TODA UNA VIDA
Abrí mis ojos y me vi ahí, entre muchas de mis hermanas, todas éramos nuevas y no entendimos nada ¿qué ocurría? ¿dónde estábamos? Un día llego Matías, me vio y me escogió entre todas mis hermanas, recién ahí entendí para que servía y me sentí plena, podría conocer mil lugares distintos, el aire rozaría todo mi ser cuando alcanzara velocidad. Matías no se bajaba para nada de mí, donde él iba yo lo acompañaba, así que recorrí lugares geniales. Una vez fuimos con su tío y un primo de él a andar por un cerro, fue increíble. Todo mi ser vibrada al son de aquel pasaje inédito, mis ruedas pasaban por barro, tierra y piedras, todo a mi paso era exquisito, el olor era único, los saltos eran constantes y la velocidad no tenía igual. Matías me cuidaba mucho, me hacía mantenimiento, cada vez que me inflaba las ruedas, yo me reía en mi interior, soy muy cosquillosa. Limpiaba mis rayos y se preocupaba que no se enchuecaran. Todos mis días eran una aventura, pues Matías se encargaba de enseñarme nuevas cosas ¡Él me hacía tan feliz! Cuando lo acompañaba a la universidad ahí conversaba con otros amigos y me daba cuenta cuan libre somos aquellos que tenemos rueda, vamos a todos lados con nuestros dueños, eso me hacía reflexionar: “Vivir para ser feliz,
conocer para conocerme, comprender para entender y aceptar lo diverso, puesto que todos somos distintos… A veces tenemos colores, ruedas o asientos diferentes pero finalmente somos iguales en el interior”. Aquel día me di cuenta que yo también iba a la universidad a aprender y ampliar mis propias ideas con mis amigas bicicletas. Me sentía plena, veía todo y probaba todo. Matías y yo éramos muy amigos, siempre lo escuchaba, lástima no poder darle un consejo o una palabra de aliento dependiendo del momento. Matías nunca me cambió y hasta el día de hoy salimos juntos, sólo que ya no solos, sino que con sus hijos y su mujer, bueno ahora él y yo tenemos una gran familia.
Susana Martínez Tobar