Cuadernillo de trabajo N° 1
Repensando el «campo» en antropología
Taller PPermanente ermanente de Metodología e Investigación Proyecto de Reconocimiento Institucional (PRI) 2011-2013 «Problematizar la objetivación. Una actividad colectiva de metainvestigación socioantropológica» Facultad de Filosofía y Letras - UBA 1
Integramos el Taller Permanente de Metodolog铆a e Investigaci贸n Laura P茅rez Gimena Perret Ver贸nica Zallocchi Bettina Fratta 2
Presentación * Desde fines de 2010, el Taller Permanente de Metodología e Investigación inició una nueva etapa, esbozada a partir de la presentación del PRI1 «Problematizar la objetivación. Una actividad colectiva de metainvestigación socioantropológica». Quienes integramos el taller venimos realizando desde 2006 un trabajo autoorganizado de exploración y reelaboración de cuestiones ligadas a la formación en metodología de investigación. Durante los primeros años transitamos un espacio de lecturas colectivas que nos permitieron armar un mapa respecto del territorio conformado por algunas corrientes teórico-metodológicas que tienen incidencia en la práctica de la investigación social. Luego fuimos partícipes de una propuesta curricular en formato seminario2, el cual, a través de planteos problemáticos puso en común en la cursada el mapa construido. Posteriormente, mientras algunas compañeras continuaron con el sostenimiento del seminario, en el taller nos propusimos volver la reflexión hacia la práctica de investigación que desarrollamos cada integrante por separado. Nos habíamos propuesto identificar nudos problemáticos comunes que atraviesan de diferente modo los procesos de investigación en los que las personas integrantes del taller nos encontramos. Hasta ahora, pudimos enunciar algunos: el problema de la construcción del objeto de investigación; la noción de campo; el trabajo con distintos tipos de fuentes documentales; los vínculos entre investigador y sujetos «de» investigación; y el papel de las llamadas redes sociales en la investigación. Hemos profundizado en el problema de la noción de campo, que condujo a las discusiones que son materia de esta publicación. El hecho de que * En este escrito mantendremos el formato de género masculino a fin de facilitar una lectura más fluida. No obstante ello, dejamos explicitado nuestra adhesión a aquellas perspectivas que postulan que la normatividad binaria de género vinculada al carácter performativo del lenguaje, tiene como efecto la (re)producción y el refuerzo de la desigualdad de género. 1 Programa de Reconocimiento Institucional de Equipos de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2011-2012. Res. N° 1380 2 Seminario Derribando Muros, aprobado para la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, cuya primera cursada se efectuó en 2010 y la segunda en el presente 2012.
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sea este el primero de los nudos problemáticos3 comunes que nos hemos abocado a profundizar, ¿es casualidad? No lo sabemos, pero tal vez el recorrido por el trabajo de escribir estas líneas, nos pueda dar alguna pista.
3 Entendemos por nudo problemático aquellas situaciones en las que varias dimensiones están presentes y se entrecruzan determinando su incidencia, aunque muchas veces la naturalización sobre tales situaciones las hagan aparecer como aspectos lisos de la práctica.
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Surgimiento de un problema a partir de la práctica ¿Es la etnografía, como muchos de sus críticos han insinuado, singularmente precaria en su empirismo ingenuo, su irreflexividad filosófica, su orgullo interpretativo? Jean y John Comaroff ,1992
El problema acerca de la noción de campo decantó como objeto de discusión y de reflexión a partir del encuentro con nuestra propia cotidianeidad. Cotidianeidad que nunca es unilateral respecto de la investidura de investigadores sociales con la que por momentos podemos recubrir nuestra subjetividad, sino que se encuentra entrelazada con múltiples investiduras posibles (trabajadores, estudiantes, graduados, madres, padres, hijos, y un gran etcétera), sin que se pueda garantizar una diferenciación precisa entre las distintas esferas de nuestras vidas. Observando a la distancia, la situación particular que fue el puntapié inicial del problema que hoy nos sirve de límite y de discusión en este documento, podría haber sido cualquier otra. Sin embargo, podemos decir que en esa situación se condensaron potencialmente algunas condiciones para avanzar en el intercambio de problemáticas comunes que atañen a los procesos de investigación social en los cuales estamos inmersos, y que explicitábamos así en el proyecto: La posibilidad de identificar nudos problemáticos epistemológicos, metodológicos y teóricos ligados a procesos particulares de investigación y el intercambio colectivo de los mismos, nos permitirá objetivar las diferentes investigaciones que estamos llevando adelante y de esa forma producir un conocimiento que puede dar cuenta de algún aspecto del mundo social y, a su vez, de cómo va siendo producido ese conocimiento en sí mismo, incluyendo el análisis de aquellos supuestos (epistemológicos, metodológicos y teórico-conceptuales) que suelen tornarse en obstáculos inadvertidos del hacer del investigador, precisamente por permanecer como supuestos, muchas veces ocultos para el mismo / la misma investigador/a. El punto de partida fue un problema concreto que una de las integrantes del Taller puso a discusión como un nudo problemático habiéndolo iden5
tificado a partir de su práctica investigativa, que se manifestó como una imposibilidad de acceder al campo. Enfatizamos el cómo fue enunciado y nombrado el problema dado que en las discusiones subsiguientes esta forma de enunciación fue siendo comprendida como la enunciación de un falso problema, no solo porque tenía como contenido una aseveración errónea o incorrecta sino que el contenido se encontraba, a su vez, condicionado por la forma de enunciación misma del problema. Aquí retornamos hacia lo que más arriba formulamos respecto del encuentro con nuestra cotidianeidad como un aspecto inescindible de nuestra práctica como investigadores. Desde este punto de vista, los antropólogos construimos nuestros problemas de investigación a partir de al menos tres variables. Por una parte intervienen supuestos teóricos, conceptos, categorías disciplinares y prácticas metodológicas. Por otra parte trabajamos con las interpretaciones que las personas hacen de su propia cotidianeidad, las cuales muchas veces son compartidas por nosotros como partícipes del mismo mundo social. Finalmente, en nuestros debates hemos encontrado que además actúa una suerte de sentido común antropológico constituido por resabios y naturalizaciones de lo que debe ser la práctica de investigación socioantropológica4. En el caso que nos interpela para plantear el problema, creemos que un resabio de sentido común antropológico se manifestó como la enunciación de una dificultad al parecer contundente: «no puedo ingresar al campo». En lo concreto, esta aseveración se fundaba en la imposibilidad de ingresar a una plataforma de call center, espacio en el cual se encuentra el foco del problema de investigación de una de las integrantes del taller: el proceso de trabajo5. El impedimento se le aparecía como crítico a la investigadora, debido a que el proceso de trabajo se desarrolla al interior de un espacio y un tiempo vedados a la mirada externa, por condiciones que son también parte del problema mismo. Esta representación de un proceso al interior de parece ser clave, porque remite a la idea de que en un espacio y tiempo dado, se desarrollan ciertos acontecimientos, que son fundamento mismo para la investigación. Frente a este presupuesto inmediato, el obstáculo se presentó como prácticamente insalvable, porque lo que queda veda-
4 Uno de los propósitos de este cuadernillo es discutir y reflexionar sobre este sentido común 5 Entre los objetivos que comprende la investigación, se encuentran los de analizar y explicar la existencia o no de conflictividad laboral en los call centers, vinculado esto último a la forma en la
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do al ojo de la antropóloga, es justamente aquello que pretende hacer visible. Entonces ¿es esta plataforma de trabajo el campo? Por cierto que rápidamente la investigadora fue sacada colectivamente de su error: no, la noción de campo refiere a otra cosa. El campo no es meramente un lugar sino un proceso en permanente constitución que articula diferentes niveles de un problema de investigación. También se encuentra conformado por las relaciones que se establecen entre las personas, sucesos y procesos que intervienen en la investigación, incluida la investigadora. El campo es una construcción deliberada aunque no antojadiza, no obstante algunas veces no se expliciten los presupuestos que están en su base. Y correlativamente el campo también implica un lugar, en tanto una realidad compleja que se constituye a partir de esta articulación de niveles de un problema, y que se expresa en un espacio particular o en múltiples espacios posibles. Consecuentemente, la especificidad del problema será lo que determine qué forma podrá adquirir, o cómo se podrá expresar espacialmente el campo en cuestión. En el caso de un call center, la especificidad del campo en construcción está determinada por una multiplicidad de aspectos entre los que se encuentra la imposibilidad de un acceso directo al espacio de trabajo. Sin embargo, más allá de esta primera resolución del problema «de acceso» en este caso particular, nos encontramos con otras preguntas, que nos abría la respuesta hallada. Lo ocurrido ¿es de orden individual, afectando a un investigador? ¿O es un problema que responde a condiciones de la práctica de investigación? ¿Por qué la idea de campo aparece en lo inmediato, como estrechamente vinculada con la idea de lugar? ¿Hay algo ingenuo o irreflexivo en ello y que proviene de cierta naturalización del conocimiento socioantropológico? Por otro lado, ¿qué consecuencias político-teóricas se pueden desprender de estos planteos?
que se organiza el proceso de trabajo en la actividad y los modos en los que las empresas ejercen el control sobre mismo. Para decirlo de modo más general, la enunciación del problema se fundamenta en la necesaria observación del proceso de trabajo justamente, para su descripción y análisis, como así también, en la observación directa de los mecanismos que se despliegan por parte de la patronal, es decir los efectos del disciplinamiento. En estos términos, la imposibilidad de acceder a la plataforma de trabajo de un call center se traduce en la imposibilidad de observar el despliegue del proceso de trabajo y de acceder a las personas que son parte del mismo, encontrándose en su seno.
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Desmontando una noción disciplinar Sabemos que no es excepcional el hecho de que actuemos desde un cierto sentido común antropológico asumiendo irreflexivamente ciertas prenociones, como mecanismos de naturalización que operan en todo ámbito de lo humano. Y lo hacemos sin reconocer inmediatamente el carácter no reflexivo que por momentos adquiere nuestra práctica, carácter que se va configurando como parte del quehacer antropológico a lo largo de nuestra formación y más allá de la misma, reproduciendo una mirada ingenua sobre los fenómenos en los que nos involucramos. El peligro de tal perspectiva estriba en que creemos toparnos con «problemas» que parecen dificultar el proceso de investigación, cuando son nuestras prenociones las que constituyen el escollo. Si nos paramos desde esta perspectiva, nos encontramos con que cuando planteamos que el campo es un espacio físico, un territorio con límites definidos y tangibles que deben ser franqueados por el antropólogo, lo que opera allí es una de esas prenociones. Esta relación entre campo y lugar se manifiesta en los hechos como un problema del acceso al campo, y en ese sentido, opera como un supuesto compartido. Supuesto no reconocido, a pesar de que nos hemos formado en el reconocimiento de su carácter conceptual y abstracto, siendo la noción de campo un producto de los modos en los que problematizamos los fenómenos que nos rodean, antes que de una experiencia directa de un lugar, de un territorio delimitado. Ahora bien, ¿es legítimo postular que existe en nuestro imaginario antropológico, una fuerte relación entre las ideas de campo y de territorio? Adelantándonos un poco sobre lo que en el próximo apartado profundizaremos, consideramos que esta relación tiene su fuente en el recorrido histórico de la disciplina. El problema del acceso a un espacio-territorio-lugar, es una tópica central para la antropología dado que fue una preocupación históricamente constitutiva de la conformación y transformación disciplinar a lo 8
largo de más de un siglo. Volviendo la mirada hacia el pasado, nos encontramos con la necesidad de recuperar críticamente la concepción clásica de campo y las discusiones que esta concepción acarreó a lo largo de una parte sustancial de la historia disciplinar, y en el camino nos condujo a la noción de trabajo de campo. Y nos dimos cuenta que nos metimos (casi) en camisa de once varas, porque el problema tiene su peso específico: sin el trabajo de campo y todas las ambigüedades, imprecisiones y discusiones consiguientes, la antropología no hubiese sido lo que es. Eduardo Menéndez en La parte negada de la cultura (2002) nos recuerda la matriz clásica fundada por Malinowski, en la que el trabajo de campo, es justamente lo que otros hasta ese momento no hacían. Trabajar en el campo, no en el escritorio. Obtener uno los datos. Tener información de primera mano. Y he ahí el núcleo central de nuestra especificidad originaria. Originaria pero ¿vigente en la actualidad y bajo los mismos supuestos? El problema del «estar ahí» que supone una mirada antropológica que tiene la aptitud para traspasar el velo que oculta a la realidad (traspasar por ejemplo, el límite de un territorio), apunta a la vieja afirmación de la autoridad etnográfica, a la objetividad del conocimiento antropológico y a su validez científica. Afirmación que, a pesar de haber sido ya cuestionada, parece perdurar obstinada y silenciosamente. Cuestión que coloca en el centro de la discusión al propio investigador y su relación con toda la problemática de la investigación social. En un marco más general debemos explicitar nuestro cuestionamiento a ciertas nociones que el positivismo ha impuesto a nuestras miradas, a pesar de las críticas y debates que han intentado superarlo. Al postular que campo es un proceso en continua construcción, este constructo ¿es un «sacabocado» de la realidad? ¿Qué límites y qué posibilidades la noción de campo como construcción nos ofrece? ¿Es una condición sine qua non para la producción antropológica? Pensar en términos de construcción del campo ¿no conlleva el riesgo de un relativismo más o menos radical? Un matiz que surgió en nuestras discusiones, fue plantear esta cuestión en términos de cómo «construimos vínculos de investigación» con las personas en los diferentes contextos en los que interactuamos en nuestra práctica. De este modo, intentamos superar la disyuntiva «acceder o no acceder al campo» y centrarnos en cómo generamos vínculos de investigación con los otros y el modo en que este aspecto condiciona la construcción del problema de investigación y la práctica investigativa. 9
Territorialidad y práctica antropológica En este apartado retomamos una «denuncia» que realizan algunos autores de la tradición posmoderna en antropología: el trabajo de campo de tipo etnográfico, central a la identidad intelectual y profesional de la antropología, permanece todavía en la actualidad sin examinarse, es decir, no se ha llegado aún a revisiones profundas de su modus operandi (Comaroff, 1992). En este sentido consideramos que aún no hemos discutido lo suficiente las implicancias teóricas, epistemológicas y políticas de la fuerte asociación existente en nuestra disciplina entre la delimitación clara y precisa de un territorio, la práctica etnográfica y la producción de conocimiento considerado válido. Asociación que en la antropología ha tendido cada vez más hacia una «peligrosa» identificación de la antropología con su método, y a reducirla a un ejercicio de «intersubjetividad» (Comaroff, 1992; Gupta y Ferguson, 1997). Sabemos que durante la primera mitad del siglo XX parte de la especificidad de la antropología como ciencia se relaciona directamente con la experiencia del contacto directo con «otro» culturalmente distinto y -en la mayoría de los casos- distante geográficamente. El trabajo de campo etnográfico que habilitaba ese contacto se constituyó, a partir de los trabajos de Malinowski, Boas, Radcliffe-Brown y otros, en el garante de la validez del conocimiento producido. Basta recordar los esfuerzos de estos autores por darle a la antropología el carácter de ciencia de modo tal de terminar con la «antropología conjetural» propia del evolucionismo. Notemos que fue el trabajo sobre el terreno la herramienta metodológica defendida para ello, entre otras cosas, porque posibilitaba la observación directa y, mediante ella, la objetividad de los datos. Por otra parte, el surgimiento del trabajo de campo como herramienta metodológica, está estrechamente vinculado con una nueva forma de conceptualizar a la cultura. Tanto Boas como Malinowski, con sus diferencias específicas, entienden a la cultura como una totalidad coherente y única, por lo tanto, la forma de comprenderla es «estando ahí», mientras que con la corriente evolucionista se entendía a la cultura como una expresión de la totalidad de la vida social del hombre y lo que intentaban explicar era su evolución y universalidad. Es decir, que a partir de las «superviviencias» 10
culturales (y aplicando el método comparativo) era posible remontarse al conjunto cultural original y reconstruirlo. Por esta misma razón, les bastaba coleccionar y comparar los materiales que terceros les proveían. A partir de Malinowski, la producción de verdad en antropología quedará íntimamente ligada a la realización de trabajo de campo etnográfico, y éste, a la elección y delimitación de un área donde llevarlo adelante, es decir, de un territorio o lugar, de un dónde. Dado que los grupos sociales con los que trabajaba el antropólogo estaban geográficamente circunscriptos a un lugar, al antropólogo no le traía demasiados inconvenientes trazar los límites de la comunidad que iba a estudiar. En este sentido, el dónde no fue algo que ofreciera grandes problemas, más allá de las alusiones que pueden encontrarse referidas a las condiciones climáticas, a las dificultades en el traslado y a cuestiones generales de la vida cotidiana del investigador en las diferentes regiones en las que se instalaba. Podemos decir que lo que se consolida en la disciplina durante la primera mitad del siglo XX es una relación directa entre territorialidad y trabajo de campo, relación en la que se legitima y valida la producción de conocimiento antropológico. El ir hacia un lugar geográficamente definido se instaló así «como la forma autorizada de estudiar antropológicamente algo» (Wright, 2005: 57), que implicaba la mayoría de las veces, un alejarse de la propia sociedad, un desplazamiento del investigador. De este modo, el dónde de la antropología se incorporó -un tanto acríticamente- al quehacer antropológico como paso necesario para conocer antropológicamente una sociedad diferente a la propia.6 Es entonces, la distancia entre el objeto de estudio y el lugar en que se comunica el saber sobre él, lo que constituyó la autoridad antropológica, justificada a través de un «realismo etnográfico» (Canclini 1991:63) que sugirió, especialmente en las producciones textuales, un alto grado de neutralidad y objetividad: el «estar ahí», implicaba «ver», registrar datos, acumular detalles de la vida cotidiana, elaborar mapas, sacar fotos, entre otras cosas, que no solo ponían en evidencia la experticia del antropólogo sino que garantizaba la «verdad» del conocimiento producido.
6 Algunas de las ideas volcadas en este apartado fueron trabajas en Perret, G., “Territorialidad y práctica antropológica: desafíos epistemológicos de una antropología multisituada/multilocal”, en Revista KULA. Antropólogos del Atlántico Sur, Buenos Aires, Nº 4, pp. 52-60, 2011.
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A partir de los procesos de descolonización la disciplina inicia un cambio en la propia experiencia del desplazamiento, en el sentido de que comenzará cada vez más a plantear la posibilidad y necesidad de una antropología en y de la propia sociedad del antropólogo. Surge así una generación de antropólogos y antropólogas que comenzaron a cuestionar varios aspectos de la práctica tradicional sancionada como norma por las escuelas dominantes de la época. Fueron revisados, re-experimentados y reformulados: el lugar de autoridad/autor del antropólogo -con las versiones de la antropología dialógica-, la elección de sociedades exóticas como objeto privilegiado de estudio y el reconocimiento de problemáticas de investigación en las propias sociedades de origen de los investigadores. En este contexto, si bien se revisaron los supuestos teóricos y epistemológicos de la producción antropológica del período colonial, no ocurrió lo mismo con la metodología de trabajo, tal vez porque tenía que justificar(se) como una disciplina que podía pasar del estudio de sociedades distantes cultural y geográficamente al estudio de/en la propia sociedad del investigador, lo que redundó, a nuestro entender, en la reproducción de la «pequeña comunidad nativa» al interior de la propia sociedad del antropólogo, reforzando así la practica etnográfica tradicional. Desde nuestra crítica presente, podemos afirmar la persistencia en tales experiencias renovadoras, de una identificación, cuando no yuxtaposición entre los conceptos de campo y territorio, lo cual puede volver verosímil que aún hoy los sigamos yuxtaponiendo en formas muchas veces inadvertidas. Es por ello, que nos preguntamos por las condiciones de la investigación antropológica y del trabajo de campo actuales. También por las herramientas con las que contamos para la reflexión metodológica, cuando en la construcción de nuestro objeto de estudio muestran su posible no adecuación frente al contexto sociocultural contemporáneo. No adecuación que se expresa la mayoría de las veces como un persistente estado de perplejidad en los antropólogos y antropólogas cuando deben plantear sus primeros problemas de investigación, o delimitar «su» «campo», o al advertir que los sujetos y sus prácticas no son posibles de circunscribir a un territorio o lugar específico. No estamos diciendo con esto que tengamos que abandonar la práctica etnográfica, por el contrario, consideramos que deberíamos situarnos frente a la necesidad de plantear cómo o en qué sentido deberíamos reformularla, es decir, pensar qué estrategias epistemológicas y metodológicas desarrollar para desfetichizar la noción de «campo» y su fuerte vinculación a 12
un territorio, lugar, emplazamiento o localidad que ha sido tan cara a la ciencia antropológica, ya que sigue pesando sobre nosotros la herencia de la antropología clásica que concebía al trabajo de campo como aquella «práctica espacial de residencia intensiva» (Clifford, 2007). Y este replanteo de la práctica etnográfica está vinculado a una reflexión sobre las condiciones socioculturales en que se produce y comunica el saber antropológico. «Para saber cómo conocer mejor es necesario conocer cómo nos organizamos para conocer; cómo se interiorizan en nosotros hábitos metodológicos y estilos de investigación que consagran las instituciones y los dispositivos de reconocimientos» (Canclini, 1991:63).
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Cómo repensar la noción de campo ¿Cómo conocemos al otro y qué es lo que conocemos del otro? ¿Si no «estamos ahí», podemos dar cuenta de lo que allí sucede? ¿Cómo nos vinculamos con ese otro que queremos conocer? Si actualmente el trabajo de campo no requiere de modo necesario ni deseable el traslado de una geografía a la otra, de todos modos en nuestra práctica de investigación constatamos una diferenciación, una separación, entre nuestra propia experiencia y la de los sujetos que se encuentran ligados a nuestro problema de estudio. Sobre esta misma distancia se sostiene por cierto, la validez del conocimiento antropológico, dado que si no hubiera una distancia de algún orden entre quienes investigamos y quienes forman parte de nuestro objeto de investigación, la existencia misma de la antropología podría ponerse en duda. ¿Pero de qué modo nos colocamos en esta distancia? ¿Es la distancia tal, o es parte del constructo epistemológicometodológico? Entendemos que se trata de un problema que puede pensarse a partir de diferentes niveles de análisis. En un primer momento, podemos afirmar que nada nos diferencia de quienes forman parte de nuestro problema de investigación. Simple y llanamente somos parte del mismo orden histórico y social. En este sentido, no somos externos a los problemas que investigamos, sino que formamos parte de las mismas condiciones sociales de existencia. Sin embargo, consideramos que existe un segundo nivel de análisis y que se encuadra justamente en el marco de lo metodológico. Cualquier investigador en el proceso de construcción de vínculos con un grupo o comunidad con los que no estuviera familiarizado, o en el curso de una aproximación a un ámbito ajeno a su cotidianeidad, e incluso mediando algún grado de vinculación previo, se encuentra ante la sensación de no pertenencia, de extrañeza, de exterioridad en definitiva, de aquello que precisamente quiere indagar. En ese sentido existe una externalidad relativa, que se traduce en una distancia claramente perceptible entre el investigador y los sujetos que son el foco de su atención. Distancia que se nos impone necesariamente, en tanto la construcción del campo y de los vínculos que supone es una cuestión que atañe a un problema de investigación y al modo que dicho problema será abordado. Ahora bien, sin intenciones de profundizar en la discusión, podemos decir que esta externalidad relativa en la que nos afirmamos, difiere de la 14
mirada externalista sostenida por la antropología clásica fundada en una concepción de las sociedades como entidades discretas. Concepción que habilitaba a los antropólogos a ubicarse por fuera de esas sociedades desde una posición de observador neutral. En ese sentido, la noción de ‘campo’ concebida por las escuelas de la antropología con estatus académico desde principios del siglo XX, ha sido construida en primer lugar sobre supuestos taxonomizadores de lo social, tanto en términos cronológicos como espaciales, lo que ha dado lugar por un lado a la concepción evolutiva en un sentido de progreso entre distintos «tipos» sociales y, por otro lado, a la concepción de que distintas sociedades, con sus discontinuidades territoriales, podían ser puestas una al lado de otra en un ordenamiento clasificatorio dependiendo de sus rasgos sociales y culturales, pensados como características discretas y claramente discernibles. En segundo lugar, la concepción de campo de la antropología fundacional ha sido edificada sobre el supuesto de que la sociedad, además de ser tipificable en virtud de sus rasgos, es fundamentalmente homeostática, siendo sus rasgos/instituciones, elementos necesarios para el funcionamiento de la estructura manifiesta. Quizá la noción de campo clásica se encontraba atada no solamente a lo territorial como el límite físico dentro del cual el antropólogo era investigador, sino además este basamento territorial imponía dificultades para pensar los vínculos entre el investigador y los sujetos de investigación como constitutivos del campo y, a la vez, como efecto de relaciones sociales históricamente construidas. Entender qué tipo de concepción de lo social era propia de la antropología clásica nos habilita a separar (al menos parcial o potencialmente) la noción de campo clásica de su fundamento territorial, de modo tal de comprender la territorialidad como una construcción surgida a partir de relaciones sociales históricamente conformadas. Pero además, este intento parcial, nos puede decir algo más acerca del modo en que en última instancia, intentamos construir conocimiento acerca del mundo. Si percibimos una distancia entre nosotros y los otros, en parte es porque somos capaces de ser afectados por ciertos hechos. A la vez, si no estamos presentes para ser afectados por ciertas diferencias (y ni siquiera todas, sino tan sólo algunas pocas), cualquier cuestión vinculada con la misma, carece de significado. ¿Esto significaría caer en un empirismo ingenuo por el cual deberíamos ‘estar ahí’ para ser afectados por las diferencias? Ante esta pregunta Bateson nos advierte que: Estamos observando un mundo de significados; algunos de los 15
pormenores y diferencias, grandes y pequeños, que existen en ciertas partes de ese mundo total son representados por relaciones entre otras partes de ese mundo. Debe haber un cambio en mis neuronas o en las tuyas que represente ese cambio en el bosque, esa caída del árbol; pero no al suceso físico, sólo a la idea de suceso físico. Y la idea no tiene localización en el espacio ni en el tiempo -tal vez únicamente en una idea del espacio o el tiempo- (Bateson 2002:111) Volviendo a nuestras preguntas, podemos arriesgar que conocemos al otro porque construimos significados -un mundo de significados- que nos otorgan una representación del mundo a partir de ser afectados por «pormenores y diferencias» de ese mismo mundo, y en ese sentido es que entendemos la imposibilidad de una externalidad absoluta. La índole de esas diferencias es lo que nos coloca en una cierta distancia irreductible: «el número de diferencias potenciales en esta tiza es infinito, pero muy pocas de ellas se vuelven diferencias efectivas» (Bateson, 2002:111), distancia de la que nos valemos sustancialmente, cuando nuestras intenciones residen en decir algo acerca de estas diferencias y cuando necesitamos establecer vínculos con el problema que investigamos y los sujetos que son parte de éste. Es en este sentido que afirmamos la externalidad relativa también como una diferencia, sin la que no sería posible el establecimiento de vínculos significativos. Por último, queremos referir a cierto lugar común de Bateson, que no por ser atractivo, es menos fértil: «El mapa no es el territorio, y el nombre no es la cosa nombrada». Lo interesante que esta idea encierra para el problema que desató esta reflexión, es el hecho de que muchas de nuestras respuestas a situaciones cotidianas en la investigación y en la vida en general, conservan cierto trasfondo irracional y no se encuentran guiadas por la distinción entre mapa y territorio. Cuando decimos que no podemos acceder al campo, tal vez nos estemos dejando llevar por lo simbólico y afectivo que no permite efectuar la distinción entre el nombre y la cosa nombrada. Intentar trazar esta distinción es tal vez, un intento de forzar nuestros procesos reflexivos para que ciertas diferencias puedan ser efectuadas.
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Más allá del territorio: el campo como absoluta construcción Una deconstrucción crítica de la concepción clásica de ‘campo’ en antropología, como identificación velada, y por tanto incuestionada, de éste con un territorio, implica en forma solidaria la asunción del ‘campo’ de investigación como un constructo teórico, un recorte problemático intencionado que no tiene límites vis á vis con una locación. En pocas –y extremaspalabras, si el campo no es coextensivo en lo inmediato a un territorio, a una localización fácilmente identificable -las Trobriand-, cuando dice que va al ‘campo’, el investigador no sólo no está ‘yendo’ a ninguna parte por fuera de su propio mundo social –tan propio como lo propician los medios de transporte y comunicación- sino que está metaforizando su propia actividad al olvidar, o directamente no advertir, el carácter de constructo de tal noción. Como vimos en la parte que antecede, por campo entendemos una construcción histórico-social que nos contiene y de la que en ningún momento podemos estar ‘por fuera’. En este sentido, contra toda pretensión de objetividad positivista, el campo social del investigador determina y ‘contamina’ por completo su actividad, no existe un afuera y un adentro absoluto, y como partícipe del mismo mundo social comparte –distancia mediante- los horizontes de sentido de las personas con las que investiga. Dentro de la perspectiva etnográfica la observación participante ha sido su herramienta metodológica distintiva. Si bien con el tiempo, el concepto de observación participante ha derivado en otros modos de investigar: investigación participativa, investigación acción, participación observante, estas perspectivas metodológicas, que abogan por un tipo de investigador comprometido (Castellazzo, 2005), no sólo no han cuestionado la necesidad de ‘estar ahí’, en el ‘campo’/territorio, sino que la ha profundizado. La territorialidad innegable de las problemáticas investigadas por estos nuevos paradigmas, tributarios de varias maneras de la observación participante, ha mantenido cierto nivel de yuxtaposición entre lo que se considera campo y lo que se considera territorio. Retomando lo que planteábamos al inicio de este cuadernillo, cuando nuestra compañera se vio inundada por la imposibilidad de ‘acceder al campo’, en un sentido comprendimos colectivamente la casi invención del problema. Como partícipe del mismo mundo social de las personas con las que 17
investiga, el problema de «acceso» se revelaba como un falso problema, más aún en virtud de su experiencia laboral previa en los ámbitos de investigación de la problemática. Sin embargo, para algunos de nosotros resultó de una incomodidad insoportable descartar la cuestión como un falso problema sin más, dadas nuestras pretensiones de universalización respecto de los nudos problemáticos que cruzan toda investigación, central en nuestras discusiones como Taller. Si no podemos universalizar ciertos aspectos comunes, entendemos que cae toda posibilidad de pensar nuestras disciplinas, más allá de todas las quejas y cuestionamientos que le hacemos a nuestra formación. Entendemos como campo de investigación un constructo teórico que parte de una pregunta sobre la realidad, la cual con distintos grados de cercanía a nuestra experiencia biográfica y de la cual tenemos diverso grado de conocimiento, se conjuga con nuestros intereses generando dialécticamente una necesidad de interrogación sobre ella. Este ‘dónde mirar’ es tan sólo un recorte pertinente del mundo social conocido, recorte que se erige como campo de investigación, campo de atención donde el investigador dirigirá las acciones tendientes a poder dar cuenta de una pregunta. Qué mirar, con quiénes interactuar, es decir el campo de investigación, sólo puede determinarse, recortarse, delimitarse, atendiendo a lo que preguntamos, y, dependiendo de qué problema estemos abordando, este ‘dónde’ de la etnografía será más o menos circunscripto a uno o varias localizaciones, tendrá mayor o menor carácter de énclave, estará más o menos diseminado espacialmente, tendrá mayor o menor permanencia o intermitencia en su ocurrencia. Así las cosas, es perfectamente verosímil que el problema del campo se revele como un problema de acceso, si estamos sosteniéndonos desde una perspectiva etnográfica clásica, para la cual el problema de investigación exige un trabajo presencial de parte del investigador. Aquí cabría preguntarnos si este trabajo de observación es o no irremplazable incluso con la mejor y más completa colección de entrevistas. En este sentido cabe señalar una doble implicación, pues la territorialidad del campo estará determinada por la problemática en combinación con una elección metodológica, las cuales a esta altura se revelan como indisociables. Método y problema van juntos. Método y problema se co-determinan. Las posibilidades metodológicas determinan una serie de problemáticas posibles, así como una pregunta de investigación admite unos pocos modos de ser abordada.
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Estallando la etnografía De lo anterior se desprenden dos cuestiones a tener en cuenta: Por un lado admitir que la elección metodológica no es tanto una elección en el sentido liberal de la palabra, como si pudiera decidirse por un método eligiéndolo desde una góndola de supermercado, sino una decisión que implica, y a la vez depende, de decisiones en torno a las preguntas de investigación. Si tenemos una disponibilidad social más limitada respecto de la posibilidad de ‘estar ahí’, nos veremos compelidos a realizar modificaciones en lo que preguntamos, así como también deberemos decidir por una u otra metodología en función del objeto que estemos construyendo con nuestra pregunta. Una segunda cuestión a tener en cuenta tiene que ver con el estatuto de verdad de los resultados de la investigación. Desde Malinowski, el paradigma etnográfico se fue legitimando a sí mismo por ser el que permitía al investigador acceder a la verdad de lo investigado, despejando del medio la interpretación de informes de campo que eran reportados a ‘antropólogos de galería’. La presencia del investigador obtuvo el estatuto de garante de la verdad respecto de lo que se investigaba. Con muchos años de discusión en torno al tema, hoy podemos permitirnos hacer estallar esta premisa inviolable. Seguir sosteniendo a la manera de un antropólogo inocente, que la garantía de verdad es simplemente el ‘estar ahí’ supone una epistemología empirista que no hace diferencia entre la realidad ‘externa’ y lo que perciben nuestras terminales sensoriales, dentro de la cual el investigador se configura en una suerte de mecanismo de input-output, que se limita a recibir impresiones verdaderas y volcarlas en papel. Supone a la vez una epistemología positivista, donde el sujeto de la investigación emite predicados verdaderos sobre la realidad desde una relación de externalidad (objetiva y subjetiva) con el objeto-problema de su investigación. Y supone una epistemología fenomenológica donde el objeto-problema en cuestión presenta en forma homogénea y transparente sus aristas verdaderas a la mirada del sujeto que pregunta. En el marco de esta crítica a una 19
etnografía que sigue sosteniendo cándidamente la necesidad de ‘estar ahí’, sostenemos que la verdad no es una consecuencia metodológica, sino un problema político. O lo que es lo mismo, ‘estar ahí’ no garantiza ‘acceder’ a la verdad. La observación participante no implica consecuencias de verdad, sólo es necesaria o innecesaria teniendo en cuenta lo que preguntamos. Sin embargo, si somos radicales en nuestra crítica al empirismo, al positivismo y al fenomenismo, la verdad tampoco es simplemente accesible a través de sucedáneos del ‘estar ahí’ como podría serlo una o mil entrevistas, en una suerte de emparche que queramos efectuar a la ‘legítima etnografía’ recitando, de una forma igualmente inocente: ‘no importa si no puedo estar ahí, todavía puedo hacer entrevistas’. Tanto para la práctica de la observación participante como para la sola realización de entrevistas deberíamos saber que el lenguaje no tiene solamente una función informativa o comunicacional, sino una fuerte función performativa que produce efectos, advertida o inadvertidamente para todos los participantes. Esto, sumado al hecho de que toda interacción de investigación está atravesada por intereses –del investigador y los sujetos con quienes investiga-, implica que los discursos en el marco de la observación participante o de entrevistas siempre deben ser deconstruidos minuciosamente. E implica también asumir que el propio investigador, en el mismo acto de deconstrucción, como al formular un problema, como al priorizar ciertas acciones sobre otras, como al elegir estar presente en ciertas situaciones en detrimento de otras, como al diseñar una entrevista de cierto modo y no de otro, está siendo parte interesada en la construcción de verdad resultante del proceso de investigación. Entonces, no importa si hacemos o no etnografía, si podemos ‘estar ahí’ o no, si podemos ‘entrar al campo’ o no, lo definitorio es que advirtamos los supuestos epistemológicos que distinguen entre una performance inocente de una reflexiva en la producción de verdad.
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A modo de conclusión: Una o varias antropologías, uno o varios tipos de problemas. Un campo o muchos posibles Con toda la amplitud del arco metodológico que nos habilitaría a investigar diversos problemas, es sin embargo habitual en nuestra formación de grado que se privilegie la docencia casi en exclusividad acerca del método etnográfico. Cual ritual de pasaje, todos debemos ser pequeños malinowskis, debemos ser observadores participantes, debemos estar ahí en el ‘campo’, y si no se abre la puerta del mundo al que nos debemos entrometer según indica la currícula vigente, no nos queda siquiera la resignación, aunque sí la secreta certeza de no estar aprendiendo mucho. Algunos venimos repensando desde hace tiempo este modelo de formación, y nos preguntamos qué hay detrás de esta unicidad metodológica. Por un lado invitamos a repensar el ámbito problemático pertinente de la antropología, si es que existe tal cosa, o más bien preguntarnos por qué se privilegia, en la formación pero también en grandes franjas de práctica digamos, profesional, una constelación de problemáticas que resulta ‘cómodo’ abordar desde la etnografía de los otros: No suele darse el caso que se estimulen, o aunque sea se acompañen, investigaciones que aborden problemas existentes allí donde el investigador no puede entrar, por una cuestión de acceso espacial o temporal. Ni, en la otra orilla, tampoco es muy recomendado el abordaje de problemas existentes allí donde el antropólogo es uno más. En el intento de responder estos interrogantes nos preguntamos por qué, en la formación metodológica de grado, no son bien vistos los problemas de investigación de índole teórica, o por qué son cuestionados o desalentados los estudiantes que se interesan en problemáticas históricas cuyo abordaje exige un alto grado de trabajo con fuentes documentales desde una perspectiva etnohistórica, por citar unos pocos ejemplos. Por otro lado, intentamos repensar la formación metodológica local desde la perspectiva de la ciencia normal, en términos de Kuhn. Esto es, planteamos el interrogante acerca de las condiciones históricas, sociales y políticas que propician este tipo de formación metodológica y no otra más integral. Entendemos que la propia lógica de autorreproducción disciplinar local y de sus colectivos hegemónicos, sumado al sentido correcto y norma21
lizado de aquello que se considera lo específicamente antropológico (metodología etnográfica privilegiada en la formación, acervo problemático ‘apropiado’) desde esos centros normales y normalizadores, son parte de la explicación respecto de por qué contamos con una formación metodológica estrechamente limitada a lo etnográfico. De lo anterior se desprenden dos tipos de consecuencias que nos permiten retomar el planteo del inicio de este cuadernillo. Un primer tipo de consecuencias nos permite visibilizar que cuando desde la formación metodológica de grado se habla de ‘campo’, ´trabajo de campo’, ‘hacer campo’, aún con todas las críticas a las visiones de los clásicos de la antropología catalogadas como etnocéntricas, externalistas e instrumentales a los fines expansionistas, la referencia al ‘campo’ continúa siendo la que acuñaron esos autores. Lo cual no quiere decir otra cosa que, la mera posibilidad de imaginar o proponer que el campo de investigación de un antropólogo en formación pueda ser fuentes documentales, problemas teóricos, o problemas surgidos en su ámbito cotidiano, no entra dentro de los límites de lo posible de la normalidad disciplinar. Un segundo tipo de consecuencias aluden al hecho de que incluso dentro de la propia elección de una perspectiva estrictamente etnográfica que un importante número de investigadores en formación hacen, la noción de ‘campo’ que trasuntan sus trabajos no dejan de tener cada uno de los elementos tipificadores que se supone debe tener una producción intelectual para ser considerada etnográfica: viaje, extrañamiento, externalidad, informante clave, categorías nativas, «porteros», permanencia intensiva, etc. Elementos que son tanto tipificadores como cristalizadores de lo que es antropología y lo que no, yuxtaponiendo equivocadamente la antropología como disciplina con su método fundante y hegemónico en la carrera, impidiendo que la perspectiva etnográfica se interrogue a sí misma, mute, estalle sus esclerosadas estructuras y genere conocimiento nuevo, en todo el sentido de la palabra. Por último, dejamos algunas cuestiones abiertas a futuras indagaciones. Nos preguntamos, retomando los interrogantes planteados por Clifford (2007), qué queda hoy de las prácticas antropológicas clásicas en las situaciones nuevas que vivimos los antropólogos a medida que la geografía de la distancia y la diferencia cambian, a medida que las relaciones de poder en la investigación se reconfiguran, a medida que se redefine la frontera entre el observador y el observado, a medida que se despliegan nuevas tecnologías de transportes y comunicación. De qué modos en nuestras disciplina esta22
mos cuestionando y reelaborando las nociones de viaje, frontera, co-residencia, interacción, adentro-afuera, local-global, que han definido el «campo» y el propio trabajo de campo antropológico. Nos preguntamos también cuánto de las discusiones acerca de la autoridad etnográfica en la producción de verdad en antropología efectivamente tienen incidencia en la práctica real de muchos investigadores e investigadoras. En qué medida las producciones antropológicas dan cuenta de una práctica en la producción de verdad anclada en viejos postulados externalistas o, por el contrario, problematizan el espacio ocupado por el investigador como un sujeto interesado en la verdad que se produce. Como plantea Bateson (2002) es deseable que el científico sea consciente de sus presupuestos y sea capaz de enunciarlos (aunque el no hacerlo no impida que la ciencia continúe funcionando). Esto es lo que hemos intentado hacer en este primer cuadernillo de trabajo.
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