CUENTOS DE LAS COSAS DE NAVIDAD-1 Que trata del muñeco que se fue a buscar al hijo de un camello Os tengo que contar la historia de un muñeco de esos que llaman articulados, de metal, que se doblan por los brazos, las muñecas, las caderas, las rodillas, el cuello y los pies, y se les pone en todas las posturas que se quiera. Este se llama Tonino y le habían vestido de pelotari, de blanco, con faja y boina rojas. Tenía cara de broma, y realizó una de las aventuras más grandes que han cometido en el mundo los muñecos. Os la voy a contar. Hace tres o cuatro años salieron los Reyes Magos de su castillo por la puerta principal. Traían una marcha tan solemne, que apenas levantaban polvo. Los camellos caminaban cargados de juguetes, con lo que resultaban mucho más abultadas sus jorobas. Y se veían picos de las cajas rojas de soldados, o pies de muñecas, o cañones de las escopetitas, que salían del paño que las cubría. Tonino venía en el viejo camello de Gaspar, y como era un monigote muy inquieto, abría de cuando en cuando una rendija de su caja, y no hacía más que charlar con las muñecas, bolos y soldados de plomo que viajaban en el mismo animal que él, y en cuyas cajas de cartón el llamaba con sus nudillos. Os diré que hasta llegaba a hacer cosquillas al camello, con tanto andarse moviendo. Y era tan ágil, que una de las veces saltó de su cajita, y dándose cuenta de curva que hacía el pescuezo largo del camello, emprendió el camino igual que un alpinista. Primero, como es natural, más bien fue bajar, porque los pescuezos de estos animales primero bajan y luego suben, como una cuerda floja. Así es que después empezó a trepar hacia la cabeza, agarrándose a los pelos, fuertes y duros del bicho.
Y no se conformó con llegar hasta allí, sino que se cogió a lo alto de la cabeza y se descolgó por ella hasta acariciarle el hocico blando del camello. Y para llamarle la atención, le tiró de uno de los pelos largos, que entre animales viejos tienen en el morro. -Me das mucho miedo, muñequito- dijo el animal-; te vas a caer y vas a hacerte daño. -No me caigo buen amigo. -Bueno ya lo veremos; yo estoy sufriendo...sufro por ti y por el niño al que le tocase jugar contigo, que se va a quedar sin muñeco. Anda cógete mejor, y así iremos más tranquilos. Tonino se afianzó al ronzal, que el paje había echado sobre el cuello del animalillo y había atado a la rueda de un auto de hojalata que iba en la carga. Se podía dejar sola la brida al viejo camello, por que se sabía divinamente el camino, después de tantos años de recorrerlo. Pues bien, es el caso que Tonino se cogió a la cabezada y se puso de charla con su amigo el de la joroba, mientras casi se columpiaba, sentado en el ronzal. Y preguntó: -Óyeme, ¿por qué haces servicio si eres ya tan viejecito...? -Es un poco triste el motivo y no quiero entristecer tu alegre juventud. -Dímelo y repartiremos los dos la pena. -Pues verás, yo vivía próximo al Desierto, en África. Era libre y tenía un hijo, que era alegre como tú. De pronto nos encontramos cazados por unos europeos de bigote, pantalón corto y salacof. Y figúrate cuál sería mi dolor al advertir que mientras a mi me llevaban hacia el castillo de los Reyes Magos, a mi hijo lo hacían desaparecer hacia el otro lado del mundo. ¡Ya ves que angustia! ¡Nos habían separado para toda la vida! -Si que es triste. Pero ¿qué tiene que ver eso con que sigas haciendo servicio?- preguntó Tonino.
-Pues tiene que ver, porque yo salgo todos los años del castillo pensando que alguna vez le he de encontrar, acaso cuando menos lo espere. Dos lágrimas enormes, casi como peras, brotaron de los ojos del camello, y si no se encoge Tonino, le cae sobre la cabeza. El monigote dijo entonces: -Como yo me quedaré en Europa ten por seguro que si por casualidad diera yo con tu hijo, subiría aunque fuera metido en una bola al castillo de Oriente, para darte sus noticias. -¡Oh cuánto te lo agradecería!... En esto iban a llegar al primer pueblo donde había niños, y Tonino corrió otra vez, trepó por la cabezada, caminó por el largo pescuezo, escaló la joroba como una montaña y se metió en su caja. Por cierto que, al trepar por las correas de la cabezada, le hizo gracia ver tres estrellas blancas en línea recta que tenía el viejo camello en la dura frente. La de arriba era la estrellita mayor y la de abajo la más chiquitina. Llegaron a Molinero de la Barba, que era un pueblo muy grande, con diez rascacielos, casa de fieras, cien buques en el puerto y mil tranvías de muchos colores todos con banderas. Llegaron a Molinero de la Barba y Gaspar dejó a Tonino en una bota del niño Manolo. Y estuvo tan correcto el muñeco, que cuando había alguien delante, no se ponía en más posturas que en las que las personas le dejaban. Pero tenía tal alegría y tal gracia en la cara, que toda la familia de Manolo le tomó cariño, y sobre todo el muchacho, que no emprendía viaje, ni paseo, ni se iba a examinar, sin el muñeco, porque decía que le daba la suerte. En el tren le llevaba asomado a la ventanilla. A los partidos de fútbol le llevaba asomado al bolsillo del pecho. En clase le sentaba sobre su rodilla, para que le tapara el pupitre. Y, en fin, a los exámenes iba Tonino escondido en los vuelos de la camisa de Manolo. Una vez fueron al zoo y, como es natural, el muñeco iba en las manos del niño. ¡Cuánto le gustaban a Tonino las curiosidades de los bichos! De todo, he aquí lo que más le gustó:
Las rayas de la cebra Las plumas del pavo real Los colmillos del jabalí La cola del canguro La trompa del elefante Las manchas del leopardo El morro del hipopótamo La inquietud del oso blanco Los rugidos del león Las garras del tigre El cuello de los cisnes El pico del pelícano Los movimientos del mono El pescuezo del buitre Los cuernos del ciervo Y los ojos del buho Y llegaron frente a la jaula del camello, y no le extrañó la joroba, porque ya había viajado sobre una, pero algo le chocó de aquel camellito de pelo achocolateado, ojos dulces, dientes grandes y blanquísimos, y labio blanducho. Algo le chocó, puesto que Manolo le dijo a su padrino, que le acompañaba en el paseo: -Padrino ¿qué le pasará al muñeco, que me parece que ha movido el sólo la cabeza? -Serán figuraciones tuyas, Manolo. No volvieron a hablar del asunto, olvidó el niño el extraño movimiento de Tonino, y se volvieron a casa tranquilamente. Cenaron florida coliflor, salmonetes de color rosa y ternera, huecamente empanada y con patatas fritas; Manolo le dio a su muñeco unas patatas; y después de cenar se fueron todos a la cama. El monigote quedó en su carrito de juguete, siempre con los ojos abiertos y su cara alegre. Pero no dormía, no hacía más que pensar en aquello que le chocó del camello ¿Y sabes que fue?...fue, fue, tres estrellitas de la frente colocadas en línea recta la de arriba la más grande, y la de abajo la más chiquitina.
Y Tonino sospechaba, como sospechan mis lectorcitos, que este joven camello pudiera ser el hijo del otro viejecito que le trajo de Oriente. ¿Y qué pasó? Pues pasó que a media noche Tonino saltó de la cama, puso una silla cerca de la ventana, trepó, salió por la ventana y por el cable del pararrayos. El monigote llegó a la acera en plena noche y como era tan alto como un vaso de agua, pudo caminar sin que nadie le viera y llegar a la jaula del camello, en la que entró tranquilamente por entre los barrotes, como hacen los gorriones. Tirándole de los cuatro pelillos que el animalote tenía en los bigotes, logró despertarle. -¡Eh, eh! ¿quién eres?- exclamó -Soy un tal Tonino -¿Y que quieres? - Saber si a ti te cazaron estando con tu padre, y a él se lo llevaron hacia un castillo... -Si, si, así fue; a el le condujeron a Oriente y a mí a Occidente. -Pues tu padre, querido camellito está en el castillo de los Reyes Magos, allí es feliz, solo tiene una pena no saber dónde esta su hijo. -¿Y cómo lo haremos que lo sepa?- preguntó el animal. -No te preocupes de eso-contestó Tonino-yo le ofrecí que si te encontraba volvería a decírselo. -Pues si vas díle que estoy muy bien que los niños vienen a verme y me traen pan. Y llévale aunque sea este recuerdo mío. Y arrancándose unos pelos de su joroba se los dio al monigote. Luego hablaron un buen rato de los otros bichos del zoo, el muñeco se guardo los pelos y antes de que fuera de noche se volvió hacia su casa. En la cama pensó cómo podían ayudarle los demás juguetes y se acordó de una guitarra y una cometa. Al día siguiente las buscó y por la noche, que era una noche de viento, se preparó en la ventana. Sacó la cometa por la
ventana, ató la guitarra al hilo de la cometa y, cuando el viento tenía bien tirante la cuerda se cogió bien y salió volando metido en la guitarra. ¡Allá iba nuestro monigote sobre los tejados de la ciudad! Volaba sin rumbo hacia el campo, allí se orientaría con las estrellas del cielo. Por fin el aire se calmó y todo el aparto cayó a tierra. Tonino tuvo que esperar a la orillita del mar a que volviera el viento para llevarle a Oriente. Durante tres días se aburrió, jugó con a arena a hacer montes, túneles, caminos, puertos. Otras veces se entretenía en poner su nombre con una varita. Con estas tontunas se pasó el tiempo, y al advertir que al cabo de los días el viento era favorable y la cometa apuntaba hacia las estrellas preparó la guitarra, metió dentro la cometa haciendo de vela marina, echó el instrumento al agua, se sentó metiendo los pies en el agujerito redondo y se hizo a la mar. Era de noche. La luna daba mil reflejos al agua ¡Y si vierais que bonito hacía verle alejarse, alejarse!... Dos días y dos noches tardó en llegar el muñeco a la otra orilla y ya en ella se distinguía apenas, en lo alto de una lejanísima montaña las torres del castillo. Otro par de días tardó Tonino en preparar la cometa y cuando la cola de la cometa apuntaba al castillo el monigote se preparó porque eso venía a significar que al castillo se dirigían los vientos. Y allá se d fue volando y dando grandes coletazos. Derechito, derechito, ya se iba a pasar del castillo, cuando pudo agarrarse al asta de la bandera. A ella se ató la cuerdecita de la cometa y por ella descendió a la terraza. El guardián, a pesar de ser más alto que un caballo puesto de manos, se asustó al ver un muñeco vivo y tocó la cuerna que llevaba colgada. Acudieron criados, doncellas, confeccionadores de juguetes, cocineros y hasta los propios Reyes Magos, que llegaron los últimos por no poder subir deprisa con sus mantos de terciopelo, sedas y armiños. Tonino con su traje de pelotari, hizo una respetable reverencia y explicó así: -Majestades yo soy de esta casa. Aquí nací, y hoy vuelvo emocionado a saludaros.
-¿Y cuál es el principal objetos de tu viaje?-le preguntó Melchor, el de la barba blanca. -La principal misión que traigo, señor, es la de entregar a tu viejo camello un grato recuerdo de su hijito. Los tres Reyes Magos se miraron contentos, y en sus ojos se advertía que aquello les parecía muy noble. Autorizaron a Tonino para ver al camello, que ya estaba jubilado, y el muñeco se fue a la cuadra, donde el anciano animal le besó con sus blandos labios y con lagrimas en los ojos besó los cabellos del hijo. -¿Tiene todavía tres estrellas en la frente como las mías? -Iguales, exactamente iguales. ¡Qué alegría le dio saber que su hijo se parecía tanto a él! Unos meses estuvo Tonino en el palacio. Y cuando llegó la hora de salir la regia comitiva para repartir los juguetes por todas las ciudades, resultó que aquel año los reyes llevaron cuatro camellos, no tres. Y es que venía también el camello jubilado sin más carga que un juguete, Tonino. Los propios reyes pidieron permiso al alcalde para que el anciano animal pudiera ir al zoo, y se dio tan fuerte abrazo con su hijo, que se hicieron un nudo sus dos cuellos larguiruchos. Y en la casa de Manolo también recibieron con alegría la visita del monigote que hacía meses había desaparecido, y que traía a Manolo cinco cajas de soldados de plomo de la fábrica del castillo. Fueron días alegres, pero el camello viejo y el muñeco articulado volvieron al castillo de Oriente, donde se llevan casi todos los mimos de Melchor, Gaspar y Baltasar. Y es que, además, todos los años se les concede permiso para descender con la comitiva a visitar al otro camello de las tres estrellas y al niño Manolo, que ya es un señorito, pero que siempre está deseando que llegue el 6 de enero para ver a su amigo Tonino. FIN DEL CUENTO
CUENTOS DE LAS COSAS DE NAVIDAD-2 Se trata de un pavo flaco que se tragó tres pastorcitos
Pues señor, éste era un niño llamado Chiquino, hijo de un carpintero, que quería que le pusieran un nacimiento para las fiestas de Navidad. El padre reunió ranas, musgos, pajas, piedras, borregos, pavitos, papel de plata, cuatro casitas y treinta figuritas en forma de personas, y puso al muchacho un nacimiento pequeño y modesto. Y por eso mismo, porque era un nacimiento sencillo, con figuras más bien humildes, era por lo que entre aquellas gentes-pastores, lavanderas, hilanderas y danzantes- reinaba una gran cordialidad y cariño a la hora en que Chiquino y sus padres se retiraban a acostar. Porque habéis de saber que en este nacimiento, como en casi todos ellos, o por lo menos en los de los cuentos, al acostarse todo el mundo, las figuras empiezan a moverse y a vivir por su cuenta. A la hora de dormir la familia de Chiquino y cuando todo estaba en silencio, una figura que era un bailador trepaba por una rama de detrás del nacimiento y, alcanzando el cable de la luz, llegaba hasta la llave y encendía. Y ya con esa luz encendida ¡venga alegría y charlas y abrazos! ¡Y venga alegría porque por fin era Navidad! Y traían los regalos desde las pequeñas casitas, y la mula y el buey echaban su vaho pequeñito, y danzaban los mozos descansando luego en las rocas, y pasaba por el gracioso puente encolado, la carreta de bueyes. Además cada noche de las de verdad, tenía para las figuras tres o cuatro noches pequeñas, de modo que de cuando en cuando se les veía retirarse a todos, y era que jugaban a que venía la noche. Entre el ganado que comía la hierba, que no era hierba sino musgo, y no lo comía, sino que hacía que lo comía, habría unas ovejitas blancas y unos cerditos que el mismo Chiquino se había hecho con bellotas, metiéndolas unas patitas que eran pedazos de palillos de dientes, ojos que eran cabecitas de alfileres y orejas que eran de su propia cascarilla. Por lo
graciosos y sencillotes que eran tenían por ellos gran cariño, tres pastores del nacimiento. Sucedió que le padre de Chiquino quería celebrar ka Navidad y compró un pavo que porque no le costara mucho estaba flaco y hambriento. Chiquino sintió enseguida cariño por él y le acariciaba las plumas y le hacía caricias con las yemas de sus dedos en la cabeza. Era para él como un juguete o un perro . Por eso sentía pena pensando en el momento triste en que su padre decidiera quitar la vida al animal para que el niño se comiera los muslos o la pechuga. Pero vamos a contar lo que pasó por la noche. Como la casa del carpintero era pequeña y el cuarto del nacimiento estaba todo revuelto porque era donde jugaba Chiquino, decidieron dejar el pavo allí suelto. Y el pobre animalito nada más apagar las luces de la casa, se subió al respaldo de una silla, se sujetó con sus dedos y se quedó dormidito. Y no llevaba media hora durmiendo cuando le despertó, inesperadamente, el resplandor de la luz al encenderse. Que la había encendido el ágil bailador del nacimiento. Aleteó el pavo para desentumecer los músculos y entonces las figuras le vieron y se asustaron. Pero como no era más que un pavo, no le hicieron demasiado caso y comenzaron su vida tranquila de todas las noches. El pavo se quedó extrañado, pero le agradó ver que había pavitos chiquititos con patas de alambre que picoteaban el corcho de las rocas. Pero de pronto, aquel pavo flaco abrió enormemente los ojos, como todo bicho que hace un gran descubrimiento. ¡¡Bellotas!!...¡¡bellotas!! ¡¡con lo que a él le gustaban las bellotas...y el hambre que tenía!!... Saltó de la silla al suelo, porque le cogía lejos del nacimiento, y luego daba saltos, a ver si estirando el cuello alcanzaba alguno de aquellos cerditos de bellota. ¡Oh que gran pánico, aunque todos se dieron cuenta de que el pavo iba sólo por los cerditos! Pero vamos a la historia. El pavo tenía mucha hambre, y su manjar preferido habían sido siempre las bellotas, así es que decidió saltar al nacimiento. Subió a la pradera dejando sobre el musgo las huellas de estrella de sus
patazas, y fijos sus ojos de ansia en los cerditos, se fue a ellos con el pico abierto. Entonces los tres pastores, dispuestos al sacrificio por salvar las vidas de los bichos que cuidaban, se pusieron delante con un valor inmenso; con más valor que aquellos príncipes de los cuentos que iban a matar con sus espadas a los dragones. Con más valor que los príncipes , porque los dragones no han existido jamás y los pavos si que existen, ya lo creo... Y como los pavos siempre pican y tragan casi al mismo tiempo y sin saborear. Y como picó tres veces, tres pastores se tragó... ¡PUMBA! Un pastor ¡PUMBA! Otro pastor ¡PUMBA! El otro Con tanta figura tragada sintió un poco de ahogo, se asustó y se tiró al suelo. Y en un rincón tumbado se quedó, tanto para ir pasando poco a poco por la garganta los tres pastores de barro, como porque pensaba en la atrocidad que acababa de cometer. Hasta los pavos tienen conciencia. Por eso a este le entró una tristeza acongojada cuando comprendió que aquellas figuras que se había comido eran tres valerosos y fieles defensores de unos animalitos. Había sido terriblemente injusto; pero tal vez sin querer serlo, ya que si él se los tragó fue porque se le pusieron delante... En el nacimiento, entre tanto, se siguió viviendo aquella noche una vida triste y silenciosa. Si alguna vez se rompía el silencio era con los llantos de una lavandera o alguna hilandera. Todo estaba mustio por la desaparición de las figuritas valientes. Ni una sola figura, fuera de bicho o persona, dejaban de suspirar constantemente. También el pavo lloraba, su conciencia a pesar de ser conciencia de pavo le remordía y le llenaba los ojos de lágrimas. Llegó la mañana del día siguiente muy pronto Chiquino bien lavado se fue a hacer la primera visita al pavo y al nacimiento. Y cuál no sería su sorpresa al advertir tres cosas: que las praderas y el musgo estaban pisoteados, que el pavito estaba triste y que faltaban tres pastores.
Chiquino tuvo tentación de castigar al animal pero el pavo le miró con ojos tan tristes que el niño no se atrevió ni a regañarlo. Se acercó más al animal y se dio cuenta de que tenía tres bultos en el cuello, seguramente los tres pastores. Y si estaban allí Chiquino tendría que esperar a que su papá matase al pavo para salvarlos. Quedaba, pues, condenarlo a muerte por su triple crimen. Pero le dio pena, con esa cara tan dulce, así que se propuso operarle para sacarle los tres pastores. Cogió cortaplumas, una aguja y un hilo, sujetó al pavo entre las piernas, le abrió el buche, saco los tres pastores y lo cosió otra vez. Después de la operación el operado parecía otro, estaba más alegre y se movía mejor. Lavó luego Chiquino los pastores en el chorro del lavabo, los puso al sol en la ventana y cuando las caricias del sol los secaron los colocó en el nacimiento. Todas las figuras, a pesar de ser de día y de estar delante el niño, no pudieron evitar poner cara de alegría pero, afortunadamente Chiquino no les notó nada. A la noche siguiente, que había de ser la última en la vida del animal el pobrecito se subió a la silla y con cara de contento vio cómo empezaba la vida de las figuras y cómo abrazaban todas a los tres valientes pastores. Acaso el pavo moriría por la mañana pero moriría feliz porque veía que las personillas del pueblo que protegían a los animalitos estaban contentas. Llegó la mañana de Nochebuena el sol fue saliendo de su escondite nocturno. Y a medida que el tiempo avanzaba. El pavo sentía más miedo y le castañeteaba de pánico el pico. De pronto, en toda la casa se oyó ese estremecimiento que da el afilar un cuchillo grande. El pavito cerró los ojos lleno de terror. Las figuras, que ya estaban otra vez inmóviles abrieron los ojos espantadas, por último Chiquino, que también lo oyó se tiró de la cama y salió corriendo a ponerse delante del condenado. Momentos después entró el carpintero con su gran cuchillo, y entonces fue cuando el niño, tapando con su espalda a la víctima, se echo a llorar y dijo:
-Papa mío si es que quieres matar a mi amigo el pavo, me tendrás que matar a mí antes. La verdad es que la frase sonó a función de teatro. El padre pudo haber cogido al niño por una mano haberle quitado y entonces clavar el cuchillo al pavo... Pero como le quería tanto, le concedió el capricho...y sólo cenaron patatas con verduras, que por cierto estaban muy ricas. Terminaron las vacaciones de Navidad, las figuras, como todos los años, fueron guardadas cuidadosamente en una caja y llevadas a la buhardilla, pero hablaron mucho de esta aventura. Tampoco la olvidó nunca el pavo que fue como un perro fiel. Pero como un perro que volara y, mientras el chico esta en el colegio, el pavito se va de visita al nido de la torre, donde viven las cigüeñas y suele llevar a los pollitos alguna miga o gusano. En cambio cuando se les cae una pluma bonita, el pavo la coge con el pico, y con ellas le espera a Chiquino en la puerta del colegio y se la regala.
CUENTOS DE LAS COSAS DE NAVIDAD-3 Que trata de un noble camello que hacía muy bien de juguete Cierto año bajaron Melchor, Gaspar y Baltasar de su castillo. Montaban tres bellos corceles de colas largas y onduladas, para los que guardaban sabrosa cebada en saquitos que llevaban debajo de sus mantos. En el mismo sitio también guardaban sabrosas figuras de mazapán que, de cuando en cuando, comían en compañía de los pajes. Al llegar a los pueblos, los Magos, extendiendo su dedo índice como habréis visto en algunas estatuas a caballo, fueron dirigiendo frente a los balcones el reparto de juguetes, y decía Melchor: - En esa ventana poned sobre las botas de fútbol un libro de cuentos, porque el muchacho sé yo que es demasiado futbolista, y conviene que se aficione a estarse quieto en un sillón de su casa siquiera una hora al día. Y Gaspar añadió: -Sobre esos zapatitos de niña de trece años pon un microscopio que a esta chiquilla le gustan mucho los bichos... Por último decía Baltasar: -Y sobre los zapatos del chiquillo de siete años, un coche de carreras de esos que hay en el camello B, y un estuche de carpintería de los del camello C. Los camelleros atendían las órdenes de los Reyes y subiéndose en la joroba de los fieles bichos, o en una larga escalera que llevaban, ponían en el sitio correspondiente los caballos de cartón, los patinetes, las muñecas, los trenes y todos los demás juguetes, sin dejar uno de los que llevaban en los inmensos fardos los camellos. Pero llegó el año siguiente, y uno de los camelleros, el de color café como Baltasar, resulta que había aprendido durante el verano y el otoño a hacer el hombre mosca.
Ya sabéis de sobra que se llaman hombres mosca a los que trepan por las fachadas altísimas de las casas y lo hacen delante de un gran gentío. El camellero había ensayado esta peligrosísima y rara profesión para poder dejar los juguetes en las ventanas más altas y difíciles. Cierto día, ensayándose en un rascacielos, llegó a una ventana y se dio un susto con un grillo que un muchacho tenía en una jaula; entonces se cayó, y se quedó más chato de lo que era. Pero es lo cierto que como había conseguido tan expuesta habilidad, Melchor, Gaspar y Baltasar le estaban muy agradecidos por sus servicios, además de estimarle grandemente. Llegó el reparto de juguetes por pueblos y ciudades, y algún Rey observó que este camellero Cantar, había estado muy serio, como si algo le preocupara y pensara en otra cosa, mientras colocaba los juguetes. Cantar pensaba en su hijo, muy gracioso, muy salao, chatillo, juguetón, que se pasaba medio día andando a gatas y jugando por el suelo, y el otro medio haciendo castillos con las arenas del río. En él pensaba Cantar, porque los padres, cuando se van fuera de sus casas no hacen más que pensar en sus hijos; pero se acordaba de él porque seguro que todos los juguetes le gustarían a su hijito que se llamaba Redondel. Poco a poco fueron terminando las faenas de los Reyes. Cantar para dejar una muñeca de trapo a una niña que vivía en una buhardilla muy alta, trepo por las paredes, agarrándose con las uñas a los desconchados de las fachadas. Y para dejar un caballo de cartón tan grande como un burro, a un niño que vivía en el piso 22 de un rascacielos, se lo colgó a la garganta con las bridas, y trepando por el pararrayos con gran exposición de su vida, cumplió con su deber. Como que al descender escuchó muchos aplausos de los Magos, de los otros camelleros y de cinco o seis trasnochadores que lo presenciaron. Resultó que ese caballo era el último juguete que había que dejar ese año. Así es que era la hora de emprender el regreso, con los camellos completamente descargados.
Ya de camino, Melchor dijo a Cantar: -Cantar has cumplido tan magníficamente que cada día te apreciamos más. -Bien mereces una recompensa-añadió el rey Baltasar- pídenos lo que quieras. -Señores- respondió el camellero- mi timidez y el respeto que os tengo no me han permitido pediros lo que quería... -Dinos que era-dijeron los tres. -Señores, yo tengo un hijo llamado Redondel y he sido tan bobo que no les he pedido un juguete para llevarle. Los Magos se miraron, menearon la cabeza con caras de preocupación y, por fin Melchor habló así: -Pero ¿cómo no nos lo has dicho antes? Por tus propios ojos verás que no queda ni un juguete...pero llévale esta moneda de oro de mi parte. -Y éstas- añadieron los otros tres Reyes. Cantar dijo entonces: -No quisiera que mi hijo se aficionara al dinero. Le llevaré estos redondos oros como si fueran cascabeles. Llegaron a un descanso y Cantar, encargado del cuidado de su camello, llevó al animal a que bebiera en un arroyo cercano. Después saco un terrón de azúcar de sus bolsillos y lo dejó en la boca del camello. Después de tragárselo el camello dijo: -Compañero de caminos y fatigas he oído tu conversación con los Reyes y se me ha ocurrido una idea que tienes que poner en práctica. -¿Y qué idea es esa, compañero? -Yo mismo puedo ser el juguete que deseas para tu hijo.
-¿Tu? No, no; eso no- respondió Cantar- Los niños lo que quieren son juguetes, juguetes. Sueñan con los juguetes. Y tu no eres un juguete. Los chiquillos desean juguetitos que no tengan más movimiento que lo que ellos quieran darles. No, no tu no puedes ser ese juguete... -¡Cállate, que no me dejas hablar! – respondió el camello- yo no quiero que me lleves en calidad de camello de verdad, sino en calidad de juguete. Me pintas unos botones negros en la tripa y le dices a Redondel: “Este botón es para que se agache, éste para que coma, éste, para que beba...” Y después me pintas otros botones en la joroba y le explicas: “Este es para que se levante, éste, para que se marche, éste, para que se detenga y te puedas apear...” ¿No te parece bien la combinación, amigo Cantar? Cantar se quitó el turbante que llevaba se rascó el pelo rizado y negro y exclamo: -Si te he de ser sincero, no me parece mal la idea. Hasta puede resultar el juguete más maravilloso del mundo. Cantar y el camello se lo contaron a los Reyes Magos que les dieron permiso para hacer del camello un juguete. -Pero eso sí-le dijo Melchor- debes presentarte en nuestro castillo antes del primero de año, para volver a bajar los juguetes. -Esta bien, cumpliré con vuestro deseo. Siguieron la marcha hacia la fortaleza de los Reyes y cerca ya del castillo, Cantar y el camello se despidieron de los demás: reyes, camelleros, camellos, caballos, y tomaron un sendero que les llevaba hasta el poblado donde vivía Redondel. Era un poblado de cañas, cerca de un riachuelo y no lejos del castillo de los Reyes Magos. Cuando vieron las primeras cabañas del pueblo, Cantar, que llevaba un bote de pintura negra preparado, pinto los botones al amable camello, y al lado pego unos papeles con los letreros siguientes:
Agacharse Comer Beber Rascarse Saludar Dormir
Levantarse Marchar Parar Trotar Izquierda Derecha
De este modo el chiquillo podría hacer que el camello se agachase, montar luego en él y hacerle que corriera, marchara al paso y tantas cosas más. El animal se puso rígido como un juguete sin pestañear siquiera, y andando con las patas tiesas, como si le hubieran dado cuerda, se encaminó al poblado. Redondel que en ese momento estaba haciendo de gato y asustando a las gallinas, vio de pronto a su padre, se levantó y fue corriendo a dar un salto y a abrazársele al cuello con todas sus fuerzas. -¿Me traes algún juguete?- preguntó -Éste, mírale que grande -¿Pero este camello es un juguete papa? -Si, hijo mío, apriétale este botón verás cómo se agacha. El chico lo hizo, obedeció el camello, y entonces añadió el padre: -Súbete, súbete en él, ahí tienes el botón de hacerle que se ponga en pie, y de andar, y el de pararse. El niño sabía leer...y divinamente aprendió a manejarlo. Como Cantar, sabía la nobleza del animal, los dejaba solos, y Redondel estaba entusiasmado. Eso de que corriera y bebiera como los de verdad le hacía mucha ilusión, y a todas horas estaba ofreciéndole hierba fresca, azúcar, pan o cebada. Pasaron dos meses, tres, cuatro...y redondel no se cansaba del camello, como se había cansado de otros juguetes anteriores. No abusaba de él todo el día, y por eso a la hora de jugar lo cogía con gran ilusión. Lo cual consentía con
agrado el simpático camello A, que ni un solo día tuvo que hacer como que se había estropeado. Una vez iba Redondel sobre su gran juguete por la montaña, cuando de pronto vieron un famoso león, que era temido por todos, porque había dicho a monos, panteras y jirafas que él lo que quería era comer carne de niño tiernecito. Un mono se lo dijo al camello A que se asustó muchísimo, también Redondel se aterró, se puso pálido y se desmayó. Pero entonces el camello A le cogió con los dientes por sus pantalones y salió corriendo hasta que el león no pudo seguirle. El muchacho como premio buscó un ramo de flores amarillas y se lo dio para que se lo comiera. Una noche, a la hora de cenar, Redondel, que había salido de pesca no había vuelto a la cabaña. Su madre y su padre se asustaron mucho. Entonces el camello se enteró y salió en su busca. El fue quien lo encontró llorando porque se había perdido. Como premio esta vez le dio agua de Luna, que era agua de un lago limpio donde se reflejaba el astro de la noche. El camello y el niño jugaban juntos a las cometas, a coger manzanas de los árboles, eran como dos compañeros traviesos. Pero veréis lo que pasó un día estando el padre y el hijo comiendo unas ricas tortas de maíz mojadas en leche, en un descanso de arar la tierra. Fue el muchacho y dijo: -¿Oye papaíto, y es verdad que es un juguete el camello que me trajíste? -Si hijo, ya ves cómo se mueve -¿Y no tiene más botones que esos de que se agache, y se pare, y coma, y todo eso?- siguió preguntando Redondel. -Nada más hijo
-¿Y no se le podrían poner otros botones? -Yo creo que no ¿para qué quieres más? -Para nada papa, son preguntas tontas... No volvieron a hablar del tema. El niño se fue con el camello, le dio torta, tocó el botón para que comiera y se marcharon de paseo como todas las tardes. Pero aquel día el niño acariciaba el camello más que nunca. A la vuelta del campo, redondel cogió tinta, pincel y un papelito, pintó otro botón al camello, y cuando iba a escribir el letrero correspondiente apareció Cantar y le sorprendió. -¿Qué pintas hijo? -Otro botón papaíto -¿Y para qué es ese botón? -Para...para... El niño se puso colorado, muy colorado, se echó a llorar y no contestó. -No llores hijo y cuéntame para qué va a servir ese botón que pintas. Entonces el niño, entre hipo, dijo la verdad, que le hacía llorar. -Este botón..., este botón...es para...para que cuando lo...cuando lo apriete me quiera mucho el camello. Su padre le abrazó muy fuerte y le dió un beso. También el animal, al oírlo se emocionó de verás. Hubiera empezado a acariciarle inmediatamente. Pero esperó a que Cantar le pegara el cartel al lado del nuevo botón un cartel que decía:
QUERERME
Entonces dió Redondel a la mancha redonda y el bueno de A se puso a acariciarle con los labios los hombros del muchacho, y con sus dientes el pelo rizado, y con la cabeza la espalda del niño y con la lengua las manitas. Y desde entonces, aquel último juguete de los Reyes Magos no se separa casi nunca del muchacho que ya es algo mayor. Le ayuda a arar la tierra de su padre, y únicamente se marcha desde el primer día de cada año hasta el 10 o el 12 de enero, porque se va a Oriente, para ayudar a los Magos a repartir los juguetes entre los chiquillos de las ciudades de occidente que es una bonita y divertida tarea.