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En defensa de la lectura"

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Durante mi primera juventud, cayó en mis manos el librito de Ray Bradbury Fahrenheit 451, la utopía más negra que hasta entonces había leído, que eran unas pocas; las clásicas de Campanella, La ciudad del Sol, y de Tomás Moro Utopía, pasando por la más moderna y quizás conocida Un mundo feliz, de Adous Huxley. Pero era en esta donde se describía una sociedad en que libros y lectura estaban proscritos, en que los poderes públicos perseguían a poseedores de libros y a lectores, que a escondidas practicaban tan abominable vicio. Ser feliz por decreto, felicidad impuesta a través de los medios de propaganda, felicidad vacía, ser feliz porque tienes que ser feliz. La lectura obliga a pensar por uno mismo, y es posible que eso te dificulte o impida ser feliz, estúpidamente feliz. Por eso leer, tener libros, es una conducta antisocial, severamente casti3


gada por las leyes. Los encargados de vigilar por la felicidad son nuestros bomberos al revés, no apagan fuegos, los provocan, no llevan mangueras sino lanzallamas; consagrados a la destrucción del patrimonio literario universal. Cuando apareció esta obra, la televisión estaba en plena expansión y la podríamos tomar como un toque de atención ante el peligro que se cernía sobre la lectura. Argumento muy repetido en distintos contextos sobre diversos avances tecnológicos y muy criticado y también minusvalorado cuando no despreciado desprestigiando a sus defensores. Si analizamos un poco el mundo actual, nunca la caja imbécil (Creo que la Tv ya ha subido de categoría) ha tenido tanta influencia, tantos y tan fieles consumidores de programas basura, reality-shows y otros destinados a satisfacer la curiosidad de unos espectadores interesados en 4


aspectos que nada tienen que ver con su realidad diaria. Por otro lado Internet, que en muchísimos aspectos ha sido una bendición, nos proporciona información en tiempo real, a veces poco sustentada, que muchas veces decide nuestro comportamiento. A través de Internet obtenemos y hacemos exégesis, de informaciones y situaciones que no hemos digerido mentalmente, simplemente las seguimos. La robotización de nuestros hogares, varias tv, móviles, tablets, PDAs, e-books, ps4, youtube, Facebook, Twiter, etc., etc. me hacen reflexionar sobre si el bombero Guy Montag, de la utopía de Bradbury, ya sin lanzallamas, sin mandato legal, no se ha transmutado en un sistema cuyas armas más sofisticadas están consiguiendo, de buen grado, con la aquiescencia irreflexiva de sus consumidores, lo que en Fahrenheit 451, se pretendía con la fuerza. 5


Escuchamos en diferentes medios de comunicación y también comprobamos en nuestra realidad más cercana que cada vez hay menos gente aficionada a la lectura, que muchos de nuestros jóvenes, salvo por obligaciones escolares, no han leído un libro por placer o interés y que por el contrario pasan horas ante la televisión, los videojuegos, Facebook, etc… Se defiende la interactividad de todo lo que tenga imagen, movimiento, color y sea tecnológicamente puntero. Hasta han salido, ¡por fin!, ¡gran invento los libros interactivos!. Cuando leemos un libro ¿no vemos a nuestro personaje? ¿Acaso no lo vemos rubio o moreno, alto o no tan alto, si va en ropa de deportes o de traje de chaqueta? Incluso ¿No escuchamos su voz? ¿Y sus expresiones? También vemos cómo es su casa, cómo son los lugares por donde discurren los hechos. Es como si tuviésemos una te6


levisión incorporada en nuestra mente. ¿Es eso interactividad? Sinceramente creo que sí, la más antigua, rica y perfecta del mundo, porque cada lector de la misma obra comparte el guion, pero solo el guion. Seguramente si tuviesen que describir personajes, lugares, etc. no habrían dos iguales. Sería como ver la misma película, pero que cada uno la viese con un atrezzo personal, diferente. Por eso, creo que podemos estar tranquilos. La lectura, los libros, están seguros, resisten, mientras haya personas habrá libros, mientras existan libros existirán lectores. Y ahora os invito a que iniciéis una sesión interactiva para experimentar la tranquilidad de una playa, imaginar cómo hablan las gaviotas, qué se experimenta en un vuelo, solo con coger entre vuestras manos Juan Salvador gaviota, de R. Black, o cómo es un planeta pequeñito que se 7


puede recorrer en pocos pasos, con El Principito de A. de Saint-Exupery, o como se encuentra la paz interior, el placer que se siente cuando estás junto a personas buenas y sabias, con Siddharta, de Herman Hesse, y por supuesto con la obrita que ha servido de estímulo para estas reflexiones. ¡A disfrutar.!

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PUBLICATA BIBLIOTHECAE Nยบ82

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