como una iniciativa individual del artista, carteles que el mismo imprimió y vendió en las calles. Ante tal popularidad y con la aprobación del equipo de campaña de Obama, nació la icónica estética que marcó esa campaña y, con ello, la popularidad de Fairey. Laura Barton, en su columna en The Guardian (1), lo equiparaba al famoso e icónico retrato del Che Guevara de Jim Fitzpatrick, y pronosticaba su futuro engalanando camisetas, tazas de café y paredes de habitaciones de estudiantes. Estaba en lo cierto. Con el mito y la fama, llegó también el negocio. Fairey se prestó como diseñador para campañas de marketing de Nike o Saks Fifth Avenue. Hizo portadas de álbumes musicales y la portada para Time en su edición de Person of the year. También participó en exhibiciones y libros de arte como Art For Obama: Designing Manifest Hope and the Campaign for Change. Con su comercialización llegó la imitación y la parodia, pero también llegó la crítica por parte del gremio artivista y de los activistas más acérrimos. ¿Era lógica la denuncia del sistema capitalista y de la globalización desde obras que podían llegar a los 100.000 dólares en galerías? Las contradicciones inherentes en el nuevo artivismo son claras. Compaginar la denuncia social, como sus creaciones en apoyo al movimiento Occupy o sus últimas obras para la campaña anti Trump, We The People, y participar en campañas publicitarias de grandes marcas, tiene un coste, que es la credibilidad en los movimientos sociales y culturales.

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Pero a la vez me pregunto, ¿ser activista y sumar en la denuncia social implica renunciar a una carrera de éxito como diseñador? ¿La popularidad y transversalidad que pueda alcanzar, incluyendo sus obras más críticas, restan en las campañas activistas por el hecho de haber sido mercantilizadas? Shepard Fairey se defiende de aquellos que lo acusan diciendo que él sigue siendo activista, más allá de artista, y que cree que puede seguir generando cambio y crear conciencia crítica des de “dentro del sistema”. El hecho es que Obey ya ha generado un cambio en la comunicación política. Su irrupción estética está inspirando nuevas tendencias gráficas en campañas políticas. Partidos políticos que apuestan por publicistas e ilustradores con opciones más arriesgadas y poco convencionales, bajo el paraguas de la visibilización comunicativa. Apuestas por un arte, más fresco y juvenil, que inspire y llegue más lejos que los habituales carteles políticos, haciendo que millenials cuelguen en sus habitaciones carteles políticos o que políticos del establishment (2) suavicen y modernicen su perfil con pósters en sus despachos. A la espera de que el artivismo no pierda su activismo en una creciente y acomodada institucionalización en ciudades posmodernas, ¡bienvenido sea el arte en la comunicación política!

(1) Laura Barton, “Hope - the image that is already an American classic”, The Guardian, 10 de septiembre de 2008. https://www.theguardian.com /artanddesign/2008/nov/10/barackobama-usa (2) Emma Defaud, “Street-art et déco contemporaine pour l’interview de Macron sur TF1”, L’Express, 15 de octubre de 2017. https://www.lexpress.fr/actualite/politique/street-art-et-decocontemportaine-pour-l-interview-de-macron-sur-tf1_1952600.html

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DE GRAMSCI A LACLAU, CLAVES DEL DISCURSO POLÍTICO Y LA FRACTURA SOCIAL

Para los movimientos políticos de índole neomarxista, el concepto de cultura y, por supuesto, de cultura política, tiene una especial relevancia. Este hecho tiene una serie de condicionantes históricos. En primer lugar, durante la Guerra Fría, tras más de cuatro décadas en dura pugna para alcanzar la hegemonía política, el bloque soviético, que representaba de los dos modelos en liza a la izquierda marxista tradicional, cede en el enfrentamiento en pro del bloque atlántico liderado por Estados Unidos. Es en esa

PABLO CAPEL DORADO Licenciado en Ciencias Políticas y Derecho y Máster en Comunicación Política.

coyuntura cuando los movimientos de izquierda sufren un cierto desnorte ideológico como consecuencia del hundimiento del gran bloque imperial que actuaba como sostén de sus

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ideas, la URSS. Y es justo en ese momento cuando empieza a confeccionarse una hoja de ruta que ansía alterar el statu quo impuesto por Estados Unidos y el modelo ideológico de las denominadas democracias liberales. Hablar de la inversión de ese statu quo pasa, en muchas ocasiones, por la adopción de una estrategia que tiene como objetivo la conquista del espacio cultural, del acervo común, de los conceptos ligados al inconsciente colectivo, de los sistemas simbólicos compartidos. Es lo que Gramsci, heredero de la estrategia leninista, denominó hegemonía cultural. Para Gramsci, la conquista del poder no se lleva a cabo controlando lo que calificó como “infraestructura”, esta es, los aparatos represivos del Estado, las estructuras que perpetúan la dominación del hombre por el hombre y que generan una realidad de explotados y explotadores (propietarios de los medios de producción y proletarios), sino que se materializa dominando la superestructura, que vendría a ser el sistema de creencias, de ideas y doctrinas de una sociedad o, dicho de otro modo, sólo controlando la cultura de una sociedad (la superestructura) puede llegar a consolidarse un cambio que altere la realidad material (la infraestructura). Por ejemplo, es controlando la educación en las instituciones públicas o estigmatizando puntos de vista ajenos en el espacio público cuando puede llevarse a cabo la verdadera conquista cultural, la genuina hegemonía cultural que se configura como la antesala del verdadero cambio revolucionario en aras de una sociedad sin clases. Esta estrategia, además, tiene hoy día especial vigencia, pues en ella se han ido integrando otras teorías que han venido a tecnificar su funcionalidad y que operan con especial eficacia en momentos de crisis. Por ejemplo, la estrategia populista propuesta por Laclau. Este último autor, en La razón populista (2005), nos indica numerosos métodos por los que conquistar la hegemonía cultural, como pueden ser la utilización de significantes flotantes y significantes vacíos en la articulación de un discurso. Ernesto Laclau, siguiendo la línea del método de renovación del psicoanálisis propuesto por Jacques Lacan, considera que la cultura no es más que una serie de significantes (construcción mental de un

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concepto atendiendo a su impacto emocional, no a su literalidad). Dicho de otro modo, podríamos considerar que la cultura es un continuo de elementos simbólicos compartidos por una comunidad, es decir, la cultura es concebida como un conjunto de prácticas semióticas. Al tratarse de sistemas simbólicos, la praxis política se convierte en la articulación de discursos en donde se introducen estilos retóricos que logren alterar la carga emocional asociada a determinados términos. Esta alteración de lo que une al significado (al término) con su significante (su carga emocional), tiene repercusión, finalmente, en el continuo que entendemos como cultura, pues ella se construye mediante sistemas simbólicos. Por lo tanto, esta estrategia no sólo alteraría el statu quo de poder (gran aspiración de los movimientos marxistas), sino que vendría a modificar nuestra propia percepción cultural de la realidad. Esos elementos que están sin ligar, que “flotan” en la cadena significante, pueden ser conceptos tales como “corrupción”, “élites”, “banca”, “pueblo”, etc. La lucha ideológica reside entonces en lo que Lacan denomina points de capiton (puntos nodales), que serán capaces de totalizar y de incluir todos esos elementos “libres”, “flotantes”, en una única serie de equivalencias. De esta manera, cada uno de esos significantes flotantes formará parte de una serie de equivalencias y ésta, a su vez, aspira a unificar la identidad de los sujetos pasivos del discurso. Por ejemplo, para un comunista, emprender la lucha contra la banca supone luchar a su vez contra la economía de libre mercado. Una ideología tiende a ser hegemónica desde el punto de vista discursivo cuando todos los significantes flotantes y vacíos giran en torno a una misma identidad común confrontada a su antítesis. En el ejemplo del marxismo hablaríamos de proletariado y capitalismo. Por lo tanto, el hecho de que se utilice un lenguaje dicotómico resulta sobremanera efectivo para el éxito o materialización de los objetivos populistas, pues con estas dicotomías, el entorno de pertenencia o rechazo se amplía y es más fácil que el individuo se reconozca en una de las dos partes del todo. Por ejemplo, en vez de hablar de cualquier clasificación científica de clases sociales en relación a un nivel de ingresos o desarrollo humano, es mucho más efectivo la utilización del

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significante vacío “pueblo” confrontado con la noción de “casta”, pues la pretensión es que todos los que repudien a la “casta” pertenezcan por eliminación al “pueblo”, siendo éste un significante vacío que será henchido con una serie de significantes flotantes, pues dependerán de la necesidad de la coyuntura. Por lo tanto, la construcción dicotómica del discurso, si logra su objetivo de hegemonizarse, redunda en una construcción dicotómica de la cultura y de la convivencia en donde podemos encontrar “buenos y malos”, “rectos e injustos”, “solidarios y egoístas”, etc. Asimismo, cabe destacar que algunos de los trabajos y aportaciones teóricas de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe tienen su origen en la obra de Carl Schmitt, un teórico del derecho colaboracionista con el Tercer Reich. Para Schmitt, la retórica a utilizar es la retórica del enemigo. Hablar de la construcción simbólica propuesta por Laclau, es decir, de su intento por alcanzar la hegemonía cultural mediante la utilización de significantes flotantes y significantes vacíos, es hablar de una construcción de símbolos anclados en dicotomías que generan una cultura cimentada en la confrontación: enemigo/amigo, aliado/adversario. Además, tradicionalmente, los partidos de izquierda tienden a considerar que los problemas sociales tienen su causa en defectos de la estructura social y, por consiguiente, buscan su solución en los programas de gobierno. Los movimientos políticos que aplican esta estrategia de hegemonía se servirán de las instituciones que sirven a la “estructura social”, es decir, de lo público, para lograr implantar su propia hegemonía cultural. Este es el punto que diferencia a estos movimientos de cualquier otro: la instrumentalización de “lo común” para la consecución de una serie de objetivos políticos que responden a intereses netamente políticos. La importancia que tiene para los distintos movimientos políticos la cultura es total. Siempre habrá un modelo cultural asociado a hábitos y costumbres asociadas a una determinada ideología y, a su vez, siempre habrá una ideología dominante. Algunas de las alternativas culturales a

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la ideología dominante actual desde un punto de vista material (la liberal), parecen pasar por la articulación de estrategias que de algún modo confrontan a la sociedad, al basarse en dinámicas polarizadoras, como la de amigo/enemigo. La construcción cultural neomarxista que aspira a hegemonizarse se debe, a tenor de lo que podemos observar en estos últimos años, a este tipo de praxis. La cuestión sería analizar, finalmente, el impacto social de esta estrategia y si, en pos de ser materializada con éxito, se acaba aniquilando, de paso, cualquier resquicio de convivencia pacífica.

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Durante semanas, la tragedia es intuía en el horizonte, aunque eran muchos los que

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esperaban un cambio de tendencia repentino; otros, simplemente, preferían ignorar las agoreras señales y seguir instalados en un plácido optimismo, ingenuo y sin justificación alguna. Pero la realidad se impuso, rotunda, implacable y dolorosa, y al Presidente no le quedó más remedio que aceptar la apabullante derrota. No empleó la palabra “humillación”; prefirió decir que era un ejercicio de “humildad”.

ANA POLO ALONSO Politóloga. Speechwriter en el Ayuntamiento de Barcelona (@nanpolo)

Pero a nadie se le escapaba que aquello había sido un desastre. Sin paliativos: un fracaso total. No hablamos del 2018, sino del 2010. El

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Presidente era Barack Obama y el Partido Demócrata acababa de sufrir el mayor varapalo en las midterm de los últimos setenta años. Habían perdido 63 escaños en el Congreso y seis en el Senado. Traducción: una severa, sonora e histórica paliza. Al Presidente no le quedó más remedio que admitir que “no estaba en contacto con el estado anímico del país” a consecuencia de haberse instalado en la “burbuja de la Casa Blanca”. También aceptó que el mensaje de la campaña no había sido el más adecuado. “Estas elecciones… demuestran que tengo que hacer mejor mi trabajo y que Washington tiene que hacer mejor su trabajo”, reconoció con una mezcla de resignación y amargura. ¿Se repetirá la historia? Volvemos al momento presente. El primer martes después del primer lunes de noviembre (que este año cae en el 6 de noviembre) se celebran las elecciones legislativas estadounidenses, las midterm, una cita que siempre se ha entendido más como un referéndum sobre la actuación del Presidente que lo que realmente es: cuatro elecciones en una, algunas de ellas claves para determinar el futuro del país. En las midterm se escoge a todos los miembros del Congreso de los Estados Unidos (435 escaños), a un tercio del Senado (35 escaños de los 100 que existen), a los gobernadores de algunos estados (este año serán 36), además de cámaras legislativas estatales de todo el país, algunas parcial y otras totalmente (en esta ocasión se convocan en 87 de las 99 cámaras legislativas del país). Muchos demócratas, todavía en estado de shock por la elección de Donald Trump como 45º Presidente de los Estados Unidos en 2016, quieren ver en estas midterm la señal innegable de que los estadounidenses van a lanzar un severo castigo a Trump. La historia está de su parte: de las 21 midterm que se han celebrado desde 1934, el partido del presidente sólo ha conseguido avanzar tres veces en el Congreso y cinco veces en el Senado. El partido del presidente siempre es el perdedor de las midterm: de media, pierde 25 escaños. Tan confiados están algunos analistas que, de hecho, ya han comenzado

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las especulaciones (¡una vez más!) sobre la posibilidad inminente de un impeachment. Dentro de poco, imploran algunos, Trump pasará a la historia como una broma de mal gusto que nunca debió de tener lugar. O, como mínimo, las circunstancias le obligarán a virar el rumbo y cambiar su manera de ser. No es una esperanza aislada. La prensa progresista del otro lado del Atlántico ya lleva días calentando motores. “Sí, borremos a Trump. Y quitemos de paso a todos los demócratas neoliberales también”, titulaba David Sirota su artículo de opinión en el británico The Guardian. Una vez más, muchos analistas están inmersos en un optimismo excesivo que está generando unas esperanzas que, desgraciadamente, no se verán satisfechas. O, al menos, no en gran parte. Escribo este artículo a mediados de septiembre y no tengo los resultados, pero la tendencia es clara y parece inmutable. De hecho, los números no pintan bien para los demócratas. Un panorama incierto En el Congreso, ahora los republicanos tienen una cómoda mayoría (de los 435 escaños, tienen 236 y los demócratas, sólo 193). Respecto a las midterm, los republicanos tienen 150 escaños asegurados, 52 que probablemente mantendrán y 38 que están en liza. Los demócratas cuentan con 182 escaños fijos, 10 más que probables y 3 en pugna. Es decir, los demócratas necesitan ganar 24 escaños para tener la mayoría en la Cámara Baja. Nate Silver, seguramente el mayor experto en encuestas de Estados Unidos, o al menos el que menos se equivoca, da a los demócratas un 72% de posibilidades de ganar la Cámara Baja, un porcentaje importante pero no contundente. Mi apuesta personal es que los demócratas avanzarán, pero no ganarán, y que conste que no me gusta tener que reconocerlo. En el Senado la situación es incluso más complicada para los demócratas. Los republicanos parten como favoritos porque sólo nueve de sus escaños están en juego, mientras que los demócratas van a tener que defender 24 escaños (y los dos ocupados por independientes que

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votan con ellos). De los nueve escaños republicanos en liza, 3 los ganarán con absoluta facilidad, tres más probablemente se los llevarán con facilidad y sólo tres plantearán un esfuerzo. Para los demócratas, 14 escaños están asegurados, siete son probables y cinco representarán un reto. En concreto, el 6 de noviembre habrá que estar muy pendiente de las elecciones del Senado de cuatro estados: Arizona, Florida, Nevada y Tennessee. Los demócratas han de revalidar Florida y conseguir uno de los otros tres estados para conseguir la mayoría en el Senado. Tienen alguna que otra opción en Arizona y Nevada. En Nevada, Hillary Clinton ganó en 2016 y en Arizona estuvo cerca. Mantener Florida no va a ser nada fácil. Bill Nelson ha sido senador demócrata del estado tres veces y se presenta a la reelección por cuarta vez. En 2012 ganó por el 13% y se describe como un “centrista moderado”. Su popularidad depende de a quién le preguntes y fluctúa entre un máximo del 47% y un mínimo del 27%. Una mala cifra en un estado donde Trump goza de un 50% de popularidad y que el Presidente ganó en el 2016 por el 1,2% de los votos a Hillary Clinton. Además, el rival republicano de Nelson es el gobernador del Estado, Rick Scott, un tipo muy popular que en el pasado presumía de ser amigo de Donald Trump y que durante las primarias republicanas se intentó distanciar al máximo. Aunque no lo consiguió del todo: el The Tampa Bay Times llegó a publicar que Trump y Rick Scott hablaban una o dos veces por semana. En Arizona se enfrentan dos mujeres al puesto de senadora: la demócrata Kyrsten Sinema y la republicana Martha McSally. Por si no fuera suficientemente importante, la elección también destaca porque Sinema es la primera persona bisexual en conseguir una nominación del partido demócrata o republicano al Senado. Si sale escogida, será la primera persona abiertamente bisexual en servir en el Senado y la segunda persona LGTBI en servir en el Senado (la primera fue Tammy Bladwin, senadora por Winsconsin y lesbiana).

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Nevada es interesante porque durante años fue un swing state que tiraba hacia los republicanos y que votó por George Bush en dos ocasiones. Pero luego cambió de bando: Barack Obama ganó por siete puntos en el 2012 y Hillary Clinton también se llevó el estado (aunque “sólo” por dos puntos). En 2012 fue interesante ver cómo elegían a Obama y, al mismo tiempo, al republicano Dean Heller como senador (ganó por un punto). Heller ahora ocupa el escaño más vulnerable para los republicanos. La hasta ahora congresista Jacky Rosen es la candidata demócrata al Senado por Nevada. Ha sido apoyada públicamente por los Obama y, de momento, ha conseguido empatar en las encuestas: ambos candidatos tienen un 41,6% de apoyo. Es decir, todo se decidirá en el último momento y por la mínima. ¿Qué está pasando? Es cierto: en un año electoral normal, el comportamiento más que errático (por decirlo con finura) del Presidente provocaría un alud de victorias demócratas. Al torrente incesante de twits airados y poco atinados, se suma una lista inacabable de escándalos y sospechas (algunas, muy fundadas) de irregularidades, cuando no de situaciones contrarias a la ley. Asistimos estupefactos a diario a un espectáculo surrealista que aglutina elementos de vodevil bochornoso, tragedia griega, thriller internacional y simple culebrón. Nunca pensé que veríamos un editorial en el The New York Times titulado “Soy parte de la resistencia dentro de la Administración Trump”, en donde un alto cargo, anónimo, asegura que hay una estrategia consciente y coordinada para boicotear las acciones del Presidente dentro de la mismísima Casa Blanca. Es surrealista, de acuerdo, pero estamos en la era Trump y la lógica ya no es un factor que explique el comportamiento electoral tal como lo conocíamos hasta ahora. Traducción: lo que hasta hace dos años era inconcebible ahora es posible. Súmese al surrealismo que domina la escena política tres factores clave.

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El primero es que la economía estadounidense va bien, increíblemente bien (lo cual es, en gran parte, atribuible a la administración Obama). No han parado de sumar nuevos trabajos durante 95 meses seguidos, la mayor tendencia de creación ininterrumpida de empleo que se conoce. Tan sólo en agosto sumaban 201.000 nuevos empleos y el paro se sitúa en un magro 3,9%. De acuerdo que los salarios crecen despacio (aunque se han incrementado en un 2,9% en un año) y que la ratio de crecimiento de la economía todavía no ha llegado al 3%. Pero la situación es buenísima, se mire por donde se mire. Segundo factor: el sistema electoral en las midterm favorece escandalosamente a los republicanos. En una macabra combinación de geografía (los votantes demócratas están concentrados en áreas urbanas) y malas artes políticas (el gerrymandering o arte de dibujar distritos electorales que favorecen a tu partido), los demócratas tendrían que conseguir cinco puntos porcentuales más que los republicanos para conseguir el Congreso. Lo cual, traducido a vernáculo, es prácticamente imposible. La prueba: se calcula que, tan sólo en 2016, el gerrymandering costó a los demócratas 22 escaños. Tercer factor: nos guste o no reconocerlo, los republicanos son excelentes movilizando a sus bases. Es una perogrullada, pero la clave de las elecciones son la participación y la participación en las midterm es históricamente baja. En términos generales, la participación en las presidenciales está alrededor del 60% (en el 2016 fue del 55,7%) mientras que en las legislativas no suele llegar al 40%. En el 2014, de hecho, fue del 35,9%, el porcentaje más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Este año, la tendencia parece que no va a cambiar. Una encuesta hecha pública por la publicación online Vox establece que sólo el 28% de los jóvenes entre 18 a 29 años están “totalmente seguros” de que irán a votar. Los republicanos, además, siempre votan más en las midterm que los demócratas. Harry Enten, de FiveThirtyEight, ha establecido que en las diez midterm desde 1978, los republicanos han conseguido tres puntos porcentuales de ventaja en cuanto a la participación.

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Hay que reconocer que, esta vez, los demócratas lo han dado todo para movilizar al máximo (o todo lo que se pueda a sus bases). Han conseguido un número récord de candidatos, lo cual no era sencillo, y han presentado a más candidatos que los republicanos para el Congreso (lo que no ocurría desde el 2008). Unas 1.500 personas han participado en las primarias demócratas para el Congreso (500 más que en las últimas midterm). De ellas, 350 han sido mujeres, lo que también marca un récord histórico. ¿Tendrá algún impacto? El voto de las mujeres es una de las cuestiones que más interés despierta y, de nuevo, lo importante serán los matices. Según el Center for American Women in Politics, de la universidad de Rutgers, ha habido sistemáticamente un gender gap en cada elección presidencial desde 1980. En el 2016, el gender gap fue de 11 puntos (el 52% de los hombres apoyaba a Trump y también lo hacían el 41% de las mujeres). Era la diferencia más acusada desde 1980 (aunque hay que puntualizar que, en 1996, 2000 y 2012 los gender gap fueron de 10 puntos). En julio, el The Washington Post daba a conocer una encuesta que decía que el 54% de los hombres tienen una opinión positiva de Trump (45% desfavorable). Entre las mujeres, en cambio, sólo le apoyan el 32%. El 65% de las mujeres tiene una opinión desfavorable del Presidente. Pero, entre las mujeres republicanas, el porcentaje de apoyo es del 82%, aunque este dato hay que matizarlo. Porque mientras el 68% de los hombres defienden enérgicamente la gestión de Trump, sólo el 31% de las mujeres la aprueba con intensidad. ¿Por qué fijarse en el voto de las mujeres? Porque en el 2016, Clinton ganó el voto de las mujeres por 12 puntos (y perdió el de los hombres por 11 puntos). Pero el 53% de las mujeres blancas votaron por Trump. Y Trump arrasó, con un 61% del voto, entre las mujeres blancas sin estudios universitarios (27 puntos por encima de Hillary, para ser exactos). En los tres estados que decidieron las elecciones presidenciales (Wisconsin, Pennsylvania y Michigan), ese margen fue suficiente para enviar a Trump a la Casa Blanca.

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Ya para acabar, el cuarto y último factor a tener en cuenta: entre los republicanos, Donald Trump no es una figura odiosa o poco valorada; todo lo contrario. Es cierto que las encuestas reconocen que, en términos generales, tan sólo el 40% de los estadounidenses aprueban a Trump. Pero, y esto es crucial, entre los republicanos el apoyo a Trump es increíblemente robusto. De acuerdo, cuando Trump dijo en julio que era “el presidente republicano más valorado de la historia”, por delante incluso de Abraham Lincoln, estaba claramente exagerando. Acababa de salir entonces los resultados de una encuesta de Gallup que decían que el 90% de los republicanos aprobaban su labor (su aprobación era sólo del 37% entre los independientes y del 9% entre los demócratas). Es más que dudoso que Trump pueda ganar en popularidad a Lincoln (recordemos, como detalle técnico, que no había encuestas en 1860), pero la encuesta de Gallup arrojaba una realidad que muchos no quieren asumir. Trump es increíblemente popular entre los suyos y, aunque cueste de creer, llega a las midterm con mejores datos de popularidad que Obama en el 2010. El julio del 2010, Obama “sólo” conseguía un 81% de popularidad entre los demócratas (aunque había llegado al 93% en mayo de 2009). Y lo que es peor para los demócratas: en cuestiones concretas, sobre todo en la economía, Trump sale mejor parado que Obama en las encuestas. En una encuesta de Fox de julio del 2018, Trump conseguía quince puntos más que Obama; en una encuesta de la CNN sobre la misma cuestión la diferencia no era tan abismal, pero Trump seguía estando por encima. ¿Y si es el prólogo a la reelección? Conclusión: la esperanza, desde luego, no hay que perderla nunca, pero los demócratas no lo tienen fácil para asestar un golpe electoral importante a Trump. Y, no, no va a pasar nada que cambie la dinámica a última hora. Desde la Segunda Guerra Mundial, tan sólo un evento ha sido lo suficientemente impactante como para cambiar las ternas: fueron en 1962 (con la crisis de los misiles de Cuba) y en 1974 (cuando Gerald Ford perdonó a Richard Nixon). Ningún twit o escándalo más de

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la administración Trump tendrá algún efecto. Es más, cabe pensar si el aluvión de últimas noticias (el artículo de opinión de la resistencia en la Casa Blanca, por ejemplo) y las hipérboles de los demócratas (“nos estamos jugando la democracia” parece ser el eslogan no oficial de la campaña) no estarán movilizando a los republicanos. Ahora muchos analistas están centrados en la posibilidad de un impeachment (que dudo que tenga lugar). Puede ser que el día después de las midterm la pregunta sea: ¿puede ser imparable la reelección de Trump?

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“Si consigo vender el miedo puedo vender el

DESMONTANDO A SALVINI: LOS MITOS SOBRE LA INMIGRACIÓN EN ITALIA

odio en cinco minutos, el racismo en tres minutos y, de propina, toda la cantidad de discriminación que quiera”, reflexionaba hace unos días el célebre escritor turco Hakan Günday. En la fuerza del discurso del miedo – en el caso específico del miedo al extranjero, el discurso xenófobo– reside su la lógica irracional. La reacción humana al miedo es inmediata, instintiva, se produce sin pensar. Esta suspensión del juicio racional hace que el

FRANCESCO PASETTI

discurso xenófobo pueda ser eficaz, sin ser

Investigador del CIDOB en inmigración, integración y políticas de refugiados (@paso1983)

verídico. Es el caso de la Liga de Matteo Salvini. A continuación, trato de demostrarlo examinando

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la lógica discursiva del partido que, en sus elementos esenciales, es muy sencilla: “Italia está sufriendo una invasión de inmigrantes (I), que pone en peligro la seguridad (II) y la estabilidad económica del país (III). No tenemos suficiente ni siquiera para nosotros… por lo tanto: primero los italianos (1) (IV)”. Para lograr una mayor claridad aprovecharé de algunos tuits del actual ministro del interior italiano que bien representan las piezas de dicha lógica. I. Italia está sufriendo una invasión de inmigrantes. FALSO “Prometí que haría todo lo posible para defender las fronteras y detener la invasión de nuestro país y lo estoy haciendo. Pueden investigarme cien veces más, continuaré haciéndolo. No traicionaré el mandato recibido de los italianos. ¡Si me apoyáis, contad conmigo!” (Twitter. 7 septiembre 2018) El ministro hace alusión a los recientes flujos de solicitantes de asilo. Los datos al respecto son claros: de enero a septiembre de 2018 llegaron a las costas italianas alrededor de 20.000 personas. Para hacernos una idea más concreta al respecto, los espectadores asistentes del último derbi de Milán sumaron cuatro veces esta cifra; es difícil pensar en una invasión. En 2017, en el mismo período, el dato fue de aproximadamente 100.000 personas (datos ACNUR). Una cifra más alta, es cierto, pero hay que tener en cuenta que la mayoría de las llegadas de los últimos años no se han traducido en presencias estables. Si prestamos atención a las estadísticas de los refugiados residentes, aquellos beneficiarios de protección internacional que han decidido establecerse en el país, Italia es uno de los países europeos con la proporción más baja. En 2017, en Alemania vivían un millón de refugiados, en Francia 340.000 y en Italia 170.000 (datos ACNUR); este último número, siguiendo con la metáfora futbolística, es el mismo que el público de los dos últimos “clásicos” entre Barcelona y Real Madrid. Si ampliamos la mirada al fenómeno general de la inmigración, la conclusión no cambia: en Italia se registran 5 millones de residentes extranjeros, alrededor del 8% de la población; un porcentaje similar al de otros países europeos y, sobre todo, constante en los últimos cinco años (datos Istat). No, no estamos sufriendo una invasión.

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II. La inmigración representa un peligro para la seguridad del país. FALSO "#Salvini: ¿Cuántos CRÍMENES hemos visto pasar por inmigrantes clandestinos? ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que callar? ¿Tengo que fingir que es normal ser cortados en pedazos? #Dallavostraparte (Twitter. 2 febrero 2018) Premisa: la condición de irregularidad que el ministro califica como clandestinidad no es un estatus adscrito ni una situación permanente. En la mayoría de los casos es una condición temporánea que personas regularmente residentes asumen a causa de los retrasos administrativos para la adquisición (o renovación) del permiso de residencia. El binomio crimen-inmigración ha sido uno de los platos principales de la retórica de la Liga: más inmigrantes = más criminalidad. Las estadísticas desmienten esta asociación: según los datos del instituto nacional de estadística, el ligero aumento de la población extranjera –unas 100.000 personas entre 2014 y 2017– ha coincidido con una disminución del crimen en el país. El hecho de que haya correlación entre ciertos tipos de relatos –por ejemplo, por robo o por droga– con la nacionalidad extranjera, no explica nada sobre las causas del problema. Delitos menores y más visibles como estos, están ligados a una multiplicidad de factores entre los cuales destaca la precariedad de las condiciones de vida. Y esto merece una reflexión al respecto: si concebimos la criminalidad come un problema de inmigración, para prevenirla llevaremos a cabo políticas contra la inmigración; si en cambio entendemos la criminalidad como un problema de pobreza, entonces haremos políticas de lucha contra la pobreza. III. La inmigración representa un peso para la economía del país. FALSO “El presidente del #Inps, nombrado por #Renzi, sigue repitiendo que la ley #Fornero no se puede tocar y que los inmigrantes pagan las pensiones italianas. Yo creo que se equivoca y que debería dimitir.” (Twitter. 15 julio 2018) En cambio no: el presidente del Instituto Nacional de la Seguridad Social

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no se equivoca, como demuestran varios estudios sobre el asunto. En un país que no tiene hijos y que poco a poco se está haciendo mayor, los inmigrantes (un conjunto más joven y en edad de trabajar) representan una fuerza económica fundamental. Como ilustra el “Séptimo informe sobre la economía de la inmigración” de la Fundación Leona Moressa (2017) los 2,4 millones de extranjeros que trabajan en Italia han forjado alrededor del 9% del PIB, una cantidad superior al producto interno bruto de la Hungría de Orban. La baja natalidad y mortalidad, y el consecuente alto envejecimiento, hacen insostenible el crecimiento, el estado de bienestar y el pago de la deuda pública, sin el aporte extranjero. Según el estudio del Migration Policy Center, la población inmigrante recibe del estado italiano, en términos de servicios y prestaciones, mucho menos de cuanto aporta a éste en términos de producción e impuestos. Y no sólo esto, se valora que buena parte de sus cotizaciones no será recuperada en futuro, sino que quedará en Italia. IV. No tenemos suficiente para nosotros… por lo tanto: primero los italianos. FALSO A parte de ser el hashtag favorito del ministro Salvini, “primero los italianos” es el resultado de la ecuación de la Liga. Otra vez el mensaje es engañoso. En primer lugar, porque si pensamos en la contribución de la población extranjera a las cajas del estado, como acaba de mencionarse, con ella se podrían financiar (con creces) los servicios de acogida e integración. En segundo lugar, es difícil creer que uno de los países más ricos e industrializados de Europa tenga dificultades estructurales para cubrir estos gastos. Como explica el documento de economía y finanzas publicado por el anterior gobierno, el gasto en acogida e integración para el año 2017 ascendía a 4,3 billones de euros, lo que suponía alrededor del 0,25% del PIB. Para comprender mejor de lo que estamos hablando, el coste de la evasión fiscal según el Istat ascendía a 208 billones de euros (en 2015), cuarenta y ocho veces dicha cantidad. Finalmente, más allá de las valoraciones cuantitativas, es la naturaleza de la lógica subyacente a ser falaz: no estamos frente a un dilema nosotros o ellos, estamos frente a una decisión política e ideológica.

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Un discurso falso, eficaz y peligroso El discurso de la Liga es un ejemplo paradigmático de cómo el discurso xenófobo pueda ser falso, pero eficaz. Al grito de “primero los italianos” y fomentando el miedo al extranjero, el partido de Matteo Salvini ha pasado del 4% de los votos en 2013 al 17% en las últimas elecciones. Y las últimas encuestas le atribuyen el liderazgo político con más del 30% de las preferencias. En términos electorales el discurso xenófobo paga. Pero ¿cuál es el precio? Las palabras son piedras, escribía Carlo Levi advirtiéndonos de las consecuencias tangibles y negativas del discurso. De palabras están hechas nuestras ideas y la realidad como la percibimos. Las palabras inspiran y legitiman nuestro comportamiento. Es así como un discurso falso pero eficaz, puede llevar a la acción equivocada. “Si consigo vender el miedo, puedo vender el odio en cinco minutos, el racismo en tres minutos y, de propina, toda la cantidad de discriminación que quiera”, decía Hakan Günday. El incremento de las acciones violentas contra inmigrantes que ha acompañado la afirmación de la retórica xenófoba de la Liga parece acreditar la tesis del escritor. ¿Es ese el precio que estamos dispuestos a pagar?

(1) Hasta 2013 el eslogan oficial era “primero el norte” y hasta principios de siglo la preocupación del partido era rescatar el norte de Italia del sur corrupto y parásito. A partir de la segunda mitad de los noventa la Liga ha abandonado lentamente la idea de crear nuevas fronteras entre el norte y el resto del país, para perseguir la defensa de aquellas existentes, reales e imaginarias, prometiendo “inmigración-cero” y la defensa de la identidad italiana. El cambio de nombre, de Liga Norte a Liga a principios de 2018, concluyó la transformación del partido: el enemigo ya no se encuentra al sur del río Po, sino más allá de las fronteras italianas.

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LA GOBERNANZA DEL POST: EL CRECIENTE PRESENTE DE LA DIPLOMACIA DIGITAL

¡Dios mío, es el fin de la diplomacia! (Lord Palmerston, ministro de exteriores británico al recibir el primer mensaje telegráfico en los años cincuenta del siglo XIX) Septiembre de 2018. Diariamente, la primera actividad que, religiosamente, realizamos en nuestro nuevo día es la de revisar el teléfono móvil que aguarda a un lado de nuestra cama. Sin saberlo y, casi por instinto, chequeamos nuestra cuenta de Facebook o de Twitter para

RICARDO GÓMEZ LAORGA Historiador. Estudia sociología y Relaciones Internacionales en la UCM y la Università degli Studi di Roma “La Sapienza”. (@RicardoGLaorga)

enterarnos de las últimas novedades de actualidad, ya sean las deliberaciones de la última reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, o las del ayuntamiento de nuestro pueblo. Los seres humanos actuales vivimos en la

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denominada “era digital” y nos caracterizamos, a grandes rasgos, por ser individuos con ansias de tener certezas y amasar conocimiento (cosa que no nos diferencia en nada del primer homínido que decidió, por ejemplo, rascar dos piedras y aprovechar la chispa resultante para encender una hoguera). No obstante, existe una diferencia crucial con aquel individuo que, sin quererlo, pasó a la Historia: la velocidad. Igual que deseamos tener información en todo momento de aquello que nos interesa, queremos saberlo al momento y con la mayor veracidad posible. De la misma forma, la imponente celeridad que los seres humanos requerimos en nuestras vidas a la hora de captar información se traduce, de igual manera, en una presión tácita sobre los actores encargados de tomar decisiones con el objetivo de placar así el ansia de la opinión pública. Sin lugar a duda, una de las disciplinas que más se han visto influenciadas por la vertiginosa sociedad en red (según el término acuñado por el sociólogo español Manuel Castells) es la diplomacia. Tradicionalmente, las resoluciones y dictámenes diplomáticos se caracterizaban por la reunión de varones de buena cuna y reputación, quienes analizaban al detalle cómo resolver un conflicto o qué alianza organizar para derrotar a un enemigo. Las decisiones se tomaban en secreto y su conclusión podía demorarse días e incluso meses. De esta forma, la diplomacia tradicional tenía un apellido inviable en la rauda sociedad globalizada actual: lentitud. El 28º presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (1856-1924), fue considerado un adelantado a su época al introducir en sus célebres 14 Puntos aquello de los “convenios abiertos y la prohibición de la diplomacia secreta en el futuro”. Así, desde el final de la Primera Guerra Mundial, se ha producido un notable avance en las prácticas diplomáticas que han modernizado las anquilosadas y elitistas de antaño. Relaciones internacionales por “tierra, mar, aire y wifi” Pese a que la gobernanza internacional tuvo en el siglo XX, como se ha

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RICARDO GÓMEZ LAORGA

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visto, un punto de inflexión, será en la presente centuria cuando se ha originado una verdadera revolución en el arte de la negociación. Como es obvio, los mandamases internacionales no han renunciado a los encuentros multilaterales y a la organización de foros de debate para tratar los temas de actualidad. No obstante, ha surgido un creciente gusto por el uso de determinadas redes sociales y otras herramientas cibernéticas para anunciar una futura reunión, el establecimiento de negociaciones, su consecución o su ruptura. De esta forma, el tradicional y comentado elitismo diplomático está adquiriendo un creciente cariz informal y cotidiano por el cual, un usuario de Facebook o Twitter puede consultar al minuto el post de un mandatario u organización internacional en el que se describe el resultado de la reunión celebrada. De esta manera, puede afirmarse la inauguración de una nueva época en la política mundial en la que Internet es ya considerado una herramienta del arte de hacer política, al mismo nivel que otros métodos convencionales. Al tradicional trinomio geopolítico del “tierra, mar y aire” se ha unido el espacio virtual, lo que ha abierto un verdadero y, hasta cierto punto, inabarcable y desconocido mundo de posibilidades. Organismos como la Secretaría de Estado de los Estados Unidos han bautizado al término como ediplomacy, y no es más que un ejemplo aplicado del imparable avance de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información durante el presente siglo.

Trump, Francisco y la “diplomacia del tweet” Asimismo, el uso de Internet y de las redes sociales es un claro ejemplo del uso del softpower. Se trata de un término acuñado por el politólogo estadounidense Joseph Nye que describe la forma que tiene un país de ejercer su influencia en el mundo basándose no en el uso de la fuerza (la cual es la característica de su némesis, el poder duro), si no en exportar una buena imagen del país o su modelo de vida al resto. Como es lógico, el caso paradigmático en el uso del poder blando lo conforma Estados Unidos, quien llevó a cabo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial un importante esfuerzo por extender el ideal de vida americano al resto del

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mundo. Solo así podemos imaginar cómo es posible comer un Big Mac en Nueva Delhi, o ver la última película de Di Caprio en Rabat. En el uso de Internet y las redes sociales el gigante estadounidense ha demostrado también un espectacular y eficiente uso del poder blando. De esta forma, las redes sociales más importantes como Facebook, Twitter o YouTube son Made in USA y se han conformado como importantes embajadores cibernéticos del país. De hecho, como se ha comentado anteriormente, muchos de los mandamases mundiales recurren a diario a sus perfiles en estas redes sociales para anunciar las próximas decisiones que su ejecutivo va a tomar. Este uso de las redes sociales para gestionar la política exterior es conocido coloquialmente como “diplomacia del tweet”. En los últimos años, muchos gobernantes y organizaciones internacionales se han sumado a esta dinámica, habiendo en la actualidad muy pocos estados que no cuentan con una cuenta de Twitter verificada en el que ejercer la diplomacia digital. Sin embargo, existen dos casos paradigmáticos (y contrarios) en el uso de las redes sociales como herramienta de poder blando. Uno sería el perfil @Pontifex, del Vaticano, y el otro la siempre polémica y ardiente cuenta personal del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En el primer caso, @Pontifex es el claro ejemplo del buen hacer diplomático y el afán globalizador que pretende representar la Iglesia: desde su creación, con Benedicto XVI en 2012, la cuenta oficial del papa asciende a más de 40 millones de seguidores y está traducida a 9 idiomas, siendo la cuenta traducida al castellano la más importante con casi 17 millones de followers. El perfil está gestionado en la actualidad por el propio papa Francisco, quien en compañía de su equipo de community managers, anuncia su agenda como jefe de Estado del Vaticano, o emplea diversas citas bíblicas para dar respuesta a los millones de fieles católicos a lo largo del mundo. El segundo ejemplo que señalar se sitúa en las antípodas de la óptima diplomacia vaticana. Se trata de la cuenta @realDonaldTrump del

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RICARDO GÓMEZ LAORGA

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presidente de Estados Unidos. Si la cuenta del papa pregona el universalismo y la concordia en redes sociales, la de Trump se ha erigido como el claro ejemplo de la incorreción política y del chovinismo estadounidense. Como es lógico, únicamente publica tuits en inglés, aborreciendo el uso de otras lenguas importantes del país, como el castellano, y, además, pocos son los filtros que atraviesan los mensajes antes de ser publicados, ya que la cuenta es gestionada directa y únicamente por el presidente. Un futuro prometedor y a la vez desconocido La llegada del 45ª morador de la Casa Blanca ha supuesto un verdadero terremoto en el uso de las redes sociales como herramienta diplomática. Trump, lejos de ser un conciliador, ha provocado numerosas polémicas por sus tuits subidos de tono y sus amenazas explícitas a países rivales como Irán o Corea del Norte. En la actual sociedad en red, los países están más interconectados que nunca y, un tuit escrito en Washington puede hacer caer la bolsa de Shanghái en cuestión de minutos. Así, muchos países, como Rusia o China, temerosos del poder de la globalización y de las redes sociales, han prohibido o restringido el uso de aplicaciones como Facebook. De esta manera, el poder que ejerce Internet en nuestras vidas diarias abre un abanico de posibilidades inabarcable y desconocido. El ser humano actual vive en un mundo extremadamente rápido en el que demanda respuestas inmediatas a los desafíos que se presentan. Si a este novedoso modus vivendi se une la presencia de una cada vez más globalizada opinión pública y a líderes políticamente incorrectos, como Donald Trump, el resultado es un enorme panem et circenses mundial en el que dos países pueden entrar en serio conflicto por la simple publicación de un post de Facebook o un tuit amenazante.

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¿Qué es un estado fallido? Es una categoría nueva en el Derecho Internacional de la que forman parte estados caracterizados por no poder cumplir con sus responsabilidades y sus

HAITÍ: LA FICCIÓN DE UN ESTADO

funciones habituales con normalidad, la seguridad de sus ciudadanos, el acceso a las necesidades materiales más básicas, la sanidad, educación, infraestructuras, etc. Haití podría ser un ejemplo de ello, con la precaria seguridad que brinda a la población (ciudadanos desprotegidos y víctimas de

MADELYN FERNÁNDEZ Licenciada en Derecho. Master en Derecho Internacional y Relaciones Internacionales. doctoranda en Derecho, Gobierno y Administración Pública en la UAM (@Madelynfer)

bandas que operan con impunidad), con la inexistencia de presencia estatal en gran parte del país, con un 80% de la población analfabeta, con el 50% de absentismo de los niños en edad escolar (datos de UNICEF), con un gasto

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HAITÍ: LA FICCIÓN DE UN ESTADO

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público per cápita en salud de 13 dólares al año, por debajo del promedio de los países de bajo ingreso que es de 15 dólares y mucho menor que el de sus vecinos (1) en el Caribe. El país Haití es la primera república negra y el segundo país de América en lograr su independencia el 1 de enero de 1804. Comparte la Isla Hispaniola con la República Dominicana, país con el que sustenta diferencias profundas en el idioma, lo cultural, y el principal receptor de su emigración (2). Su población ronda los 10.981.229 de habitantes (un poco más que la población de la República Dominicana 10.942.397 de habitantes) en 27.750 km2. Es la economía 139 en un ranking de 196 países. Su PIB nominal es de 8.429 millones de dólares y su PIB per cápita de 2017 es de 765,7 dólares (3). Su deuda pública externa equivale a un 27% del PIB, el 60% de su presupuesto se cubre con fondos provenientes de la cooperación internacional, y en el índice de desarrollo humano se encuentran en el puesto 163 (4), por lo que sus habitantes están entre los peores lugares en el ranking. Es el país más pobre de Occidente. Aspectos históricos Su historia ha estado marcada por fuertes conflictos, golpes de estado, sucesión de desastres naturales y, en particular, por los abusos de autoridad de los jefes de Estado. El actual sistema político –establecido en la Constitución de 1987–, es presidencialista con carácter híbrido, el presidente es el jefe de Estado y el primer ministro el jefe de Gobierno. El objetivo era el equilibrio de poderes con cláusulas específicas que limitaran el poder del ejecutivo. El presidente elige a su primer ministro, quien tiene que ser miembro del partido mayoritario en el Parlamento y la decisión del presidente tiene que ser ratificada por el Parlamento. Esta reforma se llevó a cabo gracias a gobernantes como François Duvalier (conocido como Papá Doc), con una dictadura de 1957 a 1986, y después con su hijo Jean-Claude Duvalier (Baby Doc), que controlaron al país a través de la represión y la violación de los derechos humanos, y que saquearon lo poco que tenía el Estado. Aún después de sus caídas,

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MADELYN FERNÁNDEZ

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el país continuó encauzado en un ambiente de violencia, corrupción, de aumento de los índices de pobreza. Los golpes de estado han impactado en la estabilidad del país de forma reiterativa, como el perpetrado al presidente Jean Bertrand Aristide, depuesto por el ejército haitiano en septiembre de 1991, elegido ocho meses antes en las elecciones de 1990. A raíz de estos hechos las Naciones Unidas y la OEA decidieron desplegar una Misión Civil Internacional en Haití (MICIVIH) en 1993. Posteriormente, ese mismo año, el Consejo de Seguridad estableció la primera Operación de Mantenimiento de la Paz (OMP) sin éxito alguno, ya que no pudieron desplegarse con gran capacidad. A ésta le siguieron otras tantas que lograron el restablecimiento de cierto grado de democracia. En el 2000, Aristide es elegido nuevamente presidente, y para febrero de 2004 renunció a sus funciones y se fugó en un avión, dejando a un pueblo inmerso en un gran descontento social por la corrupción de su régimen y en el conflicto. A raíz de estos hechos, el 29 de febrero de 2004, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1529 (2004), autorizando el despliegue de una Fuerza Multinacional Provisional con el mandato de apoyar la continuación de un proceso político pacífico, constitucional y mantener un entorno seguro y estable. Es en abril de 2004, atendiendo a las recomendaciones del secretario general de la ONU, Kofi Annan, que el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1542 (5) estableciendo la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), que sustituyó la Fuerza Multinacional. Después de 13 años, en octubre de 2017, culminó y se materializó la salida de la MINUSTAH, que a pesar de atribuírsele crédito por mantener la seguridad en ciclos electorales, entrenar el cuerpo policial haitiano, y hacer frente en los momentos de revueltas manteniendo cierto equilibrio, se les hace igualmente responsables por numerosos escándalos de abusos sexuales, fraude y malversación de fondos, pero sobre todo por dejar un saldo de más de 10.000 muertes y 700.000 personas infectadas de la enfermedad del cólera introducida por el contingenté nepalí de cascos azules.

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Sucesos que han contribuido para la desgracia de un país que va hacia el retroceso, un terremoto devastador en el 2010, en el que más de 50 países prometieron entregar casi 10.000 millones de dólares para los trabajos de reconstrucción y ayuda, de los que sólo se han desembolsado 5.300 millones de dólares, a causa de la corrupción endémica de los gobernantes haitianos que no generan confianza en una comunidad internacional que no vislumbra avances en el país. En el 2016 son golpeados por el huracán Matthew, que nuevamente trastoca el país con más destrucción, dejando alrededor de 800 muertos. Su más reciente crisis fue en el pasado mes de julio, cuando el gobierno haitiano, a raíz de unos acuerdos firmados con el FMI, anunció el aumento de los precios de los combustibles entre un 38% y un 51%, además del incremento de los aranceles a los principales productos de importación de país. Como resultado de las protestas se verificaron incendios, destrucción, saqueo de pequeñas y grandes empresas, supermercados, bancos, industrias, vehículos y residencias. Tras una semana de convulsión, y a pesar de que el gobierno haitiano anunciará que las disposiciones quedaban sin efecto, el primer ministro Jack Guy Lafontant dimitió ante la Cámara de Diputados, anunciando que la renuncia había sido aceptada por el presidente Jovenel Moïse. ¿Por qué puede considerarse un fracaso estatal? De acuerdo a Rainer Tezlaff, la noción de fracaso estatal es multidimensional a largo plazo, donde el colapso del estado es el punto final de dicho proceso. El internacionalista Robert Rotberg, quien ha dedicado años al estudio de los estados fallidos, postula que las naciones se encuentran básicamente diseñadas para proveer una serie de bienes políticos a sus ciudadanos: adecuada infraestructura de telecomunicaciones, un sistema financiero y fiscal oportuno, seguridad, un sistema jurídico y judicial, libertades políticas, derechos económicos, sociales y culturales. Y por lo mismo, postula que fallan o fracasan cuando llegan a incumplir dichos bienes políticos. Por lo general, para determinar si un estado es fallido, la metodología utilizada es cuantitativa, evaluando un conjunto de variables en forma de

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MADELYN FERNÁNDEZ

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índices que se utilizan para localizar el nivel de falla, para posteriormente determinar a cuáles efectivamente se les puede “atribuir” la categoría. Sin embargo, para el estudio de algunos casos se utiliza la metodología cualitativa, para describir la situación y los focos rojos existentes. Es importante establecer que los estados que se encuadran en esta categoría son tensos, profundamente conflictivos y con disputas por facciones en guerra. En la mayoría, las tropas del gobierno combaten revueltas armadas con uno o más rivales, las autoridades enfrentan dos o más insurgencias, disturbios civiles, descontento social, y una plétora de disidencia dirigidas al Estado y a los grupos dentro del mismo. A mi entender, no es la intensidad de la violencia en ciertos momentos de la vida democrática de un país lo que identifica un estado fallido, más bien, es el carácter perdurable de esa violencia, el inexistente control gubernamental en el territorio, el pésimo desempeño de sus gobernantes por varias décadas [tesis que postula Patricia Moncada], y catástrofes económicas y sociales que llegan a formar parte del statu quo natural de estos países, como el Congo, Yemen y Sudán. En el índice de Estados Frágiles 2018 de The Fund for Peace Haití ocupa el puesto 12, subiendo una posición con respecto al 2017. Lo interesante es que dentro de este grupo de países entre (High Alert) alerta máxima y (Very High Alert) muy alta alerta, Haití, al igual que Guinea, no se encuentra fracturado o sumido en conflicto bélico interno o con los países vecinos (como es el caso de Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Zimbabue, República Centroafricana, Siria, Irak, Afganistán, Chad, Yemen y República Democrática del Congo). Haití es un caso atípico en esta categoría, no por causales de divisiones étnicas, religiosas u otras divisiones sociales, sino porque, aunque sale del marco de fallido, es el Estado en quiebra por excelencia de Occidente, que durante toda su historia se ha visto comprometido por un liderazgo autocrático y corrupto, instituciones débiles, amenaza a la sociedad civil, altos niveles de delincuencia, bajos niveles de PIB per cápita, altas tasas de mortalidad infantil, muy bajos niveles en el índice

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HAITÍ: LA FICCIÓN DE UN ESTADO

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de desarrollo humano, organizaciones criminales que representan un serio problema desde 1980, entre otras deficiencias. Así pues, ¿Haití no debería ser parte de esta categoría? Si bien es cierto que el país tiene instituciones, se celebran elecciones, cuenta con una sociedad civil organizada, cohesión social, y una fuerte identidad nacional construida a partir de la negritud, su falla es resultado de una deteriorada infraestructura, gobiernos que carecen de legitimidad, un vacío de la autoridad estatal reconocidos por la desidia, y por la profunda desconfianza que generan a nivel interno e internacional, que tiene como resultado la disminución de la ayuda humanitaria, que como se había dicho, representa un 60% del presupuesto nacional. En definitiva, el desafío sigue presente para la comunidad internacional. Haití debe dejar de ser una nación sumida en la más profunda pobreza y desigualdad, en un proceso de reconstrucción que no avanza, y con una alta emigración de la que forma parte la “migración altamente calificada”, que puede contribuir al redescubrimiento y a serios esfuerzos por la estabilización de su país.

(1) Informe del Banco Mundial del 27 de junio de 2017 titulado “Mejor gasto, mejor atención: una mirada al financiamiento de la salud en Haití”. (2) Más de 497.825 inmigrantes haitianos se encuentran en la República Dominicana de acuerdo a los resultados de la última Encuesta Nacional de Inmigrantes en la República Dominicana en 2017 (ENI-2017). (3) https://data.worldbank.org/indicator/ny.gdp.pcap.cd (4) Informe Sobre Desarrollo Humano 2016, desarrollo humano para todos, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. https://drive.google.com/file/d/0B4QT-QeiO8NtMzRYeTE3bE9Wb2c/view (5) Resolución S/RES/1542 (2004), de 1 de junio de 2004. https://undocs.org/es/S/RES /1542%20(2004)

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A Marina Garcés (Barcelona, 1973) debemos

RESEÑA DE “NUEVA ILUSTRACIÓN RADICAL” (MARINA GARCÉS)

agradecerle antes que nada haber escrito un ensayo sobre la crisis civilizacional en curso sin recurrir a los dos comodines que les vienen resolviendo la columna de opinión a los perezosos paladines del liberalismo oficial en los últimos años: el comodín del “auge del populismo” y el de “la posverdad”. Garcés, profesora de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, titula con aires de manifiesto fundacional, Nueva ilustración radical, un libro

BERNARDO ÁLVAREZ-VILLAR Psicólogo y periodista (@balvarezvillar).)

que encierra un recordatorio molesto por oportuno: que nuestro mundo no es ya el de Voltaire y la Ilustración, el del individuo autónomo y racional, y de la Enciclopedia. Los tertulianos leerán a Garcés y despertarán,

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RESEÑA DE “NUEVA ILUSTRACIÓN RADICAL” (MARINA GARCÉS)

perplejos, en un tiempo tejido de precariedad, “analfabetismo ilustrado” y “credulidad voluntaria”, sintagmas acuñados por la pensadora catalana. El libro trasciende con mucho el nivel epidérmico y el discurso predecible al que estamos acostumbrados en los medios de comunicación, pero sin renunciar a su carácter de urgencia y a la vocación de consumo instantáneo. Se trata de un panfleto en la mejor acepción del término. Una indagación afilada y comprometida en las dinámicas que nos han traído, entiende la autora, a las puertas de una rendición intolerable: la renuncia a mejorar nuestras condiciones de vida en base a la educación, la ciencia y el saber o, lo que es lo mismo, la renuncia a la política como construcción de un proyecto colectivo. “El futuro se ha convertido en una cosa del pasado”, trastea Garcés con la semántica. Hay en este ensayo una punzante radiografía de la urgencia que nos atenaza a título personal y colectivo. La emergencia es el signo bajo el que se fatiga esta “era póstuma” en la que hasta la posmodernidad ha caducado: ya no es “fiesta sin tiempo” sino “tiempo sin futuro”, el tiempo que resta. El paradigma del héroe es ahora el socorrista que saca del fondo del Mediterráneo a un refugiado sirio, a un refugiado que ha agotado el crédito de esperanzas y expectativas, pero al que se rescata por el mero hecho de salvar una vida. El futuro es una madeja incomprensible o una amenaza ciega que la razón no puede esclarecer y la fascinación por el apocalipsis se convierte en la metáfora dominante que encarrila nuestras excusas para la credulidad voluntaria, “el cinismo de creer lo que más nos conviene en cada momento”. Huérfanos de razón, la inteligencia se ha vuelto estéril y hemos llegado a implantarnos en el oxímoron de un “analfabetismo ilustrado”: la condición del que lo sabe todo, pero no puede nada, y menos aún intervenir en las propias condiciones de vida. Una situación de servidumbre, asumida plácidamente, en la que el despotismo pasa por invalidar la educación, la ciencia y la cultura como agentes de cambio pues “hay que prepararse para un futuro del que no podemos saber nada”. Precariedad, impotencia, desasosiego y extravío marcan a hierro

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BERNARDO ÁLVAREZ-VILLAR

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el discurrir de nuestra existencia y estrechan los límites para la vida digna. No pasa por alto Garcés lo que constituye uno de los principales agentes de desertización intelectual: las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y los grimosos gurús salidos de Silicon Valley. El desencanto generalizado hacia la vida pública, vista como un cuerpo necrosado del que nada puede ya esperarse, conduce a una desquiciada idolatría de los avances técnicos bajo la forma de lo que la pensadora llama “solucionismo” y “proyectos de inteligencia delegada”. Garcés, alarmada por el desprestigio de la ciencia y el pesimismo antropológico de las utópicos digitales (que no creen en los humanos porque yerran, a diferencia de los ordenadores), define a la perfección el proyecto social de los iluminados de Google y Facebook: “Los humanos podremos ser tan estúpidos como hemos demostrado ser porque el mundo será inteligente. Un mundo smart para unos habitantes irremediablemente idiotas”. Corrosiva Garcés. Ahora bien. La ignorancia, y esto ya lo sabía Sócrates, es antes que nada un problema moral, y nuestras décadas de narcisismo y abundancia nos han llevado a olvidar una “sutil” diferencia: la que existe entre morir y matar. Inmersos en la cultura del simulacro y el espectáculo, hemos visto proliferar las guerras, el terrorismo y las crisis migratorias sin ser capaces de dirimir hasta dónde llega nuestra responsabilidad ni cómo actuar en consecuencia. Lo que Garcés propone es una revitalización del espíritu de la Ilustración, que no es un estado sino una tarea, para combatir las credulidades y servilismos de nuevo cuño. Retomar las preguntas fundamentales sobre el sentido y la dignidad de la vida, volver a situar el ágora en el centro de la vida colectiva y cultivar un pensamiento a la contra de los dogmas apocalípticos y antihumanistas. “Poder decir ‘no os creemos’ es la expresión más igualitaria de la común potencia del pensamiento”, escribe la filósofa. Perdamos, entonces, todos juntos la fe.

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El interfecto baja de casa y entra en la cafetería del hotel Araguaney, donde se reúne con Senén Bernárdez, de Coalición Galega. Sale de la cafetería y se encuentra en la acera con Xosé Manuel Beiras, del BNG. Entra en la cafetería y

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se reúne con Ceferino Díaz, del PSOE. Sale de la cafetería y se tropieza en la acera con Rodríguez Peña, del PNG-PG. Entra en la cafetería y se reúne con Camilo Nogueira, del PSG-EG. Sale de la cafetería y saluda a Cuiña, de los nuestros. Entra en la cafetería y se reúne con Victorino Núñez, de los nuestros, pero menos.

ÓSCAR BERNÁRDEZ PÉREZ Periodista (USC) y analista político (UAB), Es consultor de comunicación

Este pasaje del periodista y escritor coruñés Manuel Rivas era en origen parte de un folletín de ficción, el único soporte capaz de devolver

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algo de sentido a la agitada crónica política que recorre las décadas de los setenta y los ochenta. En España la democracia estaba a estrenar y en Galicia nadie confiaba, algo a lo que los gallegos estaban más que acostumbrados. De hecho, no es que los gallegos sean conservadores, es que son desconfiados. Así que no confiar era lo habitual, como es normal en la tierra del minifundio. Lo positivo de que en Galicia nadie confiara era que la clase política autóctona, libre de colonización ideológica, era fiel representación del votante. Había poca confianza entre los políticos galaicos, pero si de alguien desconfiaban, era del Estado. A mediados de los setenta, mientras fraguaba aquello de la reforma política, el baremo de lo admisible en Galicia lo marcaba una sociedad en la que, de todas formas, nadie confiaba. Así medró la industria del contrabando, sustento desde la posguerra de las comarcas regadas por el río Miño. Por la fragosa y húmeda frontera con Portugal se camuflaba café africano, medicinas e incluso vehículos por piezas, elementos transportados a pie, en bateles o en tren. Jugarse el tipo por mover aquellos productos –de otra forma inaccesibles– generaba orgullo entre los paisanos y todos se ofrecían para vigilar y avisar de la llegada de los afortunados carabineros y guardinhas allí destinados. Era una labor con respaldo social y redes logísticas que crecían en complejidad y longitud. Con márgenes cada vez más amplios en el tabaco, surgieron los primeros mayoristas del contrabando, un admirado grupo de intocables que compartía círculos con banqueros y alcaldes. La influencia de los jefes del contrabando era tan notable como la que ejercían los cargos de diputaciones provinciales, cajas rurales y cooperativas, instrumentos de control social en una Galicia dependiente en exceso del aparato estatal. De estas mismas estructuras salieron los candidatos de Unión de Centro Democrático (UCD) y de Alianza Popular para los primeros comicios generales de 1977, los primeros tras la dictadura. Arrasó la reforma, mas el oficialismo trazó un diagnóstico errado sobre aquellos resultados.

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Con una mezcla de ignorancia y triunfalismo, los mariscales del Centro colocaron a Galicia entre los territorios leales y descartaron las promesas realizadas sobre el idioma y la autonomía; promesas que cohesionaban sus cuadros autóctonos y que habían calado en un país que veía en la descentralización la solución al atraso económico e institucional. Obviaron la penalización que suponía para la izquierda y el nacionalismo la sopa de siglas, e infravaloraron el impacto de los aparatos mediático –que Adolfo Suárez conocía y explotaba sin pudor– y clientelar. En respuesta al agravio, medio millón de gallegos reclamaron el estatus autónomo en las marchas del 4 de diciembre, jornada que no obstante pasaría a la historia por la reivindicación del autogobierno para Andalucía. La protesta obligó a adelantar la preautonomía, mas no cambió la estrategia del gobierno: encaminados los estatutos de Euskadi y Catalunya, tocaba “racionalizar” el proceso autonómico y Galicia sería ejemplo para las demás. Lo que siguió fue un anticipo del destino de UCD y de lo que sería la política galaica en la década de los ochenta. Desde Madrid se dio orden de ralentizar las negociaciones para finalmente recortar el proyecto de estatuto de autonomía de Galicia ya en la Comisión Constitucional, un ardid que doblegó cruelmente al sector galleguista dentro del reformismo. Cuando hubo de explicar su voto Antonio Rosón, presidente preautonómico por el Centro y pionero de la causa del autogobierno, comentó resignado: — Sí, pero no.” La maniobra asimismo costó el apoyo de teóricos aliados, por considerar que la redacción final dejaba al estatuto sin mecanismos para solicitar competencias y por tanto era discriminatoria. “Si en Galicia hubiese metralletas, no pasaría esto”, exclamó Manuel Fraga, líder de Alianza Popular y ministro durante el aperturismo y la reforma del régimen. La reacción social, guiada por la intelectualidad y organizada a través de las alcaldías, tomó por nombre el “aldraxe”. Una nueva concentración popular –otro 4 de diciembre, pero de 1979– dejó claro

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que un plebiscito en esas circunstancias agotaría el crédito del partido en el gobierno. Desde el Centro se intentó todo lo imaginable para conseguir respaldo a la eventual consulta, siguiendo el mismo cauce torticero. Ni amedrentaron a los socialistas, ni consiguieron atraer al Partido Galeguista. Al final, la disensión interna obligó a Suárez a levantar las medidas restrictivas en el Pacto do Hostal, el acuerdo de mínimos entre gobierno y oposición que desbloqueó el proceso estatutario. Ya era tarde para UCD: luego de un plebiscito marcado por la abstención, las primeras elecciones autonómicas en Galicia (octubre de 1981) adelantaron el desplome del reformismo y el auge de Alianza Popular. Para entonces, los capos del contrabando aportaban más que votos. Negociaban directamente con las tabaqueras norteamericanas, en un negocio equivalente en valor al diez por ciento de todo el comercio legal en España. El tabaco salía de Rotterdam o Amberes con destino a algún puerto africano; frente a las enrevesadas costas de las rías Baixas, lanchas fueraborda (planeadoras) se encargaban de la descarga. De ahí el tabaco pasaba a los intermediarios encargados de la distribución clandestina. El contrabando únicamente comportaba faltas administrativas. Aparejada a esta riqueza, los señores del contrabando iban consolidando contactos en la representación legal y la administración. Cambiaron las prioridades, dejaron de sostener al poder para transformarse en parte del poder. Era cuestión de viejas amistades, de recomendaciones, de apoyar al alcalde de turno o financiar a la organización que pudiera desbancarlo. A comienzos de los ochenta, era una hazaña erigirse en servidor público en la ría de Arousa sin tratar con alguno de estos notables. Esta interdependencia arrojó episodios comprometedores, incluso en las más altas instancias. En 1984, el presidente de la Xunta de Galicia –el gobierno autonómico– coincidió en un hotel de Viana do Castelo (Portugal) con los jefes del contrabando, huidos durante la primera

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redada en virtud de la nueva Ley de Contrabando, que introducía penas de prisión. Gerardo Fernández Albor les sugirió que se entregaran, como a la postre harían. Quienes habían impulsado la operación, el juez de instrucción de Cambados y el gobernador de Pontevedra, fueron trasladados fuera de Galicia. Los esfuerzos del ejecutivo central socialista contra el contrabando reforzaban en votos a otras formaciones más flexibles. Ello se traducía en alcaldías y, más importante, en el control de la Diputación de Pontevedra y de la estratégica Cámara de Comercio de Vilagarcía de Arousa. Desde esta corporación, Pablo Vioque logró tejer una red que desbancó a Mariano Rajoy de la presidencia de la Diputación. Vioque fue el más notorio de los abogados del contrabando que consiguieron dar el salto a la política. Estos letrados sabían de las negociaciones y de los viajes a Suiza y Panamá, con lo que se desenvolvían con solvencia en el entramado clientelar. Concejales y empleados municipales discurrían por caminos semejantes. Y no era raro ver a algún alcalde ocupándose en persona de las descargas y el posterior transporte. Paralelamente, ya finalizada la primera legislatura autonómica, se alcanzó la etapa cumbre de la política gallega. Las urnas de 1985 dejaron la llave de la gobernación en manos de Coalición Galega, entente surgida de los restos del Centro en unión con sectores del Partido Galeguista. De atraer al máximo responsable de Coalición se encargó el vicepresidente de la Xunta y antiguo director de campaña de los aliancistas, Xosé Luís Barreiro (sucesor en el cargo de Romay Beccaría, padrino político de Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijóo). Barreiro consiguió la aritmética necesaria para investir de nuevo a Albor, bajo cuya figura había conseguido más poder que el propio presidente. En 1986, Barreiro y otros cinco conselleiros dimitieron para intentar forzar la caída de Albor. Después de fracasar, dejó la militancia de AP y rompió lazos con Fraga. Don Manuel llamó entonces a Mariano Rajoy, otrora rival de Barreiro en Pontevedra, para ocupar la vicepresidencia y atajar la crisis de gobierno.

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A finales de 1987 llegó el golpe de gracia al ejecutivo. En un giro para la eternidad, Barreiro se erigió en líder de Coalición Galega, organizó una moción de censura y reconquistó la vicepresidencia, en esta ocasión con el socialista González Laxe al frente del gobierno. Convertido en protagonista absoluto de la vida política del momento, el tránsfuga reconstruiría la estratagema en Ciencia política y ética del poder (prologado por Xosé Manuel Beiras). Con todo, el enunciado que quedó para la posteridad salió del aliancista Manuel Iglesias: — Aquí pasó lo que pasó. Este esplendor coincidió con el cénit de la generación más joven de traficantes, los que abandonaron el tabaco por la cocaína y los proyectos urbanísticos. Aún con los crecientes problemas sociales que acarreaba el consumo de drogas, la visita de líderes y sicarios de los cárteles, y la consiguiente vigilancia policial, reconocidos cargos políticos seguían mostrándose en público junto a los clanes de la fariña. Y continuaron haciéndolo incluso a partir de 1990, fecha clave para el narcotráfico. El comienzo de la década quedó marcado por la primera mayoría absoluta de Manuel Fraga y las consecuencias de la Operación Nécora, instruida por el juez Baltasar Garzón. La caída en desgracia de cargos políticos clave y los procesamientos judiciales terminaron, ya en el cambio de milenio, con una época en la que el poder pasaba por las amistades de la ría de Arousa. Resulta imposible determinar en qué medida afectó el declive de estas redes a los poderes internos del recién refundado Partido Popular, espejo político de una sociedad desconfiada y con un singular código ético. El caso es que coincidió con el fin de una estirpe política, los de la boina, de signo galleguista y decisivos en la puesta en marcha de la autonomía. Fueron arrinconados progresivamente por los del birrete, los de Romay Beccaría. Y aunque las amistades del pasado volvieran de cuando en vez para recordar los orígenes del poder, la etapa de los pactos antinatura y el transfuguismo quedó clausurada.

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Elizabeth Sloane (Jessica Chastain) es una implacable lobista que exhibe sus galones de victoria en las fiestas más selectas de

EL CASO SLOANE: “HACER LOBBY REQUIERE PREVISIÓN”

Washington DC. Allí, la mujer más inteligente de la sala despierta curiosidad entre los que aún no han tenido la oportunidad de contratar sus servicios, admiración entre los políticos y empresarios que conocen sus (malas) artes para hacerse con la victoria y resentimiento entre aquellos que tuvieron la mala suerte de estrellarse contra sus mandíbulas. La mujer, de

SERGIO PÉREZ DIÁÑEZ Consultor de comunicación política.. Asesor en la administración pública.. (@spdianez)

sonrisa cautivadora, aunque no exenta de cierto maquiavelismo, parece disfrutar de la fiesta y los halagos que le profieren, pero en cuanto tiene la oportunidad, acude a los baños para ingerir sustancias que le permitan mantenerse

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EL CASO SLOANE: “HACER LOBBY REQUIERE PREVISIÓN”

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en pie. Así, descubrimos que el mayor enemigo de Elizabeth Sloane es Elizabeth Sloane, una adicta al poder a la que el comienzo del film retrata inmersa en un embrollo judicial fruto de su juego sucio para ostentar la corona del lobby en el centro de poder de los Estados Unidos. No sabemos si Sloane es culpable de los graves delitos que se le imputan, pero no cabe duda de su falta de escrúpulos y su carácter despótico con aquellos que la rodean en su despacho, incluyendo el jefe de la compañía y el mayor magnate de armas de los Estados Unidos, a los que se permite el lujo de despreciar desternillándose de la risa con sus propuestas. El desencadenante de toda la trama es precisamente ese instante, en el que Sloane rechaza asumir las riendas de la campaña en contra de una nueva legislación a favor del control de armas. No obstante, la razón de fondo para rechazarla no parece tener que ver con un dilema ético o moral (según su jefe, Sloane ha representado a todo tipo de clientes y sólo le importa ganar la partida), sino con la escasa proyección de la campaña que el representante de la industria le propone desarrollar de cara a los meses venideros. Sloane, que no se deja amedrentar ni recibe órdenes de nadie, abandona la compañía llevándose consigo a la mayor parte de su equipo y ficha por la competencia; una consultoría de asuntos públicos más modesta pero que trabaja a favor de una mayor regulación. La película, dirigida por John Madden, es un excitante thriller más cercano a la ciénaga de House of Cards que al lago de los cines de El ala oeste de la Casa Blanca. Ver a la carismática Jessica Chastain rodeada de empresarios y políticos corruptos, lobistas rivales, víctimas de la Segunda Enmienda y unos medios de comunicación ávidos de sangre hará las delicias de los adictos al drama político. Los diálogos afilados y los giros de guion exigen una constante atención a las artimañas de Sloane, quien está dispuesta a ofrecer una clase de lo que no enseñan en las facultades para abrirse paso hasta la cima del poder, siempre a cambio de no ser juzgada (al menos, no hasta el desenlace, del cual el espectador sacará sus propias conclusiones).

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SERGIO PÉREZ DIÁÑEZ

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Los profesionales de los asuntos públicos disfrutarán especialmente con estas intrigas de altos vuelos, si bien no podrán evitar ruborizarse al pensar que la película resta más que suma a su reputación. El lobby, como la consultoría política, ha venido asumiendo una representación negativa en cine, series de televisión y literatura, con personajes maquiavélicos que conspiran al margen de la legalidad para beneficiar a los intereses de un grupo reducido (a veces, incluso sólo a sí mismos). Una representación que hace poca justicia a aquellos profesionales que, honradamente, trabajan de forma ética y legal para que sus clientes puedan defender intereses legítimos ante decisiones políticas o económicas que les afecten. Sin duda, esta consideración de lo que es (o debería ser) el lobby haría sonreír a nuestra protagonista, quien sorprende a los espectadores con su monólogo inicial: “Hacer lobby requiere previsión. Anticiparse a los movimientos del adversario y diseñar el contraataque. El que gana va siempre un paso por delante de la oposición y juega su baza justo después de que ellos jueguen la suya. Consiste en lograr sorprenderlos y que no te sorprendan a ti”. Elegir o no el camino de Sloane es una decisión que habrán de tomar los profesionales del sector.

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ANALIZANDO UN DISCURSO: “SOBRE EL VOTO FEMENINO”, DE CLARA CAMPOAMOR

Comentario del discurso dado por Clara Campoamor ante el Congreso de los Diputados el 1 de octubre de 1931. La historia de España está plagada de gestas y épicas, la Batalla de las Navas de Tolosa, el descubrimiento de América o la batalla de Bailén. Una de esas “batallas” épicas fue sin duda la que sostuvo Clara Campoamor en el Congreso de los Diputados el 1 de octubre de 1931. Sus armas eran las palabras, su pendón

JUAN VIZUETE Socio-fundador de Retoria Formadores en Comunicación. Abogado, máster Asesoría en Imagen y Comunicación Política (UCJC). (@juanvizuete)

era el de los derechos humanos y su victoria fue la igualdad. Tras la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, uno de los debates que

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ANALIZANDO UN DISCURSO: “SOBRE EL VOTO FEMENINO”, DE CLARA CAMPOAMOR

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la sociedad española tenía pendiente salió a la palestra en el Congreso de los Diputados en proyecto de la Comisión Constituyente: el sufragio femenino. El primer país en reconocer el derecho al voto femenino fue Nueva Zelanda, en 1893, siguiéndole los países europeos de Finlandia, Noruega y Suecia (estos nórdicos siempre nos llevan ventaja) y en 1920 lo hizo Estados Unidos. Los españoles aún tardamos once años en plantear este debate, pero lo hicimos. Y entonces se armó la batalla dialéctica por la igualdad de derechos en nuestras Cortes Generales. El bando a favor de la igualdad de derechos lo encabezaba Clara Campoamor y el bando contrario a alcanzar esa plena igualdad lo lideraba Victoria Kent, que abogaba por aplazar el voto femenino hasta haber “demostrado” que la mujer estaba suficientemente preparada. Comenzó la “Batalla por la Igualdad” y la primera en lanzar sus ataques fue Victoria Kent, haciendo alusión a que no busca “mermar en lo más mínimo la capacidad de la mujer”, sino que su objetivo es salvar la República, porque consideraba que la mujer no entendía que en la República tenía su salvación y que su voto podría ser “peligroso” –“Pero hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer”–. El temor de Kent era que la mujer llegase a votar en contra de la propia República y de los intereses de la misma, por su ignorancia y desconocimiento, así como por la influencia que tendrían los maridos sobre sus mujeres a la hora de votar. Tras estos duros golpes, aplaudidos por una gran parte de la cámara, le llega el turno a la diputada Campoamor, la cual elabora un discurso perfecto en argumentación y fondo: “Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer.” Que una mujer argumentase contra el voto de la mujer no fue pasado por alto por Dª. Clara, quien la disculpa entendiendo la contradicción que debe haber sufrido al auto negarse a sí misma.

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JUAN VIZUETE

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“[…] ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? ¿Quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres? ¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República?” Mientras Kent esgrimía que las mujeres no estaban preparadas para votar por falta de conciencia en la República, Campoamor sacó una batería de situaciones en las que, precisamente las mujeres, habían sido decisivas para llegar a la misma. Demostrando que las mujeres tenían conciencia suficiente sobre la República y ya merecían ese derecho a votar. “Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos […] Aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.” El argumento y la estrategia es maravillosa. En lugar de negar la incapacidad de la mujer, parte del hecho de que todos tenemos dos partes en nuestro ser: una de hombre y una de mujer. Si los hombres pueden votar teniendo una mitad de mujer (parte incapaz), las mujeres podrían votar con su parte de hombre (parte capaz). Recordemos que sólo tres diputadas eran mujeres y Campoamor debía convencer a un público masculino. En lugar de elevar la capacidad de la mujer y generar rechazo, incluye en su propio ser la capacidad del hombre para poder

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ANALIZANDO UN DISCURSO: “SOBRE EL VOTO FEMENINO”, DE CLARA CAMPOAMOR

votar, cambiando completamente el marco de discusión (framing). “No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.” Contra el argumento de Kent, que señalaba que el voto de la mujer podía ser peligroso para la República, Campoamor argumenta que precisamente el poder votar en la República será una forma de atraer a las mujeres. El voto demostrará a las mujeres que es en este sistema donde tendrán sus derechos y no en la dictadura o en el comunismo, enemigos de la República. Para convencer a las mujeres, debían darle el voto, no negárselo. Clara Campoamor cierra su discurso disculpándose por si ha ofendido a alguien, pero que es esa su convicción y que, siendo mujer, “nadie como yo sirve en estos momentos a la República española”. Cuando el polvo de la batalla levantada por los aplausos se disipa, el resultado es ajustado pero claro: 161 votos contra 121 y 188 abstenciones. La igualdad fue proclamada. Victoria.

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