Por
DOSSIER A lo largo de nuestra corta existencia, hemos vivido con el terror nuclear, con el miedo al terrorismo, con la desconfianza del mañana. Somos al final de cuentas, como diría H.R Giger en su obra “Los niños atómicos”, los hijos del átomo, de la radiación. Nagasaki, Hiroshima, los cientos (quizá millares) de pruebas atómicas para desvelar su poder desctructivo, la carrera armamentística entre Rusia y Estados Unidos, y otros paises emergentes que desean contar con la energia producida por dichas reacciones para alimentar ciudades y paises enteros, son solo aspectos que se han hecho visibles debido a las necesidades del nuevo mundo. El poder de dicha energia, ha sido usado de mala forma, y solo ha traido destruccion y contaminacion a este planeta, tan herido, tan lastimado. Somos especie curiosa, que decimos ayudarnos entre todos,pero estamos en una carrera por superarnos los unos a los otros, sin importar si los pisoteamos en el camino.
El arma atómica es el eslabón que cambia el balance en la existencia humana, y lo acerca más a su propia aniquilación. Letal y sanguinaria, es la máxima expresión de la muerte. Y no sólo de nuestra destruccion, sino también la de los seres vivos, que habitan este lugar. Es cruel pensar que no solo destruiremos nuestra prole, sino a los seres que han habitado este planeta desde sus comienzos, y de una manera tan infame, sea por la explosion de los arsenales nucleares, como por las ondas radiactivas que emiten. En su sentido mas vasto, la radiación emitida por la energía atómica altera todos y cada uno de los aspectos estructurales de un ser vivo, llegando a producirle la muerte, y el daño molecular a su progénie, en el mejor de los casos, o la muerte mas dolorosa, mientras se licúan sus órganos, viendo como su carne se desprende de los huesos. Este fanzine es una exploración, una oda mental a los seres que más sufrirían en un holocausto atómico: los animales (nosotros no contamos, estamos aferrados a la idea de la muerte desde que nacemos), los primeros pobladores de nuestra ya enajenada Tierra. Una Tierra que siempre fue de ellos y que de manera ruin les arrebatamos, convertimos sus vidas en nuestro regocijo, en nuestra imposición. Rompimos el ciclo, y ahora, no son ellos los que deben elegir, ellos están evolucionando, transformandose, debido a una intransigente decisión de nuestra parte. Aún tenemos tiempo de cambiar, de rehacer las cosas, y evitar un desastre, por lo menos, para ellos. Por otro lado, nosotros ya estamos bien condenados.
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