Vol 38 No. 1
Spring / Primavera 2019
Luis Felipe Ruano
Havana Street
Queridos amigos:
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Luis Felipe Ruano. Calle del Cerro
Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2019 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $70.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press PO. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582 2
Este número de Primavera 2019 ve la luz tras una batalla contra muchos inesperados problemas a los que solo quiero referirme de pasada, pues como bien dice Jesús en la Biblia, no es bueno regodearse y andar proclamando que se nos pegan los demonios. Comienzo pues dándole la bienvenida a nuestra escritora invitada de Primavera: Elvira de las Casas, autora de indiscutible valor, y también una artista del dibujo. Les invito a que la conozcan y disfruten tanto de su obra escrita como de sus hermosos dibujos. En la portada, Luis Felipe Ruano, poeta y pintor cubano, residente en la Isla, es sin duda un valioso descubrimiento. También nos complace presentarles los poemas de Félix Anesio, Tony Ruano ( poeta, pintor, escritor, y sin ninguna relación familiar con Luis Felipe Ruano), y Luis Alberto Figueroa. Ana CabreraVivanco, con el Prefacio a su ya clásico libro sobre Dulce María Loynaz, La voz del silencio, y Maira Lara, autora de la reciente novela Las penitentes, se suman a las voces más recientes de la literatura cubana. Alberto Ruiz de Zarate, con un cuento, e Iván Acosta con una nota recordando el Primer Congreso de Escritores en el Exilio, así como Baltasar Santiago Martín con su reseña sobre dos obras presentadas en el pasado Festival Internacional Casandra de Teatro, nos ofrecen una mirada fresca del panorama de las letras y las artes en el entorno cultural cubano. En diciembre de 2018 falleció en La Habana el conocido dramaturgo y narrador Nicolás Dorr. Como un homenaje al inolvidable autor de Las pericas, un talentoso ser humano, cuya obra toda vivirá para siempre, he recopilado algunos de los mensajes que me enviase en la etapa final de su vida. Mario Rivadulla, notable periodista cubano y antiguo líder del Partido Ortodoxo cubano fundado por Raúl Chivás, residente en Santo Domingo, nos ofrece su visión del Heberto Padilla que conoció a finales de los cincuenta, en un artículo publicado a raíz del fallecimiento de Heberto, y que no ha perdido su vigencia. Hilda Vidal, artista residente en Cuba, forma parte del grupo que ilustra este número: Luis Felipe Ruano, Elvira de las Casas y Tony Ruano. A todos los colaboradores, y amigos lectores, gracias y bendiciones, Belkis Cuza Malé Directora
Elvira de las Casas Amor con acordes de guitarra Bruno Galiano llevaba un poco más de tres años en Cuba el 20 de mayo de 1902, cuando los Estados Unidos concluyeron su intervención militar en la isla. En medio del jolgorio generalizado y la emoción del pueblo al ver izar su bandera como símbolo de independencia, “el Yanqui”, como lo llamaban sus amigos en Santiago de Cuba, se enfrentó de nuevo a la necesidad de decidir por sí mismo el rumbo que tomaría su vida en el futuro. Era una decisión difícil que llevaba tiempo meditando. Por un lado, le seguía atrayendo la carrera militar, a la que consideraba su verdadera vocación. Pero por otra parte, durante el tiempo que había pasado en Cuba había descubierto otros intereses que le atraían tanto o más que llevar el uniforme del ejército. enía que reconocerlo: cuando vino a darse cuenta se había enamorado de aquella tierra hermosa, custodiada a un lado por las montañas, y al otro, por una bahía de azul profundo, refrescada por la brisa del Caribe.“Santiago huele a mar y a frutas del Caney, a fritangas con melaza de caña y a jardines de flores tropicales”, le escribió a su amigo Steve en una de sus primeras cartas. Y aquella percepción seguía intacta en sus sentidos, ahora engrandecida por el sonido de la trova oriental. Porque Bruno se había aficionado tanto a la música santiaguera que rara era la noche que no acompañaba a sus amigos trovadores a dar alguna serenata o a escuchar una melodía recién escrita para los oídos de una mujer. Las mujeres cubanas eran, sin lugar a dudas, las más
bellas que había conocido hasta entonces. Una belleza únicamente supe-rada por la de su madre, de quien conservaba algunas fotos tomadas en su amada Sicilia, y cuyos ojos negros de tupidas pestañas le habían parecido siempre los más hermosos del universo. Hasta que conoció a las mujeres de Santiago de Cuba y se dejó seducir por su mi-rada coqueta, su sonrisa cálida y aquella forma atre-vida de andar con-toneando las cade-ras, como siguiendo el ritmo de una música solo escuchada por ellas. Sí, en Santiago abundaban las mujeres bellas, pero la verdadera reina era la música, una sobe-rana que dictaba la forma de hablar, como si Elvira de las Casas cantaran; y la de caminar, como si siguieran los compases de una danza cuyo ritmo llevaban por dentro. Pronto se dejó cautivar por la bohemia de aquella ciudad hospitalaria, en la que no había noches sin serenatas ni mujer que permaneciera indiferente al oír llorar las cuerdas de una guitarra. Pepe López, un trovador de inspiración asombrosa, se convirtió en su inseparable compañía, y a su lado descubrió que la carrera militar no era lo que deseaba para su futuro. Pero a diferencia de Steve, a quien esta conclusión lo llenó de dudas y confusión, Bruno sí tenía claro lo que haría. Se puso en contacto con su padre y éste, al percibir en sus cartas el entusiasmo por el giro que quería darle a su vida, aceptó ayudarle para establecer en la provincia oriental una extensión del negocio familiar. En menos de un año abrió una fábrica de quesos y embutidos cuyas ganancias crecían a paso lento pero constante, y que le
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dejaba tiempo suficiente para aprender los acordes de guitarra que le enseñaba su amigo Pepe. Cuando las tropas estadounidenses se retiraron de Cuba ya Bruno se sentía como si por sus venas corriera sangre criolla. Hablaba español con entera fluidez, aunque siguió teniendo dificultad para pronunciar la erre, sobre todo al inicio de las palabras, pero llegó a adoptar el dejo musical de los orientales de tal manera que pocos podían adivinar que no se había criado en Santiago. Dos años más tarde, los encargos le llovían de todos los rincones de la isla hasta donde llegaba la fama de sus chorizos, mortadelas, salamis y jamones. Se las había ingeniado para adaptar las recetas de su ancestros sicilianos a los ingredientes propios de la isla, de los cuales eran sus preferidos los jamones de pierna elaborados con cerdos criados con el fruto de la palma criolla, un verdadero manjar, como le gustaba decir. Con el tiempo, su afición por la música cubana se acentuó tanto que su cara se volvió familiar entre los trovadores, quienes lo adoptaron como uno de ellos; y si llegaba a faltar en alguna noche de serenatas o celebraciones, alguien iba hasta su casa a buscarlo. Porque ya las fiestas no eran las mismas, si la voz ronca del “Yanqui” no se sumaba al coro de melodías acompañadas de guitarras, claves y maracas, instrumentos que llegó a manejar bastante bien, sin que pudiera llamarse un virtuoso ni nada parecido. Era asombrosa la manera en que marcaba el ritmo con las claves, entrecerrando los ojos para concentrarse y de paso, evitar que el humo de los habanos le nublara la vista. Porque como buen cubano, y vaya si ya se sentía como uno más, se acostumbró a disfrutar tanto del aromático tabaco como del ardiente ron. Solía decir que la combinación de ambos sabores era el complemento perfecto para unas pastas con salchicha, en cuya elaboración era todo un experto, como le constaba a sus amigos más cercanos, quienes acostumbraban a cerrar las noches de bohemia con una cena en la casa del espléndido anfitrión. Para muchos de ellos, esta cena improvisada al filo de la madrugada solía ser lo único que se habían echado al estómago desde el amanecer, por lo que llegaron a aceptar un trago de aguardiente de frutas después de comer, para no desairar al dueño de la casa, no sin antes hacerle jurar que no se lo contaría a nadie. Pues no querían ni imaginar lo que pensarían sus otros amigos de un santiaguero que cambiara la quemante sensación del ron en la garganta por esa bebida de señoritas que el gringo aseguraba era digestiva y el mejor colofón para un banquete a deshoras. “Yanqui, mira que tú te has aplatanado, compay”, le decía su amigo Pepe, aludiendo a lo rápido que asimiló las costumbres cubanas. “Solo te falta buscarte una novia y tener hijos cubanos”, bromeaba una y otra vez, sin saber que eso que le faltaba, pronto lo tendría también. L a vio por primera vez una tarde en que llevó su guitarra al taller de Don Dionisio. Era un sitio frecuentado por músicos de todas las categorías, que no solo llevaban allí los instrumentos que necesitaban algún tipo de reparación, sino que también iban para pasar un rato de buena conversación
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entre personas con las que compartían los mismos intereses. Don Dionisio Aguilar, a quien todos le decían así por el simple hecho de haber nacido en España, lo que para los cubanos era razón suficiente para endilgarle el tratamiento de “don”, era un excelente conversador y gustaba de intercambiar con su clientela chistes y comentarios sobre la actualidad. Además. no era raro que sus pláticas concluyeran con el reparto de vasos de ron y masas de puerco fritas, mientras improvisaba acordes en la guitarra. Mucho había oído hablar Bruno de aquellas tertulias, de lo bien que la pasaban los músicos que requerían de los servicios de don Dionisio, y de lo generoso que era el dueño del negocio con aquellos que tenían dificultades para pagar, que eran la mayoría. Lo que nadie le había contado era que allí, en el propio taller donde el buen español lo mismo lijaba la madera de guitarras y mandolinas que ajustaba las cuerdas de un tres, estaba el mayor tesoro del músico y artesano: Rosario, su única hija.Charito, como le llamaban todos, era un bello ejemplo del mestizaje en la isla. Su madre, negra e Teresa Dovalpage. Foto Delio hija de esclavos libertos, se casó conRegueral su padre cuando este estaba recién llegado de España y todos lo conocían como el curro Aguilar; tendrían que pasar algunos años y muchas jornadas de trabajo duro antes de que pudiera abrir su negocio y ganarse el apelativo de Don Dionisio. Cuando esto sucedió ya la niña había nacido, y a falta de un hijo varón que pudiera seguir sus pasos, su padre le enseñó a tocar guitarra y todo lo que sabía sobre los distintos tipos de madera que se usaban para fabricar ese instrumento. Charito conocía las virtudes de Elvira de las Casas. Caracoles y plantas
la caoba, una madera noble de color café medio rojizo que puede transportar vibraciones y frecuencias audibles, brindando un timbre robusto y pastoso al sonido de las guitarras, y que además es resistente a las altas temperaturas y la humedad; la resistencia del palo de rosa, usada para los diapasones del brazo donde van los trastes, la contratapa y los costados; la belleza del ébano, una madera negra empleada para las incrustaciones; y el pinabete, usado en la tapa para obtener una mejor sonoridad en las guitarras finas. Sabía reconocerlas por el color y el aroma que despedían cuando su padre las trabajaba, y más tarde, por sus diferentes sonoridades. Le bastaba acariciarlas pasando suavemente la punta de los dedos por su superficie, para saber si eran las adecuadas para la caja, la tapa, el brazo o el puente del instrumento. Y aunque su padre nunca le permitió labrar, lijar o esmaltar la madera, porque esas eran labores absolutamente consideradas “para hombres”, sí la dejaba contemplarlo trabajar y seguir con la vista cada uno de los pasos de la manufactura hasta que la guitarra quedaba lista para ser afinada y sus cuerdas, dispuestas para entregar las más exquisitas notas. Entonces sí que Cha-rito tenía el privilegio de estrenar la obra de su padre, interpretando los más hermosos boleros que vieron la luz en la tierra donde nació; y en ocasiones lo acompañaba a las peñas de sus amigos trovadores, donde su voz de contralto daba esplendor a las canciones que cantaba acompañada de la guitarra. Precisamente estaba tarareando un bolero que cantaría en la próxima peña, aprovechando que no había clientes que atender, cuando vio entrar a Bruno, guitarra al hombro. “Este es el hombre con el que me quiero casar”, confesó más tarde que fue lo primero que pensó al verlo. Se quedó tan impresionada con aquel hombre alto, de tez aceitunada y gestos refinados, tan diferente de todos los que había conocido hasta ese momento, que tuvo que desviar la vista de su cara para poder concentrarse en lo que debía decir. “¿En qué puedo ayudarle, señor?” Bruno no contestó
enseguida. En lugar de responder con palabras, se puso a tocar los primeros acordes que se le ocurrieron, mientras la muchacha lo observaba con una sonrisa nerviosa. Cuando terminó de tocar, Charito le dijo: “Está bastante apolismada, pero vamos a ver qué puede hacer mi padre para que siga tocándola un tiempo más”. Apolismada, dijo. Todavía Bruno no conocía ese cubanismo, pero dedujo que tenía que ver con lo golpeada que estaba la guitarra, después de tantas noches de juerga, y decidió simular que había entendido. Después se miraron y soltaron la risa, sin poder comprender por qué se sentían tan felices de estar juntos si era la primera vez que se veían. Fue un momento mágico que nunca olvidarían en diez años de felicidad compartida, hasta que la muerte de ella lo dejó a él adolorido y solo, con una pequeña hija que debería terminar de criar.
Elvira de las Casas
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La araña /
Elvira de las Casas
siquiera se daba cuenta de que el marido no podía escucharla, La anciana estaba en la cocina, llenando de agua la cafetera, y mucho menos responderle, porque ya no la miraba con los poco antes de amanecer. Hacía muchos años que no se ojos húmedos de emoción como cuando eran jóvenes, sino quedaba en la cama hasta la salida del sol, porque el sueño se con la mirada fija y seca de la fotografía en la mesa de noche. E l le escapaba de la almohada después de dormir cinco o seis horas. Nunca había sido de levantarse tarde; al que madruga, café comenzaba a borbotear en la cafetera cuando la anciana Dios le ayuda, solía decirle su madre, y ella se acostumbró a sintió un leve roce en el escote y un cosquilleo que le recorrió dejar la cama de madrugada, aunque se hubiera acostado tarde. el pecho, hasta perderse debajo de uno de sus senos arrugados. Lo malo era que, de joven, no le alcanzaban las horas del día El instinto le hizo darse un manotazo para sacudirse aquello para todo lo que tenía que hacer: mantener la casa limpia, que se le había introducido debajo de la ropa, pero al volver cocinar, llevar a los niños a la escuela y traerlos de vuelta a a sentir el cosquilleo, como de diminutas patitas paseándose por su piel, se abrió el botón casa por la tarde, tener la de la blusa y la vio. Era una ropa en orden, leer el araña pequeñísima, con extreperiódico y esperar al marido midades demasiado largas para con la cena lista cuando el tamaño de su cuerpo, que le regresaba del trabajo. Pero hicieron recordar de nuevo al los hijos habían crecido y nieto adulto ya, el día que ahora se ocupaban de sus nació, agitando las piernitas propios hijos. El marido flacas para reclamar su había muerto hacía un par de alimento. años, a ella le sobraba “Hola, Nena”, le dijo. Y espacio en la casa y tiempo desde ese día no volvió a ser para hacer lo que antes le una araña vulgar y corriente, tomaba todo el día, y aunque sino Nena, su inseparable siempre le había gustado compañera. acostarse temprano para Martita, su vecina por amanecer descansada, ahora los últimos veinte años, no se cada vez se acostaba más asombró demasiado cuando tarde, porque su cuerpo no ella le presentó a su rara parecía darse cuenta de que mascota. “¿Y para qué quieres era hora de reposar. Los un bicho que no puede seguirte nietos la visitaban los fines a ninguna parte? Mejor adopta de semana, hablando hasta un perrito”, le dijo, pero ella por los codos y apenas no se molestó en contestar, prestando atención a las limitándose a volver a ponerse historias que ella repetía una la araña en el escote, donde el y otra vez, porque olvidaba animalito parecía sentirse muy haberlas contado antes. a gusto, porque corrió a Desde hacía algún tiempo refugiarse entre sus pechos había comenzado a hablar en desganados. alta voz, recordando epi“Esos animales pueden ser sodios antiguos de su larga Elvira de las Casas. Bonita 1 muy peligrosos”, insinuó la vida, a falta de alguien con enfermera que la visitaba una quien comentarlos. “Hoy hace veinte años que nació Marquitos, mi vez por semana para medirle la presión y comprobar que se segundo nieto. Era flaco como una lagartija, pero lloraba con estaba tomando los medicamentos. “La mordedura puede ser la fuerza de un huracán”, decía en voz baja, dejando asomar venenosa, y en algunos casos puede causar la muerte”, agregó los pocos dientes que le quedaban en una sonrisa tan dulce con cautela, porque había visto la ternura con la que la anciana como aquella que le saltó a los labios el día que cargó al se colocaba la araña en un brazo y la dejaba recorrerle la piel. Pero el que peor reaccionó fue su hijo, chiquillo acabado de nacer. “Las orquídeas florecieron. ¿Te acuerdas, la noche quien después de contarle todo tipo de historias macabras que me visitaste por primera vez? Me regalaste una morada, relacionadas con enfermedades transmitidas por la mordedura parecida a estas que tengo junto a la ventana del cuarto”. Y ni de un arácnido, llegó a amenazarla con tirar el animal en la
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basura. Intención que tuvo que abandonar de inmediato, al reconocer en la mirada de su madre aquella determinación con la que lo forzaba a hacer las tareas escolares o a disculparse con un amiguito cuando se negaba a compartir sus juguetes. Al llegar la noche, la anciana se quedaba dormida mientras le hablaba a su mascota, y comenzó a dormir de un tirón como en los viejos tiempos, sin necesidad de tomar las píldoras que le había recetado el médico para el insomnio. “Anoche soñé con el mar, Nena. ¿Tú conoces el mar?” La idea comenzó a tomar forma en su cabeza, y al final del día ya lo había decidido: llevaría la araña a la casa de la familia en la playa. Después de todo, no estaba tan lejos de la ciudad. Era una cabaña pequeña pero muy cómoda, que su marido había comprado para llevar a los niños en el verano. Hacía mucho que no la visitaba; en realidad no había vuelto desde que él murió, pero sabía muy Elvira de las Casas, en la redacción de la revista Mira (New bien cómo llegar en tren. A Nena le encantaría el viaje, con el York City), publicación de entretenimiento donde trabajó paisaje tan hermoso que verían por la ventanilla. desde el año 2000 hasta el 2010. Los demás pasajeros ni siquiera repararon en la anciana que habló sola durante todo el trayecto, explicándole a su compañera de viaje los detalles de cada uno de los lugares donde había paradas. Posiblemente pensaron que hablaba por teléfono, con uno de esos aparatitos que se colocan en el oído para tener las manos desocupadas. La casa estaba tal y como ella la había decorado muchos años atrás, y aunque olía un poco a humedad, estaba perfectamente limpia, porque su nuera se encargaba de mantenerla lista para albergar a la familia en los meses de verano. La anciana bebió de prisa un vaso de agua y salió de la casa con rumbo a la playa. El mar estaba tranquilo, el sol creaba destellos multicolores en la arena y la brisa soplaba alborotando el cabello blanco de la mujer, que no paraba de sonreír. “¿Ves aquel muelle, Nena? Allí le conté a mi Pancho Elvira de las Casas con Rodolfo Martínez Sotomayor, director que estaba embarazada la primera vez. Se puso tan nervioso de la Editorial Silueta, en la presentación, en 2015, de La cruz que resbaló y se cayó en el mar”. La araña se desplazaba de Bronce, a cargo del escritor Ernesto González. libremente por el pecho arrugado y casi desnudo de la anciana, que se había quedado en traje de baño y yacía en la arena con los ojos semicerrados. “¿Te gusta la playa, Nena? Si te portas bien, te vuelvo a traer la próxima semana”. en laSentía Feria del Libro de Miami De pronto sintió deseos deTeresa dormir. los párpados tan pesados que no podía mantenerlos abiertos por más que se esforzara. Decidió guardar la araña en el escote y regresar a la casa para tirarse un rato en la cama antes de regresar a la ciudad, pero los músculos se negaron a responderle cuando intentó levantarse. Dos horas más tarde, el salvavidas la encontró en la arena, todavía con los ojos abiertos, y llamó a los paramédicos para que se ocuparan del traslado del cuerpo y de avisar a los familiares. La ambulancia se detuvo a unos pasos de allí, y cuando cargaron el cuerpo de la anciana, que ya comenzaba a mostrar signos de rigidez, uno de los brazos se descolgó por fuera de la camilla. Ninguno de los dos enfermeros reparó en el fino hilo que pendía de uno de los dedos, al final del cual se balanceaba una diminuta araña con patas demasiado largas para el tamaño de su cuerpo. Con su esposo, el cineasta Diego Rodríguez-Arche
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La cruz de bronce /
Elvira de las Casas
Capítulo VII era un veterano de la guerra grande, y en los últimos tiempos La Habana, Cuba, marzo de 1896
se había convertido en un ídolo de los cubanos que habían cifrado en él sus esperanzas de independencia. Como si ellos
Para Elena Rivas de Olazábal, acostumbrada como
se pudieran gobernar solos. Ya se imaginaba él lo que sería
estaba a recibir muestras de admiración a su paso por los cuatro
de Cuba sin la protección de la Corona. Un bando de flojos
rincones del planeta, que el recién nombrado Capitán General
es lo que eran, acostumbrados a tomarlo todo en broma,
de la Isla de Cuba se hubiese molestado en enviarle un carruaje
tocar música y coquetear todo el tiempo, como si no hubiera
a su llegada a La Habana, resultaba lo más natural del mundo.
asuntos más importantes que atender. Si no hubiera sido
No así para los allegados del Marqués de Tenerife, a quien
por la mano blanda de su antecesor, Martínez Campos, ya
consideraban un personaje tenebroso cuya fama de carnicero
la guerra se habría terminado. Pero claro, los insurrectos se
lo perseguía desde que ordenó la matanza de cientos de civiles,
reían de él en sus mismas narices, y hasta se atrevieron a
de todas las edades y de ambos sexos, durante la llamada
hacer una invasión al oeste, y poco faltó para que entraran
Guerra de los Diez Años. Muchos temían que, con el paso del
como Pedro por su casa en el mismísimo Palacio de los
tiempo, al frío militar de ascendencia prusiana no le temblaría
Capitanes Generales. Ya verían todos que con él, las cosas
el pulso para cometer atrocidades aún mayores, ahora que la
serían muy diferentes. En dos años podría regresar a casa, a
contienda entre españoles y criollos parecía conducir sin
disfrutar de la vida en familia, de las atenciones de doña
remedio a la independencia de la Isla. Los militares más
Teresa, esposa y madre ejemplar, que lo esperaba paciente
cercanos al general Weyler, entre los que se encontraba
mientras él se encontraba en campaña. Por fortuna las
Gregorio Alcón, quien sería su asistente en la nueva campaña,
mujeres carecían, en su opinión, de las mismas necesidades
sabían que el hombre que gobernaría a Cuba en los próximos años era muy culto y vivía entregado en cuerpo y alma a su profesión, desde que se propuso seguir la carrera militar de su padre y su abuelo, aún a sabiendas de que con ello contrariaría a su abuela, quien soñaba con que su nieto se dedicara al sacerdocio. Lo que muchos ignoraban, pero don Gregorio sabía de primera mano, es que el astuto militar tenía su talón de Aquiles: las mujeres bellas, algo que se puso de manifiesto desde que el general supo de la próxima llegada de la diva española para hacer una temporada en la capital. Don Valeriano no había podido olvidar a aquella mujer que vio una noche, tres años antes, en el Teatro Real de Madrid, a su regreso a España después de ocupar la Capitanía General de Filipinas. En aquel momento no pudo conquistarla porque el deber, ¡siempre el deber!, lo llamaba, y tuvo que marchar a Cataluña para hacerle frente a los atentados anarquistas. Pero ahora que el destino volvía a ponerlos frente a frente, estaba seguro de que la bella Elena de Rivas no tendría más remedio que prestarle atención. Y de prisa, que no tenía tiempo que perder. Había llegado a Cuba un mes antes, con el propósito de aniquilar la insurrección de los criollos en dos años, pero para lograr ese objetivo tendría que eliminar al cabecilla más peligroso de la contienda: Antonio Maceo. Maceo, como él,
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Elvira de las Casas. En el jardín.
físicas y afectivas que los hombres, pues para ello podían contar con la cercanía de sus hijos. Pero muy diferente era la vida de un hombre, aún joven y potente, como era él a sus 58 años, por lo que, aunque con mucha discreción, de vez en cuando se permitía un rato de esparcimiento en la compañía de una mujer hermosa y complaciente, como suponía que era la artista madrileña. “Hoy sabrás lo que es la pasión del Marqués de Tenerife”, se decía para sus adentros el general, mientras se examinaba frente al espejo. Todo lo tenía previsto. Aún yendo en contra de su costumbre, el día de la presentación de la cantante en el Teatro de la Opera, el general Weyler se dio un baño de tina, algo que solo hacía en ocasiones muy especiales. El resto del tiempo le bastaba con frotarse el cuello y detrás de las orejas con un paño humedecido, que para eso era un militar acostumbrado a la dura vida de campaña, durmiendo a la intemperie sobre la tierra, al lado de sus hombres, y alimentándose de una lata de sardinas y un mendrugo de pan antes de seguir adelante. Los baños de
Elvira de las Casas, de niña, con uniforme escolar.
espuma y los talcos olorosos eran para las señoritas, no para los hombres viriles como él. Pero como no le eran ajenas las murmuraciones a sus espaldas sobre su falta de aseo personal, decidió hacer una excepción para no ofender el olfato de la bella dama que ocupaba todos sus pensamientos. O mejor dicho: una parte de ellos. Porque lo que ocupaba su mente, casi en su totalidad, era el plan que se había propuesto para aislar y vencer de una vez y para siempre al mulato Maceo. Un plan que pondría en marcha al día siguiente. Se miró al espejo por última vez, y se lamentó para sus adentros de no poder contar con una cuarta más de estatura. Su tamaño había sido la causa de que lo rechazaran en el colegio de infantería, cuando era un adolescente, y de no haber sido por la intervención de su padre, un prestigioso médico que había hecho carrera como jefe de Sanidad Militar, no habría podido estudiar en aquella institución. Cuarenta años más tarde, gozaba de los beneficios de una larga carrera en la que había logrado ascensos y honores, pero nunca, pese a su esfuerzo en el gimnasio y sus largas cabalgatas, pudo lograr el ansiado anhelo de crecer no una cuarta, sino al menos un par de dedos. Fragmento del capítulo VII de la novela La cruz de bronce (Editorial Silueta, Miami, 2015).
Elvira de las Casas, alrededor de 1981, mientras estudiaba en la Universidad de La Habana.Aquí con la poeta Elena Tamargo, fallecida en Miami en 2010.
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Elvira de las Casas: Nuestra escritora invitada del número de Primavera 2019 Elvira de las Casas nació en Cienfuegos, Cuba, en 1955. En 1981 se graduó de Licenciatura en Lengua y Literatura Alemanas en la Universidad de La Habana, y trabajó como traductora y periodista radial hasta 1991, cuando llegó a los Estados Unidos. Desde entonces ha trabajado en varias revistas de entretenimiento y publicado tres novelas con la Editorial Silueta: Doce mensajes a Hércules (2012), La cruz de bronce (2015) y La mujer del cuadro (2018). Desde muy joven ha cultivado el dibujo de manera espontánea, inspirada en la naturaleza de su país de origen. En el año 2010 ilustró el libro El caballo de la palabra, de la poeta prematuramente fallecida Elena Tamargo.
Libros de Elvira de las Casas
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Félix
Anesio
EN LAS ALTAS HORAS El refugio de la noche es pródigo en sucesos. Bajo la luz de una lámpara se agrupan los medicamentos y numerosas cuentas. Una cortina roja, unos libros y un reloj como salidos de una película de Bergman son la escenografía de un viaje, de un laberinto sin regreso.
CLASE DE HISTORIA EN CUBA, AÑOS 60
En las altas horas de la noche se escribe el verso.
Una mano escribe en la pizarra: “El Imperialismo se derrumba. El futuro pertenece por entero al Socialismo”.
CEREMONIAL LITÚRGICO
Hace ya muchos años que la profesora dscansa en paz.
Nos consumimos como cirios en el altar de nadie
Luis Felipe Ruano.
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LOS PERROS Y LA LUNA Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. J.L. Borges Los techos herrumbrosos los clavos puras piedras las piedras puras almas penando. La ciudad se deshace en mil pedazos. El mármol se ha quebrado por el llanto de los huesos tristes, sin flores ni epitafio. No hay olor a leche quemada en el fogón ni almendras que cascar con una piedra y no se escucha la voz del pájaro cautivo. La ciudad se deshace en mil pedazos. Quizás se haya salvado el firmamento donde suelen cruzar miles de estrellas como las que una noche inmemorial guardara. Hoy bebo una taza de café amargo en un lugar ajeno que se llama exilio. Y mi corazón palpita fuertemente mientras los perros aúllan a la luna.
LOS SEMINARISTAS A Osmán Avilés Marchan por la Calle Obispo bajo el látigo inclemente del verano. Tras las raídas sotanas se vislumbra el sexo de los hombres que deben consagrarse al pudor, la castidad y la doctrina. Las rústicas sandalias rozan los adoquines. Como una impúdica plegaria se eleva el olor de las axilas en el aire envolviendo las aceras y las plazas. Un jovencito imberbe y una niña los observan; una beata, tras su velo, hace una extraña mueca y se persigna mientras el dulce canto gregoriano hechiza a cada transeúnte. Todos detienen su juego, su ocio o su quehacer para verlos pasar. De dos en dos, los seminaristas, se pierden por la Calle Obispo. Tuercen la esquina y se adentran por la oscura puerta del convento, erguidos y austeros, cargando sobre su pecho tan pesada cruz. Aún nos puede llenar de turbación la imagen que recuerdo
Félix Anesio Los cuervos y la infamia “Interesado en exaltar comportamientos humanos complejos y difíciles de explicar, su poesía parece indagar constantemente en quiénes somos y quiénes queremos ser, a la vez que nos permite una evaluación constante de nuestros deseos y angustias, de nuestros miedos y paradigmas…” Aristides Vega Chapú Editorial Entre Líneas
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BAJO UN SOL DE OTOÑO No ha de perderse en mí todo el sabor del vino. No ha de perderse en mí todo el aroma del sexo, ni el color de las flores, ni la gracia del canto. Yacen, aún latentes, bajo la hojarasca, como las setas de otoño.
Félix Anesio. (Guantánamo Cuba, 1950). Ingeniero, poeta y narrador. Estudió en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. LLegó a Estados Unidos como exiliado político en 2000. Ha publicado 5 libros: Crónicas aldeanas (2012) Edit. Voces de Hoy y su version en inglés A Tale of Two Villages (2013). Los poemarios La cosecha (2014) Edit. Voces de Hoy; El ojo de la gaviota (2016) Editorial Entre Líneas y Los cuervos y la infamia (2108). Sus cuentos y poemas han aparecido en numerosas antologías como: Poetas del Siglo XXI de Fernando Sabido (España, 2014), Bojeo a la isla infinita (Betania, 2013); Puede parecer un bosque (Edit. Insula barataria, Cuba, 2016), La isla invertebrada (Capiro, 2018); En la punta del iceberg (El mar y la montaña, 2017); Postales Guantanameras (Exodus, 2018). Aparece en el Diccionario de autores guantanameros (El mar y la montaña, 2016) y recientemente en los Archivos Guantanameros de Augusto Lemus, Ediciones Exodus, 2018. Ha obtenido tres premios editoriales Carmenluisa Pinto en narrativa y poesía, 2013, 2014 y 2015, y la Distinción Pluma de Plata, 2018. Escribe el blog de arte y literatura www.cronicasaldenas.blogspot.com.Reside en Miami.
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Luis Felipe
Ruano PARÁBOLA EN DUERMEVELA “El que permanece despierto, ilumina desde el ensueño”. Heráclito. Dormido llegó a la cuenca de un profundo río y allí se encabritó mascando hierba de manatí. Despierto era la quietud del fuego que insiste recuperando incienso para las espaldas del salmodiante. Dormido era la hoja plena de reflejos breves, parapetos de cifras marinas sobre cuentas de sal, un lago dulce, el ojo nebuloso en LochNess. Despierto cuidaba de su verja sumando claveles a sus tallos de invierno, diacosmos y alegorías para que florecieran en las terrazas. Dormido exigía nubes de bolsa y bahías atravesadas de vapores. Despierto era lento y filosofaba dando pausas a su vacío e imitando el Metrocles de Estilpón. Dormido era más, se extasiaba con salmos, comenzaba sus silbos en los alisios, tocado en cuaresma, y a su modo giraba en suspenso, sobre sí, enumerando o recitando sus doce nombres de pila. Despierto estaba en su numen: pasó su pasadizo finalizado en laberinto. Con motivos al temple nos obsequió sus bicornes de ámbar, y a la aguada y a la grisalla, con sus guirnaldas iridiscentes, para que prefigurásemos en libertad.
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VI El monte, y a la altura de estos valles, el bramido de fuego y la quebrada. Los torrentes de fiebre de estas calles de la ciudad, al sueño convocada. Una gracia de viento en mi camisa y el anhelo de lunas vaporosas. Calladas, sobre cielos de ceniza, danzan las inefables mariposas. Vuelo vivo, y el goce de armonías donde asumo mis bienes verdaderos, con anuencias de sol en los aleros. Al través, las mentidas celosías, amplitudes que atrapo en los rellanos donde empieza la anchura de mis manos.
TIEMPO FRÍO De noche cierro las puertas y ausculto los que van dentro. No falta uno y es la sombra. Ausculto la transparencia de ese bulto que estoy buscando y me busca como un río en medio de la noche y me habla, le toco, me habla, le toco el bulto carnal, me habla, pero es un niño que me habla. De noche cierro las puertas y la hojarasca retrocede. El portalón es inmenso, le rodeo el mundo, es ancho. Me aseguro no se divisen aves ni vapores en el horizonte. Blandiendo paso a una estrella con el martillo de magnificencia, tengo de luces y el clavo en el ojo y el pulso lento de lo que me espera, y la medianoche, que hace un ruido enorme en el silencio que me espera. Le puedo avivar y me habla y voy congelando por dentro lo que me quema del sacramento descomunal que me tapa, un niño que tiene la ceniza y el polvo de muchas medianoches, de ir acaparando lo invisible, la mitad del sol con el agujero de hielo, para hallarle de nuevo en la olla lunar y en la lengua de lo que raspa… Retrocedemos.
Luis F
XCV La negra y su batea que rebosa, de arecas, la maceta en la ventana. La paloma de llamas que se posa, Santa Bárbara, y calles de La Habana. Entrevemos acaso el accidente: la persiana entreabierta a brillantez, al florido balcón, que es inocente de todo lo que has visto, y lo que ves. Entrevemos el humillo lejano de la hornilla que incita a devoción …el acorde nos lleva de la mano. La negra y su batea, en su balcón, y en un instante se recoge y reza. … La paloma de llamas nos empieza.
CARNAVAL Mucho antes de terminar la fiesta ya todos están borrachos, y los caballeros enmascarados hace rato que han conducido a las damas arriba, a sus aposentos, pero borrachos como están nada puede pasar, y nada pasa, hasta la mañana siguiente en que los caballeros despiertan, desvalijados todos, como es de rigor, y las damas ya no están. Es entonces, y con toda la solemnidad que me asiste, anuncio formalmente que me retiro a dormir, como bien merezco, aún con mi máscara puesta, como es de rigor, y no me la he de arrancar a lo largo de todo el día, ni en la noche siguiente, porque una nueva fiesta de nuevo nos traerá a los caballeros enmascarados que, nuevamente borrachos, llevarán a las damas arriba, a sus aposentos, y no pasará nada, excepto que despertarán a la mañana siguiente, nuevamente desvalijados, pero, como es de rigor, ya las damas no estarán, y yo, aún con mi máscara puesta, decidiré marcharme a dormir.
Felipe Ruano. Café en La Habana
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ESTA MAÑANA Esta mañana, al salir de mi casa, me encontré conmigo mismo, y me saludé. “Buenos días”, dije, y me sonreí. Es curioso, reflexioné, sin darle mayor importancia al asunto, y seguí caminando. Pero una cuadra más adelante, al doblar la esquina, me tropecé de frente con una persona, que no era otra que yo mismo, y de nuevo me saludé, y como la vez anterior intenté sonreír, y el otro, para mi sorpresa, hizo lo mismo, además de quitarse el sombrero con cortesía. “En mi vida vuelvo a tomar ese maldito ron”, me dije, pensando en el bebido la noche anterior en el barrio junto a mis amigos borrachos, que insistieron más de lo debido porque los acompañara, apenas unos minutos, dijeron, que después se multiplicaron por más de tres largas horas, luego de las cuales me debieron acompañar de vuelta a casa, y ante los desorbitados ojos de mi mujer, arrojarme en la cama como un saco de papas, totalmente noqueado. Al tomar la gran avenida de veintitrés y caminar Rampa abajo noté, con cierto estupor, que los transeúntes pasaban por mi lado y me saludaban, todos con la natural cortesía que habitualmente suelo mostrar, y que no podía ser de otro modo, una vez que advierto de nuevo mi misma imagen en cada uno, que como se sospechará, son cientos, o tal vez miles, que caminan despreocupados, día y noche, por este centro neurálgico de nuestra amada capital. Inquieto, apuré el paso y seguí caminando por toda la avenida sin dejar de saludarme, hasta sobrepasar la calzada del puerto, saltar, y sentarme en el muro del malecón de la bahía, de frente al mar, y permanecer así por varios minutos, en que tuve plena conciencia de haber metabolizado todo el alcohol de la noche anterior, por lo que me reconocí absolutamente sobrio, y lo ocurrido me pareció, en verdad, bastante extraño. Saqué entonces de la mochila mis avíos de pesca, preparé convenientemente la carnada en mi vara, y la arrojé al mar. Sólo al ver con asombro, tras unos pocos minutos de espera, que el pececillo ensartado en el anzuelo mostraba nada menos que mi mismo, afable, gentil, sonriente rostro de siempre, comprendí que la cosa era seria.
IMPERDONABLE En la escuela me enseñaron a despreciar a Platón, a echarle la culpa de todo lo ignominioso que pueda esperarse en materia de pensamiento. Me lo enseñaron como un farsante “consciente”, un idealista burgués capaz de elaborar complicados sistemas “objetivos” de “defensa” contra los justos reclamos “materiales” de las masas oprimidas. Y casi llegué a creerme el cuento… pero cometí el imperdonable error de leerle.
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LA BALADA DE AUVERS-SUR-OISE Mientras deambulaba por los trigales vi al loco pintando. Maldecía a los astros y con el revolver en alto disparaba a los cuervos que revoloteaban por encima de su cabeza y estropeaban su obra. ¡Oh, vida miserable! exclamaba el loco al tiempo que aplicaba furiosas pinceladas sobre la tela, y disparaba a los cuervos. En algún momento, nadie sabrá jamás por qué, volvió el arma contra sí mismo, y se disparó en el pecho. Lo vi desplomarse en la yerba y me acerqué sigiloso y tomé el lienzo salpicado de sangre. Contrastaba bien el rojo de la sangre con el amarillo intenso de los trigales. Eché una mirada al moribundo, retorcido de dolor sobre la yerba, y no me pareció que viviera mucho más. Me marché con el lienzo bajo el brazo… Veinte o treinta millones puedo sacarle en Christie's, me ha asegurado un agente.
EN LA MAREA
y fagáceas y eléboras para los ataúdes.
Era un hambre como una piña desmesurada y verde. Le sorprendí mordiendo un objeto duro impermeabilizado con resinas de astracán. Tocaba a una puerta de la que colgaba un amuleto de cuentas protegido por semillas y un hocico seco de marmota. Era un hambre y su representación imponía las manos untadas de sangre de coatí. Nos dijeron que hiciera un largo viaje desde las estepas y ahora galopaba un monte verde cercado de soles donde es permisible adornar las aras incruentas. De un soplo fijo borraba los vestigios de la olla en la ceniza. Al final de una larga noche de silencios interpuestos un relámpago pegajoso aserraba madera de sándalo utilitaria
Era un hambre, y oponía una mirada distante a la oración que eleva su tabernáculo más allá de los techos. Pude observarle destapando los cántaros aceitosos, crecía y desparramaba, se frotaba y ardía. En un instante vi poblarse la selva de raros especímenes que la recorrían en busca de plantas venenosas, luego las mascaban y escupían a modo de dardos agudísimos. Estaban todos allí, los florecidos en los últimos certámenes rodeaban el alma del muerto pegada a la columna de bronce, rechinando. Los primeros arcontes le ungían protegiéndole con extrañas espermas perfumadas con flores de saúco. Les oí profetizar largamente hundiendo sus dedos en la columna. Necesitaban una orilla de mar cercana adonde desembocaba el laberinto, ésta más tarde sería separada de sus arenas por una extensa franja de formaciones coralinas poblada de desaparecidas especies recientemente recuperadas, y éstas, a su vez, luego de un corto proceso desintoxicador, servirían de alimento a la vaca sagrada.
Luis Felipe Ruano. Batey
Era un hambre de traga tierra, su esencia se hacía obstinadamente respirable a corta distancia de las púas de piña incrustadas en el cuero caliente. Aspiraba o espiraba a intervalos en el sopor sacralizado que cuesta una moneda, una espada en punta de Damocles suspendida a su precio sobre las cuatro edades del hombre, un mes de lluvia, en el humor de targelión.
Luis Felipe Ruano, nació en Cuba en 1961, es escritor y pintor, y miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ha publicado los siguientes libros: Petrarca furioso. (Poesía). Premio “Pinos nuevos” 1996, Editorial Letras cubanas. Si Bemol para un acto breve, con el que quedó finalista en el Premio Internacional de Poesía Marcelino Palomino para obra publicada. México, 2008, Editorial Letras cubanas, 2001. Nuevos círculos. (Poesía). Editorial Letras Cubanas, 2007. Miguel. Un punto de fuga. Ensayo sobre la poesía de Miguel Hernández, Editorial Alquibla. Universidad de Alicante, 2002. Palmeras, girasoles, un día. Ensayo sobre la pintura de Víctor Manuel, Editorial Alquibla. Universidad de Alicante, 2003. Nuevos juegos prohibidos. Antología de la nueva poesía cubana, 1997. Sociedad de servicios de artes gráficas S. L. Madrid y Editorial Letras Cubanas. Antología de la décima cubana. Siglo XXXXI, Letras cubanas 2016. Ha expuesto su obra pictórica en varias galerías en la isla y en otros países. Reside en La Habana. 17
Recordando a Nicolás Dorr (1947-2018) Bekis Cuza Malé Era apenas un niño, con catorce años, cuando escribió Las pericas, su más famosa e inolvidable obra. Por razones incomprenibles, no fui su amiga en Cuba, y no porque tuviese algo contra él, sino porque a pesar de ser vecinos solo lo recuerdo de encontrarnos de pasada en teatros y quizás exposiciones. Me parecía, eso sí, que no cambiaba, su figura juvenil y sus ojos lo describían como un muchacho tímido y bueno, un pequeño geniecillo. En el 2011 visitó la ciudad de Miami, y se alojó en el apartamento de mi hija María Josefina, la Fifi que aquí menciona. Quedamos en vernos, en encontrarnos para conversar, pero también por razones incomprensibles, no nos pudimos ver, aunque tuve la satisfacción de entrevistarlo a través del internet. Ya de regreso en Cuba, nos escribíamos con frequencia. He buscado en mis archivos, y veo que el último mensaje suyo es de enero de 2016, felicitándonos por el año que comenzaba, pero de seguro hay otros más recientes. He escogido algunos de sus mensajes para dar una idea de lo sencillo y noble que era Nicolás Dorr. En el 2014 recibió en Cuba el Premio Nacional de Teatro. Lo merecía desde mucho antes, pero al menos tuvo esa satisfacción, aunque para entonces ya estaba muy enfermo. Ha muerto y joven, el 18 de diciembre de 2018, lleno de planes y de sabrá Dios cuántos sueños por cumplirse. Yo lo recordaré siempre como al jovencito tímido y talentoso, autor de Las pericas.Y estos mensajes suyos lo devuelven a la vida. En paz descanse Nicolás Dorr.
Gracias anticipadas, Nicolás 1/7/2011 a verla. Las pinturas todas son estupendas. Leeré con mucha calma los poemas, de Tania, de Minerva y de tantos otros... Me honras ubicándome en tu revista. No tengo palabras para agradecer. Pronto te comentaré de mi lectura. De nuevo, gracias, gracias. Nicolas 10/7/2011
Querida Belkis Gracias mil por el envio. En cuanto lo tenga te escribo. Tengo especial interés en que leas mi novela. No se porqué
Nicolás Dorr, en el programa de Amaury Pérez, de la tv cubana. 20
Querida Belkis Muchas cosas buenas para ti en este año que mañana COMIENZA!!! Magnifico el nuevo número de tu maravillosa revista. Gracias por la información Recibe todo mi cariño! Nicolas 2016 Querida Belkis: Ante todo recibe mi saludo más afectuoso. Hoy recibi gracias a un amigo que vino de Miami, tu maravilloso trabajo en el Nuevo Herald. Te estoy tan agradecido y maravillado de tu nobleza y elegancia, pues a pesar de no haber respondido la ultima pregunta como tú deseabas, has publicado toda la entrevista con tanta generosidad que me conmueves. El final me pareció inteligentisimo y simpático con la referencia a lo insolito, pienso que en relación con mi última respuesta, tan evasiva, realmente. Muy bueno!! Recibe una vez más mi afecto. Ya la entrevista y la linda presentación con las fotos y todo están en mi album!!!! Un beso, Si puedes, por favor, enviame una notica por mi e.mail.
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Fifi no me responde. En facebook buscando por CUBARTE FRANÇAIS hay muchas fotos de mi obra La profana familia, que recien ayer hicimos la última representación de esta temporada. Ojalá tengas un tiempito para verlas. Un beso, Nicolás 15/7/2011 Querida Belkis Gracias mil por enviarme esa exquisita revista. Ya comencé
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Mi querida Belkis Sobre lo de Lily Vega, no te preocupes, pues ya Huidobro tiene lo que envie con ella. Realmente no quiero causarte problemas ni gastos. Lo que deeo enormemente es que tengas la novela. Lo demás puede esperar. El lunes tendré al fin la revista y después te escribo. Hoy estuve en casa de Rosa Fornes: adelantó el regreso pues dice que se sentia muy aburrida.Ella había guardado la entrevista que me hiciste para el Nuevo Herald y me la tenía guardada con mucha alegría y satisfacción.Me dijo que le hubiera gustado haberte visto personalmente y conversar un rato. La entrevista le gustó mucho.. Un beso grande, Nicolas 30/7/2011 Muchas felicidades por esos bien ganados 30 años de la revista. Gracias por la información. Todo mi afecto, Nicolas Dorr 1/5/2012 Belkis... ! Belkis..."! Gracias por la invitación. Claro que te enviaré algo. Te aprecio tanto! Un beso, Nicolas 6/5/2012 Mi querida Belkis Gracias anticipadas por tanta preocupación de tu parte! Mi dirección: Avenida 31 A no. 2618 apartamento 4 entre 30 y 26. ¿te acuerdas, tú vivías en la otra cuadra!!! Mi telefono: 202 47 28 Recibe todo mi cariño! Nicolás Y fifi? 21/7/2012 Mi querida Belkis Ya pasé a recoger tu maravilloso envio. El señor Gerardo me localizó enseguida. Resulta que conozco a su hermana, y una amiga de ambos fue mi alumna.Nos hicimos fotos y una quise que fuera mostrando tu bello libro sobre Elvis, por mí muy esperado! Tus libros son un regalo inapreciable. Comenzaré a leerlos con urgencia. Te agradezco tanto ese gesto tan amable y amistoso. Por favor recibe siempre todo mi afecto y agradecimiento. Con cariño, Nicolás Y qué lindas dedicatorias!!! Gracias mil! 29/10/2012 Querida Belkis Gracias por enviarme esa entrevita tan estupenda. Tus repuestas son admirables y hablan tanto de tu tesón y voluntad!! Felicidades por tanto esfuerzo!
Mi afecto, Nicolás 12//5//2012 Querida Belkis Bellisimo trabajo el de Olga Connor! Te felcito por el aniversario de la revista y tan admirable esfuerzo. Nicolás Dorr 1//7//2012 Querida Belkis Gracias por responderme. Lamento no recibir lo enviado. De todo modos mi computadora es vieja y con poca memoria, no podría abrir cosas de muchos k... Espero con gusto que me traigan las revistas. ¡Gracias mil! Por favor, me gustaría saber de Fifi. No me ha escrito más. Querida Belkis Gracias mil por enviarme esa exquisita revista. Ya comencé a verla. Las pinturas todas son estupendas. Leeré con mucha calma los poemas, de Tania, de Minerva y de tantos otros... Me honras ubicándome en tu revista. No tengo palabras para agradecer. Pronto te comentaré de mi lectura. De nuevo, gracias, gracias. Nicolás 5/5//2012 Querida Belkis No poseo internet, por lo tanto no hay acceso a FacebooK. Tú sabes... Recibe todo mi afecto. Nicolás 5/5/2012 Sí, Belkis, hay Internet en oficinas y para las casas de muy pocas personas escogidas. No soy de esos. Un beso, Nicolás 5/5/2012 Gracias mi querida Belkis por informarme del lamentable deceso de Carucha Camejo, una verdadera gloria del Arte Teatral Cubano. Hace algunos años la vi en Nueva York y la saludé con toda la admiración que siempre tuve hacia el trabajo de ella, su hermano y Carril. Por cierto, el actor Leonel Parra se ha puesto muy contento con la amable aceptación de tu parte de que pueda escribirte. ¡Cuánto ha comenzado a admirarte! Un beso, Nicolás 13/11/2012 Mi querida y siempre recordada Belkis Qué alegría recibir ese bellísimo escrito sobre Manet. Yo me considero su amigo y trabajé en su película "Transito" en un pequeño papel hecho por él especialmente para mí. Después conincidimos en un teatro, el con su obra "La santa" y yo con "Las pericas". Cuando estuve en Paris, en el 94, lo localicé enseguida y almorzamos juntos. Siento por el un gran respeto y fuerte cariño. Si tienes comunicación con él, preguntale si puedes ofrecerme su
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e.mail para escribirle. Tu artículo es muy preciso y abarcador, como todo lo que sabes hacer con tanto amor y delicadeza. Te agradezco enormemente el envio. El 11 de este mes , viernes, estrenaron en el teatro Fama de Miami, dirigida por el cubano Juan Roca, "Las pericas". Me enviaron unas fotos muy bvuenas. Las han actuado hombres travestidos en las ancianas. Te adjunto una foto de publicidad que me han enviado. Recibe todo mi afecto, mi querida Belkis!!! Nicolas 13/4/2014 Querida Belkis Gracias por ese hermoso Salmo 91 Besos, Nicolas 5/5/2014
Belkis Cuza Malé es la fundadora y directora de Linden Lnae Magazine. Poeta, narradora, periodista y pintora, nació en Guantánamo, Cuba, en 1942. Ha publicado numeros libros. Reside en Fort Worth, Tesas.
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Alberto Ortiz de ZARATE A la vuelta de la esquina Desde lo alto se le vio caer lentamente, muy lentamente, con la misma levedad que lo hace la hoja de un árbol después de un frio invierno. Pues era en realidad el mediodía de un frio invierno, de un domingo de los días finales de un frio invierno. Se vio tirada en la misma esquina de la calle, entre la cuneta y la acera, con sus manos fuertemente aferradas a las dos bolsas del mercado como para que la ayudaran a mantenerse en pie, a recobrar el equilibrio, pero que por desgracia no le dio resultado. Ni el gorro de su potente abrigo pudo evitar que se golpeara fuertemente en la sien al desplomarse y caer, con los pies hacia la calle, sobre la base del poste de la luz, con un sonido que pudo resultar fuerte y seco, pero que nadie escuchó. Los transeúntes se le fueron acercando, rodeándola pero sin atreverse a tocarla siquiera, pues era evidente que no respiraba. Entre todos los teléfonos celulares que la agredían grabando su desgracia, como si fuera más importante registrar su caída que socorrerla, alguno debió llamar a la policía o al Rescue 911, era por lo menos lo que comentaban, pero pasaban los minutos, que parecían horas, y no llegaban. En la Fotografía de uno de esos nuevos reporteros voluntarios del siglo XXI, que ampliaba su rostro en la foto del celular para mostrársela a todos, podía verse que era una mujer aun joven, de no más de cincuenta años, o aun menos, por lo que dejaba ver el gorro de su abrigo; su rostro era plácido como alguien que duerme relajadamente. Hacia muchos días que no había nieve en las calles. Cerca de ella no había ningún auto, ni huellas de frenazo alguno en la calle. Pero
el tiempo pasaba y, si hubiera existido alguna posibilidad de salvarla, por remota que fuera, esa idea se disipaba. Todo el mundo preguntaba y nadie sabía responder. ¿La arrollaron? No parecía. ¿Resbaló? ¿Se desmayó? ¿Sufriría un infarto? Las preguntas se acumulaban como los segundos y minutos de espera. Luis Felipe Ruano. Red room
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Nadie la reconocía como vecina, tampoco el disfraz del crudo invierno dejaba mucho espacio al reconocimiento. Pero no podía ser de muy lejos, ni siquiera llevaba el tradicional carrito para ir al supermercado, compañía inseparable de las señoras del barrio. ¿Quizás alguna compra de última hora para el almuerzo dominguero? ¿La estarían esperando en casa para almorzar? Preguntas y más preguntas sin respuestas. El tan esperado sonido de la sirena de la ambulancia se dejó escuchar al fin, inundando el espacio sonoro de la concurrida esquina de Washington Heights, y ese inquietante y abarcador sirenazo se escuchaba ahora en estéreo, pues eran dos las ambulancias que entraban por dos de las calles encontradas, como en un gran operativo, traduciendo con sus aparatosas luces intermitentes, blancas, rojas y amarillas, el fuerte sonido de las sirenas. Las ambulancias de los paramédicos de Nueva York ya no eran esas blancas y alargadas camionetas, como las que guardamos en nuestra memoria, sino unos camiones cuadrados, más cerca de un carro de bomberos que de una simple ambulancia, pero que refuerza la sensación de seguridad y esperanza en el rescate. Las dos puertas traseras se abrieron, los rescatistas uniformados de negro extrajeron la gran camilla con ruedas y corrieron decididos hacia la pobre mujer. Poco se pudo ver del intento de reanimación, o si simplemente ya no era necesario, pues las cabezas de los curiosos impertinentes lo impedía, a pesar de que los otros uniformados con resolución los dispersaban hacia atrás. Todo resultó muy rápido en comparación con la espera. Con la destreza habitual que les da la experiencia, la subieron al vehículo, cerraron las puertas y tanto las sirenas como sus decenas de luces intermitentes, y la caprichosa mala suerte convertida en tragedia, emprendieron el viaje y se fueron alejando del lugar hasta desaparecer. En lo alto del edificio de enfrente, desde el sexto piso, una ancianita lo había visto todo, o casi todo, desde el cristal de su balcón, pues le gustaba contemplar el paso de los autobuses y autos al pasar, y en especial el ver cómo caminaban los hombres y las mujeres que iban o regresaban del Supermercado de la esquina. Se había levantado en ese preciso momento de su viejo sillón de mimbre, desgastado por los años casi tanto como ella, un poco para estirar las piernas cansada de estar sentada, y había presenciado la fatídica caída. Se había sobresaltado mucho, porque nada aterra tanto a un anciano como una caída, y el sobresalto aumentó al escuchar tan de cerca las sirenas de las ambulancias, pues siempre pensaba que venían por ella. No sin cierto trabajo se sentó de nuevo en su cómodo sillón, viendo pasar como tanto le gustaba a los autos, de aquí para allá y de allá para acá, en todas direcciones, y a los caminantes con sus grandes abrigos, casi sin rostros, por lo poco que dejaban ver el pequeño
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Tony Ruano. Chasing ducks
espacio entre los gorros y las bufandas. Sus ojos se le iluminaron y ya casi no recordaba lo sucedido, en tan breve espacio de tiempo se le iban desdibujando las imágenes, pero sin casi saber por qué, se sintió feliz, feliz de estar viva,
Alberto Ortiz de Zarate lleguó al mundo en 1948 en la Ciudad de Cárdenas, Cuba, a solo 10 minutos de Varadero. En el año 66 comenzó a estudiar artes plásticas en la Escuela Nacional de Arte (ENA), dedicándose al diseño gráfico primero, diseño cinematográfico después, hasta lograr estudiar cine educativo en el Cined, donde dirigió alrededor de 20 documentales en 16 milímetros y posteriormente pasó al video y a la televisión. Ha viajado y trabajado en muchos países al salir de Cuba, y recibido premios, hasta establecerse en Nueva York en el 2001, trabajando en Telemundo, HITN, y Univisión 41 NY. Ha sido más escritor de guiones que de literatura, hasta hace alrededor de 20 años que comenzó escribiendo cuentos, tanto infantiles como para adultos, y una novela que no acaba de terminar, según dice.
TonyRUANO
Preludio No existe la nota que perturbe el alba,
Tony Ruano: Lennon
Musa
ni apague el encanto que subyuga el alma, cuando gana el patio y en romance avanza, triunfante el preludio que tu musa graba. La música inunda la zona encantada
Apenas te imagino y la fuerza de mil rayos se apodera de mí. Un trueno mudo se deshace en el espacio y baja ensordecedor, para manifestarse en versos.
y el piano versátil las notas desgrana, bese ya tus dedos que tejen el alba.
Te amo, y es suficiente para poseer toda la energía del Universo, derramarla en tu vientre,
Romance en tus manos, el piano, tu entraña,
y hacerme eterno.
para que la fuente, con chorros de plata,
las losas del patio, tu musa y mi alma.
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mansas aguas sobre las playas y sin alarde de espuma blanca simula el fin de una jornada. Lago transparente. Espacio cerrado, sin meandros ni afluentes visibles que circulen sus aguas. Subterráneo mundo de cavernas, manantiales… manto acuático. Embalse insomne que alimenta de lluvia y evapora con soles su sangre de plata. Universo enclaustrado de peces y algas. Paraíso de ensueño, reproducción y caza. Mutable escenario de estaciones complejas. Reflejo de vida que cambia y avanza. Espacio limitado, por riberas marcadas, que fluye callado en simulada calma.
Tony Ruano. Cats
La brisa del este La brisa del este corre sobre el lago marcando ondas en las quietas aguas. ¿Ondas… ¿Olas… ¿Agua corriente o estancada? La brisa del este empuja las
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Al igual que el lago responde mi alma a brisa de amores que del este avanza y la empuja suave, para que me embruje y robe mi calma. Entra por mis ojos, oídos y olfato, el tacto y el gusto, como bocanada de aire que aspiro. Confunde mi mente. Recorre mi cuerpo. Domina mi alma… Espacio limitado de músculos, huesos, glándulas, cartílagos, membranas… irrigado de sangre, que los impulsos comanda. Perfecta armonía que sin razonar responde a la orden de perpetuar el alba y planta en tu vientre la energía de amor que avanza. ¡Intensa vida del lago, en su aparente calma!
Canto a tu piel Olfateo tu presencia que se acerca. Percibo la fragancia en el ambiente. Colmena castrada a fierro candente Hervor de miel fundida. Te sé cerca. Capricho pertinaz, locura terca, me obliga a distinguirte entre la gente. Aroma de tu piel, onda creciente, domina mis sentidos y los cerca. Moldea tu piel tu cuerpo: bronce y oro, con gracia cincelada, escultural. Hermosa piel, anhelado tesoro, de herencia refinada y ancestral. Permíteme tragarme, poro a poro, de un solo trago tu piel virginal.
Tony Ruano. Narrador, poeta, periodista, y pintor. Ha publicado varios libros. Los poemarios: El amor a pesar de los intentos, Miami, FL, 2001; Un canto, la vida sutileza del contorno, Miami, FL, 2001; Forma de ser, Rosario, Argentina, 2003; Mi pueblo, más allá de la nostalgia, Miami, FL, 2004; Regalo de Aniversario, Miami, FL, 2007; y Once Poemas a la Cándida Rosa, Miami. FL, 2010. En narrativa: Fábulas para gigantes (Literatura para niños), Cincinati, OH, 1998; y en economía y finanzas: Bienes raíces, Miami, FL, 2002. Recientemente publicó Crimen en Lombardo Street, novela de suspenso, que se ha convertido en un clásico del género. Reside en Miami, Florida.
María Eugenia Caseiro COLORATURAS "Este libro, distinguido por la actitud lírica y engalanado por la elegancia del estilo, nos convence de que la belleza no tiene límites. “Coloraturas”, se suma con honores a la obra de la Caseiro y también al canon de nuestra literatura cubana, marcada por la excelencia, y que ha llevado a esta mujer que anda en estos trajines literarios desde los once años, a integrar la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía, y a recibir innumerables reconocimientos por su obra, que ha sido traducida a varios idiomas." Rebeca Ulloa
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Ana Cabrera Vivanco La voz del silencio / Prefacio 26
Luis Felipe Ruano:El ángel de los trovadores
Al comienzo del año 1992, conocer a Dulce María Loynaz personalmente me parecía un sueño inalcanzable. Aun hoy me parece estar soñándolo y no consigo del todo aceptarlo como una realidad. Por entonces yo estaba enfrascada en la batalla de escribir lo que se dice en serio y entendía algo más que serio no ya el empeño de escribir sino mi pretensión de acercarme a la poetisa. Conocía parte de su obra: poca para ser justos y quizás ni siquiera lo mejor de su poesía. Pero esos pocos versos suyos me habían ya calado hondo y exaltado la imaginación de mi primera juventud. Más que la poeta en sí, me intrigaba la mujer que tuvo la osadía de escribir a TukAnk-Amen, una carta de amor que a mi juicio inmortalizó a la “exquisita criatura”, más allá de los mitos orientales y las cenizas cuatro veces milenarias. Muchos al leer la carta habrán siso atrapados al igual que yo y habrán recibido como yo, esa impresión sobrecogedora, mezcla de asombro, imposibilidad, ternura y desolación que nos deja la lectura del poema, pero sobre todo, probablemente, habrán sentido el apremio de descubrir a la autora, de penetrar la personalidad y el alma de aquella muchacha que, con solo 26 años, fue capaz de escribirla y conmovernos haciéndola trascender generación
tras generación sin que perdiera un ápice de su encanto inicial. —No, no fue Cervantes sino Tuk-Ank-Amen quien me trajo hasta usted —le dije—, la tarde que la conocí, cuando con el bastón en ristre me anunció que no le interesaba en lo absoluto el proyecto que venía a proponerle: reunir a las mejores poetisas hispanoamericanas para escribir sobre ellas. —Usted está aquí, porque me dieron el Cervantes —me dijo—. De no ser así no habría venido a verme. En cuanto a las poetisas dejó claro que nadie había vuelto a pensar en reunirlas desde el 4 de abril de 1951, cuando ella les dedicó su discurso de entrada a la Academia Nacional de Artes y Letras, titulado precisamente así: Poetisas de América. —No viene al caso ocuparse de eso ahora. Desde 1951, ¡figúrese! Ha llovido mucho desde entonces. ¿No le parece? La entrevista estaba terminada y con ella quedaba trunca la investigación que había iniciado hacia alrededor de un año en la Biblioteca Nacional. Restaba solo despedirse. Afuera llovía a cantaros. Pensé que la tarde se afligía con mi tristeza sin esperanza de escampar. Pero en vez de despedirme se me ocurrió decir algo, y lo dije por decir, como si hablara apenada de mí misma —En el año 1951 yo estaba recién nacida. No sabía ni leer ni escribir. Me sonrió con picardía. Con esa sutil picardía que retuvo en su sonrisa hasta el final y quedó recogida para siempre en las que fueron sus últimas fotografías. —Discúlpeme estoy prácticamente ciega, no distingo la edad de mis visitantes. Y a propósito, ¿usted cree que ahora si sabe escribir? —Lo estoy intentando seriamente. Respondí alebrestada por el giro que cobraba la conversación. Por largo rato hablamos de las poetisas: de la “excelsa Tula”, como llamaban a nuestra Gertrudis Gómez de Avellaneda, me contó anécdotas de Gabriela, de su encuentro con Juana en Uruguay, de la trágica muerte de Alfonsina y el misterioso final de la más grande de todas, la que ella siempre ponía por encima de todas las demás. —¿Dice usted que tiene a Delmira concluida y le gustaría leérmela? Yo asentí entusiasmada. —Sabe yo soy muy sincera. Aparte de escribir, ¿a qué otra cosa se dedica en su casa? —Friego cazuelas —le dije, pensando que, de todos los quehaceres de la cocina, fregar resultaba el más ingrato. —Pues bien quedamos en lo siguiente: Usted me trae a Delmira. Si me gusta como escribe, comenzamos el trabajo y la dejo escribir mi biografía. Si no, ya sabe: puede volver a sus cazuelas. Así fue que empezó todo. Un todo que se me fue de las manos, que traté de resumir en un libro sin saber, que la empatía y la amistad no se recoge en un título ni se encierra entre carátulas. Cuesta mucho expresar mis impresiones con palabras, cuesta ordenar los recuerdos y sobre todo trasmitir a través de esos recuerdos, lo que significó para mí trabajar con Dulce María
Loynaz. Nunca he sido dada a contar con facilidad cosas que de algún modo van con uno, impresas en la retina y más que todo sentidas muy adentro. Debo decir con toda sinceridad que al principio me lo tomé como un reto, sabía que estaba atravesando una situación privilegiada, una experiencia irrepetible en mi vida y eso probablemente me espoleaba, o más bien me sostenía, porque he de decir también sinceramente que en más de una ocasión estuve por desandar lo ya andado y declararme vencida, echándolo todo a perder. Llegué al punto de creer que era preferible incluso dedicarme a mis cazuelas. La propia Dulce María se encargó de dejar claro lo que esperaba de mí o, mejor dicho, lo que me esperaba a mí si quería escribir de ella. —Escriba con ecuanimidad, diga solo lo que siente, y no haga un libro largo. Ya sé que mi vida es larga y que hay mucho que contar, pero si escribe de más, corre el riesgo de perderse en halagos y frases admirativas que no se ajustarían a la verdad. —¿Cómo quiere que resuma sus noventa y tantos años en menos de doscientas cuartillas? —Exprima toda mi vida, extráigale el zumo como si fuera una naranja. Ya lo hizo con Delmira, ¿qué diferencia hay conmigo? —No es lo mismo, usted lo sabe. Delmira vivió solo veintiséis años, y yo no la conocí. Usted en cambio… —Piense en lo de la naranja. Ya verá como le sale.
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Por cierto, hoy es jueves. ¿Qué le parece si el martes de la próxima semana me trae ya el primer capítulo? Que no nos coja la noche leyendo, ya sabe, los apagones no perdonan ni el Vedado. Pero a medida que pasaban los meses, y nos íbamos adentrando en el trabajo y ganando confianza, los días comenzaron a acortarse, las tardes hacerse más plácidas y las noches a tomarnos desprevenidas, sumiéndonos de súbito en total oscuridad. Debo decir que los apagones en casa de Dulce María cobraban un efecto mágico. Los pinos que rodeaban el desolado jardín, oscilaban agigantados por las penumbras, los gajos secos y negros sombreaban las ventanas y la estatua de mármol del portal, amedrantaban a la luna con su tronco mutilado de lividez fantasmal. El ambiente se tornada sobrecogedor, alucinante al extremo de sentirse identificada con “Los “sobrevivientes”, película de Gutiérrez Alea. En la sala, la figura menuda de Dulce María, se reflejaba bajo el resplandor titilante de las velas, recostada al butacón. Se diría que venía de otro tiempo, o tal vez era que el tiempo no contaba en la sala. Yo tenía la certeza de que sus manos flotaban, que eran un par de alas blancas revoleteando en las sombras. Fueron
las únicas noches de mi vida que bendije un apagón. No solo porque me retenía en su casa prolongando la entrevista, sino porque hacía el momento más íntimo y propicio a confidencias y en aquellas confidencias estaba lo mejor del zumo: toda ella misma. Poco a poco se me iban revelando facetas de su persona que no podía suponer. A veces podía llegar a ser más dulce que su propio nombre, otras, ocurrente y sagaz, dependiendo de la situación o el tema que se abordara. En más de una ocasión me demostró su amistad temiendo por mi salud, y por lo mucho que podía afectarme escribir de madrugada. Yo le respondía siempre citando el poema número III de sus Poemas sin nombre: “Solo clavándose en la sombra, chupando gota a gota el jugo vivo de la sombra se logra hacer para arriba obra grande y perdurable”. —¡Hija, pero no hay que exagerar! ¿Qué hace para mantenerse en vela, beber café? Porque no vaya a decir que le basta con el jugo de las sombras. —Tampoco alcanza el café. Así que recurro a la
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albahaca, me paso las madrugadas en blanco tomando tisanas de albahaca. Tengo pelada la matica del patio, pero sienta bien y la musa lo agradece. La risa brotaba espontanea, en medio de la conversación, nos servía siempre de bálsamo y era también un recurso al que solíamos apelar, para dejar atrás los temas álgidos, dolorosos y sensibles que inevitablemente nos tocaba abordar. No era Dulce María, mujer de lágrima fácil. Creo que nunca lo fue, ni siquiera en los momentos más duros, cuando su mundo se vino abajo y quedó sin asideros: a solas con su soledad. Solamente una vez la vi sacarse los lentes para secar los cristales que empañara la emoción. Fue la tarde que me habló de aquella rosa verde que Pablo le regaló en Canarias. —Estaba recién abierta, bañada por el rocío y a mí me dio por creer que aquella rosa era única en su especie y había nacido solo para mí. A pesar de lo mucho que le agradaban las flores siempre se negó a aceptármelas. —¿Para qué me trajo rosas? —me decía entristecida— . Las rosas son para regalar los ojos, y usted sabe que los míos apenas las puedan ya disfrutar. Yo permanecía callada, recogía las rosas de su regazo y las acomodaba a mi modo en el búcaro que tenía frente a la imagen de la virgen de la Caridad, la santa patrona de Cuba, la que según me contaba había guiado a su padre y a las tropas mambisas en la manigua. En los años que permanecí trabajando con Dulce María no dejé pasar un día sin implorarle a la santa. No podía suponer que Dulce María también me incluía en sus plegarias. No lo supe hasta algún tiempo después, una mañana inolvidable de diciembre. Ese día, muy cerca ya de concluir el libro, trabajamos intensamente. Estaba pronta a marcharme cuando ella me tomó las manos de repente, apretándolas con fuerza entre las suyas y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, dijo: —¡Qué Dios le conserve la inspiración hasta poner el punto final a su obra! Tanto le quise decir, que no alcancé a decir nada. Lo único que atiné fue a retener por un instante más sus manos entre las mías y a despedirme besándola en la frente. Sé que ella me entendió… Hay momentos en la vida en que sobran las palabras. Ni siquiera cuando se fracturó la cadera aceptó interrumpir las sesiones de trabajo. Me recibía en su cuarto, y aún postrada en su cama, con los párpados entre cerrados hacía acopio de entereza para no perder ni un ápice de la lectura de mis textos. Fue allí, en la intimidad de su habitación, cuando estrechamos los lazos que habrían de unirnos para siempre, fue allí, donde empecé a valorar sus condiciones humanas, a reconocer la gran mujer que residía en sí misma y que ella misma, al igual que su vieja luna, se encargó de relegar en sombras. Fue allí, que gané a la amiga, fue allí que también ella se ganó mi amistad y como amigas nos tuvimos desde entonces. Desistí de llevarle flores. Cambié las rosas por el chocolate que sí podía disfrutar. El chocolate era un lujo que no podíamos permitirnos los que vivíamos de un sueldo y
cobrábamos en moneda nacional. Pero yo lo procuraba hasta debajo de las piedras. Me encantaba la sonrisa de complicidad que le asomaba a los ojos cuando la sorprendía con unos cuantos bombones en Navidad o el día de su cumpleaños. No pasó por alto la sutileza de aquel cambio en los regalos, y trató de disculparse. —No vaya a tomarme a mal lo de las flores. Aprecio mucho su gesto. No es solo por lo de la vista, ¿sabe? Es que las rosas le pertenecen a Pablo. Tráigamelas cuando yo ya no esté. Las últimas rosas se las dediqué el día que tomé la decisión de despedirme para siempre de su casa. No sabía que poco tiempo después me tocaría a mí también despedirme de la mía, renunciar a todo lo mío y partir de mi patria en un viaje sin regreso. La sala estaba vacía, pero retenía misteriosamente su presencia. María del Carmen, su sobrina, se encontraba enfrascada en la mudanza. Había conservado la casa como si fuera un santuario. Todo estaba en su lugar: El sillón junto a la ventana de la cocina, la musa de mármol, descabezada en el portal, el bastón descansando igual que siempre, sobre el enorme butacón de pana descolorida, la pequeña comadrita donde yo solía sentarme a leerle los capítulos de La voz del silencio. Tenía siempre la impresión de que iba a aparecer de repente, vestida con su bata blanca, saliendo de la cocina o de aquella habitación de los bajos donde me recibió tantas veces. Las rosas se habían musitado en mis manos mientras yo repasaba el salón con la vista. Sabía que lo estaba viendo por última vez y quería que nada se escapara, que cada recuerdo quedara grabado en mí para siempre. No sé cuánto tiempo estuve recopilando vivencias. María del Carmen había tenido la delicadeza de dejarme a solas y se hallaba atareada recogiendo en el fondo de la casa. Empezaron a salírseme las lágrimas. No quería que María del Carmen me sorprendiera llorando y me apresuré a poner las rosas ajadas en el búcaro de porcelana blanca, junto al cuadro de una Dulce María risueña, que recibía el Cervantes de manos del Rey de España. Las rosas eran un desastre, pero yo me recompuse como pude y me fui a la cocina en busca de María del Carmen. Apenas intercambiamos palabras mientras bebíamos el café. Recuerdo, eso sí, haberme lamentado por lo de las flores. —Debí desecharlas —dije—. Lucen como yo: afligidas, y marchitas. María del Carmen se levantó para acompañarme hasta la puerta. Nunca he logrado explicarme el porqué de aquel pronto que me entró de volverme a la sala y darle un último vistazo. Nos quedamos sobrecogidas de estupor. Las rosas se habían erguido en el búcaro y estaban todas abiertas, envanecidas de su frescura inusitada.
Ana Cabrera Vivanco, escritora y periodista cubana, nació en La Habana en 1950. Estudió Periodismo en la Universidad de La Habana y al finalizar la carrera trabajó como articulista y reportera en el diario Juventud Rebelde. Su primer libro vio la luz en el año 2000 en forma de una biografía novelada de Dulce María Loynaz, La voz del silencio. A éste le siguieron otros éxitos de narrativa como Las horas del ama y Las cien voces del diablo. 29
Luis Alberto
Figueroa Re-cuento
Si les cuento mi historia Pueden mal-interpretar desastres Que comenzaron un juego Suelto en los caminos Seguidos por dioses. Todo ha sido así, Y lo tengo presente soy niño imberbe Adolescente Joven Maduro Viejo entumecido Corro por los andariveles espaciales Perplejo de tiempo Por sobre todas las cosas/ soy un hombre , cuando pequeño mis padres lo quisieron Así me hicieron.
Fin de la tarde Hacer el amor en cada turno calculado sobre la esperanza rompe olas contra muros del insaciable silencio une la mañana al grito estridente de un vendedor Perdido entre sus pregones y la falta de claridad Quien no puede imaginar cuanto hacemos por la vida antes de abrir el hogar a las marañas del nuevo día que lo envuelven y lo desandan una y otra vez Por las entendederas de un apocalipsis cotidiano Con doble sentido del humor, extraño canto adocenado que a veces se pierde en la tristeza armada de fuego sin entendidos ni mala fe contra la paz y la libertad de sentimientos desperdiciados en una tarde de mayo terminando la faena constructiva del tiempo .
La ronda Todos los niños tienen una idea hacen un ruido diferente forman la sonata escolar sienten los sueños re- vertidos sobre sus lucidos pensamientos se van a cantar con la ventura de abrir las espaldas al horizonte palaciego del mar de un mundo que los avienta hacia la soledad humana ellos se oponen, se imponen nos acompañan y van a disipar juego de nostalgias en una acción didáctica a veces con dulce voz cantan.
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Hilda Vidal
Ultimátum Viandante consuetudinario de locas verdades en medio de una comedia tradicional /viacrucis/ abiertas las piernas, cerrado el entendimiento terminación consecuente con frases fabricadas cuando te dicen la última posibilidad de vida -¡Ven a mí!.
Luis Alberto Figueroa (Cuba, 1945). Poeta, historiador, pintor, miembro de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Reside en Pinar del Río, Cuba.
IVÁN ACOSTA SOBRE EL PRIMER CONGRESO DE LITERATURA CUBANA EN EL EXTERIOR En diciembre de 1973, a solo un año de haberse fundado el Centro Cultural Cubano de Nueva York, se nos ocurrió organizar el Primer Congreso de Literatura Cubana en el Exterior. El vice presidente del CCCNY, Omar Torres, y yo, nos pusimos en contacto con los ilustres académicos Eugenio Florit, Oscar Fernández de la Vega, Julio Hernández Miyares, Alberto Gutierrez de la Solana, Carlos Ripoll, Humberto Piñera, Rosario Rexach, Andres Valdespino, Leonel de la Cuesta, Carlos M. Raggi, Mercedes García Tudurí, entre otros. Estas personalidades del mundo académico literario se unieron para servir en el comité de asesores literarios.
El congreso tuvo una duración de tres intensos días. A pesar de muchas amenazas y zancadillas de parte de agentes de la Misión de Cuba en las Naciones Unidas, el congreso se llevó a cabo con éxito rotundo. El Synod Hall de la majestuosa Cathedral Church of St. John the Divine, al lado de la Universidad de Columbia, sirvió de sede para realizar los encuentros de los ponentes y mas de 500 personas que asistieron a tan histórico evento. Durante el congreso, miembros de la directiva del CCCNY, tuvimos el honor de entregarles Diplomas de Reconocimiento a los legendarios escritores: Lydia Cabrera, Eugenio Florit, Lino Novas Calvo, Agustín Acosta, Carlos Montenegro, Mercedes García Tudurí, Rafael Estenger y Marcelo Salinas. A nombre de la directiva del Centro Cultural Cubano de Nueva York expresé el mas sincero agradecimiento a los distinguidos profesores Julio Hernández Miyares, Oscar Fernández de la Vega y Alberto Gutierrez de la Solana, cuya ayuda y sabios consejos fueron indispensables para lograr llevar a cabo el PRIMER CONGRESO DE LITERATURA CUBANA EN EL EXTERIOR. (Exilio). Hasta el día de hoy, nunca se ha celebrado un congreso de literatura cubana de esta magnitud, ni en Cuba ni en el exilio.
Iván Acosta, dramaturgo y cineasta cubano, autor de “El Super”, llevado exitosamente al cine. Fue el Primer Presidente Electo del Centro Cultural Cubano de New York. Luis Felipe Ruano: Casablanca
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Maira Landa Las penitentes Capítulo 1 Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Ortega y Gasset Había sido un día intenso para Andrea, de esos en que todo sale al revés. Estaba exhausta, deseosa de llegar a su apartamento para darse un baño, comer algo y meterse temprano a la cama, aunque fuera para luchar contra los pensamientos que le ahuyentaban el sueño. Se sentía sola por la ausencia de Mauro. A pesar de que los elementos tangibles de su vida no habían cambiado, le parecía que estaban vacíos, huecos por dentro, igual que ella. Pasaba las horas tratando de distraerse con cualquier cosa que apareciera, pero al final, daba lo mismo. Cuando comenzaba a reponerse de la muerte de su madre, también lo había perdido a él. El calor era agobiante y se agravaba por la masa inmisericorde de turistas que parecían invadir la ciudad: el Coliseo, el Mercado de Trajano, el Foro... “¿Es que no pueden ir a otra parte? Lo peor es que dejan una cantidad impresionante de basura por todos lados”, pensó. Para colmo, esa tarde un chico había intentado robarle la cartera. Abrió la puerta y, sin prender la luz, se dirigió a su dormitorio. Con pereza, se deshizo de la ropa hasta quedar desnuda. En medio de la penumbra, miró al espejo con cierta molestia; sintió la desolación en su cuerpo y se preguntó de dónde sacaría el ímpetu para continuar. Dejó correr el agua en la bañera. Se sumergió largo rato en el sopor de su tibieza, como si así aliviara su realidad. Cerró los ojos y se transportó a tiempos idos, a risas irrecuperables. Luego de un rato, abrió los ojos y, como si de un manotazo ahuyentara los recuerdos, se preguntó cómo se sacudiría ese luto que la abrumaba y no la dejaba vivir en paz. Se levantó con brusquedad y secó su piel. Envuelta en su bata, descalza, sintió la punzada del hambre en el estómago. Se dirigió a la cocina en medio de la penumbra y sonrió al recordar las múltiples veces que Mauro la regañaba por andar a oscuras, apenas alumbrada por las luces que se colaban intrusas por las ventanas. Añoró las magdalenas prusianas que tanto les gustaban, y que solían mojar en té caliente mientras conversaban en la cocina. Preparó una taza, que acompañaría con unas galletas y algo de queso, a falta de las magdalenas. De regreso a la sala, se dejó caer con pesadez en el sofá. Con la vista fija en la puerta, se preguntó: “¿Y si él entrara sonriente, si lo viera venir hacia mí y pudiera contestarle aquellas últimas preguntas que me hizo instantes antes de que la pesadilla comenzara?: “¿Fuiste hoy al Museo Capitolino? ¿Te dijeron cuándo comenzamos a restaurar las obras? Debiéramos comenzar por el fresco de la Madonna y el niño, el d´Assisi que está en la
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bóveda de la capilla”. Andrea se torturaba al culparse del terrible desenlace de la vida de su esposo. ¿Por qué no me di cuenta antes del monstruo que se había instalado en su cerebro?”, era la pegunta incontestable. “¿Por qué no fui capaz de salvarlo?”. Poco a poco, su marido perdía las palabras, olvidaba los planes que tenían, sus neuronas morían sin que ella pudiera hacer otra cosa que estar a su lado y amarlo. La realidad le dio una nueva sacudida y se dispuso a comer con desgano lo que había preparado. Su vista tropezó con una sombra ajena en el piso. “¿Qué es eso?”, se preguntó, y prendió la luz de la lámpara al lado del sofá. “¡Un sobre!”. Era evidente que alguien lo había deslizado por debajo de la puerta, pero ¿cómo?, ¿cuándo? Para subir a su apartamento, tenía que haber pasado por delante del portero y registrarse. Además, el ascensor se activaba solo con la llave de cada residente. Al entrar no se dio cuenta de que hubiera algo en el piso. Estaba oscuro, pero tampoco sintió haberlo pisado. “Alguien debe haberlo dejado mientras me bañaba”. El sobre era cuadrado, elegante, azul pálido; la caligrafía, de rasgos pequeños inclinados y en tinta azul oscura, decía: “Sra. Andrea Racciatti”. “¿De quién será?”. Lo abrió con manos temblorosas. Dentro, un papel de gran calidad, doblado en dos, la misma tinta, los mismos trazos y un mensaje: Andrea, no me conoces, pero fui muy amiga de tu madre. Después de meditarlo durante mucho tiempo, creo que debes saber algo de gran importancia que te in cumbe. En el centro geriátrico La Annunziata de Buenos Aires hay una interna austriaca, de nombre Renata Schulze. Está muy mayor, ve a verla antes de que sea tarde, dile que te cuente sobre Klara. Después que la hayas visitado, volveré a comu nicarme contigo. ¿Irma Müller? Nunca había escuhado ese nombre. Además, su madre no tenía amigas, decía que no tenía tiempo
para socializar. “Su vida consistía en cumplir con su trabajo y dedicarse a papá y a mí. ¿Una broma de mal gusto? ¿Cómo llegó este sobre hasta aquí?”. R e gr e s ó sobresaltada al sofá. “Tienes que serenarte, Andrea, estás muy sensible, así no vas a poder pensar con claridad. Lo que sea tendrás que averiguarlo”, le dijo su voz interior. “¿Cuál será el asunto de tanta importancia que dice el mensaje? ¿Por qué tengo que indagar sobre esa Klara? ¿Quién será Renata Schulze, la mujer a quien debo ver? ¿Quién es Irma Müller, que dice haber sido amiga de mi madre?”. Después de llamar al portero, se dirigió al balcón y estuvo un rato con la vista fija en las luces titilantes de la milenaria Roma, mientras las interrogantes inundaban su cabeza e intentaba en vano ordenar sus ideas. Se acercaba la medianoche y, con la diferencia en horario, en Buenos Aires era más temprano. Buen momento para llamar a Valentina ??? —Valentina, soy yo. —Andrea, qué sorpresa. ¿Pasa algo? —Disculpa, tengo que contarte algo que me acaba de suceder...—dijo Andrea, de manera Hilda Vidal. Es así y nada más atropellada. —Anda, dime, ¿qué sucede? —Hace un rato alguien deslizó un sobre por debajo de la puerta de mi apartamento. Dentro había una nota muy extraña. Estoy muy confundida. —¿Por qué dices eso? ¿De quién es la nota? —Escucha y dime qué te parece —Andrea procedió a leer el contenido del mensaje a su amiga, quien escuchaba en silencio. —¿Estás segura de que no sabes quién es esa mujer? Parece que ella sí sabe quién eres tú, y hasta dónde vives. Si, como dice, fue amiga de tu madre, es poco probable que no sepas quién es ella. Trata de recordar... —No tengo idea de quién es ni de lo que quiere. Mamá nunca mencionó ese nombre, estoy segura. Ella no
tenía amigas, tú la conociste. —¿Preguntaste al portero quién había subido? —Fue lo primero que hice. Lo acabo de llamar y me aseguró que nadie se registró para venir a mi apartamento. Es un hombre muy responsable, siempre está atento a quienes entran al edificio. Lleva muchos años a cargo de la portería, te aseguro que no se le escapa nada ni nadie. —Quizás se quedó dormido o fue al baño. Andrea guardó silencio por unos segundos y luego dijo: —Quiero pedirte un favor. Necesito que llames o, si puedes, que vayas al sitio que menciona la nota y que averigües si esa persona está interna allí, además de toda la información que puedas conseguir. Si es cierto y determinamos que vale la pena, iré a Buenos Aires para ver de qué trata este asunto. De todas maneras, como ya te había dicho, tengo que ir para resolver algunas cosas pendientes de mamá y tal vez poner en venta su apartamento. —Cuenta con mi ayuda, como siempre. Además, puedes quedarte conmigo, lo sabes. —Gracias, querida, te lo iba a preguntar. El apartamento de mamá está alquilado y no quisiera quedarme en un hotel. Además, te necesito en estos momentos. Estoy muy golpeada todavía por la ausencia de Mauro y me siento muy sola. Te confieso que este asunto del sobre me ha perturbado un poco. —No te preocupes y tranquilízate. Mañana viernes estaré complicada con algunas reuniones importantes de trabajo y voy a terminar tarde, pero te prometo que voy sin falta el sábado temprano, a ver qué averiguo. Dame el nombre de la mujer y del sitio donde se encuentra. —Renata Schulze, en el centro geriátrico La Annunziata. No dice la dirección, solo que es en Buenos Aires. — No debe ser difícil conseguir dónde queda. — Por favor, mándame un correo electrónico tan pronto sepas algo. Sabía que podía contar contigo. Mil gracias, querida. S e despidieron como de costumbre, como si aquella conversación fuera una más de sus tertulias juveniles de cuando estudiaban juntas. ??? Aunque la intrigaba, el incidente de la carta parecía disipar un poco el círculo de tristezas y desapegos en el que Andrea se encontraba. Dos días más tarde recibió noticias de Valentina. From: Valentina Scala [scala@gmail.com] Sent: August 9, 2000 To: Andrea Racciatti [racciatti.andrea@gmail.com] Subject: Visita a Renata Schulze Hola, Andrea, hoy fui al centro geriátrico. No queda lejos de mi apartamento. El lugar queda cerca de una confitería a la que voy a menudo. Renata Schulze está allí; es austriaca, tiene como ochenta años, es una exmonja y su nombre de religiosa era sor Brigitte. Nadie la visita, parece
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que no tiene familia. La monja que me atendió estuvo suspicaz al principio y me preguntó por qué me interesaba por ella. Le contesté que tenemos conocidos en común. Me dijo que es muy parlanchina, pero que a veces confunde las fechas y se desorienta. Puede ser que tenga algún tipo de demencia, pero no me atreví a preguntárselo. No hablé con la anciana, pero la vi de lejos y está en silla de ruedas. ¿Sabes si tu mamá estudió en un colegio de monjas en Austria o si tuvo alguna relación con ellas durante su niñez o de joven? Dime qué quieres hacer. From: Andrea Racciatti [racciatti.andrea@gmail.com] Sent: August 9, 2000 To: Valentina Scala [scala@gmail.com] Subject: Visita a Renata Schulze A principio hasta llegué a pensar que era una broma, pero ahora que comprobaste que esa mujer existe y que está interna en ese sitio, creo que debo visitarla para ver si logro saber de qué se trata. De todas maneras, voy a adelantar mi
viaje a Buenos Aires. Creo que me vendría bien pasarme unos días contigo y cambiar de aire. Sabes que mamá era muy reservada. Nunca hablaba de su niñez y juventud en Austria. Ella era judía, así que no la imagino en un colegio católico. Su posible relación con una monja debe tener otra explicación. Tal vez se conocieron en algún momento. From: Valentina Scala [scala@gmail.com] Sent: August 9, 2000 o: Andrea Racciatti [racciatti.andrea@gmail.com] Subject: Visita a Renata Schulze Recuerdo a Cecilia con mucho cariño. Cuando Beatriz y yo íbamos a estudiar a tu casa, siempre nos tenía aquellas galletitas de pasas y avena que horneaba para nosotras. Nunca he podido olvidar el olor que se esparcía por todos lados. ¡Qué sabrosas eran! Creo que nunca se repuso de la muerte de tu papá. Disculpa, no quiero ponerte más nostálgica. Nuestra generación también recibió el impacto de la guerra a través de nuestros padres. También
ILUSTRAN ESTE NÚMERO Luis Felipe Ruano Elvira de las Casas Escritor y pintor cubano, nacido en 1961, residente en
Escritora y artista plástica nacida en Cuba en 1955, residente en Miami. Ha publicado tres libros, y es nuestra escritora invitada de este número de Primavera 2019.
IS RECUERDOS DE HEBERTO PADILLA Mario Rivadulla
A Heberto Padilla lo conocí en su natal Pinar del Río, a inicios de los años cincuenta. Me encontraba en trajines de oratoria proselitista para el opositor Partido Ortodoxo, del cual había llegado a ser en demasiado breve tiempo, prematuro e inexperto dirigente nacional. En apretado itinerario provincial, el recorrido político de nuestro grupo culminó en su urbe capitaleña. Allí, en el salón del único hotel de cierta importancia conque entonces contaba, nos esperaba un limitado aunque representativo auditorio de activistas. Yo era uno de los oradores programados. Por entonces mi discurso alardeaba de ser juvenil y agresivo, una reiterada diatriba contra el gobierno de turno, entonces 34 presidido por Carlos Prío Socarrás.
La Habana. Ha realizado numerosas exposiciones personales, pues es un artista que trabaja intensamente, tanto la poesía, como la pintura. Entre las galerías en que ha expuesto están las del Hotel Vista al Mar, Orígenes, Hotel Inglaterra, Hotel Cohiba en La Habana, y otras en Chile y en París. Ha publicado varios libros de poesía y ensayo, y su obra toda es una muestra importante de talento y dedicación.
nosotros fuimos víctimas y a eso no se le ha dado la importancia que tiene. En algún momento te contaré algunas historias sobre mi familia. Dime cuándo vienes. From: Andrea Racciatti [racciatti.andrea@gmail.com] Sent: August 9, 2000 To: Valentina Scala [scala@gmail.com] Subject: Vuelo Alitalia tiene un vuelo el martes, que llega a las siete de la noche. Si te conviene el día y la hora, hago las reservaciones enseguida. Gracias por tu ayuda. Eres mi amiga, con la que siempre puedo contar. From: Valentina Scala [scala@gmail.com] Sent: August 9, 2000 To: Andrea Racciatti [racciatti.andrea@gmail.com] Subject: Te recojo en el aeropuerto... Perfecto, te iré a buscar al aeropuerto. Recuerda traer ropa abrigada, hace bastante frío. Te equivocas, no somos amigas, sino hermanas.
Hilda Vidal Nació el 13 de agosto de 1941 en La Habana Desde pequeña se interesó por la pintura tal vez por la influencia de su madre quien quiso estudiar en San Alejandro y su abuela no la dejó Tras el bachillerato, matriculó en la prestigiosa American Academy de diseño de moda y decoración de interiores de Lilí del Barrio. En 1973 conoció a Manolo Vidal quien le ayuda a iniciarse dentro de la pintura y de hecho es decisivo en su carrera, además de convertirse en su compañero de vida. Desde entonces y hasta la fecha cuenta con decenas de exposiciones personales y colectivas tanto nacionales como internacionales.
Maira Landa nació en La Habana, y desde hace años reside en San Juan, Puerto Rico. Es escritora, gestora cultural, empresaria y líder cívica. Maestría en Creación Literaria y Bachillerato en Administración Comercial. Presidenta de la Junta de Directores y organizadora del Primer Festival de la Palabra 2010, al que asistieron mas de 63 escritores internacionales. Ha presidido varios jurados de novela. Su novela Concierto para Leah fue seleccionada en quinto lugar en el Premio Planeta 2009, entre 491 novelas provenientes de 26 países. Además recibió el Premio Nacional de Novela del PEN CLUB Internacional, por la mejor novela publicada en Puerto Rico en 2009. Las penitentes, su más reciente novela, apareció en noviembre de 2018 y fue recientemente presentada en Miami
Tony Ruano Narrador, poeta, periodista y pintor autodidacta, nacido en Cuba, ha expuesto su obra en diversas galerias y publicado varios libros, entre los que se destaca su novela Crimen en Lombardo Streeet, publicada también en inglés, y que es su libro más popular. A los 55 años comenzó a pintar y desde entonces su vida cambió para siempre. Vive en Miami, Florida.
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MarioRivadulla Mis recuerdos de Heberto Padilla* A Heberto Padilla lo conocí en su natal Pinar del Río, a inicios de los años cincuenta. Me encontraba en trajines de oratoria proselitista para el opositor Partido Ortodoxo, del cual había llegado a ser en demasiado breve tiempo, prematuro e inexperto dirigente nacional. En apretado itinerario provincial, el recorrido político de nuestro grupo culminó en su urbe capitalina. Allí, en el salón del único hotel de cierta importancia conque entonces contaba, nos esperaba un limitado aunque representativo auditorio de activistas. Yo era uno de los oradores programados. Por entonces mi discurso alardeaba de ser juvenil y agresivo, una reiterada diatriba contra el gobierno de turno, entonces presidido por Carlos Prío Socarrás. Heberto me precedió en el uso de la palabra. Yo no le había visto hasta entonces. Un par de años más joven que yo, pero con unos espejuelos de miope muy parecidos a los que yo portaba, con aire un tanto ausente se acercó al
micrófono. Desde que pronunció las primeras palabras, supe que estaba en presencia de alguien dotado de una cultura y talento que sobrepasaba con mucho los estrechos límites provincianos. Su discurso absorbió la atención de todos con una cascada de expresiones conceptuosas arropadas por hermosas imágenes poéticas, como antes solo había escuchado de labios del dirigente estudiantil Jorge Valls, una de las figuras más sobresalientes y límpidas de la joven generación cubana del medio siglo. Luchador incansable contra Batista a partir del fatídico 10 de Marzo, su posterior enfrentamiento a Fidel, ya con éste en el poder, le costó ver atrapados sus muchos talentos y virtudes en el presidio político por espacio de veinte interminables y sufridos años que padeció con gran estoicismo. Cuando Heberto finalizó su intervención, me había dejado la tribuna restallante con las brillantes luces de su rica oratoria. A duras penas pude salir indemne de mi compromiso, apelando al mil veces apelado recurso de volcar sobre el gobierno la culpa de todos los males del país. Luego del acto busqué la aproximación con Heberto. Entre ambos se estableció una inmediata corriente de simpatia, eso que ahora llaman “química”, que le llevó a confiarme algunas de sus inquietudes que por lo demás le brotaban por todos los poros,
A la izquierda: Luis Rogelio Nogueras, Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, Mariano Rodríguez, José lezama Lima, Heberto Padilla, Sigifredo Älvarez Conesa, Roberto Fernández Retamar y Víctor Casaus. Foto Chino Lope, 1966
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asfixiadas en el ambiente pueblerino y sus deseos vehementes de trasladarse a La Habana con su perenne promesa de encontrar horizontes más amplios. Comenté el caso de Heberto con Juan Amador Rodríguez, el creador de “La Palabra Policíaca” y ya incipiente empresario radial, quien también inmerso en las lides políticas participaba en el recorrido. Guajiro lépero de limitada cultura pero dotado de una gran perspicacia, Amador no perdió tiempo en canalizar el traslado de Heberto a la capital incorporándolo a sus trajines radiales como contraparte en un programa en vivo que producían a continuación del más escuchado noticiario radial de Cuba que dirigía José Pardo Llada. Los reducidos y no pocas veces demorados emolumentos que percibía Heberto por su trabajo radial, debía estirarlos en aquella época sirviendo de guionista tras bambalinas a algunos autores de novelas radiales de nombre bien establecido. Por aquella época manteníamos contacto frecuente. De ella data precisamente el pasaje de una madrugada de intimidad intelectual que compartimos con Fidel Castro, apenas entonces un aspirante a legislador por la propia Ortodoxia, sobre las arenas a esa hora desiertas de la playa de Varadero y que reflejó con escrupulosa exactitud años después en La mala memoria, una de sus obras más conocidas. El golpe militar de Fulgencio Batista dio lugar a un proceso de obligada dispersión. Heberto marchó al exilio en los Estados Unidos. Yo permanecí en Cuba. El contacto se suspendió. Extrañamente no lo volvimos a recuperar hasta mucho tiempo después. Cada uno por su lado a la llegada de la Revolución al poder, el intenso suceder de acontecimientos posteriores nos fue envolviendo en forma creciente y distanciada. Luego de clausurado en ensayo un tanto contestatario del grupo intelectual al que pertenecía atrincherado en el periódico “Revolución”, que dio paso al surgimiento del ya más ideológicamente definido “Gramma”, Heberto marchó al exterior una vez más. Cuando regresó, todavía me encontraba en prisión. Fue a poco de salir que un jurado internacional concedió el primer premio de la Unión de Escritores a su obra poética Fuera del juego, con un mensaje claro de protesta y disidencia que Heberto tuvo la osadía de enviar a concurso. El libro merecía el galardón por sus méritos literarios. El valor moral agregado era la crítica envuelta en los poemas. Como era de esperar, a los censores oficiales se les hizo intolerable e intolerable comenzaron a hacerle entonces la vida a su autor. Plumas y voces fanatizadas o rendidas al temor se dedicaron a tratar de demoler de manera sistemática el valor de la obra y la moral del autor a través de la “crítica revolucionaria”. Para él se inició un prolongado y opresivo calvario que habría de durar más de dos años. Tenía ya el pie en el avión que me llevaría al exilio, cuando allá por los finales de 1969 me encontré casualmente a Heberto en una esquina de La Rampa, en el Vedado. Fumaba un tabaco, al que era adicto y mantenía ese mismo aire un tanto ausente que le era característico. Le advertí de los peligros que le acechaban. Me respondió lacónicamente “Lo
sé”, con el mismo talante distraído y sin mostrar asomo de preocupación. Me despedí dudando que tuviera cabal conciencia de lo que realmente le esperaba. Meses después sería detenido junto a su esposa la también destacada escritora Belkis Cuza Malé y llevados a la tétrica Seguridad del Estado. Para cuando se produjo su impuesto “mea culpa”, la SIP estaba celebrando su reunión de medio año en Santo Domingo. Por el teletipo del hotel donde se efectuaba la sesión, nos llegó la noticia de la “confesión” de Heberto. Todos los participantes en la reunión comprendimos el carácter obligado de la “autocrítica”. También lo entendieron así intelectuales de renombre internacional, inclusive algunos que habían mostrado simpatía inicial por el régimen fidelista. Su frustración cobró forma en una vigorosa denuncia que dio la vuelta al mundo acusando al régimen cubano de usar “métodos estalinistas” para someter a Heberto. El fue “liberado”. Pero todavía debió permanecer en Cuba como un paria un larga década más. El largo ostracismo de esos diez año en su propia tierra y la ominosa experiencia a la que fue sometido, le dejaron huella imborrable. En lo adelante, no volvió a ser el mismo. La última vez que lo ví compartimos el almuerzo en mi casa junto con José Pardo Llada, entonces embajador de Colombia en República Dominicana. Después fuimos a un evento literario. Cuando nos despedimos tuve la íntima sensación de que Heberto estaba practicando cierta extraña forma de suicidio lento y doloroso, tratando de exorcisar los demonios internos que le dejaron la amarga experiencia. En el pesar íntimo de su forzada “confesión” no alcanzó a comprender que a través de ella dejó estigmatizados a sus torturadores. Volví a saber de Heberto a través del escritor Vicente Echerri. Me dijo que se mantenía vivo y en actividad de puro milagro, con su corazón trabajando apenas a un tercio de su capacidad. Su muerte no tomó de sorpresa a sus amigos y conocidos. En realidad, quizás Heberto como bien expresó Cabrera Infante al llegarle la noticia en su distante y neblinoso exilio londinense, Heberto ya estaba muerto de mucho antes. Desde que en las celdas de la Seguridad Cubana le quebraron la resistencia -¡a cuántos no!- para someterlo a la ignominia de una “autocrítica” reñida con su conciencia. * Este trabajo se publicó en el Listín Diario, de Santo Domingo, pocos días después de conocerse el deceso de Heberto, en la Sección Biblioteca que dirigía el actual Secretario de Cultura, Lic. José Rafael Lantigua, uno de los más prolíficos y respetados intelectuales dominicanos. Le dedicaron una página completa de periódico desplegado como homenaje a su memoria y su obra.
Mario Rivadulla, periodiseta cubano radicado en Santo Domingo desde 1970, fue un dirigente del Partido Ortodoxo, fundado por Raúl Chivás. En 1961 fue condenado a seis años de cárcel por oponerse al castrismo. Ha realizado una intensa labor periodística en Santo Domigo, donde es figura relevante. Heberto Padilla describió en La mala memoria a su amigo Rivadulla como un hombre “alto, delgado y rubio, con los ojos vivos y la voz vibrante que a ratos recordaba la de Eduardo Chibás”. 37
Nota de Teatro Yerma y Frida: dos maternidades frustradas muy diferentes En el inmejorable marco del III Festival Internacional Casandra de Teatro dedicado a la Mujer se presentaron dos obras muy diferentes entre sí, pero con un gran punto en común: la maternidad frustrada de las protagonistas. Si bien Yerma se consume en esa frustración – que a mi juicio enmascara otra mucho más grande: la de la falta de amor y atracción sexual por su seco marido–, atrapada en el rígido corsé de las cuatro paredes de su casa, y, por supuesto, de los prejuicios y convencionalismos culturales que aún hoy condicionan el comportamiento de la mayoría de las mujeres (por muy liberales que se consideren), Frida se realiza como mujer, libre pensadora y artista, y se crece y trasciende sobre el terrible infortunio de su enfermedad, su accidente y la mutilación de su pierna. Yerma está sana del cuerpo, pero enferma del alma, del espíritu; Frida, en cambio, es prisionera de un cuerpo enfermo, pero su alma vuela, la libera de ese cruel encierro. Sí, ambas sufren, pero de distinta manera. Lilliam Vega, que gracias a Dios está muy sana, tanto del cuerpo como del espíritu, y es una madre y una mujer totalmente realizada, ha podido entender y atrapar muy bien – quizás por lo mismo– universos tan contrapuestos entre sí como los de Yerma y Frida, y nos ha regalado dos de no sentir pasión por su pareja, y sí atracción reprimida por lo prohibido, que es Víctor (Frida, en cambio, no lo hubiera dudado). Anna Sobero, como María, la amiga felizmente embarazada de Yerma, volvió a demostrar que es una actriz que engrandece cualquier papel pequeño al que se enfrente, y su María es totalmente opuesta a la amargada Yerma: fresca y alegre como cascabel, creíble aun desde la perspectiva actual. Susana Pérez estuvo inconmensurable en su rol de la vieja Dolores, en una actuación muy diferente –como ella misma me dijo cuando
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la saludé y felicité al final de la obra– a las que nos tiene acostumbrados desde Sol de batey. Jorge Luis Álvarez, a su vez, fue absolutamente convincente como Juan, el esposo de Yerma, “quien pasa mucho tiempo trabajando en el campo, especialmente de noche, y pone más esfuerzo en ganar dinero que en crear una familia”, como reza la sinopsis de la obra, y el afable Jorge Luis se transmutó en ese hosco labriego andaluz “al que no le importa tener hijos”, pero que tampoco parece sentir el apremio de la carne de su esposa (quién sabe si se desahoga por su propia mano en las largas noches en que duerme fuera de casa, o si alguna cabra sustituye a Yerma en sus urgencias viriles). Rodolfo Jasper, como su amigo Víctor, fue la contrapartida perfecta de Jorge Luis. Joven, fresco y extrovertido, encarnó perfectamente a quien hubiera podido ser el escape de Yerma de su infelicidad, pero el temor al qué dirán y a la maledicencia de la aldea la bloquean e inmovilizan. Raquel Carrió, en su admirable versión del texto original de Lorca, nos ahorró tener que soportar a las “metiches” hermanas de Juan, que bien mirado, no fueron
necesarias para recrear la ya de por sí opresiva atmósfera de la casa de Yerma y Juan (en La fiesta de Friducha, como leerán a continuación, tendremos en cambio a una hermana casi omnipresente). “No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo!, finaliza así esta impactante tragedia, con una tremenda Ivanesa Cabrera dando ¿fin? al calvario de Yerma, para dejarnos pensativos sobre si el nuevo y terrible destino al que la frustración la ha arrastrado está justificado o no. Se los dejo de tarea. En La fiesta de Friducha, en cambio, la Khalo no mata a Diego, ni se coarta de serle infiel con otros hombres, e incluso con otras mujeres, imponiéndose sobre el qué dirán y la maledicencia de la sociedad mexicana de la época. El teatro, la televisión y la sociedad floridana y miamense en particular han –¡hemos!– tenido la grandísima suerte de que la absoluta y exquisitamente mexicana Rosalinda Rodríguez haya decidido asentarse en nuestros playeros predios, y que –¿quién mejor que ella? – aceptara, “a calzón quitado”, con total devoción, admiración y amor, el reto enorme de apropiarse del mito y la leyenda de Frida, para humanizarla y hacerla cercana, tangible, y mucho más admirable que cuando solo leíamos sobre ella o veíamos sus desgarradoras pinturas. Rosalinda, sin dejar de ser ella misma, ha logrado también desdoblarse en Frida: entenderla, justificarla,
transitar con ella por los episodios más traumáticos de su vida, como la polio, el accidente del pasamanos del autobús que la desgarró –”¡vaya manera de perder la virginidad!”, acota Frida/Rosalinda–; el affaire con Trotski y su asesinato, ordenado por Stalin desde el rojo Moscú, y la traición, por partida doble, de su hermana al acostarse con Diego, y de este al hacerlo. Por si fuera poco, Ivanesa me contó que el texto fue escrito entre Lilliam y Rosalinda –que sin dudas fue la que le aportó la enjundia mexicana, tequilera, alburera y mal hablada de la protagonista–, con un poder de síntesis y de escalpelo que atribuyo con total convencimiento a la directora. No faltó nada, desde la eficaz, efectiva y bien escogida banda sonora, hasta la sugerente y surrealista escenografía (no es casualidad que se mencionara a André Breton; fue en cambio muy “causal”), ni que Carmen Olivares, como la hermana puta de Frida, se desdoblara en ella para cantarnos; ni tampoco los mariachis omnipresentes en la vida diaria mexicana, con la “exYerma” Ivanesa Cabrera cantándonos Si nos dejan. Gracias, queridas Casandras teatrales y de la vida real, por este festival de tan alto nivel artístico y espiritual, porque no solo de dinero vive el hombre – digo, ¡la mujer!
BALTASAR SANTIAGO MARTÍN
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