I L'Exprés '09

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Obres guanyadores 2009


Bases del concurs Aquest concurs de literatura és exprés. Es dóna a conèixer el tema, s’escriu el text i es fa públic el veredicte al llarg del mateix dia. El concurs es regirà per les BASES següents: Hi pot participar tota persona que tingui, com a mínim, 16 anys. Les consignes a partir de les quals s’haurà d’escriure el text no es donaran a conèixer fins el moment de començar el concurs. L'activitat es durà a terme en una única sessió a la Biblioteca Vapor Vell (Passatge del Vapor Vell, s/n), el dissabte dia 14 de novembre a partir de les 10:30 del matí. Es concediran 90 minuts per a la redacció dels textos i, quan s’acabi el temps, els participants hauran d’haver lliurat els treballs. Els textos hauran de ser en català o en castellà, i hauran d’ocupar un màxim de dos fulls de 30 línies escrits per una sola cara (unes 3.000 lletres). S’hauran d’escriure en fulls pautats que facilitarà la mateixa biblioteca. Els concursants que vulguin optar als premis hauran de lliurar els originals al jurat. La il·legibilitat caligràfica (contrastada pels jurats) pot ser motiu d’exclusió. El mateix dia 14 de novembre, a les 17 h., es farà públic el veredicte final i es procedirà al lliurament dels premis. Després de l'activitat, els textos seran retornats a aquells que ho desitgin. La biblioteca se’n quedarà una còpia per a la seva Col·lecció Local. El guanyador i finalistes podran ser reproduïts al web, o en publicacions gratuïtes del mateix centre. El jurat estarà format per 3 persones vinculades al món de la literatura. El veredicte del jurat serà inapel·lable. El premi podrà ser declarat desert. Els premis consistiran en: o 300€ i una cafetera exprés per al guanyador. o 150€ i una cafetera exprés per al finalista. o Una cafetera exprés per a l’accèssit. o Tots tres rebran un diploma acreditatiu. 1


Per participar cal inscriure’s a la biblioteca fins a 15 minuts abans del començament del concurs. La inscripció és gratuïta, i s'ha de fer en persona o telefònicament a la Biblioteca Vapor Vell (Passatge del Vapor Vell s/n, o bé al tel: 93 40907231). El període d'inscripció serà entre l’1 i el 14 de novembre a les 10:15h. La formalització de la inscripció suposa l’acceptació d’aquestes bases. Qualsevol incidència no prevista en les bases serà resolta pel jurat des del moment de la seva constitució.

Jurat Julián Figueres, director de la biblioteca. Ricardo Reitano, periodista i escriptor. Jaume Centelles, educador i escriptor.

Acte S’hi van presentar un total de 55 treballs sota les consignes "Autobús" i "24 h.". El mateix dia a la cerimònia, amenitzada pel swing de Los Krokodillos, es van donar a conèixer els guanyadors: Guanyador: Maria Isabel Vergara, amb Café con canela. Finalista: Melitta Calvet, amb Mate nuevo. Accèssit: Maria Àngels Felipe, amb El autobús a la residencia. Agraïm a tots els participants la seva il·lusió, la seva espontaneïtat creativa i la contribució a aquesta celebració literària que esperem repetir l’any vinent.

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Relat guanyador Café con canela de Maria Isabel Vergara -Adelante, la puerta está abierta - el extraño acento de la futura profesora de piano de nuestra hija nos recibe tras la puerta entreabierta que deja escapar un intenso olor a café con canela. Es el mismo aroma que inundaba el autobús cada mañana cuando Madame Réveillon subía en la parada de Pl. Catalunya. Yo seguía su elegante figura mientras avanzaba por el pasillo con la mirada del niño enamorado de su profesora de música. Después, me sumergía de nuevo en la lectura de una novela de piratas donde me refugiaba para evadirme del desdén de mis compañeros de clase por ser la cuota de solidaridad del colegio de clase alta, por ser el hijo del bedel de la escuela. Corriendo, la niña se precipita hasta la salita presidida por un modesto piano y una mesa preparada para el café. 20 años después y a 5.000 km de distancia, reconozco las tazas y los platos de colores como pétalos alrededor del azucarero, colocados con una precisión que roza la obsesión. La guerra me permitió descubrir estas extrañas manías de Mme Réveillon cuando me ofreció ganarme unos reales cuidando a su hija Emma mientras ella daba clases de piano en casa a los niños bien. Mi padre había muerto en el frente y mi madre y yo subsistíamos a la miseria en un diminuto piso de la Barceloneta gracias a lo que ella ganaba limpiando las casas de mis compañeros de clase. En nuestras conversaciones en el trayecto del autobús, Mme Réveillon había intuido que yo era un adolescente responsable, capaz de cuidar de la pequeña Emma. Al tiempo que abandoné la niñez, dejé a un lado mis lecturas en el autobús y reuní el valor suficiente para ofrecerle sentarse a mi lado. Así podía escuchar embelesado su acento francés mientras aspiraba ese aroma a canela que alimentaba mis fantasías. En aquella época en que el sonido del hambre ensordecía la ciudad y mi madre cocinaba hasta las peladuras de patata, Madame Réveillon me invitaba cada tarde al bajar del autobús a tomar un suizo en una pastelería de las Ramblas. Ella se perdía absorta en las ondas de su taza de café con canela y yo naufragaba en su boca, esperando el sublime momento en que su lengua limpiara la espuma tostada de sus labios. Sólo una vez en mi vida probé ese sabor de café con canela, y fue de sus labios. Volver a beberlo habría sido como regresar a aquella tarde de marzo del 37. El último de sus alumnos ya se había marchado y yo me despedía de Emma anudándome la bufanda, cuando el aterrador sonido de las sirenas anunciando un bombardeo nos empujó a los 3 escaleras abajo a buscar refugio en el sótano del edificio. Durante las 24 horas siguientes, las bombas no dejaron de caer y nosotros solos y encerrados casi a oscuras en aquel agujero no cesamos de hablar para distraer al miedo. Discutimos sobre música, conversamos sobre novelas, me confesó el fracaso de su matrimonio, le revelé la vergüenza de mi condición de prestado en el colegio, nos reímos juntos de anécdotas e historias escolares. En un momento de aquel encierro, el frío y el miedo acercaron su cuerpo al mío. Afuera, la ciudad ardía en

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un incendio de bombas y yo me encendía con el olor a canela que despedía la proximidad de su piel. Mientras Emma dormitaba en un rincón, yo probaba el sabor a café de sus labios y vi erizarse su vello rubio con el roce mis caricias. Fue nuestra primera y única noche juntos. Tras aquel encuentro desapareció. Desesperado la busqué entre las ruinas de mi ciudad, en los tortuosos senderos del éxodo, en los solitarios callejones del exilio, en la guía de teléfonos de media Francia. Pero nunca supe su nombre de pila. Y ahora la encuentro saliendo de la cocina con su cafetera oxidada, abandonada por los años y habitando un pequeño piso del norte de Londres, sobreviviendo nuevamente con clases particulares de piano. -Hola soy Mathilde – saluda desvelando al fin el misterio de mi vida. -Yo soy Emma – responde mi hija y un velo de niebla inunda sus ojos. Reconozco el dolor en el rictus de su boca. Es el mismo que nos despertó aquella mañana de marzo cuando descubrimos que Emma había desaparecido. La encontramos 3 horas después, su cuerpo destrozado por una bomba bajo los restos del autobús 59.

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Relat finalista Mate nuevo de Melitta Calvet Pues yo tomo mate. Acabo de mirar el reloj, y veo que han pasado exactamente veinticuatro horas desde mi cambio. Si me hubieran preguntado anteayer, habría dicho que se lo debo todo a Marta. O a mi madre. Ahora, ahora no sé. Más bien diría que he dado un vuelco. Que un viaje me lo ha puesto todo al revés. Y ahora tendré que llamar a mi madre para explicarle. ¡Qué fuerte! ¿Pero dónde empieza esto? Cuando la muerte de mi padre, tal vez, o en el momento en que nos fuimos a Girona con mi madre. O al terminar el bachillerato, cuando nos fuimos a Igualada, siempre huyendo de la mala suerte, de la falta de trabajo, ¿o era que con estos cambios mi madre huía de mi miedo, de mi timidez? Tal vez pensara que así yo aprendería a encontrar amigas, que me echaría un noviete, que me aparecería una oferta de trabajo cojonuda, en fin, que tuviera yo la oportunidad que no se atrevía ella a desear para sí. Así es que tal vez esto no sea una historia mía, sino una historia nuestra. Y empieza con las lágrimas que ella contuvo, las que yo lloví en su hombro por las dos al embarcar en el autobús que me trajo a Barcelona. ¡Qué espectáculo! Fue terrible llegar a casa de Pilar y enterarme que se había marchado. Suerte que el chico que me abrió la puerta fue amable, y me indicó el locutorio donde podría ver anuncios de pisos para compartir. El primer piso que vi fue una pesadilla con su bruja incluida. Lo único que quería era meterme en la boca del metro de la línea verde para ir a coger el autobús de vuelta a Igualada, cuando la vi, a Marta, poniendo su anuncio. Fue la desesperación la que me impelió a hablarle. Fue la desesperación también que me llevó a sonreírle ¡a una extraña! Me llevó al piso, me presentó a Carol, la chica inglesa. “¡Con mi gata seremos las tres mosqueteras!” dijo Carol. Luego me dejaron sola... Bueno, sola no, que sola en el piso con aquel papelito sobre la mesa fue mucho peor que sola sola. El papel decía “Comprar mate”. Y yo... con mi posibilidad de tener un hogar, amigas, de liberar a mi madre por fin, de ser aceptada. ¡Ah! Sobre todo de ser aceptada. Y todo el aire ocupado por mi enorme, descomunal ignorancia colgando del tic tac de las agujas del reloj de la cocina. Lo primero que hice fue telefonear a mi madre y explicarle que necesitaba comprar mate, porque Pilar se había ido a Zaragoza. Mi madre me dijo que cómo se me ocurría haberme metido con extraños, que eso del mate era una hierba, seguro que las chicas fuman y se drogan. La dejé hablando sola. No me lo va a perdonar, pero no podía seguir viendo como se iba a caer al abismo en uno de esos tic o tac del reloj toda esa ilusión de la mosquetera. Salí a la calle. Me perdí. Tardé muchas horas en encontrar la calle y el piso. Era muy tarde, estaba agotada, pero igual, casi no dormí. Esta mañana he salido con una obsesión y con más precauciones que ayer para no perderme. He conocido personas. Una mujer argentina, Isabel, me ha enseñado a cebar el mate, a usar la bombilla, a beberlo amargo. Al volver a casa con mi compra y toda mi experiencia recién adquirida, he advertido una esterilla delante de la puerta que dice “Benvinguts!” Me ha explicado Marta que nadie bebe mate aquí. Carol ha escrito el papel para recordarle que el otro día que llovió acordaron comprar una estera, que en inglés eso es MAT, que

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está mal escrito, y ha repetido. O sea que, ya ves, aquí no bebemos mate. Yo no le había querido decir a la argentina, a Isabel, que no me había gustado. Pero acabo de descubrir que he cambiado. Yo soy una persona que tomo mate. Marta dice que tendré que enseñarle a ella también.

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Accèssit El autobús a la residencia de Maria Àngels Felipe “Ahí llega el Dr. Gutiérrez”, me avisa la enfermera. “Precisamente…” el geriatra inicia su discurso amablemente, casi condescendiente. Hago ver que lo escucho pero claramente me está resumiendo su informe de alta. “El aneurisma en 2006… complicaciones… cambio válvula en 2008…”. En fin, yo también me pongo en mi papel y agradezco los cuatro años de cuidados en el centro. En breve, llegará el centro de flores que he encargado para las enfermeras. Hoy empaquetaré la ropa y me la llevaré. Mientras Gutiérrez y yo seguimos la conversación llega la enfermera jefa. Le sonrío y mi madre pregunto si nos vamos ya a la boda. Tanto trasiego con ropa y flores la han hecho llegar a su folclórica conclusión. ¡Dios! Estoy entrando en pánico. En 24 horas ya estará ingresada en la residencia para el resto de su vida. Temo que el cambio no sea a mejor. Nunca he sido pesimista pero llevo un lustro de drama y yo prefiero la comedia, aunque con la tragicomedia me conformo. La verborrea de Gutiérrez me llama la atención. ¿Medicamentos? ¿Comprarlos? ¡Mecagoenlaleche! Otra cosa más antes de ingresarla. Repaso mentalmente las próximas veinticuatro horas intentando encajarlo todo. Son las doce. A la una y media debo estar de regreso en casa a empezar la comida. Vendrá mi hermana a pagarme el ramo; a las dos a comer; a las cuatro reunión con la abogada; a las seis el curso; a las ocho repasar los deberes de los niños y empezar la cena; después poner etiquetas a la ropa de mamá. Mañana en cuanto los niños se vayan me arreglo. A las nueve compro la medicación, luego tomo un taxi y a las diez cuando llegue la ambulancia ya estaré preparada. El ingreso en la Casa Layret está programado a las once. Me da tiempo de estar en casa de vuelta a la una y media para preparar la comida. Son las diez treinta del Día D y sin noticias de la ambulancia. Llevo una hora aquí y ya lo tengo todo recogido. Debería haberme traído algo para leer. Son las once y media, estamos en la recepción del hospital y hastiadas por la espera, pregunto de nuevo por la susodicha ambulancia. “No, lo ha entendido mal. Ahora llamamos y es posible que tarde de dos a tres horas.” Noto cómo la ira y la rebeldía me suben desde los ovarios. Piensa Rosa María, piensa en alguna alternativa. ¡A la mierda!. “Mamá, nos vamos de exploración!”. Cojo la silla de ruedas y empiezo a empujarla bajo la montaña de la Bonanova. Creo que aguantaré su peso. Luego seguiré por Muntaner hasta Gran Vía. Miraré la parada de autobús por si está preparado para sillas de ruedas. ¡Fantástico! El 58 es perfecto. Tiene señalado en azul el lugar de espera y todo. Esto es pan comido. Subo, le pongo el cinturón a mamá y la adrenalina me inunda como si hubiese ganado una batalla. Al cabo de algunas paradas mamá empieza a sudar, le siguen las arcadas. ¡Joder, va a vomitar!. Se me encienden todas las alarmas. No llevo bolsas. ¡Ahg! El resto del pasaje viene en mi ayuda. Unos pañuelos, otros bolsas. Yo limpiando. Mamá vomitando. El autobús se va llenando. Se hace insoportable. Decido bajar y seguir a pie. Miro la calle: Consejo de

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Ciento. Son las doce y media. Conduzco la silla de ruedas de forma enérgica. Necesito descargar. En Casa Layret nos están esperando. -¿Habéis cogido un autobús para venir a la residencia?- la cara de estupefacción de la directora me hace sentir culpable. -Siempre hemos sido unas aventureras, ¿verdad mamá? Pobrecilla, todavía tiene mal cuerpo. Pero sus pícaros ojos me sonríen embelesados. Después de cuatro años de reclusión por fin algo diferente, arriesgado: un autobús a la residencia.

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