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Con “j” de Juan Ramón

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Dos razones hay para que una persona llore: el dolor físico y las emociones, ya sean de pena, tristeza o alegría. ¿Cuándo lloraste por última vez? ¿Cuál fue la causa? Seguramente un sentimiento de pena o tristeza más que de dolor físico. Me contaban mis padres que fui un llorón durante mis tres primeros meses de vida. Os aseguro que no me acuerdo, pero si que excepto por algún que otro cachete en mi infancia, las últimas veces que he llorado ha sido por emoción, por sentimientos, sobre todo de pena, de dolor emocional, no físico. Estas emociones nos las despiertan situaciones cotidianas de las que somos testigos o protagonistas, o bien escenas que 2


contemplamos en diversos formatos: visuales, escritos, etc. Y en mi caso, entre estos últimos, durante la lectura de la obra de nuestro Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, al final de la misma, en La muerte de Platero. Lloré. Podría pensarse que este acontecimiento triste desencadene emociones que nos lleven a llorar. Es cierto, pero no creo que fuese el único. Quizás la belleza, la sonoridad y la delicadeza de esta obra poética escrita en prosa te va despertando, además de sentimientos de ternura, un gozo y placer difícilmente descriptibles. Así por ejemplo sucede con las primeras frases , tan conocidas. 3


“Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Come de todo y los del pueblo dicen que tiene acero.” Otro desencadenante de sentimientos: la identificación con descripciones de situaciones cotidianas en las que te ves fuertemente reflejado por haberlas vivido tú mismo durante tu infancia y juventud. En todo pueblo existía alguien que despertara la atención del resto, bien por un defecto físico, por un comportamiento distinto o por cualquier otra causa que lo apartase de la “normalidad” de esa época. “Trata de un niño tonto que siempre estaba sentado en su silla delante de su casa viendo como pasaban las personas. Nunca daba nada, todo era para su ma4


dre. Un día cuando pasó el autor ya no estaba el niño tonto sino un pájaro y entonces supo que había muerto y había subido al cielo, y allí estaría sentado en su silla. “ También despiertan mis emociones las diversas referencias a vivencias y juegos infantiles a los que los niños y jóvenes actuales ya no juegan. Juegos que se sucedían unos a otros de forma natural, como se suceden las estaciones, pasando de “los trompos” a “las bolas”, de estas al “marro”, al “¿lo eres?” y al “turrón” o a “los céntimos”. ¿Recuerdas cómo jugábamos? ¿Conoces alguno de ellos, joven lector? Y vivencias: ¿has visto alguna vez una luciérnaga? “Bichitolú” las llamábamos. ¿Has visto nacer un perrillo, un burrillo, cabra o ternero? ¿Y dos perros “pegaos”? 5


¿Poner herraduras a los mulos, sortear los vuelos rasantes de las golondrinas, por la mañana temprano? “Ya están aquí, Platero, las golondrinas y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo. Le contaban a las flores lo que habían visto en África, sus dos viajes por el mar, echadas en el agua, con el ala por vela, o en las jarcias de los barcos; de otros ocasos, de otras auroras, de otras noches con estrellas…” Pues, de repente un día, como si tuviésemos una alarma interior, aparecíamos en la plaza del pueblo con los mismos juegos o íbamos a ver algún parto (en vivo, que no teníamos tele) o descubríamos que habían llegado las golondrinas. 6


Esas ausencias añoradas y reencontradas en esta obra, el revivir paisajes, olores, sonidos te desencadenan recuerdos que despiertan la “nostaljia”, (con “j” de Juan Ramón), la tristeza, la alegría. Las conversaciones de Juan Ramón con Platero te devuelven a escenarios familiares, mucho tiempo dormidos en el baúl de los recuerdos. Y con ellos las mismas sensaciones y sentimientos vividos. Por eso lloré. “Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara... El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía.. Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y 7


mandé venir a su médico. El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo. —Nada bueno, ¿eh? No sé qué contestó... Que el infeliz se iba... Nada... Que un dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la yerba... A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza... Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella 8


mariposa de tres colores…”

Con estas humildes líneas se quiere rendir homenaje, en el centenario de la primera edición completa de Platero y Yo, a su autor Juan Ramón Jiménez, Premio nobel de literatura (1957) , que con tanta ternura evoca sus vivencias infantiles en dicha obra.

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PUBLICATA BIBLIOTHECAE Nยบ 89

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