Índice de contenido Argumento : Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14
Argumento : Gabriel McQueen es un policía militar que llega al pueblo donde viven sus padres y su hijo Sam con unos días de permiso. Viene dispuesto a disfrutar de unos días de descanso en Navidad junto a su familia. Sin embargo, nada más llegar, su padre, el sheriff, le pide que suba a la montaña para buscar y bajar a una vecina que podría quedarse aislada si no conoce la noticia de que una tormenta de hielo caerá sobre la localidad. Gabriel, muy a su pesar, va en busca de Lorelei “Lolly” Helton, a quien no ve desde hace quince años y a la que consideraba una chica desdeñosa. Lolly, por su parte, tiene que subir a la casa de sus padres, que piensa vender, para recoger unas cosas y quedarse en casa de unos vecinos, pero el destino le tiene preparada otra cosa. Ella sube… pero no sola. Detrás de ella van unos delincuentes, Darwin y Niki, drogados y armados, quienes quieren robar en casa de Lolly al pensar que ella es rica. No saben que el hielo los va a dejar atrapados. Lolly no piensa dejarse atrapar en su propia casa, y decide escapar. Justo en ese momento, acude Gabriel, y ambos se escapan, aunque pronto serán perseguidos por los dos delincuentes en una carrera llena de obstáculos.
Capítulo 1 El lugar nunca cambiaba. A Gabriel McQueen en realidad le gustaba eso de su pueblo natal, Wilson Creek, Maine. Le gustaba la continuidad de éste, la seguridad, la solidaridad. Le gustaba que su hijo de siete años de edad, Sam, estuviera viendo el pueblo casi exactamente como el mismo Gabriel lo había visto mientras crecía. Le gustaba que Sam estuviera guardando los mismos recuerdos que él tenía. Le gustaba como el pequeño pueblo se veía durante los cambios de las estaciones: la primavera en ciernes, el verde del verano, la explosión de colores del otoño cuando los blancos campanarios gemelos apuntaban hacia un cielo azul profundo, pero su temporada favorita del año era justo ahora. Las últimas semanas antes de las Navidades eran especiales, cuando la emoción y la anticipación parecían apoderarse de todo el mundo y los pequeñines se saturaban de todo eso. Apenas podía esperar para ver a Sam disfrutando de las mismas cosas que él había disfrutado a esa edad. Condujo su Ford F250 cuatro por cuatro a través de la plaza central del pueblo, sonriendo cuando vio que cada escaparate estaba decorado con oropeles y luces multicolores, el gran abeto en frente del ayuntamiento estaba festoneado con tantas luces que se veía como una llamarada sólida que ni siquiera la fría, constante, miserable niebla, que caía del feo cielo plomizo, podía empañar. Había un espacio libre para aparcar al final de la fila de taxis en frente del ayuntamiento, y metió la gran camioneta entre las líneas blancas. Encasquetándose su gorra a prueba de agua en la cabeza, bajó de la camioneta y puso suficientes monedas en el parquímetro, pasado de moda, como para cubrir dos horas. No estaría allí tanto tiempo, pero prefería ser precavido porque sería malditamente embarazoso que al hijo del Sheriff le pusieran una multa en frente del ayuntamiento en su primer día de vuelta a casa. No para él, sino para su padre. No hacer pasar vergüenza a su padre bien valía un par de monedas. La niebla sopló en su rostro; el último reporte del tiempo que había comprobado predecía nieve más tarde cuando la temperatura cayera. Agachando la cabeza contra el viento, se apresuró por los escalones del ayuntamiento, abrió las puertas dobles de cristal, luego tomó las escaleras del lado derecho que bajaban al sótano. El departamento del sheriff todavía ocupaba el sótano del ayuntamiento aun cuando la cárcel estaba en el piso superior y el arreglo era jodidamente inconveniente, pero así era como siempre habían sido las cosas y Gabriel se figuraba que seguirían siéndolo hasta el día de su muerte. El departamento del sheriff era la primera puerta a la izquierda. La
puerta se abría a un área ocupada por cuatro escritorios, tres mujeres, y montones de actitud. Detrás de ellas había otra puerta, y en esta había escrito: Harlan McQueen, Sheriff. La plantilla se había hecho casi treinta años atrás, y en algunos lugares las letras casi no se veían, pero Gabriel sabía que su padre estaba pensando en retirarse—lo había estado pensando durante los últimos cinco o diez años—así que, como un ahorrativo ciudadano de Maine, no veía ningún sentido en hacer que repasaran las letras de la puerta. Las tres mujeres alzaron la vista cuando Gabriel entró, e inmediatamente sus rostros se coronaron con sonrisas. Las tres se levantaron de un salto dando desconcertantes chillidos de chicas, considerando que la más joven era unos buenos quince años mayor que él, y corrieron hacia él; uno pensaría que no las había visto en un año, en lugar de hacía sólo dos meses. De alguna manera se las ingenió para abrazar a las tres a la vez; era un tipo grande, pero tres mujeres eran un montón para cualquier hombre, especialmente cuando una de ellas era bastante fornida. Dos de las mujeres usaban uniformes pardos del departamento del sheriff; Judith Fournier y Evelyn Thomas eran hermanas, y su parecido era lo bastante fuerte como para ser casi indistinguibles cuando estaban uniformadas y se ataban el pelo hacia atrás según la regulación. Patsy Hutt, la reina de la oficina exterior, era suave y redonda y estaba coronada con un cabello blanco como la nieve. Hoy llevaba botas de suelas gruesas, vaqueros, y un suéter de lana decorado con copos de nieve bordeados de lentejuelas. Se veía como la mujer más benigna en el mundo, pero Gabriel tenía un recuerdo muy claro de ella dándole palmazos en el trasero cuando tenía como siete años y se creía muy importante porque su papá era el sheriff. Entre las tres mujeres controlaban la oficina exterior y el acceso al sheriff, manejaban casi todo el departamento, y sabían todo lo que tenían que saber sobre todo el mundo en el condado. —Ya era tiempo de que llegaras,lo regañó Patsy. —Me estaba preocupando que te dieras de cabeza con esta tormenta. —¿Tormenta?Se puso en alerta, la adrenalina surgiendo. —Comprobé la predicción del tiempo antes de salir; se suponía que la lluvia se convertiría en nieve esta noche, pero eso era todo.Eso había sido esa mañana, en el motel de Pennsylvania. Antes de dejar Carolina del Norte había puesto neumáticos para nieve a la camioneta porque, demonios, diciembre en Maine significaba nieve. Eso se sabía. Desde que había salido, sin embargo, había estado escuchando la estación de radio XM, de manera que no estaba actualizado al minuto sobre la predicción del tiempo. La preocupación de Patsy significaba algo, sin embargo. Los habitantes de Maine estaban acostumbrados al clima invernal y sabían cómo manejarlo, de manera que cualquier tormenta que se avecinara lo suficientemente severa como para llamarles la atención, le decía mucho sobre el peligro potencial. Antes de que ella pudiera responder, la puerta detrás de ellos se abrió y los cuatro se volvieron a mirar.
—Gabe,dijo su padre, con expresión de gran cariño y algo cercano al alivio en su rostro arrugado. Gabriel se soltó de los brazos de las tiranas de la oficina exterior para cruzar hacia su padre. Intercambió un abrazo de oso breve con su papá, ambos se palmearon las espaldas, y entonces Harlan dijo, —Estoy contento de que lo lograras. El tiempo se está volviendo horrible rápidamente y necesito ayuda. El nivel de alerta de Gabriel se disparó varios grados más. Si Harlan McQueen estaba admitiendo que necesitaba ayuda, entonces algo serio estaba sucediendo. —La tienes,dijo mientras entraban a la oficina de Harlan, la cual tendía más a ser estrecha que espaciosa. El condado no había derrochado dinero en las oficinas del departamento del sheriff, eso era condenadamente cierto. —¿Qué sucede? La aguda mirada de su padre mostró apreciación por el apoyo y el deseo de actuar de Gabriel sin vacilaciones. Cuando había sido más joven, esa inclinación natural hacia la acción, cualquier acción, algunas veces había hecho que su trasero aterrizara en agua caliente, pero como sargento de la policía militar, había sido capaz de canalizar esa agresión y decisión en el trabajo, lo cual era bueno tanto para él mismo como para la armada. —Este maldito sistema meteorológico nos está hundiendo,dijo Harlan lacónicamente. —Se suponía que tendríamos nieve, con el hielo manteniéndose en el noreste, pero ahora el servicio meteorológico está diciendo que vamos a ser golpeados por el hielo. Emitieron la alerta de tormenta sólo hace algo más de una hora, y estamos luchando por prepararnos, aparte de que hay un accidente manteniendo ocupados a mis tres ayudantes cuando no puedo prescindir de ninguno. Mierda, una tormenta de hielo. Gabriel estaba en alerta total ahora, con los ojos entrecerrados, su postura cambiando sutilmente como si pudiera enfrentar a la tormenta en una lucha a puño limpio. El hielo era diez veces peor que una tempestad de nieve, en términos de daños. Maine había soportado dos golpes de hielo en los pasados diez o doce años, pero ambas veces la tormenta se había desviado de esta zona. Eso estuvo bien entonces, pero era algo malo ahora, porque significaba que había montones de árboles debilitados que se habían salvado antes pero que ahora se vendrían abajo por el peso del hielo, aplastando autos y casas, tirando abajo líneas de electricidad y dejando cientos de millas cuadradas en la oscuridad y el frío. El hielo era como un huracán de cristal, destruyendo todo lo que tocaba. —¿Cómo puedo ayudar? —Conduce hacia el vieja casa de Helton y échale un vistazo a Lolly. No he podido contactarla en su celular, y no debe de saber que el sistema meteorológico se ha desviado hacia nosotros.
¿Lolly Helton? Gabriel casi rezongó en voz alta. De toda la gente… —¿Qué está haciendo allí?preguntó, tratando de ocultar su repentina hostilidad, la cual era la forma en que siempre lo había afectado Lolly Helton. —Pensé que toda la familia se había mudado lejos. —Lo hicieron, pero mantuvieron la casa para las vacaciones de verano. Ahora están pensando en venderla, y Lolly está aquí para revisar las cosas y, demonios, ¿cuál es la diferencia? Está allí por su cuenta, sin manera de pedir ayuda si se hace daño. A pesar de su renuencia de ir por Lolly Helton, Gabriel inmediatamente comprendió la logística de lo que su padre estaba diciendo. Cualquiera que no fuese de Maine podría no ser capaz de leer entre líneas, pero él podía. El servicio de telefonía era como mucho irregular; si ella hubiese estado a salvo aquí en el pueblo, Harlan hubiese podido hablar con ella por su móvil, pero en la casa Helton un celular era inservible para todo excepto para tirarlo. Y debido a que nadie vivía en la vieja casa ahora, la línea fija del servicio de teléfono hacía tiempo que había sido desconectada. Probablemente tampoco habría una televisión en el lugar. A menos que Lolly condujera al pueblo y estuviera escuchando la radio de su coche, estaría desprevenida sobre el desastre que se avecinaba. Joder. No había forma de salirse de ésta. Tenía que ir a verla. —Me encargaré de eso,dijo, caminando hacia la puerta. —¿Cuánto tiempo tengo? —No lo sé. Ese lugar está a mayor altura, la formación de hielo empezará más pronto de lo que lo hará aquí. El servicio meteorológico está diciendo que podría empezar aquí tan pronto como empiece a anochecer. Gabriel le echó un vistazo a su reloj. Tres p.m. Tan lejos al norte, la puesta de sol era alrededor de las cuatro p.m., lo cual no le daba demasiado tiempo. —Mierda,dijo. —No tendré tiempo de ver a Sam. —Lo tendrás si te apresuras. Dejaron salir a los niños del colegio tan pronto como el sistema meteorológico cambió el pronóstico, de manera que tu mamá ya recogió a Sam. La llamaré para que te tenga preparado algo de café y comida, detente allí en el camino, luego sal pitando. Ya estaba fuera de la puerta, moviéndose rápido, antes de que Harlan hubiese dejado de hablar. El café y la comida eran más una necesidad que una comodidad. Había estado conduciendo todo el día, estaba cansado, y en condiciones meteorológicas severas tener
algo que comer y beber podría hacer la diferencia entre vivir y morir. No sabía en qué tipo de situación estaría metido, una vez que dejara la carretera principal y comenzara la larga y sinuosa subida hacia la casa Helton, de manera que era mejor tener provisiones y no necesitarlas que no tenerlas y tal vez morir por eso. El viento lo abofeteó en la cara tan pronto como abrió la puerta del ayuntamiento y salió. Eso no era bueno. El aire había estado bastante calmado cuando había entrado, pero ahora, apenas diez o quince minutos después, estaba soplando de verdad. El viento hacía que las líneas eléctricas y las ramas de los árboles cayeran más rápidamente, además de extraer el calor del cuerpo de todo pobre idiota que estuviera a la intemperie, o que hubiese sido enviado a rescatar a alguna puta con mal genio y una actitud presumida quien probablemente le diría que se fuera al diablo, como si ella fuese a depositar su melindroso culo en la camioneta de él. No obstante, una sonrisa irreverente se extendió por su cara mientras corría hacia su camioneta, desbloqueando el seguro con el remoto cuando todavía estaba a una distancia de casi tres metros. Abrió la puerta y se lanzó dentro. ¡Lolly Helton! Maldición, nunca nadie se había enfrentado con él de la forma en que Lolly lo había hecho, o que hubiera sacado su peor lado tan fácilmente. Probablemente le debía su éxito en el ejército al entrenamiento que ella le había dado; después de todo, ¿qué problemas podría dar el recluta más díscolo comparado con la Srta. Pomposa Helton? ¡Piruleta! ¿Quieres que te de una lamida, Piruleta? Poniendo el cambio en reversa, salió del aparcamiento en un arco que lo dejó de cara a la dirección que quería. Su sonrisa se hizo más grande mientras hacía el cambio y ponía la bota en el acelerador. El recuerdo hacía eco en su cabeza, la burla que había sabido que la sacaría de sus casillas, las risas de sus amigos, la forma en que su expresión tensa y hostil se había vuelto aún más tensa mientras lo miraba como si fuera un insecto sobre el que había puesto el pie y lo hubiera aplastado. Ese era el problema con Lolly Heston. Aun siendo una niña pequeña, había estado tan convencida de que era mucho mejor que cualquiera del pueblo, que nada de lo que él o cualquier otro le dijera hacía mella en esa superioridad. Su padre era el alcalde, y ella nunca lo olvidaba, o dejaba que alguien lo olvidara. Si ella hubiese sido especialmente bonita, o especialmente inteligente, o algo más fuera de lo común tal vez habría sido más popular en el colegio, pero no había habido nada especial en ella. Recordaba su rizado pelo castaño oscuro, y que nada de lo que usaba le quedaba muy bien, y eso era todo. Bueno, excepto por la forma en que su expresión había dicho Come mierda y muérete, palurdo. Tenía que pasar algo malo con él para sentir una especie de anticipación ante la idea de verla, y probablemente discutir con ella, otra vez. Manteniendo una mano firme en el volante, cambio la radio de la XM a una estación local
de manera que pudiera captar cualquier actualización meteorológica. En unos minutos dejó atrás los límites de la ciudad de Wilson Creek, acelerando para ganar los segundos extras que pudiera. Otro tipo de anticipación comenzó a crecer dentro de él, penetrante y fuerte. Sam. Iba a ver a su hijo otra vez en sólo unos minutos, y su corazón empezó a latir de alegría. Bajando cuatro millas por la carretera, dio un giro entre dos enormes abetos entrando a un camino de concreto. Detrás de los abetos había una extensa casa blanca con nítidas persianas negras y un garaje para tres coches. La puerta trasera ya se estaba abriendo de una manotazo cuando se detuvo, un pequeño dínamo de cabello oscuro salió de la casa gritando, —¡Papá! ¡Papá! Gabriel dejó encendido el motor y saltó de la camioneta, apenas a tiempo porque Sam se lanzó hacia adelante. Agarró al niño en el aire, y unos brazos delgados se envolvieron alrededor de su cuello tan apretadamente que apenas podía respirar. No necesitaba respirar. Sólo necesitaba abrazar a su hijo. —¡Salimos temprano del colegio!dijo Sam, sonriéndole. —Va a haber una tormenta de hielo. La abuela está haciendo montones de sopa, porque dijo que probablemente la necesitaríamos. —Qué bueno oír eso,dijo Gabriel. Sam estaba usando un abrigo pero no estaba cerrado, y la capucha se le había caído de modo que la fría lluvia le estaba cayendo en la cabeza descubierta. Le colocó la capucha, luego abrió la puerta trasera de la camioneta y agarró su bolsa de viaje, cerrando la puerta con el hombro. Sosteniendo a su hijo en un brazo y la bolsa en el otro, corrió a través de la lluvia hacia el porche trasero. Su madre estaba parada allí, arreglada y luciendo competente en sus vaqueros y botas, la gran sonrisa en su cara no disfrazaba completamente la preocupación de sus ojos verdes. —No podía esperar,dijo ella, arrojando sus brazos alrededor de Gabriel y abrazándolo, luego también le plantó un rápido beso a Sam en la mejilla. —Ay, abuela,dijo él, retorciéndose, pero no se limpió la mejilla. Gabriel sonrió, recordando qué mortificante había sido a esa edad que su madre lo besara. Sam podría más bien ir acostumbrándose a eso, porque nada detenía a Valerie McQueen de besar a la gente que amaba. Dejó caer su bolsa, puso de pie a Sam, luego se agachó y comenzó a rebuscar en su bolsa, buscando su cuchillo y la linterna. —El café está casi listo,dijo su mamá. —Ya tengo un termo lleno de sopa, y aquí tienes uno de los ponchos con aislante para la lluvia de tu padre.Ella le entregó el poncho, luego se dio la vuelta y regresó apresurada a la cocina. —Gracias,dijo él, esperando no tener que necesitarlo. Sus botas eran para todo tipo de
clima y tenían aislante, de manera que sus pies debieran permanecer calientes y secos, pero metió un par extra de calcetines en el bolsillo de su abrigo, por si acaso. Su abrigo era grueso y pesado y tenía guantes en la camioneta, así como una manta que Sam había metido debajo del asiento trasero casi un año atrás y la cual nunca había sacado de allí. Pensaba que estaba tan preparado para un viaje rápido a la montaña como podría estarlo. —¿Adónde vas?preguntó Sam mientras observaba sus preparativos. —Acabas de llegar.La decepción se entremezclaba en su tono, rozando el resentimiento. —Tengo que rescatar a una mujer de su casa en la montaña,respondió Gabriel, manteniendo su tono enérgico de modo que Sam supiera que no era el momento para discusiones, pero le pasó un brazo alrededor para un abrazo rápido y fuerte. —Yo tampoco me quiero ir, pero cuando se necesita hacer algo, alguien tiene que levantarse y hacerlo. Sam reflexionó sobre eso. Con Gabriel siendo un miembro del ejército y su abuelo un sheriff, en su corta vida había escuchado bastante sobre la responsabilidad, y la había visto en acción. Podría no gustarle esto, pero lo comprendía. —¿Está herida? —No lo creo, pero tu abuelo quiere que llegue a ella antes de que la tormenta de hielo la deje atrapada. Sam asintió solemnemente. —Muy bien,dijo finalmente. —Si tienes que hacerlo. Pero ten cuidado. —Lo tendré,prometió Gabriel, queriendo sonreír pero manteniendo su expresión grave. Su pequeño estaba aprendiendo a ser responsable. Valerie regresó, y él se puso de pie para tomar los dos grandes termos. —Ten cuidado,dijo ella sin necesidad, haciendo eco a Sam, pero ahora que él mismo era un padre entendía que la preocupación nunca paraba, sin importar cuán mayor o competente se era. —¿No lo tengo siempre?preguntó, sabiendo que eso haría que ella pusiera los ojos en blanco, lo cual hizo. La besó en la mejilla, luego se arrodilló para darle a Sam otro gran abrazo extra. —Estaré de regreso tan pronto como pueda. ¿Puedes cuidar de la abuela hasta entonces? Sam asintió solemnemente, y cuadró sus delgados hombros. —Haré todo lo posible,respondió, aunque la mirada que le echó a su abuela decía que dudaba de poder controlarla. Gabriel se mordió el interior de la mejilla para no sonreír. —Trae a Lolly aquí,dijo Valerie enérgicamente. —No trates de llevarla al pueblo y luego volver aquí. Tenemos bastante espacio y comida, de modo que no hay punto en empujar tu
suerte con este tiempo. —Sí, señora,dijo obedientemente, pero por dentro estaba pensando: Oh, mierda, estaré atrapado con Lolly Helton. Tal vez ella no estuviera allí. Tal vez estaba a salvo en alguna parte del pueblo, y simplemente había apagado su celular. Tal vez él se deslizaría fuera de la carretera y tuviera que caminar de regreso y no sería capaz de llegar hasta arriba de la montaña a la casa Helton. Tal vez, incluso si ella estaba allí, se negaría a ir a cualquier parte con él. Sí, podía ver eso. Entonces ese raro sentido de anticipación se volvió a generar en él, el sentimiento de inquietud que le venía cuando sabía que iba a estar en una lucha y estaba esperándola. Había estado en muchas situaciones peores que ésta, pensó él. Se había metido en peleas con nada más que sus puños, pateando culos y rompiendo cabezas, y salido de éstas bien. Lolly tenía la lengua de un escorpión, pero eso era todo. Podía manejarla y cualquier cosa que ella hiciera. —Gracias,le dijo a su madre. —Os veré en una hora más o menos. Entonces corrió de regreso a la fría lluvia y a la oscuridad que se intensificaba, para sacar a la princesa engreída de la montaña.
Capítulo 2 Esa tarde, más temprano. El viejo Blazer blanco, encostrado con mugre y sal, giró hacia el pequeño estacionamiento de la tienda local de comestibles. Un hombre delgaducho, desaliñado, con pelo rubio escaso y sucio estacionó el Blazer de manera que apuntara de cara a la carretera y puso el cambio en neutro. —Listo,dijo él, tamborileando los dedos rápidamente en el volante. — Estoy listo. Listo para ir. Las palabras eran rápidas y abruptas. —¿Tienes la pistola? —Justo aquí,dijo la mujer sentada a su lado, metiendo una pistola en su bolso de mano de lona roja y manchada. Era tan delgaducha y desaliñada como él, sus ojos y mejillas estaban hundidas, su pelo largo y oscuro estaba aplastado contra su cabeza de manera que sus orejas sobresalían entre los mechones. Su mirada recorría incansablemente el estacionamiento, miraba la entrada de la tienda de comestibles, luego de regreso al estacionamiento. Puso la mano en la manija de la puerta y la abrió de un empujón, luego la volvió a cerrar rápidamente cuando otro vehículo entró al estacionamiento y los pasó. Observó un Mercedes SUV, conducido por una mujer sola, los pasó con los neumáticos siseando sobre el pavimento mojado y estacionó en un espacio cercano a la puerta de la tienda. —¿Qué estás esperando?le preguntó el hombre, todavía tamborileando sus dedos. Cambió de posición con inquietud en su asiento. Su nombre era Darwin Girard, y no había dormido en tres o cuatro días, tal vez incluso más. A pesar de eso, sentía como si pudiera explotar de energía, y quedarse ahí sentado era casi más de lo que podría manejar. —Esa mujer me miró.Niki Vann señaló a la conductora del Mercedes negro cuando la mujer bajó del pequeño SUV y apuntó el control remoto hacia éste. Las luces parpadearon, indicando que el vehículo estaba cerrado, y la mujer se apresuró a través de la lluvia hacia el interior de la pequeña tienda de comestibles. —¿Lo hizo?preguntó Darwin, dirigiendo su mirada hacia la mujer como un láser. Se suponía que nadie los notaría. Ese era el plan, y a no le gustaba la gente que se metía en sus planes. Una hostilidad feroz brilló en sus ojos hundidos cuando echó un vistazo a la puerta por donde ella había pasado. —Sí. Perra,rezongó Niki, por la única razón de que la otra mujer estaba conduciendo un Mercedes. Entonces una idea empezó a revolverse en su cerebro. —Apuesto a que tiene
un montón de dinero en su cartera. Mira lo que está conduciendo. Apuesto a que tiene más que esa porquería de tiendecita, y que está sola. Darwin tamborileó sus dedos más y más rápido. —¿Qué estás pensando?preguntó él, como si no lo supiera, sonriéndole. Niki era incluso mejor que él para ver una oportunidad y no vacilaba en actuar. Debido a ella, su provisión de metanfetamina era constante. Siempre estaba buscando la manera de conseguir más dinero. Ella volvió a empujar la puerta del Blazer para abrirla, y salió. —Vuelvo en un minuto,dijo ella antes de cerrar la puerta, entonces corrió a través de la lluvia, su delgado cuerpo casi desaparecía dentro de la enorme chaqueta verde que llevaba. Dentro de la tienda, Lolly Helton agarró un carrito y se dirigió hacia el primer pasillo. No necesitaba mucho, sólo algunas latas de sopa y un par de artículos para hacer sándwiches, tal vez un par de revistas para leer, y quería estar en casa antes de que oscureciera, así que estaba apurada. Y porque estaba apurada, por supuesto, la detuvieron casi inmediatamente. —¡Lolly!dijo una mujer que usaba un mandil rojo brillante que la cubría desde el cuello hasta las rodillas, mirando hacia donde ella estaba arreglando las pilas de productos que habían sido desordenados por los clientes que escogían buscando una perfecta cabeza de col, o manzanas que estuvieran o bien firmes, o suaves dependiendo de sus gustos individuales. —Oí que estabas de regreso. Se te ve bien. —Gracias,dijo Lolly, los buenos modales la hicieron detenerse. —Usted también. ¿Cómo ha estado?El Sr. y la Sra. Richard habían sido propietarios de la pequeña tienda de comestibles desde que podía recordar, y siempre le había gustado la Sra. Richard, a quien le encantaba bromear y chismear, y nunca había dicho nada negativo de nadie. La puerta se abrió detrás de ella y una ráfaga de aire frío se coló dentro. No miró alrededor, pero movió su carrito a un lado para que el recién llegado pudiera pasar. —Bueno. Ocupada en esta época del año, con todo lo que hay que cocinar para las fiestas. Ella se limpió las manos en el mandil, moviendo su mirada más allá de Lolly para ver quién había entrado a la tienda detrás de ella. Asintió brevemente y luego volvió su atención hacia Lolly. —¿En donde te estás quedando esta noche? —En casa,dijo Lolly, un poco sorprendida. ¿En donde más se quedaría? —Oh Dios, chiquilla, ¿no has estado escuchando la radio? Están pronosticando hielo para esta noche.
¡Una tormenta de hielo! Como si pudiese ver la tormenta que se avecinaba, Lolly se dio la vuelta y miró por la ventana, su mirada deslizándose más allá de la mujer que había entrado detrás de ella. No era nadie que conociera—no se veía como alguien que quisiera conocer—de modo que no hizo contacto visual. —No he tenido la radio encendida,admitió. Rara vez escuchaba la radio, de cualquier manera, prefiriendo su propia colección de CDs de música. —No puedes quedarte por tu cuenta allí arriba. Si no tienes a nadie con quien poder quedarte, Joseph y yo tenemos un dormitorio extra—dos, de hecho, ahora que los muchachos están casados y se han ido. La mente de Lolly corría. No tenía ningún viejo amigo del colegio con el que pudiera quedarse durante la duración de la tormenta, principalmente porque realmente no había tenido amistad con nadie. Sus años de colegio no habían sido buenos. Se le hacía más fácil hacer amigos ahora, pero eso significaba que todos ellos estaban en Portland. No le gustaba la idea de quedarse con el Sr. Y la Sra. Richard—ellos le gustaban, pero no era cercana a ellos—pero con una tormenta de hielo aproximándose, tenía que tomar algunas rápidas decisiones. —Gracias, aceptaré su ofrecimiento, por lo menos para esta noche,dijo, levantando su cartera del carrito. No necesitaría comestibles, después de todo. —Necesito ir a casa y traer algunas de mis cosas. ¿Cuánto tiempo tengo? —El servicio meteorológico dijo que debería empezar alrededor del anochecer. demores.
No
Lolly comprobó la hora. Tenía unas pocas horas, pero la formación de hielo podría empezar antes en su casa porque estaba en un punto más elevado. —Estaré de regreso tan pronto como pueda,dijo. —No sé cómo decirle cuánto aprecio su ofrecimiento. La Sra. Richard hizo un movimiento con su mano para que se fuera. —¡Anda, apúrate! Lolly lo hizo, aunque se tomó un tiempo para devolver el carrito a su lugar, empujándolo más allá de la mujer que llevaba una holgada chaqueta verde y que llevaba una bolsa de mano de lona de un color rojo sucio, como si eso fuera su reconocimiento a la temporada navideña. Una sensación de urgencia la llevó a regresar a su vehículo casi corriendo; una tormenta de hielo no era nada para tomárselo a broma. La nieve no era nada, por lo menos para un nativo de Maine, pero el hielo era increíblemente destructivo. Podría haberse quedado atrapada por días, incluso semanas, si no se hubiese detenido en la tienda de comestibles y hablado con la Sra. Richard. Demasiado para sus planes, pensó tristemente mientras salía del estacionamiento, pero una tormenta de hielo le ganaba a empacar. Ni siquiera quedaban tantos artículos
personales para empacar, de modo que no era como si tuviese que terminar de hacer todo ahora mismo. La casa había sido usada tan de vez en cuando en los últimos años, que sólo quedaba una mínima cantidad de muebles y algunas chucherías. Había tenido la intención de tomarse su tiempo empacando—de hecho, su verdadero plan para la noche había sido calentar algo de sopa, encender la chimenea de gas, y leer, dejando el empaquetamiento para mañana por la mañana. Disfrutaba de la paz y la tranquilidad, y había algo, en estar abrigada en una casa cálida en una noche nevada, que la atraía. Había venido aquí esta semana queriendo disfrutar de unos días de descanso en la casa en donde había crecido, revolcándose en recuerdos cálidos y borrosos y, a su manera, diciendo adiós a la casa y a Wilson Creek. Con sus padres en Florida y su trabajo manteniéndola ocupada en Portland, no había necesidad de una casa para vacaciones que se usaba rara vez. La casa Helton una vez había sido la más elegante del condado, una casa grande de dos pisos y de alguna manera extravagante, para la zona, en la ladera de la montaña, justo en las afueras del pueblo. Durante muchos años todas las reuniones importantes de la política local y las fiestas habían sido hechas allí, lo cual Lolly encontraba ligeramente irónico, ya que ella era el único miembro de la familia que quedaba en Maine y no tenía interés en la política y mucho menos en ir de fiesta. Había superado algo de la embarazosa timidez de su juventud, pero nunca sería extrovertida. Prefería mucho más una noche en casa que una en el pueblo. No pensaba quedarse con los Richards, prefiriendo estar por su cuenta, pero negociaría. Trabajaba para una compañía de seguros y había aprendido, por necesidad, cómo interactuar con las personas. Siendo una niña, incluso peor, una adolescente, siempre se había quedado apartada, no sabiendo nunca qué decir exactamente y el hecho es que nadie quería hablar con ella. Había escondido todas estas penosas inseguridades tras un muro de hostilidad, de modo que no era sorprendente que no tuviera verdaderos amigos aquí. No sabía por qué seguía regresando, pero se las arreglaba para hacer por lo menos un viaje casi cada año. Deseaba que pudiera permitirse vivir aquí, en la casa en donde ella había crecido, pero Wilson Creek no tenía muchas oportunidades de trabajo, y no tenía dinero para abrir su propio pequeño negocio. Los limpiaparabrisas se movían de aquí para allá, despejando la ligera lluvia que no había variado de intensidad en todo el día. Había algo inquietante acerca de la implacabilidad absoluta e inmutable de la lluvia, como si la ligereza de la misma fuese la prueba de que la madre naturaleza no necesitaba hacer una declaración dramática para aplastar a la civilización como a un insecto. Todo lo que se necesitaba era una lluvia no más pesada que una niebla, y algo de aire frío en la posición correcta, para sembrar el caos. Sintió un escalofrío correrle por la columna; aun cuando todavía faltaban varias horas hasta que cayera la noche, la penumbra se estaba intensificando, y tuvo que encender las luces delanteras. No había visto nada de tráfico desde que había volteado a este camino, y sólo eso en sí mismo ya era escalofriante. Por un momento sintió la urgencia de dar la vuelta, comprar algunos pijamas y ropa interior en el pueblo, y correr hacia la seguridad de la casa
de los Richards. Entonces vio desdibujarse un vehículo detrás de ella, demasiado lejos para poder fijarse en algún detalle, pero sólo saber que no estaba sola en la carretera era suficiente para calmarle los nervios. Se permitiría quince minutos, no más, para reunir lo que necesitaba y regresar al pueblo. Debería estar a salvo y segura mucho antes de que llegara la tormenta. En pocos minutos había salido de la carretera principal y estaba navegando cuidadosamente por un camino más estrecho que llevaba por la ladera de la montaña hacia su casa. Todavía conocía cada curva, cada árbol y roca de este camino, porque había conducido por aquí muy a menudo después de sacar su licencia de conducir. Incluso antes de eso, su madre la había llevado al colegio todos los días, y la recogía por las tardes, de modo que durante casi toda su vida había hecho dos viajes diarios arriba y abajo de esta montaña. El camino no guardaba sorpresas para ella, ni miedos; era el clima lo que la ponía inquieta. Su SUV era seguro para el camino, lo compró usado tres años antes porque necesitaba un vehículo cuatro por cuatro confiable que trepara con firmeza. La visibilidad se redujo cuando la neblina se hizo más pesada. Le echó un rápido vistazo al indicador de temperatura exterior y vio que la temperatura estaba sólo un par de grados encima del congelamiento. Los árboles tenían una ligera capa plateada; ¿el hielo ya se estaba empezando a formar? Entonces ella giró hacia el camino de entrada, acelerando por la larga pendiente hacia la casa. Esta ya no sería —hogarpor mucho tiempo más, pensó, pero en este momento todavía parecía acogedora y perfecta de alguna manera. No importaba que la casa tuviera casi sesenta años de antigüedad, que se la viera un poco gastada, y que se combara aquí y allá; aún era grande y sólida, ofreciendo un refugio caliente y seguro en una noche invernal. Qué pena que no pudiera quedarse, pero si el hielo la atrapaba aquí, pasarían un par de semanas antes de que pudiera bajar de la montaña, dependiendo de cuán malo hubiera sido el daño y cuántos árboles hubieran caído. Tanto como amaba este lugar, sabía que era tiempo para que la casa en la que había crecido fuera el hogar de una familia nuevamente, como lo había sido para ella. Una vez que los pocos efectos personales que quedaban fueran empacados, vendidos, o almacenados, el hogar de su niñez saldría al mercado, y ya no sería suyo por más tiempo. Qué pena que no pudiese tener unos pocos días de escaparse al pasado como hubiera querido, pero el clima tenía otros planes. No se molestó en estacionar en el garaje, tan sólo se detuvo cerca del porche delantero. Con las llaves en la mano, se apresuró a subir los escalones y abrió la puerta principal. Tan pronto como entró se sacó su pesado abrigo de invierno con capucha, tirándolo sobre el poste de la escalera y dejó caer su cartera en el peldaño inferior. Dirigiéndose hacia la
parte trasera, agarró sus botas para la nieve del cuartito de atrás y las trajo para ponerlas junto a su abrigo y su cartera. No sabía cuándo podría regresar, pensó mientras empezaba a subir las escaleras. ¿Había algo en el refrigerador que necesitara sacar? No, creía que no. Había estado comiendo barritas de cereales para el desayuno, sin molestarse siquiera con la leche para el cereal, y por la noche ella había tomado sándwiches de mantequilla de cacahuete o de mermelada, o sino compraba uno en el pueblo. Sabía cómo cerrar el agua con la válvula, y cerrar el gas para el calentador de agua; aparte de cerrar la puerta con llave, eso era todo lo que podría hacer para dejar la casa preparada para resistir la tormenta que se avecinaba. Estaba a mitad de camino en las escaleras cuando escuchó el retumbar de un vehículo. Se detuvo, luego revirtió su camino. Conociendo a la gente de aquí como lo hacía, no estaría sorprendida en absoluto si alguien hubiera escuchado acerca de la tormenta, se hubiera dado cuenta de que ella estaba aquí sin televisión o teléfono, y hubiera venido a recogerla. Esta siempre había sido la clase de comunidad en donde los vecinos cuidaban de los vecinos, y extrañaba eso, algunos días. Estaba contenta por la compañía tanto como preocupada por la demora. Cruzando los dedos para que no tuviese ningún problema bajando la colina, Lolly abrió la puerta del frente. Esperaba encontrar a alguien que conociera, un viejo amigo de sus padres o lo más cercano que tuviera como vecino, y tenía una sonrisa de bienvenida en su rostro. La sonrisa se congeló cuando se dio cuenta de que no conocía a la pareja de apariencia tosca que subía los escalones del porche, aunque la mujer le parecía vagamente familiar. Entonces Lolly recordó haberla visto en la tienda de comestibles más temprano, la reconocía aun cuando el correoso pelo oscuro estaba ahora parcialmente cubierto por un gorro de lana, y un abrigo grueso disfrazaba su delgadez. Un par de posibilidades cruzaron rápidamente por su cabeza. ¿Estaban perdidos? ¿Buscando refugio? Tal vez no estaban familiarizados con la zona y no sabían que no querrían quedarse atrapados en la montaña si el hielo era tan malo como lo habían pronosticado. —Justo estoy de salida…comenzó Lolly. El hombre que estaba justo detrás de la mujer del pelo correoso sacó una pistola del bolsillo de su abrigo. El shock golpeó a Lolly como una bofetada en la cara; jadeó mirando la pistola, apenas comprendiendo lo que veía, entonces aspiró una rápida bocanada de aire e instintivamente dio un paso atrás. El hombre y la mujer se lanzaron hacia ella, empujándola hacia adentro tan fuertemente que se golpeó duro con el poste de la escalera, se tambaleó, y se salvó de caerse agarrándose desesperadamente de la madera. El hombre cerró la puerta de un empujón detrás de ellos. La mujer echó un vistazo alrededor, a la sala de estar a la izquierda, el tramo de escaleras delante, el comedor a la derecha. Sonrió, mostrando dientes descoloridos y podridos. —Ves, bebé, te dije que ella estaba
sola. Lolly se colgó del poste, literalmente congelada bajo el repentino latigazo de terror, su cerebro entumecido, los pensamientos coherentes hechos trizas antes de que pudieran siquiera formarse. Trató de comprender, y finalmente, como si hubiesen encendido un interruptor, su inactivo cerebro comenzó a funcionar. ¡Allanamiento de morada—aquí, en Wilson Creek! Eso estaba tan mal, que algo como esto pudiera pasar aquí, que la pura indignación empujó abruptamente el terror a un lado y de pronto podía moverse, ya se estaba moviendo incluso antes de darse cuenta. Corrió, corrió por su vida. El hombre gritó, —¡Tú puta! ¡Joder!mientras Lolly pasaba a través del comedor, esquivando la mesa, agarrando una de las pesadas sillas y tirándola en su camino y corriendo hacia la cocina. Las pisadas resonaron detrás pero no miró, no perdió ni la fracción de un segundo, sólo corrió por su vida. Si tan sólo pudiese salir fuera… Agarró el pomo de la puerta, y una mano la cogió del pelo. El dolor envolvió su cuero cabelludo; su cabeza se echó hacia atrás y ella fue enviada dando vueltas lejos de la puerta. Dio un resbalón y cayó al piso, el hombre la seguía teniendo cruelmente agarrada del pelo. Él le empujó la cabeza hacia abajo y ella golpeó de cara el suelo duro y frío. Se agarró el pelo, tratando de sacarse las manos del hombre. El repentino peso de su cuerpo sobre ella era pesado y caliente. La presionó contra el suelo, haciendo que perdiera el aire. —Ahora me tienes todo excitado,le susurró él en el oído, oprimiéndose contra el trasero de ella. Su aliento era caliente y fétido, y una barba áspera le arañó la mejilla. Giró hacia un lado la cabeza lejos del hedor y la aspereza, pero no podía alejarse más. Sus dedos tanteaban por el suelo, tratando de encontrar apoyo, tratando de encontrar algo, cualquier cosa… No había nada. Una cocina estaba llena de armas, pero ninguna de éstas estaba en el suelo. El empezó a tirar de sus vaqueros, tratando de bajárselos. ¡Maldición, no! Tanto aterrada como enfurecida, instintivamente se defendió, echó sus codos hacia atrás lo más lejos que podía, tratando de golpearlo. Se meneó, se sacudió y se retorció, tratando de tirarlo lejos de ella, pero era demasiado pesado y ella estaba en una posición indefensa, sobre su estómago en el piso. Él no podía bajarle los vaqueros. Metió su mano bajo ella y manoseó el botón y la cremallera, gruñendo como un animal. Lolly presionó más fuertemente sus caderas contra el piso, tratando de machacarle la mano, de modo que no pudiese bajarle la cremallera, pero él tiró de su cabeza hacia arriba y la volvió a golpear contra el suelo, y su visión se llenó de puntos blancos. Mareada de dolor, se quedó fláccida por un segundo y él metió su mano áspera dentro de sus vaqueros, contra su estómago desnudo.
Iba a morir. La iba a violar, y a matar. Sus últimos minutos de vida estarían llenos de un terror innombrable. Las lágrimas llenaron sus ojos, y gritó. El sonido fue áspero y crudo, como el de un animal, el ruido salía de su garganta raspándola. No quería morir; no quería que su último recuerdo de esta casa fuese una pesadilla. Gritó una y otra vez, incapaz de detenerse. Él se levantó, sacándole su peso de encima. Ella hizo una aspiración profunda y trató de reunir su fuerza, entonces él la volteó boca arriba y comenzó a tirar otra vez de sus vaqueros. —No,dijo ella, sollozando. —Por favor. Por favor no.Odiaba tener que suplicar pero parecía que no podía detenerse, ¿y qué importaba el orgullo de cualquier manera? haría lo que fuera para hacer que él parase. Desesperadamente buscó algo que pudiera darle a él, algo que lo atrajera. —Te puedo pagar. Puedo darte todo el dinero que tengo. Pareció no escuchar nada en absoluto. La cocina estaba oscura, con sólo la escasa luz de la ventana, pero podía ver que él era casi tan delgado como la mujer, la mayoría de sus dientes estaban oscuros y podridos, y sus ojos… estaban extrañamente muy abiertos y feroces, destellando con algo que era inhumano. Drogas. Él tenía que estar drogado, ambos lo estaban. No habría manera de razonar con él, de modo que dejó de tratar. El continuó tirando de su ropa mientras ella pateaba, gritaba, le clavaba las uñas en cualquier pedazo de piel que pudiese alcanzar, pero su pesado abrigo lo protegía de sus uñas, así que fue a por su cara. Él no podía sostener ambas manos y desvestirla al mismo tiempo, de manera que le dio de puñetazos y lo arañó con cada onza de fuerza que tenía, pero los puñetazos parecían no afectarlo en absoluto. Él logró bajarle los vaqueros hasta la mitad y retrocedió para bajarse sus propios pantalones. Riéndose, envolvió una mano alrededor de su garganta e inclinó su peso sobre ésta. No podía respirar, no podía alcanzarlo… su visión empezó a ponerse gris, y no podía ver nada excepto la cara sonriente de él sobre la suya. Visión de túnel, pensó vagamente, y supo que iba a desmayarse. Si lo hacía, estaría completamente indefensa, y su cara de loco, con sus dientes podridos sería la última cosa que vería nunca. Desesperada, al borde de la inconsciencia, trató de levantar su rodilla. Él cambió de posición, bloqueando el movimiento, y se rio. —Darwin, tú, ¡hijo de puta!gritó la mujer en un tono áspero. La luz del techo se encendió, las luces brillaban directamente en los ojos de Lolly, cegándola. El peso en su garganta se aflojó y tosió, aspirando aire. Darwin estaba muy
quieto. —Sólo me estaba divirtiendo un poco,dijo, malhumorado. La mujer con el pelo correoso estaba de pie sobre ambos, y con su visión nublada Lolly la miró hacia arriba. No había comprensión en la cara de la mujer, ninguna empatía de mujera-mujer, nada más que furia. Ella tenía una pistola, también, y la tenía apuntada a la cabeza de Darwin. —Levántate. —Vamos, Niki,empezó él, aplacándola tardíamente cuando se dio cuenta de adonde estaba apuntada la pistola. —Bebé, yo… —No me vengas con eso, doblemente hijo de puta. La mirada de Darwin cambió de Niki, a Lolly. Vio al animal en sus ojos, lo vio sopesando sus opciones. Sonrió un poco, y entonces le separó más los muslos a Lolly. Niki hizo oscilar su pistola y golpeó a Darwin en un lado de la cabeza. Él aulló, y finalmente… finalmente… se retiró. —Joder, Niki, ¡podrías haberme matado!gritó él, poniéndose de pie y subiéndose los pantalones de donde se habían quedado colgando sobre su trasero flacucho. —¿Estás loca?El agarró un trapo y lo presionó contra su herida sangrante en un lado de la cabeza, en donde la pistola le había abierto la piel. Lolly luchó para subirse los vaqueros, arrastrándose por el suelo mientras lo hacía, hacia la puerta trasera y a la libertad helada. Tal vez esas dos bolsas de mierda se mataran entre sí. Estaba vagamente sorprendida por la violencia de sus propios pensamientos, pero si pudiese escapar, no le importaba lo que les sucediera a ellos. La mirada de Niki giró de Darwin a Lolly, así como el cañón de la pistola. —¿A donde diablos crees que vas?escupió ella, y luego le echó un vistazo a algo que tenía en su mano. Lolly se congeló, parpadeando. —Lorelei Helton. Portland,dijo Niki, y Lolly se dio cuenta de que ese algo era su propia licencia de conducir. Niki aparentemente había estado rebuscando la cartera de Lolly mientras Darwin estaba tratando de violarla. —¿Qué clase de nombre es ‘Lorelei’? Suena como una puta. Lolly no se molestó en discutir, simplemente asintió. —Ponte de pie,dijo Niki, y Lolly obedeció, usando el movimiento para dar otro paso atrás, hacia la puerta. ¿Podría ella vencerles a ambos, y a una bala? Eran drogadictos, estaban probablemente drogados ahora… sus ojos estaban muy abiertos, las pupilas encogidas a pequeños puntos. ¿Cómo de claro podrían pensar?
Lo suficientemente claro. Darwin de pronto dijo, —Alto ahí, perra,y se lanzó a través de la cocina para colocarse entre ella y la puerta trasera. La empujó hacia adelante. Niki sacudió la cabeza y metió la licencia de conducir en el bolsillo delantero de sus vaqueros anchos. —Para ser una mujer manejando un Mercedes, no llevas mucho dinero encima,rezongó ella. —¿En dónde está el resto? Lolly trató de pensar, de razonar. Su corazón latía fuertemente, estaba temblando de pies a cabeza y la náusea le revolvía el estómago, pero todavía podía pensar. En este momento su cerebro era la única arma que tenía. —En el banco. Podemos ir mañana al pueblo y te lo daré todo, lo juro, lo haré, sólo… no me mates.Ella lanzó una mirada hacia Darwin. —Y no dejes que él se me acerque. Si en verdad pudiese llegar al pueblo con esos drogadictos, encontraría la manera de escapar… de conseguir ayuda. —Ellos deben de estar cerrados ahora, ¿verdad?preguntó Niki, mirando el último destello de luz que presionaba contra la ventanas. Querido Dios, no podía pasar la noche en la casa con esos dos. Su estómago se sacudió, y apenas pudo controlar la urgencia de vomitar. —Sí, pero conozco al gerente del banco,mintió. No tenía idea de quién era el gerente ahora, y nunca había usado el banco de aquí. La primera y única cuenta que había abierto alguna estaba en Portland. ¿Se darían cuenta de eso, que si ella vivía en Portland, no era probable que tuviese una cuenta aquí? Desesperada se lanzó. —El abrirá para mí. Podemos irnos ahora mismo. Niki lo consideró, con la cabeza inclinada hacia un lado y fijó su mirada salvaje con los ojos muy abiernos en Lolly, pero después de un par de segundos sacudió la cabeza. —No, él sospecharía si hicieras eso. Esperaremos hasta mañana. El corazón de Lolly se hundió, al igual que su estómago. Sintió los fuertes latidos martilleando dentro de su pecho. El hielo se aproximaba; por la mañana no habría manera de bajar la colina. El camino sería un manto de hielo, y estaría atrapada aquí con esos dos. Escuchó lo que sonó como lluvia congelada golpeando las ventanas de la cocina; tal vez ya era demasiado tarde. Niki gesticuló con la pistola, indicándole a Lolly que se adelantara. Lolly siguió la indicación silenciosa, pasando por delante de la mujer más cerca de lo que le hubiera gustado, saliendo de la cocina y caminando a través del comedor con Niki directamente detrás. Cuando alcanzaron la sala de estar, Lolly vio el contenido de su cartera esparcido a por sofá y el suelo. Su llavero, con la llave del Mercedes entre la llave de esta casa y la de su apartamento, estaba descansando entre dos cojines. Si pudiese llegar a su Mercedes, se arriesgaría a conducir sobre el hielo. Incluso si se deslizaba por la ladera de la montaña, eso era mejor que estar atrapada con estos dos. Necesitaba aquellas llaves… Niki le dio a Lolly un empujón hacia la escalera. —Adelante,dijo ella, incrustando con fuerza
el cañón de la pistola en la espalda de Lolly. Comenzó a subir los escalones, sus rodillas temblaban tanto que casi esperaba caerse en cualquier momento. Niki la guio hacia el dormitorio más cercano a la parte superior de las escaleras, el que resultó ser el propio dormitorio de Lolly. —¿Hay pistolas en la casa?preguntó Niki bruscamente mientras encendía las luces y miraba alrededor de la habitación ordenada y escasamente amueblada. —Y no mientas, porque si dices que no y encontramos alguna, te dispararé en la cara. ¿Lo pillas? —No, no hay pistolas,dijo Lolly, la voz le temblaba tanto que las palabras apenas se le entendían. Niki abrió todos los cajones, le dio una mirada superficial al contenido del armario, y se quedó satisfecha. No había mucho, de modo que buscar aquí no era exactamente una tarea. Estaba la ropa interior de Lolly en el cajón superior de la cómoda, algunos pijamas, y cuatro cambios limpios de ropa colgados en el armario. Niki miró hacia afuera por la ventana oscura, notando la distancia de dos pisos entre la ventana y el suelo con satisfacción. Lolly también miró, pero a la ventana. ¿Ya se estaba formando una capa de hielo en el vidrio? Niki cruzó la habitación, y Lolly salió de su camino. —Estaré vigilando esta puerta desde abajo,gruñó ella. —Si ésta se abre aunque sea un poquito, voy a enviar a Darwin aquí arriba para que se encargue de tú.Ella echó un vistazo al simple cerrojo de la puerta, y sonrió. —Y no pienses que ese endeble cerrojo te hará algún bien, no cuando tenemos estas llaves.Indicó la pistola en su mano y apuntó imaginariamente al cerrojo, haciendo un sonido de disparo, luego se sonrió. La vista de aquellos dientes podridos hicieron estremecerse a Lolly, pero de pronto algo que había oído, o leído, cliqueó en su cerebro, y se dio cuenta de qué droga estaban usando probablemente estos dos: Era Metanfetamina—otro tipo de hielo, e igualmente mortal.
Capítulo 3 Mareada, Lolly escuchó los pasos de Niki mientras la mujer bajaba las escaleras. Las voces subían desde la sala de estar, enfadadas al principio, y luego más suaves. Darwin se rio. El sonido hizo que un estremecimiento le recorriera todo el cuerpo, lo cual parecía ser una señal de que ahora su cerebro podía permitirle a su cuerpo sentir otra vez porque de pronto sintió un tremendo dolor desde la cabeza a la punta de los pies. Empezó a temblar. El hombro y el costado le dolían debido al empujón contra el poste de la escalera, el cuero cabelludo le dolía por lo que le habían tirado del pelo tan salvajemente, y la mejilla y un lado de la cabeza le palpitaban de dolor por haber sido golpeada contra el suelo. Su corazón estaba latiendo tan fuerte que pensó que podría estar enferma, se sintió sudorosa y muerta de frío al mismo tiempo. Shock, pensó, justo antes de que sus rodillas cedieran y colapsara a un lado de la cama. Eso no ayudaba mucho; su visión se inclinó, como si el mundo se estuviera poniendo de cabeza, y se derrumbó hacia un lado. Se quedó allí jadeando, tratando de controlar su respiración, pero el sonido áspero de sus jadeos llenaba la silenciosa habitación. Saber lo mal que estaba no la hacía sentir mejor. Si Darwin hubiese entrado por la puerta en ese momento, hubiese estado completamente indefensa. Querido Dios. ¿Qué debería hacer? ¿Qué podría hacer? No sabía qué podría hacer, pero una cosa sí sabía: preferiría morir a dejar que Darwin la volviera a tocar. El pensamiento hizo que se sentara rápidamente, y a pesar de que su cabeza flotaba, se obligó a permanecer derecha. Existía una fuerte probabilidad de que muriera, de cualquier manera, pero que la condenaran si iba a acurrucarse allí, lloriqueando, esperando que ellos hicieran con ella lo que quisieran. Preferiría congelarse hasta la muerte en la tormenta de hielo que quedarse sentada aquí como una idiota indefensa. Una cosa que no haría era ponerles las cosas fáciles. Moviéndose tan cautelosamente como podía, por dos motivos, uno era que todavía se sentía mareada y el otro debido a que no quería que ellos la escucharan moviéndose, se acercó a la puerta y puso el cerrojo. Niki tenía razón: el cerrojo era demasiado insubstancial para detenerlos por mucho tiempo, pero al menos tendría un segundo de advertencia antes de que entraran en pos de ella. Con un poco de suerte no estaría aquí cuando decidieran regresar, porque preferiría correr riesgos con el hielo que con ellos. Respiró profundamente, dispuesta a que su cabeza dejara de darle vueltas, y se acercó a la ventana para mirar afuera. Sí, definitivamente
había hielo en la ventana, y quedaba muy poca luz debido a que las nubes compactas traían un crepúsculo prematuro. No tenía mucho tiempo, porque las condiciones meteorológicas sólo iban a ponerse peor. El suelo debajo de la ventana se veía tan lejano que sus instintos le gritaban que se mataría si saltaba, pero no tenía intención de saltar. Era una caída directa de su ventana al suelo, con ningún asidero que la ayudara, pero había sábanas y un par de mantas delgadas en la cama. El cubrecama era, probablemente, demasiado grueso y voluminoso para que sirviera, pero si ataba la sábana inferior a la sábana superior y éstas a las mantas y luego aseguraba bien la soga improvisada, podría llegar lo suficientemente cerca del suelo como para dejarse caer con seguridad. Rápidamente sacó todas las mantas de la cama y comenzó a atar su soga improvisada. Las sábanas eran las más fáciles, porque eran las más delgadas. Anudó la primera esquina al pie de la cama, apretando fuerte para asegurarse de que el nudo aguantaría; nunca había sido una niña exploradora, ni una navegante, no sabía una maldita cosa sobre nudos más allá de atarse los zapatos. Simplemente esperaba que un nudo común fuera suficiente. Después de las sábanas vinieron las dos delgadas mantas de lana. Le encantaría tener una de las frazadas para acurrucarse mientras se escapaba, pero las necesitaba ambas por la longitud, ya que el mejor lugar para atar la soga era el extremo de la cama, y éste estaba a dos metros y medio, o tal vez tres metros de la ventana. Siempre le había gustado la amplitud de la casa, pero ahora esa amplitud estaba volviéndose en su contra. No podía mover la cama, no sin atraer más atención de la deseada. Tenía que escapar, y tenía que hacerlo silenciosamente. Cuando esa tarea fue concluida, se obligó a sentarse en calma por un minuto, para dar tiempo a que su corazón ralentizara el ritmo. Estaba sudando un poco, y eso no era bueno. Una de las primeras reglas de supervivencia en el frío era no esforzarse en exceso, porque eso causaba sudor, el cual podía congelarse en el cuerpo y causar más rápidamente la hipotermia. Entonces se dio una sacudida a sí misma. Demonios, estaba lloviendo; iba a mojarse, de cualquier manera. ¿Cómo un poco de sudor podría empeorar las cosas? Todavía debía estar un poco conmocionada, lánguida pero funcionaba. Sólo necesitaba funcionar un poco más rápido, porque en cualquier momento podrían subir esas escaleras para comprobarla. Sacó toda la ropa disponible del armario y de los cajones de la cómoda, tirándolos sobre la cama. Antes de salir por la ventana, necesitaba ponerse encima tanta ropa como fuera posible. Su gran abrigo, grueso, resistente a la intemperie y sus botas estaban abajo, de modo que su única oportunidad de sobrevivir a la fría lluvia y al hielo era manteniéndose seca tanto como fuera posible, y eso significaba capas… montones de ellas. Rápidamente se quitó los zapatos, luego se sacó los vaqueros y la sudadera, y comenzó a
ponerse capas delgadas de ropa. Había traído un par de calzones largos con aislamiento y fue lo primero que se puso, luego comenzó a ponerse camisetas, las más delgadas primero, las más holgadas encima. Una camisa de franela, la que usaba para cuando se quedaba en casa holgazaneando, la puso a un lado para atársela sobre la cabeza. Había un par de viejas sudaderas, así como la que había estado usando, pero antes de ponerse las cosas más voluminosas se detuvo para ponerse en los pies tantos pares de calcetines como podía. Sus zapatos no eran resistentes al agua; sus pies podían mojarse, no había nada que hacer al respecto. La única pregunta era si sería capaz de bajar de la montaña antes de que la hipotermia la matase. Si podía arreglárselas con eso, entonces tendría que preocuparse de perder los pies por congelamiento. Entonces se le ocurrió una idea, y tan silenciosamente como le fue posible, sacó su maleta del armario. Había traído un pote de Vaselina, la cual usaba para quitarse el rímel. No se había molestado en maquillarse desde que había llegado aquí, de modo que ni siquiera había sacado la Vaselina de la maleta. Gracias a Dios no lo había hecho, porque si no ahora estaría en el cuarto de baño al final del pasillo junto con sus otros artículos de tocador. La Vaselina era a prueba de agua, ¿verdad? Por lo menos era resistente al agua, y podría ser justo el margen que ella necesitaba. No evitaría el frío, pero cualquier pequeña cosa ayudaba. Se quitó las medias y se embadurnó los pies con la Vaselina, especialmente los dedos, luego volvió a ponerse los calcetines, y otro par encima de ese. Dos pares de calcetines era todo lo que podía usar para ponerse los zapatos, de manera que eso tendría que servir. A continuación vinieron los vaqueros, luego un par de viejos pantalones de chándal. Una vez que se puso los pantalones, recubrió por fuera las medias con Vaselina, se puso los zapatos, y embadurnó lo que quedaba de Vaselina sobre el cuero de los zapatos. Esa era todo la resistencia al agua que podía agenciarse para sus pies; tal vez, sólo tal vez, las múltiples capas de ropa hicieran el truco. Después de ponerse encima las dos sudaderas, se sentía como el Hombre Michelin, pero estaba tan preparada como podría estarlo. Lolly se acercó de puntillas a la puerta, presionando la oreja a la madera, aguantando la respiración mientras escuchaba. Los intrusos parecía que estaban justo al pie de la escalera, pero debido a los años de vivir en esta casa sabía que los sonidos de la sala de estar por un lado y del comedor por el otro, viajaban por las escaleras hacia arriba, porque cuando era más joven con frecuencia oía las fiestas que se celebraban abajo. La discusión sobre el ataque de Darwin no había durado mucho. Las voces eran más bajas ahora, y los ocasionales ataques de risa le enviaban escalofríos por la espalda. No pensaba ni por un minuto que sobreviviría hasta mañana. En este momento Niki planeaba llevarla al banco mañana por la mañana para un gran retiro de dinero, pero ese plan no iba a durar. Uno de ellos entraría en razón y se daría cuenta de que eso no iba a funcionar, o caerían en la cuenta de que estaban rodeados de hielo. Uno de ellos podría exaltarse, y Lolly terminaría
muerta mucho antes de mañana. Las voces y las risas pararon. Aguzó los oídos y después de un rato escuchó gruñidos y un quejido ocasional. Se le revolvió el estómago, pero gracias a Dios se estaban ocupando en otras cosas. Ahora sería el mejor momento para escaparse. Le echó un rápido vistazo a la habitación, para ver si había algo más que pudiera usar. Sólo quedaban las fundas de las almohadas, pero cualquier cubierta era mejor que nada, de modo que las sacó de las almohadas y se las ató alrededor de la cabeza. Se puso la camisa de su pijama doblada como una bufanda. Sobre eso se ató la camisa de franela que quedaba, y estaba tan lista como podía estarlo. Agarrando su soga improvisada, volvió a tirar del nudo asegurándolo a la cama. Retrocediendo hacia la ventana, probó también los otros nudos. Parecían lo suficientemente sólidos; tendrían que servir. Era ahora o nunca. Quitó el cerrojo de la ventana y tiró del asa hacia arriba. Nada sucedió. Volvió a tirar, poniendo más fuerza. Todavía nada. Se le cayó el estómago. La maldita estúpida ventana estaba atascada, y si no podía abrirla de alguna manera, entonces también estaba atascada. Desesperadamente agarró el asa con ambas manos, doblando las rodillas y usando también los músculos de las piernas para hacer más fuerza, y con lo que sonó como un ruido ensordecedor la ventana subió una escasa pulgada antes de volver a atascarse. Apoyó la cabeza contra el frío cristal, notando vagamente qué bien se sentía, gélida, contra su frente. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Si era necesario, rompería el vidrio y se arriesgaría a que el ruido pudiera ser oído. De una u otra manera, iba a salir de esta casa. Algo golpeó contra el costado de la casa, justo debajo de la ventana, y se dio un tremendo susto. No sabía qué había ocasionado el sonido, pero ¿qué tal si Niki y Darwin lo habían oído, y venían a investigar? Giró la cabeza para mirar con congelada agonía hacia la puerta, tratando de escuchar si estaban subiendo las escaleras, pero tan lejos de la puerta no podía escuchar nada. Frenética, casi sollozando, agarró el asa de la ventana y comenzó a tirar cruelmente. La cabeza de un hombre de pronto apareció en el otro lado de la ventana. Casi se le escapó un chillido y se atragantó, tapándose la boca de una mano. Se quedó mirando, tan asustada que apenas se podía mover, y abruptamente lo reconoció. Su corazón dio un salto, y las rodillas casi se le doblaron. El alivio que la bañó fue tan cálido como el sol que tanto deseaba en ese momento. Gabriel McQueen.
Capítulo 4 Para cuando Gabriel alcanzó la desviación de la carretera principal, la combinación de lluvia y nubes bajas se había profundizado hasta el punto en que necesitaba las luces delanteras para poder ver. El viento también había ganado velocidad, sacudiendo los árboles y silbando alrededor de la camioneta. El viento era algo malo; podía hacer que las ramas y los árboles comenzaran a caer mucho más pronto. Hubiese preferido estar con Sam, pero ni una sola vez pensó en dar la vuelta y simplemente decirle a su papá que no había sido capaz de subir a la montaña. Rendirse no estaba en su ADN; sacaría a Lolly de la montaña aunque tuviera que arrastrarla por los pelos, lo cual probablemente no era lo que su papá tenía en mente cuando mandó a Gabriel en esta misión, pero es que el sheriff no conocía a Lolly como Gabriel la conocía. Siempre había sido una chica engreída, con la nariz levantada, convencida de que era mejor que todo el mundo. Algunos chicos tenían correa para las bromas; Lolly no era uno de ellos. Oleadas de hostilidad la rodeaban. Una vez ella lo había mirado a él con puro desdén y le había dicho, —¡Gusano! Él había ocultado su reacción, pero en su interior había estado furioso porque lo hubiese rechazado tan completamente con esa sola palabra. Era el hijo del sheriff, era popular y atlético, y lo invitaban a todas partes, ¿y ella pensaba que él era un gusano? ¿Quién diablos se creía que era? Oh, claro, era una Helton, y no se mezclaba con gentuza como él. Se había mantenido separada de todo el mundo, no era parte del grupo, nunca había ido a ninguna de las fiestas. Mirando hacia atrás, Gabriel se preguntaba ahora si alguna vez la habían invitado a alguna de las fiestas. Probablemente, pero sólo porque era la hija del alcalde. A ninguno de los chicos les había gustado, y no habrían querido invitarla a ninguna parte. No sabía si eso la había molestado, porque con seguridad que ella no había sido de tomar parte en nada. La única actividad escolar en la que había estado involucrada era en mantener la nariz enterrada en un libro, si es que eso contaba. Se preguntaba si seguía siendo así, diferente y solitaria. Con la distancia de los años, él también podía ahora preguntarse qué había venido primero: la actitud de ella, o las burlas. A sus propios padres parecía que les gustaba bastante. ¿Su papá se habría molestado en enviarlo en esta misión si hubiese sido cualquier otro quien estuviese fuera de la cobertura del teléfono y posiblemente inconsciente de lo que se avecinaba? Harlan McQueen había sido amigo de toda la vida de los Heltons, y eso no había cambiado sólo porque los
Heltons se hubieran mudado a Florida, cambiando las tormentas de hielo y nieve por el huracán ocasional. Encontrarse con ella otra vez después de todos estos años debería ser interesante. Sólo esperaba que no le diera problemas por regresar con él al pueblo. La radio dio un nuevo boletín meteorológico, y subió el volumen para escuchar; evidentemente parecía que la tormenta iba a dar un cambio para peor, y más rápido de lo que se esperaba. Bajó la velocidad, echándoles un vistazo a los árboles, revisando por si había formaciones de hielo. Seguramente, incluso Lolly, vería la sabiduría de salir de esta montaña antes de quedarse atrapada aquí durante semanas, posiblemente, sin electricidad. A menos que hubiera llevado un montón de provisiones, también estaría sin comida. Si el hielo suficiente recubría los árboles, algunos de ellos caerían, bloqueando el camino. Despejar este camino no sería de alta prioridad para el condado, porque la casa Helton era la única aquí. Una vez había habido un par de casas, pero una de ellas se había quemado años atrás, y la otra había estado tan descuidada que el condado la había condenado y había sido derruida. De un modo u otro, no quería perder ni siquiera un minuto demás en este encargo. Iba a hacer lo que le habían dicho que hiciera, y luego sacaría su trasero de la montaña mientras pudiera. Extrañaba todos los días a Sam, pero en la base se podía enterrar en el trabajo. Ahora, con el chiquillo tan cerca, estar lejos de él era casi un dolor físico. El camino tomó una curva cerrada, y dio un giró hacia arriba en una pendiente pronunciada. Sus llantas patinaron en el pavimento y él sacó el pie del pedal del acelerador, dejando que la camioneta bajara la velocidad hasta casi detenerse. ¿El camino ya se había congelado, o había patinado simplemente por la pendiente del pavimento mojado? Sus llantas para la nieve no valían ni un carajo sobre el hielo; nada lo valía, excepto las cadenas, pero incluso aquí en Maine no mucha gente las tenía. Si el clima estaba así de malo, lo más inteligente era estacionar tu trasero y esperar, no salir para un paseo dominguero. Maldita sea, ¿por qué ella no podía haberse quedado en una casa que fuera más accesible? Este maldito camino no era mucho más ancho que su camioneta, y los árboles colgaban encima del pavimento de una manera que lo hacía desconfiar cada vez que los veía. No solamente serían mortales si el hielo se intensificaba, sino que hacían el camino incluso más oscuro porque bloqueaban cualquier luz que quedara. El medidor de temperatura en su camioneta decía que la temperatura exterior era ahora de 0 grados. Genial. Jodidamente genial. Incluso mientras miraba, la lectura digital cambió a 0.5. Mientras el camino subía más, la temperatura caía como una roca. Eso en el camino era hielo, muy bien. Disminuyó la velocidad más todavía, dejando que el peso de la camioneta proporcionara la tracción que pudiera.
Dar la vuelta ni siquiera era una opción; su camioneta era demasiado grande, el camino era demasiado angosto, y el lado izquierdo era nada más que un empinado precipicio. El primer lugar en donde podría dar la vuelta era la casa de Lolly. Estaba tan atrapado como una rata en una noria, sin ninguna salida. Su frustración y su humor se dispararon unos cuantos puntos. Si llegaba arriba y no había nadie en casa, si Lolly había dejado el pueblo esa tarde y el sheriff simplemente no se había dado cuenta, Gabriel iba a estar realmente enfadado. No podía enfadarse con su papá, pero Lolly era otra historia. Incluso podría hacer un punto en perseguirla para decirle lo perra desconsiderada que era. Las probabilidades eran de que la encontrara justo en donde se suponía que estaría, aunque, tan fresca y desinteresada como siempre, sorprendida de que se presentara en su puerta en medio de una condenada tormenta de hielo cuando bien podría estar sentado en casa con su hijo. Diablos, estaba arriesgando su vida para llegar a ella, y eso lo hacía enfadar incluso más, porque tenía que mantenerse vivo por Sam; su muchachito ya había perdido a su madre, y eso había sido demasiado para un pequeño de cuatro años. Gracias a Dios ellos se habían tenido el uno al otro cuando Mariane murió; no podía imaginarse cómo podría haberlo soportado sin Sam. ¿Qué haría Sam si algo le pasaba a él ahora? Gabriel no podía permitir que su mente pensara en eso. La camioneta avanzaba lentamente por el camino de subida, pero podía sentir que las llantas por momentos no hacían tracción, sentir que la camioneta se deslizaba hacia la derecha cuando la superficie se volvía más resbaladiza. Las cosas se iban a poner peor conforme fuera subiendo. Ese pensamiento acababa de formársele cuando entró en una curva a mano derecha y de pronto la camioneta empezó a deslizarse. Esto no era sólo las llantas patinando; toda la camioneta se movía de un lado al otro, la inclinación lateral en el camino, a pesar de lo leve que era, lo llevaba hacia la parte interior de la curva. Tan pronto como sus llantas derechas dejaron el asfalto y golpearon el andén, agarraron tracción y comenzaron a hacerlo girar, arrojándolo hacia el borde exterior en donde no había nada más que una larga caída. Gabriel puso el cambio en neutro, deteniendo el agarre de las llantas, y dejó que la camioneta se deslizara de vuelta hacia la parte interior de la curva. No tenía tracción, de modo que frenar no era una opción; en vez de eso trabajó con el impulso de la camioneta y giró el volante lejos del borde, hacia el lado de la montaña. Con un golpe, la llanta derecha delantera cruzó la zanja poco profunda que corría a lo largo del lado interno del camino y su parachoques se enterró en la tierra suave del andén, haciéndolo detenerse. Maldiciendo a diestra y siniestra, echó un vistazo a través del parabrisas congelado hacia el camino que tenía adelante. Ni hablar de que su camioneta pudiera subir la colina, y ni hablar de que siquiera tratara de
hacerlo. La lluvia seguía cayendo, una lluvia perversamente suave que no era lo suficientemente pesada como para seguir corriendo, lo cual por lo menos reduciría la cantidad de hielo que podría formarse en los árboles. No, esta era la peor clase de lluvia, una lluvia lenta y liviana que el aire frío podía congelar antes de que pudiera deslizarse por las hojas y las ramas, y ahora había hecho que fuera imposible conducir por el camino. Sintiendo que el estómago se le hundía, dio un vistazo sobre su hombro al camino que quedaba atrás, recordando algunas de las colinas y curvas por las que ya había maniobrado. ¡Maldita sea, joder, e hijo de puta! Si hubiese llegado al pueblo una hora antes, habría podido llegar a la casa Helton y regresar sin ningún problema. Si hubiese llegado una hora más tarde, ya habría sido imposible llegar ni siquiera hasta este punto. En vez de eso, había llegado justo a tiempo para que su trasero quedara atascado a medio camino arriba de la montaña. Mierda. Tendría que caminar el resto del camino. Se cambió su gorro para todo clima por un gorro tejido con el que podía taparse las orejas, luchó para ponerse el poncho con capucha que su madre le había dado—la Ford era una camioneta grande, pero él era un tipo grande, y necesitaba muchísimo espacio—luego se puso los guantes. Sus botas eran a prueba de agua y calientes, también, así que por lo menos estaba bien vestido para este clima. Agarró la linterna y salió de la camioneta, cerrando de un portazo, y no dejando de maldecir. Usó todas las palabras y sus variaciones que había aprendido durante sus años en el ejército, las cuales eran un montón. ¿Por qué no? Nadie podía oírlo, porque todo el mundo con dos dedos de frente estaba en sus casas, preparándose para la tormenta. El no. Él tenía que estar afuera, en la maldita tormenta, jugando al jodido Dudley DoRight. Agachó la cabeza, se bajó la gorra tejida para protegerse las orejas, y ajustó el cordón de la capucha del poncho para que el viento no pudiera hacerla caer hacia atrás. Lo último que necesitaba era que se le mojara la cabeza. Moviéndose a un lado del camino en donde el desnivel estrecho y lleno de malezas le daba una superficie mejor para caminar que el camino resbaladizo, comenzó a caminar trabajosamente hacia delante, dándose cuenta con una roca en el estómago de que iba a tener que pasar la noche en la casa Helton. Ni hablar de que consiguiera bajar ahora la montaña, no a menos que decidiera ir caminando, y caminar de regreso al pueblo en una tormenta de hielo sería lo más condenadamente cerca a suicidarse, por lo menos en este momento. Después de que la lluvia parara, caminar sería más factible. Pasar la noche con Lolly Helton, quien probablemente estaría ciegamente desagradecida, era la mejor opción… difícilmente. Aún entonces, el sólo pensar en Sam hacía que la balanza se inclinara hacia quedarse. La caminata, incluso en el desnivel, era más precaria de lo que se había imaginado. Demonios, ¿cómo había podido llegar tan lejos como lo había hecho sin salirse del camino? Muchas veces, cuando sus pies se resbalaban, tenía que agarrarse de alguna de las ramas de los árboles que colgaban para mantenerse de pie. Un mal presentimiento se apoderó de él cuando pasó el haz de la linterna a lo largo de las ramas y vio la capa de hielo que ya las había recubierto.
Por último llegó hasta la parte superior de la colina. El camino se inclinaba allí, luego se curvaba una vez más, pero cuando miró hacia adelante, vio las luces de la casa Helton. De modo que ella estaba allí después de todo, y no había tratado de escapar más temprano. No sabía si estaba contento de que su viaje de tontos no hubiese sido en vano, o enfadado por haber tenido que hacerlo. Ambos, probablemente. Estaba molesto, y tenía la intención de seguir estándolo. Aun cuando podía ver las luces, la casa todavía estaba a casi ciento ochenta metros de distancia, situada a la derecha en un claro qué estaba rodeado de bosque por los tres lados. Ahora que estaba en la parte superior, casi, se dio cuenta de que la misma montaña lo había estado escudando de la ráfaga de viento helado, porque ésta lo golpeaba con tanta fuerza que casi se tambaleaba hacia atrás. Luego se mitigó, antes de que otra ráfaga lo golpeara. A pesar de las capas de ropa y el poncho que lo mantenían seco, el viento drenaba el calor de su cuerpo y estaba temblando. Había dejado los dos termos en la camioneta. Genial. Daría lo que fuera por una taza de café lo más pronto posible, pero ni hablar de volver por ellos. Se limpió los cristales de hielo que el viento le había arrojado a la cara. Tal vez Piruleta tuviera café. Si ella tenía, probablemente sería alguna mierda saborizada, pero si estaba caliente se lo bebería. Eso asumiendo que ella lo dejara entrar. Mientras Gabriel se acercaba a la casa dejó que cediera su enojo un poco. Muchos años habían pasado desde que Lolly había sido la adolescente malcriada que recordaba. Él no era el mismo, y ella probablemente tampoco lo era. No era culpa de ella que el sheriff fuera un enfermo del control cuando su gente estaba involucrada. La mayoría de hombres de la ley habrían estado satisfechos en asumir que sus constituyentes podrían cuidar de sí mismos, hasta que les informaran lo contrario. No Harlan McQueen. Todas las luces de la planta baja parecían estar encendidas, así como una luz en el piso superior, en la habitación delantera de la derecha. Había un Mercedes SUV estacionado al lado del porche delantero, y detrás había un viejo y maltratado Blazer. Podía ver a Lolly conduciendo el Mercedes, ¿pero a quién diablos le pertenecía el Blazer? Mierda, tal vez ella estaba teniendo alguna especie de encuentro amoroso. ¿Qué se suponía que hiciera ahora? No querría ser interrumpida, y él tan cierto como el infierno no quería interrumpir nada. Su única otra opción, sin embargo, era caminar de regreso a la camioneta y pasar la noche allí, esperando que hubiese suficiente combustible en el tanque para mantener encendida la camioneta la mayor parte de la noche de modo que él no se congelara hasta la muerte, al mismo tiempo orando para que él—y la camioneta—no fueran aplastados por una rama de árbol desprendida por el hielo. De modo que suponía que Piruleta tendría que estar enfadada. Mierda.
Entonces frunció el ceño al mirar los dos vehículos. Eso era raro. ¿Por qué el Mercedes estaba estacionado fuera en una tormenta de hielo, cuando el garaje estaba justo ahí en la parte trasera de la casa? ¿Por qué no lo había estacionada adentro, para proteger su vehículo? Instintivamente apagó su linterna. Antes de subir por los peldaños del porche, Gabriel se deslizó a una sombra profunda y se paró en seco. El hielo danzó a su alrededor, le salpicó la cara, se prendió de su abrigo, botas y guantes. Algo no estaba bien. Había estado mucho tiempo en la aplicación de la ley, aunque en la versión militar, y había aprendido a escuchar a sus instintos. En este preciso instante, todo en él le decía que se aproximara con precaución. Tal vez no estaba sucediendo nada más aparte de practicar sexo, pero quería asegurarse antes de tocar en esa puerta. Por lo menos, su papá había estado equivocado respecto a que Lolly estuviera aquí arriba completamente sola. Manteniéndose en las sombras, Gabriel se movió hacia el extremo del porche y subió los escalones. Era un viejo porche de madera, y pisó cuidadosamente, manteniéndose en los bordes de los tablones en donde era menos probable que hubiera chirridos. No se aproximó a ninguna de las ventanas, pero buscó una posición en la que pudiera ver a través de las cortinas parcialmente abiertas la sala de estar en donde varias luces brillaban, iluminando al hombre y la mujer que estaban allí. El hombre parecía el propietario de la Blazer. Era delgado, de aspecto rudo, y se le veía desaliñado vistiendo ropas que colgaban de él, como si hubiese perdido peso—era eso, o no eran de él. La mujer, a la cual Gabriel sólo podía ver por detrás, estaba penosamente delgada. El pelo oscuro correoso le caía por la espalda. Los vaqueros descoloridos hacían bolsa en donde debería estar su trasero. El pelo de Lolly era castaño oscuro, ¿pero acaso ella había perdido veinte kilos, y se había metido con un perdedor? Gabriel inspeccionó el resto de la habitación, y su mirada cayó sobre las cosas que estaban esparcidas sobre la mesita del café. ¡Mierda! Sabía qué era lo que estaba viendo, y el estómago se le tensó. Si ésa era ella, había empezado a usar metanfetamina, también. Con razón estaba tan penosamente delgada. Ni hablar. Su papá hubiese notado algo así, hubiese sabido que Lolly estaba metida en la metanfetamina. La droga estaba causando estragos por todo el país, e incluso en el ejército tenía que lidiar con esa mierda. Esta volvía a los consumidores desechos humanos, les pudría los dientes, se hacía dueña de sus vidas, y muchas veces los mataba. El hombre extendió la mano para agarrar a la mujer del sitio en donde debería estar su trasero, y en vez de sentirse insultada por el movimiento, se echó a reír. Gabriel escuchó
su risa áspera demasiado estridente, mientras caía hacia atrás encima de su acompañante. Una mano se alzó y vio la pistola que ella llevaba; era un revolver, uno grande, un .357 o incluso un .44. La adrenalina corrió por sus venas, intensificando drásticamente su sentido de alerta. No tenía un arma; ni se le había ocurrido que necesitaría venir armado. La mujer armada se dio la vuelta, y él retrocedió lo suficiente para que ella no pudiese verlo a través de la ventana. Sintió una oleada de alivio. Ese rostro angular delgado y demacrado no pertenecía a nadie que él conociera. Tal vez habían pasado años desde la última vez que vio a Lolly, pero nadie podía cambiar tanto, incluso usando metanfetaminas. Esa no era Lolly. Eso no significaba que ella estuviera en una buena posición. ¿Estos eran amigos suyos? ¿Había cambiado Lolly Helton de otras maneras, tal vez no físicamente, pero en el tipo de persona que era? Si se había convertido en una traficante y estaba atrapada en esta mierda, daría la media vuelta y correría sus riesgos con la camioneta. ¿Qué más podría hacer? De alguna manera pensaba que la pareja en la sala de estar no tomaría de forma agradable que los interrumpieran. Los consumidores de metanfetamina eran violentos, impredecibles. Probablemente le dispararían tan pronto como llamara a la puerta. ¿Pero en donde estaba Lolly? No podía irse sin ver por sí mismo si estaba bien. El Mercedes dejado a la intemperie en la tormenta lo inquietaba. ¿Habían estos dos allanado la casa y la habían asesinado? Con los consumidores de metanfetaminas, cualquier cosa era posible, y ninguna de ellas era algo bueno. Recordando la reflexión de la luz del piso superior, abandonó el porche tan silenciosamente como había subido, y retrocedió hasta que pudo ver las ventanas. Las cortinas estaban corridas en la ventana delantera, de modo que se dirigió al costado de la casa. Por lo menos las cortinas en esa ventana estaban abiertas. Tuvo que moverse casi hasta la mitad del patio para poder ver a través de la ventana del segundo piso… y ahí estaba ella. Lolly se estaba moviendo por la habitación, pasando por la ventana de vez en cuando. Su rostro no estaba delgado ni demacrado, como la pareja del piso inferior, e incluso desde aquí podía ver que ella estaba intentando hacer… algo. Ella se puso una sudadera, aun cuando ya estaba usando algo que se veía extrañamente deforme y voluminoso. Como si se hubiese puesto cada pieza de ropa que pudiera encontrar. Como si se estuviera preparando para escapar. Gabriel respiró hondo, ignorando el frío en sus pulmones y la gelidez que lo rodeaba. Mierda, su papá había tenido razón. Una vez más. Lolly sí necesitaba que la rescataran. Echó un vistazo hacia el garaje separado. Tal vez podría encontrar una escalera ahí dentro.
Capítulo 5 Toda casa necesitaba una escalera de mano, pensaba él, incluso si la casa se usaba sólo unas pocas veces al año. Seguramente había una por aquí en algún lugar; su papá siempre decía que el Sr. Helton era un hombre cuidadoso, y un hombre cuidadoso tendría una escalera de mano. El lugar más lógico en donde un hombre cuidadoso pondría una escalera de mano era en el garaje, ¿verdad? Cautelosamente abrió la puerta lateral del garaje, encendiendo la linterna para poder ver. El garaje era bastante pequeño, construido en un tiempo en el que la mayoría de las familias sólo poseían un coche, y vacío en su mayoría. Había algunas chucherías, algunas sillas de jardín plegables, y ¡sí! una escalera de mano. La arrastró para sacarla de detrás de las sillas de jardín, y su corazón se hundió. No valía mucho como escalera. Primero, no llegaría hasta la ventana de Lolly. Segundo, era de madera, y estaba vieja. Los escalones no estaban en buen estado; dos estaban rotos, y no estaba muy seguro de que los otros aguantaran su peso. Pero Lolly no pesaba tanto como él y era ella la que usaría la escalera, así que tal vez ésta aguantaría el tiempo suficiente para que ella bajara. Si no… entonces él esperaba que ella saltara. No, demonios, él tendría que cogerla, pensó con amargura. Con la suerte que estaba teniendo, si no la cogía, ella probablemente caería sobre él y le rompería una pierna, o unas cuantas costillas. Tal vez Lolly tenía alguna otra forma de bajar, la vieja soga de sábanas atadas por ejemplo. Si ella estaba haciendo preparativos para escapar, entonces definitivamente tenía algo en mente. Tal vez la escalera de mano no fuera necesaria. Esperaba que no la necesitaran, porque era una trampa mortal medio podrida. Pero mientras cargaba la escalera desde el garaje hasta la casa, volvió a echar un vistazo a la ventana y vio a Lolly tirando del marco de la ventana con toda su fuerza, tratando de abrirla. Ella se detuvo, la agarró de nuevo, y volvió a tratar. Por lo que podía ver, la ventana no se había movido ni una pulgada. Maldiciendo otra vez, pero esta vez silenciosamente, revisó su plan. Tendría que subir y levantar la maldita ventana. Sin importar cómo ella había planeado llegar al suelo, no iba a ir a ninguna parte a menos que pudiera salir por la ventana. Elevó una silenciosa plegaria. Tal vez la escalera de mano aguantara. Tuvo que mirar hacia arriba para poner la escalera en posición y la lluvia helada le cayó directamente en la cara, en los ojos. Una ráfaga repentina de viento cogió la escalera, casi sacándosela de las manos. Apoyar la escalera contra la casa sin hacer ningún ruido iba a ser difícil. Por si acaso, mentalmente revisó la operación: el objetivo era subir por la
escalera sin caerse y sin romperse el cuello, abrir la ventana, bajar por la escalera sin caerse y sin romperse el cuello, y posicionarse a sí mismo abajo de la escalera para poder coger a Lolly si se caía, de manera que no se rompiera su cuello. Simplísimo. Oh, sí: tenía que hacer todo eso en unos cinco segundos sin hacer ningún ruido y sin alertar a los dos adictos a la metanfetamina que estaban en la sala de estar. Ningún problema, pensó sarcásticamente. Fácil. Puso la escalera en vertical, sosteniéndola firmemente con ambas manos mientras la dejaba caer más y más cerca de la casa, hasta que la colocó debajo de la ventana con un golpe apenas audible. Debió de sonar más fuerte dentro de la casa, sin embargo, porque vio a Lolly retroceder de un salto lejos de la ventana como si alguien hubiese golpeado el vidrio. Maldición, la escalera terminaba a unos buenos noventa centímetros por debajo del marco de la ventana, lo que significaba que él tendría que trepar hasta la parte superior para abrir la ventana apalancándola. No había punto en demorarse más, de modo que agarró firmemente el lado de fuera de la escalera y comenzó a trepar, colocando sus botas en las bordes exteriores de los escalones, en donde estaban clavados al marco y era menos probable que cedieran bajo su peso. En sólo unos pocos segundos estaba parado precariamente en el escalón superior, rezando como loco, y mirando a través del vidrio a Lolly Helton, quien lo miraba a él como si no pudiera decidirse a gritar o a desmayarse. No hizo ninguna de las dos cosas, gracias a Dios. En vez de eso vio que sus labios se movían, articulando su nombre, entonces ella cerró los ojos por un breve segundo antes de recomponerse a sí misma. Cuando los volvió a abrir, Gabriel se llevó un dedo a los labios, indicándole que se mantuviera callada. Ella asintió, con una obvia expresión de alivio en su rostro. Ella se las había ingeniado para subir la ventana un poquito, después de todo. Él metió sus dedos enguantados en la ranura y trató de levantarla, pero sólo hubo un movimiento levísimo. La ventana no se había quedado atascada por la pintura, y no estaba con cerrojo, pero la madera vieja se había deformado hasta el punto que podría haber estado bloqueada. Tensando los músculos, volvió a tratar, poniendo todo lo que tenía en el esfuerzo y esperando que el aullido del viento pudiera cubrir el ruido que hacía. La escalera se bamboleó pero ignoró la precariedad y tiró de la ventana otra vez. Tenía que sacar a Lolly de la casa; si él se caía, entonces caía. Lidiaría con eso cuando sucediera. En el tercer intento, la ventana se soltó y se deslizó hacia arriba con un sonido crujiente. Empujó y sacudió el marco, ganando otras pocas pulgadas de espacio. La ventana no estaba completamente abierta, pero tal vez eso era suficiente. De un rápido vistazo recorrió la habitación detrás de ella; la cama estaba desnuda, y efectivamente el extremo de una sábana estaba anudado alrededor del pie de la cama. Entonces él la miró, y por primera vez vio que un lado de su cara estaba magullado e
hinchado. La furia rugió a través de él, rápida y profunda, y sorprendentemente salvaje. Algún cabrón abusando de una mujer presionaba todos sus botones, pero de alguna manera el hecho de que fuera Lolly lo golpeó particularmente duro. Aplacó su ira, porque este no era el momento de perder el control. Tenía que sacarla sana y salva de aquí; esa era su meta principal. Tanto como le hubiese gustado agarrar a esos pelmazos de abajo, ellos estaban armados y él no… y justo ahora el clima era casi tan peligroso como dos drogadictos colocados y armados. Su única preocupación tenía que ser sacar a Lolly y a sí mismo fuera de la montaña. Todo lo demás podía esperar. Además, no iba a poner imprudentemente su vida en peligro cuando tenía a un pequeñín esperando que su padre regresara a casa. Ellos probablemente ya lo estaban extrañando, preguntándose qué le estaba tomando tanto tiempo. —Vi a dos en la sala de estar,dijo él, manteniendo la voz baja. —¿Hay más? Ella sacudió la cabeza. —Sólo esos dos.Su voz era tan baja como la de él. Él extendió su brazo a través de la ventana abierta y ahuecó su mano en la mejilla magullada de ella; su guante estaba frío y mojado, y éste debía de haberse sentido bien en su cara porque ella emitió un suave gemido e inclinó su cabeza contra el cuero. —¿Estas herida en algún otro lugar?inquirió, necesitando saber si podría bajar las escaleras por sí misma. Podría estar moviéndose bien, pero podía ser la adrenalina lo que la mantenía así; había visto a personas haciendo cosas increíbles cuando eran llevados por una subida de adrenalina. —Mi hombro y el costado están magullados, pero estoy bien,contestó ella en un susurro, cuadrando sus hombros. Añadió con fiereza, —Larguémonos de aquí. Ella se había cubierto tanta piel como le fue posible, según pudo notar; incluso su cabeza y sus orejas estaban levemente protegidas con algún material doblado, y una camisa de franela atada encima. Se había cubierto con capas de ropa y juzgando por la longitud de la sábana en su mano, tenía una escapatoria bien planeada. Si la ventana no hubiese estado atascada, podría haber estado en el suelo y en camino al pueblo para el tiempo en que la había encontrado. Ella dejó caer la soga de sábanas y frazadas, y comenzó a sacar una pierna por la ventana. —Espera,dijo él, pensando rápido. Si tiraba la soga por la ventana y la dejaba colgando, y él sacaba la escalera después de que estuviera abajo, los cabrones de abajo podrían creer que lo había hecho por su cuenta. De esa manera si ellos fueran lo suficientemente estúpidos como para salir en una tormenta e ir tras ella, serían cogidos por sorpresa si—o cuando—descubrieran que no estaba sola. Igual de rápido desestimó el plan, porque la sábana de abajo estaría aleteando justo en frente de la ventana del comedor, y podría alertarlos más pronto de lo necesario. Estaba aguantando la respiración
esperando que no vieran la escalera a través de la ventana; por lo menos la madera envejecida era oscura, y no tan fácil de ver como lo sería una sábana blanca. Inspeccionó a Lolly una vez más. Ella había hecho lo mejor que podía para ponerse ropa de abrigo, pero la lluvia se filtraría a través de todas aquellas capas, y entonces estaría en graves problemas. Moviéndose cuidadosamente, con la desvencijada escalera bamboleándose bajo él, Gabriel se sacó el poncho y se lo entregó a través de la ventana. Lolly lo tomó, entonces le dio una mirada aguda. —¿Y qué hay de ti? —Tú lo necesitas más. Al menos mi abrigo es resistente a la intemperie.El poncho estaba cubierto con cristales de hielo, pero proporcionaba una mejor protección contra la lluvia que lo que ella estaba usando. Su abrigo era grueso, tenía guantes, y sus pies estaban protegidos por botas calientes, a prueba de agua. El único problema era que la gorra tejida que usaba no era a prueba de agua, como la gorra que había dejado en la camioneta, pero no había sabido entonces que estaría dándole el poncho encapuchado a Lolly. El tejido podría repeler la lluvia por un rato, pero eventualmente su cabeza iba a mojarse, y eso no era bueno. Cuando llegaran a la camioneta recogería su gorra; podía llegar hasta allí sin mucho riesgo de hipotermia. —Voy a regresar abajo,susurró él. —Esta escalera está medio podrida, y no nos aguantará a ambos al mismo tiempo.No estaba seguro de que pudiera mantenerse lo suficiente para que él bajara, pero si no lo hacía, volverían al plan A y las sábanas atadas. —Hay dos escalones rotos. Uno está a la mitad, el otro está tres escalones más abajo de éste. Pon los pies por el lado exterior de los escalones, no en el medio. Lolly asintió, y comenzó a ponerse el poncho sobre las capas de ropa. Gabriel bajó cuidadosamente por la escalera, sin respirar hondo hasta que sus botas estuvieron plantadas con seguridad otra vez en el suelo. Se levantó el cuello de la chaqueta para protegerse del viento, y se posicionó de manera que pudiera agarrar la escalera. Ella sacó la cabeza para asegurarse de que estuviera en el suelo, entonces rápidamente la metió y sacó una pierna por la ventana, buscando con el pie el escalón superior. Ella no podía alcanzarlo, de hecho, porque la escalera no era lo suficientemente alta. Finalmente se sentó en el alféizar de la ventana, sacó las dos piernas hacia afuera, y se dio la vuelta hasta que quedó sobre su estómago. Encontró la escalera, puso ambos pies en ésta, y cautelosamente bajó por la crujiente madera. Se apoyaba en su lado derecho, notó él, y se preguntó cómo iba a poder hacer la larga caminata para salir de la montaña. La caminata, la cual sería traicionera debido al hielo, tomaría horas. En circunstancias normales ni siquiera lo intentaría, pero las circunstancias no eran normales y la única otra opción que tenían era simplemente esconderse y esperar… ¿pero esperar a qué? Los adictos a la metanfetamina en la sala de estar también estaban atrapados; no iban a
ningún sitio, y al menos estaban en una casa caliente. El y Lolly no podían esperar a que se derritiera el hielo, porque eso tomaría una semana o más. Su mejor apuesta, y ésta no era una buena, pero era mejor que sus otras opciones, era salir de la montaña tan rápido como pudieran, antes de que el peso del hielo empezara a romper ramas de árboles como mondadientes. Estarían más calientes si se estaban moviendo, también. —Cuidado con el escalón que falta,le advirtió en un susurro urgente justo antes de que llegara allí, y su pisada vaciló. Ella titubeó, entonces cambio el ritmo y en su lugar usó su pie derecho para pasar por encima del escalón faltante, de modo que pudiera soportar la mayoría de su peso con el hombro izquierdo en vez del hombro magullado. Un sonido de astillamiento fue el único aviso que él tuvo, antes de que el siguiente escalón se quebrara también, y ella se viniera abajo. No era una larga caída, pero en esas condiciones y con la caminata que tenían por delante, un tobillo torcido era tan bueno como una pierna rota. Instintivamente Gabriel dejó ir la escalera y agarró a Lolly en un abrazo de oso antes que pudiese golpear el suelo. La escalera traqueteó y se estrelló contra el costado de la casa. —¡Mierda!dijo, poniendo a Lolly de pie y agarrando su muñeca. No había casi ninguna posibilidad de que los dos de adentro no hubieran oído la escalera golpeando contra la casa. Necesitaban moverse—ahora. —Vámonos,dijo, y comenzó a cruzar el patio helado a un ritmo acelerado, remolcándola detrás. Ella no hizo ni un sonido de protesta, sólo bajo la cabeza e hizo lo posible por mantener el ritmo. Se resbalaron y deslizaron, pero él se mantuvo de pie; una vez Lolly empezó a deslizarse, pero recuperó su equilibrio, ayudada por el agarre de él en su muñeca. Si pudieran tan solo llegar a la línea de árboles… Hubo un grito detrás de ellos, y sonó un disparo. Doble mierda.
Capítulo 6 Lolly cayó con un grito de dolor, y por una fracción de segundo el tiempo se congeló cuando Gabriel pensó que le habían dado. Entonces luchó para ponerse de pie, murmurando —¡Maldición!con rabia antes de agarrarse de su mano y comenzar a avanzar. Volvió a caer, casi inmediatamente; las gruesas suelas de sus botas no le ofrecían una gran tracción, pero las zapatillas de ella casi no tenían ninguna. Gabriel la volvió a poner de pie; ella ahogó otro grito de dolor, y demasiado tarde se dio cuenta de que le había tirado del brazo derecho, y de su hombro derecho lesionado. Para mantenerla de pie, envolvió su brazo alrededor de ella y la sostuvo, la agarraba tan fuerte que esperaba que protestara, pero no dijo ni pío. Correr de esa manera era imposible, a menos que quisieran terminar de cara contra el suelo mientras los dos adictos jugaban al tiro al blanco con ellos. Su mejor baza era seguir moviéndose, sin importar cuán agonizantemente lento parecía ser su progreso. Por lo menos estaba oscuro aquí arriba, lejos de las luces del pueblo y de otras casas; esconderse sería más fácil. Desde luego, eso significaba que tendrían que ser extremadamente cautelosos, porque no podía encender la linterna sin poner un tiro al blanco en sus espaldas. Todo lo que podía hacer era seguir moviéndose, conseguir llegar a los árboles, y esperar lo mejor. Aun cuando ella había pasado la última hora— ¿dos horas? no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado—aterrorizada, esperando que la mataran, de alguna manera, el primer sonido de disparo consiguió tomar a Lolly por sorpresa; su cuerpo entero se sacudió, y su corazón saltó tan fuerte que pareció que se le iba a salir del pecho. Se tambaleó, perdió el equilibrio en el césped helado, y cayó. El frío inmediatamente se filtró a sus piernas. El poncho de alguna manera la protegía, pero desde la mitad de los muslos hacia abajo, sus pantalones estaban mojados. Después de todo el esfuerzo que había hecho para permanecer seca, ¿qué hizo lo primero? pues caerse en el suelo mojado. Furiosa consigo misma, se puso de pie con dificultad, agarró la mano de Gabriel, y comenzó a correr otra vez. E inmediatamente se volvió a caer. Esta vez Gabriel tiró de ella para ponerla de pie, y la presión en su hombro magullado y su costado casi le arrancaron un grito antes de cerrar la boca con terquedad. ¿Qué era un dolorcito en su hombro comparado con ser tal vez baleada? Gabriel le pasó un brazo por la cintura y volvió a ponerse en movimiento, arrastrándola junto con él. Detrás de ellos, la luz del porche se encendió, y se abrió la puerta principal de un golpe; el
primer disparo debió de haber sido a través de la ventana del comedor si es que recién ahora estaban disparando desde el porche. Niki y Darwin empezaron a disparar desde el porche; su puntería era mala, pero cada célula de su médula espinal parecía encogerse esperando que un disparo de chiripa la alcanzara. Una vez más, el tiempo pareció perder su significado; lógicamente sólo podían haber pasado de diez a quince segundos, porque ¿cuánto tiempo les había tomado a ellos llegar al porche desde el comedor? Sentía como si ella y Gabriel hubieran estado corriendo hacia el bosque toda una vida, pero todavía estaban a muchos metros de distancia. Lolly tenía miedo de voltear y mirar hacia el porche, temerosa de hacer cualquier cosa excepto tratar de mantenerse de pie y avanzar tanto como pudiera. No te caigas, no te caigas. El instinto le gritaba que corriera, pero incluso con el apoyo de Gabriel eso era todo lo que podía hacer para mantenerse sobre sus pies. Todavía estaban en el césped, el cual no era ni de cerca tan resbaloso como lo sería el camino de entrada, pero cada paso la hacía patinar y deslizarse en diferentes direcciones. Gabriel se las arreglaba mejor, quizás debido a sus botas, tal vez porque era más pesado y hundía la capa de hielo alcanzando el suelo al caminar. No te caigas. Se agarró fuertemente a la parte trasera del abrigo de él, colgándose como si le fuera la vida en ello. Entonces alcanzaron la línea de árboles y Gabriel se dio la vuelta, empujándola detrás de uno de los árboles más grandes y presionándose contra ella como si intentara meterla dentro de la áspera corteza. Lolly se colgó de él, su cabeza enterrada en su hombro mientras trataba de tomar aire a grandes bocanadas. Disparos al azar astillaron el aire, el ruido sonaba curiosamente apagado, como si fuese absorbido por el aire en lugar de hacer eco. Su corazón seguía latiendo salvajemente, aun cuando estaban significativamente más a salvo detrás del tronco de lo que lo habían estado antes. ¿Pero ahora qué? Si corrían, se volverían a exponer, por lo menos esporádicamente. Si no corrían, entonces todo lo que Niki y Darwin tenían que hacer era cruzar el patio para dispararles más cerca. Gabriel fue inclinándose despacio hacia la izquierda, hasta que podía ver la casa pero casi sin presentar un blanco, dado que ellos estaban en la oscuridad de la línea de árboles, Niki y Darwin no podían verlos por estar parados en el porche iluminado. Aun sabiendo que probablemente ellos no podían ver nada, las manos de Lolly se apretaron involuntariamente en el abrigo de Gabriel tratando de tirar de él hacia la seguridad. No podía moverlo para nada, ni siquiera una pulgada. Él le palmeó el hombro con la mano derecha, con un movimiento tan ausente que se dio cuenta de que el gesto tranquilizador era puro reflejo. Él se estaba concentrando en la situación, en los dos asesinos idiotas que estaban en el porche. Sintiéndose ligeramente avergonzada por ser tan debilucha, Lolly se obligó a soltarlo. Había llegado hasta aquí sin convertirse en una mancha invertebrada; seguiría así el resto del camino, o moriría en el intento… literalmente. —¿Cuántas armas viste?Él susurró las palabras, el sonido apenas existente.
—Dos.Aunque eso no significaba que no hubieran más. Por lo que ella sabía, había un alijo de armas en el viejo Blazer. —¿Sabes acerca de armas? Inquirió él. Sacudió la cabeza. Sabía cómo se veía un arma, porque su papá practicaba tiro al plato, pero su experiencia se limitaba a eso y a lo que sea que hubiese visto en la televisión o en una película. —¿Puedes reconocer la diferencia entre un revolver y una automática? Eso sí lo sabía. —Ambas eran automáticas… creo. No pude ver bien la que él tenía.Darwin la había sacado de su bolsillo, pero apenas había tenido tiempo de registrar el hecho antes de que la empujara contra el poste de la escalera. —Supongo que no puedes decirme cuántas balas tienen en cada arma,dijo él irónicamente. Lolly sólo sacudió la cabeza, aun cuando la pregunta había sido retórica. ¿En verdad él había estado contando el número de disparos? Apenas había sido capaz de pensar en absoluto, mucho menos realizar un seguimiento de cuántos tiros habían sido disparados. Entonces los disparos se detuvieron, y eso fue casi más aterrador que el que estuvieran siendo tiroteados. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Niki y Darwin estaban viniendo tras ellos? Podía oír a ambos gritándose el uno al otro. También podía oír sus propios latidos, la respiración de Gabriel y el viento. En este momento, no había nada más. —¿Qué vamos a hacer?susurró. Su voz casi se perdía contra el grueso abrigo, pero Gabriel la escuchó y le dio otra de esas palmaditas ausentes. —Vamos a bajar la montaña. No hay nada más que podamos hacer, no hay otra opción.No sonaba feliz al respecto, pero ella no podía pensar en otra cosa que pudieran hacer, tampoco. Había estado preparada para bajar de la montaña sola, de modo que no se iba a quejar. Gabriel miró hacia la casa, volvió a tomar la mano de Lolly, y juntos salieron de su posición protegida de detrás del árbol para entrar en lo profundo del bosque. Su paso era rápido pero seguro, y tenía que afanarse un poco para mantenerse a su ritmo. Sus piernas no eran tan largas como las de él, y correr a través del bosque no era exactamente lo suyo. No tenía muchas —cosas suyas, se dio cuenta. Era insoportablemente normal, vivía una vida normal, trabajaba en un empleo normal. Le gustaban los libros y las películas, se obligaba a sí misma a hacer ejercicio, pero a pesar de haber crecido en Maine, no le
interesaba pasar apuros o practicar deportes de invierno en absoluto, de modo que estaba definitivamente fuera de su elemento en este momento. Los árboles habían resguardado el terreno debajo de ellos, de manera que había menos hielo, aunque sus pies todavía hacían ruidos aplastantes. Eso significaba que el hielo estaba recubriendo las ramas de arriba, y sabía cuán peligroso podía ser eso; trabajar para una compañía aseguradora le había dado los conocimientos sobre todo tipo de situaciones, porque había visto las reclamaciones. Gabriel la guiaba en un ángulo que generalmente seguía el largo camino de entrada hacia el estrecho camino secundario, pisando sobre ramas caídas muertas, maniobrando alrededor de macizos de plantas silvestres. Un par de veces él le echó un vistazo. Se sentía como un globo cautivo, siendo arrastrado en su trayectoria. Su aliento escapaba en rápidos jadeos. Él debía de haberse dado cuenta de que estaba luchando para mantenerse a su paso porque acortó sus zancadas, pero no demasiado. —Será un poco más fácil cuando podamos salir del bosque,dijo una vez, mientras la ayudaba a rodear un gran arbusto de zarzas. —Tengo sopa y café en mi camioneta. —Colgando una zanahoria, ¿eh? Esa podría haber sido una sonrisa, pero estaba tan oscuro que no podía estar segura. — Lo que sea que de resultado. —Um… ¿exactamente en dónde está tu camioneta?La conmoción había pasado lo suficiente para que pudiera pensar un poco ahora. Obviamente Gabriel no había llegado volando, de manera que tenía que tener un transporte en alguna parte. —A cerca de media milla de distancia. El hielo estaba tan fuerte que tuve que detenerme. Las preguntas se agolparon en su mente, preguntas tales como; ¿por qué estaba él aquí? No era como si ella y Gabriel McQueen fueran amigos cercanos—o incluso amigos, para el caso. De toda la gente en el mundo, ¿qué estaba haciendo él en su casa? Nada de esto parecía real, y de alguna manera su presencia era la parte más irreal de todo. Ser golpeada, aterrorizada, casi violada, y mantenida prisionera era lo suficientemente impactante por derecho propio, pero el hecho de que él, de toda la gente, hubiese aparecido en la noche para ayudarla a escapar era simplemente pasmoso—o eso, pensó con ironía, o ésta era la forma en que su cerebro la ayudaba a encarar la situación poniendo a un lado todas las otras cuestiones hasta que pudiera enfrentarlas. Si concentrarse en Gabriel McQueen era un mecanismo de supervivencia, entonces
seguiría el plan de juego; era mucho mejor que estar pensando en la violencia, en todas las cosas que podrían salir mal, en lo peligroso que podría ser estar caminando millas con un temporal como éste. Las probabilidades en contra de que ellos pudieran sobrevivir la noche eran tan pocas, que sólo la desesperación pura la animaba a tratar. La oscuridad en el bosque era casi completa; ambos tropezaban en los obstáculos, tanteando el camino mientras avanzaban. Sus ojos se habían ajustado de alguna manera, y aun así apenas podía ver. Si Gabriel tenía una linterna, no la había sacado, y ella no preguntó; tanto como quería ver por dónde estaba yendo, no deseaba el equivalente a un foco señalando su posición a Niki y Darwin. A pesar del poncho que Gabriel le había dado, pronto el frío pasó a través de las capas de ropa que usaba. Sus vaqueros y pantalones de chándal estaban mojados por la caída en el hielo, y el viento llegaba directo a su piel. Le hubiese gustado detenerse y agacharse para que el poncho la envolviera y bloqueara el viento, pero si dejaba de moverse temía que no pudiera volver a hacerlo. El saber lo que la esperaba a sus espaldas en la calidez de su propio hogar, la estimuló para continuar. Hubiese caminado hasta Portland si eso la llevaba a escapar de esos dos. Incluso había puesto su vida en las manos de Gabriel McQueen, quien había sido la plaga de sus años de adolescencia. Él había sido todo lo que ella no era: popular, extrovertido, seguro de sí mismo. Y había tenido el enamoramiento más horriblemente penoso por él durante toda la secundaria y la preparatoria. La otra cara de eso era que ella también lo había detestado, por todas las veces que se había burlado de ella, todas las veces que se había mofado y reído, y ella no había dejado pasar ni una oportunidad para deslizarle un cuchillo verbal entre las costillas. Cuando se había graduado dos años antes que ella, se había sentido aliviada, aunque se había sorprendido a sí misma mirando hacia los pasillos buscando esa cabeza oscura orgullosamente sostenida en alto. Probablemente debería darse por afortunada de que se hubiese molestado en rescatarla. El adolescente Gabriel no se habría molestado—aunque, para ser justos, si ella hubiese seguido siendo una adolescente, probablemente le hubiese cerrado la ventana sobre las manos. Pensar en el pasado podía ocupar su mente sólo hasta que su miseria física empezara a abrirse camino hacia adelante. La lluvia estaba cayendo con más fuerza ahora, bañando los árboles, la maleza, e incluso a ellos. No podía verlo, pero podía sentir su peso empapándole los pantalones y los zapatos. Al menos sus pies no parecían estar tan mojados como sus piernas, gracias a la Vaselina… o era eso, o estaban tan fríos que no podía sentir la humedad. El viento susurraba a través de las ramas de los árboles, haciendo que traquetearan como huesos en sus ataúdes de hielo. El sonido era misterioso, fantasmal, y estaba contenta por la mano fuerte y grande que agarraba la suya. Entonces Gabriel empujó a través de alguna maleza particularmente pesada y paró en seco tan abruptamente que se topó con su espalda.
—Al fin,dijo él, extendiendo su mano hacia atrás para estabilizarla. —Aquí está la carretera. —Hay una pendiente de cerca de un metro hasta allí, así que ten cuidado. Él se agachó, agarró un árbol joven, y lo usó para estabilizarse mientras saltaba el bajo terraplén. Sus pies resbalaron en el hielo, pero con la ayuda del árbol se mantuvo derecho. Cautelosamente se dio la vuelta, levantó los brazos, y agarró a Lolly de la cintura, luego la bajo hacia el camino con facilidad. —Mira por donde pisas,le advirtió. —Hay una zanja poco profunda aquí. Camina sobre la franja de maleza entre la zanja y el pavimento; es una mejor base. Bajando la cabeza, Lolly se concentró en poner un pie delante de otro. Con seguridad habían caminado más de media milla; ¿no deberían de haber llegado ya a su camioneta? Había crecido en esta montaña, la conocía como la palma de su mano, la mayoría de las veces, pero la oscuridad, el frío, la inexorable serie de conmociones, la habían dejado desorientada y no tenía una verdadera idea de dónde se encontraban. Sus manos y pies le dolían tanto por el frío que sentía como si apenas pudiese avanzar. No podía hacer nada por sus pies, y Gabriel tenía agarrada una de sus manos de manera que tampoco podía hacer nada por ella, pero metió su otra mano debajo del poncho y a través de todas las capas de ropa para llegar a la piel desnuda y cálida de su estómago. Apenas podía sentir el calor en sus dedos, pero su estómago definitivamente podía sentir el frío de su mano. Eso estaba mucho mejor. De vez en cuando echaba un vistazo al hombre que la guiaba, aunque en la oscuridad no podía ver mucho más que su altura y el ancho de sus hombros—eso, y la determinación con la que encaraba la tormenta de frente. Sin embargo, recordaba la manera en que se veía cuando había aparecido en su ventana. Se veía mayor, obviamente; al igual que ella. Habían pasado un montón de años desde que él se había graduado, ¡quince años!, y ambos habían cambiado. El ya no era un adolescente presumido con el mundo a sus pies; era un adulto, un viudo con un hijo, como había oído durante uno de sus viajes a Wilson Creek. Convertirse en padre y perder a su esposa eran circunstancias que cambiaban una vida; no había forma de que fuese la misma persona que era cuando estaban en el colegio. Ella no lo era, y no había pasado por nada tan traumático cómo perder a un esposo. No había nada traumático en su vida en absoluto. En lugar de eso, había hecho su camino tranquilamente, se hizo una vida estable, se despojó de muchas de sus inseguridades y de su timidez. Había discutido con él desde que podía recordar, y en este momento… no estaba segura del por qué. ¿Era porque siempre había tenido un enamoramiento tan feroz por él, y nunca esperó que ella le gustase, así que se había protegido a sí misma desarrollando un escudo de hostilidad? Los adolescentes eran tal maraña de ansiedad y emociones, que cualquier cosa era posible. Mirando hacia atrás, se sintió ligeramente desconcertada por sus
adolescencias. Si había un momento en que pudiesen dejar el pasado atrás, ese momento era ahora. Se inclinó ligeramente hacia él y dijo, —Gracias,levantó la voz para que él pudiese oírla por sobre la lluvia y el viento. —Agradéceme si aquellos psicópatas no vienen tras nosotros y conseguimos salir de la montaña antes de que los árboles empiecen a caer,dijo sin mirarla. Muy bien, eso sonó un poco abrupto, pero ella hizo algo que, quince años atrás, nunca hubiese hecho; mentalmente se encogió de hombros y lo dejó pasar. Bajo las circunstancias, se le permitía sentirse irascible. Ahora estaban caminando hacia el viento. Lolly miró hacia arriba, pero no por mucho tiempo; la lluvia caía en su cara como perdigones de hielo, el viento le robó el aliento con su gelidez. El viento venía del norte, de modo que si le daba en la cara era porque estaban caminando hacia el norte, lo que significaba que estaban en una larga pendiente antes de una curva muy cerrada que los llevaría hacia el sudeste. No estaban tan lejos de la casa después de todo. Tenían algún tiempo antes de que el hielo que lo cubría todo fuera tan pesado que estos viejos árboles empezaran a caer… eso esperaba. ¿Cuánto tiempo aguantarían los árboles muertos con este viento y hielo? Se preguntó. Sus frágiles ramas serían las primeras en venirse abajo. El costado de la carretera estaba cubierto de ramas que habían caído en una u otra tormenta y habían sido dejadas yaciendo ahí, dándole un indicio del largo y ancho de lo que podía caer. El viento aumento un poco en ese momento y los árboles crujieron, literalmente, como si su interior estuviese gruñendo. Lolly se estremeció. Tenían una opción, y no era una buena. Darwin y Niki estaban detrás de ellos, las ramas cubiertas de hielo se cernían sobre sus cabezas y podían caer en cualquier momento, y el terreno se volvía cada vez más resbaladizo bajo sus pies. No había lugar adónde ir excepto hacia adelante, hacia la seguridad y el calor que parecía estar demasiado lejos. Se resbaló, sus zapatillas no le daban nada de agarre. La Vaselina definitivamente ayudaba, pero algo de humedad se había filtrado en sus zapatos y calcetines y sus pies estaban penosamente entumecidos. Había crecido en Maine; conocía los peligros del congelamiento. Sabía lo que era probable que fuera el resultado de la noche, y una sensación de fatalidad se apoderó de ella. Mejor perder sus dedos de los pies que dejarse atrapar otra vez por Darwin. Ajustó las mangas de la camisa de franela sobre su cabeza, tirando de ellas hacia su nariz y boca, pero las mangas estaban mojadas y heladas y no sabía si eso le haría mucho bien. Gracias a Dios Gabriel estaba allí, firme como una roca, caminando hacia adelante con la determinación de un pitbull. Su agarre era sólido, una comodidad en un mundo
decididamente incómodo. Era esa clase de hombre, supuso, la clase que saldría a la intemperie en una tormenta de hielo para asegurarse de que un vecino estaba bien, un hombre que podría arrojarse a sí mismo entre un peligro y una mujer aunque ella no fuera nada para él, incluso si era una chica que había conocido una vez y que no le había gustado. No había tenido tiempo de contarle todo lo que había sucedido en la casa y después de un momento de reflexión decidió que no lo haría. No sólo porque no quería hablar sobre el intento de violación de Darwin, sino porque no estaba segura de cómo podría reaccionar Gabriel a esas noticias. ¿Sentiría como si tuviese que regresar? ¿Le importaría en absoluto? Sospechaba que le importaría, sólo debido a lo que él era, y ella no quería volver a la casa. Tampoco quería que Gabriel regresara allí, por ahora estaba pegada a su lado. Su visión estaba firmemente lejos de la casa y de esa pesadilla. Sin importar las condiciones, seguiría adelante. Había silencio detrás de ellos, al menos sonido humano. La madre naturaleza estaba armando un jaleo, con el golpeteo de la lluvia que caía, el viento, el fantasmal susurro y crujido de los árboles. Tal vez se habían rendido. Tal vez ni siquiera los habían perseguido. Tal vez Niki y Darwin no querían dejar una casa caliente con este temporal, sólo para perseguirles. Volvió a mirar hacia arriba una vez más, al hombre alto que la remolcaba. —Y… ¿cómo has estado?preguntó. Gabriel resopló. —¿Quieres conversar ahora? —Tal vez hablando evitaré que se me congele la cara. El asintió una vez. —He estado bien. ¿Y tú? Demasiado para arrastrarlo a una conversación. —Bien.¿Qué más podría decir ella? Todavía soltera. El trabajo es bueno, pero no muy emocionante. Mamá y Papá están bien de salud, pero perdieron una buena parte de su dinero de la jubilación en el último desastre financiero, así que mantener una casa que ya no usan es ridículo. Yo no quería venderla, pero no puedo permitirme comprársela, y ahora ya no quiero hacerlo. Yo amaba esa casa, y ahora no me importa si no vuelvo a verla otra vez. La sensación de pérdida era sorprendentemente aguda; aceptó que nunca más podría volver a sentir lo mismo por la casa, entonces resueltamente puso la casa en el pasado adonde pertenecía y mentalmente encaró lo que venía. Debería haber prestado atención a lo que estaba haciendo, en vez de estar soñando despierta. Se volvió a resbalar, y una vez más Gabriel la agarró. —Necesitamos salir de este hielo,dijo él, con tono preocupado. Ella tenía que admitirlo,
salir del temporal era una buena idea. La mejor, de hecho. Pero no había un vecino a kilómetros de allí, y el pueblo estaba incluso más lejos. —Mi camioneta no está lejos,añadió él alentadoramente. Lolly sabía muy bien que estos caminos eran ahora impasables. Horrible y peligroso como era, prefería bajar caminando la pendiente que meterse en un vehículo y correr el riesgo de deslizarse y resbalar por la ladera de la montaña. Había algunas curvas malísimas y precipicios entre este punto y Wilson Creek. Pero se detendrían en la camioneta de Gabriel, entrarían y se calentarían, tal vez consumirían la sopa y el café. Con ese pensamiento en la mente, tenía un destino razonable y la mantuvo avanzando, poniendo un pie delante de otro. Si tenía que pensar en bajar caminando toda la montaña, probablemente se caería en este momento, segura de que no podría hacerlo. Nada de esto era real. No podía serlo. Su vida no era emocionante, era aburrida, ordinaria. Luchar contra un ataque, escapar a través de una ventana del segundo piso, ser tiroteada y luchar contra una tormenta tan peligrosa como la que había dejado atrás— eran cosas que nunca pensó en hacer. Lolly decidió que le gustaba lo pasivo. En este momento, lo anhelaba. Nunca se volvería a quejar de estar aburrida. Esto… esto era como un mal sueño. Cada paso era ahora una lucha. El frío cortaba a través de sus ropas, haciéndola ir más lento. Sus instintos le gritaban que se detuviera, que descansara, que se rindiera, pero sabía que si se paraba aquí, moriría. Congelarse hasta morir no sería una manera agradable de irse, e incluso si lo fuera, no estaba lista para irse. —Sopa,dijo Lolly con los labios casi congelados, arrojando fuera la palabra como un talismán, algo que la mantuviera moviéndose. De pronto se dio cuenta de que estaba hambrienta. El pensamiento de la sopa calentándola de dentro hacia afuera le dio el coraje para seguir moviéndose, incluso cuando el terreno se inclinó mucho y cada paso se volvía más y más precario. —Sí, hay sopa.Su brazo la apretaba más ahora; él estaba prácticamente cargándola. Lolly reunió su fuerza, se enfocó en lo que estaba haciendo. Si pudiera conseguir sólo un poco de sopa, ¡y café! ¡Él dijo que tenía café!, sería capaz de lograrlo. Podrían descansar por unos minutos, encender el calentador al máximo y deshelarse un poco, tomar algo de sopa y café, y ponerse en camino. Con un poco de fortificación, estaría lista para seguir. Entonces hubo un grito rabioso desde arriba, seguido por un disparo, y el terror se abrió camino a través de cada fibra de su cuerpo. Darwin estaba viniendo por ella después de todo.
Capítulo 7 Darwin siguió a Niki hacia el porche, reacio a dejar la comodidad de la casa. El viento era brutal aquí afuera, y… demonios, ¿eso era hielo? La mierda cubría todo, inclusive el Blazer. No había notado nada de hielo cuando habían salido aquí fuera hacía apenas un ratito, cuando la perra de Lorelei salió por la ventana del segundo piso y escapó. Culpaba a Niki por eso. Si tan sólo los hubiese dejado solos, todo habría estado bien. Se hubiese divertido, y Lorelei no hubiese estado en forma para salir por la ventana. Ahora ese tipo desconocido que había aparecido de ninguna parte sería el que se divertiría. Diablos, ese hielo era irreal. Había pensado antes que era aguanieve, pero salir y encontrarse con que todo estaba cubierto de hielo era jodidamente raro. Se rascó la cara, y pensó que necesitaba otro chute de metanfetamina. Todavía tenían bastante adentro, a menos que esa perra de Niki lo hubiese usado todo. Ella estaba usando más de la parte que le correspondía, pensó con resentimiento. Siempre estaba haciendo eso, y estaba harto de eso. Era buena ideando nuevas formas de conseguir dinero, pero luego usaba la mierda, de modo que era culpa suya que tuvieran que tener más dinero. —Es tu culpa,dijo él, porque ya estaba cansado de sus maldiciones y quejas y de la forma en que quería tomar todas las decisiones. Echó un vistazo a los carámbanos que colgaban de los aleros del porche. Esto era su culpa, también, porque había salido con la idea de seguir a Lorelei a su casa, cuando podían haber tomado su dinero en el pueblo y no estarían atrapados ahora en esta jodida montaña. —Si no la hubieses dejado sola en el piso de arriba, no se hubiera escapado. Niki estalló de furia. —¡Esa perra!gritó, y le disparó al Mercedes de Lorelei, lo cual la podría haber hecho sentirse mejor pero era una bala desperdiciada, en lo que concernía a Darwin. ¿El estúpido coche iba a sentir algo? No les quedaban muchas balas, se figuró, después de todo el tiroteo que habían hecho más temprano. Habían vuelto a entrar y Niki había pasado el tiempo colocándose, pero ninguno de ellos había revisado cuántas balas quedaban en las armas. Entonces Niki decidió que tenían que ir en busca de Lorelei e insistió en que tenían que salir, lo hizo ponerse su abrigo y conseguir una linterna, pero Darwin había perdido todo el entusiasmo para hacer eso. Niki podía salir en esta mierda si quería; él iba a regresar adentro. —¡Pagarás por esto!Chilló a la noche, como si Lorelei estuviese por los alrededores
escuchándola. Se volvió para encarar a Darwin, con su cara retorcida y distorsionada, sus ojos hundidos mirándolo. —Cuando encontremos a Lorelei y matemos al bastardo que está con ella, voy a dejar que la tengas. ¡Eso le enseñara a la perra a no jugar conmigo! Ahora, eso sonaba interesante. Los ánimos de Darwin se elevaron mientras recuperaba su entusiasmo. —¿En serio? —Mientras me dejes mirar y lo hagas doloroso, ¿por qué no? Enséñale a joderme,añadió Niki en voz baja. Muy bien, tal vez eso valía la pena para salir en ese temporal. Lorelei… las mujeres como ella lo miraban por encima de su nariz. Sería agradable tener a alguien como ella haciendo lo que quería, tratarla como le diera la gana. Sí, eso sería divertido. Tal vez la conservaría. Tal vez se desharía de Niki y entrenaría bien a Lorelei. Una o dos dosis de metanfetaminas y estaría suplicando por más, deseosa de hacer cualquier cosa que él le dijera por tanto tiempo como él le siguiera dando el hielo. Habían encontrado varias linternas en la casa y cada uno llevaba una: la pistola en una mano, una linterna en la otra. Cuidadosamente bajaron los escalones, y Darwin agarró la manija de la puerta del Blazer. —No seas estúpido, estúpido,le espetó Niki. —Si se están escondiendo en el bosque y nosotros vamos conduciendo el Blazer, ¿cómo diablos vamos a verlos? A menos que sean los suficientemente tontos para estar parados en medio del camino, no lo haremos. Ellos van a pie, de modo que nosotros tenemos que ir a pie. ¿Lo había llamado estúpido a él? Pensó, con el resentimiento burbujeando otra vez. Él no era el que había dejado escapar a Lorelei en primer lugar. Dirigió el haz de su linterna hacia el camino de entrada. El rayo de luz cortó la oscuridad, pero no iluminó exactamente el área para ellos. Estaba demasiado oscuro y las linternas no eran tan buenas; encontrarían su camino alrededor de la casa si se iba la electricidad, pero no eran tan buenas como para una cacería humana. Aun así, eran mejor que nada. Lorelei y su amigo tenían que estar en algún lugar por allí abajo, y no estaban armados. Si lo hubiesen estado hubieran devuelto los disparos mientras se escapaban. Probablemente se estaban escondiendo, esperando hasta que pensaran que él y Niki se habían ido a dormir antes de volver a entrar en la casa. La única razón por la cual alguien se quedaría fuera en este desastre, era que no tuvieran otra opción. Le dispararía al tipo en cuanto lo viera, lo sacaría del camino, entonces Lorelei no tendría ninguna forma de escaparse. Su imaginación se hizo cargo, y recordó lo bonita y suave que era ella, lo bien que se sentía. Sin mirar lo que estaba haciendo, Darwin dio un paso y su pie se deslizó de debajo de él. Golpeó el suelo de culo y la linterna salió volando, pero se las arregló para sostener el arma. El impacto hizo traquetear sus huesos, le robó el aliento. Niki, maldita sea, se doblaba de la risa.
—Anda al costado del camino, so idiota,dijo, poniéndole la luz de la linterna en la cara y cegándolo eficazmente. Genial. Ahora no sería capaz de ver nada en absoluto por un rato. Darwin se puso de pie lentamente, caminando por el borde del camino de entrada y sobre el desnivel de césped. Una vez que estuvo allí, recuperó su linterna y una porción de su dignidad. Miró hacia abajo de la pendiente, imaginando que la mujer que anhelaba hasta los huesos estaba escondida allí, en alguna parte. La haría pagar por esto. No dejó que Niki supiera cuánto le dolía el trasero, porque sabía que si lo sabía se burlaría de él. Niki tenía una vena malvada, y no le importaba contra quién la dirigía. Bueno, que se joda. No, olvida eso. Preferiría joder a Lorelei. Deshacerse de Niki, y tomar a Lorelei en su lugar. —Oh, Lorelei,la llamó él canturreando. —¿En dónde estás, Lorelei? Ven aquí, bebé, ven con papi. Niki volvió a reírse. Se divertía fácilmente esta noche, pasando de la rabia a la risa por el más ligero motivo. Bajaron por la pendiente. El viento helado sopló la lluvia punzante dentro de sus ojos. Le dolía el culo. Estaban persiguiendo a dos personas que llevaban ventaja, en la oscuridad, pero en este momento no le importaba mucho eso. Lorelei iba a pagar por escaparse de ellos. Recordaba su expresión de terror cuando la había tenido en el piso de la cocina. A él le había gustado eso, le había gustado la sensación de poder, de saber que podía aterrorizarla tanto que casi se había desmayado. Sí, le gustaría tenerla por un rato. Le gustaría demostrarle cómo la haría sentir el hielo, le gustaría tenerla suplicando por ello, y por cualquier cosa que quisiera darle. —La quiero drogada esta vez,dijo mientras bajaba cuidadosamente la colina. Si estuviera colocada le gustaría lo que le diera, lo quisiera o no. —Tú la mantienes abajo, y yo le disparo,dijo Niki, entonces, como dándole a un interruptor de luz, volvió a encolerizarse. —¡La maldita perra! —Funciona para mí.Temerario por la anticipación, Darwin trató de apresurarse. Su pie volvió a resbalar y sus brazos comenzaron a girar como molinos de viento hasta que recuperó el equilibrio. Maldiciendo, se comenzó a ir más despacio. Sería mejor que no se cayera; podría romperse algo que podría necesitar después. Riéndose disimuladamente, volvió a gritar. —¡Lorelei! Estés lista o no, aquí vengo.Se rio de sus propias palabras, y Niki pensó que era estúpido. GABRIEL REACCIONO inmediatamente al sonido del disparo, empujando a Lolly hacia arriba del terraplén, de regreso al bosque. Una rápida ojeada le mostró los haces de luz
danzando mientras los drogadictos bajaban por la colina, no estaban tan lejos como le gustaría. No se habían visto obligados a cortar a través del bosque sino que habían ido directo de la casa al camino de entrada, lo cual les había ahorrado tiempo. No estaban a más de cuarenta y cinco metros de distancia. Afortunadamente, no podían moverse más rápido de lo que él y Lolly podían. Desafortunadamente, podían usar sus linternas y estaban armados. Si ellos dirigían sus linternas hacia el bosque al sitio correcto en el momento justo, y si fueran la mitad de decentes disparando, él y Lolly serían como patos en fila. En este temporal, atrincherarse en el bosque no era una buena idea. Necesitaban seguir moviéndose para no enfriarse demasiado, pero al mismo tiempo el movimiento podría señalar su ubicación. Sólo esperaba que las ramas no empezaran a romperse. Encontró un gran pino y puso a Lolly detrás de éste, escondiéndola tanto como podía entre su cuerpo y el tronco del árbol. Inclinó la cabeza de manera que su boca quedara cerca de su oreja. —Después de que ellos pasen, vamos a regresar. No se esperarán eso, y podemos escondernos en el garaje hasta la mañana. Ella asintió, su cabeza moviéndose contra su hombro. Gabriel esperaba no estar cometiendo un error. Le hubiese gustado llegar hasta su camioneta, tomar algo de café, sacarse la gorra tejida de la cabeza. Estaba perdiendo demasiado calor corporal a través de la cabeza y no estaba seguro de cuánto más podría seguir adelante, pero no quería decirle nada a Lolly. No quería que se sintiera culpable por tener su poncho. No era su culpa que dos adictos a la metanfetamina con los cerebros fritos estuviesen cazándolos; nada de esto era su culpa. —Si somos afortunados, se romperán sus tontos cuellos mucho antes. No le importaría para nada. Dejaría sus cuerpos en donde cayeran, y regresaría con Lolly a la casa tan pronto como pudieran moverse. Una vez más, Lolly asintió. No habían tenido mucha suerte hasta esta noche; ¿cuáles eran las probabilidades de que tuvieran suerte ahora? En el bosque detrás de ellos, él escuchó un crujido de madera tratando de resistir el peso del hielo, y el sonido le envió un escalofrío por la espalda que no tenía nada que ver con el frío y todo que ver con el pavor. Lolly también lo escuchó. Levantó la cabeza, y él sintió la quietud de su cuerpo mientras escuchaba, esperando. Era todavía pronto en la tormenta para que las ramas empezaran a caer, pero cuando tomó en cuenta el número de árboles muertos en estos bosques y el viento que haría caer las ramas más pronto, supo que no
les quedaba mucho tiempo. La pregunta era, ¿cuán pronto empezarían a caer las ramas, y cuál sería la extensión de la caída? Las ramas muertas primero; las ramas saludables después. Entonces las copas de los árboles empezarían a astillarse y a caer; por la mañana árboles enteros estarían cayendo. Si no salían de la montaña pronto, no iban a ir a ninguna parte durante un tiempo. —¡Lorelei! ¡Estés lista o no, aquí vengo! Lolly se estremeció en sus brazos cuando escuchó la canturreante voz, salvajemente divertida del hombre que había invadido su hogar. A Gabriel no le gustó la manera en que el hombre decía su nombre, no le gustaba la manera en que Lolly temblaba. No le había dado ningún detalle acerca de lo que había ocurrido antes de que él llegara, no había habido tiempo, y él lo averiguaría después, si ellos sobrevivían. Por el momento ella lo estaba manejando. Nunca había pensado que estaría admirando a Lolly Helton, pero maldita sea si no lo hacía. No sólo había demostrado muchas agallas y sentido común, ni una sola vez se había quejado, aunque él sabía que sus pies tenían que estar insoportablemente fríos en aquellas inadecuadas zapatillas. Un montón de personas, con perfecta justificación, hubiesen estado listas para sentarse y rendirse, pero Lolly sólo bajaba la cabeza y seguía adelante. Dada esa determinación, algo debía de haber ocurrido para hacerla reaccionar ante el drogadicto de esta manera. Apretó sus brazos alrededor de ella, ofreciéndole tanto protección como consuelo. —No dejaré que te haga daño,susurró, porque los dos adictos estaban más cerca ahora e incluso un tono bajo sería demasiado alto. Esa era una promesa que tenía la intención de cumplir, contra viento y marea, a menos que estuviese muerto. Sombríamente evaluó la situación. Si los dos pasaran, siguieran adelante, y se alejaran lo suficiente para que él y Lolly pudiesen volver a subir la colina sin llamar la atención hacia ellos… tenía que haber algo en el garaje que pudiese usar como arma, si se llegaba a una confrontación. Lolly se inclinó hacia adelante, cayó contra él. Sus brazos lo envolvieron por la cintura, y lo apretó con fuerza. Tenían puesta mucha ropa como para compartir el calor corporal, pero el contacto era agradable. Gabriel ahuecó su mano gentilmente en la parte de atrás de su cabeza, y la sostuvo contra su hombro. Todo lo que tenían que hacer ahora era quedarse muy quietos y muy callados, y rezar para no ser vistos. Si pudiesen tan sólo quedarse aquí un poco más de tiempo, si pudiesen desvanecerse en la oscuridad y ser invisibles… Pronto los adictos estaban demasiado cerca para incluso intercambiar un susurro. Sintió la tensión envolviendo los músculos de ella, pero no se movió ni una pulgada. Incluso por encima del viento, podía escuchar a los dos hablando mientras bajaban por la colina, dirigiendo ocasionalmente sus linternas hacia el bosque. Las linternas eran modelos simples para casa, los haces de luz eran débiles comparados a los que él usaba, pero él y
Lolly estaban apenas dentro de la línea de árboles y las luces penetraban fácilmente hasta allí. Mantuvo su rostro hacia abajo, porque la relativa palidez de la piel desnuda era casi como un faro en la oscuridad. El cambio operado desde hacía sólo un par de horas atrás era asombroso. Cuando había dejado la casa de sus padres, Gabriel había esperado batallar con el temporal y con Lolly, pero esto… esto nunca le había cruzado por la mente. Un haz de luz brilló sólo unos pies a su derecha. El árbol detrás del que ellos estaban les daba cobertura, pero no la suficiente, no con una luz viniendo desde un ángulo. Si se movían para mantener el árbol entre ellos y los adictos, harían demasiado ruido. Había ramitas, sotobosque suelto, e incluso hojas muertas dejadas a pudrirse desde la caída del otoño—sin mencionar el hielo—todo a sus pies. Incluso con el viento aullando, era más probable que el movimiento alertara a los cazadores hacia su escondite a que lo hicieran los haces de luz intermitentes de sus linternas. Lolly dejó de respirar. Al igual que él. Y la mala suerte se dio, un haz de luz tocó su manga. Lo vio por el rabillo del ojo, lo observó alejarse, luego regresar repentinamente y fijarse en su cara. Una voz de mujer gritó, —¡Los tengo! ¡Darwin! ¡Por aquí! No había punto en quedarse quietos ahora. Gabriel empujó a Lolly lejos del árbol, lejos de la luz de la linterna, y se abalanzó por una cubierta más profunda. —Corre,dijo él, agarrándola del brazo, y ambos corrieron como alma que lleva el diablo cuando un disparo explotó detrás de ellos.
NIKI APUNTO HACIA el bosque en donde había visto al hombre, su rostro una llamativa mancha blanca en la oscuridad, y disparó, pero fue demasiado lenta. Los dos desaparecieron, pero podía oírlos introduciéndose más profundamente en el bosque. Los perdería allí, y no le gustaba que nadie se le escapara, especialmente alguna perra rica presumida como Lorelei. Volvió a disparar, apuntando hacia el sonido que hacían mientras corrían. Esto era como ir de cacería, pensó con emoción mientras los seguía en el bosque. Lorelei Helton y su amigo eran como venados, una hembra y un macho, huyendo del peligro, huyendo de su arma. Le gustaba pensar que estaban frenéticos de miedo, y completamente indefensos. —¡No le dispares a la mujer!gritó Darwin con lo que parecía verdadera preocupación en su voz. —Cómo si pudiera ver a qué le estoy disparando,gritó Niki. El bastardo, todo lo que quería era a la mujer. Era muy bueno en sentarse y dejarla hacer todo el trabajo, y luego diciéndole cómo hacerlo. Estaría mejor sin él, y tal vez, sólo tal vez, el día en que haría algo al respecto estaba llegando. En este momento, sin embargo, tenía que seguirle la
pista a cierto venado. Avanzó, su paso más enérgico una vez que estaba enteramente bajo los árboles. Aceleró el paso, continuando en la misma dirección que había escuchado tomar a su venado, barriendo con su mano de lado a lado y tirando del gatillo hasta que el percutor sólo hizo un sonido, y ya no quedaban más balas. Hacia su derecha, Darwin estaba disparando también, finalmente más preocupado en no dejar que los dos se escaparan de lo que lo estaba en herir o matar a su presa. Ninguno de ellos eran tiradores entrenados. Incluso en un buen día, todo lo que podían hacer era apuntar y tirar del gatillo; no era como si usualmente les importaba si le daban a algo o no. Sólo el miedo a un arma, el miedo a ser baleado, era por lo general suficiente para hacer que la gente hiciera lo que querían, y cuando le disparaban a alguien, siempre era tan de cerca que no había manera de que fallaran. Nunca antes habían necesitado más de una bala o dos, tal vez tres, para conseguir lo que querían. En unos cuantos segundos, Darwin se había quedado sin municiones. Se detuvieron, inseguros de lo que harían ahora. Pasearon sus haces de luz alrededor, pero no podían ver nada más que troncos negros de árboles, sotobosque, y hielo. Bueno, ¿no era genial? Aquí estaban ellos, parados en el bosque, con frío, enfadados, y efectivamente desarmados. Para completar, la perra de Lorelei se había vuelto a escapar. Además, había un montón de sonidos en el bosque y ninguno parecía estar viniendo del venado humano. Un hormigueo de advertencia subió por la espina de Niki. Sin balas no se sentía tan confiada como lo había estado sólo unos minutos antes. Tal vez ésta no había sido tan buena idea. Además, ya estaba en la bajada de su último chute de metanfetaminas, y necesitaba otro lo más pronto posible. Se sentiría mejor entonces. —Olvídalo,dijo con enfado. —Regresaremos a la casa y nos calentaremos, y en la mañana cuando salga el sol y derrita el hielo del camino, podemos irnos de aquí. —¿Pero qué hay de Lorelei?preguntó Darwin, gimiendo como un niño al que se le acababa de caer su cono de helado en la arena. Niki aplastó el surgimiento de sus celos. —Tu perra Lorelei y su amigo se van a congelar hasta la muerte aquí fuera.Con su inútil arma, hizo señaló hacia la profundidad del bosque. Estaba tan oscuro, y mierda, ahora que la cacería había perdido su atractivo, el frío estaba empezando a filtrarse verdaderamente a través de su abrigo. —Pero… —¿Quieres seguir buscando? Bien. Adelante. Yo me regreso a la casa y voy a disfrutar por mi cuenta. —Sólo cinco minutos más de buscar alrededor y…Hubo un leve crujido detrás de ellos. Darwin se quedó quieto. El haz de su linterna danzó a través del piso oscuro del bosque. — ¿Escuchaste eso?
Demasiado tarde, Niki dijo, —¡Apaga la luz!Tanteó con las manos frías enguantadas para presionar el interruptor de la linterna que tenía para apagarla, pero fue demasiado tarde. En el haz de luz de la linterna de Darwin, vio la rama de árbol larga y gruesa que se balanceó por detrás, como un bate de baseball apuntando a un lado de su cabeza.
Capítulo 8 Gabriel hizo que se detuvieran detrás de otro árbol grande. —Quédate aquí, y no muevas ni un músculo,susurró. Se alejó y ella casi se abalanzó para agarrar su chaqueta y hacerlo regresar. Ella no iba deliberadamente hacia el peligro, huía de éste; eso es lo que tenía sentido para ella. Pero Gabriel era militar, y su entrenamiento no era sólo ir hacia el peligro, sino neutralizarlo también. El corazón se le subió a la garganta y se quedó atorado allí, sabiendo que estaba arriesgando su vida. Todos sus instintos le gritaban que lo detuviera, rogarle que no la dejara, retenerlo allí y mantenerlo tan seguro como fuera posible. Se mordió el labio hasta que el sabor metálico de la sangre tocó su lengua. Tenía que hacer exactamente lo que le había dicho, o estaría poniéndolo en un peligro mayor. Gabriel se agachó lenta y silenciosamente, sus manos barriendo el suelo a su alrededor. Levantó una vieja rama caída que tenía casi tres pies de largo y la sopesó, entonces la descartó silenciosamente y comenzó a tantear por otra. Lolly trataba de vigilar a Niki y Darwin por él, de manera que pudiera advertirlo si se acercaban. Ellos se habían detenido, y por la agudeza de sus voces, parecían estar discutiendo, aunque no podía distinguir cada palabra. Echó un vistazo hacia Gabriel, y él ya se había marchado. Asustada miró en todas direcciones, pero no podía verlo. Había desaparecido en la lluvia y la oscuridad. Pero si no podía verlo, entonces era probable que Niki y Darwin tampoco pudieran… excepto por aquellas malditas linternas. Tal vez podría llamarles la atención hacia ella—No. Descartó la idea tan pronto se le ocurrió. Gabriel le había dicho que no se moviera. Si lo hacía, no sólo no tendría idea de donde estaba ella, sino que en la oscuridad no sería capaz de distinguirla de los tipos malos. Gabriel McQueen estaba de cacería, y no quería ponerse en su camino. Las sombras eran profundas bajo los árboles, pero la cubierta helada en los árboles y las ramas parecían darles un leve brillo, reflejando la luz de las linternas que Niki y Darwin ondeaban alrededor. Las linternas señalaban sus posiciones tan exactamente como si estuvieran enfocados por las luces de un escenario. Había una incandescencia alrededor de ellos, como si el aire estuviese lleno de partículas de hielo. La escena hubiese sido impresionantemente bonita si no hiciera tantísimo frío, y no estuviera tan jodidamente asustada. Entonces vio a Gabriel, levantándose detrás de Darwin, cada paso tan lento y cuidadoso como el de un gran felino acechando a un antílope. Lolly permaneció congelada en su sitio,
temerosa de moverse, con miedo de que si hacía un ruido pudiera distraerlo. Gabriel levantó su garrote improvisado como un bate de baseball. Él todavía estaba muy detrás, fuera del círculo de luz, pero si Niki o Darwin miraban alrededor con seguridad lo verían. La postura que tomó le hizo recordar cuando lo veía jugar al baseball en la preparatoria, todos esos años atrás cuando él había sido joven, delgado y malditamente arrogante. Había hecho más de un ‘home run’; se veía listo para hacer uno ahora. El corazón de Lolly latía con fuerza. Estaba tentada de taparse los ojos con las manos, de esconderse de la realidad como una niña de dos años jugando a las escondidas, pero tenía que observar. Tenía que saber qué estaba sucediendo. Si fuese una apostadora pondría todo lo que tenía a favor de Gabriel. Pero nada en la vida era seguro, ni siquiera Gabriel McQueen, y esta noche sus vidas pendían de un hilo. Abruptamente Niki gritó algo y apagó su linterna. Darwin no fue tan rápido, y Gabriel avanzó un paso, dando el golpe, sus brazos musculosos balancearon la rama tan rápido que ésta hizo un sonido silbante. Darwin dejó caer su linterna y se agachó. En vez de un golpe sólido, la rama rebotó en su cabeza, y con un gruñido como el de un animal, Darwin se giró y saltó sobre Gabriel. Gabriel no podía volver a golpear porque Darwin estaba demasiado cerca, de manera que agarró la rama por los extremos y la usó como una barra, dando golpes cortos y duros con los extremos y haciendo movimientos rápidos para bloquear los golpes salvajes que le arrojaba Darwin, golpeando a Gabriel con la pistola. La linterna que Darwin había dejado caer rodó hacia un lado, apuntando hacia otro lugar lejos de ellos, de modo que no eran más que una enorme sombra. Gabriel era más alto, más musculoso, pero Darwin todavía estaba con una dosis de metanfetaminas y era insensible al dolor. Él lanzó una fuerte patada a la parte de atrás de la rodilla de Gabriel y Gabriel cayó, pero arrastró a Darwin con él. ¿Dónde estaba Niki? Lolly se dio cuenta de que ya no podía ver a la mujer y miró salvajemente alrededor, medio esperando que Niki saltara desde la oscuridad hacia ella, o que acudiera en defensa de Darwin, pero… no Niki. O había aprovechado la oportunidad para huir, o estaba esperando el momento, buscando una apertura para dispararle a Gabriel o golpearlo en la cabeza. Lolly no podía decir cuál de los hombres, que estaban rodando maldiciendo y gruñendo en el suelo, era Gabriel y cuál era Darwin, así que probablemente Niki tampoco podría. Abruptamente Lolly se dio cuenta de que estaba demasiado lejos para ayudar a Gabriel si Niki atacaba. Sin ponerse a pensar en que probablemente podría salir herida o muerta por sus esfuerzos, imitó a Gabriel y tanteó por el suelo hasta que encontró un palo para sí misma, una rama rota que había caído recientemente y por lo tanto todavía no se había podrido. No era tan pesada como la rama de Gabriel, pero era mejor que nada. Sin preocuparse por permanecer quieta, Lolly se apresuró hacia la pelea. ¿Dónde estaba Niki? Lolly agarró la linterna caída y frenéticamente iluminó alrededor, tratando de localizar a la mujer. Si estaba allí, estaba escondida detrás de un árbol o un arbusto. Podría estar
detrás de ellos, a la izquierda, a la derecha, en cualquier parte… incluso caminando de regreso a casa. Lolly sólo había visto las dos armas, pero eso no significaba que no hubiera más—tardíamente se dio cuenta que el hecho de que Darwin estuviera tratando de golpear a Gabriel con la pistola en vez de dispararle significaba que ya había disparado todas las balas de la pistola y no tenía más, al menos aquí. ¿Niki también se había quedado sin balas? ¿Estaba escapando para conseguir más, o simplemente huía? No había manera de saberlo. Lolly echó un rápido vistazo a la pelea. Darwin le había quitado el gorro tejido a Gabriel y estaba tratando de darle un cabezazo en la cara. Rápida como un rayo, se lanzó hacia ellos y golpeó a Darwin en la cara con su palo, el cual no era lo suficientemente grande para detenerlo pero atrajo brevemente su atención hacia ella. Gabriel aprovechó ese breve momento de distracción para golpear a Darwin en la cara con su puño enguantado. El sonido fue enfermante, pero Darwin no pareció notarlo. Gabriel era más grande, más musculoso; debería haber sido capaz de derrotar a Darwin en cuestión de segundos, pensó Lolly, y entonces recordó cuánto podía enloquecer a la gente la metanfetamina. Había leído reportajes de consumidores de metanfetamina que habían sido baleados varias veces por la policía y quienes no sólo no habían caído, sino que siguieron atacando. Darwin peleaba como un hombre poseído, sonidos de una rabia maniática gruñían en su garganta como un animal. Nunca había visto una verdadera pelea antes, sólo la versión escenificada de Hollywood, nunca se dio cuenta de lo mucho más sucia y ruidosa que era. Esto no era enfrentarse cara a cara y aporrearse, esto era patearse, tirar puñetazos e insultarse y cualquier otra cosa que los dos combatientes pudiesen hacer para hacer daño al otro. Había gruñidos y maldiciones, los sonidos nauseabundos de puños enguantados contra carne, el suelo helado crujiendo bajo ellos. Sus gruesos abrigos de invierno prevenían cualquier daño significativo a sus cuerpos, prolongando la pelea y aumentando las probabilidades de que Darwin pudiese dar un puñetazo afortunado de chiripa. Tal vez podría ayudar. Lolly se acercó más, levantando su palo de manera que estuviese preparada para golpear si se presentaba la oportunidad, pero estar sosteniendo la linterna le entorpecía porque tenía sólo una mano libre para sostener el palo. No podía preocuparse por Niki; la mujer estaba allí o no estaba. Todo lo que podía hacer ahora era ayudar a Gabriel de cualquier forma que pudiera. Los hombres aferrados rodaron casi fuera de la luz, y cuando se detuvieron Darwin estaba encima. Retiró su mano hacia atrás y había algo en ella. Lolly no titubeó, no trató de identificar lo que sostenía; simplemente saltó hacia adelante, balanceando el palo con todas sus fuerzas, y comenzó a tratar de sacarle la mierda al hombre que había tratado de violarla. Soltó la linterna, agarró el palo con las dos manos, y lo golpeó una y otra y otra vez, en la cabeza, los hombros, cualquier sitio que pudiera alcanzar. Con un aullido él se abalanzó hacia ella. Se tambaleó hacia atrás, un terror enfermizo explotó en su estómago, en su pecho. Sus pies se deslizaron hacia un lado y cayó al suelo,
Darwin se tiró encima de ella y sus manos agarraron su garganta. Comenzó a apretar. Y entonces ya no estaba, lo habían levantado de encima de ella como si fuera un niño. La expresión de Gabriel era fría y fiera mientras martilleaba la cara de Darwin con su gran puño derecho una y otra vez. Darwin estaba demasiado aturdido por los golpes para pelear; puso sus brazos delante de su cara para protegerse y comenzó a sollozar. —No me hagas daño, hombre, no me hagas daño,suplicaba él. —Yo no te he hecho nada a ti, ¿verdad? ¿Huh? ¿Qué te hice? Lolly luchó para sentarse, mirándolo con incredulidad. Había cambiado de un animal furioso a un patético perdedor en unos segundos. —Cierra la puta boca,gruñó Gabriel, respirando con fuerza. Le puso los brazos atrás, empujándolos hacia arriba, y miró alrededor por algo para asegurarlos. —Quítale los cordones a sus botas,le dijo a Lolly. No quería ni acercarse a Darwin, no quería tocarle de ninguna forma, pero se obligó a medio gatear hacia donde Gabriel lo sostenía, cuidando de permanecer a un costado para que no pudiese patearla en la cara. Cautelosamente comenzó a sacarle los cordones de cuero. Estaban mojados y difíciles de manipular, y tenía que usar ambas manos. La cabeza de Gabriel giró mientras miraba alrededor. Todavía estaba respirando fuerte y rápido, y su expresión… estaba verdaderamente enfadado, por decirlo suavemente. — ¿Adónde se fue la otra?le preguntó a Lolly. Había una nota salvaje en su tono. —No lo sé,contestó. Ella misma estaba respirando con fuerza, y se detuvo un momento para hacer varias respiraciones profundas. —Apagó su linterna, y supongo que huyó. No la he visto desde entonces. Gabriel volvió su atención a un Darwin lloroso. Tiró de los brazos de Darwin más fuerte y más alto, poniendo una presión agonizante en las cuencas de los hombros. —¿Tienes más municiones o armas en la casa? —No,dijo Darwin, sacudiendo la cabeza. —Lo juro, no tenemos. ¡Amigo, por favor, me estás arrancando los brazos de los hombros! —Yo no soy tu jodido amigo,dijo Gabriel. —Y si me mientes, te arrancaré los brazos y te golpearé con ellos hasta matarte, ¿lo captas? —¡No estoy mintiendo!chilló Darwin. Los mocos le chorreaban por ambos lados de la nariz, goteando en su boca. —Niki y yo, sólo tenemos las dos pistolas y las balas que hay en ellas. Eso es usualmente suficiente. ¡Ow! ¡Ow! ¡Para, por favor, para!
Usualmente suficiente. Lolly se preguntó cuántos hogares habían invadido Niki y él, a cuántas mujeres había hecho daño, violado, asesinado. En lo profundo del bosque, hubo un crujido repentino tan fuerte como un disparo, seguido por un estrépito y un ruido sordo. Por un momento de pánico puro Lolly pensó que Darwin había estado mintiendo y que Niki sí tenía otra arma, pero entonces cayó en la cuenta de lo que había ocurrido: las ramas estaban empezando a ceder bajo el peso del hielo. —¿Qué demonios fue eso?inquirió Darwin, un nuevo temor en su temblorosa voz. Ni Lolly ni Gabriel se molestaron en decirle lo que estaba sucediendo. —¿Ahora qué?preguntó ella, levantando la mirada hacia Gabriel antes de volver su atención hacia los cordones de las botas de Darwin. No sabían en donde estaba Niki; Darwin estaba desarmado, dentro de poco estaría amarrado, pero no era como si pudiesen llamar al sheriff y tener a su prisionero recogido y encarcelado en cuestión de minutos. No quería pasar la noche en la misma casa con él, ni siquiera si Gabriel lo ataba como a un cerdo y lo amordazaba, y no creía que pudieran arreglárselas para bajarlo de la montaña esta noche. Con las ramas ya empezando a caer, era demasiado peligroso ir a ninguna parte esta noche. Gabriel abrió la boca para contestar y Darwin de pronto se arrojó hacia atrás en un movimiento convulsivo que hizo perder el equilibrio a Gabriel, y liberó sus brazos del agarre de Gabriel. Con un rugido inhumano fue tras Lolly. Arrodillada como estaba, no tuvo la oportunidad de echar a correr. Él le dio un tremendo empujón; la golpeó con una fuerza tal que la dejó sin aire en los pulmones, y se dio la cabeza con fuerza contra la tierra congelada. Ella escuchó como si algo se rasgara mientras se deslizaba a través del terreno helado y áspero, y entonces él estaba encima de ella tratando de estrangularla otra vez. Gabriel recuperó el equilibrio y se abalanzó sobre Darwin, agarrándolo con ambas manos del cuello de su abrigo y sacándolo de encima de Lolly, arrojándolo hacia un lado. Darwin se puso de pie, y volvió a venir hacia ellos. Gabriel pivoteó, plantó un pie, y empujó su codo hacia atrás hundiéndolo en la cara de Darwin. Hubo un crujido nauseabundo, y Darwin de pronto se desmadejó, su cuerpo extrañamente flojo mientras se desplomaba en el suelo. Sus ojos estaban abiertos con la mirada fija, y de su nariz salían dos hilillos de sangre. GABRIEL LE DIO un breve vistazo. —Está muerto.Su tono no revelaba ni una pizca de arrepentimiento. El codo hacia la nariz, hundiéndola y enviando fragmentos de hueso al cerebro, no había sido algo accidental. En lo profundo del bosque otra rama renunció a la vida con un seco crujido, y se precipitó
al suelo. Pisándole los talones cayó otra, ésta mucho más cerca. Lolly todavía seguía en el suelo, sus ojos enormes pozos oscuros en un rostro casi blanco, mirándolo. Él se inclinó y la agarró del brazo, poniéndola de pie. —Tenemos que regresar a la casa,dijo. —No podemos continuar ahora, no con las ramas que ya están cayendo. Ella asintió solemnemente, pero preguntó, —¿Y qué hay de Niki? Ese es su nombre,le explicó en un tono vago. Señaló el cuerpo en el suelo. —Su nombre es Darwin. Era Darwin.Una leve nota de satisfacción se filtró en su voz. Mirando alrededor, como buscando a la mujer desaparecida, ella añadió, —Ella podría estar en la casa. —Tal vez,dijo Gabriel sombríamente. —Si es que está, yo lo manejaré. Por lo que este cabrón dijo, no tienen más municiones. Si no regresa a la casa, si está por aquí en alguna parte… puede morirse congelada, para lo que me importa. Aun así, Lolly se quedó ahí parada, y él suavizó su tono. —Lolly, no tenemos otra opción.Se agachó y recogió la linterna que Lolly había dejado caer, así como la pistola vacía de Darwin. La pistola la deslizó dentro del bolsillo delantero de sus pantalones. Su propia linterna estaba todavía en el bolsillo de su abrigo; usaría la otra hasta que se le acabara la batería, ¿porque quién sabía cuánto tiempo se quedarían en la casa antes de que limpiaran el camino? Si la electricidad en la casa todavía no se había ido, lo haría pronto. —Lo sé,dijo ella, en voz baja. Dios, estaba helado. Su gorro tejido se le había salido y esa maldita lluvia miserable había formado cristales de hielo en su pelo. Ni siquiera su buen equipo para el tiempo frío podría mantener su cuerpo caliente cuando estaba perdiendo tanto calor a través de su cabeza descubierta. Tembló convulsivamente, pero se forzó a concentrarse. Podía ver que los pantalones de Lolly estaban oscuros por la humedad desde la mitad del muslo hacia abajo, humedad que también le quitaría todo el calor a su cuerpo. Tenían que secarse. Tenían que calentarse. El esfuerzo excesivo de la pelea lo había calentado mientras estaba sucediendo, pero ahora la bajada lo estaba dejando incluso más frío, y Lolly podía estar en peor forma porque no tenía ni la masa muscular que él tenía ni la experiencia en lidiar con las secuelas de una quemadura de adrenalina. La hizo girar hacia la casa, con su brazo detrás de su espalda, urgiéndola a avanzar. — ¿Estás helada?preguntó él, aunque sabía que lo estaba. —Lo estaba,dijo ella. Sonaba exhausta. Había esperado eso; era normal. —Sin embargo, no creo estarlo ahora. Pero no puedo sentir mis pies. Él se estremeció nuevamente, su cuerpo tratando de generar algo de calor, y de pronto se
dio cuenta de que Lolly no estaba temblando. Mierda, eso no era nada bueno. Ella estaba aguantando hasta ahora, pero tenía que conseguir llevarla a la casa lo antes posible. Dejó el cuerpo de Darwin allí; la otra opción era llevárselo con ellos, pero tenía que dedicar la energía que le quedaba a sacarlos, a sí mismo y a Lolly, de este maldito bosque y subir de regreso hacia la casa. Con precaución caminaron de regreso por el pavimento. Tenían que mantenerse en el borde de las malezas en donde por lo menos tendrían más seguridad para andar, lo que significaba que estarían debajo de los peligrosos árboles helados que se inclinaban hacia el camino, pero no tenían otra elección porque el camino era la manera más rápida de subir. Si se encaminaban por el bosque o iban por el camino, tenían que enfrentar la posibilidad de ser aplastados por una rama, así que era mejor permanecer el menor tiempo posible debajo de los árboles. Mantuvo su brazo alrededor de Lolly, empujándose a sí mismo así como a ella. Ella no sabía lo cerca al límite que estaba él, cuánto esfuerzo le costaba caminar, pero quería que no se enterara. Había sido una buena compañera hasta el momento, ¿pero quién sabía cuál era su punto de quiebre? No pensaba que ella se rindiera, pero ahora no era el momento para averiguarlo. Hizo que su voz sonara a propósito firme y sin emoción. —Hoy más temprano, antes de que yo llegara a la casa… ¿Darwin te hizo daño? El esperaba un —Noinmediato el cual él no creería, o un angustiado —Síque haría que quisiese regresar a donde estaba el cuerpo y volver a matar al hombre, pero Lolly vaciló antes de responder. —El trató. El casi…Su voz se quebró y trastabilló. Gabriel se detuvo, haciéndola parar en seco, y le dio la vuelta a la linterna para poder ver su expresión. Su cara estaba blanca, aterida de frío. El poncho se había torcido, y se le habían formado cristales de hielo en el pelo, igual a los que se le habían formado en el suyo. Pero su mirada estaba más firme ahora, aun cuando sus labios estaban azules. Enmarcó su cara en la mano enguantada que no sostenía la linterna. —Él no te hará daño ahora. Su respuesta fue un asentimiento, y a pesar de las terribles circunstancias, fue alivio lo que cambió su expresión. —Sí, lo sé. Mataste su culo.Hizo una pausa, luego añadió, — Gracias. Buen trabajo. Casi se rio. Tranquilizado, comenzó otra vez la caminata. Ella iba a estar bien. Pirulera estaba demostrando ser un hueso duro de roer. Continuó dándole apoyo mientras subían la colina, con un paso lento y cauteloso a la vez. Se mantuvo alerta, vigilando y escuchando por si la mujer, Niki, estaba cerca, pero todo lo que podía oír era el viento y los crujidos de las ramas de los viejos árboles cubiertos de hielo.
Capítulo 9 Niki luchó por ponerse de pie. Cuando ese hombre había aparecido desde la oscuridad como un demonio o algo así y atacó a Darwin, su instinto de supervivencia la había hecho correr como alma que lleva el diablo, sin pensar para nada en ayudar a Darwin. Había estado mirando por sobre su hombro en lugar de prestar atención hacia donde se dirigía, y había pisado una depresión poco profunda. Inmediatamente sus pies ya no la sostuvieron y había caído fuertemente sobre su espalda, lo suficientemente fuerte como para haber tenido que quedarse echada por un minuto, demasiado aturdida para moverse. Cuando había sido capaz de sentarse, simplemente se quedó allí sobre el suelo congelado, mirando cómo peleaban Darwin y el hombre. Ya no tenía balas, así que no podía hacer ni un carajo para ayudar a Darwin. Lo mejor que podía hacer, pensó, era encargarse del número uno; no era como si Darwin hubiese corrido para ayudarla a ella, si la situación hubiese sido al revés. No podía ver mucho, debido a los árboles y a que la linterna había rodado cuando Darwin la dejó caer, pero mientras observaba la pelea pensó que tal vez Darwin podía terminar herido. El hijo de puta que había rescatado a Lorelei era un tipo grande. También pensó que tal vez Darwin podía ganar la pelea, porque él era mucho más fuerte de lo que parecía y peleaba sucio. Esta era una de esas situaciones espera y mira, aunque no quería esperar por mucho tiempo. Si las cosas empezaban a ponerse malas para Darwin, lo mejor sería que cuidara de sí misma. Tenía que volver a la casa, agarrar el hielo que habían dejado sobre la mesa de café… necesitaba un poco ahora, en este momento. Eso la haría sentir muchísimo mejor, librarse de esa sensación de ansiedad. Pero debía de haberse quedado tonta al golpearse en la caída, porque todavía estaba un poquito mareada. No sería inteligente levantarse demasiado pronto y volver a caerse, y hacerse daño de verdad. Se quedaría allí sentada por otro minuto o más, vería qué pasaba con Darwin. Tal vez podría verlo matar al tipo grande. Así que se sentó muy quieta, aun cuando el suelo estaba tan frío que la sensación pasaba a través de su ropa como un cuchillo afilado, aun cuando se le mojó el trasero, y entonces vio cómo Lorelei Helton vino corriendo de la oscuridad, con un palo en alto, y golpeó a Darwin en la cabeza. Eso no lo desaceleró mucho, pero lo distrajo, y de pronto Niki supo que esto no iba a terminar bien para Darwin. Dos contra uno, simplemente no era justo. Entonces Lorelei empezó a golpear a Darwin con el palo, una y otra vez, whap, whap, whap. Él había tenido abajo al tipo grande, pero dejó que Lorelei llegara a él, y se volvió hacia ella. Niki cerró los ojos disgustada. Darwin nunca podía planear algo que valiera la pena. Eso dejó libre al tipo grande, lo cual era algo tan jodidamente estúpido, y entonces
desde luego que la pelea terminó y Darwin estaba lloriqueando de esa manera que le ponía los nervios de punta. Todo lo que podía hacer era sacudir la cabeza. No podía ayudarlo, no tenía nada excepto una pistola vacía. Darwin estaba por su cuenta en esto, el idiota estúpido. La cabeza la sentía mejor, el mareo había disminuido. Silenciosamente, mientras estaban ocupados con Darwin, se puso de pie y comenzó a alejarse. El sonido de la lucha renovada la hizo detenerse y volver a mirar, y vio al hombre grande hundir su codo en la cara de Darwin, vio la forma en que Darwin cayó al suelo como un saco de piel vacío, y supo que estaba muerto. Había visto suficientes muertos para reconocer cómo caían, como si de pronto sus huesos se hubiesen vuelto pulpa. Nunca había podido depender del gilipollas, y ahora había ido y se había hecho matar. Cuidadosamente, tan silenciosamente como le era posible, se abrió camino hacia el bosque. Dos veces hubo crujidos realmente fuertes y se asustó como la mierda hasta que imaginó lo que había ocurrido. Las ramas se estaban cayendo de los malditos árboles. A su alrededor las ramas de los árboles caían bajo el peso del hielo; una de ellas podría caerle encima, en cualquier momento. Esta mierda era espeluznante. Cuando alcanzó el camino, estaba tan aliviada de haber salido de ese maldito bosque que se olvidó del hielo y trató de correr. Sus pies se resbalaron y cayó con fuerza sobre sus rodillas. El dolor era insoportable. Niki soltó algunas maldiciones mientras se ponía de pie lentamente. Permaneció inclinada por un momento, sobándose las rodillas, hasta que pensó que podía volver a caminar. Esta vez se arrimó al desnivel, lo que quedaba de éste, en donde tenía mejor tracción, y continuó subiendo la colina más lentamente. El frío, la oscuridad, el lamento del viento, el espeluznante hielo… todo esto la rodeaba, y se dio cuenta de cuán sola estaba, cuán horriblemente sola, sin nadie hacia quien volverse. Darwin no había sido mucho, pero al menos había estado ahí. Ahora estaba muerto, porque ese hombre grande era un bastardo asesino. Estaba muerto, ella estaba sola, y estaba superada en número. Lo positivo era que ahora el Blazer le pertenecía. No era como si Darwin pudiera volver a necesitarlo. Mientras caminaba, Niki se enfadaba más y más. Si no hubiese sido por esa perra de Lorelei, Darwin podría haber ganado la pelea, y en vez de estar caminando de regreso a la casa sola, tendría a Darwin a su lado. Ellos se calentarían, tomarían algo de metanfetamina para celebrar su victoria, y tal vez follarían en la cama de Lorelei. El hielo le acribillaba la cara, y eso no le gustaba. Estaba tan jodidamente frío aquí afuera, y todo había salido mal. ¡Todo! Simplemente deberían haber robado la tienda de comestibles esta tarde y haber salido pitando del pueblo. Nada había salido bien desde el momento en que había visto a la Srta. Perra Lorelei en su elegante Mercedes. Captó un hilo de voz en el viento y se dio la vuelta para mirar hacia el largo y sinuoso camino de entrada. Lorelei y el tipo grande estaban detrás de ella, caminando de regreso a
lo que probablemente pensaban que era algo seguro. Por un momento vio un destello de luz, y luego desapareció. Como ella, se mantenían en el costado del camino permaneciendo en la oscuridad. Se le ocurrió una idea, y lentamente comenzó a sonreír, aun cuando una ráfaga de viento punzante le dio de lleno en la cara. Si las cosas cambiaban para bien, cuando se fuera de aquí estaría conduciendo ese Mercedes en vez de ese pedazo de mierda de Darwin, el viejo Blazer, y aquellos dos desearían no haberse enredado nunca con ella… por poquito tiempo, de cualquier manera, porque luego no volverían a desear nada nunca más. —Tan pronto como demos vuelta a esta curva, deberíamos ver las luces,dijo Lolly. Gabriel no sabía si le estaba dando ánimos a él, o a sí misma. Laboriosamente siguieron adelante, rodearon la curva, y ella se detuvo mientras buscaba en la oscuridad el faro de la luz del porche que los incentivaría a continuar andando, para alcanzar el calor y la seguridad de la casa. No había nada. La oscuridad era absoluta. —Se fue la electricidad,dijo ella. —Sí.Gabriel la urgió a seguir adelante, propulsándola literalmente con su brazo. No estaba sorprendido por la pérdida de electricidad, aunque deseaba que al menos hubiesen regresado antes de que las líneas cayeran. Ir hacia una casa caliente, brillantemente iluminada era más un estímulo psicológico que ver tan sólo oscuridad al final del camino. Necesitaba algo además de su propia fortaleza para hacerlos continuar, porque estaba quedándose rápidamente sin fuerzas. Lolly estaba avanzando más despacio, sus pasos se hacían más pesados y más laboriosos; estaba preocupado porque ambos habían perdido coordinación. El frío estaba minando la fortaleza de Lolly. Estaba por agotarse, pero él no podía permitirle detenerse, no cuando estaban tan cerca del refugio. Refugio significaba supervivencia, y no se podía permitir pensar en otra cosa. Estabilizó a Lolly, se aseguró de que continuaran avanzando, y al mismo tiempo mantenía la vigilancia por Niki, quien por lo que él sabía, no era menos letal de lo que su amigo lo había sido. Sin un arma, ¿aún trataría ella de vencerlo? La experiencia con los adictos a la metanfetamina le decía que sí lo intentaría. Podría tratar de pasar por encima de él, llegar a Lolly. Incluso una pistola vacía podía matar, si golpeabas a alguien en la zona vulnerable de la sien con ella. Lolly estaba protegida por todas las cosas que se había atado sobre la cabeza, pero eso no era garantía de que no pudiese ser herida o asesinada. LOGICAMENTE, NIKI PODRIA darse cuenta de que necesitaba refugio tanto como ellos. Ya podría estar en la casa, esperando por ellos. La electricidad podría no estar cortada; podría haber apagado las luces, de manera que tendría la ventaja de la sorpresa. No podía permitirse asumir que estuviera afuera en el frío, o dentro de la casa; tenía que esperar cualquier cosa, todo, y no hacer suposiciones que podrían demostrar estar equivocadas y agarrarlo desprevenido. Hasta que no supiera de Niki, no bajaría la guardia.
La noche continuó siendo salpicada por las secas réplicas de las ramas y los árboles quebrándose. El sonido no era constante, pero tampoco acababa. Ninguno de los árboles cercanos al camino había caído, no todavía, pero lo harían, y pronto. Por ahora lo peor de las caídas era en lo profundo del bosque, en donde los árboles habían sido desatendidos por una eternidad. Al menos los que bordeaban el camino habían sido podados ocasionalmente. —Supongo que no hay madera cortada para la chimenea apilada en la puerta trasera,dijo él, tratando de distraer a Lolly, tratando de animarla a que imaginara la comodidad que la esperaba más adelante. —Madera no,dijo ella, jadeante por el esfuerzo para seguir avanzando. Él se contrajo, dándole un beso de despedida al sueño de un buen fuego, entonces ella continuó, — Cambiamos a gas años atrás. Todavía mejor. —Aleluya. ¿Estufa de gas, también? —Sí. —¿Calentador de agua? —Uh-huh. Esto era un alivio, uno enorme. Tendrían algunos medios para calentarse, y podrían pasar una noche relativamente cómoda. —No falta mucho por caminar, Lolly, y tendremos un techo sobre nuestras cabezas, calor, incluso algo de comida. —¿Qué pasa si ella está allí?preguntó Lolly, con el terror en la voz. Obviamente sus pensamientos habían estado corriendo en la misma dirección que suyos. Gabriel se encogió de hombros. preocupado.
Estaba aparentemente tranquilo,
interiormente
—Si Niki está allí, lo manejaré. Lo prometo. Ella asintió, pero no parecía estar completamente convencida. ¿Quién podía culparla? La suya no era una buena situación, entre el clima, la oscuridad, y la loca que podría salir disparada del bosque sin advertencia, o salir de cualquier armario o de debajo de la cama. Por encima de ellos, un motor grande arrancó abruptamente. Gabriel levantó la cabeza al escuchar el sonido. —Bueno, ya sabemos en donde está Niki,murmuró él.
Lolly se acercó más a él. —Sí.Sonaba nerviosa y cautelosa. ¿En realidad Niki era lo suficientemente estúpida o estaba lo suficientemente drogada como para tratar de conducir colina abajo? No estaría arrancando el Blazer tan sólo para calentarse, si todo lo que tenía que hacer era entrar en la casa. ¿Por qué revelar su posición así? El sonido del motor cambió, y se puso en marcha. Los faros delanteros se encendieron, cortando a través de la oscuridad, atrapando en sus haces de luz la niebla casi etérea y haciéndola resplandecer. NIKI SONRIO. EL Blazer estaba cubierto de hielo y sólo el abrir la puerta había sido una putada, pero se las había arreglado. Estaba sola, no tenía balas, pero Lorelei Helton y su tipo grande con el palo no tenían ninguna oportunidad contra el Blazer. Los iba a atropellar como los perros que eran. —Por Darwin,dijo ella, poniéndose llorosa al recordar las millas que habían cubierto juntos en este Blazer. Tal vez no había sido perfecto; tal vez la había engañado unas cuantas veces. Pero a pesar de todo, había sido suyo, y ahora se había ido. Darwin, se fue. No podía creerlo. Aceleró el motor y se dirigió hacia la colina y al centro del estrecho camino de entrada. La parte trasera del Blazer inmediatamente empezó a deslizarse alrededor y luchó con el volante para tomar el control, el cual ganó, y perdió, y volvió a ganar. Al menos estaba en la dirección correcta. Apenas estaba saliendo del patio cuando las luces delanteras iluminaron a sus blancos, allí al costado del camino. Los dos asesinos estaban parados uno al lado del otro, muy juntos, mirando estúpidamente hacia arriba de la colina, mirándola a ella. No se daban cuenta de lo que había planeado. Probablemente pensaban que estaba huyendo, que era una cobarde que se rendiría y los dejaría ganar, una cobarde que no los haría pagar por lo que habían hecho. Entonces el tipo grande pareció caer en la cuenta de lo que planeaba hacer, porque cargó a Lorelei y saltó con ella hacia la línea de los árboles. Una bruma sangrienta de rabia cubrió la visión de Niki. No había una maldita manera en la que ella pudiese fallar ahora, como si unos pocos árboles pudiesen detenerla. Tenían que pagar. Tenían que pagar por matar a Darwin; Lorelei tenía que pagar por burlarse de ella escapándose por la ventana del segundo piso; tenía que pagar por provocar a Darwin hasta que no pudo pensar en nada más excepto en meterse en sus bragas. Los atraparía y los estrellaría contra un árbol, presionando sus cuerpos allí, y se reiría mientras morían en agonía. Quería eso. Quería eso tanto como quería su siguiente dosis. La tendría pronto, en sólo unos cuantos minutos, tan pronto como se hubiera encargado de esta tareíta.
La pendiente del camino de entrada se inclinó más, bajando hacia la primera curva cerrada. Niki apenas le echó un vistazo al pavimento; su atención estaba en el lugar por donde el tipo grande había entrado al bosque. Giró el volante hacia la izquierda, y todo el Blazer comenzó deslizarse de lado hacia la derecha. Maldiciendo, giró hacia la derecha, tratando de enderezar el vehículo. El viejo Blazer respondió, pero entonces la parte trasera osciló y maldita sea si no se estaba deslizando hacia la izquierda ahora. Con furia luchó por controlar el vehículo. ¿Cómo diablos se suponía que hiciera lo que quería hacer si la maldita camioneta no se enderezaba? ¿Qué de bueno tenía una cuatro por cuatro si no funcionaba en el hielo? Tiró del volante hacia la izquierda, y ambos neumáticos derechos del Blazer se salieron del camino. —¡Mierda!aulló, dándose cuenta de repente de cómo se estaba acercando al fondo, y a la empinada caída del otro lado del camino de entrada. —¡Mierda! El Blazer volvió a asentarse en sus cuatro ruedas; los grandes neumáticos tratando de agarrar tracción pero giraban inútilmente en el hielo. El Blazer se deslizó hacia atrás, entonces lentamente empezó un giro nauseante, girando y girando, ganando velocidad mientras se aproximaba girando hacia la caída inminente. Tuvo el pensamiento totalmente vano de que esto era casi como montarse en las tazas en Disneylandia. Niki dio un grito, de rabia y miedo ante la injusticia de este estúpido hielo, entonces las ruedas del Blazer perdieron contacto con el suelo y cayó en picado por el borde del camino. LOLLY SE AGARRÓ DEL abrigo mojado de Gabriel, observando cómo el Blazer caía abruptamente fuera de la vista. Hubo un breve momento de silencio, y entonces se escuchó un horrible chirrido del metal siendo aplastado y retorcido. —Oh Dios mío,dijo ella conmocionada, luego añadió, —¡Bien!No pensaba que la convertía en una mala persona el hecho de que su primer instinto fuera de alivio. Darwin estaba muerto y Niki acababa de impulsarse por sí misma por el lado de la montaña. Por primera vez en horas que habían parecido tan largas como días, Lolly de pronto se dio cuenta de que el terror había terminado. Estaba a salvo; congelada hasta los huesos, temblando, sacudida de una manera que no había sabido que era posible… pero a salvo. —Quédate aquí,le ordenó Gabriel, mientras sacaba una linterna más grande del bolsillo de su abrigo, la encendía, y avanzaba cautelosamente hacia el camino. Él había sido su roca durante el último par de horas. Todo en ella protestaba al ser separada de él incluso unos cuantos segundos, pero hizo lo que le había dicho. No había punto en que ambos fueran a mirar. Además, apenas podía caminar, estaba tan helada. Todo lo que quería era sentarse y cerrar los ojos. El pavimento inclinado era muy traicionero con hielo. Gabriel se resbaló un par de veces, pero ambas veces se las arregló para recuperar el equilibrio y mantenerse en vertical. Lolly soltó un suspiro de alivio cuando
él alcanzó el otro lado del camino y dirigió su linterna hacia abajo de la ladera de la montaña. Después de un largo rato, regresó por el camino de entrada hacia Lolly. Apagando su poderosa linterna, volvió a meterla en el bolsillo de su abrigo y sacó la linterna más débil que Darwin había dejado caer. —El Blazer está como a cuarenta y cinco metros. Se encontró de frente con un árbol. El árbol ganó. Si Niki no está muerta, está seriamente herida, pero no puedo ir allá abajo para comprobar. Frunció el ceño, porque no le gustaba el no saber con seguridad. Lolly no hubiera pensado que estaba en su naturaleza el sentirse aliviada ante la noticia de que alguien, cualquiera, había muerto; con certeza no estaba en ella estar dispuesta a dejar a una mujer herida en un coche destrozado para que se congelara o que se desangrara hasta la muerte, o al menos había pensado que ella no era así. Darwin y Niki la habían hecho cambiar de forma de pensar acerca de varias cosas. —Gracias a Dios,susurró. Sentía como si el mundo a su alrededor se hubiese calentado un poquito. Su temor de encontrar a Niki esperando en la casa, de que la mujer drogada saltara de detrás de un árbol o apareciera de repente por una esquina oscura, se había esfumado. Quería dejarse caer al suelo y sollozar de puro alivio, pero se conformó con una respiración profunda. Era demasiado pronto para declarar la victoria, porque ella y Gabriel no estaban seguros en la casa. Todavía tenían que batallar con el hielo, y el hielo no tomaría decisiones estúpidas, como tratar de conducir montaña abajo con un clima como éste. El hielo no podría hacer nada, además de existir, pero su existencia reconfiguraba el mundo. —Vamos,dijo él, —vamos a calentarnos.Deslizó su brazo alrededor de ella, sosteniéndola mientras la impulsaba hacia adelante. Sin su ayuda, ella no se hubiese movido. Los primeros pasos fueron un ejercicio doloroso y con falta de coordinación; apenas podía deslizar un pie delante de otro. Sentía como si se hubiese quedado congelada en el sitio, como si no pudiese hacer otra cosa. Gabriel estaba temblando violentamente contra ella; estaba en mejor forma que ella, pero eso no era decir mucho. —¿Necesitas que te cargue?preguntó Gabriel. Se horrorizó ante esa idea. ¿Apenas podía caminar, y pensaba que podría cargarla? — No, estoy bien,dijo. Él hizo un ruido brusco que dejó en claro que no pensaba que ella estuviera bien en absoluto, pero no la levantó a la fuerza para ponerla sobre su hombro. En la oscuridad total, con sólo el haz de luz de la linterna cada vez más débil iluminando su camino, se abrieron paso cautelosamente a través del patio congelado. Lo que nunca había parecido mucha distancia, ahora parecía casi insuperable, pero apenas estaban arrastrando los pies y cada pulgada ganada era pagada con agonía. Finalmente podía muy débilmente distinguir la casa oscura vislumbrándose justo delante de ellos, y sólo entonces realmente creyó que podrían lograrlo. —Lo lamento,dijo suavemente, preguntándose si Gabriel podría siquiera oírla, con el viento
aullando como estaba. El bajó la mirada hacia ella. —¿Qué es lo que lamentas?le preguntó sin rodeos mientras franqueaban las últimas yardas, maniobrando alrededor de su Mercedes cubierto de hielo. Los escalones se alzaban como el Monte Everest. Honestamente no estaba segura de que pudiera subirlos. —Lamento que te vieras atrapado en este desastre. Lamento que hayas tenido que matar a un hombre. Lamento que estés atrapado aquí conmigo cuando sé que preferirías estar en la casa de tus padres con tu hijo. —¿Sabes acerca de Sam?inquirió él, sorprendido. Su voz estaba sin aliento. De alguna manera él no había esperado que supiera nada sobre su vida después de que se graduó de la preparatoria y se unió al ejército. —Me he mantenido al día con las noticias de aquí. Alcanzaron los escalones, y Gabriel agarró la barandilla con su mano izquierda. Su brazo derecho apretado alrededor de ella, y físicamente la subió por los escalones, gimiendo de dolor mientras lo hacía. Entonces estaban en el porche, pero el viento aullante seguía soplando la lluvia sobre ellos de manera que no había mejorado mucho la situación. —Yo no lo lamento,dijo él, soltándola y doblándose hacia adelante tomando aire, recuperando su fuerza.
y
Sin su apoyo Lolly casi colapsó sobre el porche, pero envolvió un brazo alrededor de una columna y se forzó a permanecer de pie. —No te creo. Incluso logró un bufido creíble. —En serio, Piruleta, ¿tú crees que yo estaría feliz sentado en una casa caliente con mi hijo, tomando sopa y bebiendo café al lado del fuego, cuando podría estar aquí arriba congelándome a morir contigo mientras huimos de dos locos adictos la metanfetamina? ¿En dónde está tu sentido de la aventura? —No tengo uno,dijo ella, de pronto jadeando de risa. Se sentía mareada, y no sabía cuánto tiempo más podría mantenerse de pie, pero en este momento lo que él había dicho era la cosa más graciosa que había escuchado nunca. —Y no me llames Piruleta.¿Si había olvidado de algo de ella, por qué no podría haber sido ese horrible apodo? —Piruleta,repitió enseguida, tal cual lo había hecho en la preparatoria. Se enderezó, gruñendo con el esfuerzo, y dijo, —Somos unos idiotas quedándonos parados aquí afuera. Vamos dentro. —Más fácil de decir que de hacer,dijo, y abruptamente sus piernas cedieron y cayó sentada con fuerza en el porche cubierto de hielo.
—No se te ocurra rendirte ahora, Piruleta,gruñó él mientras se tambaleaba hacia la puerta. —No te he arrastrado todo el camino hasta aquí para dejar que te congeles hasta morir en el porche. A ella le atemorizó que el concepto no estaba tan traído de los pelos. Sería tan fácil simplemente acurrucarse en el porche y relajarse, pero sabía que si lo hacía, nunca lograría entrar. El miedo la hizo ponerse sobre sus manos y sus rodillas, pero eso era todo lo que podía lograr. Ni hablar de que pudiese levantarse. Trabajosamente, empezó a gatear hacia la puerta. —Tú sólo consigue abrir la puerta, héroe,dijo, —y yo haré el resto del camino. Hubo un sonido horrible como el de un disparo en el borde del bosque, y un árbol de dieciocho metros de alto se quebró en la base, estrellándose contra el suelo con una fuerza que pareció hacer traquetear el mundo entero. Se quedaron inmóviles por un breve segundo, entonces Gabriel se dio la vuelta para manipular el pomo de la puerta y Lolly reanudó su lento y torpe gateo. No habría sobrevivido esta noche si no hubiese sido por Gabriel. Ya podría estar muerta, tiroteada o congelada, o aplastada debajo de un árbol cubierto de hielo. Podría haber tenido una muerte violenta, sus últimas horas pasadas con terror y dolor, sus últimos pensamientos los de un hombre intentando violarla, y tal vez consiguiéndolo. Y quién lo hubiese sabido, tan pronto como el peligro había pasado, ellos empezaron a discutir. Algunas cosas nunca cambiaban. Sin embargo, el sentido de su disputa había cambiado. No estaba enfadada, no estaba alterada. Discutir con Gabriel tenía una sensación de comodidad, casi como llegar a casa. Casa. Realmente estaba en casa. Todo lo que tenía que hacer era entrar, y estaría a salvo. Ya no estaba temblando, no lo había estado haciendo por… ¿cuánto tiempo ahora? Era una nativa de Maine, sabía que eso no era una buena señal. Todavía podía pensar, no había sufrido nada de la desorientación que acompañaba una hipotermia severa, así que pensaba que estaría bien. Pero si su pensamiento estaba dañado, ¿podría darse cuenta? Gabriel trataba de abrir la puerta, pero sus guantes cubiertos de hielo no podían agarrar el pomo. Maldiciendo en voz baja, usó sus dientes para sacarse el guante; el pomo giró, y la puerta se abrió a la calidez y al santuario. Dándose la vuelta, agarró el brazo de Lolly y medio la arrastró bajo el umbral de la puerta, lo suficientemente dentro para que pudiera cerrar la puerta de un empujón. Entonces cayó de costado en el piso y la fuerza abandonó sus piernas y cayó al lado de ella. Él maldijo un rato más, luchando para apoyarse en sus manos y rodillas, entonces agarró el poste de la escalera y se impulsó hacia una posición más derecha. Lolly cerró los ojos. Sólo quería yacer allí en el suelo… —Levántate,ordenó Gabriel, con voz imponente y severa. Abrió un poquito sus párpados. —No quiero levantarme.
—Qué mal. Él se pasó la mano torpemente sobre la cabeza, y fragmentos de hielo volaron de su pelo. Se sacó el abrigo y los guantes, luego se inclinó y volvió a agarrarle el brazo. Ella no podía ponerse de pie, así que la arrastró hacia el primer escalón de las escaleras. —Sólo necesito un minuto…comenzó a decir Lolly. —Tienes que secarte y calentarte,dijo él, tirando de su primera capa de ropa. Le quitó bruscamente el poncho rasgado y volaron cristales de hielo, golpeando el suelo y una mesa cercana y derritiéndose instantáneamente. —Déjame en paz,dijo con impaciencia, dándole manotazos a sus manos. —Ya estamos dentro. Sólo déjame descansar por un ratito. —No hasta que estés caliente.Continuó sacándole la ropa, y ella lo dejó. Una parte de ella quería pelear, sólo por principios, pero estaban tan cansada y moverse era tan difícil que pelearse con él era imposible. La puso de pie y ella cerró los ojos y simplemente se quedó ahí parada, balanceándose. Era maravilloso estar fuera del hielo, fuera del frío. Tenía la sensación de la calidez a su alrededor, calor que permanecía desde antes de que se fuera la electricidad, pero en realidad no podía sentirlo. —Abre los ojos, Piruleta,ladró Gabriel. Con esfuerzo abrió los ojos y le frunció el ceño. —¿Por qué no puedo, simplemente, dormir? Por la luz de la linterna que él había colocado en el piso, y que apuntaba hacia arriba para reflejar el techo, vio la preocupación en su rostro, la cólera. —Todavía no. Y de pronto ella supo lo que él había estado haciendo, llamándola Piruleta, todo para buscarle pelea. Había estado tratando que se enfadara, manteniéndola consciente. Emocionada, sintiendo que su interior se volvía papilla, levantó su mano fría y se la puso sobre su áspera mejilla. —Lamento haberte gritado,dijo ella. —¿Tú me gritaste? No me di cuenta. Debes de estar fuera de práctica. Ahora deja de disculparte y sácate toda esa ropa,ordenó él. —Toda la ropa.
Capítulo 10 Niki levantó lentamente la cabeza, no completamente segura de en donde estaba o qué había sucedido. Miró alrededor, tratando de darle sentido a lo que la rodeaba, pero el esfuerzo era demasiado y cerró los ojos, dejando descansar su cabeza contra algo frío y duro. Sentía… sentía como si un gigante la hubiese levantado y arrojado al suelo, como si su cuerpo entero estuviese aturdido. ¿Se había caído de la cama? No, no estaba en un dormitorio, estaba en… ¿en dónde estaba? No sabía dónde estaba. Nada se veía bien. Entonces, como si hubiesen encendido un interruptor de la luz, su memoria titiló y recordó todo. Darwin. La mujer Helton y ese tipo grande. La tormenta, el hielo, y el borde del mundo. Las luces del salpicadero brillaban suavemente, aun cuando el motor estaba muerto. Una luz delantera brillaba, iluminando su sitio en la noche. Todo lo que podía ver a través del parabrisas destrozado era el árbol que había detenido su descenso por la ladera de la montaña. Toda la parte frontal del Blazer estaba abollada, el arranque retorcido y aplastado dentro de sí mismo. Lentamente volvió la cabeza, porque sentía como si no estuviera bien sujeta a su cuello. Qué sensación tan rara; no le gustaba. Pero su cuello funcionaba, y eso era bueno. Una gran rama se había estrellado a través de la ventana, empalando el asiento del pasajero. Vidrios rotos estaban esparcidos por el asiento delantero, y el viento frío entraba a la cabina por todas las ventanas rotas. Niki se tocó la cabeza, y sintió sangre pegajosa allí. Todo el cuero cabelludo le dolía, y estaba temblando de pies a cabeza, un gran estremecimiento convulsivo. No podía dejar de temblar, no podía hacer que sus músculos dejaran de estremecerse. Maldición, podía haberse matado, podría estar muerta ahora mismo, como Darwin. ¡Y toda era la culpa de ellos! Una parte de ella quería permanecer en donde estaba. Estaba tan cansada, tan helada. Moverse le tomaría más energía de la que tenía. Después de unos minutos, sin embargo, su instinto de supervivencia entró en acción. Ordenar sus pensamientos era difícil, pero con determinación los hizo alinearse. No podía quedarse aquí. Una vez que la batería se gastara, no tendría ni siquiera el poquito de luz que tenía ahora. Se congelaría hasta la muerte aquí, en la oscuridad y el frío, si es que no se desangraba hasta morir primero. Otra vez se tocó cautelosamente la cabeza. El corte que había ahí estaba sangrando, pero no estaba tan mal como pudiese haber estado. Diablos, estaba viva, y parecía que no le faltaba ninguna parte del cuerpo, de manera que ya podía ir saliendo adelante. Escuchó, preguntándose si Lorelei y su tipo grande estaban bajando por la montaña buscándola, para venir a ayudarla… pero allí no había voces. Estaba el viento, estaba el hielo, y los
crujidos de los árboles. Eso era todo. Aquellos bastardos la habían dejado aquí a morir. ¿Qué clase de gente hacía algo así? Echó un vistazo a la rama que había traspasado el parabrisas, se imaginó qué podría haber pasado si hubiese estado unos treinta centímetros a la izquierda, y se estremeció. La ventana del lado del conductor también se había roto, y Niki volvió la cabeza en esa dirección intentando orientarse. La mayor parte de la luz del faro delantero que quedaba estaba bloqueada por algo, tal vez el parachoques, pero algo había sobresalido para mostrarle en donde se encontraba. En la ladera de una maldita montaña, encaramada en un viejo árbol crujiente bastante dañado que estaba cubierto de hielo. Si el árbol caía, si se quebraba y cedía, el Blazer caería hasta abajo. Dudaba que tuviera tanta suerte la próxima vez y que algún obstáculo detuviera lo que quedaba de la camioneta. Niki tiró de la manija de la puerta y empujó. Cuando nada sucedió volvió a empujar, poniendo todo su peso, tal como estaba, en la tarea de abrir la puerta. El Blazer crujió y se balanceó y ella se detuvo por un rato. La cólera se inflamaba dentro de ella, haciendo que olvidara su dolor físico. Todo lo que había ocurrido hasta el momento—la tormenta, la muerte de Darwin, la destrucción del Blazer, y las heridas de Niki, incluso el hecho de que la maldita puerta no se abriera—todo era culpa de Lorelei Helton. Esa perra, miren lo que había hecho. Si sólo se hubiese quedado en donde le dijeron que se quedara, nada de esto hubiese pasado. ¿Dónde estaba su linterna? Tanteó alrededor buscándola pero no podía encontrarla, y no tenía tiempo para eso. Había justo la suficiente luz de la camioneta para mostrarle el camino. La puerta no se iba a abrir, decidió finalmente, así que se impulsó hacia arriba y gateó a través de la ventana rota, moviéndose cautelosamente para no balancear el Blazer. Cuando gateó fuera y salió al viento frío, decidió que el vehículo estaba firmemente agarrado contra el árbol. La pendiente era tan inclinada que no podía mantenerse derecha. Pegándose a la destrozada camioneta, Niki se echó un vistazo. No había escapado al accidente completamente ilesa. Su cabeza estaba sangrando, había una rasgadura enorme en el muslo derecho de sus vaqueros y estaba saliendo sangre por ahí, y el hombro le dolía. No estaba roto, pero podría haberlo estado. Aun así, cuando miró hacia arriba de la pendiente, se sintió bastante afortunada, y sabía que tenía que haber una razón para haber sobrevivido. Había sobrevivido para poder tomar venganza contra aquellos que les habían hecho daño a ella y a Darwin.
Había sobrevivido para que pudiera hacer lo correcto. Con el hielo cubriéndolo todo, la única manera de subir la inclinada colina era gateando, así que eso fue lo que hizo. Con cada pulgada que avanzaba, estaba más y más segura de su propósito. No iba a huir. No iba a encontrar un sitio caliente y esconderse hasta la mañana. Iba a matar a Lorelei Helton y al hombre que había asesinado a Darwin. Después de todo, eso era justicia, simple y llana. —¿Cuánta maldita ropa tienes encima?gruñó Gabriel, aun tirando de otra camisa. —¡Suficiente!dijo ella, pegándole en las manos. —¡Para esto! Puedo sacarme mi propia ropa. —Entonces hazlo.No podía llevarla cargada, pero podía intimidarla y medio arrastrarla y empujarla por las escaleras, con sólo la luz oscilante de una linterna, que cada vez alumbraba menos, para mostrarles el camino. En una casa más nueva tal vez habría un baño completo en el piso inferior, pero el único baño en el piso inferior en la casa de los Helton era un medio baño que había sido añadido años antes. Una ducha caliente podría calentar a Lolly. Ducha, ropa seca, comida caliente. Era un plan sencillo, un plan necesario, si sólo ella cooperara. —Yo puedo caminar, ¿sabes?,dijo ella, sonando gruñona pero también más cansada de lo que le parecía conveniente. No pensaba que ella estuviera tan mal que necesitara hospitalización—no es que hubiese podido llevarla a un hospital si lo necesitaba—pero estaba al borde. Otra media hora fuera, y una ducha caliente no hubiese sido tan buena idea. —Sí, claro. Si puedes caminar, entonces hazlo. Necesitas estar en la ducha tan pronto como puedas. —Muy bien, muy bien.Empezó su lucha para subir las escaleras, de manera que él no tuviera que hacer todo el trabajo. —Cuando esté caliente,añadió con un suspiro, —Me voy a envolver en el cubrecama y dormiré por días.Se detuvo abruptamente. —Espera. ¿Cerraste con llave la puerta delantera? —Sí.Lo había hecho, por puro reflejo. En el caso muy improbable de que Niki hubiera sobrevivido al accidente y de alguna manera se las arreglara para regresar a la casa, una puerta bloqueada no era una mala idea. Era improbable que alguien pudiese moverse después de un choque como ese, pero cosas más extrañas habían sucedido. ¿Por qué era que un borracho siempre salía ileso de un mal accidente, dejando a sus víctimas muertas mientras él sacudía la cabeza y se preguntaba qué había pasado? Era casi lo mismo con la gente que se drogaba; lo había visto muchas veces a través de los años. Dios veía por los tontos y los borrachos, eso había oído él. No tenía mucho
sentido para él, pero algunos días demostraba que era verdad. —¿Baño?preguntó cuando alcanzó la parte superior de las escaleras. —Por aquí.Lolly señaló, y la siguió a una puerta que se abría a un baño largo y angosto que contenía una bañera—normal, no un jacuzzi—y una ducha separada. En estos días esto hubiese sido considerado atestado y pequeño, pero para su tiempo este baño era todo un lujo. A Gabriel no le importaba cuán pequeño o grande era el baño, lo único que le importaba es que había una ducha y bastante agua caliente—así como, aleluya, un radiante calentador a gas empotrado en la pared. No podía pensar en muchas cosas que fueran más bienvenidas en este momento. —Vamos a calentarte,dijo mientras cerraba la tapa del inodoro y sentaba a Lolly en ésta. Colocó la linterna en la parte superior del inodoro, poniéndola verticalmente para que la luz pudiera reflejar el techo blanco. Abrió la llave de la ducha para que se fuera calentando el agua. Sólo esperaba que la temperatura no fuera demasiado caliente, porque aun cuando había estado usando guantes, sus manos estaban tan frías que no podría juzgar en realidad cuán caliente estaba el agua. Se dio la vuelta y vio que Lolly había vuelto a cerrar los ojos. —¡Despierta!le gritó él. —¡Lolly! ¡Quítate la ropa! Ella dio un salto como un venado sorprendido, abriendo los ojos. —Cielos,musitó. —Está bien. Todo lo que hice fue cerrar los ojos por un segundo. —Puedes cerrarlos después, cuando estés caliente.Mientras ella luchaba con su ropa, se dio la vuelta y encendió el calentador a gas, poniéndolo al máximo, luego extendió las manos hacia las llamas para absorber el calor. Ah, Dios, eso se sentía tan bien que dolía. Las sostuvo allí por sólo un minuto antes de dedicar sus esfuerzos a quitarse su propia ropa. —Desvestirseera la palabra incorrecta, porque ésta implicaba velocidad. Luchó para salir de ellas, tal como Lolly estaba haciendo. La tela estaba fría y no cooperaba, sus manos estaban frías y poco cooperativas, y sus vaqueros estaban fríos y poco cooperativos, y mojados, lo cual elevaba en gran medida el factor incooperativo. Apenas podía guardar el equilibrio, y finalmente se apoyó contra el lavabo para poder terminar. Le hubiese gustado sentarse y cerrar los ojos, también, pero temía que si lo hacía no sería capaz de comenzar a moverse otra vez. Medio esperaba que Lolly protestara, pero no lo hizo, ni por desvestirse delante de él ni porque él se desnudara. Estaba tratando de mantenerla viva y mantenerse vivo a sí mismo, y, o era lo suficientemente práctica para tirar a un lado otros asuntos, o sabía cuán cerca estaba de tener verdaderos problemas. También era lo suficientemente humana para lanzar una mirada rápida e inquieta a sus genitales.
—No te preocupes,la tranquilizó con un gruñido. —Está metido tan arriba que no podría encontrarlo ni usando ambas manos y una linterna. —Entonces espero que no tengas que hacer pis en corto plazo,replicó ella, y si no hubiese estado tan helado se hubiese reído de eso. Como estaban las cosas, no podían ni siquiera arreglárselas para sonreír. Antes de entrar a la ducha le revisó los dedos de las manos, y se agachó para verle los de los pies. Estaban azules de frío, pero todavía no mostraban ninguna señal del blanco que era síntoma de congelación. Entonces la hizo levantarse del asiento del inodoro, volvió a pasarle un brazo por la cintura, y la metió a la ducha. Lolly gimió cuando el agua caliente la bañó. No podría decir si el gemido era de dolor o de placer; estaba tan helada que cualquiera de las dos cosas era posible. Gracias a Dios el cabezal de la ducha estaba colocado bien alto en la pared, de manera que él podía pararse completamente bajo la rociada. Se paró debajo de ésta, dejando que el agua golpeara en su cabeza y derritiera el hielo que cubría su pelo. El agua golpeó su piel como perdigones; esto le daba tanto placer como dolor, y él también gimió. —Estás acaparando el agua,se quejó Lolly, y resolvió ese problema envolviendo sus brazos alrededor de ella y atrayéndola hacia él, de manera que la ducha caliente lloviera sobre ambos. Con un pequeño suspiro tembloroso, Lolly le pasó los brazos alrededor de la cintura, anidó la cabeza en su pecho, y volvió a cerrar los ojos. Ahora que ya estaban en la ducha, cerrar los ojos parecía una maldita buena idea, así que apoyó su barbilla en la coronilla de ella y dejó que sus propios párpados bajaran. —Dios, esto se siente tan bien,susurró ella. No estaba seguro si estaba hablando del calor o de él. No le importaba. Podía sentir cómo el frío lo abandonaba, drenándose bajo la presión del agua. Podía sentir la cabeza calentándose, el dolor desvaneciéndose. Una parte de su cerebro—una parte peligrosamente pequeña—permanecía en alerta, oyendo cualquier cosa que pudiera escuchar sobre el sonido de la ducha. No había podido bajar por la montaña para asegurarse de que Niki estaba muerta, y mientras la incertidumbre permaneciera, no podría relajarse completamente. El y Lolly estaban vulnerables aquí en la ducha, pero tenían que calentarse, y cuando sopesó los dos factores uno contra otro, el calentarse triunfaba sobre todo lo demás. Había estado tan helado que casi estuvo más allá de poder funcionar, más allá de ayudar a Lolly o a sí mismo, y si Niki hubiese venido hacia ellos otra vez, no estaba seguro de haber podido reaccionar para enfrentarla. Dos cosas pesaban a favor de ellos. Una, aún si Niki todavía estaba viva, tenía que estar lesionada, probablemente demasiado severamente como para poder ser capaz de moverse. Dos, si por algún perverso milagro era capaz de moverse, tenía que estar tan
helada como lo estuvieron ellos—a menos que hubiese estado usando metanfetaminas por tanto tiempo que estuviese hipotérmica, lo cual sería doblemente peligroso en este clima porque no sentiría el frío, no se protegería apropiadamente de éste. Cuando se hubiese recuperado y secado, se abrigaría bien y volvería a salir, para dar otra revisada a la escena del accidente. Desde un ángulo diferente podría ser capaz de ver si Niki todavía estaba en el destrozado Blazer. Hasta entonces, todo lo que podía hacer era lidiar con un problema a la vez y permanecer alerta a cualquier sonido extraño. Entonces se presentó otro problema por sí mismo. Mientras se había ido calentando, tomó consciencia de lo bien que sentía a Lolly presionada contra él, suave y bien formada, con curvas muy agradables que habían estado escondidas debajo de todas aquellas capas de ropa que había estado usando. La rociada de agua caía sobre ella y bajaba por una carne perfecta y lisa. Estaba mojada y suave y desnuda… Gabriel recorrió con sus manos la espalda de Lolly, arriba y abajo, tratando de crear calor con la fricción así como con el agua caliente. Podía sentir el cambio en ella conforme se calentaba; se relajó, su respiración se volvió más normal y su postura se hizo más fuerte, más firme. Iba a estar bien. Lo habían logrado, sobrevivieron a una situación infernal, y por primera vez en horas se permitió a sí mismo relajarse del estado de alerta máxima. Casi se durmió allí, de pie en la ducha caliente con Lolly envuelta en sus brazos. Tal vez dormitó, por sólo un segundo. Tal vez ella también lo hizo, porque aparte de la subida y bajada de su pecho, no se movía. Gradualmente emergió del semisueño. La tormenta de hielo continuaba con su acumulación mortal en el exterior, pero él y Lolly estaba seguros adentro, calientes, protegidos, libres de simplemente sentir y reaccionar. Mientras su cuerpo absorbía el calor del agua, sintió como si él también se estuviese derritiendo, hasta que no existía en el mundo nada más que sus cuerpos. ERA FACIL ESTAR PARADA debajo de la ducha y sostenida por Gabriel y dejar que todo lo demás desapareciera. No más miedo, no más frío. Sólo esto. Gradualmente tomó consciencia de que él ya no tenía ningún problema para encontrar su pene. Este se hinchaba entre ellos, largo, grueso y duro como una roca. Vagamente sorprendida— ¿Gabriel McQueen estaba excitado por ella? pero aceptándolo completamente, Lolly abrió los ojos y levantó la vista hacia él para encontrarlo mirándola con la expresión intensa de un hombre que quería sexo y sabía que estaba por conseguirlo. Incluso a la luz tenue de la linterna, podía ver el brillo en sus ojos. Él le retiró el cabello de la cara, ahuecó una mano grande en la mejilla magullada, y entonces su boca estaba sobre la de ella. Su mano era gentil. Su boca no lo era. Besaba
como un intruso, hambriento y fiero, exigiendo y tomando la rendición. Sin pensar o vacilar le dio lo que quería. Nada importaba más allá de este momento, más allá de la repentina fiebre temeraria que prendió en llamas entre ellos. Ambos podían estar muertos, tan fácilmente. No lo estaban; estaban aquí, vivos, calientes, y se unieron en un frenesí. La levantó, la aplastó contra la pared de baldosas bajo el cabezal de la ducha de manera que el agua seguía golpeándolos. Instintivamente le envolvió las caderas con sus piernas, la posición abriéndola para él. Bajando la mano, él puso en posición su pene; la gruesa cabeza se frotó contra su suave carne, entrando apenas, y eso fue suficiente para hacerla gemir de necesidad. Se retorció, buscando más, y él se lo dio. Con un gemido él se empujó profundamente, quitándole el aliento, tanto aliviando como incrementando la aguda necesidad. Ella también gimió, al tomarlo, al sentirse estirada por la plenitud gruesa que ya bombeaba dentro y fuera de ella. Lolly cerró los ojos y apretó el agarre de sus piernas alrededor de él, cabalgando la tormenta. Se vino duro y rápido, gritando, temblando y arqueándose bajo la embestida furiosa del puro placer. El agarró su trasero y la movió de adelante para atrás contra él, golpes cortos y rápidos que intensificaban el orgasmo de ella y que eran casi demasiado para soportar. Gimiendo, le enterró las uñas en los hombros cuando la sensación alcanzó su punto máximo, disminuyó y volvió a elevarse. No podía soportarlo, no podía aguantarlo más, y repentinamente las lágrimas anegaron sus ojos. — Por favor,dijo, y con un estremecimiento y un profundo gemido él se enterró en ella hasta la empuñadura y se vino, también, bombeando duro y rápido, cambiando gradualmente su ritmo a lento y balanceándose mientras obtenía su propio placer. Después hubo silencio, pero un silencio en el cual se aferraban uno al otro, tragando aire y tratando de recuperar algo de fuerza en unas piernas que no ninguno tenía. Su peso la tenía aplastada contra la pared; si no hubiera sido por el apoyo de esa pared, sospechaba que estarían en el suelo de la ducha. Sus brazos le rodeaban el cuello, y ausentemente le acariciaba la nuca, absorbiendo la sensación de su desnudez contra la de ella. Él era todo músculos duros, cada pulgada de él, y todo lo que en ella era femenino estaba encantado de encontrarse allí presionada contra la pared con su pene todavía grueso dentro de ella. Él se despejó lo suficiente para cerrar la ducha con un golpe de su muñeca. El agua se estaba enfriando, y el eficiente calentador de gas ya había calentado el baño agradablemente. Ninguno de ellos dijo nada. Ya habría un tiempo para hablar, pero ese tiempo no era ahora. Por ahora, sólo estaban a la deriva. Gentilmente él tomó un seno en su mano grande y dura. Su pulgar áspero frotaba de aquí para allá el pezón y ella sentía ese toque en todas partes, estremeciendo las terminaciones nerviosas que todavía no se habían tranquilizado. Ella presionó los labios en su hombro mojado, y luego con un suave suspiro dejó descansar ahí su cabeza.
Sus pensamientos fueron a la deriva cuando el relajamiento se extendió por sus huesos. Amaba esta casa, pensó adormilada, siempre la había amado: los olores, las habitaciones espaciosas, los muebles antiguos. Hasta esta noche, todos sus recuerdos de este lugar habían sido buenos. No quería que su último recuerdo de esta casa tuviera nada que ver con Darwin y Niki. Cuando se marchara, cuando dijera adiós, quería que sus recuerdos finales fueran buenos. Gabriel le había dado eso, reemplazó el horror con placer, el mal con el bien. Lolly movió la boca, probó la piel mojada de su cuello e inhaló su calor. La respiración de él cambió; su cuerpo se movió, pero no fuera de ella. Se acercó más, más profundo dentro de ella, y nada nunca se sintió tan correcto. —¿Cómo te sientes?preguntó él, su voz brusca, firme y tranquilizante. —Mejor.Estaba maravillosamente caliente, maravillosamente letárgica. secarse y vestirse, pero no todavía. Volvió a besarlo en el cuello. —¿Tú?
Necesitaban
—Sí. Mejor.Hizo una pausa. —Uh—Piruleta… — Ella sonrió, escondida contra su hombro. —Estoy contigo ahora. Sólo estás tratando de enfadarme, llamándome así,dijo ella. —Bueno, sí. Ese fue siempre el punto,dijo él, como si eso fuese obvio. —Yo estaba terriblemente enamorada de ti.Nunca habría admitido eso antes, se hubiese sentido mortificada si alguna vez lo hubiese sospechado… y ahora no importaba. Él retiró un poco la cabeza para mirarla. —¿En serio? El sonaba complacido. —Nunca actuaste como si lo estuvieras. —Por supuesto que no. Yo era una adolescente. Habría preferido morir a que te enteraras.Gracias a Dios esos años ya habían pasado; de ninguna manera querría volver a vivir la ansiedad y las hormonas en ebullición, la insoportable inseguridad. —Me gustaba pelear contigo,admitió él, sonriéndose un poco. —Me excitaba. Hombres, pensó ella. No podían pertenecer a la misma especie. Suspiró, tan satisfecha que apenas podía moverse. En ese momento, todo estaba bien; con Gabriel dentro de ella, con el calor del placer todavía fresco, estaba contenta. Él se movió, separando sus cuerpos de mala gana, y lo dejó ir. Desenvolvió sus piernas de su alrededor, sus muslos deslizándose por los de él hasta que sus pies tocaron el suelo otra vez. Él le inclinó la barbilla para poder mirarse. —¿Estás tomando la píldora?Su voz retumbó en su pecho, profunda y brusca.
No pudo evitar sonreír. —Es un poquito tarde para esa pregunta, ¿verdad? Pero la respuesta es, sí, la estoy tomando. —Eso es bueno.Él le frotó el labio inferior con su pulgar. —Podemos hacer esto otra vez. —¿En este momento?preguntó ella, sorprendida, y él se rio. —Quince años atrás, sí, pero ahora me tomará un par de horas recobrarme. Vamos, sequémonos. Sus piernas no estaban completamente firmes, pero se sentía mucho mejor, casi normal. Se sentía un poco consciente de sí misma al estar desnuda delante de él, lo cual era un poco tonto en este punto, pero sus mejillas ardían cuando salió de la ducha y se dirigió rápidamente hacia el armario de la ropa blanca, de donde agarró dos toallas. Le tiró una a él y comenzó a secarse con energía, parándose cerca al calentador de la pared. —Tengo unas cuantas latas de sopa en la cocina,dijo, tratando de sonar lo más normal posible. —Me suena bien.Gabriel restregó la toalla sobre su pelo, luego se detuvo y echó una mirada a las ropas frías y mojadas sobre el piso. —Supongo que tu papá no dejó alguna ropa aquí. —No,dijo ella. —Se llevaron todos sus artículos personales un par de años atrás.Entonces se rio. —Él es quince centímetros más bajo que tú, y su cintura es probablemente veinticinco centímetros más gruesa. No creo que nada de su ropa te hubiera quedado bien, de cualquier manera. Colgaremos tu ropa en frente de una de las chimeneas; deberían estar secas en la mañana. —Genial.Su voz retumbó. —Supongo que estaré con el culo al aire hasta entonces. —No me importa,dijo ella, y le sonrió. —Pero tenemos mantas, varios calentadores empotrados, un par de chimeneas a gas, un montón de velas, y aquellas latas de sopa de las que te hablé. También tengo un poco de café instantáneo. Sus ojos se encendieron a la mención del café, incluso café instantáneo. —Eso funcionará. —Me muero de hambre,dijo Lolly, cayendo en la cuenta mientras lo decía de cuán verdaderas eran aquellas palabras. También se dio cuenta de que no le importaría si ella y Gabriel se quedaban atrapados aquí por unos días. Después de lo que acababa de suceder en la ducha, tan rápida y naturalmente que apenas había tenido tiempo de pensar, no se preguntaba para nada cómo pasarían el tiempo.
La vida daba unos giros asombrosos, pensó. Nunca podía haber anticipado esto, nunca pensó que estaría tan cómoda con él, o que hacer el amor con él, de toda la gente, se sentiría tan correcto. Buen Dios. Gabriel McQueen.
Capítulo 11 Niki se acurrucaba en el piso en una esquina oscura de la cocina, escuchando el agua corriendo en el piso superior mientras trataba de entrar en calor. Trataba de escuchar con más atención. No era seguro que Lorelei y el tipo grande estuvieran juntos, aunque era probable. Uno de ellos podría estar en la sala de estar, en otra habitación del piso de arriba… o justo a la vuelta de la esquina. ¿Sabían que ella estaba aquí? ¿La habían oído? En la exploración de la casa que hizo más temprano, antes de que todo se hubiese ido a la mierda, Darwin había revisado el recibidor y el porche trasero buscando cosas que pudieran llevarse para empeñar cuando el dinero que consiguieran de la mujer Helton se estuviera terminando. No había encontrado ni mierda, naturalmente, pero en ese momento no importaba. Lo que importaba, con lo que ella había contado mientras se arrastraba por una pendiente helada y hacía febriles planes para la noche, era con que él no se hubiera molestado en volver a poner el cerrojo de la puerta cuando había vuelto a entrar. Había entrado en la casa oscura por la puerta trasera, de ahí al recibidor y de ahí a la cocina, helada, temblando y toda adolorida. Había llegado a tientas a esta esquina, agazapándose y escuchando. Fue ahí donde escuchó primero el agua corriendo y se dio cuenta de que al menos uno de ellos estaba arriba. El agua paró, y un momento después escucho voces débiles, dos de ellas. No podía oír lo que estaban diciendo, pero aquellas voces le aseguraban que no había nadie esperando a la vuelta de la esquina; ambos estaban arriba. El alivio la inundó; ya podía volver a respirar. Podía pensar. No había casi nada en la casa que pudiera ser usado como un arma, ahora que se habían terminado las municiones, pero ¿qué mejor lugar para encontrar un arma que en la cocina? Niki se forzó a ponerse de pie, a pesar de su dolor y el frío persistente. Sus manos estaban tan heladas, todo su cuerpo estaba tan helado que apenas podía moverse. Ahora que estaba dentro ese frío intenso se desvanecería, pero no iba a suceder rápido. Una vez que tuviese el lugar para sí misma, encendería un fuego, se daría una dosis, y se relajaría. Esta noche se lo había ganado. Lentamente abrió un cajón; luego otro, tanteando alrededor con precaución y sin molestarse en volver a cerrarlos ya que eso haría demasiado ruido y todavía no estaba preparada para enfrentar a sus enemigos. No podía ver mucho, pero sus ojos se habían adaptado a la oscuridad y había un toque de luz, un reflejo del hielo que entraba por la
ventana de la cocina. Había lo suficiente para ver sombras y formas mientras tanteaba dentro de los cajones, sin encontrar nada apropiado. Había sólo lo mínimo en utensilios. Después de buscar en cuatro cajones, resopló de frustración silenciosamente, luego escaneó la encimera y sonrió ante la forma oscura que vio allí. Un toque confirmó que la forma oscura era un bloque de cuchillos de carnicero. Agarró el mango del cuchillo más grande, y se horrorizó al darse cuenta de que sus manos estaban tan heladas que no lo podía sostener adecuadamente. ¿Para qué era bueno un cuchillo si no lo podía sostener? Cuidadosamente colocó el cuchillo sobre la encimera al alcance de la mano, luego se quitó los guantes y se frotó las manos entre sí, activando la circulación y calentándoselas. Le hubiese gustado abrir el grifo y hacer correr agua caliente sobre sus manos, pero el sonido de agua corriendo podía alertar a los dos de arriba, al igual que la había alertado a ella, así que no se atrevió. Tenía que arreglárselas. Después de frotarse las manos por un minuto las metió debajo de sus brazos para absorber el calor corporal que le quedaba. Con el regreso del calor la asaltó el dolor. Estaba herida, no sabía cuán mal herida, pero pensó en Darwin y en cómo esos dos pelmazos lo habían asesinado, y puso el dolor a un lado. Lidiaría con eso más tarde, después de que estuvieran muertos. El tipo grande sería el primero, porque era el más peligroso. Había matado a Darwin con su maldito codo. Un rápido golpe y eso fue todo, no más Darwin. Lorelei no era nada. Niki sabía que se podía ocupar de ella sin ningún problema, después de que el tipo grande estuviera fuera del camino. Cuando volvió a agarrar el cuchillo, se quedó satisfecha con su agarre. Podía sostenerlo adecuadamente ahora. Se concentró otra vez en escuchar. Por un momento no hubo nada, luego una tabla de arriba crujió. Hubo una pisada, luego otra. Al principio se había enfadado porque no había electricidad, pero ahora pensó que eso estaba a su favor. Había sombras y esquinas oscuras en las que se podía esconder, en donde podía esperar y agarrarlos por sorpresa. Tenía una ventaja, una grande. Sabía en donde estaban ellos; ellos pensaban que estaba indefensa, muerta, fuera de sus vidas. Estaban equivocados. Era como un fantasma, un fantasma muy peligroso que tenía la intención de asegurarse de que ambos estuviesen muertos antes de que la luz del día les diera una oportunidad de encontrarla. Recordó haber visto unas velas y un par más de linternas por ahí, pero ponerse a buscarlas haría mucho ruido, y cualquier luz que hiciera les delataría su posición. Eso podía esperar. Sabrían que ella estaba aquí muy pronto, pero no todavía. Era una parte de la noche, pensó, a la vez vertiginosa y sin embargo extrañamente independiente, como si una parte de ella estuviera flotando desconectada de su cuerpo. Era una sombra. Estaba muerta. Con el cuchillo en su mano escuchó, entonces dio unos cuantos pasos cuidadosos hacia adelante. No necesitaba ver.
Y ellos nunca la verían venir.
DIOS, ÉL DETESTABA ponerse los vaqueros mojados, pero Gabriel consiguió ponérselos de todas formas. Habían empezado a secarse, gracias al calentador de gas del baño, pero estaban todavía desagradablemente húmedos y pegajosos. Después de todo por lo que había pasado esta noche, podía lidiar con lo desagradable por un rato. Además, una vez que bajaran y encendieran la chimenea, los vaqueros no estarían húmedos por mucho tiempo. Su abrigo había mantenido seca su camisa, y sus botas le habían protegido los pies. Una vez que la chimenea calentara la sala de estar, se quitaría los vaqueros y los pondría sobre una silla o algo, acercándolos a la chimenea para que pudieran secarse más rápido. Lolly tenía algo de ropa en su dormitorio, lo cual lo sorprendió porque había estado usando tanta, que pensó que se las había puesto todas. La puerta de su dormitorio, sin embargo, estaba cerrada desde el interior. Podría abrir el cerrojo sin problema, con un alfiler o un clip para papel, ninguno de los cuales tenía. —Hay ambas cosas abajo,respondió ella, cuando le había preguntado. Podía haberse vuelto a poner sus ropas mojadas, como había hecho él, pero no podía soportar la idea y en vez de eso consiguió una manta delgada del armario de la ropa blanca y se envolvió en ella. —Voy a esperar hasta que puedas abrir la puerta de mi dormitorio. Eso le convenía, pensó. Sí, era un verdadero sufrimiento, pasar la noche con una mujer que no estaba usando nada más que una manta, cuando recordaba exactamente cómo se veía y se sentía debajo de la tela. No había tenido la intención de tener sexo con Lolly en la ducha, pero por todos los diablos, no podía decir que lo sintiera. Estaría mintiendo si dijera que no lo había deseado, que lamentaba lo que había sucedido. Si ocurriera otra vez o no… mierda, si ella lo tocaba y le sonreía, si ponía su boca sobre él otra vez, probablemente no tendría más control del que había tenido la primera vez. Se le ocurrió que no sabía si estaba casada o lo había estado alguna vez, si tenía un esposo o un novio en donde vivía. Conociendo a Lolly, sospechaba que no. No era la clase de mujer que engañaría a un hombre. Y de nuevo, ¿podía decir que la conocía? La gente cambiaba en quince años. Algunas veces cambiaban un montón. Y sin embargo, sentía como si la conociera, sentía como si los quince años fueran tal vez quince meses, que el intervalo le había dado tiempo para verla bajo una luz distinta y apreciar las diferencias. La madurez era una cosa maravillosa. —¿Sabes?,dijo él, tan casualmente como pudo, —probablemente vamos a tener que salir de aquí.
Lolly se abrazó más a la manta e hizo una mueca. —Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —¿Cuánta comida y gas propano tienes a mano? Ella suspiró. —Lo suficiente para un par de días, como máximo. —Eso es lo que me figuré. Nos calentaremos, comeremos, dormiremos, esperaremos a que salga el sol y escucharemos para saber si las caídas de los árboles se han detenido un poco. Mañana por la tarde, a más tardar, los equipos de carreteras deberían de estar trabajando. La carretera que sube a la montaña es de baja prioridad, probablemente esté al final de la lista, pero si podemos bajar la colina, probablemente encontraremos a alguien mucho antes de llegar al pueblo. —¿Y si no lo encontramos? Él le sonrió. —Entonces caminaremos el resto del camino al pueblo. Después de esta noche, una caminata difícil y larga en el frío parecía una danza. —Necesito comer algo antes de pensar siquiera en salir caminando de aquí.Abrigada en su manta, Lolly salió al pasillo, hacia las escaleras. Lolly odiaba, odiaba, odiaba volver a entrar a la cocina. Y debido a que lo detestaba tanto, se forzó a sí misma a seguir adelante, a no vacilar. El recuerdo de lo que había ocurrido allí permanecía demasiado fuerte, aun cuando tantos otros recuerdos—buenos y malos— se habían construido esta noche. Pero quería y necesitaba comida caliente en su estómago, y se negaba a permitir que un hombre muerto le impidiera hacer lo que quería. Estaba muerto; ella no lo estaba. Había ganado. Sin electricidad, el encendido electrónico de la estufa no funcionaría, de modo que encontró los fósforos y encendió una hornilla de la estufa; la llama proporcionó calor y un poco de luz, la suficiente para que buscara algunas velas y las lámparas de aceite que sabía que aún estaban aquí, en algún lado. Se dio la vuelta, y se paró en seco, abrazándose más a la manta. Varios cajones estaban abiertos, y su corazón se sacudió al verlos. Inspiró profundamente y exhaló lentamente. Darwin y Niki debían haber estado buscando algo, ¿pero qué? Cualquier cosa que pudiese ser vendida, se imaginó. Se preguntó si nunca dejaría de tener miedo. ¿De ahora en adelante iba a saltar al sonido de cada timbre de la puerta o crujido de la casa? ¿Sospecharía de cada desconocido? Gabriel estaba en la sala de estar, encendiendo la chimenea a gas, extendiendo su ropa para que se seque. Ella no pensaría en Darwin; pensaría en Gabriel. Se concentraría en hallar las velas, en calentar algo de sopa, luego ellos se sentarían en frente del fuego.
Esto no la había molestado antes, pero de pronto se dio cuenta de lo voluminosa que se había visto con todas aquellas prendas, capa tras capa. Qué mortificante, sin importar lo necesario que había sido. Quería verse bien para Gabriel, ¿y no era eso una patada en las bragas? Nunca le había importado mucho lo que alguien pensara de su apariencia, mucho menos Gabriel, pero ahora… ahora deseaba tener el jersey azul que sus amigos decían que le hacía brillar los ojos, y aquellos costosos vaqueros apretados que hacían ver su trasero fantástico. Se tocó el pelo mojado. Podría usar un secador de pelo, también. Con una mano sosteniendo la manta, la cual estaba envuelta a su alrededor bien apretada, Lolly sacó una cacerola del gabinete, luego agarró una lata de sopa de la despensa. Colocó la lata sobre la encimera, extendió la mano hacia un cajón abierto para buscar el abrelatas… y se congeló. La última vez que había estado en esta cocina, había estado tratando de luchar contra Darwin, y había escaneado instintivamente la habitación en busca de armas. En ese momento, el bloque de los cuchillos había estado completo, fuera de su alcance, pero completo. Ahora el cuchillo más grande de la colección no estaba. ¿Por qué se habrían llevado un cuchillo cuando ambos tenían pistolas? Un escalofrío le recorrió la columna. Niki podría haber sobrevivido al accidente y regresado. No la habían oído romper una ventana, y Gabriel había cerrado la puerta principal con el cerrojo. Pero sus llaves habían estado en la cartera, y Niki la había tenido. Lolly apenas podía respirar. Había estado tan enfocada en calentarse, tan segura de que Niki estaba muerta o sin sentido, que ni siquiera había pensado en las llaves. La pesadilla regresó rugiendo. El miedo y el frío se apoderaron de ella. —¡Gabriel!gritó, dándose la vuelta para correr, y se topó cara a cara con la pesadilla. Niki, sangrando, cojeando, sosteniendo el cuchillo que faltaba en su mano alzada, se lanzó hacia Lolly. Lolly se retiró hasta que chocó con el gabinete, y entonces no tenía adónde ir. Agarró la lata de sopa y se la arrojó; rebotó en el hombro de Niki. —¡Mierda!dijo Niki con furia. —Eso duele, ¡perra! Lolly agarró la cacerola y la arrojó, y cuando Niki se agachó aprovechó la oportunidad para lanzarse al costado, lejos de los gabinetes. Había un pequeño arreglo de flores secas sobre la mesa de la cocina; le arrojó eso también. Niki volvió a agacharse, y siguió acercándose. Entonces Gabriel estaba allí, rápido y silencioso sobre sus pies descalzos, saliendo de la oscuridad. Golpeó a Niki por detrás, el impacto la hizo estrellarse contra los gabinetes. Ella gritó de dolor, cayó al suelo. Gabriel saltó hacia ella, agarró la mano que sostenía el cuchillo y la golpeó contra el suelo una y otra vez hasta que ella lo soltó y el cuchillo cayó con estrépito al piso. Inmediatamente, Niki comenzó a gemir. —¡Para! ¡Estoy
herida! Mi brazo… creo que mi brazo está roto.Empezó a sollozar. —¿Qué se suponía que hiciera? Mataste a Darwin y luego me dejaste en el frío para que muriera. ¿Cómo pudiste? Fácil, pensó Lolly. No sentía pena por la mujer en absoluto, aun cuando la sangre seca le cubría la cara y la ropa. Pero Niki continuó gimoteando; igual que Darwin, pasó de atacante enfurecida a mendiga patética en un latido. ¿Cuántas veces les había resultado esa actuación? Gabriel no se lo creía, sin embargo, y tampoco Lolly. —Cállate la boca,le dijo él bruscamente, y alcanzó su otra muñeca para asegurarla. Cabreada de que su táctica no hubiese funcionado, Niki gritó e hizo oscilar la pistola vacía que había sacado de su abrigo. Gabriel echó la cabeza para atrás pero el cañón le dio en el rabillo del ojo derecho y le azotó la cabeza. Ella se impulsó hacia arriba, empujándolo, el golpe lo había aturdido lo suficiente por lo que por un segundo no pudo reaccionar con bastante rapidez. Niki se puso de pie y se alejó, agarrando el cuchillo caído y lanzándose hacia la puerta trasera. Gabriel sacudió la cabeza rápidamente y se lanzó a perseguirla. El corazón le latía tan fuerte que apenas podía respirar, Lolly abrió de un tirón la puerta del gabinete debajo del lavabo, agarró el martillo de la pequeña caja de herramientas abierta que había estado allí desde que ella podía recordar, y los siguió a ambos.
Capítulo 12 Gabriel alcanzó a Niki en el porche trasero. El frío quemaba su piel desnuda. No tenía nada encima salvo un par de vaqueros mojados, ni siquiera una camisa que pudiera usar para enganchar el cuchillo y quitárselo. Ella giró, atacando con el cuchillo, y saltó hacia atrás. Ella no era más que una sombra en la oscuridad; sólo el instinto y la experiencia adquirida peleando con hombres que habían sido entrenados para el combate, lo ayudó a evitar la hoja. Estaba enloquecida por las drogas, era impredecible, y letal como el infierno. Deseó haber tenido tiempo para agarrar algo, cualquier cosa, que pudiera usar como un arma, o para bloquear el cortante cuchillo, pero cuando Lolly había gritado su nombre había reaccionado instantáneamente, sin detenerse a mirar alrededor. Había sabido, sin ninguna duda, que de alguna manera la perra homicida no sólo había sobrevivido la caída por la ladera de la montaña, sino que se las había ingeniado para salir del coche y regresar a la casa. Todo lo que había pensado era en llegar a Lolly antes de que Niki lo hiciera. Niki se lanzó hacia adelante, le tiró un tajo, retrocedió. Falló, pero no por mucho. Volvió a lanzarse contra él, y vio el brillo de la hoja deslizándose por su estómago. Saltó hacia atrás, trató de agarrarle el brazo pero falló. Por el rabillo del ojo vio más movimiento en la puerta, y su corazón casi se detuvo. ¡Lolly! —¡No!gritó él. Lo último que él quería era que estuviese aquí afuera en la oscuridad, en donde él no sería capaz de distinguirla de Niki, pero Niki sabría quién era exactamente Lolly. Niki se giró hacia la nueva amenaza y la escuchó reír mientras se tiraba hacia adelante. Sabía que no podría llegar a tiempo para agarrarle el brazo, sabía que no podría moverse lo suficientemente rápido para sacar a Lolly del camino, pero lo intentó de todas maneras, saltando hacia ella aun cuando su corazón le susurraba que llegaría demasiado tarde, demasiado tarde… Lolly hizo oscilar el martillo. Apenas podía distinguir una sombra oscura viniendo hacia ella, pero Gabriel gritó desde alguna parte a la izquierda y supo que esa sombra no era él. Estaba tan oscuro que no tenía una verdadera manera de juzgar la distancia, pero ella impulsó el martillo tan fuerte como pudo y casi se quedó estupefacta cuando el martillo golpeó algo con un sonido enfermante que fue tanto un golpe sólido como blando. Y entonces Gabriel estaba allí, envolviéndola en un choque de cuerpos apresurado que la mandó de regreso al recibidor. Sabía que era él, conocía su aroma, sintió la desnudez de
sus brazos y pecho. Se estrellaron contra el piso y el impacto hizo que soltara el martillo. Él rodó a un lado inmediatamente, poniéndose en pie de un salto al instante y girando para enfrentar el siguiente ataque de Niki, pero… no ocurrió nada. Ninguna drogadicta maniática entró por la puerta. No había nada más que silencio en el porche trasero. —Trae mi linterna,dijo Gabriel, respirando fuerte, y Lolly se puso de pie. La manta… de alguna manera había perdido la manta y estaba completamente desnuda, pero se preocuparía de eso después. Un aire helado entraba por la puerta abierta, punzando su piel mientras corría hacia los escalones en donde Gabriel había dejado caer su abrigo cuando habían llegado. La chimenea en la sala de estar estaba encendida, proporcionando suficiente luz por lo que no tuvo ningún problema en encontrar el abrigo, rebuscó en el bolsillo, sacó una linterna grande, la encendió, y volvió corriendo al porche trasero. Gabriel tomó la linterna que le dio y la dirigió hacia el bulto que yacía en el suelo. Niki había colapsado sobre su estómago, respirando entrecortadamente, con la cara vuelta en dirección contraria a ellos. El cuchillo yacía en el piso al lado de su mano. Gabriel se acercó, pateó el cuchillo bien lejos de su alcance, y sólo entonces se agachó para recogerlo. El haz de la linterna mostraba claramente el daño que el martillo le había hecho a su cabeza. Y aún mientras ellos observaban, trató de ponerse de rodillas. ¿Quién era ella, el maldito Terminator? —¿Por qué no se muere?susurró Lolly, evidentemente pensando lo mismo que él. —¿Qué tenemos que hacer, ponerla en una tina de acero fundido? Y entonces Niki murió, después de todo, muy silenciosamente. La respiración entrecortada se detuvo. Gabriel agarró el brazo de Lolly, la llevó de regreso a la casa. Agachándose cogió la manta y la envolvió alrededor de ella. Estaba temblando como una hoja, y a pesar de que había un montón de cosas que él necesitaba hacer, en este momento sostener a Lolly era más importante que todo lo demás en esa lista. —¿Estás bien? —Muy bien,susurró ella. —En serio, mírame. Lo miró, y lo que vio le aseguró que en verdad ella estaba muy bien, o por lo menos tanto como una persona no acostumbrada a la violencia podía estarlo en una situación como ésta. No estaba feliz, pero tampoco estaba colapsando bajo una tonelada de culpa. Había hecho lo que tenía que hacer, y aceptaba eso. La besó, luego la dejó parada en el centro de la cocina abrazando la manta contra su
tembloroso cuerpo, y salió otra vez al porche. Se acuclilló al lado de Niki, extendió la mano y le tocó la garganta en busca de pulso. Nada. Soltó un suspiro de alivio. Algo de la lluvia helada sopló sobre el porche, cayendo en el cuerpo de Niki y en su piel desnuda. Sentía los pies tan congelados como habían estado una hora antes. No estaba vestido para esta mierda, así que dejó a Niki en donde estaba, y regresó al interior de la casa. Cuando cerró la puerta trasera se tomó un momento para ponerle cerrojo. No podía hacer daño. LOS SEGUNDOS SE ARRASTRABAN, y Lolly escuchaba con atención. Debería moverse, hacer algo, seguir a Gabriel o escapar. Se dio cuenta de que no podía hacer nada más que quedarse parada allí, sostener con fuerza la manta, y escuchar sus propios latidos mientras esperaba. ¿Había terminado? ¿Niki de alguna manera iba a volver a levantarse, ignorando la muerte? Lolly quería paz; quería que esta noche acabara. Escuchó cerrarse la puerta de atrás, y su corazón igualó el golpe de ésta. Un momento después Gabriel entró a la cocina, benditamente solo e ileso. —¿De verdad se ha terminado?Su voz tembló. —Se terminó. Está muerta,dijo Gabriel mientras se acercaba, ajustó la manta alrededor de su frío cuerpo, y la sostuvo más cerca. —¿Estás seguro? —Estoy seguro. Lolly no había pensado que alguna vez se alegraría de escuchar que alguien estaba muerto, pero alivio puro la inundó. Descansó la cabeza en el hombro de Gabriel, envolviéndose en su fuerza y calidez. —Yo la maté,susurró ella. Gabriel dio un paso atrás, la hizo mirarlo a los ojos. ¿Cómo podía el estar tan tranquilo? ¿Tan firme? La llama de la estufa parpadeó, proyectando sombras extrañas sobre su rostro. —Buen trabajo,dijo brevemente, haciéndole un muy sutil cumplido a su fortaleza al no endulzar nada. Lolly cuadró los hombros. —No lo siento,dijo ella. —Estaba yendo tras de tí con un cuchillo. Podía habernos matado a los dos. Lolly caminó hacia la estufa y giró la perilla que apagó la llama, sumiendo la habitación en la oscuridad. —No quiero sopa, no quiero nada que salga de esta maldita cocina,musitó ella.
—Necesitamos comer,argumentó él. —Tengo barritas para el desayuno,dijo, abrazando la manta contra su frío cuerpo y saliendo de la cocina. Si no volvía a poner un pie en esta cocina estaría perfectamente feliz. Gabriel la siguió fuera de la cocina, de manera que cuando se tropezó con el extremo de la manta, a medio camino del comedor, él estaba allí para cogerla, para evitar que se cayera de cara. Después de todo lo que había sucedido, tropezarse con la punta de la manta no debería ser traumático, pero los ojos se le llenaron de lágrimas. Gabriel las escuchó, las vio, tal vez las sintió, y la levantó en sus brazos. Lo dejó hacer, sin una palabra de protesta sobre que era perfectamente capaz de cuidar de sí misma. En ese momento no se sentía capaz de nada. Él susurró palabras tranquilizantes. No prestó atención a aquellas palabras, pero sintió la intención, el consuelo, en el fondo de su alma. La sala de estar era como estar en otro mundo: caliente, iluminada por el fuego, silenciosa. Lo que quedaba de la tormenta bramaba al otro lado de la ventana, más allá de las robustas paredes, pero por primera vez esta noche esa tormenta estaba separada y no era importante. Estaban vivos. Habían sobrevivido a una amenaza que era mucho más grande que la tormenta. Gabriel la bajó al sofá y se sentó a su lado, manteniéndola cerca. Lolly quería dejar de temblar, pero no podía. No era el frío lo que la hacía temblar, no esta vez. —Creo que contrataré a alguien para que venga y empaque todo lo que queda,dijo, mirando el fuego, con su cuerpo encajando agradablemente contra el de Gabriel. —Probablemente no es una mala idea. —Si pensara que pudiéramos llegar a salvo al pueblo esta noche, estaría fuera de esa puerta en cinco minutos. No puedo volver aquí después de esto. No quiero volver a ver esta casa nunca más. —Muy mal.Su voz era un susurro resonante, como si simplemente estuviera pensando en voz alta. Lolly levantó la cabeza y lo miró. —¿Qué?Con seguridad no lo había oído correctamente. —¿En serio?¿Cómo podía pensar que ella pudiera volver a ver esta casa como un hogar? ¿Quién en su sano juicio querría regresar después de una noche como esta? —Wilson Creek no será lo mismo sin un Helton alrededor, incluso si es sólo a medio tiempo. —Wilson Creek sobrevivirá,argumentó ella. Gabriel suspiró. —Supongo que sí, ¿pero cómo se supone que vaya a invitarte a salir cada
vez que regrese de visita si estas en Portland en vez de estar aquí? No sabía qué fue lo que la dejó más pasmada, que estuviera considerando invitarla a salir, o que supiera detalles de su vida actual. —¿Cómo sabes que vivo en Portland? Él encogió sus anchos hombros. —Debo de haber oído a alguien mencionarlo. Mamá, probablemente. Lo cual me recuerda que estás invitada a quedarte en casa hasta que los caminos estén transitables. —Eso es muy lindo,dijo, sabiendo sin la menor duda de que la invitación había sido idea de Valerie McQueen. Se giró hacia el fuego, ya que encontraba el solemne rostro de Gabriel de alguna manera inquietante, y su mirada cayó sobre las drogas y agujas que estaban sobre la mesa de café. Dio un salto en el sofá, alcanzando unas bolsas plásticas, con la intención de tirarlo todo al fuego. Gabriel le agarró la mano antes de que pudiera tocar nada. —Evidencia,dijo él simplemente. —Deja todo justo donde está. Ella se volvió hacia él, irracionalmente enfadada. —Se supone que yo deje esta mierda sobre la mesa de café de mi madre durante toda la noche? —Sí. —Eso es ridículo. ¡Es… es obsceno! Si Niki hubiese muerto en la cocina, ¿simplemente la hubieses dejado allí toda la noche? —Si. Soy un policía, cariño, un policía militar, pero policía al fin y al cabo. No se alteras la escena de un crimen hasta que la investigación esté terminada. Era bueno sentir algo más además de miedo, así que abrazó completamente su enojo. — De manera que Niki y Darwin están ambos muertos, y aun así de alguna manera siguen estando a cargo. Gabriel resopló, completamente tranquilo. —No, Yo estoy a cargo, y mi papá me sacará la piel y la tuya si jodo la evidencia. —De manera que tengo que sentarme aquí y mirar eso toda la noche.Señaló la mesa de café, agradeciendo en silencio a sus estrellas de la suerte porque Niki había tenido la gracia de morir fuera. Si el cuerpo estuviera en la cocina, bajo su techo, estaría bajando por el sendero de la montaña esta noche, con o sin hielo. Gabriel se puso de pie. Esperaba que la volviera a tomar en sus brazos, pero no lo hizo. Le puso dos manos firmes en sus hombros y la miró directamente a los ojos. —Voy arriba a
traer una sábana para cubrir la mesa de café y un par de mantas y almohadas para nosotros. Tú vas a recoger algo de ropa seca y te vas a vestir. Luego voy a ir a calentar un poco de sopa… —Yo no regreso a esa cocina…dijo Lolly enérgicamente. —… y a traer dos tazones aquí,continuó sin hacer ni una pausa, —de manera que tengamos algo caliente en nuestros estómagos. Vamos a guardar las barritas de desayuno para cuando bajemos de la montaña. —¿Cómo puedes estar tan tranquilo?le preguntó, enojada y agradecida, y enfadada consigo misma porque una parte de ella seguía asustada. —¿Qué otra opción me queda?le respondió él. Lolly sintió una oleada de alivio. Naturalmente, tenía razón. Si los dos entraban en pánico, crearían otro desastre más, y Dios sabe que ya había tenido suficientes desastres por una noche. —Me voy a vestir,dijo con una voz más controlada. —Tu haz lo que tengas que hacer. Gabriel entonces se inclinó, e hizo lo que debió de haber hecho mucho antes. La besó. No era un beso de —hagámoslo, era una conexión muy agradable, cálida y tranquilizadora que sirvió para recordarle que no estaba sola, y al mismo tiempo sacó de su mente los horrores de la noche, por unos preciosos segundos. Sintió el beso en sus entrañas. El pánico que había sentido antes, el cual había revoloteado dentro de ella como si fuera algo físico tratando de escapar, se desvaneció. Podía hacer esto. Podían hacerlo. El beso no duró lo suficiente, pero consiguió su objetivo. Puso su mano en la mejilla de Gabriel, sintió la aspereza de su barba. —Muy bien.dijo ella suavemente. —Ahora estoy bien. Se volvió hacia la chimenea y a su bienvenida llama, escuchando a Gabriel subir rápidamente por las escaleras. En realidad, esta aventura estaba muy lejos de haber concluido. La caminata hacia el pueblo de mañana sería peligrosa y difícil. Pero todavía no era mañana, y esta noche ella estaba a salvo, caliente, y protegida. Se sintió un poco como Escarlata O’Hara. Lidiaría con el mañana cuando éste llegara.
Capítulo 13 Gabriel apoyó la cabeza contra el sofá y cerró los ojos. La sopa de pollo y fideos enlatada nunca había sabido mejor. El simple placer de no estar afuera en el frío, de tener un fuego, de saber que él y Lolly estaban seguros por esta noche, era un sentimiento bueno, uno para ser atesorado aunque fuera sólo por un rato. La chimenea a gas no crujía como una estufa a leña, pero no tenía que estar alimentando el fuego con leños, así que era un trueque justo. Lolly no sabía exactamente cuánto gas propano quedaba en el tanque, pero sí le dijo que no había sido repuesto por un tiempo. Ella había estimado que habría lo suficiente para su estadía, así que deberían de estar bien para esta noche. Unas cuantas hora más, eso era todo lo que necesitaban. —Háblame de tu hijo.Lolly se apoyó contra él, como lo había hecho desde que terminó su sopa. Su cuerpo por fin estaba caliente, y vestido. El calor corporal compartido era una especie de cliché, pero era agradable. Con una adicta a la metanfetamina muerta en el porche trasero y otro en el bosque, y una ardua caminata por delante de ellos, agradable era algo bueno. Debería de disfrutarlo mientras pudiera. —¿Qué quieres saber? —¿Se parece a ti o a su madre? ¿Le gusta el baseball, el arte o la música? ¿Es hablador o callado?Su cabeza descansaba confortablemente contra su hombro. —¿Es difícil para ti tenerlo viviendo tan lejos?Esta última pregunta fue hecha con un titubeo en su voz, como si no estuviese segura de sí debería haberla preguntado. A Gabriel nunca le importaba hablar sobre Sam. Había veces de que él se daba cuenta de que había hablado demasiado, que estaba aburriendo a quien lo estuviera escuchando— aunque eran por lo general muy educados para decirlo. Y ya que había preguntado, estaba muy contento de responder. —Sam se parece a mí, pero tiene los ojos de Mariane. No es alto para su edad pero tampoco es demasiado pequeño. Le gusta el baseball, definitivamente, y el baloncesto. Lo creas o no, también es un genio en las matemáticas. Bueno, un genio para ser un niño de siete años. No estoy seguro de dónde sacó eso, ya que las matemáticas no eran mi mejor materia en el colegio, y Mariane se volvía loca cuadrando gastos.Era extraño hablar de su difunta esposa sin la usual oleada de dolor. Extraño, pero correcto. —Definitivamente no es callado. ¿Alguna vez has pasado un tiempo significativo con un niño de siete años? —No,dijo ella suavemente.
—Bueno, son manojos de energía, y Sam no es la excepción. O se mueve a toda velocidad o está dormido.Respiró hondo antes de continuar. —Y tenerlo viviendo tan lejos es más que difícil, es una tortura.Se encontró explicando cómo los padres de Mariane se habían ofrecido para ayudar después de su muerte, cómo su suegro había sido transferido a Texas, y a pesar de que había tratado de hallar otro trabajo, uno que los mantuviera a él y a su esposa cerca de su nieto, al final no había tenido otra opción que mudarse. Era eso o estar desempleado. Gabriel le contó a Lolly cómo había tratado de que funcionara el ser padre soltero, acerca de lo cual nunca había hablado antes, a no ser que fuese de una manera muy ligera, ni siquiera con sus propios padres. —Niñeras, vecinos, amigos de Mariane, las esposas de mis amigos… todos hicieron lo que pudieron para ayudar, pero al final mi horario era tan errático que se convirtió en un problema. Sam no tenía continuidad. Nunca sabía en dónde estaría, quién cuidaría de él cuando yo estaba haciendo el turno de noche o me llamaban repentinamente. Aquí tiene estabilidad. Sabe en dónde va a dormir en la noche. —Es un alto precio que pagar,dijo Lolly. —Para los dos. Él se había estado diciendo a sí mismo que la situación era temporal, que encontraría una niñera que pudiera costear de manera que su hijo pudiera estar en casa en la noche, pero con cada semana que pasaba sentía un temor creciente sobre que nunca sería capaz de hacer los arreglos adecuados. Era un sargento del ejército, y aunque vivía decentemente, no ganaba lo suficiente para pagarle a alguien veinte mil dólares al año, lo cual era lo mínimo para el cuidado de niños a tiempo completo. No quería que su hijo creciera con un padre ausente que lo visitara cuando pudiera, pero en los momentos más oscuros no veía como podría evitar eso, al menos por ahora. Los abuelos de Sam podrían convertirse en sus padres, y su padre sería algo de último minuto, un visitante ocasional que interrumpía la rutina diaria. Lolly tenía razón; el sacrificio era un alto precio que pagar por la estabilidad. —Haremos que funcione,dijo. —Lo que sea mejor para Sam, eso es lo que haré.Estaba ansioso por cambiar de tema. —¿Y qué hay de ti? Casada, comprometida, divorciada… —Ninguna de esas. Tengo citas, ocasionalmente, pero no ha habido nada serio por mucho tiempo. —¿Por qué no?Era bonita, inteligente, y si lo que había sucedido en la ducha era alguna indicación, era una gata salvaje. Lo había tomado por sorpresa, pero es que casi todo lo que ella había hecho desde que él había trepado por esa escalera calamitosa unas horas antes lo había sorprendido. ¿Quién hubiese pensado que iba a llegar a admirar a Lolly Helton? Ella había estado fuera de su elemento desde el principio, pero se había
mantenido, no había cejado, e incluso había venido en su ayuda durante sus dos batallas con Darwin y Niki. Su fuerza interior, especialmente en relación con Niki, le trajo un profundo sentido de respeto. Eso no debió de haber sido fácil para ella, pero había hecho lo que tenía que hacerse, y no había colapsado después. Aunque no pensaba admitir que había esperado menos de ella, porque lo único que no quería hacer era herir sus sentimientos. Para su asombro, le gustaba demasiado, le gustaba todo lo que había sabido de ella esta noche. —Tal vez soy muy quisquillosa.Su respuesta atrajo su atención a la pregunta que le había hecho. Suspiró. —Tal vez no tengo suerte. No lo sé. La respuesta simple es que nunca me ha sucedió. El amor.dijo ella más suavemente. —Tengo ciertas expectativas y no quiero conformarme con cualquier hombre medio decente porque los treinta hayan llegado y con ellos la desesperación. No se imaginaba a la Lolly que había conocido antes o a la mujer que había conocido esta noche, estando desesperada por conseguir un hombre. Había sobrevivido a una situación difícil sin venirse abajo, y aunque se apoyaba en él, literalmente y figurativamente, estaba muy lejos de ser frágil o necesitada. Nunca olvidaría la imagen de ella corriendo tras Niki, viniendo en su defensa aun cuando estaba muerta de miedo, y además, desnuda. —¿Y acerca de ti?inquirió ella, como si se le acabara de ocurrir una idea. —¿Ha habido alguien más desde que tu esposa falleció?Podía escuchar un indicio de incomodidad en su voz, como si ella se preguntara si había tenido sexo con un hombre que estaba comprometido con otra. —No. Estaba seguro de que Lolly no esperaba que su alivio fuese tan evidente para él, pero su suspiro y la forma en que su cuerpo se relajó lo dijo todo. Así que era bonita, inteligente, no estaba desesperada, y tenía principios. De otra manera la idea de que podría haber tenido sexo impulsivo con un hombre que estaba involucrado con otra mujer no la habría molestado en absoluto. —¿Era en serio lo que dijiste antes?preguntó ella. —Acerca de invitarme a salir si vinieras de permiso a casa y yo estuviese por aquí. —No lo habría dicho si no fuera así. ¿Por qué? ¿Dirías que sí? —Tal vez. Pero sólo si prometieras que nuestra segunda cita sería menos excitante que la primera.
Se rio, sorprendiéndola a ella tanto como a sí mismo. Esta no era una noche para risas, o no lo había sido hasta ahora. —¿Esta es una cita? —Me viste desnuda y me diste la cena.Había un toque de humor en su voz. —Suena como una cita excelente para mí. Gabriel se había preguntado una o dos veces cómo sería su primera cita después de la muerte de Mariane, si alguna vez encontraba a la mujer correcta, y el coraje para seguir adelante. Estaba malditamente seguro como de que nunca imaginó algo como esto, nunca se le habría pasado por la cabeza que podría ser Lolly, de toda la gente, quien por primera vez en tres años hiciera que sintiera una atracción tanto física como emocional. Quería volver a tener sexo con ella, quería averiguar qué cosas la hacían reír, las que la hacían llorar, qué colores le gustaban, su flor favorita. Lolly lo hacía volver a sentirse como si pudiera haber una vida real allá afuera, una vida completa y ordinaria. Había tenido eso con Mariane, y su repentina muerte lo había dejado tan vacío que sólo el tener a Sam le había dado la fuerza para continuar. El y Lolly habían pasado por unas pocas horas muy estresantes que hacían que su sentido de intimidad, su conexión, fuera más intensa que si se hubiesen vuelto a encontrar bajo circunstancias normales. Pero, ¿se habrían dado el uno al otro una oportunidad si las circunstancias hubiesen sido normales? ¿Había sido necesaria una crisis para que ellos se vieran como eran ahora, en vez de como habían sido quince años atrás? Pero la conexión definitivamente estaba allí, y de pronto sintió la promesa de su futuro en lugar de la pérdida de su pasado. Tendrían que ir despacio, se figuraba, darse a sí mismos como también a Sam un tiempo para adaptarse a todo, darse tiempo para ver si en verdad las cosas podrían funcionar entre ellos, en lugar de apresurarse y tal vez cometer un error que podría inquietar el mundo de Sam todavía más. Pero tenían tiempo. Sonrió pensando en cuánta diversión podrían tener. LOLLY HIZO LO POSIBLE para olvidar lo que había sucedido hoy, y sacó de su cabeza la preocupación acerca de mañana. El viento aullante había parado y la lluvia helada ya no acribillaba las ventanas. Pero las carreteras todavía estarían cubiertas de hielo, y aún escuchaba el ocasional crujido y el estrépito de un árbol o de una rama pesada cayendo. Ni qué decir de lo que ella y Gabriel encontrarían después de salir de la casa mañana, camino hacia Wilson Creek y a la seguridad. Por el momento estaba contenta de estar justo aquí, caliente y en el abrazo de Gabriel suelto pero seguro. Cuando era una adolescente había estado enamoradísima de él, y había estado supremamente enojada con él por no corresponderle, o siquiera darse cuenta de sus tiernos sentimientos. Mirando atrás, se daba cuenta de que no había habido absolutamente
ninguna razón para que el supiera lo que había estado sintiendo. No se lo había dicho a él, o a alguien más. Ni siquiera lo había mirado, a menos que él le buscara pelea y le respondiera. A los quince, no había sido tan lógica. Aunque para ser honesta, ¿qué quinceañero sabía algo sobre ser lógico? Había algo muy atrayente en un hombre que hablaba de su hijo con un amor tan evidente, quien sacrificaba todo para que su hijo pudiera tener un hogar feliz. Estaba menos preocupada por la larga caminata al pueblo de mañana de lo que lo habría estado de otra manera, porque sabía que Gabriel no sólo haría todo lo que estuviera en su poder para hacerlos llegar tan pronto como fuera posible, sino que también se aseguraría de que llegaran sanos y salvos, si no por ella, o por sí mismo, entonces lo haría por Sam. El sueño la estaba invadiendo rápidamente. Podría dar la bienvenida al olvido, con seguridad. Pero no estaba lista para caer todavía. —Probablemente regresaré a Wilson Creek una o dos veces en los próximos meses,dijo ella suavemente. —Incluso si contrato a alguien para empaquetar y cerrar la casa, habrá papeles que firmar para ponerla en el mercado, y luego cuando se venda tendré que venir para ver las cuestiones legales.Estaba casi segura de que podría manejar los detalles a larga distancia, pero… tal vez no quería hacerlo. —Yo trato de regresar por lo menos cada mes,dijo casualmente Gabriel. —Algunas veces es sólo por un par de días, pero tengo que ver a Sam cada vez que tengo la oportunidad. Duh. Toda esta charla sobre una cita sólo era una manera de matar el tiempo, tal vez un intento de hacerla olvidar lo que había sucedido anoche. Cuando Gabriel regresaba a Wilson Creek quería estar con su familia, más particularmente con su hijo, no con una chica que apenas recordaba de la preparatoria. Y entonces el añadió, —Deberías conocer a Sam. Cuando caliente más podemos ir de pesca.Ella no respondió de inmediato, así que él añadió. —Tu no pescas, ¿verdad? —Soy de marca mundial abriendo el congelador y sacando algunos filetes,dijo sonriendo. —Probablemente podría aprender. De lo que he podido ver no parece ser algo demasiado exigente.Trató de imaginarse un cálido día de verano, el lago, ellos tres pescando y tal vez haciendo un picnic sobre una gran manta a cuadros… pero no podía hacerlo. La imagen que trataba de crear en su mente no terminaba de formarse. Ella no pertenecía. Lolly se dio cuenta de que no era parte de la imagen y nunca lo sería. Aun así, era una ilusión bonita, una manera agradable de poner a un lado la realidad por un rato. —Hago galletas buenísimas con chispas de chocolate y una ensalada de pasta matadora. Podríamos tener un picnic, también.
Cerró los ojos, y por un momento estuvo allí, pertenecía a esa imagen. Tal vez no era real, tal vez nunca sería real, pero mientras se iba durmiendo quedó atrapada en la fantasía, luego el sueño se apoderó de ella y cayó rápido y profundo. LA LUZ DEL SOL BRILLABA como diamantes en los árboles cubiertos de hielo; arriba, el cielo era de un azul puro y fresco. Esta sería una escena asombrosa, pensó Lolly, si la estuviera viendo a través de una ventana con un flameante fuego detrás, o tal vez parada en una playa en Florida mirando una postal. En vez de eso, era parte de la pintura, la cual incluía aire frío, una superficie resbalosa debajo de sus pies, y el obstáculo ocasional de una rama o un árbol caído, por si no fuera suficiente—en caso de que caminar colina abajo sobre una sábana de hielo no fuese reto suficiente. No sabiendo cuándo sería capaz de volver, Lolly había llenado sus bolsillos con lo que necesitaba. Llaves, licencia de conducir, dinero en efectivo, tarjetas de crédito, teléfono, el cual sería inútil hasta que alcanzaran la carretera. Todo lo demás había sido dejado atrás. No se sabía cuándo podría recoger su Mercedes. Podría tener que arreglar un transporte alternativo para irse a Portland y regresar por su vehículo una vez que los caminos estuviesen habilitados. Todo eso dependía de cuán malas estuvieran las cosas en el pueblo, y cuán bloqueados estuvieran los caminos hacia la montaña. Por lo menos hoy su ropa era más adecuada para el clima. Se había puesto su propio abrigo grueso, encapuchado, sus botas, sus guantes. Al menos el sol estaba brillando, y podían ver hacia donde iban. Al menos no estaban siendo perseguidos por adictos homicidas. Dentro de todo, hoy era mucho mejor que la noche anterior, aun cuando el aire estaba tan helado que apenas podía respirarlo y tenía que mantener su nariz y boca cubiertas con la bufanda. La luz del sol en el hielo era casi cegadora, y tanto ella como Gabriel usaban gafas oscuras. Comparado con la noche anterior, sin embargo, esto era un paseo por el parque. Hacía frío, de hecho, pero no había un viento cortante, ni lluvia. Todo lo que quedaba eran los restos de la tormenta, los árboles caídos, el suelo congelado, el aire fresco y frío. El peso del hielo todavía era una carga para los árboles, y ese sería su obstáculo más grande mientras caminaban montaña abajo. No mucho después de dejar la casa escucharon el ahora familiar crujido, seguido por el estrépito. La cabeza de Gabriel había girado abruptamente al sonido y se había detenido, escuchando atentamente como si fuera capaz de decir en donde estaba el árbol, cuán cerca podría estar. La caída fue en la distancia, en el bosque que rodeaba el hogar de la niñez de Lolly, pero era una advertencia. No podían salir de la montaña sin caminar debajo de los árboles. Nada del hielo se estaba derritiendo, el aire todavía estaba demasiado frío, de modo que cualquiera de los árboles podría caer en cualquier momento. Tenían que estar en alerta constante contra las ramas pesadas y debilitadas que estaban sobre sus cabezas. Esto no había terminado, no por un largo plazo. Gabriel se mantenía cerca, a la derecha de ella o directamente delante, dependiendo del
ancho de la franja herbosa y el grosor de la vegetación, mientras caminaban a lo largo del costado del camino de entrada. A pesar de que él no había dicho mucho, tenía que estar tan preocupado como ella por las caídas de los árboles. Era por eso que a menudo miraba hacia arriba y, cuando era posible, seguía por un camino que no los llevaba directamente bajo las ramas colgantes. Estaban a mitad del camino de entrada cuando llegaron a un árbol helado, astillado que había caído torcido a través del sendero. Gabriel se sentó a horcajadas sobre el tronco, le ofreció una mano a Lolly, y la ayudo a subir para pasar al otro lado. Caminar sobre una superficie helada ya era lo suficientemente duro, pero maniobrar sobre obstáculos sólo hacía las cosas más difíciles. Si hubiesen tenido comida y gas propano suficiente, hubiesen estado mejor quedándose en la casa hasta que la ayuda llegara… por lo menos en opinión de ella. Gabriel podría haber tenido otras ideas, ya que había dejado a su hijo para rescatarla a ella y estaba ansioso por llegar a casa. El excursionismo no era cosa suya. No le entraba a lo atlético, aparte de admirar las geniales condiciones físicas de los atletas profesionales; era definitivamente una mujer que admiraba un buen trasero apretado cuando veía uno. Sus capas de ropa la hacían sentir torpe y difícil de maniobrar, mientras Gabriel conseguía mantener su habitual capacidad para estar irritantemente perfecto. Siempre había sido atlético, y, sí, tenía un buen trasero apretado. Si no hubiese estado usando su propio abrigo grueso, hubiese podido al menos admirar su escenario personal. Gracias a Dios que él no sabía que estaba imaginándose su trasero; seguía adelante, constante y con habilidad, dirigiendo el camino con aplomo. Ella no hacía nada con aplomo, aun cuando no estaba obstaculizada por capa sobre capa de ropa. Al menos si se caía estaría bien amortiguada cuando golpeara el suelo. Gabriel se veía genial. Atractivo, musculoso… ojos maravillosos, de un castaño verdiazul enmarcado por pestañas negrísimas. Era mucho más grande de lo que había sido en la preparatoria, definitivamente mayor, pero aquellos ojos no habían cambiado en absoluto. Lolly tuvo que forzarse a parar para no dejarse llevar. Trató de ser razonable, de pensar con claridad. Él le había salvado la vida, así que probablemente había alguna atracción instintiva que no tenía absolutamente nada que ver con lo que él era. Añadiendo el hecho de que habían estado piel con piel, que él había estado dentro de ella, y ella no debería esperar nada menos que un total enamoramiento. Oh, ¿a quién estaba engañando? Siempre había estado enamorada de él, no hasta el punto de haber pasado los últimos quince años penando por él, pero lo suficiente para que cuando lo había vuelto a ver ese viejo interés inmediatamente hubiese resucitado. Cuando estaba segura sobre el tronco que bloqueaba su camino de entrada, Gabriel la sostuvo por un rato más del necesario, asegurándose de que su posición fuera sólida, no era que ella tuviese prisa por retirarse. —Tengo sopa y café en la camioneta,dijo él. —Tomaremos un breve descanso allí, y si un árbol no le ha caído encima, podemos entrar y calentarnos.
Después de las horas que la camioneta había estado estacionada, no esperaba en absoluto que la sopa o el café estuviesen calientes, pero era comida y la tomaría. Las barritas de desayuno no iban a durar casi nada. —Buena idea.Era un largo camino hasta Wilson Creek, y el viaje era mejor enfrentarlo por partes. Hasta el final del camino de entrada. Hasta la curva en donde antes había estado la casa Morrison. Hasta la colina en donde había un espacio en la línea de árboles, por donde el sol seguramente brillaría. Hasta la carretera… y desde ahí volverían a empezar otra vez, mientras caminaban a la casa McQueen. En donde ella literalmente sería la quinta rueda del coche. Después de dar varios pasos sin ningún problema, de pronto sin advertencia el pie derecho de Lolly patinó. Instintivamente trató de alcanzar una rama baja, pero cuando la agarró, la ramita delgada y congelada se partió. Gabriel la agarró asegurándose de que no aterrizara sobre su trasero. La sostuvo cerca, segura, y ella se tomó un momento para envolverse en el calor de su cuerpo y su estructura sólida. Gabriel McQueen era como una roca. Sin él, ¿en dónde estaría ella ahora? No podía dejar que su mente fuera en esa dirección. El corazón de Lolly latía con fuerza mientras trataba de recuperar el aliento. Sabía el desastre que significaría una mala caída. Ya estaba adolorida, magullada, y agitada. Todo lo que necesitaba era romperse un hueso o torcerse un tobillo. Si pensaba que era una carga para Gabriel ahora… —¿Estás bien?inquirió él. Cuando ella asintió, la soltó, y ella siguió adelante. Un paso a la vez. GABRIEL HABIA SABIDO que la caminata bajando la montaña sería difícil, hora tras hora vigilando cada paso y estando alerta a los peligros que los rodeaban. Después de detenerse en la camioneta para calentarse, no habían caído árboles sobre la camioneta, para tomar un poco de café tibio y sopa, y para recoger su sombrero resistente a la intemperie, él y Lolly reanudaron su caminata. Lolly no rezongaba, no se había quejado ni una sola vez, pero ya había empezado a respirar con más fuerza y a vigilar su magullado lado derecho. Le tomó la mano cuando llegaron a una colina, sabiendo que al otro lado de esa subida había una pendiente muy inclinada en la tierra que no sería fácil de bajar. Se inclinaron para la subida, vigilando cada paso, respirando con fuerza, no desperdiciando energía en hablar. Gabriel seguía diciéndose a sí mismo que podía ser peor. En relación al tamaño de
las montañas en esta parte del país, ésta era una pequeña, no lo suficientemente alta para una buena esquiada. Algunos podrían llamarla incluso una gran colina, en vez de montaña. Bajarla era algo realizable, y deberían estar agradecidos por eso. La tormenta había parado. Si hubiesen tenido que caminar en el viento y con la lluvia cayendo, la caminata sería dos veces más larga y sería diez veces más peligrosa. Si alguno de ellos hubiese sido herido anoche, tiroteado o cortado con un cuchillo, entonces estarían separados, el que podía moverse caminaría solo al pueblo por ayuda, el otro se quedaría atrás. Y si ambos hubiesen sido heridos… ¿Se figuraría su papá que estaba atrapado por la tormenta y que todo estaba bien, o estaría preocupado y haciendo lo que pudiera para subir por este camino? Lolly había dicho que cuando Darwin y Niki se metieron en la casa, estaba en camino de quedarse con los Richards. ¿Estaría la Sra. Richards lo suficientemente preocupada como para llamar a la oficina del sheriff y reportar que Lolly no había llegado? ¿O simplemente asumiría que Lolly había perdido el tiempo y dejó que la tormenta la agarrara en la montaña? Montones de posibilidades, y no tenía manera de saber. Lo mejor sería que procedieran como si estuviesen enteramente por su cuenta. Por ahora, lo estaban. A medio camino de la subida a la colina el sol calentaba una parte del suelo. Ese calor y luz eran un alivio bienvenido, aunque sabía que no podía durar. En donde la luz solar tocaba el suelo, el avance era más fácil. Incluso podían dar unos pasos en el pavimento, cuando el desnivel era angosto y demasiado cercano al precipicio, para su comodidad. No se molestó en soltar la mano de Lolly, aun cuando la caminata fue menos resbalosa por unos pocos pasos. —No tan mal, ¿huh?inquirió él. Lolly estaba sin aliento cuando contestó, —Habla por ti mismo, McQueen. Habría volteado para darle una sonrisa alentadora, para decirle que estaban haciendo muy buen tiempo, pero entonces alcanzó la cima de la colina y obtuvo una buena mirada de lo que yacía adelante. No sólo había uno o dos árboles atravesados en el camino, había uno detrás de otro. Algunos habían caído solos. Otros estaban entrecruzados, un tronco y otro… y otro… bloqueándoles el camino. Podían pasar por encima de algunos, como lo habían hecho con el del camino de entrada. Otros eran demasiado grandes, o las ramas estaban demasiado enredadas. Iban a tener que pasar rodearlos, desviándose hacia bosque, desperdiciando preciosos minutos. —Joder,musitó él. —¿En este momento?bromeó Lolly, pero por el rabillo del ojo la vio enderezar la columna y levantar la barbilla. Se veía un poco ridícula, por la forma en que se había abrigado, pero también se le veía fuerte. Y de alguna manera, maravillosa. Ella respiró hondo.
—No he escapado de Niki y Darwin, y sobrevivido a una persecución del gato y el ratón a través de la lluvia helada y en mi propia cocina como para rendirme ahora,dijo. Sus ojos se entrecerraron. —Que me condenen si me voy a sentar y a llorar, incluso si ese es el primer impulso que me viene a la mente.Lo miró, y él vio el brillo de las lágrimas en sus ojos. — Este va a ser un largo día. Distráeme.Se movió hacia el costado del camino y comenzó su descenso. —Debes de tener cientos de historias simpáticas y graciosas sobre Sam. Cuéntame unas cuantas. Hazme reír. Gabriel no se sentía muy dado a reírse en ese momento, pero pensar en Sam aguardando que su papá regrese a casa lo hizo seguir adelante.
Capítulo 14 Había momentos en los que Lolly no pensaba que pudiera dar otro paso. Le dolían los pies. Todo le dolía. Por un rato Gabriel y sus historias la mantuvieron en movimiento, pero ahora era el sonido de las sierras de cadena lo que la mantenía motivada. Era imposible decir exactamente de donde estaban viniendo los sonidos. Los equipos podrían estar trabajando en el pueblo, y el ruido era llevado hasta ellos. Tal vez los trabajadores estaban en este mismo camino. Tal vez tras la siguiente colina… o la siguiente. —Cuando compre una casa en Portland, va a estar en tierra completamente plana. Con vecinos cercanos. Y covertura constante de cinco barras para el teléfono. Gabriel echó un vistazo sobre su hombro. —¿Estas planeando comprar una casa? —He estado pensando acerca de eso,dijo. —Tengo un agradable apartamento, pero alquilar es sólo tirar el dinero por el desagüe. Siguen diciendo que es un buen momento para comprar. Él hizo un sonido, como un gruñido suave desde lo profundo de su garganta. —No sabía que planeabas echar raíces en Portland. —Tengo un buen trabajo allí. Amigos. Me siento… cómoda. Volvió a hacer ese sonido como gruñendo. Por el momento la comodidad parecía algo decididamente bueno para Lolly. Le gustaba la comodidad. Disfrutaba una vida en la que no hubiera sorpresas. Y entonces recibió una sorpresa. —Antes de que compres una casa, deberías venir a visitarme en Carolina del Norte. Tal vez te gustaría. El comentario la dejó estupefacta, pero no tuvo tiempo para leer la invitación entre líneas, porque Gabriel llegó a la cima de la colina que estaban subiendo, y se detuvo. Estaba directamente detrás de él, tan cerca que casi se estrelló contra su espalda. En vez de eso, se movió para pararse a su lado. Allá, en la distancia, pero benditamente no demasiado lejos, había un enorme camión con una grúa incorporada. Un equipo de cuatro hombres
estaba cortando ramas y troncos de árboles y moviéndolos fuera del camino con la grúa. Ya habían limpiado una franja en la carretera. Lolly se sentía tan aliviada que las rodillas casi se le doblaron. Se inclinó hacia Gabriel de puro alivio. Él tomó su mano y la apretó. —Casi llegamos, Piruleta. Quería preguntarle a Gabriel sobre su intempestiva invitación, pero el tiempo para esa pregunta había llegado y se había ido en un instante, y lo había dejado ir. Saber que la ayuda estaba tan cerca los animó a ambos a seguir adelante. Gabriel continuaba sosteniendo su mano. Si era para asegurarse de que ella siguiera o para mantener una conexión, no lo sabía… y tenía miedo de preguntar. Toda la inseguridad, la timidez que pensaba que había derrotado años atrás, subió repentinamente a la superficie. Gabriel podría haberle pedido que lo visitara, cuando no había nadie más en el mundo aparte de ellos dos y la prisa por sobrevivir todavía estaba dentro de ellos. Pero ahora… ¿qué pasaría ahora, con el mundo real entrometiéndose? Pareció que les tomaba una eternidad alcanzar al equipo del camino, quienes divisaron a Gabriel y a Lolly desde la distancia y saludaron con entusiasmo. Cuando estuvieron mucho más cerca, el que estaba adelante, Justin Temple quien no había cambiado mucho desde que Lolly se mudó de Wilson Creek, les gritó en una voz profunda y retumbante. —El sheriff dijo que podríamos encontrarnos con ustedes dos, pero no esperaba verlos tan pronto. Tenemos café y sándwiches,añadió, y luego desenganchó una radio de su cinturón y le habló a alguien en el otro extremo de la línea. Este camino debería haber sido de baja prioridad, pero gracias al sheriff no lo había sido. Lolly supo que había otros equipos allí afuera, limpiando los caminos en el pueblo y en los alrededores, y sólo podía estar agradecida de haberse quedado atrapada con el hijo del sheriff, y de que Harlan McQueen pesaba mucho por aquí. El café era bastante nuevo, bastante caliente, y sabía mejor que cualquier café que alguna vez hubiera probado. Estaba tan exhausta que sólo pudo darle unas cuantas mordidas al sándwich, pero comió lo que pudo, luego ella y Gabriel se sentaron en la parte trasera de la camioneta y esperaron al sheriff, quien según 110dijo Justin, ya estaba en camino. Ahora que no se estaba moviendo, sentía el frío más penetrante, pero al mismo tiempo se sentía bien el sólo sentarse. Gabriel le pasó un brazo alrededor y la abrazó acercándola a él. El equipo continuó su trabajo, aunque sospechaba que desde que ella y Gabriel habían aparecido, pronto podrían ser enviados a otra área más atestada. Todavía no podía contar con llegar a su coche en un corto plazo. —Supongo que podría tomar un autobús para regresar a Portland,dijo. No estaba segura de cuándo los autobuses estarían funcionando otra vez, pero tal vez no serían más de un
par de días. —¿Cuál es el apuro?preguntó Gabriel casualmente. —No puedo hacer nada con la casa hasta que hayan limpiado los caminos, ni siquiera puedo tener mi coche. Si en el pueblo están como aquí, eso podría tomar días… incluso semanas. No puedo quedarme aquí semanas. —¿Por qué no? Lolly abrió la boca para contestar, pero no dijo nada. Había sido invitada a casa de una amiga para la Nochebuena, pero el día de Navidad estaría sola. La oficina no abriría hasta después de año nuevo, de manera que tendría esa semana para encargarse de unas pocas tareas alrededor de la casa. Había planeado limpiar sus armarios y pasar por la despensa para deshacerse de toda la comida caducada. Tal vez mirar algunas películas, organizar sus DVDs y CDs, probar algunas nuevas recetas de cocina. En otras palabras, nada de importancia. Gabriel le tocó la mejilla y suavemente la forzó a mirarlo a los ojos. Sin una palabra, la besó, su toque leve y fácil, familiar, como si se hubiesen besado miles de veces. Cuando él retiró su boca dijo, —Quédate con nosotros. Me gustaría que conocieras a Sam. A mamá le encantaría tenerte con nosotros, y a mi también. —Tú ya me has tenido.Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas. Gabriel sonrió. —Así ha sido, y he estado pensando en repetirlo. ¿Qué piensas? No estaba ignorando lo que había sucedido en la ducha, pero al mismo tiempo se sentía despistada. Sí, había estado congelada, asustada, desesperada… pero ella no hubiese deseado a cualquiera de la forma en que deseaba a Gabriel. No estaba hecha de esa manera. —Así que, ¿qué es esto, exactamente?preguntó ella. Su sincronización continuaba siendo terrible. En ese momento escucharon el rugido de un motor y el estridente sonido metálico de las cadenas bajando por el camino helado. Gabriel sonrió cuando vio la camioneta cuatro por cuatro del sheriff, con su papá detrás del volante. Saltó de la camioneta y se dio la vuelta para deslizar sus manos bajo el abrigo de Lolly y agarrarla de la cintura, luego la alzó y la bajó. Lolly también sonrió, pero esa sonrisa era forzada. Porque sabía que de ahora en adelante ella y Gabriel no volverían a estar solos. La aventura había terminado; había sido rescatada demasiado pronto.
GABRIEL APENAS ESPERO que el SUV se detuviera en casa de sus padres antes de abrir la puerta y bajarse cuidadosamente al camino de entrada recubierto de sal, con una nueva energía en sus pasos a pesar de su agotamiento. El y Lolly tenían que prestar declaraciones oficiales, pero ni siquiera eso evitaría que viera a Sam primero. Su papá le había contado lo preocupado que había estado Sam cuando Gabriel no había llegado a casa anoche como se lo había prometido. La tormenta no había hecho nada para mitigar los temores del chiquillo. Cuando llegó a la puerta, encontró a su mamá, quien estaba reteniendo físicamente a Sam. Lo tenía agarrado del cuello, de la misma forma en que había agarrado a Gabriel una o dos veces. Valerie dijo, —¿Ves?, te dije que él estaba bien,y dejó ir a Sam. —¡Papá!Una vez que estuvo libre, Sam se lanzó hacia los brazos de Gabriel. Gabriel lo abrazó con fuerza, y Sam también lo abrazó de igual manera. —Pensé que no ibas a regresar,dijo Sam, con su cabecita enterrada en el hombro de Gabriel. Comenzó a sollozar. —Pensé que habías tenido un accidente, o que te habías congelado, o que un árbol cayó sobre tu camioneta. La abuela dijo que estabas bien, dijo que tú te sabías cuidar, pero yo soñé que no ibas a volver nunca. El corazón de Gabriel se apretó. Un niño no debería tener tales temores, pero la pérdida no era algo nuevo para Sam. Dio palmaditas en la delgada espalda de Sam, meciendo instintivamente a su hijo de aquí para allá en el movimiento tranquilizante universal. —No fue tan malo. Sólo me quedé atrapado en la casa de Lolly porque los caminos se congelaron más rápido de lo que esperaba. Sam levantó la cabeza y miró directamente a Gabriel. Sus ojos húmedos por las lágrimas se entrecerraron. —Lolly. Ese es el nombre más estúpido que haya oído nunca. —Es la abreviación de Lorelei. Gabriel dio media vuelta para ver que Lolly y su papá habían entrado en la cocina detrás de él. Había estado tan concentrado en su reunión con Sam, que no los había oído entrar. Lolly, quien había ofrecido la explicación sobre su nombre, sonreía suavemente, sin mostrar exteriormente ninguna señal del trauma que había experimentado. Por el bien de Sam, lo sabía, y por eso le estaba agradecido. Sam no estaba apaciguado. Había estado aterrado, y obviamente había que echarle la culpa a Lolly. —Si mi nombre fuese Lorelei haría que la gente me llamara de alguna otra forma también. Ese es incluso más estúpido que Lolly. —Sam,Gabriel lo reprendió con suavidad. —Eso fue grosero. Discúlpate.
Él agachó la cabeza, con su pequeña mandíbula apretada. —Lo siento,murmuró, escupiendo las palabras sin una onza de real arrepentimiento. No podía desobedecer abiertamente, pero eso era todo lo que estaba dispuesto a hacer. Lolly no se ofendió, o por lo menos parecía que no. Dio un paso adelante, acercándose. — Imagino que estás muy enfadado conmigo por arrastrar a tu papá fuera de la casa en una tormenta. Un hosco Sam asintió. —Deberías haberte ido antes de que la tormenta llegara aquí. —Entiendo eso,dijo Lolly. —Ah… algo sucedió, y no pude marcharme. Extendió la mano para apartar un rebelde mechón de pelo de la cara de Sam. —Y estoy segura de que tú entiendes que tu papá es un verdadero héroe, honesto y bondadoso, en un mundo que necesita tantos héroes como pueda conseguir. —Bueno, sí, estuvo de acuerdo Sam. —Duh. Gabriel observó a Lolly contener la risa. Estaba haciéndolo bien, con un acercamiento no muy intenso, sin tratar de actuar como si fuera la mejor amiga de Sam cuando se acababan de conocer. —Te pareces muchísimo a él. ¿Tú también eres un héroe? Ante eso, la columna de Sam se enderezó. Con Gabriel sosteniéndolo, pudo mirar fijamente a Lolly por un momento, antes de afirmar con la cabeza. —Estoy tan contenta de oír eso,dijo Lolly con una sonrisa amistosa. —El mundo necesita héroes como tú y tu papá. Sam miró más de cerca la cara magullada de Lolly. —¿Qué te pasó?Señaló su mejilla, y Gabriel retuvo el aliento. No podía proteger a Sam de toda la fealdad del mundo, pero el chiquillo no necesitaba saber que prácticamente había aterrizado en su puerta. Lolly colocó suavemente la mano sobre su mejilla. —Me caí,dijo ella simplemente. —Eso fue antes de que tu papá llegara, y tengo que decirte que me salvó de caerme muchas veces. —El hielo es resbaloso,dijo Sam en una voz casi adulta. —La abuela no me dejaba ir afuera, ni siquiera para encontrarme con mi Papá. —Tu abuela es una mujer muy inteligente,dijo Lolly con sinceridad. Gabriel podía ver las ruedas girando en la cabeza de su hijo, mientras evaluaba la situación y a la mujer que tenía ante él. —Siento haberme burlado de tu nombre,dijo él, con más sinceridad esta vez. —No eres el primero,dijo en tono confidencial, como si no hubiese otros tres adultos escuchando. —Tu padre solía llamarme…Echó un vistazo alrededor, luego se inclinó y le
susurró a Sam en el oído. —Piruleta. Sam empezó a reírse, y Gabriel lo bajó al suelo. No se alejó mucho. Sam permanecía cerca, inclinándose hacia Gabriel, agarrándose ocasionalmente a su ropa, o a su mano, para asegurarse de que no se volviera a ir. Valerie McQueen, siempre preparada, tenía algo listo para ellos. Sopa, sándwiches, café, galletas. Gabriel y Lolly se sentaron a la mesa de la cocina, Sam encaramado en la rodilla de Gabriel, y comieron hasta que ya no pudieron dar un bocado más. No tomó mucho tiempo para que Sam se relajara con Lolly, o para liberar los restos de su temor de que su papá no volviera a casa. —Relajadono significaba exactamente amigable, pero incluso como un infante, Sam siempre se había tomado su tiempo para soltarse con adultos desconocidos. Para alguien que no tenía hijos, Lolly era buena con Sam. Antes de que se hubiese llevado a Sam a vivir a Maine, los amigos, suyos y de Mariane, que habían pasado tiempo con Sam tendían a ahogarlo con simpatía. La simpatía era merecida, pero después de un tiempo no le hacía al chiquillo ningún bien. Lolly le hablaba a Sam casi como si fuera un adulto, y el chiquillo respondía. Sin embargo, cuando empezó a contarle a Sam historias de cuando su papá era niño, tuvo que interferir. No quería que su hijo, o sus padres, oyeran cómo había atormentado a Lolly. Pidió ‘tiempo-fuera’ y Lolly se rio, con una risa real y honesta que lo calentó hasta los huesos. Sam sólo la llamó Piruleta una vez, e inmediatamente soltaron la carcajada juntos mientras Gabriel y sus padres los miraban, perplejos y sorprendidos. Y Gabriel se dio cuenta de que en algún punto de las últimas veinticuatro horas, su mundo había cambiado. LOLLY INCLINO LA CABEZA HACIA atrás y cerró los ojos, dejando que el agua caliente hiciera su trabajo en sus músculos cansados, esforzados y una vez congelados. Por lo general saltaba a la ducha, se lavaba y salía. Había pasado bastante tiempo desde que se había dado el gusto de un baño. El baño de los McQueen era más grande que el de la vieja casa, construido años después cuando tanto espacio ya no era un lujo sino una necesidad. La bañera era ancha y profunda; la encimera en el otro lado del cuarto era larga y atestada de jabones, toallas, champús, y dos velas parpadeantes. Esta casa todavía tenía electricidad, aunque la mayoría de Wilson Creek no la tenía. Sin embargo, Lolly no quería correr riesgos, por eso las velas. Si había un corte de electricidad, no iba a quedarse en la oscuridad, no esta noche. Después de que Sam se había ido a la cama, ella y Gabriel habían prestado sus declaraciones al Sheriff McQueen. El papá de Gabriel estaba contento de que ambos estuvieran a salvo, y al mismo tiempo indignado porque dos adictos a la metanfetamina
hubiesen invadido su condado. Tan pronto como fuese factible, los equipos de caminos y electricidad subirían la montaña hacia la casa. Y todavía pasarían días, tal vez semanas, antes de que pudieran llegar hasta donde estaban los restos de Darwin y Niki. Lo que significaba que Lolly iba a estar sin su coche bastante tiempo. Esa era la menor de sus preocupaciones… Fue despertada de su duermevela por un suave toque en la puerta, seguido por el traqueteo del pomo de la puerta, el cual había bloqueado al entrar. —Ahorita salgo,dijo, reuniendo la fuerza para levantarse del agua todavía caliente. —No te muevas,dijo una profunda voz familiar. El pomo de la puerta volvió a traquetear, el cerrojo del pomo saltó, y la puerta se abrió. Lolly agarró una toallita y la colocó sobre su pecho en un pobre intento de modestia de último momento. Gabriel se deslizó dentro de la habitación, y cerró y bloqueó la puerta tras él. —Acabas de demostrarme que el cerrojo de la puerta es inútil,dijo ella. Tal vez debería estar más aturdida, más tímida. Pero no lo estaba. Él sostuvo en alto un clip para papel doblado. —Crecí en esta casa. Todo lo que hacen los cerrojos interiores es advertirle a alguien que trata de entrar de que la habitación está ocupada. —Y aun así no te diste por enterado. Él le sonrió, y deseó tener a mano un par más de toallitas. —¿Quieres que me vaya? preguntó él. Sabía que si decía que sí, él se iría. —No. Gabriel apagó la fuerte luz del techo, sumiendo la habitación casi en la oscuridad. Las velas proporcionaban una luz parpadeante. Se desabotonó la camisa y se la quitó, luego desabrochó y bajó la cremallera de sus vaqueros y se los sacó. Lo siguieron los calcetines y la ropa interior. Cielos, era espléndido y tentador. —Tus padres… — —Están dormidos,dijo mientras se metía en el agua. —Muertos para el mundo, al igual que Sam. Creo que ninguno de ellos durmió mucho anoche. —Tampoco tú,dijo Lolly mientras retrocedía haciéndole sitio a Gabriel para que se sentara,
de cara a ella. Él se sentó lentamente, y el nivel del agua en la bañera se levantó casi hasta el borde. El más leve movimiento haría que el agua cayera en el suelo. —¿Por qué no estás durmiendo? —Por la misma razón que tú estás aquí en vez de estar metida en una cama caliente, me imagino. Su mente no podía dejar de dar vueltas. No sabía lo que podría traer el mañana. Su mundo había sido puesto de cabeza. ¡Por supuesto que no podía dormir! Gabriel la miró fijamente. Estaban desnudos, mojados, cara a cara. Ella no quería nada más que extender sus brazos y abrazarlo, pero no hizo ningún movimiento. —¿Por qué estás aquí?Tal vez debería de haber sido obvio, pero estaba preguntando por algo más que sólo sexo. Él extendió sus brazos y tocó su mejilla magullada con manos fuertes y sorprendentemente tiernas. —Tengo que pedirte un favor. —Tú me salvaste la vida,dijo ella, preguntándose qué tipo de favor podría ser. Ya que estaban desnudos, tenía una pista… —No regreses todavía a Portland. Aun cuando él había mencionado eso esta tarde, mientras bajaban de la montaña, no era exactamente lo que había estado esperando. La realidad había descendido de golpe, y aun cuando amaba esta casa, este hogar, esta familia… no pertenecía aquí. —¿Por qué no? —Quédate, pasa las Navidades con nosotros.Gabriel calló y respiró hondo. —Veamos adónde va esto. Su interior saltó y bailó. —Veamos adonde nos lleva,aclaró él, aunque no era necesaria ninguna aclaración. —Puedo hacer eso,susurró ella. Él se inclinó, le quitó la toallita de los senos y la tiró a un lado, la besó, e hizo que se derramara un poco más de agua de la bañera. Ella apenas lo notó. —Y deja de estar hablando de comprar una casa en Portland. Por lo menos hasta que hayas visitado Carolina del Norte una o dos veces. Es mucho más cálida. —Y tu estas allí.
El afirmó con un ‘hm huh’ en su garganta mientras continuaba avanzando hacia adelante. Lolly sintió cómo todas sus preocupaciones se relajaban, desvaneciéndose. —Eso no me parece demasiado para pedir en absoluto, considerando todas las cosas. Él volvió a poner su boca sobre la suya, y el beso rápidamente tomó ritmo. Lolly se envolvió en la dureza y el calor de Gabriel, le dio la bienvenida al beso, la conexión, el calor que ambos generaban… un calor que la transformaba de dentro a fuera. Gabriel separó su boca de la suya, pero no se alejó mucho. Su nariz tocó la suya; estaba a un suspiro de distancia. —Piruleta, ¿puedo lamerte? —Sí,dijo ella, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de Gabriel e impulsándose hacia él, haciendo que más agua cayera al suelo. —Sí, puedes.
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