1r Accèssit Joves 13è Premi de Relats Curts

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ACCÈSSIT CATEGORIA JOVES JUDIT AYALA MARTÍNEZ OBSOLESCENCIA PROGRAMADA Nunca he estado en esa otra parte del mundo, pero sé que existe. Le llaman el mundo ideal. Es un mundo muy diferente al que estoy viviendo, dónde todos imitan un modelo llamado “moda” que cambia a gran velocidad. Es un lugar dónde la gente va muy deprisa a todas partes, hace las cosas sin pensar y a menudo se equivocan, pero no les importan las consecuencias. Lo importante es actuar lo más rápido posible, porque en ese mundo nadie puede perder ni un solo segundo de su tiempo. Allí, el tiempo es oro, la rapidez y la inmediatez es lo único que cuenta. Las personas que viven en esa otra parte del mundo habitan en construcciones sólidas, climatizadas, con luz eléctrica y todo tipo de aparatos que hacen de forma automática las tareas más simples. El agua se obtiene como por arte de magia, con tan solo un pequeño gesto de muñeca se abre un grifo y un chorro de agua nítida empieza a salir como una cascada interminable. Y la luz, también es mágica, dicen que apretando un botón la oscuridad desaparece y se ilumina todo como si fuera pleno día. Mi mundo no es así. Tampoco puedo decir que sea un infierno porque no arde, pero sí que hace un calor tan espantoso que casi no nos deja respirar. No es un infierno porque no hay demonios que nos persigan, pero es similar a eso, porque siempre nos acechan peligros y nos torturan las enfermedades más diabólicas. Muchas personas de mi alrededor intentan convencerse de que nuestra vida no es ni mejor ni peor a la del otro mundo, sino diferente y especial. Pero yo sé que no es así: continuamente doy vueltas en mi mente pensando en cómo será ese otro mundo. Trato de imaginármelo, proceso todo cuanto me explican sobre él e intento razonar porqué nuestra vida es diferente y especial. No entiendo qué hay de bueno en ello. Mi vida es una rutina, al igual que la de todos mis amigos y la gente que conozco. Por eso no considero que deba sentirme diferente ni especial, soy igual que ellos, física y mentalmente. Todos mis amigos tienen las mismas facciones y el mismo color de piel que el mío. Todos hacen y sienten lo mismo que yo. Todos hemos nacido igual y tenemos las mismas oportunidades de sobrevivir en nuestro mundo. No he ido nunca a una escuela, aunque sé que en ese otro mundo existen y que se aprenden muchas cosas, del pasado y del futuro. Dicen que los libros contienen sabiduría y que gracias a ella las personas pueden cambiar las


cosas. Por eso en el mundo ideal todo cambia tan deprisa. Deben leer muchos libros y deben saber muchas cosas que yo desconozco. Por las noches, intento conciliar el sueño en un pequeño trozo de cartón y entonces pienso en mi vida y muchas veces me siento solo. Nunca he conocido a mis padres ni a mis hermanos, ni siquiera sé si los tengo. No poseo nada, aunque creo tenerlo todo. Sé que hay alguien que me quiere, o al menos yo sí lo quiero: es el farmacéutico del poblado, al que acudo cuando ya no soporto el dolor. Él para mí es como un Dios, porque me salva y me ayuda cuando lo necesito. No sé qué es una familia. A veces noto la carencia de personas a mi lado, de abrazos cariñosos o de tener a alguien velando por ti y protegiéndote del peligro. No me explico como puedo sentir esa falta de afecto si nunca la he tenido, pero en mi mente, como un recuerdo lejano, aparezco en los brazos de mi madre, amamantándome de su pecho. No sé si realmente lo he vivido o es un espejismo de mi mente. No sé si mis padres han muerto o me han abandonado porque fui un estorbo en sus vidas. No sé realmente como he llegado hasta aquí ni cuál es mi destino. A veces cierro los ojos para imaginar lugares imposibles, lugares donde se fabrican todas esas máquinas que tienen extraños nombres como: ordenadores, teléfonos móviles, televisores, neveras y otros aparatos electrónicos que llegan hasta nuestro mundo transportados por gigantescos barcos de hierro. No sé como funcionan todos esos aparatos y supongo que nunca lo sabré. Los he visto medio rotos, algunos parecen nuevos pero nunca he visto que funcionen. Mis amigos y yo los recogemos del montón para venderlos enteros, o desmontados. La verdad es que no sé muy bien para qué los utilizan en el otro mundo, tal vez sean un instrumento de decoración. Si es así he de decir, sinceramente, que esa gente no tiene mucho gusto para decorar sus grandes mansiones. Pero de todos modos les he de agradecer que los traigan hasta aquí, porque gracias a estos aparatos inservibles yo aún sigo vivo. Por dentro tienen todo tipo de metales: hierro, cobre y hasta oro. Parece que los hayan construido para nosotros, pero si así fuera estarían en mejor estado. Mi rutina es esta: cada día me desplazo hasta la colina donde se apilan estas máquinas electrónicas y destrozo cientos de ordenadores, extraigo sus piezas, una por una, y las guardo en una bolsa de plástico ennegrecida. Me adentro en la maleza de escombros, en las montañas de productos obsoletos del otro mundo para encontrar piezas de metal que luego canjeo por algunas monedas. He de ir con cuidado, pues a veces tienes la mala suerte de clavarte un hierro y luego te vienen las fiebres que te duran varios días. Pero no puedes entretenerte, porque mis amigos también buscan lo mismo y si lo consiguen antes, te han quitado lo que tú podías haber ganado para tu comida. Por cada dos quilos de metal me dan un euro, de manera que en una semana puedo ganar unos 7-8 euros. Hace unos años podía permitirme el lujo de bañarme en el mar al final del día, y dejar volar mi mente, dejar que mi imaginación viajara hasta esas ciudades


llenas de gente y de edificios enormes, iluminados con luces de colores…pero ahora ya no es posible. El mar se ha convertido en una pesadilla. A nadie se le ocurre bañarse porque sabe que enfermará. Es un mar de petróleo y suciedad, negro, como mi mundo. Me pregunto, ¿es esto vivir? Hay días que me mareo, otros me duele la cabeza y las costillas. El corazón me quema por dentro, vivo en mi propio infierno…solo en esos momentos es cuando noto que la vida se me resiste, me da fuerzas para sobrevivir, me dice que siga avanzando, que aún no estoy dispuesto a dejarla… quizás algún día tenga tanto dinero que pueda escaparme al otro mundo en uno de esos grandes transatlánticos que llegan día tras día cargados de metales. Nuestro país no es más que un enorme vertedero de aparatos que consumen en el otro mundo, de quienes malgastan cada día quilos y quilos de metal del mismo modo que malgastan su tiempo, intentando ser más rápidos para no perder ni un segundo. A veces…solo a veces, me planteo si yo mismo formo parte de ese vertedero mundial, si formo parte de esa obsolescencia programada, donde alguien puede programar mi vida útil. A veces… solo a veces, presiento que soy un producto más de ese mundo ideal, tan diferente al mío.


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