“Libros que cambian" en las Bibliotecas Para La Paz. El Espectador

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Ocho escritores, ocho ilustradores Colombia 2020 invitó a ocho ilustradores para que le dieran vida gráfica a cada una de las historias de los escritores. Esta es la nómina de lujo con la que contó la colección “Libros que cambian”. Escritores:

Adriana Carreño, Francisco Montaña, Celso Román, Jairo Ojeda, Beatriz Helena Robledo, Pilar Lozano, Gerardo Meneses y Marcela Velásquez. Ilustradores: Ómar Castro, Santiago

Guevara, Alexis Forero, Juan Pablo Gaviria, Juan Camilo Mayorga, Olga Cuéllar, Carolina Ramírez y Paola Andrea Ramírez. Gracias por hacer de cada fascículo una obra de arte.

Colombia 2020

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ A partir del 10 de septiembre

Relatos de un mundo que no conocíamos

Colombia 2020 lanza “Libros que cambian”, ocho historias coleccionables sobre cómo los libros transformaron la vida de jóvenes de las zonas veredales. A finales de julio de este año, ocho autores de literatura juvenil se pusieron las botas y se fueron a visitar ocho de las 26 zonas veredales que el Gobierno creó para que los combatientes de las Farc dejaran sus armas y empezaran el proceso de reincorporación a la vida civil. La misión: visitar las bibliotecas móviles que la Biblioteca Nacional instaló en estas veredas, desde marzo pasado, con el objetivo de llevar libros físicos y digitales a estos lugares de difícil acceso. El resultado está plasmado en ocho conmovedores relatos, basados en las vidas de jóvenes de estas comunidades de Caquetá, Chocó, Córdoba, Meta, Nariño, Cauca y Antioquia. Muchos de ellos nunca habían tenido acceso a los libros, en algunas de esas veredas no hay luz ni mucho menos la posibilidad de tener acceso a un computador o una tableta. Henry García Gaviria, coordinador nacional del programa “Bibliotecas públicas para la paz”, confirma que en algunos de estos territorios ni siquiera sabían qué es una biblioteca. “Tuvimos que explicarles qué era, había mucha desconfianza. Pero hoy podemos decir que los bibliotecarios son los únicos representantes del Estado presentes durante todos estos meses en las zonas veredales”. “Creo que los libros transforman vidas, soy una convencida de la educción como factor de cambio, como fórmula para que se cierre la brecha entre los que tienen derecho a tener sueños y los que no tienen derecho a soñar”, dice Pilar Lozano, una periodista que durante casi 30 años recorrió el país relatando el conflicto para los lectores del diario El País, de España, y que los últimos 10 años los ha dedicado a la literatura infantil y juvenil. Ya ha escrito 19 libros.

Fue ella quien inspiró esta idea de escribir lo que había visto en estos meses. “Las bibliotecas han llegado a sitios donde sólo había llegado la guerra. Llegan en mula, en bote, en los hombros de los bibliotecarios. Esos libros están despertando los sueños de cientos de niños. No se imaginan la felicidad que sienten cuando reciben uno y saben que se lo pueden llevar a su casa”. Y así, uniendo voluntades, los ocho escritores, con apoyo de la Biblioteca Nacional, emprendieron el viaje a las veredas para comprobar que los libros son un vehículo para romper diferencias, identificar sueños comunes y vernos en los ojos de otro ser humano. “Fue maravilloso encontrar que las bibliotecas están vinculando a la comunidad y a los excombatientes”, reconoce Adriana Carreño, escritora del primer relato Remedio contra

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Las bibliotecas han llegado a sitios donde sólo había llegado la guerra. Esos libros están despertando los sueños de cientos de niños”.


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EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Lo escrito era lo cierto

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el insomnio, que circulará el próximo domingo y que tiene como protagonista a un chico que es auxiliar de la biblioteca móvil en San Vicente del Caguán. Celso Román llegó maravillado de la biblioteca de la vereda Playa Rica, en los llanos del Yarí: “Me encontré con niños y con jóvenes que han hallado la posibilidad de soñar en medio de un entorno que ha sido caracterizado por la violencia. Ellos han cambiado sus vidas, tienen la posibilidad de encontrar la paz a través de los libros”. El fin de la guerra es otro de los temas presentes en estos relatos. “En la ciudad no queremos ver la transformación. El hecho de que las Farc ya no estén disparando, significa un montón de oportunidades para estas personas. Es una lástima que no queramos valorar lo que pasa allá, así fue como ignoramos lo que pasó durante la guerra”, resalta Pilar. Adriana Carreño resume en esta frase el objetivo de Colombia2020 al entregar esta obra a nuestros lectores: “Yo quisiera que cualquier lector pueda descubrir algo que no sabía sobre una persona que vivió cerca del conflicto, pero que está viviendo otras cosas distintas a la violencia. Quiero que se conecten con la idea de que los libros transforman las vidas”.

He vivido inmerso en una profunda guerra de secretos, en la que las balas han sido los murmullos, y las espadas, el silencio. He callado por años dos o tres mentiras, y he dicho sí señor, sí señora, muchas más veces de las que hubiera querido. De niño inventé que había salvado a mi equipo de fútbol en el último minuto de un partido trascendental con una mágica atajada, aunque no hubiera tenido equipo de fútbol y jamás hubiera jugado de portero. De adolescente multipliqué la historia de que por defender a una mujer en peligro me habían herido en la pierna con un cuchillo, sólo para decir que había salido con una mujer y que en mi cuerpo llevaba heridas de guerra. Por años escribí un diario en un idioma que yo mismo creé. Cuando una hermana lo descubrió, le expliqué que esa era una lengua muerta, muy muerta, de mucho antes de Cristo. Recité como míos poemas que no lo eran, y escribí en uno que otro libro imaginadas dedicatorias de sus autores. Así fueron mis balas, balas que jamás daban en un blanco, que pegaban contra un muro, se devolvían, me herían y me llenaban de culpas. Balas de nieve, como en las canciones de Silvio Rodríguez, balas de azúcar. Ingenuas balas que yo disparaba simplemente para que alguien las escuchara, inocentes balas que pretendían contar historias que nunca habían sucedido. Balas de juguete, balas de salva. Un día le escribí una carta a una prima, una de esas cartas que se escribían antes, con la tinta desparramándose por el papel y la mano temblorosa. Sentí que cada palabra era un sello que jamás se borraría, y que cada frase era una confesión que quedaría plasmada allí hasta la eternidad. Pasadas dos semanas, mi prima me pidió que habláramos. Me invitó a una limonada. Habló con absoluta trascendencia de mi carta, pero yo sólo oía palabras y palabras y sonreía como un tonto, feliz de que la carta hubiera tenido tanto efecto. Le dije sí señora varias veces, sin tener ni idea de a qué le decía que sí, y repasé en mi mente los destinatarios de las decenas de cartas que escribiría desde esa noche. Escribí cartas y cartas, algunas verdades y varias mentiras. Todo era magia. Mientras escribía, me sentía el dueño del mundo y entre renglones descubría los secretos de las profundas guerras en las que me creía inmerso, y en las que estaba inmerso. Mientras escribía, la carta era lo esencial, lo que importaba, y si una mentira me ayudaba a darle forma a una historia, yo la escribía. Lo escrito era lo cierto. Lo escrito siempre fue lo cierto.


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