UN EPISODIO DE LAS GUERRAS CARLISTAS: LA TOMA DE CHILLÓN POR LA PARTIDA DE ANTONIO RECIO EL 9 DE SEPTIEMBRE DE 1835
Las guerras carlistas fueron la consecuencia del enfrentamiento dinástico entre el rey Fernando VII y Don Carlos, heredero del trono de España hasta que el primero proclamó la Pragmática Sanción el 29 de marzo de 1830. Fernando VII aseguraba así la sucesión directa de la Corona, fuese su heredero hombre o mujer, de modo que cuando nació Isabel en octubre de 1830 aumentó el enfrentamiento dinástico. La situación se hizo insostenible y Don Carlos se exilió en Portugal en marzo de 1833. Seis meses después falleció Fernando VII y solo tres días más tarde los partidarios de Don Carlos iniciaron la rebelión armada.
Aunque parecería lógico pensar que el carlismo afectaría esencialmente a regiones con fuerte componente nacionalista, tales como Navarra, el País Vasco o Cataluña, lo cierto es que la provincia de Ciudad Real se convirtió en un campo de batalla, especialmente durante la primera guerra carlista (1833-1840). Muchos de los guerrilleros que habían combatido en la guerra de la Independencia contra los franceses se levantaron en armas en apoyo de Don Carlos, fuertemente respaldados e incluso alentados por el clero, en defensa de un modelo de sociedad amenazada en sus fundamentos por los aires del liberalismo duramente reprimido durante el reinado de Fernando VII, pero que tras su muerte no tendría ya trabas para su expansión.
Las partidas de guerrilleros se transformaron en muchos casos en auténticos bandoleros, de modo que el historiador Antonio Pirala concluye que «la guerra de la Mancha lo era de vandalismo y surgían diariamente nuevos partidarios que, obrando por su cuenta cada uno, se oponían a toda unión que llevara consigo la subordinación a un jefe». Las acciones de guerra eran muy puntuales y seguidas de rápidas retiradas a los escondites de las sierras cercanas, donde las partidas se ocultaban con absoluta seguridad. Uno de estos grupos de bandoleros o facciosos, como también se les denominaba, atacó la villa de Chillón en la noche del 9 al 10 de septiembre de 1835, hecho del que se cumplen ahora ciento ochenta años.
A la una de la mañana del 10 de septiembre de 1835 el teniente de gobernador de Chillón, D. Antonio de Abarrategui, y el regidor de dicha villa, D. Fernando Márquez Maldonado, enviaron una misiva urgente al gobernador de Almadén y superintendente de las minas de azogue, D. Manuel de la Puente y Aranguren, en la que le
comunicaban que a las nueve de la noche, o sea hacía solo unas cuatro horas, la villa de Chillón había sido sorprendida por una partida de unos 60 hombres a caballo y, al parecer, otros 30 vigilando los alrededores, que se habían llevado de la misma varios caballos, escopetas y otros efectos, habiendo dado muerte además al oficial de obra prima, Juan Montilla. El teniente de gobernador refería que fue sacado de su casa, donde se hallaba con calentura, y conducido a la plaza mayor, en la que se encontraba el cabecilla de la partida, Antonio Recio, alias «El Lechero». En la plaza estaba también detenido D. Francisco Márquez Maldonado, regidor de la villa, al que también habían sacado de su casa. La carta concluía advirtiendo al gobernador que la partida había escapado hacia el camino Real que va a la Rivera de Gargantiel.
Pocas horas después, el gobernador de Almadén recibía una nueva misiva en la que se detallaba todo lo ocurrido, «resultando haberse llevado siete caballos, entre ellos una yegua de D. Ventura Márquez de Prado, y las demás de D. Fernando Márquez, el regidor que suscribe, otro de D. Pedro Feriez, dos de Antonio López Mellado y otro de la viuda de Juan Manuel Ortega, y tanto en las casas de los referidos, como en la del médico, D. Antonio María Masabeu, en la del Sr. rector de esta parroquia y otras las han saqueado de ropa y dinero; también se han llevado diez escopetas que había depositadas para las patrullas que se hacen de noche; también se llevaron 194 fanegas y media de cebada, y un bagaje1 de esta villa, no habiendo regresado hasta el presente el bagajero».
El gobernador de Almadén era un brigadier del Ejército, así es que sin pérdida de tiempo ordenó perseguir a los forajidos: «Hice formar una columna de las tropas de la guarnición de este establecimiento, cuyo mando conferí al capitán del regimiento de León, 2º de ligeros, D. Joaquín Fitor, quien con la bizarría e incansable actividad que tiene acreditada, consiguió alcanzar la facción en la garganta de Padilla2, donde a pesar de lo escabroso del terreno y las incalculables ventajas que el mismo ofrecía al enemigo, los cargó a la voz de Viva Isabel II y la libertad con 25 caballos de su propio cuerpo, haciendo al mismo tiempo maniobrar con oportunidad a los 40 hombres del provincial de Córdoba3 para apoyar el decidido movimiento de los bizarros lanceros. La facción fue completamente batida, derrotada y dispersa, dejando diez cadáveres en el campo de batalla, algunos heridos, que posteriormente ha sabido que fueron curados 1
Carro de propiedad municipal.
2
Vaguada de la rivera de Gargantiel donde se encuentra uno de los manantiales que abastece
de agua a Almadén. 3
Regimiento de infantería que colaboraba en la defensa del sur de la provincia de Ciudad Real.
en la aldea de Gargantiel, y trayendo dos prisioneros, catorce caballos, dieciocho escopetas, tres sables, toda la pólvora y municiones que conducían, algunas cargas de cebada y multitud de efectos que abandonaron en su vergonzosa y cobarde fuga; sin que por nuestra parte ocurriese desgracia alguna, aunque estuvo a punto de perecer el valiente Fitor por un tiro a quemarropa que uno de los diez muertos le dirigió; la pérdida de este digno oficial hubiera sido dolorosa, así para el ejército y la noble causa de la Reina como para mí, por el aprecio que le profeso, al que se ha hecho acreedor desde que está a mis órdenes por su bizarría y decisión»4.
Por otra parte, el gobernador de Almadén se encontraba sumamente contrariado con el comportamiento del regidor de Chillón, lamentando que ningún vecino hubiera saltado los corrales y venido a dar noticia a Almadén, y amenazándole de que «si tal reprensible proceder se volviera a repetir por desgracia, me veré en la precisión de imponer a V. una gruesa multa y juzgarle militarmente para aplicarle según su culpabilidad el justo castigo que merezca». A las pocas horas del mismo día 10, envió un nuevo escrito a D. Fernando Márquez Maldonado, imponiendo a todos los vecinos de Chillón mancomunadamente una multa de 200 ducados, «que en el término de 48 horas han de ingresar en la depositaría de fondos públicos». En cuanto al teniente de gobernador de Chillón, D. Antonio de Abarrategui, ordenó su cese inmediato y sustitución por D. José Antonio Naranjo, el cual debía estar en su destino el 11 de septiembre. © Ángel Hernández Sobrino.
4
Eco del Comercio, 25 de septiembre de 1835.