PERSONAJES VIDAS Y SABERES

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PERSONAJES, VIDAS Y SABERES Otras historias no contadas e invisibles de la región Editores

Laura Marcela Perdomo Ana Maria Gutierrez Daniela Rodriguez Trujillo Hernando Cerón Bernardo Monje

Comunicación Social y Periodismo

Universidad Surcolombiana Primera Edición: Junio de 2011 ISBN 0000-000-0000 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin previo permiso de los autores de las crónicas. Fotografias Realizadas por los autores de cada crónica Diseño portada Juan Carlos Guerra Diaz Diagrmación Bernardo Monje Sanchez


Para que la regi贸n crezca en historias por Contar



PRESENTACIÓN Cuando se trata de contar una historia que de cuenta de una vida que se enlaza con múltiples situaciones o con diversas circunstancias; cuando la memoria debe ser nutrida cada día más debido a su constante acecho por las mismas transformaciones socioculturales que se desprenden de nuestras actuaciones, y más aún, cuando la realidad debe ser vista desde un ángulo diferente al que tradicionalmente nos vemos sometidos a admitir gracias a los medios masivos de comunicación a través de sus lenguajes simplistas y carentes de voces, nos encontramos con el compromiso mayor de transitar un camino que descubra y se adentre en lugares nunca antes explorados, a través de personajes distintos que se expresen desde narrativas novedosas, y que posibiliten también el surgimiento de imaginarios que lleven consigo el sentir de una región, de una ciudad, un espacio y una comunidad entera. Estamos frente a los mayores desafíos de proponer y crear alternativas distintas a las actuales dentro de un mundo que banaliza la vida misma y que opaca el sentimiento y la posibilidad de expresión de muchas sociedades en cualquier latitud del mundo. No obstante, hay quienes sabemos que la mayor magnitud adversa se puede generar gracias a la falta de iniciativas que impidan nuevos horizontes mucho más amplios de los imaginados, y que permitan tejer esa diversidad de lazos sociales y comunicativos que se han venido rompiendo con el paso del tiempo. Por todo lo anterior, es posible mencionar que el Huila guarda en lo más profundo de sus raíces y su propio paso por el tiempo, vivencias y situaciones que no han sido visibilizadas a través de experiencias comunicativas en diferentes medios de comunicación del departamento. En este sentido, innovar con el lenguaje y el contenido, genera en las historias la trascendencia y el fin último de perdurar en la memoria de quienes las conocerán y adentrarán en ellas, en este caso, a través de las letras.

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Lo que se conocerá al interior de este libro a través de las historias narradas, es también el fruto de un proceso de dedicación de cinco jóvenes a lo largo de sus experiencias académicas en el ámbito periodístico. Así que esto, más que un producto elaborado a partir de cada una de las experiencias personales hechas a través de diversos recorridos, es un logro realizado para hacer sentir, reflexionar y cuestionar la propia realidad.

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La muerte de Titito

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La abuelita Elena junto al abuelito Abraham en la celebración de sus cumpleaños

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ios la bendiga fue como se despidió el abuelo Abraham mientras se lustraba los zapatos negros, de material que se había comprado con el dinero que mi papá le pago por cuidar la finca ubicada en una vereda llamada el Tablón del municipio Teruel. María Elena madrugó a prepararle tinto desde las cuatro de la mañana mientras él se alistaba. Ella es una abuela muy dedicada al hogar y esa mañana como cualquier otra, recogió la leña que estaba debajo del la estufa natural y limpio la ceniza que había quedado de la noche anterior. En la casa de bareque estaban ellos acompañados por mi prima Daniela, que la noche antes acompañó a mi abuelo mientras picaba el vástago para las vacas y los becerros. Tiraba piedras espantando a las gallinas para que no se entraran a la casa. También lo hacía para que los inquietos piscos que merodeaban esperando comer pedacitos de comida que caían, cada vez que el pegaba un peinillazo y volaban trozos. Esa noche su semblante era el normal, no manifestaba cansancio ni dolor alguno. Aunque si estaba pendiente de viajar a Neiva al día siguiente para una cita médica. Mi abuelo Abraham sufría del corazón. Y esa mañana del 24 de

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noviembre estaba muy pinchao, pues salía de la finca para asistir al médico. Tenía su pantalón café y su camisa verde, conjunto que consideraba especial y lo usaba casualmente cuando salía de la vereda. Se metió la camisa por dentro y se acomodo el bigote. Siempre se lo peinaba de arriba hacia abajo con su peinilla grande color naranja, y luego se mojó la cabeza para peinarse con la misma peinilla. Ésta la pasaba de adelante hacia atrás y lograba un peinado tan exacto que ningún pelo se le levantaba. ¡Que solo se quedaba una noche!, y que el viernes al atardecer llegaba. Dijo mi abuelito Abraham a su esposa, porque tenían pensado asistir a una finca vecina a orar. Entonces María Elena cuenta que su esposo salió de la casa se despidió de su nietecita Daniela, de los dos gatos que ya estaban maullando y de ella, estrechando su mano y dándole un suave beso en la mejilla. Mi abuela se quedo parada en el broche de la entrada de la casa y solo alcanzaba a ver la linterna que se movía, avanzando mientras bajaba la loma. Llegó hasta la quebrada. Y alumbrándose el camino, y cruzó pisando cuidadosamente las tres piedras grandes que se necesitan para pasar el pequeño riachuelo. Hasta allí fue donde la luz de la linterna permitió que mi abuelita lo observara. Dijo ella con los ojos aguados pero con una sonrisa que me dice que el recuerdo del abuelo será lo más bonito en lo que ella pueda pensar. Cruzó la quebrada, abrió el broche que delimita la finca nuestra de la finca vecina, luego lo cerró y continuo hasta que se dejó de ver la pequeña luz perdida en la oscuridad de esa madrugada cuando el volteó por aquel filito. El Titito como le decía Daniela, se fue. Mi abuela caminó hacia la cocina, para preparar un caldito para mi abuelo Antonio Monje, abuelo por parte de papá, que siempre ha trabajado en las labores del campo y quien también los acompañaba en la casa. El tampoco tuvo ninguna posibilidad económica de desempeñarse en otras labores. Es el que roza los pastos y arranca la maleza para que la hierba no enmonte la comida de las vacas. Él también madrugó, tomó tinto y salió a trabajar al filo de la montaña. El abuelo Abraham le había encargado a su contemporáneo y amigo de trabajo la picada de vástago para las vaquitas minutos antes de salir. Ellos se la llevaban bien y mi abuelo Antonio no ponía problema por eso. Dijo: “Si tranquilo que yo me voy

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pa´las matas y vuelvo al rato a picar el vástago” y se fue. Mi abuelita Elena al darse cuenta de la demora del encargado de picar el vástago, decidió hacerlo ella misma. Agarró una peinilla y picó y picó y picó, mientras Daniela espantaba a las gallinas y a los piscos que a esa hora se bajaron del árbol a buscar comida. Ella estaba sentada en un tronco grueso que se utilizaba como sentadero, ya un poco cansada y con sudor que le escurría en la frente, sabía que debía que cumplir con las labores de la casa, continuó picando uno de los últimos troncos de plátano que quedaba. Cuando a lo lejos desde aquel filo donde se había perdido la luz de la linterna, gritaba muy angustiado Felipe. Daniela pensó que fuese un loco por el ruido que hizo el Nieto de la amable vecina de la finca cercana, pero luego se percataron que era él Gritando a toda voz. No se le entendía nada hasta que llegó a la finca diciéndoles por fin de manera clara que ¡don Abraham está muy enfermo en el camino, me mando a decir que fuera! Inmediatamente mi abuela dejó lo que estaba haciendo, corrió hacia la pieza en el interior de la casa, sin mirar muy bien que seleccionaba, sacó una muda de ropa para su esposo, un vestido para ella y otro para Danielita. Luego el afán por salir de la casa le nubló la mente olvidando hasta donde había dejado los zapatos, metió los pies en las botas de caucho que estaban cerca al lavadero llenas de barro, y lo mismo hizo Daniela. Ella no recordó alistar nada. Ni toalla, ni zapatillas, cepillo, ni nada. Solo la ropa. Arrancaron a correr, y antes de llegar al portón rojo de la finca de don Yesid, estaba mi abuelo sentado, en aquella loma. Ya eran las más de las seis de la mañana, y a él se le resbalaba la cola de la peñita barrosa e inclinada donde se había recostado. Mi abuela le sobaba la cabeza y la espalda. Notó su color pálido y le decía muy angustiada que estaba mal acomodado. Recostó su brazo para ayudarlo a levantarse, buscar un mejor lugar de reposo pasando el portón donde se volvió a recostar encima de una tablita que consiguió mi abuela. El estaba muy agitado y la respiración era leve. Pero no sentía ningún dolor. Solo esa asfixia que lo agobiaba. Había escupido saliva espesa con sangre coagulada casi toda la mañana desde que se sentó en ese barranquito a descansar de lo agitado y asfixiado que venía. Eso ocurrió muy temprano. Mi abuelita Elena propuso una oración en conjunto mientras el asustado

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y angustiado buen Felipe corría para encontrar un carro, llamar a mi papá y avisarle a los vecinos sobre el percance. Mi abuelo se sintió mucho mejor y aliviado luego de levantar plegarias a nuestro Dios. Sentía que le había pasado la asfixia. Llegó Felipe con los refuerzos e intentaron transportarlo de la mejor manera. Consiguieron entonces una hamaca, mi abuelo dijo: “como que me pasó tantico”. El mismo se levantó apoyándose con su bastón, y se sentó en la hamaca sin decir ni una palabra. Se notaba muy tranquilo y pensativo reflejando con su cara apacible ese inmenso amor por Dios, como sintiendo que su tiempo de vida había concluido. Ya había transcurrido bastante tiempo desde que amaneció y eran la nueve de la mañana. Mi abuelo estuvo durante un tiempo ahí sentado en la hamaca. Hasta que le pidieron que se recostara para poderlo transportar y dice mi abuelita que cuando se acostó, las pupilas dieron una vuelta y sus ojos quedaron desorbitados por un segundo hasta que los cerró. Y ahora…

Dios lo tiene en su inmensa gloria.

Bernardo Monje Sanchez.

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El ensayo de sus vidas

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En el municipio de Rivera Huila, desde hace más de un año y medio un grupo de once (11) jóvenes orientados por el músico Heriberto Torres conforman la agrupación musical “Delta Orquesta”, un proyecto juvenil de aprovechamiento del tiempo libre a través de la creación artística. Muchos de ellos son de bajos recursos y se han constituido un ejemplo a seguir por otros jóvenes del municipio.

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:15 de la mañana: Un domingo ideal para dormir hasta tarde, pero en este día algunos jóvenes del municipio de Rivera tienen un compromiso que los aleja de esta posibilidad. El punto de encuentro es la Academia de Música y Banda Municipal “La Vorágine”, sitio a donde deben llegar para ensayar las canciones de “Delta Orquesta”, una banda musical juvenil de la tierra de promisión. Llega uno por uno, en sus rostros se expresa una sonrisa que marca el inicio de una jornada a ritmo de merengues, salsas y cumbias. Pero, ¿por qué unos jóvenes sacrifican un espacio de descanso para interpretar canciones que usualmente tocan los adultos? Los motivos y razones no se han de esperar -“Desde que era un niño me metí en este cuento de la música, siento que es la forma más adecuada de utilizar mi tiempo libre y es algo que me apasiona… lo llevo en la sangre”- dice Manuel Ovalle, fundador y manager de la orquesta, un hombre de an solo 21 años de edad, estudiante de Ingeniería Electrónica de la Universidad Surcolombiana, quien busca a través de diferentes

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compases sonoros ser un ejemplo a seguir de los niños de la localidad. 9:03 de la mañana: Instrumentos, atriles y partituras son acomodados, en estos se refleja el paso del tiempo ya que han perdido su color pero no su historia. Cada uno en su lugar, una voz da el saludo de bienvenida, luego la frase de siempre –“gocémonos este ensayo”, de esta manera, los jóvenes empiezan a darle vida a estos artefactos sonoros con un “merengue”, de esos que despiertan la sensación de un sábado en la noche en una fiesta de quince años. Diez hombres y una mujer conforman el grupo, están comprometidos profundamente con el arte y la cultura de un pueblo marginado que en algunas ocasiones ha sido víctima de la violencia y donde las oportunidades de salir adelante son escasas. Se las ingenian para sacar adelante la orquesta y de alguna manera asumen el papel de héroes que rescatan el folclor latino. Sin proponérselo, resultan ser la esperanza de algunos. 9:34 de la mañana: El ritmo de trabajo se acelera y los errores que se cometen se remedian con una sonrisa, la energía se apodera de estos artefactos sonoros y las paredes de la casa empiezan a vibrar. Practican con el corazón, en sus caras se nota la pasión, -“estos muchachos tienen un don, lo percibo en las presentaciones, se me eriza la piel” afirma don Heriberto Torres, maestro hace veintitrés años de la banda municipal, él es graduado de Música y Artes de la Universidad Surcolombiana y el responsable de formar a estos artistas desde una educación alternativa. Un pitido del micrófono distorsiona el sonido, aparece el silencio otorgándole la palabra a Carlos Galindo un joven que estudia química farmacéutica en Cesalud, él se encarga de dirigir musicalmente a los integrantes del grupo, gracias a sus habilidades con la tecnología ha podido editar los contenidos descubriendo algo extraordinario: la orquesta no necesita un productor en la industria musical ya que el software de un pequeño computador portátil le permite crear sus propios ajustes. Carlos al igual que el resto de la agrupación asegura “nosotros no trabajamos por plata, lo hacemos por gusto, no le vemos problema a regalar una canción cuando los espectadores lo piden”.

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Carlos corrige la afinación del bajo, -“hágale, desde ahí entramos al coro, un, dos, tres, cua…” luego de estas palabras mágicas, el sonido aparece al instante y con fuerza ellos cantan: todo el mundo necesita un beso, todo el mundo necesita eso. 10:10 de la mañana: El lugar se hace más concurrido, gracias a las notas melódicas que inundan los alrededores del sitio, se escucha una voz femenina que dice -“me las vas a pagar, seguro que me las vas a pagar, empecemos con esa” otro de los temas en los que presentan dificultad en la interpretación, la particularidad de esta banda es que suelen trabajar en todas sus debilidades con el fin de fortalecer la formación musical. El ambiente es sorprendente, todo lo que se vive en el ensayo desde el baile improvisado de los cantantes hasta la mirada de concentración en las partituras hacen de este entrenamiento un escenario deslumbrante, todos se ponen de pie, sienten la música en sus venas acompañado del sol radiante de la mañana. Aumenta la temperatura y gotas de sudor se ve caer, el ritmo toca la piel de los espectadores, uno a uno se colocan de pie dejándose llevar por el compás musical hasta formar una especie de danza celestial, se logra la máxima expresión de su alegría diría que este fue el ensayo de sus vidas. Tal y como lo describe Gisela Caballero, la voz femenina de la banda musical “la música lo rejuvenece a uno, la música es vida, para mi cantar es como la comida para el cuerpo, cuando yo entré al grupo noté un cambio en mi vida, desde mi forma de vestir porque cuando uno es madre se siente vieja, pero esta orquesta me ha transformado, tanto que ya entré a estudiar, porque en todos los ensayos los muchachos siempre me decían que ingresara a la universidad”. 11:17 de la mañana: Después de un inesperado baile, uno de los saxofonistas toca una famosa obra musical que nos recuerda a la pantera rosa, un nuevo aire se experimenta y hace resucitar al lugar, una vieja construcción de 1946 que sirve de escenario de ensayos del grupo. A pesar del paso de las horas las energías no se agotan, por el contrario se reaniman como si los instrumentos proporcionaran unas gotas de agua para calmar la sed, nos hace sentir vivos de nuevo sin importar la edad, tal vez por este motivo es que la orquesta es aclamada por el pueblo riverense; su espíritu brinda un soplo de vida a aquellas

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personas que sufren el rebusque y los diferentes problemas del día a día. Se acerca el medio día, dentro de los espectadores un joven de la agrupación se levanta y dice -“vengo todos los domingos a cambiar de ambiente, ya estoy cansado de la marihuana y el trago, yo quiero ser un hombre de bien, por eso me integro con este grupo, para que ellos me ayuden a ser alguien mejor”, este grupo que tan solo lleva un año de formación nos deja una enseñanza de progreso, ellos son los luchadores, nuestro ejemplo a seguir, la música no es más que el instrumento con el que expresan el mundo que nos quieren brindar, un mundo en el que se puede vivir mejor.

Daniela Rodriguez.

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El “terrorcito” del Parque Santander.

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El parque Santander (izquierda) Ramón Munar y“Terrorcito” (derecha)

Hay fotografías que conservan todo, que guardan un pasado de misterio o que le abonan al presente el recuerdo de un momento evocado a través de una imagen intacta. Yo veo siempre al frente de una pila sin agua abandonada por el rugir de la indiferencia, tres caballitos dispersos, inmóviles como tres estampas e irresistibles al mismo viento. Viven envueltos con el aire y el pavonear de una urbe que se atraganta de ruido y afanosos pasos ciegos. Una inmensa fotografía. Sin embargo, los caballitos no están solos. Bajo un techo verde que forma un pedacito de sombra en la plaza grande del Parque Santander de la ciudad de Neiva, capital del Huila, casi en un mundo escondido dentro de otro mundo, está Ramón Munar vigilando a “Terrorcito”, uno de los tres caballos de la plaza del parque. “¿Una fotografía niña?”, pregunta Ramón ofreciendo su servicio con una voz suave, nítida y un poco distante. Sus brazos se dirigen señalando a un pequeño caballo y lo mira como a un hijo suyo, como a la única imagen viva de las que tanto captura diariamente a transeúntes de la ciudad o turistas con el asombro a cuestas. En medio del calor de la ciudad acompañado de una que otra brisa

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efímera, Ramón, uno de los fotógrafos más antiguos del Parque Santander evoca su lugar de trabajo cuando llegó hace treinta años, “recién llegué, acá habían fotógrafos más antiguos, pero siempre ha habido envidia”. Sus notables anteojos de grueso marco color vino tinto, un bigote grisáceo bastante ordenado y un semblante puro y blanco; aireado y fresco, me hacen ver una historia más de este pantanoso mundo, de esta tumultuosa y pequeña ciudad que se vierte al sol y se embadurna de barro en invierno. Y es que a sus 53 años este hombre ha sorteado la vida gracias a un arte que según él “es un arte que hoy en día ha quedado rezagado”. “Mire, a mi me fascina la fotografía”, dice abriendo sus ojos con un asombro dulce e inocente, con un entusiasmo que ningún ser humano, en un mundo casi dominado por la tristeza y la desesperanza como el de ahora, posee. De su cuello se descuelga una Asahi Pentax, cámara fotográfica pionera en la invención del pentaprisma. “Fue la primera Pentax que salió, una cámara original, en verdad una de las primeras, hoy en día una verdadera reliquia”, comentaría Ramón unos minutos después. “No la uso, tan solo la llevo colgada para mostrar que soy fotógrafo”. En realidad, da gusto verlo con su artefacto plateado y negro, grande, casi vivo pero con una antigüedad extenuante que lo deja ver como el verdadero fotógrafo que es. “La que uso es ésta, una digital”, y lleva sus manos a un pequeño estuche sujetado en sus caderas para sacar una pequeña y vieja cámara Canon A470 de 7.1 megapixeles, hoy ya descontinuada en el mercado. Según él, nunca estudió fotografía y fue en Planadas, municipio del Tolima, donde tuvo su primer acercamiento a una cámara fotográfica. Luego, “cuando viajaba de Bogotá al Tolima, conocí a un fotógrafo que me enseñó todo lo que sé ahora”, recalca Ramón a la vez que mira con nostalgia la pila seca que también está ahí, tan distante como una imagen sin color y sin vida. Su vida ha sido una antología nómada, una antología de imágenes retratadas en lugares, espacios y vivencias. Aunque nació en Facatativá, municipio de Cundinamarca, a los doce años se trasladó a Praga, pequeño pueblo del Huila. Luego, de allí se traslado a Puerto Amor,

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pueblito del Caquetá. Allá, dice él, perdió absolutamente todo. “Yo fui mayorista, tuve mi sastrería y confeccionaba, tenia mi tiendita de abarrotes pero empezaron a pedirme cuotas, ellos creían que yo ganaba mucho pero no, y yo que me iba a poner a darles, yo no les di fue nada porque no tenía qué y preferí irme, la guerrilla nos dio a todos 24 horas”, comenta. Fue así como llegó al Huila, como un colombiano más que quedó atrapado por los lazos de un conflicto que hoy por hoy acrecienta su dosis a través de la violencia, de las armas, de la corrupción, y algo peor, de la indiferencia. Uno más al que la propia vida le escondió sus verdaderos anhelos. No obstante, nunca se queja de su labor, pues “para mi la fotografía es mi manera de conseguirme la vida, gracias a ella he podido salir adelante, gano lo suficiente como para mantenerme solo. Yo vengo a los almacenes y me compro mi ropita, me gusta consentirme y estar bien, pues aquí donde usted ve a todos ellos –señala a los demás fotógrafos que lo rodean- ellos se gastan la plata en trago, en mujeres, en cosas innecesarias”, dice. Y ciertamente, así como lo afirma, me confiesa además que vive solo pero que no recuerda hace cuanto. Que su mujer, con la que duró doce años, lo abandonó y desde entonces no se ha vuelto a casar. “Mi esposa me abandonó, yo le daba todo, pero la mamá la convenció de que me dejara” y remata como por casualidad para conmemorar un día celebrado hace poco, el Día Internacional de la Mujer, afirmando que “las mujeres son así, débiles. Son el subproducto de un producto mayor, y ese producto somos nosotros. Ahora ya no hay mujeres originales”. “Terrorcito” está de espaldas a nosotros. A unos 15 metros. Lejos. Su cola larga y su forraje artificial marrón con contrastes negros, es pulcro y brillante. Su rostro da a la Asamblea departamental del Huila, y sobre su lomo sostiene cuatro sombreros como de vaqueros que sirven de adorno a niños que a veces hasta lloran a sus madres por tomarse una foto con él. Si “Terrorcito” tuviera la vida de un caballo de esos que relinchan de verdad, sería la envidia de los otros dos que se exhiben en el parque. Pero él está inmóvil, fijo. “En Cali, cuando tenía mi moto, fui hasta un barrio que se llama Terrón Colorado. En realidad era el terror y todos me decían qué iba a hacer por allá, que me iban a matar pero como yo nunca he sido miedoso, me arriesgué y compré a

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“Terrorcito”. Le puse así, porque lo saqué del terror”, comenta Ramón. Es inanimado pero tiene tanta vida como ninguno de los seres humanos que cruzan diariamente el Parque Santander de Neiva. “Mi Terrorcito es el más lindo de todos, el resto son esas mechas que hay ahí” y hace un pico con sus labios para señalar a los otros dos caballitos, que son tal cual como don Ramón afirma. El ríe y se queda contemplando con una mirada dulce a “Terrorcito”. “¡Flacuchento”!, grita Ramón al único de sus amigos con el que sin hipocresía le habla. “Con este flaco es con el único que saboteo -y señala al “Flaco”, un hombre mucho mayor que él, desgarbado, cabello poco lacio castaño y un poco largo hasta sus hombros; que está prendiendo un cigarrillo y del que le pende una cámara mucho más grande que la Pentax de él, una Canon enorme, clásica, alcanzo a notar –el resto de ellos son envidiosos y egoístas”, termina diciendo, refiriéndose al resto de fotógrafos con los que comparte el parque. En realidad todos nos miran. “El diablo es fino, él es educado”, me lo dice mostrándome la Biblia que carga en su bolso. Ramón como buen creyente, aunque no adepto a las religiones, recuerda la única foto que le quedó “sonando” de todas las que tomó. Y fue en una de las ferias de San Juan de Río Seco, en Cundinamarca, donde la obtuvo. Ramón duda de los adinerados, pues en ellos puede esconderse hasta el más escabroso mal y por qué no hasta el propio Satanás. Y en eso hasta tiene razón. Recuerda cómo un hombre, según él, puesto en su sitio, con saco y corbata, que bailaba y se movía con las mujeres, que tomaba y bebía a diestra y siniestra le pidió el favor de fotografiarlo. Cuando reveló las fotos, “revelé al diablo”, dice él con cara de asombro al contar el relato. “Vi en la foto un hombre con dos cabezas”. Sin embargo, bajo su halo permanente de superstición y su tono predicador de la “palabra de Dios”, no se atrevió a conservarla. “Rompí esa foto porque no la podía ni ver, aunque a veces me arrepiento, pero ahora estoy seguro que no”, afirma. “Yo alcancé a tomar fotos en la iglesia, fotografiaba primeras comuniones, matrimonios o cosas así, pero vaya y quítele la sotana al cura y verá en lo que se convierte, ahora prefiero el parque”, aduce Ramón mirando hacia la Catedral, la iglesia principal de la ciudad de Neiva, ubicada justo al frente del parque.

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Alguien pasa, un hombre estira su brazo afanoso, lo saluda y se va a la carrera. Ramón me mira mientras la pila sin agua sigue ante nosotros intacta. De repente suspira y concuerda en que antes era más hermoso el Parque Santander. La pila ya no es nuestra, de los neivanos ya no lo es, “esto antes vivía lleno de tortuguitas, pero ahora en dónde nadan si no tienen agua, se han ido por ahí sin rumbo”, dice. La pila está triste. Ramón me dice que el Parque Santander en realidad es una pantalla. Para las temporadas de San Pedro “cuando las reinas vienen a mostrase en bikini, o cuando viene el presidente, algunos ministros o gente importante, la prenden. Muestran algo que la ciudad no tiene”. De resto ella esta ahí sin nada que hacer en medio, envuelta por el misterio de la dicha del pasado que la acogía viva para brindar la frescura que hoy raramente, ni en pequeños soplos fríos se alcanza a percibir, pues además, dice que la plata que le invierten para el mantenimiento en realidad se la roban “o si no, la prenderían todo el tiempo”, comenta. Ramón es un esquivo a las manifestaciones y a las protestas. Al igual que los otros fotógrafos, no le interesan en absoluto, y lo único que dice de ellas es que le obstaculizan su labor al tomar fotos. “Mi labor es artística, no les tomo fotos sino a las personas que vienen a mi” y siempre que llega alguna manifestación a la gobernación le dañan el trabajo. De sus obstáculos en la labor, les echa la culpa a los gobiernos de turno. Para las temporadas decembrinas, las autoridades de la ciudad cierran casi todo el paso del parque hasta el punto de restringir la actividad de los fotógrafos. “Que día fui y hablé con la secretaria de gobierno para que nos apoyaran, a esa gente no les interesa nada, que hasta de mala gana me habló. Voy a esperar a que salga un día de estos del trabajo para tomarle una foto y regalársela”, dice Ramón con una inocencia serena que transmite a través de su pulcra y pausada voz. “Terrorcito” sigue ahí, inamovible y fuerte. Ramón se para, camina un poco y dice para si mismo “a mi me gusta tanto mi trabajo”, y suspira. Yo le sonrío y entre un agradecimiento sincero y agradable me despido. “Que Dios la bendiga hija”, me dice tomándome la mano.

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Ahora vuelvo a mis andanzas y miro el Parque Santander en todo su esplendor. Observo los árboles que manotean quedamente el aire y a unos pocos ancianos e indigentes taciturnos sentados en las bancas. Son casi la una y cuarto de la tarde del lunes 14 de Marzo, y ya hace una hora y media pasaron gritos y arengas que envolvían a una masa exclamando ¡No al Quimbo! Ahora el parque se ha perfumado con los aromas de la soledad y de un silencio no tan absoluto. Miro la pila. Ni Ramón ni “Terrorcito” están. A lo mejor su verdadera imagen la esfumó la muchedumbre, aquella que cada día anhelan captar, él con su cámara y “Terrorcito” con su dulce y fija estampa.

Laura Marcela Perdomo.

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Una mujer de carne y hueso

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Iniciando el sábado una señora se despierta y mira la hora 3:09 am, se levanta de su cama, con las manos agarra la toalla y con los ojos cerrados se dirige al baño a tomar una ducha, luego de refrescar su cuerpo se coloca una bata blanca que cubre la ropa que lleva puesta. Pasados algunos minutos se escucha la regadera del lavaplatos mientras lava una olla para hacer el café, la bebida que le da energías para salir en la madrugada a buscar el sustento de la semana. Después de beber rápidamente el tinto coge el machete que está encima de la mesa y llama a un taxi, despidiéndose de sus nietos susurra “Dios guárdame y protégeme”. Se trata de Gabriela Ramírez una mujer de 62 años de edad quien se dirige a su puesto de trabajo en el Mercado Campesino, desde hace 20 años vende carne de res en una mesa blanca ubicada en la esquina de la plaza. Al llegar a la galería se ven las chivas de los municipios cercanos de las cuales se bajan los campesinos con bultos de melones, chulupa, mazorca, tomate, entre otros alimentos que en medio de la brisa gélida de la madrugada se acomodan a lo largo y ancho del lugar. Caminando hacia el sitio de trabajo se encuentra con su compañero de jornada: Libardo, un hombre de aproximadamente 60 años quien la acompaña desde hace varios meses, él se encarga de recoger la res y

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ella la corta por partes, colgando los pedazos del ganado en unos ganchos puestos en la mesa de esta manera queda todo listo para empezar la venta del día. En un momento alza sus ojos al cielo elevando una oración “Padre celestial bendice mi negocio, bendice la venta y declaro que hoy nos va a ir bien”. En sus ojos se ve una leve tristeza que la agobia ya que en el último mes no ha recogido ni las ganancias del negocio pues el dinero que recibe está destinado para el sustento de sus dos nietos: Pablo y Cristian. Ella se ha hecho cargo de ellos desde que su hijo murió, dejándolos huérfanos, pues asegura que estos niños le han llenado el vacío que con profundo dolor dejó su hijo al partir con tan solo 19 años. Al salir los primeros rayos del sol poco a poco van llegando los compradores, ella saluda sonriente ofreciendo la pulpa, la costilla o pierna del animal sacrificado, se nota los años de experiencia pues se demora pocos segundos cortando un trozo de carne: con una mano coge el cuchillo afilado y con la otra asegura bien el lado de la bola negra que él consumidor ha ordenado, de forma cuidadosa tasajea hasta llegar al peso deseado lo coloca en la balanza que marca una libra, luego lo pasa a una bolsa azul y entrega a su cliente el pedido, al finalizar cada compra ella dice “Dios me lo bendiga y por acá siempre a la orden”. Más que una costumbre debe ser una estrategia de venta ya que con su amabilidad las personas se sienten a gusto, amabilidad que aprendió a su difunto esposo quien le enseñó esta profesión. “Todo comenzó cuando mi primer marido me abandonó por una jovencita más bonita que yo, ya teníamos cuatro hijos: Nelly, Rodrigo, Sandrita y Mauricio. Pero él me los quitó porque yo no tenía como mantenerlos además él me pegaba mucho y así no podíamos vivir. En medio de la angustia y el desespero conocí a Reynaldo, mi segundo marido: un ganadero que comerciaba con carne y tenía un puestico en la galería central antes que la demolieran. Después de que mi hija mayor Nelly se casará el desgraciado ese decidió entregarme los niños y me tocó aprender a trabajar porque yo no podía dejarle toda la carga a Reynaldo, quien posteriormente me dejo con dos niños recién nacidos, más tarde fue con otra y me lo mataron”. Recibiendo la fresca mañana le pide a Libardo que por favor traiga unos tamales, ya que él todo poderoso ha hecho un milagro contestando sus

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suplicas de tal manera que en pocas horas ha vendido la mayoría de la res, mientras espera ansiosamente el desayuno advierte “Esta es una de las respuestas que Jehová me ha dado, pero aún faltan más, la de mi hijo, Dios tiene que hacer justicia con el caso de mi Cristian”. En esta frase implora la equidad divina esa en la que muchos buscan respuesta debido a que nuestra justicia, la estipulada en la ley colombiana en varias ocasiones solo está en el papel. Mientras deleita el tamal, Gabriela me cuenta que su hijo fue atropellado por un conductor que llevaba 660 grados de alcohol en su cuerpo y conducía con exceso de velocidad, por otra parte Cristian manejaba una moto Suzuki AX modelo 97, esa moto que según ella fue el arma letal pues en pocos segundos acabó con la vida de su ser querido. Un accidente de tránsito se mencionó en los medios de comunicación de aquel noviembre de 1999, pero para ella una madre que solo entiende ese amor tan infinito e inagotable que se siente al traer una persona a este mundo, es un sufrimiento constante que irónicamente acabará el día de su muerte. Alivia un poco su dolor una demanda que llegó hasta los altos Magistrados del Tribunal Superior del Cundinamarca en la cual el juez ha ordenado el pago de 90 millones de pesos por la reparación del daño ocasionado. No obstante todos estos protocolos judiciales de nada han servido pues en su corazón o en la misma existencia nadie le puede devolver en carne y hueso, como la vaca que vende cada sábado, a su amado hijo. Con algunas lágrimas en sus ojos afirma “Si algún día el asesino de mi muchacho me paga esa plata le hago una casita a mis niños”. Haciendo referencia a Pablo y Cristian, sus nietos quienes han crecido sin padre, pero con una abuela que actúa como heroína rescatando de la calle y del Bienestar Familiar a sus dos pequeños. Terminado el desayuno, con el sol radiante de la mañana, Libardo ha vendido algunas porciones del vacuno, pero él a diferencia de Gabriela no es tan eficiente ni tan agradable, ella tiene ese don de dejar satisfecho al cliente, quizá heredado de su difunto esposo quien le enseñó el arte de cortar la carne del animal como si fuera el machete un pincel untado de muchos colores para un pintor. En menos de una hora ella ya casi terminaba su jornada de trabajo, pues ha separado con el cuchillo empapado de sangre los últimos trozos de costilla y bola negra que le han quedado encima de la mesa. De esta manera es como concluye un día de trabajo Gabriela Ramírez

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una madre antes que mujer, luchadora y trabajadora as铆 es como la describimos los que tenemos la valiosa oportunidad de conocerla. Tomando un taxi con una mano y en la otra lleva algunas porciones de res que no logr贸 vender con las cuales les va a hacer el almuerzo a sus dos angelitos, de esta forma se despide una mujer de carne y hueso.

Daniela Rodirguez Trujillo.

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La vida que teje el paseo de los artesanos.

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“El Mono” y atrás una parte de su local de artesanías

Dicen que el Malecón de la ciudad de Neiva es uno de los ejes y epicentros turísticos más destacados del departamento del Huila. Recorrerlo es una danza entera cuando se pasea de lado con el imponente río Magdalena, que es a la vez como un camino en movimiento, una extensa mirada a la historia y que lo convierte en el mayor afluente hídrico del país. En realidad el Malecón es solo un pequeño tramo de lo que se conoce como El Parque Longitudinal que es al mismo tiempo la construcción que alberga uno de los dos lados de la larga Avenida Circunvalar. Caminar el Malecón es vislumbrar la gastronomía opita que se aloja en una serie de restaurantes que llevan nombres emblemáticos y alusivos a la propia historia de nuestra región. “La cacica Gaitana”, por ejemplo, o “Timanco”, son algunos de ellos. Una iglesia blanca, con aspecto un poco resquebrajado y casi abandonado, se encuentra situada a la deriva del propio asfalto, pero vista por la propia indiferencia que no sabe que aquella iglesia fue en tiempos de antaño, además de hacer parte del que se denominó el Pueblito Huilense, una iglesia como muchas otras: con feligreses, curas y rezos.

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Empezamos el paseo de los artesanos Se sigue el rumbo por el Malecón, los restaurantes se mezclan por sí solos como en una especie de laberintos que conjugan el verdor con la majestuosidad excelsa del Magdalena. Un vivero resguarda una serie de flores, helechos y plantas de todos los tamaños, formas y colores; y después de atravesar todo este tramo, unos sones cubanos se acomodan en sostenidos y bemoles para situar uno de los espacios con más peso artístico dentro del Malecón: El Paseo de los Artesanos. Aquí les sostengo la mirada a unos pocos visitantes a los que se les nota la redención de su cansancio gracias a unos cuantos vasos de cerveza, a la humedad y frescura del espacio y a la brisa lejana del Magdalena que es empujada por la altura de los árboles que allí, monumentalmente se alzan. “Soy artesano y músico” Por uno de los primeros locales de artesanías ubicado en el Paseo Artesanal, está “El Mono”. Se encuentra allí agachado con unos cuantos tarros de Coca-cola que retienen en su interior pinturas de colores, verde, amarillo y rojo, aquella combinación “rasta”. Con ellos pinta unos tambores llamados Niyabingui, que es el nombre con el que se le conoce a uno de los muchos instrumentos de percusión del género reggae; y también el de su local. Tiene a su mano unos arcos negros de hierro, aquellos con los que sostiene y aprieta el cuerpo entero de los tambores; y espera a que la pintura seque para terminarlos completamente. Su cabello es amarillo, pero natural. Es mono, así como le dicen. Sus dreadlocks no tan emparentados con su liso notorio que sobresale de sus raíces, intentan aflorar esa estética “rasta” que identifica la cultura rastafari. Su rostro es blanco y a la vez fino, y habla con un tono de voz seguro y tranquilo. Este artesano, es uno de los casi 30 que se “parchan” en esta zona del Malecón, considerando que el resto de personas que habitan los locales son comercializadores, más no productores directos. Lleva cuatro años en este oficio después de que anduviera en Bogotá trabajando en cosas que para él eran completamente inútiles, “en vainas ahí que no me gustaban, en negocios, en administración”, comenta. Además de ser artesano, es músico. “yo soy músico percusionista pero lo que hago, lo hago de

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forma callejera. La música me ha permitido viajar a muchos lugares de Colombia y también a Ecuador”, narra. El Paseo de los Artesanos es casi su hogar, y aunque vive con sus padres, la tolerancia que de ellos ha emanado ha sido garante para emprender uno de los oficios que aunque como él dice “solo da para sostener y nada más”, genera la enorme satisfacción de estar en paz y en armonía con las demás personas. Tiene una compañera llamada Steffi, con la que comparte su estadía en el local y también le ayuda en sus actividades de bisutería ya sea tejiendo collares, manillas, aretes, etc., y en diferentes técnicas como macramé y croché. “El Mono” camina de aquí para allá, se entretiene dialogando con otros artesanos y finalmente se refugia en su local, que es como su lugar de adoración a la vida, un lugar santo adornado con una bandera con los colores verde amarillo y rojo, con un stand donde exhibe sus variados productos, y muchos instrumentos colgados en las mallas de las paredes en alusión a su segundo más preciado arte: la música. El puente hacia lo alto “El local de Nelson está al otro lado”, comenta un joven artesano neivano cuando le pregunto donde se encuentra ubicado el local de Nelson Mayorga, uno de los veteranos en la artesanía y en el Malecón. Fue maestro del “Mono” con quién trabajó recién llegó al local y al que le enseñó muchas de las cosas que hoy en día sabe hacer. Nelson tiene 32 años, desde los 18 hace artesanía y hace seis años ocupa uno de los locales dentro del Paseo de los Artesanos. “Chakana” es el nombre de su local. “Viví en Cándido con Federico, el bajista de Magolo blues -banda neivana de Rock and Roll- ; con el hermano y con Nimonoch Dussán –actualmente uno de los creadores de la revista de cómics neivana Asfalto-. Con ellos queríamos que fuera una casa cultural, donde hubiera teatro, música y artesanías. Un amigo que llegó del Perú, me trajo un Chakana –en ese momento Nelson se levanta de su puesto y muestra una piedra en forma de cruz escalonada- así que pensamos en ponerle así a la casa pero como ese proyecto nunca se dio, entonces dije que cuando tuviera mi propio local de artesanías, así le iba a poner. Chakana significa puente hacia lo alto”, narra. Afirma que antes de llegar al Malecón transurrieron dos etapas cruciales en su vida. “De los 18 a los 22 vivía en un descontrol total, estaba muy

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desubicado, pero de los 22 en adelante, adquirí lo que se llama conciencia”, dice mientras con sus manos va recortando pedazos de carpeta negra de plástico con los que intenta hacerle soportes a los aretes para exhibirlos y sostenerlos mejor. Su rostro está marcado con algunos quiebres y pequeños hoyos dados por algunas cicatrices, parecen marcas de la juventud, aquellas que solo el tiempo ha sabido darle la forma y el significado sobre la experiencia de un oficio que además de satisfacción, le ha dado el aliciente del respeto hacia los demás y las ganas de seguir adelante. El local de Nelson nos envuelve en dos capas sonoras. Muy al fondo en el lugar de bebidas, casi a la entrada del paseo artesanal, la “Ausencia” de Willie Colón opaca el hilillo tenue de un reggae argentino de Dread Mar-I que sale de un pequeño parlante. Al fondo, sobre una pared lateral, Krishna y Rada, dos deidades del hinduismo, impresos en un pequeño cuadro, recrean la escena de adoración y complemento del hombre y la mujer. “El arte en sí lo libera a uno de la esclavitud del sistema, es como un alimento que me nutre siempre. El resto es una ilusión, es algo pasajero. Cuando tengo bajones, me dispongo a crear, entonces la artesanía es mi bote de salvavidas”, narra Nelson. Y concluye diciéndome que ahora su oficio lo defiende con más argumentos y que es más consecuente con lo que piensa y lo que dice. Resina naturaleza inmortalizada El Paseo de los Artesanos es un espacio construido, más que con el dinero de un gobierno de turno -el de Jaime Lozada Perdomo en el año 1997, cuando se inició la construcción del Parque Longitudinal-, con la mirada histórica de los huilenses y los propios turistas y con el imaginario colectivo que a pesar de moverse en los prejuicios, también guarda la certeza de lo verdadero, de lo que realmente se vive y se ha vivido dentro del mundo de estos hacedores de arte. Al lado del Chakana, local de artesanías de Nelson Mayorga, esta el local de Germán Antonio Murgueitio Cortés. Mur-g-u-e-i-tio, me deletrea cuidadosamente. Como él no hay nadie mejor para dar a conocer la verdadera historia del Paseo de los Artesanos, ya que siendo él uno de sus fundadores, sabe lo que ha sido este espacio desde su

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creación. “Todo esto al inicio funcionaba como el Pueblito Huilense, luego se llamó el Pueblito Opita pero entonces esto quedó abandonado, se construyeron estos galpones y solo hasta cuando llega Cielo, se le da vida a esto”, comenta Germán. Él se refiere a Cielo como a la alcaldesa Cielo González Villa, que ejerció su mandato a partir del año 2004 hasta el 2008 y quién se encargó de adecuar el espacio del Malecón incluyendo los restaurantes, y dándole una forma distinta al espacio. Germán tiene 48 años de vida y llegó exactamente un 20 de Octubre del año 2005 al Malecón. Primero trabajó con la marroquinería sin embargo, debido a la humedad del lugar y al hecho de que los cueros se dañaban, empezó a explorar otro tipo de actividades artesanales como la bisutería. Relata que además de artesano hace teatro, pues es consciente que el teatro por sí solo no es una fuente de ingresos estable, por lo que alterna este arte con la artesanía. Y mientras lo dice mirándome atentamente sentado sobre una butaca, saca de repente una botella de aguardiente Doble Anís y arroja como formando una pequeña cascada, un poco de ese líquido a su pequeño vaso aguardentero. Y así tranquilamente lo repite unas tres veces más. De otro lado, considera que los espacios se transforman permanentemente, y que la idea del Paseo, es justamente la de la convergencia de toda clase de individuos de la sociedad, que sea un centro cultural con características particulares y descargas emocionales. Que siendo un espacio lúgubre por el trayecto del río, sea el reflejo de una cultura. “Este lugar es diferente a todos, esto no es un centro comercial”, comenta. Y aduce al hecho de que por medio de actos de tolerancia, se pueden construir los imaginarios colectivos alrededor de cualquier lugar. Finalmente, observo con delicadeza y cuidado las artesanías de Germán. “Resina naturaleza inmortalizada”, me responde vocalizando marcadamente las palabras al preguntarle sobre el material con el que están hechos sus llaveros, collares, aretes y manillas exhibidas en su stand.

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El don que hay que tejer Y seguramente El Paseo de los Artesanos existe cada vez más como un paraíso de naturaleza inmortalizada, como un espacio en constante transformación, como un paraje exquisito de ideas y de innovaciones que en compañía de la inspiración y de las corrientes furtivas del Magdalena, acoge lo mejor de una de las mayores manifestaciones del ser humano: la artesanía. Mientras que algunos locales se ven inmersos en la magia del decoro artesanal, envueltos en melodías reggae y cantos ancestrales, otros permanecen vacíos a la espera de ser ocupados y recreados por alguna semilla que geste un nuevo nido de creación. Así entonces, muchos jóvenes han llegado a apoderarse de este lugar, pues como afirmó “El Mono” en su momento, “esto no está administrado por nadie, el año pasado pagaba cien mil pesos de impuestos, pero ahora ya no. Yo llegué acá, le pedí las llaves al señor que las guardaba y cogí el local, si tengo que pagar después, pues lo haré”. Y así como él, muchos artesanos han hecho lo mismo y con ayuda de la creatividad y las ganas, han puesto en marcha un proyecto que los satisface y que al mismo tiempo los reconoce, que han hecho de la artesanía más que un sustento, un estilo de vida y un don a explotar. “Uno nace con un don, con eso ya es mucho más fácil aprender, pues los dones hay que explotarlos”, comenta Nelson. Finalmente, El Paseo de Los Artesanos se vislumbra con el claro oleaje de los días recibiendo a los artesanos con la misma paciencia con la que ellos diariamente llegan a sus locales a emprender una nueva obra y un nuevo camino, con la sabiduría que el tiempo ha sabido sortear en medio de una sociedad acalorada de prejuicios e indiferencia.

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La vida del payaso triste.

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Si nos transportamos en un bus de servicio público, tal vez ante el semáforo en verde el conductor habría desacelerado su vehículo para avanzar lentamente hasta lograr el cambio a rojo, parar y darse el tiempo para esperar a que aparezcan de la nada los pasajeros. Pero no; íbamos en un taxi y, por el contrario, éste aceleró para ganar el cruce con los últimos segundos de la luz verde. No alcanzó y aunque no intentó pasar en rojo, ya los carros de la otra vía le habían ganado terreno. En esta lógica de los conductores, el pasajero siempre es afectado, aunque ellos lo justifican diciendo que deben buscar al cliente a como dé lugar, pues le deben cumplir al patrón con la cuota. A las dos y media del tarde y con el calor que a esa hora hace en Neiva, lo que uno menos desea es tener que estar en la calle y peor aún si es en una caja de latas. En esas circunstancias, deseé que el disco se mantuviera en verde lo suficiente como para que hubiéramos alcanzado a cruzar. En fin, ahora estamos parqueados en la esquina del estadio de fútbol de la Libertad con Avenida Circunvalar y de frente nos toca soportar al inclemente sol mientras esperamos la señal de escape. Afortunadamente en ese instante una figura de estatura mediana, contextura gruesa, tez morena piel curtida y resquebrajada, se interpone. Aparenta más de 60 años. Su presencia brinda un poco de sombra y nos permite sentir un leve alivio.

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Siempre he escuchado que las apariciones no son gratuitas, en eso es experta la iglesia católica, y al parecer esta tampoco le rea. En un singular juego de malabarismo, este hombre que tiene su rostro pintado a manera de payaso saca de sus bolsillos dos pequeñas pelotas de color; lanza desde su mano derecha la pelota roja hacia arriba. La sigue con su irada y cuando empieza a descender abre su mano izquierda para recibirla, corresponde ahora a la pelota azul entrar en escena, la acción es la misma y esta se repite en dos ocasiones de izquierda a derecha y de derecha a izquierda y nada más. -a veces lo hace con unos aros azules- apunta el taxista sin que nadie le pregunte; ante el comentario evito la conversación porque temo que pueda tener impacto sobre la tarifa, según la tesis de un viejo amigo. Durante la corta presentación me había dedicado a observar la camiseta que llevaba puesta este personaje; tenia estampado un juego de “triqui” y ocho de las nueve casillas que forman el cruce de las dos líneas verticales con horizontales están marcadas, solo faltaba la casilla del centro para cerrar el juego. Desde la distancia que me di cuenta que con 0 o con X no lograba hacer línea, es decir, en ese juego no había posibilidades de ganar. La opción única era perder o perder, y así también estaba expresado en una frase estampada en su raída camiseta “non sempre si puó vincere” – no siempre se puede vencer-. Acabo el 'show', nuestro artista callejero hizo nuevamente la venia, -no imagino que a la espera de aplausos, no es eso lo que necesita- y tal como lo plantea el libreto, se dirigió hacia nosotros que éramos los primeros de la fila de carros. Asomó su existencia por la ventana y estiró su mano a la espera de un reconocimiento por su obra maestra. Me fijo en su rostro y trato de escudriñar su pasado; descarto de entrada que hay sido parte de algún circo, porque si lo hubiera hecho, a todas luces este espectáculo habría tenido un rotundo fracaso en cualquier carpa. Para evitar ser injusto, desisto de la idea. Sin embargo, no dejo de creer que el estado debe brindar a todas las personas que llegan a esa edad bienestar y seguridad social, que les permita vivir con dignidad, independientemente de lo que haya hecho con sus vidas. Mientras reflexiono entorno a estas cosas, él simplemente se da cuenta

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de que con nosotros no va a lograr lago. Si tuviera la certeza de que con una moneda le soluciono sus problemas, no habría vacilado en darle unas cuantas. Sé que algunas personas colaboran por compasión, otras quizás reconocen el trabajo actoral del tipo, aunque algunos creen así liberarse de sus culpas; sin embargo pienso que lo que debemos hacer es impedir que estas personas se vean obligadas a esto, a menos que lo hayan por gusto, pero, no creo que este sea el caso. Lo ideal sería construir un sistema social con oportunidades para todos y no de privilegios para unos pocos; pero meditar sobre estos asuntos es perdido; el país está pensando en otras cosas. Tal vez en su 'hecatombe' ética y moral. Hay días en que uno no le atina a nada, y hoy es uno de esos; en mi caso, ni en el semáforo en verde, ni en el 'triqui'. Y en el de nuestro malabarista, que por cierto debe hacer muchos malabares para sobrevivir, el panorama se dibuja igual: él sigue hacia el carro de atrás a la espera de su primera moneda. Mi hija, que me acompaña en el viaje, no deja de mirarlo. En ese instante trato de interpretar su lectura visual y digo: - Mira nena él es 'el payaso de la sonrisa triste'-; ella me dirige su mirada, me hace un gesto de desaprobación, y me replica como para rematarme, - el de la sonrisa triste no. No ve que nunca sonríe-.

Fernando Charry Gonzales.

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Enemigo Incombatible

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E

“Pacho” y su esposa Ligia Garzón de Gutierrez en disfrutando de la última navidad juntos

ra un día nublado, un jueves que aparentemente sería normal para aquella familia en el ambiente se percibía una penumbra que rompió con la calma de una dulce mujer, su llanto inconsolable generaba tensión, en ese momento no se imaginaban que todo terminaría en una escena trágica. Un grito desgarrador destrozaba el silencio aparente de la noche, ella se encontraba junto al cuerpo inerte de su amado, rogando al cielo que lo que sus pupilas percibían fuese efecto de una aterradora pesadilla impactada por lo sucedido no podía parar de llorar, Diana, Mechas y Ana no lo podían creer que aquel viejo que les había enseñado sabiamente los secretos de la vida se les había ido a un viaje sin retorno. La dulce mujer es mi abuela, Mechas es mi madre, Diana mi tía y Ana soy yo. Y esto ocurrió el día de la muerte de Enrique mi querido abuelo. Pacho como le decían de cariño todos sus familiares y allegados, era un hombre servicial y dicharachero le encantaba la buena comida y las mujeres bonitas, apasionado por la política, liberal por convicción, durante diez años se desempeñó como concejal del municipio de Aipe al norte del departamento del Huila allí luchó lustros enteros por el bienestar de su pueblo. Era un hombre ejemplar, cariñoso con su viejita hasta sus últimos días, querendón con sus hijos y alcahueta con sus nietos. Así transcurrían los días de Pacho entre risa y un buen café caliente, sentado en la plaza de mercado del pueblo lidiando con un terrible mal el cáncer.

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Mil preguntas llegaron a mi mente y ninguna de sus respuestas logró calmar los sentimientos encontrados que se manifestaban en mi corazón. Es triste afirmar que este lamentable suceso en mi vida haya despertado una curiosidad e interés hacia esta enfermedad que en años atrás me hubiera parecido ajena; me encontré con una triste realidad puesto que el cáncer deja centenares de víctimas al año en nuestro país, debido a que son células anormales que logran dividirse sin control alguno por esta razón son capaces de esparcirse por otras partes del cuerpo, pero lo que más me impactó fue saber que existen más de 100 tipos diferentes y que algunos toman su nombre debido al órgano donde se origina, en el caso de mi abuelo era de próstata, uno de los más agresivos y el segundo causal de muerte en los hombres después del cáncer de pulmón. Existen diferentes tratamientos contra este padecimiento, su aplicación es dependiendo del grado de complejidad y del estado tanto físico y mental del afectado; en la actualidad contamos con la cirugía donde se realiza un procedimiento donde se extrae el tumor localizado y todo el tejido que haya alcanzado a infectar, igualmente existe la posibilidad de las radioterapia similar a los rayos x pero con una mayor intensidad penetrando el cuerpo y atacando el tumor de manera directa generando que disminuya su tamaño para poder realizar una extirpación quirúrgicamente, uno de los tratamientos más fuertes que existen es la quimioterapia, dicho método evita que las células cancerosas se dividan ocasionando que la célula muera sus efectos secundarios son muy visibles corporalmente por ejemplo la perdida de el cabello, debilitamiento físico por esta razón su estado de ánimo cambia drásticamente; hay casos donde el paciente acepta su enfermedad apegándose a la vida luchando contra ella, pero en ocasiones se convierten fácilmente en amargados y pesimistas mostrando una actitud de rechazo hacia las personas que los quieren ayudar. Transcurría el mes más hermoso de todo el año en donde nos reencontramos con nuestros familiares al son de villancicos y en nuestro caso un cerdo asado era diciembre del 2008 cuando el viejo sintió que su cuerpo no le respondía como en diciembres anteriores, pensó que tal vez era la edad que golpeaba a su puerta , unos fuertes dolores lo aquejaban, hasta el punto de tener que ir al médico algo que para él era

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innecesario se realizó diversos exámenes, los resultados meses después fueron devastadores para la familia él tenía cáncer de próstata; a demás su estado era muy avanzado, ya le había hecho metástasis en la cadera llegando a la rodilla derecha, fue un duro golpe para todos nunca se imaginaron que esto pasaría. Pacho se fue deteriorando inició su tratamiento con la radioterapia era muy incómodo para él pero seguía con la esperanza que mejoraría sus huesos se veían a simple vista, su gran gusto por la buena comida cambio, la alegría y la espontaneidad que lo caracterizaban se convirtieron en agonías al igual que en rezos y en mucha paciencia que hasta el momento era lo que la familia debía tener. Para el diciembre del 2009 era una persona de nuevo alegre pero la verdadera esencia que lo caracterizaba se había ido para siempre. Aunque continuaba con la esperanza de ganar esta batalla, unos pocos meses después mi viejo decaía de nuevo pero en esta ocasión de una manera impresionante nunca olvidaré el día que mi madre lo llevó a nuestra casa y en brazos fue entrado a ella, el no podía caminar ni estar de pie, desde ese día fue empeorando cada vez más. Se le realizaron nuevamente exámenes los cuales confirmaron lo peor, esta maldita enfermedad se lo había consumido lentamente hasta llegar al cerebro. Pacho ya no tenía salvación había perdido la batalla de la vida contra su peor enemigo el cáncer, no valieron rezos, tratamientos médicos, remedios caseros y cuanta cosa existieran contra esta enfermedad que lo salvara; solo quedaba prepararnos para lo inevitable y orar por que su agonía no se extienda por mucho tiempo, se que puede sonar duro pero ya no quedaba más que resinarnos. Hace un poco más de un año el cáncer me quitó mi abuelo y ahora lentamente se está llevando a mi padrino. Manuel, mi padrino o el Seco como lo llaman sus amigos, en estos momentos se encuentra postrado en una cama respirando gracias a una pipeta de oxigeno. Es el mejor amigo de mi mamá y el cuarto de seis hermanos, de piel morena y tranquilos ojos verdes desde que lo recuerdo el cabello lo ha abandonado generándole una calvicie permanente, amante de las plantas y con un peculiar interés por las

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artesanías, nunca encontró una mujer que fuera capaz de casarlo y solo tiene una hija que en realidad es su sobrina la cual acobijó cuando su hermano murió se gana fácilmente la amistad de los que están a su alrededor tal vez por su espíritu parrandero y amable, siempre con una sonrisa en el rostro y sirviéndole a quien lo necesite. Acaba de pasar las fiestas de San Pedro en el Huila del 2010 y se acercaba agosto, los días pasaban lentamente cuando observó que una extraña masa sobresalía un poco de una de sus piernas, decidió tratar de quitárselo apretándolo con fuerza pero esto solo generó una hemorragia la cual no era normal, fue de inmediato al hospital de Aipe donde tuvo que ser remitido a Neiva, le realizaron una serie de análisis que explicaran la causa de esta anomalía. Unos pocos días transcurrieron, Manuel continuaba en el hospital a la espera de los resultados definitivos, la impaciencia rompía con la tranquilidad de él y su familia. Fue un martes cuando los resultados llegaron, el solo esperaba buenas noticias pero el rostro del médico revelaba lo contrario, el ambiente de la habitación se tornó tenso, su esperanza se convirtió en angustia al escuchar las palabras del médico que solo lo confundía hasta que al fin con voz poco alentadora le dice que tiene carcinoma uno de los tipos de cáncer más agresivos que existe. Mientras escuchaba esas palabras tan desalentadoras en un instante los recuerdos buenos y malos que lo habían marcado a largo de la vida pasaron frente a sus ojos. Fue tal la sorpresa de la noticia que se apoderó de él la desilusión y el desespero a tal punto de negar su estado, se le ejecutaron dos operaciones una en Neiva y la otra en Bogotá con la esperanza de darle fin a esta mala jugada del destino. Manuel debía continuar con una serie de radioterapias de las cuales solo se realizó dos, sentía que su cuerpo no resistía al tratamiento, regresó al pueblo con la ilusión de que allí todo mejoraría, que con los cuidados de sus familiares y un nuevo tratamiento que en esta ocasión era bioenergénico lograría terminar con su padecimiento, pero esto no ocurrió fue empeorando cada vez más, no termino el tratamiento, todos los esfuerzos que hacia su familia por brindarle una mejor vida como lo eran los remedios caseros, los procedimientos médicos y una alimentación sana para él no servía; se aisló del mundo no le gusta que lo visiten le atormenta la idea de saber que pueden sentir lástima de él, en este momento está invadido de

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cáncer le hizo metástasis en los pulmones y en el cerebro, mi madre me cuenta que esto no hubiera ocurrido si él desde el momento que se diagnosticó el cáncer se hubiera dejado amputar la pierna, ella dice que ya no hay esperanza que la vida del Seco llegó a su fin que tan solo queda esperar el peor de los desenlaces. Mi viejo este año cumpliría 65 años, Manuel acaba de cumplir 42 son dos claros ejemplos de la constante lucha que deben afrontar los que padecen de cáncer, aunque eran diferentes al parecer tendrán el mismo fin, Pacho nunca perdió la confianza de que mejoraría en especial por el apoyo que le brindamos todos y por la fe que le puso a todo lo que realizó por combatir esta enfermedad. El cáncer no perdona ni edad, ni género o creencia y a pesar que le pongamos todas las ganas de superarlo como Pacho o simplemente le seamos indiferentes como Manuel, al final de la lucha casi siempre gana esta maldita enfermedad. Solo me queda recordar la sabiduría de mi abuelo, la alegría de Manuel y decir que no es un adiós si no un hasta luego porque sé que mi viejo me espera y que Manuel en poco tiempo también lo hará. Y como diría una cantante colombiana víctima del cáncer: Con armas en mi alma, balas de amor, fuego de fe, en pie de guerra ante el enemigo que no se deja ver.

Ana María Gutierrez.

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Nacido y criado en el magdalena

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El Puerto de pescadores ubicado al costado terecho de la avenida circunvalación de la cuidad de Neiva.

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l puerto de pescadores de Puerto Nuevo ubicado en el costado derecho de la avenida circunvalar, arriban las húmedas canoas, a bordo sus dos tripulantes, con la herramienta y los pocos peces apresados después de un agitado día de pesca. Empieza la movida venta de Semana Santa. Luego de acomodar la canoa inclinada boca arriba en el viejo andamio de tubo oxidado y débil concreto agrietado construido hace algunos años por iniciativa de una petrolera y del Padre Escandón durante su antigua alcaldía. Bocacho gritaba: ¡pescado fresco! ¡rico pescado fresco! ¡le tengo el pescado barato! ¡estoy rematando! ¡venga señora que estoy rematando! Mientras su esposa me descamaba los tres bocachicos que había comprado por cinco mil pesos. La niña de los aguacates, el revendedor de frutas, el de los raspaos, el anciano de los conos y otros serviciales vendedores aprovechaban ese miércoles de semana santa, mientras los turistas y compradores se acercaban al sombrío y amañador puerto en búsqueda de pescado fresco para los días santos. Hacia el primer enorme ceibo del costado izquierdo frente a la avenida, estaba don Delfín Borrero Girón, martillando la canoa de achapo. Su hijo Carlos Andrés lo acompañaba sosteniendo la pesada madera y

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pasándole los puntillones. Tuve la oportunidad de conversar el domingo de pascua con el señor Borrero, mientras él bebía cerveza y fumaba un cigarrillo. El mejor fabricante de canoas de la región la mitad de su vida ha sido pescador y la otra mitad la dedico a hacer las mejores barcas para la pesca. El viejo de 64 años y más antiguo en el puerto tiene la mano derecha deforme, pues hace 7 años durante una pelea con otro pescador, recibió un machetazo que lo dejó lisiado. Suena irónico… pero con el esfuerzo de sus manos construye las más herméticas y duraderas canoas para sus amigos, conocidos y foráneos. A pesar de que su mano diestra tiene abultadas formaciones y sus dedos no permiten movimientos normales, puede manejar cada herramienta con tal escrupulosidad que ha sido visitando por muchas personas a comprarle su obra de arte. Hasta unos Caqueteños quisieron llevarlo a trabajar en sus tierras, negándose a dicha propuesta. Mientras su saliva salpicaba y su cara de entusiasmo reflejaba el orgullo de ser escuchado, contaba cómo eran las faenas de pesca en su época de pescador, cuando las herramientas se podían dejar a la orilla de rio durante días y no pasaba nada, nadie se las robaba ni mucho menos se les prohibía la venta en el puerto. Sonreía pícaramente cuando recordaba los regaños de su padre las veces que hasta con un costal que sumergía al las laderas del rio lograba sacar peces. Tan abundantes fueron los peces que corría a regalarlos en el vecindario. Y suspira diciendo: “ya nada es como antes”. Aunque el martes de la Semana Mayor también conocí a un pescador muy particular, don José Cardoso. En realidad con él fue mi primer acercamiento al inusitado mundo de los pescadores artesanales. Don José estaba sentado en una acabada canoa amarilla subida boca abajo en el andamio. Su semblante de hombre agotado y la mirada profundamente pérdida en la entraña de sus pensamientos, tenía un pantalón negro acanalado y a su desabotonada camisa a rallas le faltaban dos botones, se sentía cómodo con los pies descalzos, porque a su lado también encima de la canoa tenía sus tiesas botas amarillas cortadas a la medida del tobillo.

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“Me escapaba del colegio para acompañar a mi papá a trabajar, creía que la vida de pescador era mejor que ir a la escuela” y solo logró terminar el grado tercero pues dedicó toda su vida a la labor pesquera. Sacó adelante a sus cuatro hijos, de los cuales solo el menor vive con él, la abuela y sus hermanas, porque su esposa vive en Ibagué. Para él. Ver al Mohán es muy normal, después de tantas veces que le apareció mientras rodaba por las aguas del Yúma. Una vez… cuenta don José que en una fangosa ramada ala que ningún pescador pudiese llegar reposaba una canoa negra. Cosa que le causo curiosidad. Gritaba estrepitosamente hacia dirección de la canoa “alguien ahí”, cuando vio un hombre moreno de sombrero grande, sentado sobre el bordo de la canoa fumando un enorme e interminable tabaco que les preguntó, (han cogido pescaditos) respondiendo inmediatamente (si señor). Y mientras se alejaba un poco de la orilla observó hacia el fondo una mujer muy cerca a ese hombre. “pensé que era la compañera del mohán, porque tenía el mismo aspecto”. El veterano y tranquilo pescador no tenía afán en moverse de su lugar, a pesar de que los rayos solares traspasaban las ramas de los ceibos del puerto. Mientras su mente y estado físico se preparaban para la próxima pesca del día siguiente, recordaba también las veces en que, llegaba de pesca sin peces y sin herramienta pues la despiadada lluvia les volteaba la canoa. Luchaban por no dejar ahogar la atarraya de 20 libras pero la vida era más importante y según él a veces se gana y a veces se pierde. Fernando Gómez, el mismo (bocacho o bocachico) presidente de la Asociación de Pescadores del Alto Magdalena, ha asistido a muchas reuniones organizadas por la alcaldía, por el Incoder, y otras instituciones. Pero no recuerda que se haya cumplido ninguna de las promesas de inversión para el puerto. Sueña con un muelle construido arquitectónicamente donde los turistas y propios se acerquen a mirar el rio, donde hayan zonas verdes y comodidad para mirar el paisaje. Espera también mayor control a la pesca indiscriminada, por quienes sacan peces muy pequeños, hacen que la disminuya la población piscícola.

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Hacia las dos de la tarde, del domingo. Después de hablar con don Delfín a quien ya los tragos estaban haciendo efecto, nos alejamos de la caseta para conversar con el hábil bocacho, y sentados en una canoa muy cerca a la orilla del rio, el afirmaba convencido que lo importante de ser pescador es saber nadar en primer lugar, lo segundo es saber pilotear, saber pescar, conocer el río, saber remendar la herramienta, y saber vender: pues “si hace una pesca bien buena y viene y la regala” agregó. Además, el clima no ha estado de su parte, discuten entre Delfín y bocacho: el crecido y torrentoso rio magdalena en esta época no permite la pesca artesanal, por ese motivo los peces que consumieron los neivanos en esta semana, provine de grandes lagos dedicados a la reproducción y comercialización de mojarra, bocachico, capaz y otros peces. Los pescadores artesanales solo esperan que Dios se acuerde de ellos, y que cese el invierno pronto en Colombia para volver a montar a las cinco de la mañana las canoas a la camioneta de don Julio y rodar desde el puente de Hobo, o en otros casos desde la Boa para los que sienten temor por el cruce, venirse pescando durante el día, hasta arrimar a las cinco de la tarde, sacar la pesca, recoger la atarraya y vender. “poco malo hacemos lo que nos gusta y vivimos de eso” dice bocacho mientras se soba las piernas picadas por los zancudos, acepta que no quiso tomar otro rumbo sino el de la... Resignada e interesante historia de quienes viven entre las aguas del Río Magdalena.

Bernardo Monje Sanchez.

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Fumigaron nuestras tierras

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Riachuelo en la antigua finca de doña Martha y su familia

Lo que más recuerda es aquel penetrante olor, los nubarrones oscuros sobre los cultivos y los madrazos que su esposo gritaba a los tripulantes de los helicópteros y avionetas... Doña Martha vive en un Barrio de la comuna 6 de la ciudad de Neiva, su casa aun está en obra negra, donde el polvo hace de las suyas en las mañanas y tardes soleadas, las filtraciones de humedad se notan en algunas paredes debido a las fuertes lluvias de que han azotado estas fechas. La amable y servicial ama de casa se encontraba en la casa acompañada de su hija Rubisley, que acababa de llegar del colegio, la delgada niña de 14 años llegó e inmediatamente entro a su cuarto, alisto su ropa y se refresco con un baño, para luego salir a la casa de su tía donde permanece gran parte del tiempo. Ya solamente en mi compañía, y la del televisor encendido en la casa, noté su semblante de madre dedicada, hogareña, laboriosa y tímida pero en el fondo muy conversadora que reflejaba con cada palabra y cada gesto queriendo contar algunos hechos que por su vida transcurrieron. “Tanto tiempo que paso que ya ni siquiera me acuerdo” dice doña Marta mientras hace memoria, recordando cada vez más aquel inesperado capítulo de su vida que está quedando en el baúl de sus

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recuerdos. Recuerdos de cuando habitaba en las altas montañas de la vereda Alto Motilón, ubicada hacia la zona norte del departamento del Huila, donde todo es vida y naturaleza. Para llegar a Motilón una de las veredas del Corregimiento del Oriente de Neiva y donde hay que llegar para subir luego a la finca su antiguo hogar. Se debe salir por la vía Balsillas, por la avenida principal del barrio Las Brisas hacia donde se están asentando gran número de conjuntos cerrados y condominios gracias a la ubicación zonal. Los carros que para estas veredas salen por lo general son los mixtos o chivas tradicionales en nuestro país. Son 3 horas que deben aguantar los campesinos y visitantes de agitado viaje por un camino destapado y largo hasta llegar a sus verdes, frescas y floreadas tierras. A su alrededor el acogido y amañador pueblo, tiene el rio Las Ceibas, que cruza de norte a sur y que debido a ultimas crecientes está acabando con las pocas casas que quedan en la vereda. “Las avalanchas han inundado muchas veces, hasta el momento han sido casi 7 avalanchas “Bravas” las que han arrasado con el pueblo. Entrando a Motilón, vereda a la que hay que llegar en carro, antes de adentrarse a las montañas y subir hacia el Alto Motilón nos encontramos con el puesto de salud, algunas casas de la vereda, la escuela, y contiguo a ella el polideportivo donde departen los campesinos cada fin de semana alrededor de campeonatos de microfútbol. Recorriendo luego las últimas casas del pueblo se llega al hogar del señor Eleazar Zea, quien es el propietario de la finca en la que habitaba doña Marta y su familia. Para llegar hasta la finca ubicada en la colina del Alto Motilón se debe cruzar el rio Las Ceibas y adentrarse en el camino; filo arriba caminando por las arenosas montañas, y rocosos senderos, greda, bastante humedad del camino y embarrada travesía con altas colinas a cada lado se debe cruzar luego la quebrada Rio Negro, que baña las veredas vecinas. Son 2 Horas a pie y 1Hora con 45 minutos a caballo hasta sentir la fresca temperatura que no supera los 15 grados centígrados y el frio titilante que nos recordaba estar en las tierras fértiles y aptas para la siembra de verduras, hortalizas, algunas frutas y hasta la desgraciada Amapola. Aquel lunes, lo recuerda muy bien. Porque el día anterior su Esposo

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Michael había llevado la remesa para los quince días de trabajo, se despertó hacia las 5 de la mañana prendió su radio como de costumbre, y empezó con sus labores de cocina. Los gallos cantaban, los pajaritos en las copas de los arboles silbaban melodías mañaneras, las gallinas revoloteando en el patio, esperando el llamado para comer y los trabajadores despiertos y listos para empezar su día de trabajo. Doña Marta sirvió el café un poco antes de las 6:20 am y tenia listo el desayuno. Cuando a lo lejos observaron la llegada de cinco avionetas y un helicóptero que se venían acercando. En el año 1999 y de la fecha que ya ni recuerda, solo veían las fumarolas de veneno en el aire y las partículas grisáceas que penetraban los pulmones de ella, su esposo, los trabajadores, y hasta sus pequeños hijos que aun estaban dormidos al interior de la casa. Subían y bajaban las avionetas, cada vez más cerca y esparciendo más el Glifosato incesante, sobre los cultivos del señor Michael y los de Hilde Vidal que tiene terrenos medio kilometro hacia abajo de la finca. Michael y los trabajadores corrieron a alertar a los tripulantes de las avionetas, sin ningún resultado positivo. Fueron 20 minutos que parecían Horas y hasta el alterado Michael gritaba y “arreaba la madre a los malditos esos” dice doña Marta con tono resignado. “A mí me dolió la cabeza con ese olor, nos amargaron el desayudo, y también la vida. Eso fumigaron por todos lados” agrega. Y don Michel tan triste y aburrido repetía mientras miraba las cosechas ¡Nos dañaron todo! más de 2 ½ hectáreas con siembra de alverja y ½ hectárea de frijol de mata y frijol de bejuco que ya estaban a una semana de recoger, producto que se dedicaba a comercializar en sus bajadas a Neiva, en Sur abastos y el Mercado campesino de Calixto. Otros pequeños cultivos afectados fueron: la yuca, el repollo, la arracacha y hasta la Huerta de la finca que estaba a unos pasos enseguida de la casa, donde había cebolla, zanahoria, repollo, acelga, cilantro, frijol verde, y hasta las hiervas medicinales en las que doña Marta confiaba la salud de sus hijos. Inmediatamente, Hilde el mayor afectado por la fumigación y el señor Michel quien había invertido 5 millones de pesos en sus cultivos,

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bajaron a Neiva a interponer la denuncia. Arrancaron algunas matas como prueba de lo sucedido; aquí empezó el largo y duradero proceso jurídico. Caso que tomó el fallecido Abogado Sixto Francisco Cerquera (q.e.p.d), también fue un reconocido alcalde de Neiva durante 1990 a 1994 y ocupo otros puestos políticos anteriormente. Estuvo muy interesado en el caso, y realizó visitas a la zona afectada por las fumigaciones con glifosato. Alrededor de cinco reuniones se realizaron en el Alto motilón, en la casa de Hilde Hernán Vidal, a las que dos veces subió el doctor Sixto, junto a una comitiva de investigación. Fueron periodistas, Peritos, abogados y algunas personas solo de paseo cuenta doña Marta. Se mataba gallina para el almuerzo, se hacía carne a la plancha, todo para atender bien a las personas que iban a colaborar con este pleito entre el gobierno Pastrana y los afectados por las sorpresivas fumigaciones, que hacían parte de las estrategias para erradicar los cultivos ilícitos denominado Plan Colombia, también llamado Plan para la Paz, la Prosperidad y el Fortalecimiento del Estado, con ayuda del gobierno Estadounidense: La fumigación de cultivos ilícitos con glifosato ha tenido un impacto ambiental negativo en las selvas colombianas, sumado a la deforestación causada por los grupos ilegales. Así transcurrió el tiempo. Se tomaron fotos, se hicieron nuevas visitas, se levantaron actas y hasta se grababan las conversaciones en audio, pero no se solucionó nada. Entonces de nuevo los campesinos de la región tuvieron que volver a utilizar sus terrenos para sembrar, volver a la vida cotidiana, esperando algún día solucionen financieramente el percance causado. El caso se quedo en el olvido, ya después de 12 años cuando, los papeles no se sabe donde están, Paso a manejarlo la Hija del fallecido Sixto Francisco Cerquera, y según su argumento, la investigación debe empezar de nuevo, porque se debe esclarecer el caso que ya don Michael y doña Marta han pensado en echarle tierrita y seguir con su vida normal ahora en la cuidad, ella como ama de casa y él como maestro de obras civiles. Bernardo Monje Sanchez

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“Si el libro se acaba, mi trabajo también”

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“Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado un alma que perdona y destruido un corazón que llora” Proverbio Hindú

Un hombre fingió ser el dueño de aquella caseta dónde venden libros. En realidad, aquel es sólo uno de los miles de vendedores informales de la ciudad de Neiva que se establecen en la peatonal del Centro Colonial a vender música y películas piratas. Casualmente, al acercarme allí lo encontré de pie justo bajo la sombrilla que protege el pequeño lugar. No obstante, me habló como si fuera un conocedor del entorno cultural y el fomento por la lectura; con la propiedad de un editor que comprende y arroja estadísticas de análisis y estudios. “¿Quiere que le cuente la verdad sobre la lectura en el país?”, me dice el hombre cuando le interrogo sobre el fomento de la cultura de los libros en la ciudad. “Se lo digo con estadísticas y todo”, remata como queriendo sacar un discurso triunfal frente al tema. “Le digo, en Europa se leyeron 11.5 libros al año, mientras que en Colombia, sólo se leyeron 0.5 libros”, concluye. Lo anterior me permitió reflexionar en su momento, al reunir a todos los países de Europa y saber con aproximación la cantidad de libros que leen por año, en relación con nuestro país que es uno más del continente latinoamericano, que el hombre no tenía en cuenta a América Latina como un conjunto de países, comparable con Europa en toda su extensión. Aún así, el hombre afirmaba con total convicción que el

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nivel de lectura en nuestro país no es completamente bueno ni satisfactorio. “Ella es la dueña de la caseta, mírela”, me dice el hombre mientras señala a una mujer que gira y da vueltas como queriendo evadir mi presencia sin atender a mis interrogatorios. “Lo que pasa es que ella es muy tímida, casi no le gusta hablar”. Yo la miré y después de tanto ir y venir, la mujer por fin se me acerca, con una escoba en una mano, y con un recogedor en la otra, pues terminaba de limpiar el andén por dónde transitan los peatones. Carolina Gaitán, ese es su nombre. Lleva doce años vendiendo ese objeto preciado que muchos adoran y veneran mientras que otros discriminan y unos tantos aborrecen con total apatía: El libro. Su caseta es tan sencilla como ella misma. Se encuentra ubicada justo al lado de la entrada del parqueadero del supermercado YEP, uno de los más antiguos de la ciudad de Neiva; y está resguardada por una enorme sombrilla que cubre el estante y al lado, dos sillas y un cilindro mediano de concreto que también sirve como asiento y alrededor, cientos de personas transitan con el afán de la tarde, como fantasmas delirantes llegando a múltiples destinos, o como emprendedores de infinitos viajes. Carolina es baja, morena, tiene unos ojos rasgados per aún finos con los 30 años que le ha depositado la vida. Su aspecto es aparentemente normal y no deja ver aires de alto conocimiento hasta cuando empieza a hablar. Es de Cali y llegó a Neiva cuando tenía 18 años como consecuencia de la muerte de su madre. “Yo no soy de Neiva. Yo soy de Cali, estudié en Cali, viví en Cali y vivo acá porque mi esposo es de acá, trabajé hace años y la primera vez que vendí libros fue cuando trabajé hace mas o menos unos doce años en la Papelería Roma que ya se acabó”, me lo dice con ese acento caleño aún marcado, a pesar de haber vivido bastante tiempo en la capital opita. Ella dice que a pesar que en el colegio leía, lo hacía por obligación. Con esto, más adelante me da a entender que aprendió a leer cuando le nació

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hacerlo y no cuando le tocó. De nada basta aprender a determinar una palabra si en el transcurso de la vida no se cultiva el amor por las letras. Por eso, el hábito de la lectura es algo que llega con el tiempo, no importa el lapso ni el momento. Me cuenta que un hombre llamado Pedro Iriarte, la motivó a adentrarse en las letras, pues además de haber sido bastante influyente en la ciudad fue la persona más “leída” que Carolina pudo conocer en su vida. “El me enseñó –Pedro Iriartemucho de que para vender libros hay que leer, y hay que conocer y hay que saber de qué uno está hablando. No puede ir uno hablando sin saber de qué, ¿no?” comenta Carolina. Inicialmente se había establecido en “Los Comuneros”, uno de los centros comerciales más populares y emblemáticos de la capital huilense. Pero a causa del gran incendio sucedido en el año 2003 que dejó casi setecientos locales destruidos y afectó más de dos mil empleos directos e indirectos, abandonó su espacio y sin esperar a la adecuación que pretendía reubicar nuevamente a los afectados, se estableció en un lugar de paso de la ciudadanía neivana: La peatonal del Centro Colonial. “Eso fue como tipo 10 de la noche –el incendio-, estaba solo y no había casi nadie. Se quemó y luego de eso tocó esperar el proceso para restaurar el centro comercial y eso duró más o menos de dos a tres años mientras que volvían otra vez a darle vía libre. Pero no continué allá porque es un sector en el que se vende mucho para temporada escolar, y el resto del año se vende relativamente muy poco. O sea, no, es muy lento el movimiento entonces por eso no seguí allá”, relata Carolina con un aire tan fresco, que tampoco deja notar ningún gesto de arrepentimiento o tristeza por sus decisiones. Más bien habla con la seguridad de que todo lo ha hecho bastante bien. El lugar en el que actualmente se desenvuelve como vendedora de libros, ha estado a su parecer, libre de cualquier tipo de obstáculos que le hayan impedido su labor. Cualquiera pensaría que los entes institucionales la tienen asediada como muchas veces si lo hacen a los diferentes vendedores ambulantes que transitan el espacio público de la ciudad. Primeramente, su caseta no es ambulante, pues está fija y posee licencia. Carolina paga impuestos y según ella, todo está bajo control. El barullo de la peatonal se acrecienta. Muy pocos transeúntes se

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detienen a mirar La Odisea del legendario Homero o La República del inmortal filósofo Platón. En una esquina, una panadería aguarda a neivanos sedientos y hambrientos que llegan a las mesas a degustar un vaso de avena con un pan fresco. Las vendedoras y vendedores de minutos se acercan a los caminantes acomodando su afán con la imperiosa oferta de gastar un pedazo de tiempo para llamar a un número cualquiera. Y aquel hombre, el falso hombre que cómicamente se hizo pasar como dueño de la caseta, ya no está y en su puesto de venta de películas y música pirata, se encuentran dos jóvenes que acomodan y desacomodan la mercancía. Pasan estudiantes de colegios, algunas parejas cogidas de la mano, y las voces descoordinadas que se cruzan por el aire tratando de encontrar un receptor latente en medio de una masa apabullada, sorda, y para rematar, ciega. Carolina me afirma que la gente que más lee es mayor de 30 años. Que los jóvenes entre el rango de 12 a 30 años efectivamente no lo hacen. Y es que en esta sociedad colombiana –dónde la cultura de los libros está casi dada por la mera obligación de tener que hacerlo, ya sea en el colegio o en la universidad–, el fomento por la lectura no llega como un estímulo humano, sino como una torpe carga. No obstante, la convulsión de la juventud y los crecientes cambios sociales dados por la misma crisis del sistema, impulsan a redefinir la iniciativa que conlleva a la lectura en nuestro país. Y entonces Carolina, que con 30 años y que aún hace parte de ese cúmulo de generaciones que la han “guerreado” por hacer de este mundo un espacio mejor, se aferra a la pequeña idea de que todo es producto de los cambios culturales. Por otro lado, Carolina esboza un amplio panorama económico, que desde su labor de vendedora de libros, elabora bastante bien. Me dice que el poder adquisitivo de muchas personas es lo que influye permanentemente en el hecho de que no puedan acceder a un libro y por ende, a degustar de la lectura. Y es que el estante de esta mujer, tan simple pero tan caudaloso en saberes, alberga en sus entrañas una jugosa cantidad de libros que por unidad cuestan desde mil quinientos hasta ocho mil pesos. Valores de libros nada comparables a los que exhiben en sus vitrinas las grandes editoriales y las fantasiosas ferias que cautivan a cualquier ingenuo lector.

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“Mire lo que pasa es que realmente hay gente que nació pobre y aparte de eso en su casa, la mentalidad es 'Nació para ser pobre', entonces si vemos a un niño de una escuela que le piden un libro que vale cuatro mil pesos lo primero que dice el papá es 'Esa profesora como jode, ¿será que es que cree que la plata a mi me la regalan? Es que nosotros somos pobres y no tenemos porqué comprarle libros', entonces el pelado desde que está pequeño ya… ya en su mente está que es pobre y como es pobre entonces para que va a leer si es pobre”, me dice Carolina con un tono alto pero a la vez delicado, intentando mostrarme la certeza de sus palabras que tienen mucho de verdad. Una mujer llega con una joven, que quizá puede ser su hija. Ésta pregunta por La Celestina, un libro obligado en el plan lector de los colegios. Carolina le contesta que sí lo hay y que cuesta tres mil pesos. Efectivamente, la mujer le entrega el valor del libro. La joven lo toma y lo mira con desgana, como acordándose de un nuevo compromiso más que tiene que cumplir, a lo mejor para el siguiente día o la próxima semana. “La tecnología ha desplazado mucho al libro”, me dice Carolina. Pero ella mantiene la absoluta seguridad de que este precioso objeto nunca se va a acabar. “Si el libro se acaba, mi trabajo también. Además no hay cosa más jarta que sentarse frente al computador a leerse un “libro”, eso es lo más agotador que puede existir. Los libros electrónicos son el auge en estos tiempos de cambio tecnológico donde la era digital ha marcado el escenario para las transformaciones culturales. Pero Carolina asiente, con todo el peso de sus pensamientos, que no hay mejor cosa que llevar un libro a cualquier lado. Llegar a un banco, a un restaurante; sentarse en una banca y de repente abrir un libro y leerlo, es una cosa que para ella es tan maravillosa, como seguro lo es para la mayoría de personas que disfrutamos más un libro físico. “Aquí realmente el que no lee vive en un mundo de fantasías”, afirma. “No se da cuenta pues que realmente Colombia es un país de limosneros”. Y remata su breve discurso aduciendo que sólo a través de la lectura es posible llegar a la conciencia y al compromiso social del cambio.

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Cuando le pregunto qué clase de libros son los que más compran sus clientes, ella me responde contundentemente que de política y superación personal. Al primer tema se refiere porque cree que actualmente el colombiano siente la necesidad de saber sobre su entorno y conocerlo. Y en cuanto a los de superación personal, me responde: “Yo creo que la gente siempre quiere darle una explicación digamos a su falta de personalidad, a su falta de liderazgo, como encontrar en un libro la solución a toda su mediocridad. Un libro de superación nos dice todo lo que ya sabemos pero que no aplicamos en nuestra vida, como los libros de libertad financiera: ahorre, invierta y será rico, pero usted ni ahorra, ni invierte y por eso siempre vive pobre”, concluye Carolina. Una anciana se acerca, le recuerda a Carolina que debe recoger la sombrilla y que pasará por ella más rato. Llegan las seis de la tarde y a esta hora el remolino de gente fluye como un panal de avispas que ha sido espantado. Carolina se levanta, y con ella un discurso que se ha calado hasta en lo más profundo de mi conciencia. Sostiene la baranda de la sombrilla y en el momento de despedirme, saca de su estante de libros ¿Dónde está la franja amarilla?, un legendario ensayo de William Ospina. Sin embargo, le respondo que lo tengo y que ya lo he leído. Ella sonríe y saca otro, que a mi parecer resulta ser igual o un poco más interesante que el primero: Petróleo colombiano, ganancia gringa de Jorge Villegas; y me lo entrega con esa misma sutileza con que ha fecundado durante más de una hora las más preciosas y firmes palabras. Yo alargo un paso y enseguida otro. Ella se queda recogiendo su estante para terminar de lograr la faena diaria de brindarle a los neivanos un pequeño punto de encuentro con uno de los mejores placeres que puede tener el ser humano: la lectura.

Laura Marcela Perdomo.

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“El que a hierro mata a hierro muere”

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Ejército Nacional Colombiano

En medio de un trasteo, cajas, sillas, polvo y el sudor que brota de la frente de William Andres Suarez, Cabo II Suboficial del Ejército Nacional Colombiano, quien se encuentra en su nueva casa acomodando sus bienes materiales, esperando que allí en su actual hogar no llegue ninguna amenaza que atente contra su vida. William Andres lleva doce años dentro de la institución encargada de velar por la seguridad nacional. Su vocación como militar surgió tiempo después de que su hermano mayor Edward Suarez ingresara a dicha entidad. Cuando Edward tenía doce años sufrió el desapego de un padre que sin ningún remordimiento abandonó a su familia dejando a tres niños y una mujer, “Alcira Hernandez un ejemplo de madre quien sacó a punta de una máquina de coser a sus dos muchachos y una niña adelante sin mendigar pan y sin prostituirse”.Asegura William. Siguiendo el orden genealógico Edward estuvo al frente de la situación ayudando a su madre en los quehaceres del hogar y en varias ocasiones cumpliendo la labor de padre cuidando de sus dos hermanos William y Marcela. Al terminar el bachillerato como muchos jóvenes colombianos Edward se entregó a las filas de la Fuerza Aérea Colombiana, para cumplir con un deber nacional: pagar el servicio militar. Luego de estar dos años en la milicia Edward ingresó a la carrera de Suboficial en el Ejército Nacional, continuando sus pasos William estaba destinado a ser un combatiente más de nuestra patria.

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Dos hermanos que a una corta edad emprendieron el camino de la milicia con el propósito de mejorar su calidad de vida, en la institución quizás con más garantías salariales del país, un recorrido que los llevaría a conocer una de los entes más corruptos donde la marihuana, la cocaína, el tráfico de armas, tráfico de influencias, homicidios entre otros actos delictivos se pueden encontrar en el prestigioso Ejército Nacional. “Las ordenes las recibimos de los corruptos, los que están en los altos cargos como los capitanes o los coroneles, a ellos que les importa los derechos humanos, en el ejército se maquilla todo, el mayor número de marihuaneros del país están en el ejercito porque ellos no exigen calidad humana sino cantidad”. Afirma William. Lo que nunca imagino William es que después de doce años de vivir en medio de la corrupción, que muchos de sus compañeros consuman alucinógenos a cinco centímetros de su cara o que sus coroneles estén envueltos en escándalos como el de los falsos positivos. Un poco después de recibir junto a su familia el año nuevo, el 9 de enero de 2011 en el campo de operaciones en la selva del Guainía donde se encontraba su hermano, un lugar en el que no entra el sol por la excesiva vegetación, la humedad hace que los equipos se vuelvan más pesados y la oscuridad del atardecer aumenta la incertidumbre, el miedo de pensar a qué horas empieza el combate con la guerrilla. Un soldado profesional compañero y militar del área, a plena luz del día más exactamente a las 7:30 de la mañana, dispara la ráfaga de un fusil contra su amado hermano. “Ese día yo estaba comprando el desayuno con mi esposa Tatiana, cuando entré al conjunto cerrado donde vivíamos, sale mi hermana llorando diciendo que mataron al mono, osea a Edward, yo no le creí porque a ella le contó Lina la mujer de él, pero esa vieja siempre le deseo la muerte, cada vez que discutían ella le decía que era mejor que se muriera, entonces yo llamé a mi capitán, el que estaba a cargo del batallón donde se encontraba mi hermano y efectivamente lo había matado, un soldado profesional”. Según argumenta William, el día del sepelio el capitán Morales les indicó que todo ocurrió cuando Edward salió del campo de operaciones sin dar el santo y seña y cuando regreso el Centinela disparó tres tiros en el pecho de su hermano. No obstante tal y como lo señalaba William el Ejército maquilla todo,

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pues en los resultados que entregó Medicina Legal fueron 17 tiros los que acabaron con la vida de su pariente. El desespero y la angustia se apoderaron de William ese dolor indescriptible, que se siente en el corazón cuando no se puede volver a ver, abrazar, acariciar, al ser querido es quizás el sufrimiento más grande por el que ha atravesado a sus 27 años. Investigando al interior de la entidad William descubre varias versiones de los hechos: la primera “Mi hermano estaba de pelea con un soldado profesional porque el soldado le robo el computador, Edward no quiso armar pelea entonces le dijo por las buenas que por favor se lo entregara que estaban en familia, pero el hombre quedo de malgenio y ese día estaba bien llevado de marihuana y lo mató”. La segunda: “Dicen que él estaba con el radio fuera del área establecida y como lo vieron de botas con camuflado pues pensaron que era guerrillero y lo mataron, pero yo no creo, porque yo que soy soldado sé por experiencia que uno no va a matar a un guerrillero con tanta sevicia en plena luz del día”. William es consciente que dentro del Ejército no existe la justicia, aquel asesino ahora está disfrutando de un buen televisor plasma y piscina en el Tolemaida Resort, mientras él llora la muerte de su hermano. “Esa gente a la hora veinte, la pasa mejor que uno, los presos montan allá dentro su negocio y ganan su plata todos los días relajados, yo espero que algún día eso lo coja el Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) porque si uno se pone a denunciar esas irregularidades son más problema, después viene un General o Comandante a montársela a uno por haber revelado que más que una cárcel eso es un hotel cinco estrellas”. No se sabe a ciencia cierta si la vida le cobró a Edward la muerte de otra persona, pero William tiene fe en Dios con su justicia divina se haga cargo del caso, que no deje impune tantos homicidios como los que a diario ocurren en nuestro país, pues su respeto por los derechos humanos le impide tomar represarías en contra del homicida de su familiar, ya que cree profundamente que “él que a hierro mata a hierro muere”. Hoy amenazado por andar investigando silenciosamente la verdad de los hechos, le tocó cambiar de ciudad. William un hombre integro pues asegura que no guarda rencor y hasta ahora se percibe en su sincera mirada que no ha tenido vínculos con ningún acto delictivo por parte de

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la institución en la que trabaja, se duele con un llanto amargo que su ser querido no pueda acompañarlo en su carrera militar, pues solo le falta diez años para pensionarse, plan en el que había quedado con su hermano, así como empezaron este largo camino juntos, esperaban terminarlo unidos, solo en sueños o desde arriba, William puede sentir que su hermano lo acompaña guardándolo de todo mal y espera que su historia dentro del Ejército pueda tener un final muy diferente al que tuvo Edward. Con sudor en su frente y muchos muebles que acomodar me pide un permiso y se retira tal vez uno de los verdaderos héroes de nuestra patria.

Daniela Rodriguez Trujillo.

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Cuando el rĂ­o suena...

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Fotografía Río las Ceibas - Neiva

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l día presagiaba una borrasca. Desde temprano, los más cercanos a la ribera del río recogieron sus enseres y los guardaron donde algún vecino salvador. A pesar del inclemente sol, todos sabían que esa nube gris que se acercaba traería la desgracia, los vientos eran cada vez más frescos y rápidos; dos gotas acompañan la escena. Doña Blanca se refugia en su casa, de su chifonier saca el rosario roído que tantas veces le ha servido como protector, sabe que hoy lo va a necesitar. Desde siempre el río Las Ceibas ha estado presente en la vida de la ciudad. Sus riberas esconden miles de historias que transitan como fantasmas entre los escombros. El neivano se sentía orgulloso de su río, muchos de sus imaginarios se construían alrededor de él. Hoy, el mismo río convertido en cloaca pública y epicentro de marginales ha sido rechazado, le han dado la espalda, y bajo las toneladas de basura, enterraron su historia. Y la historia de la gente, de los barrios que lo ocupan. El hedor fétido y nauseabundo de sus aguas no solo ambienta el paisaje moderno de la urbe, además, permeó el alma de los ciudadanos, sumergiéndolos en una cortina de indiferencia que perjudica no solo al río, sino a sus costeros tribunos, quienes por necesidad retan a la

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naturaleza, en un juego de ruleta rusa cruel e insolidario. Dibuja una sonrisa de conformismo. El periodista trata de mantener el curso de la charla mientras aparece la hija mayor con tres tazas de café. Pero, si el problema viene de arriba, ¿como los afecta a ustedes tanto residuo que hay en el río? –Pregunta el periodista-. Es que los problemas de quienes vivimos cerca al río son dos –Responde hábilmente la mujer- uno es lo que le digo, sobretodo en invierno, el caudal trae mucho desperdicio y a veces se forman avalanchas, que han arrancado casas de raíz, y han dejado a la gente en la miseria. Imagínese, si antes medio vivía, ahora cómo sobrevivirán. El segundo problema son las enfermedades. La gente que habita el río es particular. Generalmente trabajan todo el día en negocios informales, que dejan el sustento diario. Otros deambulan en profesiones más estables, como maestros de obra, celadores, pintores, soldadores, mecánicos o ebanistas. Son familias numerosas, por lo que es normal ver a cualquier hora del día, manadas de infantes realizando actividades en torno a sus aguas, sobretodo en épocas de vacaciones. Contrario a lo que se pueda pensar, estas familias se preocupan mucho porque sus hijos reciban como mínimo una educación primaria y secundaria, que les permita acceder a empleos dignos y a 'limpiar' el honor de la familia. Doña Blanca es una señora común y corriente, su marido está fuera de la ciudad, desempeñando la labor de 'doblatubos' con una petrolera, trabajo que aunque le genera buen dinero, lo obliga a dejar su hogar por tres meses. Llevan más de diecisiete años viviendo en el barrio Los Cámbulos, en la zona más cercana al río, y han criado a tres hijos y dos nietos. Ella es ama de casa, sin embargo, aclara frustrada que hace un tiempo

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tuvo una tienda, pero una creciente le daño la mayoría de las cosas, y decidió no volver a molestar con ese negocio. ¿Sabe qué pasa? –Le preguntó al periodista –que el problema del río no es acá, es arriba donde nace. La gente contamina mucho y a veces se tapa el cauce, eso hace que suba el nivel y se venga el caudal con barro, piedras, palos y todo. Aquí sí se aplica el dicho que cuando el río suena, piedras trae. Para que me entienda periodista –continúa- como se da cuenta, parece que hoy va a llover, de repente con borrasca, y aunque no creo que se venga una avalancha que nos desbarate las casas, la humedad de la lluvia y los charcos que se forman traen mucha mosca y mucho zancudo. Eso causa epidemias que ni el Estado ha podido controlar. Sé del caso de una señora que vive más abajo, en una invasión, a quien un hijito se le murió de dengue porque no lo atendieron rápido. ¿Por qué no se han ido de aquí, qué los detiene? –Pregunta inocente el periodista, tratando de encontrar detalles en la pesquisa-. Pues porque no tenemos plata –responde tajantemente la mujer- nos hemos inscrito más de tres veces para aplicar a algún subsidio de vivienda, pero como mi marido no tiene un empleo estable, difícilmente nos aceptan. Eso sí, en campaña política nos prometen que nos van a canalizar el río, que por aquí va a pasar un parque, que va a traer empleo, y un montón de promesas que se esfuman apenas salen elegidos. Además acá tenemos los amigos, y más que irnos, sería bueno pensar como se podría mejorar la situación en este barrio –cierra la conversación. No quiere hablar más de eso-. El periodista lo entiende y se manda un sorbo de café. *** El río Las Ceibas atraviesa de oriente a occidente la ciudad de Neiva, además, su cuenca es uno de los ecosistemas más importantes del Huila, porque suministra agua potable para el consumo a los habitantes de la ciudad. Sin embargo, en los últimos años se ha deteriorado ambientalmente, afectando a por lo menos 600 familias que habitan en el área rural de la cuenca, y perjudicando el abastecimiento de agua a 350 mil personas aproximadamente.

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El ciclo natural del agua tiene una gran capacidad de purificación. Pero esta misma facilidad de regeneración, y su aparente abundancia, hace que sea el vertedero habitual en el que se arrojan los residuos producidos por las actividades humanas. Pesticidas, desechos químicos, metales pesados, escombros… que se encuentran en cantidades mayores o menores, están contaminando las aguas hasta el punto de hacerlas peligrosas para la salud, y dañinas para la vida. Además, la contaminación de la cuenca del río Las Ceibas ha provocado desastres naturales que afectan a todos los habitantes de Neiva, sobre todo a quienes viven en sus riberas. El Grupo de Trabajo Académico en Ingeniería Hidráulica y Ambiental de la Universidad Nacional Manizales, adelanta proyectos encaminados a la prevención de desastres naturales que se presentan en diferentes regiones del país. Uno de ellos, es el Sistema de Alerta Temprana y Prevención Desastres en la Cuenca del Río Las Ceibas, ubicado en el municipio de Neiva, con el cual se pretende educar y alertar a la población en caso de presentarse algún tipo de desastre en la zona. Después del café el periodista y doña Blanca recorren el lugar, analizan las clases de residuos que desvían el cauce del río, y los muros de contención que se levantaron después de la última avalancha. -Antes la gente hacía paseos acá, es una lástima que los mismos neivanos lo hayamos dejado morir. Las Ceibas sólo sale en noticieros cuando arrastra alguna casa. Yo recuerdo que muchas veces nos propusimos limpiar el río, hacíamos bazares y almuerzos colectivos para educarnos sobre el manejo que debíamos tener con él. Después nos dimos cuenta que no solo éramos nosotros los que contaminábamos, la gente que pasaba en carro desde los puentes arrojaba cualquier clase de porquerías. A una señora que tiene una casa de madera justo al pie del río, le cayó encima de su techo un perro muerto que habían lanzado del puente, y el olor le tocó aguantárselo más de una semana por que no sabía de dónde venía. Dígame si eso no es inconsciencia de la gente. Y eso que acá está más limpio que abajo, por los lados del barrio Aeropuerto, y de la olla de la

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quinta. El periodista solo asiente con su cabeza. Frente al proyecto del monitoreo del río Las Ceibas, Fernando Mejía Fernández, docente e investigador del Grupo de Ingeniería Hidráulica y Ambiental de la Universidad Nacional de Manizales afirma: “Sabemos que el río Las Ceibas atraviesa la ciudad de Neiva y frecuentemente manifiesta crecidas y avalanchas que afectan no sólo la estructura vital de la ciudad, sino también las comunidades asentadas en sus orillas, por esta razón, Instituciones de la región quieren enfrentar el problema, generando señales de alerta temprana en la población”. Además de la Universidad Nacional de Manizales, también participan en el proyecto: la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena CAM, las Empresas Públicas de Neiva y la Gobernación del Huila, con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación FAO. Según Mejía Fernández: “en este momento estamos ejecutando la primera fase, que consiste en montar una estación receptora en Neiva, una estación repetidora en Cerro Neiva y una primera estación hidrométrica en el cauce del río aguas arriba. Estas estaciones nos ayudarán a recibir y emitir señales de crecida del río, que permitirán la evacuación a tiempo de las personas que allí viven”. El desarrollo del proyecto cuenta con la vinculación de la Universidad Surcolombiana, la cual realizará un trabajo de recepción, ordenación, procesamiento, análisis, interpretación y uso con fines investigativos de los datos que generen las estaciones. El barrio Los Cámbulos hace parte de la comuna dos, dentro del espacio de división política de la ciudad de Neiva. Esta comuna es denominada 'Comuna Nororiental'1. Comprende los siguientes límites: partiendo del puente Misael Pastrana Borrero sobre el Río las Ceibas, se sigue en sentido norte por la carrera 2a hasta la calle 58, luego continúa en sentido oriental hasta la intersección de la calle 61 con la carrera 5a, de ahí continúa por la vía férrea hasta la calle 64, se sigue en sentido oriental por la calle 64 hasta la tabacalera, con la intersección de la línea del perímetro urbano con el barrio Villa Cecilia, de ahí se continúa en

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sentido sur por la línea del perímetro urbano hasta llegar al Río Las Ceibas, por este aguas abajo hasta el Puente Misael Pastrana Borrero, punto de partida. Comprende los siguiente barrios: Aeropuerto, Álvaro Sánchez Silva, Santa Lucía, Los Cámbulos, Santa Clara, Los Molinos, Las Granjas, Las Villas, Bosques de Tamarindo, Santa Mónica, Barrio Municipal, El Cortijo, Álamos Norte, Los Pinos, Gualanday primera y segunda etapa, Los Andes, Villa Milena, Villa Cecilia, Prado Norte, Villa Carolina, Venecia, Villa Aurora, Villa Esmeralda, Villa Urbe, Versalles, Camino Real, Capri, Málaga, Esmeralda, El Rosal, Santa Ana, San Diego, Villa Flor, Villa del Prado, Cataluña y Portal de la Calleja. Doña Blanca sostiene que los planes de contingencia por parte de las autoridades locales han sido precarios. -Aparte de los muros de contención no se ha hecho nada más, sólo cuando ocurre la tragedia es que aparecen con discursos refritos de lo mismo. La comunidad algunas veces ha hecho uso de los medios de comunicación para visibilizar la situación, pero la indiferencia ciudadana también es un obstáculo. El periodista por algún motivo siente culpa frente a esa acusación. Cae la tarde. Se guardan cámaras y grabadoras con el concierto de chicharras tropicales y renacuajos celosos. La despedida es correspondida con una última taza de café. Por ahora, los habitantes ribereños guardan la esperanza de que el río vuelva a ser el de antes, se han propuesto a rescatarlo de la basura y del olvido. Doña Blanca seguirá esperando a su marido en la mecedora que la consuela en las tardes. Finalmente no llovió, y la señora de la casa de madera, podrá dormir con la seguridad de que el río, por hoy, no le va a arrastrar su hogar. Aunque su techo aún huela a perro muerto. “La droga puede ser un camino que te lleva poco a poco a la muerte, llega un momento en el que te consumes en un círculo vicioso y te hace

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agonizar”. Esto es lo que dice Carlos con su voz entre cortada y con la respiración lenta mientras consume marihuana en un parque cerca a su casa. El consumo de droga es un mal negocio en medio de un largo camino que podría desencadenar en un trágico episodio. En este camino se entrelazan tres historias de personajes con vidas diferentes que no se conocen pero se cruzan en el consumo de drogas conocidas como “ilícitas”, en los fines de semana en las noches de Neiva en un recorrido que puede ser un eterno viaje a la muerte. A las 10.30 de la noche de un viernes Germán camina entre la Zona Rosa junto a carros con el baúl abierto y el sonido de la música que retumba, son múltiples melodías que se mezclan entre los diferentes sitios de rumba. Ahí están hombres elegantes compartiendo con despampanantes mujeres quienes reparten aguardiente y sostienen sus cervezas en la mano. También está Germán, un habitante de la calle que parece no desentonar, aun así sus zapatos rotos y su ropa de segunda no muy bien organizada lo delata. Se acerca a las personas, les pide trago y algunas monedas. Pero no puede acercarse a todos, alguien podría reaccionar mal a su presencia y agredirlo. Su forma de expresarse hace percibir que tuvo oportunidades para salir adelante pero cayó al mundo de las drogas. Este personaje tan simpático y buen hablador afirma haber sido locutor y se declara parte de la familia de adictos como resultado de la mala educación de la sociedad.

Miguel Angel Cabezas Gómez.

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Un instante plasmado en papel, una vida tras la imagen

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Fotografía tomada por kevin carter

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”. Esta frase compuesta por Leonardo Da Vinci pintor, artista, científico, ingeniero, inventor, anatomista, escultor, arquitecto, urbanista, botánico, músico, poeta, filósofo y escritor me encamina a descubrir aquellos acontecimientos históricos que parecen perderse en el largo trajinar del mundo. Muchas personas dicen que en un simple instante de tiempo han surgido sentimientos o ideas que han cambiado sus vidas, vidas que van y vienen con eventos positivos, negativos, buenos o malos. Escribiendo estas palabras me pregunto si todo en la vida es cuestión de jugar una partida de ajedrez en el que los movimientos de mis fichas (mis actos) aportan a un esquema bien armado para lograr un simple objetivo de jaque mate que me hace acreedor de verme como ganador, el ganador de mi propia vida llena de éxitos y reconocimientos. Para alguien como Kevin Carter, reportero gráfico sudafricano, miembro del Bang-Bang Club, que ganó un Pulitzer en 1994 por fotografiar a un

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niño sudanés famélico con un buitre a sus espaldas el juego lo enmarco como ganador, pero él se creyó perdedor. En un instante de su vida tomo una simple fotografía, un recuerdo que muchos tenemos por montones en nuestros álbumes familiares, pero que para medios de comunicación son un reflejo innato que puede representar sentimientos, vivencias y experiencias para dejar una huella en los observadores de la misma. La crisis sudafricana llevó a Carter a viajar a la zona sur de Sudán con las O.N.U. (Naciones Unidas) y aterrizar el 11 de marzo de 1993 realizando una visita a uno de estos lugares para reportar lo que allí sucedía, el buen fotógrafo busca siempre el mejor ángulo, eso lo sabía muy bien este reportero gráfico, por eso no desperdició oportunidad al ver un niño tirado en el suelo casi agonizante con un buitre a sus espaldas, tal vez impactante para el mundo y más si simplemente tomas la imagen y desapareces. El 26 de marzo de 1993 “The New York Times” publicó la foto, causando polémica entre la opinión pública, la importancia de la vida cobra validez cuando hablamos de dejar abandonado a alguien que necesita ayuda, pero más aún si se trata de un niño indefenso como este, el ser humano pareciera no haber evolucionado hacia el respeto por la vida. El mundo entero reflexionó sobre este tema, la multiplicidad de puntos de vista causaron teorías diferentes. Por aquella fotografía Carter logró el premio Pulitzer un año después, muchos conocedores en el tema no demeritan la excelencia de la fotografía, pero lo que ahora entra en juego es la fase moral del ser humano, su creador, como ya lo dije antes, aunque ganador no lo vio así, la conciencia siempre juega un papel importante en la vida de cada ser humano, el ganador de este premio lo supo muy bien. Como muchos de los que observaron la fotografía por primera vez, Carter también se preguntaba que habría pasado con aquel niño. Su futuro según la imagen parece estar marcado, la muerte rodea los bordes de la conciencia. Esta idea tal vez atormentó a su creador. Pero más allá del impacto emocional de este instante inmóvil, está la influencia técnica de la imagen, las fotos hablan por sí solas, ¿cómo podemos extraer un buen contenido de lo que nos enseña Carter? Para dar respuesta a este interrogante hablé con dos personajes que pueden reflejar la visión, desde el punto de vista técnico, la de dar a conocer una

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realidad mediante una imagen inmóvil como lo es la fotografía. Somos Suramericanos, colombianos, huilenses. Desde mi pueblo, San Agustín, veo el pensamiento imparcial de alguien que toma fotografías para mostrar cosas positivas de su terruño. Desde Neiva logro establecer una visión un poco más global de lo que busca un reportero gráfico cuando realiza su trabajo. En que piensan estos dos mundos marcados por un territorio distinto. Son ambos acreedores de la responsabilidad de mostrar instantes de tiempo que pueden reflejar situaciones o vidas. Conozco desde pequeño a “Don Mariano” como se lo conoce en la capital Arqueológica de América, aunque quisiera escribir su apellido, el mismo me solicito no hacerlo, por eso lo nombrare de esta forma. La fotografía, como él dice, “nació conmigo”, me cuenta sus inicios en este campo con la ayuda de su padre que era el encargado de inmovilizar instantes de tiempo en eventos familiares y sociales en los que siempre estaba presente. Hoy en día Don Mariano también lo hace para ganarse la vida, solo que utilizando diferentes recursos tecnológicos, logrando, desde hace más de 5 años, tener el mejor estudio fotográfico de su querido pueblo. “La fotografía del niño esperando ser devorado por el buitre me regalo una mirada diferente de hacer imágenes” asegura, le mostro que no solo una imagen es importante por lo que vemos en primer plano sino que todos ellos tienen una gran importancia para el buen observador. Aunque estemos lejos del mundo de Carter, este logro influenciar en algo las fotografías tomadas hoy en día por Don Mariano, él ha evidenciado gracias a su cámara las riquezas arqueológicas que no son tan reconocidas por los visitantes de nuestros pueblo, quienes al verlas quedan casi obligados a conocerlas. “Todo pueblo tiene sus personajes, antes yo tomaba una fotografía donde solo aparecía por ejemplo el señor Coletas, pero gracias a la fotografía del niño y el buitre, hoy tomo la misma imagen pero en el fondo está la iglesia y el cristo crucificado, pues, para mostrar la devoción del señor Coletas”, me explica Don mariano señalándome un cuadro en el que esta la iglesia principal de San Agustín. Cabe aclarar que el señor Coletas es un personaje del pueblo, un anciano, que deambula por las calles y que recibe su nombre ya que a modo de poncho lleva consigo una coleta. La perspectiva que tiene Don Mariano sobre la fotografía del reportero gráfico Kevin Carter, no lleva la mirada humanista de la misma, tal vez

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por el desconocimiento de la historia detrás de la imagen que solo vio este fotógrafo Agustinense. El mundo está lleno de miradas, visiones que juzgaron o que felicitaron a aquel reportero gráfico que mostró un instante de tiempo que habla por sí solo de la vida como un reto que cada uno se ha propuesto superar y que para algunos no es tan fácil alcanzar este reto al que sucumbió el niño africano. Conocer otro punto de vista sobre aquella imagen galardonada me llevó a reunirme con Sergio Reyes experimentado reportero gráfico, nacido en Cereté (Córdoba), integrante del equipo de trabajo del periódico “la Nación” en nuestro departamento. Solicitando algunos minutos de su tiempo, él muy amablemente aceptó. Nos ubicamos en la parte exterior de la sede central de este diario en la ciudad de Neiva, en su mirada pude observar la amabilidad y la disposición para con mi tema de conversación. Sergio lleva 18 años dedicados a la fotografía, a realizado trabajos para otros periódicos regionales como “El Diario del Huila” y nacionales como “El Tiempo”, fue galardonado con varios premios a nivel regional entregados por la cámara de comercio entre otros. Su experiencia en el campo conjugado con algunas capacitaciones lo hacen una persona conocedora de la buena realización gráfica. Su visión sobre la fotografía polémica de Carter inicia con tres palabras: “hay que hacerlo”, para él esto es un reflejo del mundo en el que vivimos y por lo tanto hay que mostrarlo a la opinión pública como una forma de concientización y atracción del mismo, “lograr la imagen es lo importante” aseguró Sergio hablando del momento en el que Carter se encontraba en aquel lugar buscando el ángulo apropiado que dejara reflejado el sufrimiento que allí se respiraba. Haciendo su trabajo se ha encontrado con situaciones difíciles de mucho dolor y tristeza pero “no hay que dejarse contagiar de la situación vivida” me explica, en su largo trajinar me cuenta experiencias en funerales o levantamientos de personas asesinadas que aunque alrededor todo es dolor él está realizando su trabajo y como lo hizo el ganador del Pulitzer busca el mejor ángulo donde no solo muestre lo inevitable de la muerte sino el sentimiento colectivo que deja un hecho tan doloroso. “El drama impacta” son palabras que salen en medio de su explicación, esto me hace pensar en el colectivo imaginario que manejan los medios de

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comunicación, mostrar algo que llame la atención parecen tenerlo muy claro las personas que trabajan con lo que vemos o leemos a diario. El querer ayudar no sobre pasa el deber como trabajador, es algo que aunque parezca incomodo es real en el ser humano actual. Sergio me muestra la mirada humana y profesional que deben tener las personas que se vinculan de lleno a trabajar con sociedades y tienen que dar a conocer lo sucedido con ellas, “no culpo a Carter, el fortaleció la perspectiva de la imagen” relata Sergio, ilustrándome como se debe estar en el lugar preciso para lograr una buena fotografía. Son solo 15 minutos de conversación con un reportero gráfico experimentado y conocedor de la problemática actual en nuestro departamento que me lleva a crean un imaginario del impacto que aunque no es de forma directa si causa repercusiones en el pensamiento del instante en el que se está trabajando. “Carter estaba haciendo su trabajo” fueron las palabras finales de Sergio. Los colectivos imaginarios de la sociedad pueden llevarte a la gloria o la muerte, lo que hagamos en cada uno de nuestros días marca el futuro que tengamos, si trabajamos para mostrar una realidad esto será juzgado por las personas, la calidad humana se vio reflejada en la imagen de Carter, algo que para bien o para mal él quiso mostrar, pero que fue el inicio de un poder critico que pareciera haber sido el inicio de sus problemas, problemas que tal vez él no imaginó en el momento de enfocar su cámara hacia aquel niño pues 16 meses después de aquella foto, la noche del 27 de julio de 1994 conectó una goma al tubo de escape de su coche, dejó una confusa nota y se suicidó a sus 33 años.

Hernando Cerón

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Un futuro bajo la carpa

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Imagen de los circos tradicionales y el estado en que se encuentran

Cuando todos caminan en busca de su hogar, después de la función, Carlos Girón trabaja de manera afanada para poder descansar bajo su carpa que se ha convertido en los últimos tres años en su morada familiar. Tras la no tan gran carpa del ITALIAN – CIRCUS, que para esta semana santa se ubica al sur del departamento del Huila, se encuentran tres cambuches en uno de los cuales “Carlitos” como le dicen sus amigos y compañeros que se han convertido en su familia en los últimos 10 años después de dejar atrás a su madre y tres hermanos que no ha vuelto a ver desde que decidió ganarse la vida entreteniendo a grandes y chicos con el papel de payaso “Chispita”. “La vida de Circo no es la mejor pero eso decidí para mi vida y así me siento feliz”, fueron las primeras palabras de aquel hombre de un metro con sesenta y tres centímetros de estatura. El frío que azotaba la noche no parecía molestarle a aquel cirquero mientras recogía parte del tapete donde se realizan los actos de la función. Cobijado con mi

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chaqueta las demás personas de aquel lugar me veían como tratando de explicarse el porqué de mi conversación con uno de sus amigos. Chispita, nació en 1982 en Florencia Caquetá, en una familia humilde es el primero de 4 hijos de doña Elena Girón, y como algo no tan extraño en nuestro país ella es madre soltera. “De mi padre solo supe que trabajaba como camionero entre Florencia y Bogotá, y de lo que decía mi mamá que yo me parezco mucho a él. Mejor dicho mi papá es de esos que no sirve para nada, cuando tenía 17 años me dijeron que mi papá había muerto en un accidente entre Bogotá y Girardot pero a mí no me importo, así como él no le importó mi vida”. En su última frase me miró fijamente y levantó los dos hombros como tratando de justificar su falta de importancia al conocer la noticia. A los 10 años Carlos ya trabajaba ayudando en la galería a seleccionar los productos agrícolas, con lo que aportaba a su madre que se ganaba la vida en casas de familia, barriendo, lavando y planchando la ropa de personas que tal vez nunca en la vida conocieron el fondo de esta señora “bajita y morena” como la describe su hijo. Este payaso solo estudió hasta octavo de bachillerato por que después se cansó de ver sufrir a su familia y decidió que era mejor trabajar para convertirse en una ayuda y no en un gasto más para su casa. “en la plaza de mercado conocí muchas personas, la mayoría decía que yo era muy alegre y los hacía reír mucho, toda mi vida me ha gustado hacerlo, molestar por molestar, no me gusta estar triste aunque hoy me doy cuenta de que ya me acostumbre a la tristeza aunque no la demuestre”, son las palabras que salen de sus labios cuando reposo su cuerpo sobre las tablas que rodeaban el centro de la carpa que minutos antes servían como cillas para los espectadores. Aun con pintura en su rostro la voz fina y divertida que hiso escapar carcajadas lucia cansada y ya no muy alegre y extrovertida como lo es un payaso. Pero ¿cómo llego alguien desde un

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centro de mercado a una carpa colorida?, la respuesta parece ser algo que nos acostumbramos a decir los habitantes de este país. “La vida da muchas vueltas”. En un Diciembre común y corriente de hace ya casi 11 años, en el que muchas familias se reúnen para contar sus historias, brindar en grandes banquetes y organizar la novela de aguinaldos, Carlos Girón decidió tomar un camino para recorrer su vida, “Cuando cumplí 18 años quería conocer el mundo, por las calles de la ciudad miraba y escuchaba aquel carro rojo que con unos parlantes y voz de payaso invitaba al circo, fue allí donde me di cuenta de que hacer parte de uno de estos espectáculos hacían que mi mente viajara imaginando las cosas que podría hacer: conocer lugares, personas, divertirlas, todo parecia una experiencia apasionante”. La forma en que vemos nuestro futuro parece estar reflejado en este recolector de sonrisas, su rostro fijo hacia lo alto de la carpa me hacen pensar en aquellas metas que cada uno en cierto momento se propone cumplir, allí estaba en medio de una carpa de circo sentado junto a uno de sus protagonistas que para la mayoría es alguien alegre que debe vivir su vida con alegría, pero que ignoran todo un mundo enmarcado en su trajinar diario. Esa forma de “escoger el camino” como lo dice Chispita refleja el pensamiento de muchos jóvenes en la actualidad, aunque algunos no por su cuenta, pues los hijos de grandes estirpes económicos parece tener un futuro próspero ya señalado, pero la gran mayoría, personas del común, vemos esa simple palabra “futuro” como algo incierto, aquello que no podremos saber sino con el tiempo y con las oportunidades que nos presente la vida. Oportunidad que para Carlos Girón estuvo bajo una carpa de circo. “Para mi madre la idea no me llevaría sino solo lejos de casa, y tenía razón”, dice el payaso con una leve sonrisa sobre su rostro. “Sin importar mucho lo que opinara mi madre me metí en este mundo,

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hablando con Frank todo se fue dando, primero solo recogía lazos y ayudaba con la adecuación del escenario, esto es un trabajo en el que todos ayudan y nos movemos”, explica agitando sus manos, Frank es el “jefe” como lo llaman todos, el dueño de la función y de la carpa, gracias a él Chispita hoy en día tiene su espectáculo y hace malabares bandeándose de un lado a otro en una cuerda tensa que todos llaman floja. Esto lo aprendió gracias al esfuerzo y la dedicación, algo que le costó muchas caídas y varias cortadas y rasguños que enseñaron a Carlos la forma de hacerlo. Pero tras todo un personaje existe otra vida, para Carlos la enmarca la fatalidad de no poder ver de nuevo a su familia, “solo pensé en mí y por eso partí con este grupo, en la vida me ha tocado prácticamente solo y aunque mi madre lloró cuando Salí con el circo, solo pude decirle que volvería pronto”, algo que no cumplió. La vida bajo la carpa involucra viajes de un lado a otro, alguien se vuelve indispensable en el circo, eso marcó a Chispita, su hogar ahora estaba conformado por las personas que viajan con él por todo Colombia. No niega que extraña estar de nuevo en casa, pero dice que sabe que muy pronto volverá a su tierra natal Florencia, buscará a su madre y sus hermanos para contarles todas las experiencias que hoy llenan su vida. Solo espera que “bajo este mismo cielo en algún lugar este mi madre con mis hermanos y no bajo tierra que es algo que puede pasar”, explica mirando a su compañera Melisa, la cual lleva algunos años más que él bajo la carpa, y tratando de no pensar en la idea de no volver a ver a quien le dio la vida. La vida de cada persona parece estar marcada por lo que hace, para la mayoría de Colombianos el “Ganarse la vida” es lo primordial,

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desde un circo se observan vivencias y formas de vida, desde Chispita que hoy en día a sus 28 años ya parece resignado a trabajar en el circo y esperar la muerte por que así lo quiso, hasta “Miky” la más pequeña bajo la carpa, desde su nacimiento y con sus escasos ocho años no tiene casa, solo tiene un circo, en el cual trabaja con sus padres, ella es el espectáculo por sus movimientos de cuerpo, sus contorciones hacen que sea la “niña elástica”. Dos mundos, uno esperando llegar de nuevo a casa, y otra sin esperanzas de llegar a ningún lado porque su hogar siempre ha estado delimitado por el espacio que ocupa el ITALIAN - CIRCUS.

Hernando Cerón.

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La otra cara del amor

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foto San Agustín, por donde camina hoy Fidelina

Fidelina Castañeda es una de las tantas madres solteras y cabeza de familia que existen en Colombia. A sus 39 años de vida tiene 5 hijos de los cuales solo 2 viven con ella y ha correspondido al amor en 2 ocasiones. En el barrio Obrero del municipio de San Agustín bajo una casa de aproximadamente 4 metros de ancho por 10 de fondo se encuentra sentada en una silla mecedora esta mujer acompañada de Marisol su pequeña de tan solo 3 años de edad. Con la amabilidad que caracteriza a las personas que han sufrido en la vida inicia una conversación que un día antes el cronista había solicitado. Acompañados por un cielo nublado, un frío intenso y una buena taza de café ofrecida por la dueña de casa me siento en una de las sillas acompañado por un pequeño perro que no ha dejado de ladrar desde mi llegada. “La vida ha sido muy dura para mi” son las palabras con las que inicia su relato, “mi madre nos enseñó todos los oficios de la casa

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y a ayudar en las labores del campo, eso fue hasta mis 17 años cuando conocí a Miguel”. Este fue su primer amor que como muchas jovencitas campesinas es una ilusión que parece ser eterna. De esta relación nacieron sus dos primeras hijas a las que ayudó a crecer con la ayuda de su querido hasta que los problemas no se hicieron esperar llegando a su hogar como una lluvia interminable que se asemeja a la que en ese momento caía sobre este su hogar. “Para ese entonces nosotros vivíamos cerca al Estrecho del Magdalena cuidando de los petroglifos”, sustenta esta madre mirándome y extendiendo su mano como queriendo señalar aquel lugar que por su expresión infiere que se dé dónde se trata. “La plata no nos alcanzaba, me devolví para la casa de mi madre tres veces pero después me volvía a convencer”, la casa materna tal vez era como en muchos casos el punto de resolución de problemas para Fidelina, así como cada uno de nosotros pensamos que allí donde crecimos es el que nunca olvidamos, en eso pensé observando la forma en que la madre de Marisol la alza hacia sus piernas. Si en alguna de esas ocasiones en la que la pareja solucionó sus problemas el hombre no hubiera terminado con exito tal vez el destino de esta mujer no tendría tantos giros y tantas “desgracias” como lo dice su propia autora. “Parecía todo estar pasando como planeábamos pero de nuevo los problemas nunca faltan, Miguel tenía otra mujer pero ahora yo no quería dejarlo, él debía responder por mis 2 hijas y el que venía en camino”, sostiene con un todo fuerte la esposa reprimida que como la mayoría después de recordar sucesos pasados pareciera que eso solo hubiera pasado días atrás. Hacia el año 1999 cuando en muchas partes del mundo creían estar viviendo en el último año de la existencia humana, también desde su

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casa cerca al reconocido Estrecho del Magdalena en las estribaciones del Macizo Colombiano al sur del departamento del Huila, una mujer esperaba ya los últimos días de un embarazo que sería un regalo de Dios si no fuera por todos los problemas económicos y de engaño que rodeaba la relación de Fidelina y Miguel. Oneida, la primera hija de la pareja solo contaba con 7 años, en una tarde de Marzo su Madre gritaba recostada en la cama sin ella poder decir ni una sola palabra pues la advertencia era que no podía ni mirar lo que allí sucedía. No sería nada extraño que una madre no quisiera que su pequeña hija observara el nacimiento de su hermano y más si en ese parto la única asistente era su madre. Solo dos manos ayudando en la tarea que para toda mujer es una de las más difíciles, sin medicamentos, sin anestesia, solo aquellas dos manos que pertenecían a la misma mujer embarazada. Un parto en solitario. De todo lo que allí sucedió solo queda un recuerdo en la memoria de Fidelina que no parece estar interesada en revelar detalle alguno. “Fue esa tarde en que pasó lo que pasó” son las palabras que salen de los labios, y mirando fijamente hacia el piso, de la mujer que después de ser su propia partera enterró a su hijo en un tarro de manteca utizada en la cocina. El por qué lo hizo parece ser una pregunta que se convierte en arma punzante que hiere sus entrañas, las lágrimas al escuchar esta pregunta dejan un silencio sepulcral en el que solo se escucha el sonido de la lluvia sobre el techo de zinc de la vivienda en la que nos encontramos. Ahora solo tengo delante de mí una niña sostenida sobre las piernas de su madre mirándome fijamente y preguntándose por que su madre llora de esa forma. “La vida da muchas vueltas y uno comete muchos errores en la vida”, son las palabras entre cortadas que dice Castañeda limpiándose con sus manos las lágrimas que caen por sus mejillas.

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Los problemas que parecen poderse tapar con tierra al final solo vemos que no se pueden esconder de forma tan fácil. La misma noche de aquel trágico día Miguel desentierra el cuerpo del que fuera su tercer hijo. Lo que pudo haber hecho Fidelina por desesperación, por miedo o por simple actitud de repudio la separaron definitivamente de lo que ella creía no dejarse quitar. El repudio no solo de quien engendró su hijo sino de toda su familia y sus amigos, la llevaron a tomar un Giro en su vida. Esta mujer no estuvo un solo día en la cárcel y no parece querer ahondar en el tema. Sus dos hijas, en este año de desastres, Oneida con sus 7 y Erika de 4 años fueron entregadas por su padre en un hogar de bienestar de este mismo municipio. Su madre ahora era una mujer solitaria que se ganaba la vida como cocinera en una finca localizada a 1 hora de San Agustín. Así como esta madre le “echo tierra” a su hijo de esta forma parece también la sociedad “echarle tierra” a un suceso como este y gracias al transcurso del tiempo Fidelina conoció a otro hombre. Al parecer el amor volvía a tocar la puerta, un nuevo hogar parecía florecer. “Uno se deja llevar por los sentimientos y con Oscar la vida volvió a tener sentido para mí”, añade Fidelina. De esta relación florece una pareja de hermanos, Faiver y Marisol la cual mira con atención a su madre y al escuchar su nombre se siente complacida de hacer parte de esta historia. La felicidad parece nunca llegar la existencia de esta madre pues hace 2 años el padre de estos dos niños desapareció sin dejar rastro alguno, solo hoy su pareja logra comprender que tal vez es uno de los tantos hombres que deambulan por Colombia viviendo de las cosechas de café y que al presentársele cualquier oportunidad de negocio no dudan ni un minuto en aceptarla sin importar cuánto daño dejen en su camino o quizás ella hace parte de un segundo plano de una mentira aún más profunda y durante todo este tiempo ella fue la segunda mujer de alguien sin saberlo.

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“me ha tocado muy duro, la gente no paga bien pero a veces toca trabajar porque no hay más. O si no uno se muere de hambre” es lo que dice la madre al recoger el recipiente en el que minutos antes tomaba café. Para lograr “Criar”, como dice ella textualmente, Fidelina a trabajado en las labores del campo tal y como lo hace un campesino que vive del jornal. Exponiendo su cuerpo a sol y agua hasta que alguien le dijo que buscara un trabajo en el pueblo, y que allí podría forjar un mejor futuro para sus dos hijos. Trabajando en una casa de familia ganando 200 mil pesos mensuales y algunas ganancias de la venta de tamales el fin de semana sobrevive hoy esta mujer en su pequeña casa conseguida gracias a la ayuda de un subsidio ganado más por la perseverancia que por las buenas intenciones de los políticos de turno. Aunque la vida la esté dedicando de lleno a la crianza de sus hijos, eso no es suficiente, la falta de un padre para Faiver, lo ha llevado a permanecer mucho tiempo deambulando por las calles del municipio donde las malas compañías lo han convertido en un niño casi de la calle. Ese es ahora el nuevo problema que Fidelina intenta resolver

Hernando Cerón. .

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Javier

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Él se divertía en su niñez desbaratando los viejos y olvidados zapatos que encontraba en cualquier rincón de su casa, para luego tratar de repararlos: le metía puntillas, los despegaba, los cortaba, los cocía, y por último, los exhibía como merecidos trofeos de oro. Pero lo que quizás él no sabía, era que ese juego de niño se le convertiría en su trabajo para toda la vida si quería seguir viviendo. Si usted pasa por la kr. 2 con 24 del barrio “Rojas Trujillo” de la ciudad de Neiva, quizá lo que termine llamando su atención sea una casa de dos pisos, brillante, con espejos, y que unas letras de colores la presentan como “CLUB BUCANAS”; y de seguro no note que enseguida hay un cuarto de 3 metros de ancho y 4 de largo, el cual, porta un letrero, que puede no ser tan llamativo como el anterior, pero también insinúa una manera de ganarse la vida: “REPARACIÓN DE CALZADO EN GENERAL”. Éste, es el letrero que ha decidido colocar Mario Javier Lozano –un zapatero de virtuosas manos y en situación de discapacidad motriz - en la fachada del cuarto donde trabaja asiduamente. Su condición lo obliga a usar un par de muletas de madera que manda a fabricar

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nuevamente cuando se le dañan. Él, es uno de los hombres que demuestra que la discapacidad física no es un argumento válido para echarse a perder en la vida, sino que por el contrario, una condición que le exige trabajar más de lo que haría donde no tuviera los tendones de sus piernas destrozados. Cuando tenía 5 años le aplicaron una inyección que en vez de producir un efecto positivo, le trajo la discapacidad de sus piernas, pero a la vez la exclusividad inagotable de sus manos: <<Claro, yo sufría de bronquitis, vivíamos en una finca que era de mi abuelo en Algeciras, y en ese tiempo pues qué médicos iban haber. Lo que había era como una especie de droguería, entonces, el señor de ahí le dijo a mi mamá “tome aplíquele esta inyección”. Mi mamá pues qué iba a saber de eso. Ella por hacer más, terminó haciendo menos. Me la hizo aplicar y eso me destruyó todos los tendones de mis piernas>>, me explica Javier, mientras coge sus piernas sin tristeza ni melancolía y las bate de un lado a otro cual si fueran marionetas en función. Cuando llegué a su recinto de trabajo, estaba hablando de fútbol –al parecer su tema preferido- con “el mono”; un hombre delgado, de ojos claros, arrugas talladas, no muy alto, pero sobre todo, un antiguo y de los pocos amigos de Javier. Llevan por lo menos veinte años sumidos en una charla donde deliberan siempre los mismos temas: la administración de Neiva, el fútbol de las grandes ligas y las esperanzas que le quedan al “Atlético Huila” frente a los equipos grandes del “balón pie” colombiano. El ambiente de trabajo era normal, pero luego me preocupó que lleváramos una hora y media conversando y nadie llegara a reparar sus zapatos. De un momento a otro se parqueó un taxi. Pitó dos veces. Ensimismado dije “por fin uno”. Javier ni se mosqueó, siguió pasando una y otra vez la aguja untada de cebo por la punta de un pequeño zapato. Sobre sus piernas una tabla con puntillas estratégicamente ubicadas. De la casa de enseguida salió una mujer; unas gafas anchas cubrían los ojos, contrario a los “shorts” que

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poco cubrían sus largas piernas. Tan rápido como cerró la puerta del Club Bucanas, cerró la de ese taxi en el que se fue. El sonido de un fósforo encendiéndose me hizo volver los ojos sobre Javier, su barriga parecía estar interesada en hacerse conocer pero un sucio delantal no se lo permitía, y mientras sellaba con el fuego las rebeldes hilachas del remiendo, me cuenta que tener casa propia es uno de sus sueños, al igual que realizarse en familia con unos cuantos hijos. Él lo ve difícil, yo también. Siempre que conoce, por casualidad, alguna mujer se alienta pensando que la precocidad de su amabilidad y estimación son prueba fehaciente de que ella es la elegida, la perfecta; su sonrisa, su mirada, su rostro, todo lo ve exclusivo, como si hubiera nacido para él. Aquella copiosa ensoñación se esfuma lentamente con la tortuosa ausencia de aquella mujer en los siguientes días, como si nunca nadie hubiese conocido a Javier Lozano. Mientras tanto, él se resigna a imaginarse a la fémina que conoció una noche y lo llevó a pensar erróneamente, por unos instantes, que sería su compañera para toda la vida. Tantas experiencias desagradables son la causa de sus palabras: “Las mujeres hoy en día son muy interesadas, se arriman puro a ver uno que les da, y como no tengo gran cosa se abren ligerito” A veces parece encontrarle un tipo de solución transitoria a su situación con las mujeres. Pero es solo una solución imaginable producida por la desesperación. Diariamente lee la prensa. Su hermana la compra para venderla en su pequeña tienda. En algunas páginas no se detiene mucho, pero en otras si lo hace. Después de pasar una por una, Javier vuelve a la página donde algunas jovencitas promocionan con desnudos sus servicios sexuales, dice que muchas veces ha pensado llamar, pero asegura que cualquier cosa que esas mujeres hagan lo cobran muy caro, y bastante caro ya le han resultado algunas cosas. Luego de observar detenidamente cómo sus manos baten la escoba de un lado a otro para abrir y cerrar la puerta, para colocarle la tranca a la

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misma y para alcanzar las bolsas con los zapatos que conviene exhibirme, decido tocarle el tema de sus padres. Sobre esto, me contó que su madre hace dos años murió, y que a raíz de eso dejó el local del barrio Los Mártires -su antiguo lugar de trabajo- y regresar a su casa paterna a vivir con su hermana. “Yo allá en Los Mártires tenía buena clientela, aquí no tengo mucha por lo que llevo poco tiempo, pero lo importante es darme a conocer. Y como yo soy curioso para trabajar, entonces la gente le gusta, y el que viene le cuenta a otro y ese otro a otro y así uno va haciendo su clientela”, comenta Javier mientras con sus gruesas manos, untadas de bóxer, ayuda a explicar el contenido de sus palabras. Nunca conoció padre. Desde niño la identidad la marcó su mamá, y ante mi pregunta de que si le gustaría conocerlo, paralizando el martilleo de la suela de una sandalia, responde enfático: “No… Para qué conocerlo si nunca me reconoció como su hijo. Hoy en día vale mucho más la madre que el papá” Creo que la vida ha hecho de Javier un hombre especial. No sólo por su limitación física sino porque ha sabido existir en medio de la indiferencia y la mala racha. Javier logró unos cursos en el SENA después de andar detrás de ellos durante un largo tiempo. Uno de éstos sobre reparación de electrodomésticos. Aunque Javier siempre le ha tenido miedo a la corriente encontró allí una esperanza de trabajo. Pero todo lo apagaron las ventanillas que incesantemente se serraron a su paso y los rostros apáticos, insensibles y distantes de los empleadores que no reconocieron ni títulos, ni ganas, ni conocimientos, se empecinaron en la debilidad de sus piernas y desaprovecharon la magia de sus manos. Javier; un hombre de no más de un metro cuarenta, de bigote espontáneo, crespo, de contextura gruesa, de músculos en sus brazos y cachetes grandes, demostraría ser una persona de cuidado a la hora de enfrentarlo, sino fuera por sus piernas que se quedaron en el corto desarrollo de un niño de cinco años. La primera vez que lo vi, estaba parado con sus muletas en la entrada

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de su casa, y ha no ser por eso, de seguro hubiera pasado como inexistente. Cuando terminó el bachillerato presentó el puntaje de las pruebas ICFES afanado por estudiar Administración de empresas o Contaduría Pública. Su destino en una auténtica jugada de futuro bofeteó a Javier en el presente. Su puntaje sólo le alcanzó para Educación Física. Era como si al ciclista le robaran su cicla, al mar sus olas, a la noche la luna y al amanecer los pájaros. Pero de no haber sido así Javier nunca hubiera notado que en sus manos estaba su vida.

Carlos Romero Cuellar.

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El camino de la droga, peligro hasta letal

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“La droga puede ser un camino que te lleva poco a poco a la muerte, llega un momento en el que te consumes en un círculo vicioso y te hace agonizar”. Esto es lo que dice Carlos con su voz entre cortada y con la respiración lenta mientras consume marihuana en un parque cerca a su casa. El consumo de droga es un mal negocio en medio de un largo camino que podría desencadenar en un trágico episodio. En este camino se entrelazan tres historias de personajes con vidas diferentes que no se conocen pero se cruzan en el consumo de drogas conocidas como “ilícitas”, en los fines de semana en las noches de Neiva en un recorrido que puede ser un eterno viaje a la muerte. A las 10.30 de la noche de un viernes Germán camina entre la Zona Rosa junto a carros con el baúl abierto y el sonido de la música que retumba, son múltiples melodías que se mezclan entre los diferentes sitios de rumba. Ahí están hombres elegantes compartiendo con despampanantes mujeres quienes reparten aguardiente y sostienen sus cervezas en la mano. También está Germán, un habitante de la calle que parece no desentonar, aun así sus zapatos rotos y su ropa de segunda no muy bien organizada lo delata. Se acerca a las personas, les

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pide trago y algunas monedas. Pero no puede acercarse a todos, alguien podría reaccionar mal a su presencia y agredirlo. Su forma de expresarse hace percibir que tuvo oportunidades para salir adelante pero cayó al mundo de las drogas. Este personaje tan simpático y buen hablador afirma haber sido locutor y se declara parte de la familia de adictos como resultado de la mala educación de la sociedad. Él camina tranquilo porque no ha robado ni delinquido, no obstante sostiene que está expuesto a peligros que ha logrado enfrentar en la calle desde hace 23 años. Con estas palabras se refiere a la calle y a la droga como “una selva de cemento y de fieras salvajes…” así como suena la canción que interpreta Héctor Lavoe que su letra más adelante agrega: donde quiera te espera lo peor. Sus noches son largas, una bohemia entre el licor, la marihuana y la cocaína que disfruta en su caminata con canto o recitando un monologo en voz alta y por el que se ha ganado la fama de loco. Con una alegría en su rostro y con palabras a gritos dice mientras camina por un costado de la calle “la vida es mejor recorrerla libre, volar…” a su vez estira los brazos, y se pierde a la vista entre la oscuridad y el ruido inevitable del sector. A las 11 de la noche Alfredo pasa por el mismo sector de la Zona Rosa, con una mochila terciada donde guarda un paquete de cigarrillos, manillas y escapularios que él mismo elabora entre semana para venderlos el fin de semana a las personas que disfrutan de la rumba. Él tenía una vida perfecta, a sus 19 años hacía curso para capitán del ejército, pero su mundo y pasión por la marihuana lo llevó a abandonar su carrera. Ahora Carlitos como se conoce tiene 30 años es delgado, de 1.75 y sus facciones física lo podrían caracterizar como un consumidor de droga, efectivamente son las cicatrices del consumo excesivo de marihuana que posan en su cuerpo. Acceder a sus pretensiones y comprarle uno de sus productos no es difícil, tiene una facilidad para hablar que combinado con el respeto le llega fácil a las personas. Su capacidad de expresión algo parecida a la de Germán permite que le den cualquier moneda, sin haberla pedido. Manifiesta que las noches están llenas de peligros, se ve gente de todo tipo y de carácter que por no decir no moleste, no insista que no le voy a comprar, le pueden terminar propinando una paliza. Su jornada laboral

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está marcada por largas caminatas de sitio en sitio, habla, conoce a muchos y recibe dinero con el que compra la marihuana. Es inevitable que deje de fumar la hierba mientras trabaja junto a otros conocidos, pero nunca amigos en el mundo nocturno. Asegura que drogarse en la calle puede ser peligroso por eso prefiere dejarlo para la madrugada cuando llega a su casa junto a la compañía de algunos vecinos de clase media que también consumen. A la una luego de recibir más de 10.000 pesos por su trabajo y con 2.000 de hierba que le vendió un conocido llega al parque que tiene cerca a su morada donde vive con su vieja madre. En ese lugar de prado se deja llevar en su mundo, mientras la brisa de la madrugada penetra sus huesos, las sonrisas empiezan a salir junto a un diálogo incoherente que sólo él en su instante entiende. Reconoce que eso de consumir le trae problemas y más con la policía que son lo que lo siguen y siempre llegan a requisarlo. Minutos más tarde dos policías en moto llegan, al parecer un vecino alertó sobre la presencia de tres personajes en el parque. Le advierten según ellos una vez más que no los quieren volver a ver consumiendo ahí. Los uniformados, Carlitos y sus dos amigos del barrio se marchan con rumbo desconocido. Un tercer personaje de la noche aparece bien vestido y con su pelo largo, él reconoce no ser adicto así acuda a la droga todas las noches de un fin de semana. Desde ir a comprarlas y consumirlas acompañadas de licor puede ser el camino hacia un inesperado final en una noche de rumba, bohemia o cotidianidad para personas que tal vez algún día no puedan volver a ver un amanecer. A la 1.30 de la madrugada “Mechas” de 25 años de familia con ingresos medio, no quiso entrar a la universidad, espera algún día poder ser narco y tener todo el dinero para darse gusto. Por ahora trabaja en lo que le salga. Junto a un buen amigo rodeado de cervezas en la mesa le dice que ya está prendido y que necesita un tubo. Él recurre a la cocaína cada vez que toma, pero aclara no hacerlo por adicto, no obstante no puede controlar su deseo de consumir, lo hace para poder seguir tomando y recuperarse de la borrachera sintiendo mejoría que denomina pasmarse. Mechas coge un taxi al que le pregunta si sabe donde venden tubos, en ese momento el taxista es su mejor aliado, acude a uno de ellos que

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conocen las rutas y los lugares de expendio para comprarlo. Éste lo lleva a una casa sola de la Zona Rosa, pero no abren. Continúa y le ordena al taxista que se detenga en un estanco de este sector. Es el mismo lugar por donde Carlos pasa vendiendo sus manillas y Germán disfruta su mundo de bohemia, tal vez los tres se cruzan pero no se conocen y tal vez nunca serán conscientes de que sus mundos de drogas los hacen compartir una historia similar que como hace visible Alfredo, algún día terminará mal. Del estanco van rumbo a un barrio popular denominado San Martín, ahí en una casa de rejas y una calle bastante oscura el taxista le pide medio tubo a una pareja que está sentada afuera en la madrugada. Como si nada hubiera pasado y con un silencio que hace la escena tenebrosa, el carro que nunca se apaga sale de la zona por calles angostas y un recorrido enredado rumbo al mismo bar en donde Mechas le hizo la parada. Luego de unos pases como llaman el consumir esto, vomita varias veces y le confirma a su amigo que se siente mejor. Recuerda cómo una noche mientras compraba su droga fue atracado por dos personas que le quitaron todo y le dieron planazos con un machete. De esa anécdota tiene en su mente el momento que pudo salir corriendo y subirse al taxi que lo esperaba cuadras más arriba. Esa noche con rabia tomó licor sin su dosis por la que casi le cuesta la vida y por la que guarda aún cicatrices. Mechas insiste en que no se cree adicto, que no mete perica por deseo, ni porque lo necesite sólo lo hace para sentirse mejor y aliviar un poco su borrachera para continuar la rumba. Pese a sus reiteradas aclaraciones lo hace cada fin de semana, cada vez que su cuerpo se llena de licor se enfrenta con un viaje de consumo y riegos que implica hasta el ir a comprarlo. Cuando consume el valor es su mejor compañía, si bien actúa apaciguado podría en cualquier momento con el estado alterado comportarse agresivo y originar una pelea en el sitio donde se encuentra. Si lo miran mal y en su estado estaría dispuesto hacer cualquier cosa para que lo miren mejor, no se dejaría controlar, no actuaría de manera racional, simplemente se dejaría llevar por la ira convirtiendo ese instante en un riesgo inminente. Desde que llegó otra vez al sitio lleva cinco cervezas más y varios viajes al baño donde de forma discreta se droga. Son las dos, cierran el bar y Mechas sale a coger un taxi. Se queda hablando con el conductor como convenciéndolo que lo lleve algún

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lugar, se sube y se marcha. El rumbo de Germán, Alfredo y Mechas continúa inmersos en un mundo de riesgos y sentencia hasta que una mala jugada en sus caminos, un momento inoportuno, un paro respiratorio o una sobredosis les quite la oportunidad de vivir. Estos tres personajes todas las noches de un fin de semana tendrán que hundirse en una mezcla entre el licor y la droga. Estas tres vidas ajenas seguirán unidas por una cita para comprar su medio tubo o su medio bareto, una cita nocturna con un mal negocio donde siempre estará en juego y se cruzarán sus existencias sin que se lleguen a conocer.

Neyder Jhoan Salazar.

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Índice

Crónicas La muerte de Titito.................................................................................................... 11 El ensayo de sus vidas.............................................................................................. 18 El “terrorcito” del Parque Santander....................................................... 25 Una mujer de carne y hueso

.................................................................

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La vida que teje el paseo de los artesanos .................................... 41

La vida del payaso triste ................................................................... 50 Enemigo Incombatible ................................................................................................

56

Nacido y criado en el magdalena .............................................. 64 Fumigaron nuestras tierras ................................................................ 71 Si el libro se acaba, mi trabajo también .............................. 78 “El que a hierro mata a hierro muere” .............................. 87 Cuando el rio suena... ............................................................ 94 una vida, tras la imagen ....................................................................... 104 Un futuro bajo la carpa

---------------------- 112

La otra cara del amor ........................................................................ 120 Javier

...................................................................................................................... 128

El camino de la droga, peligro hasta letal ................... 136

144


Se imprimio (1) ejemplar en la edici贸n del libro, junio 15 de 2011 Universidad Surcolombiana




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