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“Cuéntame un cuento y verás qué contento me voy a la cama y tengo dulces sueños” dice la conocida canción del grupo Celtas Cortos. Porque efectivamente hay cuentos para dormir: los que se leen a los niños pequeños en la cama antes de dormir o para que se vayan durmiendo; y con esto no le estoy atribuyendo ninguna propiedad somnífera a estos cuentos. También existen, o existían (antes de la difusión de la televisión con sus televisores) otros cuentos, también nocturnos, pero alrededor del brasero en las noches de invierno, donde los abuelos o padres contaban cuentos, historias o leyendas, muchas veces locales y rociadas de un poco de misterio. Nunca olvidaré las historias que me contaban mis abuelos sobre “El arroyo del chivo” o de la “Juana Villeta”, ambos situadas en parajes de mi pueblo. Curiosamente, ya de mayor descubrí que aquella que me contaban como “Juana Villeta” era en realidad “La Buena Villeta”, una leyenda histórica malagueña documentada por Diego Vázquez Otero en su obra “Leyendas y tradiciones malagueñas”. 2


También tenemos los cuentos con moralejas, con enseñanzas morales, del estilo de las Fábulas de Esopo. Los cuentos que a continuación se presentan no responden a ninguno de los tipos anteriores aunque si se le pueden encontrar características de algunos de ellos. Todos llevan una consecuencia, una enseñanza, que hemos pretendido ver y que no tiene que coincidir con la que el propio lector saque de los mismos, y también al igual que en las fábulas, algunos de sus personajes principales son animales a los que se atribuyen características humanas. EL ANIMAL DE CARGA Cuentan la historia de un animal de carga, que por accidente, se vio obligado a atravesar un río. El fardo que llevaba era de sal y, al disolver la corriente el mineral que llevaba sobre sí, la pobre bestia llegó a la orilla con la grata sensación de que, gracias al agua, su cometido se había convertido en agradablemente liviano. Ufano por su hallazgo, en otra ocasión que realizaba un trayecto similar, el 3


animal se desvió del sendero con la única intención de sumergirse en la corriente que ya conocía. Esta vez, sin embargo, llevaba lana y, al empaparse, el animal salió del río con una carga doble que estuvo a punto de aplastarle bajo su peso Muchas veces sacamos conclusiones erróneas que nos llevan a creer en falsas soluciones para nuestros problemas. LOS LADRONES En cierta ocasión un hombre se encontraba en su casa cuando en ella irrumpieron los ladrones. Rápidamente se ocultó en un armario situado en la pared, pero aquellos que estaban dispuestos a privarle de todas sus posesiones acabaron descubriéndolo. Sin saber si encolerizarse o reírse al ver el aterrado rostro del hombre, le preguntaron burlonamente por qué se había escondido. “Señor – contestó apesadumbrado al jefe de los ladrones-, me oculté porque sentía vergüenza de que existan tan pocas cosas de valor que 4 podáis robar en mi casa”


No pocas veces atribuimos a los demás motivos que nos parecen sensatos y cargados de lógica. Sin embargo, las causas de los actos de los demás solo son conocidas por Dios y, quizá, por ellos mismos. LAS ALCACHOFAS Existía una familia que era famosa por su afición a las alcachofas. No solo escogían las mejores que se vendían en el mercado, sino que incluso las guardaban en alacenas para poder consumirlas a lo largo de todo el año. Un día se hallaban reunidos todos los miembros de la familia cuando el padre, completamente apesadumbrado, dijo: “Amada esposa, queridos hijos, quizá vais a despreciarme por anunciaros lo que ahora voy a deciros, pero desde hace años aborrezco las alcachofas y el mío no es un odio normal. En realidad, siento por ellas una absoluta repugnancia. Solo el deseo de no malquistarme con vosotros me ha obligado durante años a seguir devorando tan repugnante verdura” Apenas hubo concluido el padres su discurso cuando la madre tomó la 5


palabra y dijo: “Amado esposo, queridos hijos, mi corazón siente como si una pesada losa le hubiera sido quitada de encima. Nunca me gustaron las alcachofas. Durante todo este tiempo las cocinaba con asco y las comía aún con mayor repulsión. Solo el amor que te tengo me llevaba a sacrificarme de esa manera tan costosa para mí. Por todo, esposo mío, te agradezco que nos hayas abierto el corazón, ya que ha sido como si hubieras roto las cadenas que me sujetaban a tan repugnante producto de la tierra.” Y a continuación, uno tras otro, todos los miembros de la familia reconocieron públicamente que no podían soportar la verdura que habían consumido en grandes cantidades durante mucho, mucho tiempo. El problema de no ser sinceros con los seres que nos aman es que podemos empujarlos a adoptar comportamientos que, pese al oneroso sacrificio que implican, lejos de resultarnos agradables y gratificantes, no pocas veces se convierten no solo en molestos, sino también en dolorosos e inútiles. EL CAMPESINO Y EL MAR Cuentan la historia de un campesino que, por pri6


mera vez en su vida, llegó a contemplar el océano. Nunca antes lo había visto ni tampoco le habían hablado de él, de manera que se vio sorprendido ante aquel despliegue de color, ruido, movimiento y belleza. Completamente arrobado ante aquella masa de agua, se acercó hasta donde las olas lamían la arena de la playa, tendió las manos y se llevó algo del azul líquido a la boca. Sorprendido, encontró su sabor insoportablemente salobre y, asqueado, lo escupió. ¿Quién hubiera podido creerlo? – se dijo a sí mismo - ¿A qué viene tanto despliegue de poder si luego resulta imposible beberla? A veces valoramos las cosas con una óptica limitada que es incapaz de apreciar la grandeza de lo valorado. EL ASTRÓLOGO Y EL CAMPESINO Un astrólogo atravesaba un río en compañía de un pobre campesino. Deseoso de mostrar su sabiduría, comenzó a importunar a su humilde compañero haciéndole preguntas relativas al curso de los astros y a su influencia en nuestros destinos. Finalmente, satis7


fecho de su supuesto despliegue de erudición, preguntó al campesino: “Debo deducir de tus respuestas que no conoces la astrología?” El hombre asintió modestamente y reconoció que así era. “No sabes cuánto lo lamento –dijo el astrólogo con orgullo- El que no sabe astrología no solo es incapaz de predecir el futuro, sino que además ha perdido media vida” Pasó una hora durante la cual, incluso en medio del silencio, podía escucharse la respiración soberbia del astrólogo. De repente, el campesino le preguntó tímidamente: “Decidme, señor, ¿Sabéis nadar?”. “No”, respondió prepotente el astrólogo. “Pues entonces – dijo el campesino- me temo que vais a perder la vida entera porque el barco en que viajamos se está hundiendo” La soberbia nos lleva a pensar que somos superiores y no nos deja ver que nuestros desconocimientos pueden ser ALFARERO Y EL REY Cuentan que en cierta ocasión, a un alfarero famoso por su piedad, el rey ordenó comparecer ante su presencia. Como era un ignorante, aquel monarca 8


pensaba que Dios solo podía manifestarse mediante acciones espectaculares e intentó que el hombre realizara alguna o siquiera experimentara un arrebato místico o una visión sobrenatural. Cuando se percató de que tal conducta no era la que cabía esperar del alfarero, le dijo groseramente: “Si no haces milagros, si no hablas lenguas extrañas, si no puedes ver siquiera el infierno, es que eres un farsante, y, por lo tanto debo ordenar que te decapiten”. El alfarero escuchó aquellas palabras y repentinamente cayó de rodillas mientras gritaba: “¡Lo veo! ¡Lo veo! Hay un ángel con una espada desenvainada en pie al lado de tu trono” Sobrecogido el rey le preguntó: “¿Cómo es posible que puedas ver lo que es invisible para cualquier mortal?” Y el alfarero respondió: “Solo se necesita miedo” El uso de la coacción para obtener la verdad resulta absurdo, porque, no pocas veces, el interrogado se limitará a decir aquello que piensa que agradará al que lo amenaza. 9


ciar la grandeza de lo valorado. EL ALFARERO Y EL REY Cuentan que en cierta ocasión, a un alfarero famoso por su piedad, el rey ordenó comparecer ante su presencia. Como era un ignorante, aquel monarca pensaba que Dios solo podía manifestarse mediante acciones espectaculares e intentó que el hombre realizara alguna o siquiera experimentara un arrebato místico o una visión sobrenatural. Cuando se percató de que tal conducta no era la que cabía esperar del alfarero, le dijo groseramente: “Si no haces milagros, si no hablas lenguas extrañas, si no puedes ver siquiera el infierno, es que eres un farsante, y, por lo tanto debo ordenar que te decapiten”. El alfarero escuchó aquellas palabras y repentinamente cayó de rodillas mientras gritaba: “¡Lo veo! ¡Lo veo! Hay un ángel con una espada desenvainada en pie al lado de tu trono” Sobrecogido el rey le preguntó: “¿Cómo es posible que puedas ver lo que es invisible para cualquier mortal?” Y el alfarero respondió: “Solo se necesita miedo” 10


y repentinamente cayó de rodillas mientras gritaba: “¡Lo veo! ¡Lo veo! Hay un ángel con una espada desenvainada en pie al lado de tu trono” Sobrecogido el rey le preguntó: “¿Cómo es posible que puedas ver lo que es invisible para cualquier mortal?” Y el alfarero respondió: “Solo se necesita miedo” El uso de la coacción para obtener la verdad resulta absurdo, porque, no pocas veces, el interrogado se limitará a decir aquello que piensa que agradará al que lo amenaza. LOS NIÑOS Y EL TEJEDOR En cierta ocasión unos niños visitaron la casa en que trabajaba un tejedor. Se detuvieron ante el telar donde tejía su última obra – un tapiz destinado al reyy al con templarla comenzaron al unísono a manifestar su descontento. Para uno de ellos era fea de principio a fin, careciendo de una mínima armonía o propósito; para otro, el tejido tenía bellos colores e incluso en algún rincón parecía recoger algún dibujo hermoso, pero, en general, no poseía sentido ni resultaba comprensible; finalmente, un tercero llegó a en11


obra – un tapiz destinado al rey- y al contemplarla comenzaron al unísono a manifestar su descontento. Para uno de ellos era fea de principio a fin, careciendo de una mínima armonía o propósito; para otro, el tejido tenía bellos colores e incluso en algún rincón parecía recoger algún dibujo hermoso, pero, en general, no poseía sentido ni resultaba comprensible; finalmente, un tercero llegó a enfadarse mientras afirmaba que aquel absurdo no era sino una manera penosa de malgastar el tiempo, el dinero y el material, y que mucho mejor hubiera sido el no comenzar nunca para llegar a esa fealdad injustificable. Aún seguían discutiendo cuando el tejedor se acercó a ellos y discretamente dio la vuelta al tapiz. A su vista apareció entonces un delicado trenzado de hilos que representaba canales y acequias, palacios y moradas, ríos y nubes, personas y animales de todas clases. Cada uno de sus más mínimos detalles tenía un hermoso sentido, cada rincón del tapiz estaba poseído por el orden, la belleza y la minuciosidad. Sin embargo, todo aquello se había escapado a la vista de los niños porque no habían mirado la parte delantera de la obra del tejedor, sino el revés de la trama. 12


animales de todas clases. Cada uno de sus más mínimos detalles tenía un hermoso sentido, cada rincón del tapiz estaba poseído por el orden, la belleza y la minuciosidad. Sin embargo, todo aquello se había escapado a la vista de los niños porque no habían mirado la parte delantera de la obra del tejedor, sino el revés de la trama. Juzgar precipitadamente o sin conocer todos los elementos de la verdad nos lleva a sacar conclusiones erróneas. El juicio que emitimos sobre alguna cosa o persona, si no adoptamos un adecuado enfoque, fácilmente puede llevarnos a error.

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EL ASTRÓLOGO Y EL CAMPESINO Un astrólogo atravesaba un río en compañía de un pobre campesino. Deseoso de mostrar su sabiduría, comenzó a importunar a su humilde compañero haciéndole preguntas relativas al curso de los astros y a su influencia en nuestros destinos. Finalmente, satisfecho de su supuesto despliegue de erudición, preguntó al campesino: “Debo deducir de tus respuestas que no conoces la astrología?” El hombre asintió modestamente y reconoció que así era. “No sabes cuánto lo lamento –dijo el astrólogo con orgullo- El que no sabe astrología no solo es incapaz de predecir el futuro, sino que además ha perdido media vida” Pasó una hora durante la cual, incluso en medio del silencio, podía escucharse la respiración soberbia del astrólogo. De repente, el campesino le preguntó tímidamente: “Decidme, señor, ¿Sabéis nadar?”. “No”, respondió prepotente el astrólogo. “Pues entonces –dijo el campesino- me temo que vais a perder la vida entera porque el barco en que viajamos se está hundiendo” 14


berbia del astrólogo. De repente, el campesino le preguntó tímidamente: “Decidme, señor, ¿Sabéis nadar?”. “No”, respondió prepotente el astrólogo. “Pues entonces –dijo el campesino- me temo que vais a perder la vida entera porque el barco en que viajamos se está hundiendo” La soberbia nos lleva a pensar que somos superiores y no nos deja ver que nuestros desconocimientos pueden ser muy importantes también.

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