Cuentos Infantiles Brasileños

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Naranja de agua

Eloí Elisabete Bocheco

Un día, un hombre se levantó temprano y fue a ver si todo estaba bien con el maíz recién nacido. Al lado de la siembra del maíz corría un riachuelo de aguas claras. “Tengo que hacer un puente sobre este riachuelo, así voy a llegar más rápido a la puerta de la casa”, pensó. Hizo el puente y se sentó en él para ver el agua correr. De casualidad, una cana del hombre cayó en el agua y se transformó en un árbol de naranja de agua cargado de frutos. A él aquello le pareció muy divertido, entonces se arrancó un pelo que aún no estaba blanco y lo lanzó al agua para ver qué pasaba. No pasó nada. —Las naranjas de agua son dulces como el azúcar, tienen la cáscara suave y son excelentes para hacer mermelada —le dijo el hombre al puente, imaginándose el sabor de la mermelada en un pedazo de pan fresco. —Voy a casa por un canasto para recoger las naranjas —decidió. Cuando volvió, no había ninguna naranja en el árbol. Vino una bandada de aves del cielo y se llevó todos los frutos. El hombre se puso triste y esperó que el árbol de naranja de agua se volviera a cargar de frutos. Una tarde, el árbol de naranjas empezó a crecer y crecer y a invadir las alturas. El hombre abrió los ojos como platos de tanta admiración. Dejó la herramienta que estaba usando para limpiar el maíz y se subió al árbol para ver adónde iba con tanta prisa. A partir de un cierto punto, las ramas se enredaron en las nubes en forma de ovejas que había en el cielo, pero el pastor celeste vino corriendo y abrió el camino para que el árbol de naranjas subiera. El riachuelo, el puente y el maizal fueron alejándose hasta volverse unos puntitos y el hombre sintió miedo. Se distrajo del miedo mirando cómo las ovejas se comían el pasto de las alturas.


Entonces, el hombre vio a los caballos de viento y saltó del árbol de naranjas hacia el lomo de un caballo de viento. Los caballos jugaban a trenzarse sus crines de viento y se llevaron al hombre por el espacio hasta que él se cayó del cielo y terminó en el riachuelo. El árbol de naranja ya había regresado del paseo y estaba lleno de frutos. El hombre recogió los frutos y les dejó algunos a las aves del cielo. Con el canasto lleno de frutos y su vida llena de vuelos y juegos, el hombre entró a la cocina donde su madre hacía sopa de arvejas. —¿También trajiste naranjas de agua?, —le preguntó ella sorprendida. —¿Por qué? ¿Alguien nos trajo naranjas de agua? —Yo misma recogí un canasto lleno en la laguna verde, —le respondió ella. —¿Cómo? ¡En la laguna verde, hasta ayer, no había naranjas de agua! —Es cierto. Realmente no había. Pero hoy, 21 de mayo, las naranjas de agua vinieron a ver a los patos nadar. Yo aproveché y recogí todas las que pude. Al atardecer, poco antes de que los patos se acostaran, las naranjas se fueron. —Entonces, escúchame… —y le contó todo sobre las naranjas del puente y los dos se rieron mucho con aquella coincidencia. Se acostaron después de decidir que al día siguiente harían mermelada con las naranjas. La mañana surgió luminosa y presentó a las naranjas en estado de color puro. Ya no tenían el color de las naranjas igual al de todo el año, anaranjadas. Los canastos estaban llenos de naranjas moradas, verdes, lilas, azules, rojas, púrpuras y de todos los colores que hay en el mundo. El hombre y su madre no sabían qué hacer con tanto espanto y entonces pusieron manos a la obra, es decir, a la mermelada, porque les dio curiosidad saber qué tipo de dulce saldría. El dulce no salió y lo que salió de la olla fue un arco iris que se puso a pasear encima del fogón. —¡Un arco iris paseando sobre un fogón es algo que hay que ver para creer! —exclamó el hombre. —Vamos a guardarlo y así tenemos un arco iris para todos los días.


—Pero, ¿dónde lo guardamos para que no se destiña? —preguntó la madre del hombre. Decidieron que el ático sería un buen lugar para guardar un arco iris. Dormían felices pensando que ahora tenían un arco iris en el ático. Venían años de buenas cosechas. Venían años de escasez, sequías o lluvias de granizo. Ellos recordaban el arco iris en el ático y, de nuevo, regaban las semillas en la tierra. Un día no encontraron el arco iris. No estaba en el lugar de siempre. Buscaron por todo lado: en la casa, en el jardín, en la siembra, en el patio. Descubrieron que el arco iris se había mudado al broche que la madre del hombre usaba en el cuello de la blusa. —Si él escogió este lugar para quedarse, se quedará aquí para siempre — dijo ella. Y el arco iris nunca más salió del broche. Y se fue con ella el día que ella se fue a dar una vuelta por el cielo con las naranjas de agua y nunca más volvió. Ni ella, ni las naranjas.


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